Finalmente, hemos llegado al último libro del arte de la guerra, texto que nos ha guiado en la practicidad y la teoría de la guerra de acuerdo con Nicolás Maquiavelo. Esta vez hablaremos tanto de cosas defensivas como ofensivas, podríamos decir que este último libro nos muestra las últimas conclusiones de forma miscelánea. También, Fabrizio, quien será nuestro guía nuevamente, establecerá las claras diferencias entre los gobiernos actuales y los regímenes de la antigüedad.
Referencias:
(1) En los ''Discursos sobre la primera década de Tito Livio'', Maquiavelo ya había reiterado que el dinero no es el nervio de la guerra, sino que más bien es la lealtad del ejército.
EL ARTE DE LA GUERRA
Libro Séptimo
Protección de las ciudades o plazas
Seguimos con el relato de Fabrizio. Las ciudades y las poblaciones pueden ser fuertes, o por la naturaleza o por el arte. Se encuentran en el primer caso las rodeadas de ríos o pantanos, como Ferrara y Mantua, o las construidas sobre una roca o escarpada montaña, como Mónaco y San Leo, porque las que están en montes de fácil acceso son ahora, por causa de la artillería y de las minas, débiles. Por eso, para hacerlas hoy se escoge una llanura y se emplean los recursos del arte en la construcción de sus defensas.
El primer cuidado del ingeniero es edificar los muros en línea quebrada, es decir, multiplicando los ángulos salientes y entrantes, lo cual impide que se acerque a ellos el enemigo, que puede ser batido de frente y de flanco. Si los muros son demasiados altos, presentan mucho blanco a la artillería, y si son muy bajos se escalan fácilmente. Si se abren fosos delante de ellos para dificultar el escalamiento, el enemigo los rellena, cosa fácil de hacer a un ejército numeroso, y se apodera de las murallas. Creo, por tanto, siempre salvo mejor opinión, que, para evitar ambos inconvenientes, se deben construir las murallas de una determinada altura, con fosos interiores y no exteriores.
La artillería pesada que defiende la ciudad se emplazará en el muro interior que cierra el foso, porque para la defensa del muro exterior, por ser más alto, no se pueden emplear cómodamente sino cañones pequeños o medianos. Si el enemigo intenta el escalamiento, la altura del muro os defenderá fácilmente. Si se ataca con artillería, necesitará primero batir el muro exterior pero como el efecto de las baterías es que caigan los escombros hacia la parte batida, no encontrando foso que los reciba y oculte, sirve la ruina del muro para aumentar la profundidad del foso; de modo que impiden el paso primero los escombros amontonados, después el foso, y por último, la artillería de la plaza, que, desde el muro interior, bate con toda seguridad a los asaltantes, cuyo único recurso será cegar el foso, cosa difícil, no sólo por su gran capacidad, sino por el peligro de acercarse a él, siendo la muralla de ángulos salientes y entrantes, en los cuales, por las razones dichas, no se puede penetrar sin gran riesgo, especialmente teniendo que andar sobre escombros, que forman un obstáculo extraordinario.
Bautista pregunta si es posible hacer un pozo exterior y Fabrizio responde que sí, pero entre abrirlo al interior o al exterior, entonces es mucho mejor abrirlo interiormente.
Fosos y murallas
Bautista le pregunta si debieran llenarse de aguas los fosos, pero Fabrizio responde que los fosos llenos de agua garantizan de las minas, y sin agua son más difíciles de cegar. Teniéndolo todo en cuenta, es mejor que estén sin agua, porque son más seguros, y ya se ha visto helarse el agua en ellos durante el invierno, y el hielo, facilitar la toma de una plaza, como sucedió en Mirandola cuando la sitiaba el papa Julio II. Para librarse de las minas, se deben hacer los fosos tan profundos que el enemigo, al horadar por debajo, tropezase con el agua.
Fortificaciones
A los defensores de las plazas fuertes, Fabrizio recomienda que no hagan bastiones fuera y a distancia de las murallas, y a los que construyen castillos, que no edifiquen muros interiores donde pueda refugiarse la guarnición, perdidos los exteriores. El motivo del primer consejo consiste en que nadie debe hacer lo que, sin remedio, daña a la propia reputación, porque, perdida ésta, se desconfía de las demás disposiciones y se atemorizan los comprometidos en la defensa. Esto sucederá siempre al hacer bastiones fuera de la plaza que defendéis, porque siempre se perderán, no cabiendo defensa de estas pequeñas fortificaciones contra el ímpetu de la artillería, y su pérdida será causa y principio de vuestra ruina.
Cuando Génova se rebeló contra el rey Luis XII de Francia, los genoveses construyeron algunos bastiones en las colinas que rodean dicha plaza; tomados por los franceses en poco tiempo, se apoderaron en seguida de la ciudad.
En cuanto al segundo consejo, Fabrizio afirma que no hay nada más peligroso para un castillo como la posibilidad de retirarse sus defensores, porque la esperanza de los soldados de defenderse en otro puesto cuando es tomado el que ocupan, hace que lo abandonen, y, abandonado, se pierde todo el castillo.
Reciente ejemplo tenemos de ello en la pérdida del de Forlí, cuando lo defendía la condesa Catalina Sforza contra César Borgia, hijo del papa Alejandro VI, que lo sitió con el ejército del rey de Francia. Tenía aquella fortaleza muchos reductos dispuestos para retirarse de unos a otros. En primer lugar estaba la ciudadela separada del castillo por un foso, de modo que se pasaba al castillo por un puente levadizo. En el castillo había tres recintos rodeados de fosos con agua, y con puentes para el paso. César Borgia batió con la artillería una parte de las murallas. Abierta la brecha y no pensando en defenderla el jefe de la guarnición, Juan de Casale, la abandonó para retirarse a otro reducto. Entraron entonces sin oposición los sitiadores, y en un momento se apoderaron de todo el castillo, por hacerse dueños de los puentes que había entre los reductos.
De acuerdo con lo que entiende Bautista, Fabrizio desprecia las fortalezas pequeñas opinión que va en contra de lo popular. Fabrizio responde que comete grave error quien fíe la defensa en un solo muro y un solo atrincheramiento; y como los bastiones, a menos que pasen del tamaño ordinario, en cuyo caso serían plazas fuertes o castillos, no se hacen de modo que sus defensores tengan retirada, se pierden inmediatamente. Es, pues, lo más atinado renunciar a los bastiones exteriores y fortificar las entradas de la plaza, cubriendo las puertas con revellines de modo que no se pueda entrar y salir en línea recta, y que entre el revellín y la puerta haya un foso con puente levadizo.
Se debe fortificar también ahora las puertas con rastrillos, para que se refugien en ellos los que salen fuera de la plaza a combatir e impedir que, si son rechazados, penetren mezclados con ellos los enemigos en la fortaleza. Estos rastrillos, llamados antiguamente cataratas, se bajan y cierran a los sitiadores el paso, salvando a los que se refugian en la plaza, pues en tales casos es posible valerse del puente y de la puerta, por donde pasan mezclados y en confusión sitiadores y sitiados.
Bautista recuerda los rastrillos, pero no sabe muy bien porque hay una diferencia entre los rastrillos de hoy y del pasado. Fabrizio nos dice que la razón es muy simple: las antiguas eran muy débiles.
Con el tiempo, los italianos aprendieron a fortificar los rastrillos gracias a los franceses.
De hecho, los francses, para mayor seguridad de las puertas de sus fortalezas, y en caso de asedio hacer salir y entrar sus tropas fácilmente en la plaza, además de los medios ya referidos, otro que aún no he visto empleado en Italia; consiste en colocar dos postes en el extremo exterior del puente levadizo, y sobre cada uno de ellos poner en equilibrio una viga de modo que la mitad esté sobre el puente y la otra mitad fuera de él. Las vigas en la mitad que cae fuera del puente están unidas con traviesas en forma de enrejado, y al extremo de cada una, en la parte que cae sobre el puente, fijan una cadena.
Cuando desean cerrar el puente por la parte de afuera, sueltan las cadenas y cae toda la parte enrejada de las vigas, cerrando la entrada del puente; y cuando quieren abrirlo, tiran de las cadenas y levantan el enrejado de las vigas, dejando la abertura de la extensión que quieren para el paso de un hombre a pie o a caballo, y cerrándola de pronto, pues las vigas se alzan y se bajan con suma facilidad. Dicho aparato es más seguro que el rastrillo, porque, no cayendo como éste en línea recta, no puede el enemigo impedir su caída con puntales, tal como cabe hacerlo con el rastrillo.
Tales son las reglas que deben observar los que deseen construir una fortaleza. Además, prohibirán construir o plantar árboles en una milla, por lo menos, alrededor de las murallas; de modo que el terreno presente una superficie plana donde no haya ni árboles, ni matorrales, ni calzadas, ni casas que impidan ver a lo lejos y resguarden a los sitiadores de la plaza. Advertid que cuando la fortaleza tiene los fosos por delante de los muros con terraplenes más altos que el terreno circundante es débil, porque estos terraplenes sirven de parapeto al ejército sitiador y no le impiden atacar la plaza, siendo fácil romperlos y dejar espacio a la artillería.
Asaltos y apoderamientos
Se debe, sobre todo, rechazar la primera embestida, con la cual tomaron los romanos muchas plazas, atacándolas por diversos puntos a la vez. Así se apoderó Escipión de Cartago Nova, en España. Si se rechaza este primer asalto, con dificultad se toma la plaza a viva fuerza.
Aun en el caso de apoderarse de las murallas los enemigos y penetrar en el interior de la ciudad, todavía tienen los habitantes medios de defensa, si no se acobardan, pues muchos ejércitos, después de entrar en una plaza, han sido rechazados con grandes pérdidas. Los medios consisten en defenderse desde los sitios elevados y combatir al enemigo desde lo alto de las torres y de las casas. Los recursos de los asaltantes contra este peligro, son: uno, abrir las puertas de la ciudad para que escapen por ellas los habitantes, quienes de seguro aprovecharán la ocasión de huir; otro, hacer correr la voz deque sólo se perseguirá a los que estén con las armas en la mano y que se perdonará a los que las arrojen. Esto ha facilitado la conquista de muchas plazas.
Otro medio de apoderarse sin grandes esfuerzos de una plaza fuerte es atacarla de improviso; lo cual se ejecuta estando distante con el ejército, de modo que no se suponga en ella vuestro propósito de asaltarla o se crea que, por la distancia a que estáis, habrá noticia a tiempo oportuno. En tal caso, si rápida y secretamente lleváis las tropas a dar el asalto, casi siempre alcanzaréis la victoria.
Los sitiados deben también guardarse de las asechanzas y engaños del enemigo, y no fiarse de lo que le vean hacer de continuo, sospechando siempre que lo haga por sorprenderlos después con un cambio que les sea funesto.
Para tomar una plaza fuerte se ha empleado muchas veces el recurso de envenenar las aguas y variar el curso de los ríos; pero con rara ocasión ha producido resultados. Alguna vez se ha conseguido que los sitiados se rindan haciéndoles sabor una victoria alcanzada por los enemigos, o que éstos reciben refuerzos. También en la Antigüedad fueron ocupadas varias plazas por traición, ganando en su favor algunos habitantes, y en este punto emplearon diversos procedimientos; unos enviaron como emisario un fugitivo para que adquiriera autoridad y crédito entre los sitiados y lo emplease en favor de los sitiadores, dándoles a conocer la posición do las guardias y facilitándoles así la toma de la plaza; otros, con diferentes pretextos, han impedido con carros o maderos cerrar las puertas, dando así entrada al enemigo.
Aníbal persuadió a uno para que le entregase un castillo de los romanos, para lo cual fingió este que salía de caza de noche por temer de día al enemigo, y al volver de la caza entraron con él algunos soldados que mataron a los guardias y entregaron la puerta a los cartagineses.
Un medio de engañar a los sitiados es el de retirarse, cuando hacen salidas de la plaza, a fin de alejarlos de ella. Muchos generales, entre ellos Aníbal, hasta les han dejado ocupar el campamento para poder cortarles la retirada y tomar la población. También se les engaña fingiendo levantar el sitio, como hizo el ateniense Formión, quien, después de arrasar la comarca de Calcis, recibió embajadores de esta plaza, les dio las mayores seguridades, les hizo toda clase de promesas, y, aprovechando su ciega confianza, se hizo dueño de la población.
Deben los sitiados vigilar cuidadosamente a los sospechosos que vivan entre ellos, pero muchas veces se les atrae mejor con beneficios que con castigos. Supo Marcelo que Lucio Brando, de Nola, se inclinaba a favorecer a Aníbal, y le trató tan bondadosa y generosamente que, de enemigo, lo convirtió en el mejor amigo de los romanos.
Más cuidadosos deben ser los sitiados con las guardias cuando el enemigo está distante que cuando está próximo; como también deben custodiar mejor los sitios por donde crean más difícil el ataque, porque se han perdido muchas plazas a causa de asaltarlas el enemigo por los puntos donde menos lo esperaban. Este error nace de dos causas: o de ser el sitio fuerte y creerlo inaccesible, o porque el enemigo finge atacar por un punto con gran estrépito y da por otro silenciosamente el verdadero asalto. Cuiden, pues, con grande atención los sitiados de evitar ambos peligros y a todas horas, especialmente de noche, tener vigilantes guardias en las murallas, no sólo de hombres, sino también de perros fieros y ágiles para que de lejos olfateen al enemigo y con sus ladridos lo descubran.
Actual sistema de ataques
Si se es atacado en una que no tenga fosos interiores, como antes explique, para impedir que el enemigo entre por la brecha que la artillería abra en la muralla (porque es inevitable la rotura del muro con los proyectiles), se necesita, mientras la artillería bate la muralla, abrir un foso por detrás de la parte batida, foso que tendrá, por lo menos, treinta brazos de ancho, y la tierra que de él se saque ponerla entre el foso y la población formando parapeto, que sirve para que el foso resulte más profundo. Es preciso empezar este trabajo con tiempo oportuno para que, al caer la parte de muralla batida, tenga el foso por lo menos cinco o seis brazos de profundidad, e importa, mientras se ahonda, cerrarlo por cada lado con una casamata. Si la muralla es bastante resistente para dar tiempo a hacer el foso, resulta más fuerte la plaza por la parte de la brecha que por las demás, porque el reparo tiene la forma que he recomendado al hablar del foso interior.
Pero si la muralla es débil y no da tiempo a hacer el foso, es indispensable demostrar el mayor valor, oponiéndose con todas las fuerzas disponibles al asalto por la brecha. Esta manera de atrincherarse detrás de las murallas la practicaron los písanos cuando sitiasen su ciudad, porque la resistencia de las murallas les daba tiempo para construir los atrincheramientos y la dureza del terreno facilitaba su construcción. Sin estas dos ventajas, estaban perdidos. Será, pues, una precaución útil hacer los fosos por el interior de los muros y en toda su extensión, como recomendamos anteriormente, porque en este caso se espera al enemigo descansado y con plena seguridad.
Tomábanse en la Antigüedad muchas fortalezas por medio de minas, de dos modos: o haciendo secretamente una excavación hasta el interior de la ciudad y entrando por ella, que es como los romanos se apoderaron de Veyes, o minando las murallas para derribarlas. Este último procedimiento es el preferible, y ocasiona que las ciudades erigidas en las alturas sean débiles por la facilidad de minarlas. Poniendo en las minas pólvora, la explosión no sólo arruina una parte de la muralla, sino que agrieta la montaña y derrumba las fortificaciones por varios puntos. Para impedir esto se construyen las fortalezas en el llano, y los fosos que las rodean se profundizan hasta que el enemigo no pueda pasar con las minas por debajo de ellos sin encontrar agua. Éste es el mejor obstáculo a las minas.
Si la plaza defendida está en una altura, el remedio a las minas es hacer dentro de ella pozos profundos, con los cuales se inutilizan. También son útiles las contraminas cuando se conoce precisamente el sitio de la mina. Este recurso es excelente, pero resulta difícil descubrir el punto por donde va la mina si el enemigo es cauto al hacerla.
Procurarán, sobre todo, los sitiados no dejarse sorprender durante el descanso, como después de un asalto o al terminar las guardias, es decir, al amanecer y al anochecer, y especialmente a la hora de comer, porque en estos momentos han sido asaltadas muchas plazas, y también los sitiados han destruido no pocos ejércitos sitiadores. Preciso, es, pues, que unos y otros estén constantemente en guardia y tengan sobre las armas una parte de sus tropas.
Debo advertir que lo que dificulta la defensa de una plaza fuerte o de un campamento es la necesidad de tener desunidas las fuerzas de los defensores, porque pudiendo el enemigo escoger a su gusto el punto de ataque, preciso es que todos estén custodiados, y, mientras aquél ataca con toda su fuerza, el defensor le resiste con parte de la suya. Además, el sitiado puede ser completamente vencido, mientras el sitiador sólo es rechazado, por lo cual muchas veces los sitiados en una plaza o en un campamento han preferido, aun siendo inferiores en fuerzas, salir a campo raso y combatir y vencer al enemigo. Esto hizo Marcelo en Ñola y César en las Galias. Al ver sus campamentos sitiados por gran número de galos y comprender la imposibilidad de defenderlos (por necesitar subdividir sus fuerzas para atender a todos los puntos de ataque y no poder emplearlas unidas en una impetuosa agresión), abrieron uno de los lados, sacaron por él tenias sus tropas y acometieron tan valerosamente a los sitiadores, que los rechazaron y derrotaron.
Reglas que nunca deben olvidarse
Llegando al final del diálogo, Maquiavelo nos habla de algunas reglas generales que nunca de deben olvidar.
1.- Cuanto aprovecha al enemigo os perjudica, y viceversa
El que atienda más en la guerra a vigilar los intentos del enemigo y sea más constante en adiestrar su ejército, incurrirá en menos peligros, y con mejor fundamento esperará la victoria.
2.- No llevar jamás las tropas al combate sino después de averiguar sus disposiciones y comprender que van sin miedo y bien organizadas
No las comprometas en una acción sino cuando tengan la esperanza de vencer.
3.- Vale más vencer al enemigo por hambre que con las armas
El éxito de éstas depende más de la fortuna que del valor.
4.- Las mejores resoluciones son las que permanecen ocultas al enemigo hasta el momento de ejecutarlas
5.- Lo más útil en la guerra es conocer las ocasiones y saberlas aprovechar
6.- La naturaleza hace menos hombres valientes que la educación y el ejercicio
7.- En la guerra, vale más la disciplina que la impetuosidad
8.- Los que se pasan del campo contrario al vuestro, si permanecen fieles, son una gran conquista
Porque la fuerza del enemigo disminuye más por la perdida de los que huyen que por la de los que mueren, aunque el nombre de tránsfuga sea sospechoso entre quienes le reciben y odioso para los que deja.
9.- Cuando se ordena un ejercito en batalla, vale más tener detrás de la primera línea bastantes reservas, que desparramar las tropas por aumentar el frente de combate
10.- Difícilmente es vencido quien sabe conocer su fuerza y la del enemigo
11.- Respecto a los soldados, vale más el valor que el número, y a veces aprovecha más la posición favorable que el valor
12.- Las cosas nuevas y repentinas asustan a los ejércitos
Las ordinarias y lentas se estiman poco. Cuando el enemigo es nuevo, conviene que vuestras tropas lo conozcan por medio de algunas escaramuzas antes de empeñar una batalla decisiva.
13.- El que persiga desordenadamente al enemigo, después de derrotado, es porque quiere convertirse de victorioso en vencido.
14.- Quien no prepare las provisiones necesarias de víveres, será vencido sin pelear
15.- Es preciso escoger el campo de batalla según se tenga más confianza en la caballería que en la infantería, o viceversa
16.- Cuando quieras saber si ha penetrado algún espía en el campamento, ordena entrar a todos en sus tiendas
17.- Cambia tus disposiciones cuando adviertas que el enemigo las ha previsto
18.- Aconséjate de muchos respecto a lo que debes hacer, y de pocos en lo que quieres hacer
19.- El orden en los ejércitos se mantiene durante la paz con el temor y el castigo, y en la guerra, con la esperanza y los premios
20.- Los buenos generales sólo entablan batallas cuando la necesidad les obliga o la ocasión los llama
21.- Procurad que el enemigo no sepa vuestro orden de batalla, y cualquiera que ésto sea, haced que la primera línea pueda refugiarse en la segunda y ésta en la tercera
22.- Durante la lucha, no ordenéis a un batallón otra cosa que aquello a que está destinado
Porque esto produce incertidumbre y desorden.
23.- Los accidentes imprevistos se remedian con dificultad; los previstos, fácilmente.
24.- Los hombres, las armas, el dinero y el pan, son el nervio de la guerra(1)
Pero de estos cuatro elementos, los más necesarios son los dos primeros, porque los hombres y las armas encuentran el dinero y el pan; pero el pan y el dinero no encuentran armas y soldados.
25.- E1 rico desarmado es la recompensa del soldado pobre
26.- Acostumbrad a vuestros soldados a despreciar las comidas delicadas y los trajes lujosos
Estas son a grandes rasgos, todas las máximas que Fabrizio recomienda a aquellos que planean hacer una guerra.
Cualidades de un buen general
A gusto de Fabrizio, se deben inventar recursos oportunos, porque sin inventiva nadie puede llegar a ser grande hombre en su profesión, y si la invención honra en todas las cosas, en el arte militar es honrosísima; tanto, que los escritores celebran hasta inventos de poca monta, como se ve que alaban a Alejandro Magno que, para levantar el campo rápidamente, no daba la señal con las trompetas, sino poniendo un gorro sobre una lanza.
Asimismo se le alaba por haber ordenado a sus soldados que, al atacar el enemigo, arrodillasen la pierna izquierda para contener con mayor seguridad su empuje, y, alcanzada la victoria por este medio, tanto se le elogió, que todas las estatuas elevadas en su honor se ponían en esta actitud.
De todas las instituciones humanas, las militares son las que más se prestan a restablecer las reglas antiguas, pero sólo por príncipes de Estados tan importantes que puedan poner sobre las armas quince o veinte mil jóvenes. Por otra parte, ninguna reforma es más difícil a los que no pueden reunir tales fuerzas. Para que se entienda mejor el pensamiento, los generales llegan por dos caminos a ser lamosos: unos han realizado grandes cosas con tropas organizadas y disciplinadas, como la mayoría de los generales romanos, y de otros países que mandaron ejércitos, sin más trabajo que el de mantener la disciplina y guiarlos con acierto; otros, antes de ir contra el enemigo, se han visto precisados a organizar y disciplinar las tropas que habían de llevar a sus órdenes, y éstos son dignos, sin duda, de mayor alabanza que los autores de grandes empresas con ejércitos anteriormente formados y organizados.
Entre los que han tenido que formar sus ejércitos cabe citar a Pelópidas, Epaminondas, Tulio Ostilio, Filipo de Macedonia, el padre de Alejandro, Ciro, rey de Persia, y el romano Sempronio Graco. Todos estos se vieron obligados a formar el ejército antes de combatir con él; todos pudieron organizarlo no sólo por sus excelentes dotes, sino por tener súbditos en número suficiente para ejecutar sus designios. Por grande que fuera su talento y habilidad, jamás hubieran conseguido buen éxito en un país extranjero, lleno de hombres corrompidos, no acostumbrados a ninguna honrada obediencia, ni a nada digno de alabanza.
No basta hoy en Italia saber mandar un ejército organizado; es necesario, primero, saberlo hacer y después, saberlo mandar. Esto sólo es posible a los soberanos de extensos Estados y numerosos súbditos; no a mí, que siempre he mandado y mandaré soldados sometidos a un poder extranjero e independientes de la voluntad.
Gobernados por príncipes ignorantes, los italianos no han podido adoptar ninguna buena institución militar, y no obligándoles, como a los españoles, la necesidad, tampoco han sabido organizarse por sí mismos, llegando a ser vituperio del mundo.
Conclusión
Hemos llegado al final de este gran libro que es el arte de la guerra, y finaliza con un Maquiavelo más bien pesimista con respecto a la Italia de aquella época. Este texto servirá para los príncipes, por ejemplo a Mauricio de Orange-Nassau y Gusstavo II Adolfo de Suecia, y de hecho, todas las guerras antes de las guerras napoleónicas aplicarán estas mismas técnicas de guerra. Sin duda, un gran legado el que nos deja el filósofo florentino.