LA PARÁBOLA DE LOS TALENTOS
La parábola de los talentos, narrada en los Evangelios, ha sido interpretada a lo largo de la historia desde múltiples perspectivas: religiosas, filosóficas, económicas y sociales. Esta breve historia sobre siervos, talentos y rendición de cuentas ha inspirado enseñanzas sobre la responsabilidad individual, el uso diligente de los dones, el trabajo ético y el éxito. En esta investigación exploraremos cómo ha sido entendida en el cristianismo, el judaísmo, el islam, la filosofía moderna y su influencia en el surgimiento del capitalismo, así como sus resonancias actuales en distintas corrientes religiosas, económicas y culturales.
Perspectiva cristiana
El texto bíblico se encuentra en (Mateo 25:14-30 y Lucas 19:11-27). La parábola de los talentos aparece en dos Evangelios. En Mateo 25:14-30, Jesús relata que un señor, antes de irse de viaje, entrega a sus siervos distintos talentos (unidad de moneda antigua) para que los administren. Uno recibe cinco talentos, otro dos y otro uno, “a cada uno conforme a su capacidad”. Al volver, el señor pide cuentas: los siervos que recibieron cinco y dos talentos han invertido el dinero y doblaron la cantidad, por lo que el señor los elogia: “Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor”. En cambio, el siervo que recibió un talento lo escondió bajo tierra por miedo, devolviendo solo la misma moneda. El señor lo reprende duramente por su negligencia: “Siervo malo y negligente… debías haber dado mi dinero a los banqueros, y al venir yo, hubiera recibido lo que es mío con los intereses”. Ordena quitarle el talento y dárselo al que tiene diez, rematando con una lección paradójica: “Porque al que tiene, le será dado, y tendrá más; y al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado”. Finalmente llama “inútil” al siervo perezoso y manda echarlo “en las tinieblas de afuera; allí será el lloro y el crujir de dientes”.
En Lucas 19:11-27 el relato es similar, aunque con diferencias notables. Allí se habla de la parábola de las minas: un noble entrega diez minas a diez siervos (una mina cada uno) y les ordena: “Negociad entre tanto que vengo”, es decir, que hagan negocio con el dinero mientras él está ausente. Cuando regresa como rey, se presentan tres siervos: el primero multiplicó su mina y obtuvo diez, el segundo obtuvo cinco, y el último escondió la moneda sin sacarle provecho. El rey recompensa al primero dándole autoridad sobre diez ciudades y al segundo sobre cinco, diciendo: “por cuanto en lo poco has sido fiel, tendrás autoridad sobre diez ciudades”. Al siervo que no hizo nada, lo llama “mal siervo” y le reprocha no haber llevado el dinero al banco para generar intereses, repitiendo el mismo principio: “a todo el que tiene, se le dará; mas al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará”. Un elemento adicional en Lucas es que el rey manda ejecutar a unos conciudadanos enemigos que no querían que él reinara, lo que agrega un tono aún más severo al relato.
Mensaje tradicional cristiano. En la interpretación cristiana clásica, esta parábola enseña la importancia de ser fieles y diligentes con los dones y responsabilidades que Dios nos confía. Los “talentos” en sentido literal eran monedas de gran valor, pero desde la antigüedad cristiana se les ha dado una lectura alegórica: representan las bendiciones, habilidades o recursos que Dios da a cada persona. De hecho, el uso moderno de la palabra “talento” como habilidad o aptitud proviene de esta parábola. El mensaje central es que Dios espera que sus siervos (los creyentes) usen y desarrollen esos dones en vez de “enterrarlos”. Los dos siervos diligentes simbolizan a quienes sirven a Dios con lo que han recibido —sea dinero, capacidades, tiempo u oportunidades— y producen frutos; por ello son premiados. El siervo perezoso simboliza a quien, por miedo, pereza o falta de compromiso, no hace nada por el reino de Dios con lo que se le ha dado. Su castigo ejemplifica el juicio divino: la infidelidad o inutilidad conlleva pérdida y separación de Dios (las “tinieblas de afuera”). En resumen, la parábola subraya la responsabilidad personal ante Dios: debemos dar fruto y hacer el bien con nuestros talentos, porque un día el Señor “pedirá cuentas”.
Contexto y matices denominacionales. En el cristianismo, esta parábola se ha interpretado en el contexto escatológico. En Mateo, aparece dentro del discurso de Jesús sobre el fin de los tiempos y el juicio final (Mateo 24–25). Por eso, tradicionalmente los exegetas –desde San Agustín– leyeron los talentos en clave espiritual. Agustín y otros Padres de la Iglesia entendieron que no se trata de elogiar la acumulación material o la usura, sino de no “enterrar” los dones de la gracia de Dios. La Iglesia católica, por ejemplo, ha enseñado que los talentos representan tanto los bienes espirituales (la fe, la palabra de Dios, los sacramentos) como las cualidades naturales y materiales, que hay que poner al servicio de Dios y del prójimo. Un comentarista resume: “Los talentos... también representan las riquezas que el Señor nos ha dejado en herencia, para que las hagamos fructificar”. En la tradición católica se enfatiza que enterrar el talento equivale a omitir obras buenas y que, en el juicio, Cristo nos pedirá cuentas de cómo aprovechamos lo que recibimos (véase Mateo 25:31-46, inmediatamente después de la parábola, sobre las obras de misericordia).
En las iglesias protestantes, la parábola igualmente ha sido muy valorada. Se subraya la mayordomía cristiana: la idea de que nuestra vida y posesiones pertenecen a Dios, y somos administradores responsables. Por eso, muchas comunidades protestantes hablan de “poner a trabajar nuestros talentos para la gloria de Dios”. La ética protestante clásica ve en el siervo negligente una advertencia contra la pereza y la falta de fe activa. Algunos reformadores como Juan Calvino incluso comentaron que Jesús, al mencionar a los “banqueros” e “intereses” (Mateo 25:27), no estaba aprobando la usura literalmente, sino usando un ejemplo común para recalcar que no hay excusa para la indolencia en las cosas de Dios.
Es decir, para Calvino el punto no es financiero sino moral: Dios condena la apatía espiritual y la falta de frutos. Las distintas denominaciones cristianas concuerdan en lo esencial: Dios da a cada uno diferentes dones (no todos reciben lo mismo) y espera esfuerzo proporcional a lo dado. Sin embargo, puede haber matices: por ejemplo, en algunas interpretaciones ortodoxas orientales, los talentos pueden verse como las virtudes y gracias divinas que el cristiano debe cultivar cooperando con la gracia; mientras que en entornos evangélicos se insiste en un compromiso activo en evangelización, servicio y uso de habilidades para el ministerio. En todo caso, la parábola ha entrado profundamente en el lenguaje cristiano: hablar de “enterrar el talento” es sinónimo de desaprovechar las capacidades o oportunidades que Dios te dio, y es algo que un creyente debe evitar. Como dice otro pasaje relacionado: “Sé fiel hasta en lo poco” (cf. Lucas 16:10), porque Dios recompensa la fidelidad.
Perspectiva judía
La parábola de los talentos proviene del Nuevo Testamento, por lo que no forma parte de la literatura religiosa del judaísmo. Sin embargo, muchos de sus temas –la responsabilidad en la administración de bienes y la rendición de cuentas a un señor– resuenan con conceptos de la tradición judía. Para empezar, en la época de Jesús un “talento” era una gran suma de plata; los oyentes judíos del siglo I habrían entendido la parábola dentro de la cultura económica de entonces (donde era común esconder tesoros bajo tierra por seguridad). De hecho, algunos estudiosos señalan que enterrar dinero era considerado prudente para no perderlo, lo que hace más sorprendente el giro del relato: el Mashal (parablema) desafía la mentalidad del mínimo riesgo y presenta en cambio a un señor que exige iniciativa y resultados. Esto sugiere que Jesús proponía a su audiencia judía una enseñanza exigente: Dios espera más que la mera conservación pasiva de lo recibido.
Aunque el judaísmo rabínico no comenta esta parábola cristiana, sí existen paralelos en la literatura rabínica que iluminan valores similares. Un ejemplo notable se halla en un midrash (enseñanza alegórica judía) posterior que contiene una historia muy parecida en estructura. El Midrash Eliyahu Zuta cuenta que un rey entregó a dos siervos trigo y lino. Uno de ellos, sabio y diligente, “tejió el lino en un paño e hizo con el trigo harina; la cernió, la molió, la amasó e hizo pan”. Cuando el rey volvió, este siervo le presentó un delicioso pan sobre la mesa cubierto con el fino mantel hecho de lino. El otro siervo, necio, no hizo nada: devolvió el trigo sucio en una canasta y el lino sin hilar. El rey alabó al siervo industrioso y desdeñó la pereza del otro, exclamando “¡qué vergüenza!”. El midrash concluye: así también cuando Dios dio la Torá a Israel, la entregó en forma de materia prima (como trigo para hacer harina y lino para tela) esperando que el pueblo, a través de la interpretación y la práctica, desarrollara esa dádiva.
Esta historia midráshica transmite el mismo principio: Dios no quiere que nos limitemos a guardar sus dones tal cual, sino que los trabajemos creativamente para obtener algo más valioso. En el judaísmo, esto se aplica especialmente a la Torá y las mitzvot (mandamientos): se valora estudiar, profundizar y aplicar la Ley de Dios de maneras que produzcan justicia y misericordia en el mundo, en lugar de una obediencia mecánica o estéril. Vemos aquí un paralelismo conceptual claro con la parábola de Jesús, aunque aplicado a la revelación judía.
Otro paralelo que a veces se menciona es un proverbio bíblico citado en textos judíos: “La riqueza obtenida sin esfuerzo disminuye, pero el que la reúne con trabajo la aumenta” (Proverbios 13:11). Este dicho –muy conocido en la literatura de sabiduría hebrea– contrasta el enriquecimiento fácil (o no hacer nada productivo) con el incremento gradual fruto del trabajo diligente. Algunos académicos señalan que la máxima final de la parábola (“al que tiene se le dará... y al que no tiene, se le quitará...”) parece a primera vista lo opuesto de la sabiduría de Proverbios, ya que en la parábola el que tenía poco (un talento) lo pierde por completo. Sin embargo, la intención profunda es similar: desaprovechar o “perder” incluso lo poco que se tiene es visto negativamente tanto en la ética de la sabiduría judía como en el mensaje de Jesús. En terminología rabínica, se podría decir que quien no actúa con lo que Dios le ha dado “pierde el mérito” y la bendición asociada.
Desde la perspectiva de fuentes judías clásicas, también es fundamental la idea de que Dios es el verdadero dueño de todos los bienes, y los seres humanos somos sus administradores. Esto se ve en la Biblia hebrea, por ejemplo: “De Jehová es la tierra y su plenitud” (Salmo 24:1). En la tradición judía, este concepto deriva en la noción de responsabilidad fiduciaria: el hombre debe usar sus recursos según la voluntad divina, haciendo tzedaká (justicia/caridad) y actuando como shomer (guardián) de lo recibido. Si bien la parábola de los talentos no figura en el Tanaj, un judío podría compararla con la enseñanza del Pirké Avot (Ética de los Padres) que dice: “No seas como los siervos que sirven al amo por la recompensa... sino sé como los siervos que le sirven sin mirar la recompensa” (Avot 1:3). Es decir, sirve fielmente con lo que tienes, independientemente de la ganancia inmediata, confiando en que el Dueño (Dios) es justo en su recompensa final.
En el judaísmo contemporáneo, especialmente en corrientes liberales como el judaísmo reformista, no se suele citar la parábola de los talentos en contextos litúrgicos o de enseñanza (por ser texto del Nuevo Testamento). Sin embargo, líderes judíos reformistas podrían reconocer en ella una lección ética universal: la importancia de no desaprovechar el potencial humano. Por ejemplo, la idea de que cada individuo tiene talentos (en el sentido moderno) que debe poner al servicio de la comunidad y la justicia social encaja con valores judíos. Un rabino reformista quizás la conectaría con el concepto de tikkún olam (reparar el mundo): Dios nos ha dado habilidades y recursos precisamente para invertirlos en mejorar la sociedad, ayudar al necesitado y hacer florecer la creación. En este sentido, aunque la fuente sea cristiana, su énfasis en la responsabilidad personal y el trabajo diligente encuentra eco en la ética judía, que siempre ha valorado el trabajo honesto (Avodah), la caridad bien administrada, y el desarrollo intelectual y moral de los dones divinos.
En resumen, la perspectiva judía reconoce que la lógica de esta parábola –Dios recompensa al esforzado y censura la pereza improductiva– armoniza con muchos principios del judaísmo, aunque adaptados a su propio marco teológico (el don de la Torá, las mitzvot, la justicia comunitaria). Un midrash lo expresó de forma hermosa: Dios da trigo, espera pan; da lino, espera un bello tejido. La fe judía, al igual que la enseñanza de Jesús, valora al “siervo” que toma la materia prima divina y la convierte en obras concretas, más que al que la devuelve intacta pero estéril.
Perspectiva islámica
Aunque el Islam no posee esta parábola en sus textos (pues proviene del Evangelio cristiano), sí comparte los valores de responsabilidad, diligencia y buena administración de los bienes que Dios ha confiado al ser humano. En la fe islámica, Allah es el dueño absoluto de todo, y los seres humanos somos khalifah (califas o administradores) en la Tierra. El Corán enfatiza repetidamente que nuestros bienes y talentos son una prueba: Allah observa cómo los utilizamos, para bien o para mal. No encontramos un relato coránico idéntico al de los talentos, pero varios pasajes transmiten principios análogos.
Un tema fuerte en el Corán es la condena a quienes acumulan bienes sin darles buen uso. Por ejemplo, el Corán 9:34 reprocha a aquellos que atesoran riquezas en lugar de gastarlas en causas justas: “¡Oh, creyentes!... A aquellos que atesoran el oro y la plata y no los gastan en el camino de Allah, anúnciales un castigo doloroso”. Este verso refleja claramente la expectativa divina de que la riqueza circule y produzca beneficio (especialmente beneficio social a través de la caridad, sadaqa, o del zakat obligatorio). La imagen es similar a la del siervo perezoso que enterró el talento: enterrar o estancar el dinero es moralmente reprobable. De hecho, el verso siguiente (9:35) advierte que esas monedas acumuladas serán como brazas ardientes en el Día del Juicio, castigando a quien las hoardó. Vemos que, en el Islam, guardar el dinero sin propósito es pecado, muy en línea con la crítica de la parábola al siervo que escondió el talento en la tierra en lugar de hacerlo producir.
Otra enseñanza coránica relevante es el equilibrio entre procurar el más allá y cumplir responsabilidades en esta vida. Se encuentra en la historia de Qarún (Coré), un hombre riquísimo que olvidó la gratitud. El Corán 28:77 le da este consejo: “¡Busca, con lo que Allah te ha dado, la Morada Postrera, pero no olvides tu parte de esta vida! ¡Y haz el bien como Allah lo ha hecho contigo!...”. Aquí se instruye a usar los recursos otorgados por Dios para ganar la recompensa eterna (como los siervos fieles que invirtieron los talentos para su señor), sin descuidar las obligaciones terrenales. Esto refleja un principio islámico fundamental: el dinero y los bienes son medios para lograr tanto fines espirituales (ayudando a otros, cumpliendo con Dios) como para proveer lícitamente a nuestras necesidades. No deben ser ni desperdiciados ni idolatrados, sino administrados con sabiduría.
El Islam también pone gran énfasis en el trabajo honesto y la excelencia en las acciones. El Profeta Muhammad ﷺ enseñó que “Dios ama que, cuando uno de vosotros realiza un trabajo, lo haga con Ihsán (excelencia)”. Los creyentes son exhortados: “Y di: ‘¡Obrad! Allah verá vuestras obras, y también Su Mensajero y los creyentes...’” (Corán 9:105). Esta ética de trabajo puede compararse con la actitud de los primeros dos siervos de la parábola: ellos se esforzaron y multiplicaron lo confiado, cumpliendo con Ihsán su tarea. En cambio, el siervo negligente encarna la actitud que el Islam condena: la pereza (kasl) y la irresponsabilidad. De hecho, existe un hadiz (dicho profético) que dice: “Allah detesta al creyente fuerte que no es productivo” (parafraseado), indicando que tener potencial sin aprovecharlo es reprobable. Cada persona deberá rendir cuentas en el Yawm ad-Din (Día del Juicio) de cómo usó sus recursos, su conocimiento y su tiempo. En un conocido hadiz, el Profeta dice que ningún ser humano dará un paso el Día del Juicio sin antes responder a cinco preguntas, entre ellas: en qué empleó su vida, en qué gastó su juventud, cómo ganó y gastó su riqueza, y qué hizo con su conocimiento. Vemos un claro paralelismo: Dios nos pedirá cuentas de nuestros “talentos” (vida, bienes, saber), muy similar a cómo el señor de la parábola pidió cuentas a sus siervos.
Un punto interesante es la cuestión de los intereses bancarios (usura). En la parábola, el señor menciona obtener intereses del banco, cosa que en la ley islámica (sharía) estaría prohibida, pues el riba (usura o interés sobre préstamos) está vedado en el Corán. Sin embargo, la intención de la parábola no es promocionar la usura sino ilustrar la falta de iniciativa del siervo (como también interpretaron los teólogos cristianos). En términos islámicos, podríamos decir que Allah no tolera que uno deje de hacer el bien con la excusa de evitar riesgos: es mejor intentar algo lícito y productivo con lo que se tiene (por ejemplo, invertir en comercio justo o dar caridad que genere beneficio espiritual) que enterrar el dinero por temor. El Islam permite invertir y comerciar (prohibiendo solo el interés fijo y la especulación injusta), y de hecho anima a hacerlo de forma lícita. El Profeta Muhammad, que fue mercader, contó también parábolas: hay un hadiz que compara a quien aprende conocimiento religioso y no lo transmite con alguien que atesora un tesoro y no lo utiliza, semejante a enterrar el talento.
En síntesis, desde la perspectiva islámica la parábola de los talentos refleja verdades morales que el Islam comparte: Dios otorgó al ser humano recursos como un amánah (depósito de confianza), y espera que los administre con responsabilidad, trabajo arduo y orientación al bien. No hacerlo conlleva castigo, como señala el Corán: “Luego, seréis preguntados ese Día acerca de todos los placeres [que disfrutasteis]” (102:8). Si un musulmán leyera la parábola, quizá la entendería así: el señor representa a Allah; los siervos, a la humanidad; los talentos, las bendiciones (bienes, capacidades, tiempo); el retorno del señor, el Día del Juicio; la ganancia obtenida, las buenas obras y beneficios logrados; y el castigo al siervo inútil, la consecuencia de la ingratitud y la pereza. En lenguaje coránico: “quien hace el bien, lo verá; y quien hace el mal, lo verá” (99:7-8). En última instancia, para el Islam, trabajar diligentemente (con intención recta) y usar bien lo dado por Dios es una forma de adoración (ibada), mientras que la negligencia es un pecado. Así, aunque la forma narrativa difiere, el fondo ético de la parábola de los talentos armoniza con el énfasis islámico en el esfuerzo (yihad personal de superación), la productividad útil y la obligación de no malgastar ni ocultar los dones divinos.
Conclusión
La parábola de los talentos, desde una perspectiva cristiana, judía e islámica, enseña una verdad común: Dios (o el Creador) entrega dones, recursos o capacidades a cada ser humano con la expectativa de que los utilice responsablemente, los desarrolle y los haga fructificar en beneficio propio y del prójimo. En el cristianismo, este llamado resalta la fidelidad activa en el servicio a Dios y el prójimo; en el judaísmo, se conecta con la obligación de perfeccionar y expandir las bendiciones divinas a través de la acción justa; y en el islam, refleja el deber de administrar los bienes como una prueba de Allah, rindiendo cuentas de su uso en el Día del Juicio. En las tres tradiciones, la negligencia, el miedo o la inacción son vistos como faltas graves que conducen a la pérdida y al juicio desfavorable.
No hay comentarios:
Publicar un comentario