domingo, 6 de abril de 2025

Bullionismo


Bullionismo

Antes de que el mercantilismo se consolidara como la gran doctrina económica de la Edad Moderna, el bullionismo encendió la fiebre del oro en las cortes europeas. Esta visión primitiva pero poderosa sostenía que la riqueza de una nación dependía exclusivamente de la cantidad de metales preciosos que lograra acumular, impulsando políticas centradas en exportar más de lo que se importaba y evitar a toda costa la salida de oro y plata. El bullionismo no solo marcó el inicio de una nueva forma de pensar la economía, sino que preparó el terreno para el desarrollo posterior del mercantilismo, con una lógica donde la acumulación era sinónimo de poder y supervivencia en el escenario internacional.

Etimología

La palabra "bullion" tiene sus raíces en el francés antiguo, específicamente en el término "billon", que significaba "barra de metal precioso" o "lugar donde se acuñan monedas" (es decir, una casa de moneda o ceca). Este término francés deriva de "bille", que significa "palo" o "bloque de madera", y está influenciado por el verbo "boillir", que significa "hervir", proveniente del latín "bullire". La conexión con "hervir" se relaciona con el proceso de fundición de metales. El término pasó al inglés medio alrededor del siglo XIV como "bullion", refiriéndose al oro o plata sin acuñar.

Contexto

El bullionismo surgió en la Europa de los siglos XV y XVI, en un contexto donde las naciones buscaban consolidar su poder y riqueza. Esta doctrina económica identificaba la riqueza nacional con la acumulación de metales preciosos, especialmente oro y plata. La expansión colonial y el descubrimiento de América facilitaron la llegada masiva de estos metales, particularmente a España, lo que reforzó la creencia de que la prosperidad dependía de su acumulación.

Las cifras son ilustrativas: se estima que sólo entre 1492 y 1560 se extrajeron más de 100 toneladas de oro de las Américas, pero esa cantidad fue eclipsada por la plata: hacia el año 1600, alrededor de 25.000 toneladas de plata habían sido enviadas a España en las flotas del tesoro​. De hecho, la mina del Cerro Rico de Potosí (en el Alto Perú, actual Bolivia) llegó a ser considerada la fuente de plata más rica de la historia mundial: entre los siglos XVI y XVIII aportó cerca del 80% de la oferta global de plata​ 

Este flujo masivo de riqueza mineral apuntaló la economía española y estimuló la adopción del bullionismo: al tener acceso directo a oro y plata, la Corona española buscó atesorarlos y convertirlos en moneda para financiar sus empresas imperiales (guerras en Europa, construcciones, pagos a funcionarios y mercenarios, etc.)

El origen filosófico del bullionismo también supuso una ruptura con la mentalidad medieval. En la Edad Media, bajo la influencia de la escolástica, prevalecía la idea de que la economía era un juego de suma cero limitado por consideraciones morales (se condenaba la usura y la acumulación excesiva)​.

Se señalaba el aforismo: 

''La ganancia de una nación significaba necesariamente, la pérdida de otra''

Bajo esta premisa, los estados debían competir por acaparar la mayor porción posible de metales preciosos.

Por tanto, la acumulación de metales preciosos estaba estrechamente vinculada con la seguridad y la influencia internacional de un país. Este vínculo riqueza-poder fue destacado por autores de la época: por ejemplo, el francés Jean Bodin (1530-1596) –considerado mercantilista tempranero– sostenía que la fortaleza de un príncipe dependía de sus recursos económicos y financieros, y apoyó políticas para aumentar el tesoro real​.

Igualmente, el inglés Thomas Gresham (1519-1579), famoso por la Ley de Gresham sobre moneda, fue asesor de la Corona inglesa y propugnó medidas para mantener la plata dentro del país, entendiendo que la riqueza del reino se medía en metálico​.

Otro fundamento teórico del bullionismo fue la búsqueda de una balanza comercial favorable como mecanismo para obtener metales. Aunque en su forma más primitiva el bullionismo hacía hincapié simplemente en retener oro y plata, pronto se reconoció que la forma sana de lograrlo era vender más de lo que se compraba al exterior. Si un Estado lograba un superávit comercial, la diferencia positiva se saldaría en entradas netas de oro y plata desde otros países​

De ahí que los bullionistas insistieran en fomentar las exportaciones y restringir las importaciones: el comercio exterior se concebía como una competición donde el premio era el ingreso de metálico. En la teoría mercantilista clásica se formalizó este principio, pero ya los primeros bullionistas intuían la idea.

Operación

El bullionismo operaba bajo la premisa de que la riqueza y el poder de una nación se medían por la cantidad de metales preciosos, como el oro y la plata, que poseía.

Una nación rica sería aquella que lograra acumular en su tesoro la mayor cantidad de oro y plata posible, ya fuera en forma de monedas o lingotes. De ahí deriva el propio término (del inglés bullion, lingote): la acumulación de lingotes de metales preciosos era vista como la única riqueza verdadera​.

Para lograr este objetivo, los gobiernos promovieron activamente las exportaciones de bienes y servicios, incentivando la producción nacional orientada al comercio exterior. Simultáneamente, se impusieron aranceles elevados y restricciones a las importaciones, con el propósito de minimizar la salida de metales preciosos del país y proteger las industrias locales.

Además, se implementaron leyes que prohibían la exportación de oro y plata, buscando retener y aumentar las reservas internas de estos metales. El Estado también asumió un papel central en la regulación económica, supervisando el comercio, estableciendo monopolios y controlando la producción y distribución de bienes, todo ello orientado a consolidar la riqueza nacional en forma de metales preciosos.

Esta visión justificaba prácticas proteccionistas y colonialistas, con el objetivo de asegurar un flujo constante de metales preciosos hacia la metrópoli y mantener la supremacía económica en el escenario internacional.

Exponentes

​Thomas Milles

Thomas Milles (1550–1627) fue un funcionario de aduanas y escritor económico inglés, reconocido por su defensa del sistema de "staple" (que en inglés significa ''engrapar'') y sus críticas a las prácticas comerciales de su época. Nacido en Kent alrededor de 1550, Milles se desempeñó en diversos roles públicos, incluyendo misiones diplomáticas en Francia, Flandes y Escocia. En 1579, fue nombrado alguacil de Sandwich, Kent, y posteriormente ocupó el cargo de oficial de aduanas en la misma ciudad, posición que le permitió involucrarse profundamente en asuntos comerciales y económicos.

Un "staple" era un mercado designado por el gobierno donde ciertas mercancías, especialmente productos básicos como lana, cuero y estaño, debían ser obligatoriamente llevadas para su venta o exportación. Estos mercados estaban ubicados en ciudades específicas y operaban bajo estrictas regulaciones estatales, con el propósito de centralizar el comercio, facilitar la recaudación de impuestos y asegurar la calidad de los productos exportados.

Un ejemplo destacado es la ciudad de Calais, que, tras ser conquistada por Inglaterra en 1347, fue designada en 1363 como el principal puerto de "staple" para la exportación de lana y cuero. Esto significaba que toda la lana destinada al comercio exterior debía primero ser llevada a Calais, permitiendo al gobierno inglés controlar y gravar adecuadamente estas transacciones. Este sistema estuvo vigente hasta 1558, cuando Calais fue retomada por Francia.

Milles defendía la revitalización de este sistema de "staple". Argumentaba que centralizar el comercio en mercados específicos permitiría un mayor control estatal sobre las exportaciones, prevendría prácticas comerciales desleales y fortalecería la economía nacional al garantizar que los beneficios del comercio exterior se mantuvieran dentro del país.

Abogó por la implementación de un sistema de monopolio estatal en el comercio exterior de Inglaterra. Su propuesta se centraba en restringir el comercio de exportación a ciertas compañías y ciudades específicas, con el objetivo de centralizar y controlar las actividades comerciales del país. Milles consideraba que esta centralización permitiría una supervisión más efectiva de los comerciantes extranjeros y garantizaría que los beneficios del comercio internacional favorecieran directamente a la economía inglesa.

Además, Milles proponía la implementación de "estatutos de empleo" que obligarían a los comerciantes extranjeros a reinvertir en productos ingleses las ganancias obtenidas por sus ventas en Inglaterra, evitando así la salida de oro y plata del país. Criticaba duramente a los banqueros y a las compañías mercantiles reguladas, acusándolos de prácticas monopólicas que, según él, perjudicaban la economía nacional y socavaban la autoridad real.

Un ejemplo práctico: Imaginemos que en el año 1600, Inglaterra produce 10.000 fardos de lana para exportar.

Sin las propuestas de Milles, estos podrían ser vendidos y exportados libremente desde cualquier puerto del país (por ejemplo: Londres, Southampton, Liverpool), y el Estado no siempre sabría cuánta lana se vendió ni cuánto ingreso se obtuvo por ello.

Con la propuesta de Milles, solo 3 ciudades estarían autorizadas como "staple towns" para este comercio (por ejemplo: Bristol, York y Exeter).

Gerard Malynes 

Gerard de Malynes (1586–1641) fue un economista y comerciante inglés de origen flamenco, conocido por su defensa del bullionismo y su preocupación por el desequilibrio en la balanza comercial de Inglaterra. Fue una figura destacada en los debates económicos del siglo XVII, y sus ideas reflejan claramente las tensiones en torno al comercio internacional, el valor del dinero y el rol del Estado en la economía.

Malynes creía que la riqueza de un país debía medirse por la cantidad de metales preciosos que poseía, especialmente oro y plata. Para él, la pérdida de estos metales a través del comercio internacional era una amenaza directa a la economía nacional.

Malynes sostenía que los cambistas y banqueros manipulaban los tipos de cambio en perjuicio de Inglaterra. A través de transacciones internacionales, permitían la salida de metales preciosos de forma encubierta, lo que él consideraba una forma de saqueo económico. 

Proponía que el Estado debía fijar los tipos de cambio y controlar el comercio exterior para impedir el déficit de la balanza comercial. Creía que sin esta intervención, la economía quedaría en manos de intereses privados que no defendían el bien común.

El problema se puede presentar con un ejemplo práctico: Supongamos que un comerciante inglés vende lana inglesa al extranjero y gana £1.000. Con ese dinero, luego importa vino francés por £1.200Ese déficit de £200 debe pagarse con oro o plata, ya que el comerciante no tiene suficiente ingreso de exportación para cubrir su importación.

Malynes diría que el Estado está comprando más de lo que vende. Está generando una salida neta de riqueza, en su época oro/plata. Por lo tanto, El Estado debe fijar el tipo de cambio entre la libra y el euro para impedir que los comerciantes manipulen el mercado a su favor. Por ejemplo, en vez de que el euro valga £0,85 en el mercado libre, el Estado podría fijarlo a £0,90 si eso evita la salida de capital.

Si se importan más bienes de los que se exportan, se deberían imponer impuestos o cuotas para frenar las compras externas, obligando a los comerciantes a gastar dentro del paísSi un comerciante francés gana euros en Inglaterra, no puede simplemente llevarse el dinero; debe gastar ese dinero comprando productos ingleses.

Luis Ortiz

Luis Ortiz fue un economista y funcionario español del siglo XVI, consejero de Hacienda de Felipe II y una de las voces más lúcidas del pensamiento económico de su tiempo. Aunque su obra ha sido menos difundida que la de otros autores, es considerado un precursor del pensamiento económico moderno en España.

Ortiz compartía la preocupación por la salida de metales preciosos del país, como todo bullionista. Sin embargo, fue crítico con el mal uso que se hacía del oro y la plata procedentes de América. Observó que, en lugar de fomentar la producción nacional, esos metales se gastaban rápidamente en importar bienes del extranjero.

Ortiz propuso que el oro y la plata no debían ser el único fin de la economía, sino un medio para activar el trabajo, la agricultura, la manufactura y la industria dentro del país. Fue uno de los primeros en sostener que el trabajo es fuente de riqueza, adelantándose a ideas que luego recogería la economía clásica.

Recomendó políticas proteccionistas: reducir importaciones, desarrollar industrias locales y evitar la salida de dinero al extranjero. Su preocupación era que España, a pesar de ser rica en metales, se empobrecía al comprar bienes foráneos sin desarrollar su propia economía interna.

Para Ortiz, si España recibía 1.000 kilos de plata de América, y usaba 800 de esos kilos para importar telas de Flandes, especias de Asia o productos de lujo italianos, Ortiz consideraba que eso era una pérdida. En vez de fortalecer el país, se enriquecían los extranjeros.

Su solución era usar esa plata para invertir en agricultura, talleres, artesanos e industrias locales, generando empleo y riqueza sostenible dentro del reino. Entendía que la verdadera riqueza a largo plazo no podían ser sólo los metales, sino la capacidad de producir bienes (llegó a decir que “todos deben ponerse a trabajar, pues esos [oficios] constituían los verdaderos tesoros”)


Impacto del bullionismo

Las ideas bullionistas influyeron poderosamente en las políticas económicas de la Europa moderna, particularmente en el siglo XVI y comienzos del XVII. En ese periodo, reyes y ministros adoptaron medidas concretas inspiradas en la noción de que preservar y aumentar el oro y la plata era la clave del bienestar nacional. 

Portugal, poseedora de minas de oro en Brasil en el siglo XVIII, aplicó bullionismo al repatriar la mayor parte de ese oro a Lisboa (el cual, dicho sea de paso, terminó en buena parte en manos de Inglaterra a cambio de bienes manufacturados, en virtud del tratado de Methuen de 1703). Los principados italianos, aunque menos influyentes, también mostraron rasgos bullonistas: por ejemplo, en la República de Venecia se dictaban leyes contra la exportación de oro, y en Estados como los de la Iglesia se acumulaban tesoros para gastos bélicos.

En general, el impacto político del bullionismo en Europa fue impulsar un alto grado de proteccionismo económico y regulación estatal. Los gobiernos veían su misión económica primordial como acumular reservas y proteger el tesoro nacional. Esto a menudo condujo a economías cerradas, tarifas elevadas y tensiones comerciales entre países (pues cada uno buscaba superar al vecino en acopio de oro). También fomentó la carrera colonial: quien no tenía minas dentro de su territorio procuró obtener colonias que las tuvieran o, en su defecto, dominar rutas comerciales para desviar el flujo de riqueza hacia sí.

Finalmente, a nivel interno, el bullionismo influyó en las finanzas públicas: Muchos estados crearon tesoros o depósitos para emergencias (por ejemplo, reservas de oro para financiar guerras inesperadas). España mantuvo durante un tiempo un “tesoro de guerra” (que se agotó rápidamente en conflictos). Inglaterra, tras la Gloriosa Revolución, estableció el Banco de Inglaterra (1694) y aunque eso marca la transición a un sistema de crédito más moderno, inicialmente el banco garantizaba sus billetes con depósitos de oro y plata, idea heredera del bullionismo​. En Francia, antes de John Law (que introdujo papel moneda con desastrosos resultados en 1720), también se confiaba en metálico; de hecho, Law fue criticado por romper la ortodoxia metálica.

En Inglaterra, la polémica Malynes–Misselden–Mun en las décadas de 1620-1630 mostró un primer choque de visiones: Malynes (bullionista puro) fue refutado por Edward Misselden y luego por Thomas Mun, quienes reconocieron la importancia de las leyes del comercio. Misselden argumentó que si Inglaterra perdía oro era porque importaba demasiado y exportaba poco, no por conspiraciones de banqueros; Mun fue más allá y razonó que sacar oro podía ser necesario para obtener ganancias mayores (anticipando la idea de inversión de capital en el exterior para beneficios futuros).

Así, Mun criticó la miopía de prohibir cualquier exportación de bullion y se convirtió en un precursor de una visión más liberal del comercio, aunque aún mercantilista en objetivos.

La crítica frontal y definitiva al bullionismo llegó en el siglo XVIII con los economistas fisiócratas y clásicos (liberales). Los fisiócratas franceses como François Quesnay (1694-1774) y Anne Turgot (1727-1781) rechazaban el mercantilismo en general: para ellos, la riqueza provenía de la producción (especialmente agrícola) y no del comercio o la acumulación monetaria. Abogaban por el laissez-faire y la eliminación de trabas al comercio, con lo que negaban la utilidad de amasar oro si eso implicaba restringir la economía. Turgot en particular desmontó la idea de que el dinero es la única riqueza, mostrando que es un medio de intercambio y que la prosperidad real viene del trabajo y la tierra.

Pero el crítico más famoso fue sin duda Adam Smith. En 1776, Smith publica “La Riqueza de las Naciones”, obra fundacional del liberalismo económico, donde dedica largas páginas a criticar el sistema mercantilista, al que él llamó despectivamente “sistema mercantil o sistema del comercio”. Smith argumentó que los mercantilistas confundían dinero con riqueza, una falacia según la cual acumular oro equivaldría a ser próspero​.

Por el contrario, Smith sostenía que el verdadero indicador de la riqueza de una nación era el producto anual de su tierra y trabajo, es decir, la cantidad de bienes y servicios que producía (lo que hoy llamaríamos PIB). En su análisis, el oro y la plata eran simplemente mercancías más, útiles como medio de cambio pero sin valor intrínseco superior a otros bienes​.

Criticó mordazmente las políticas bullionistas: mencionó cómo España y Portugal, a pesar de todo su afán de acumular metales, no lograron una prosperidad sostenible y vio esas políticas como ejemplos de la mala dirección de la economía por los gobiernos​

Smith también introdujo la idea de que el comercio internacional no es un juego de suma cero, refutando la creencia mercantilista: todas las naciones pueden beneficiarse del intercambio si se especializan y comercian libremente, en lugar de pensar que sólo ganando oro de los otros se progresa​.

Otro crítico importante fue el filósofo-economista David Hume, contemporáneo de Smith. Hume, en su ensayo “Of the Balance of Trade” (1742), presentó el mecanismo del flujo monetario de especie. Allí explicaba que si un país acumulaba mucho oro (por superávit comercial o conquistas), su oferta monetaria crecía, los precios internos subían, lo que hacía menos competitivas sus exportaciones y más baratas las de sus vecinos, hasta que inevitablemente el oro comenzaba a fluir hacia fuera para comprar bienes más baratos extranjeros, restaurando el equilibrio​.

Esta teoría demostraba que tratar de atesorar indefinidamente metales era fútil, pues las fuerzas de mercado tenderían a redistribuirlos; en otras palabras, “la riqueza no se puede clavar en el suelo” – una crítica directa a la idea bullonista de retener el oro como riqueza permanente. Hume concluía que la mejor política era dejar que el comercio se autorregule, sin interferir con prohibiciones de exportar oro, ya que el oro circularía donde hiciera falta de acuerdo con la actividad económica real​.

Con estas contribuciones, el liberalismo económico clásico demolió intelectualmente los postulados bullionistas. Para finales del siglo XVIII, en Gran Bretaña y en Francia las políticas mercantilistas estaban siendo fuertemente cuestionadas (en Francia, la Revolución de 1789 eliminó el monopolio colonial y abrió la economía; en Gran Bretaña, a inicios del siglo XIX, se inició una era de librecambio desmontando las viejas leyes mercantilistas). En España, la transición fue más lenta, pero pensadores ilustrados como Gaspar Melchor de Jovellanos (1744-1811) abogaron por la libertad de comercio y criticaron las ataduras del sistema colonial y gremial. Tras la independencia de las colonias americanas (1820), España y otras potencias europeas se vieron obligadas a modernizar sus economías sin los influjos fáciles de metales, adoptando gradualmente políticas más liberales.

Conclusión

En resumen, el bullionismo pasó de ser una doctrina casi indiscutida en el 1600, a ser ampliamente refutada en el 1800. Sus críticos demostraron que la riqueza de las naciones no consiste sólo en lingotes, y que la obsesión por el oro podía ser perjudicial. La economía política evolucionó hacia entender conceptos como renta nacional, producción, ventaja comparativa y dinero fiduciario, todos incompatibles con la simple acumulación metalista. 

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