Siguiendo con los temas relativos a la Carta del Adiós, Tratado sobre el intelecto agente y el Tratado sobre la unión del intelecto con el hombre, Avempace continuará hablando sobre el hombre y su relación con el intelecto agente, esta vez hablando sobre el fin del hombre. Si bien podemos intuir con facilidad cuál es el fin del hombre, si hemos leído los textos anteriores, es necesario ver el método que nos describe. Veamos el fin del hombre en Avempace.
SOBRE EL FIN DEL HOMBRE
El movimiento y lo infinito
Avempace empieza primer explicando algunas cosas sobre el movimiento para después analizar el fin del hombre. Nos dice que existen cosas que están en lugares y tiempos, como pueden ser los cuerpos y los inteligibles respectivamente.
En primer lugar, el filósofo nos habla sobre el movimiento. Son continuos todos los movimientos y los que son continuos en relación al tiempo, por ejemplo, los generables y corruptibles.
Todo lo que es continuo tiene partes; ahora bien, lo que es continuo o es generable o no lo es. Lo que no es generable, o bien se hallan sus partes todas a la vez, como es solamente el caso de los cuerpos celestes, o sus partes no se dan simultáneamente y a la vez. Para comprobar esto, Avempace nos ofrece un ejemplo silogístico:
- Tengamos una línea de A a B, que tiene un número ilimitado de partes (A, Y, D, H, B. D)
- Cuando se da Y, es que necesariamente ha habido ya A
- Cuando ha habido D, forzosamente ha habido Y y así del resto de las partes
Las potencias activas y las pasivas son la causa de la existencia y es por ellas por lo que algo existe. Veamos las potencias activas humanas, pues las pasivas pueden ser materiales o animales y el hombre es demasiado excelso como para que se le relacione con ellas. La facultad de aprender es una potencia pasiva, pero bajo otro aspecto. Avempace dice que no es el propósito de este discurso resumir todas ellas, sino solamente aquello que conviene comprender.
La potencia activa es como el arte de la gramática, por la cual se hace la gramática. Se persigue una perfección que luego se detiene. La repetición de su acto, únicamente se lleva a cabo con el alma apetitiva y con la opinión. Ahora bien, lo que es por causa del alma apetitiva, es como lo que hace el agente que únicamente desea hacer. Es evidente que el alma apetitiva desea algo perpetuo o algo en cuanto que es perpetuo. A este deseo se le llama actividad y la privación de este deseo es pereza, apatía y otras cosas parecidas.
Con este deseo se lleva a cabo el acto que produce la perpetuidad a partir de las potencias. Este deseo es puramente animal no siendo en absoluto privativo del hombre. Por eso, todo el que hace un acto cualquiera de esta manera, realiza un acto animal. Es evidente que el hombre, cuando actúa de esta forma, únicamente actúa no en cuanto que es hombre sino en cuanto que es animal dotado de imaginación humana. Y es claro que de la eternidad únicamente consigue esta cantidad, a saber, sólo la cantidad de perpetuidad que se ha concedido a las facultades animales.
El que actúa por opinión únicamente lo hace en cuanto hombre, y es ahí cuando cae en el circulo de la perpetuidad, sin llegar a ningún fin. Habrá, por tanto, un fin que se busca por sí mismo y que, cuando se consigue, es suficiente.
Estos fines difieren según sean las naturalezas de los individuos humanos. En efecto, entre la gente, hay quien se prepara sólo para la zapatería, y quien se dispone para otras cosas.
En efecto, el fin humano es uno solo, el cual es el principal, estando cada uno de los otros fines, sean cuales sean, subordinados a éste. El hombre señor por naturaleza es el que se prepara para este fin. Y quien no se prepara para este fin, está por naturaleza gobernado. Por eso hay gentes que están por naturaleza gobernadas y las hay quien tienen el señorío por naturaleza. Unos dominan a los demás y otros son dominados por otros. Este fin es alcanzar la ciencia especulativa, de este modo el hombre se alcanza a sí mismo.
Cuando se da un acto dirigido hacia este fin, surge de la opinión y de algo eterno. De este modo, se da también la eternidad en el sujeto que actúa así en la medida en que se aproxima a ella. Bajo este aspecto, aquel acto es eterno por su esencia, porque aquello en que se basa es eterno, ya sea próxima o remotamente. El alma impulsiva, puesto que está privada de esta especie de perpetuidad, ansia lo que se le asemeja y repite el acto.
La opinión y el alma apetitiva desean ambas la perpetuidad, sólo que la opinión la desea por sí misma y el apetito desea lo que se le parece. La opinión no es recta por sí misma pero se hace perfecta o se da cuenta de este fin que es perpetuo, pues el ser ansia la perpetuidad.
El alma apetitiva se sirve de la naturaleza. Por eso le alcanza el aburrimiento y el tedio cuando no le favorece la naturaleza, pues la naturaleza no es simple, razón por la cual no permanece en un solo y mismo estado. Por causa de la naturaleza, el animal necesita de reposo, y por causa del alma apetitiva se queja el hombre de que el reposo perdure. Estas dos formas son corruptibles y no son eternas. Por eso el alma apetitiva no es consciente de la perpetuidad sino de lo que se le parece.
La opinión recta por su esencia, no por accidente, desea lo perpetuo por sí mismo. Pero la opinión a veces no es recta en sí misma, y sin embargo lo es, por accidente, para quien la profesa. Por ejemplo, las opiniones de los astutos y de los embusteros.
En efecto: la opinión de éstos es recta de acuerdo con los propósitos que se fijan, pero no lo es por sí misma, porque el fin perseguido con ella es falso e inicuo. Estas opiniones a veces son rectas relativamente pero no de forma absoluta. Tal es el caso de la coloquíntida pues ella es útil para los flemáticos, no siendo útil de forma absoluta. En cambio, el pan y la carne son útiles de forma absoluta y según la naturaleza. Del mismo, modo, a veces, la opinión recta de forma relativa puede ser recta de modo absoluto, siendo entonces enteramente buena. Puede ser también la opinión relativamente recta sin que lo sea de modo absoluto, siendo entonces buena bajo un aspecto y mala bajo otro. El hombre, naturalmente, sólo conoce la opinión relativamente recta, pero no conoce la rectitud absoluta, salvo los sabios después de haberse dedicado a la perfección del hombre.
A este punto, Avempace hace un comentario a su interlocutor:
''¿Acaso, oh hermano piadoso, cuando reflexionas sobre lo que te he dicho antes y lo relacionas con el resto de las cosas que sabes, y reflexionas todas las cosas, no te es evidente que el ser se predica de manera equívoca, no unívocamente, con respecto a los dos estados del hombre?''
Las opiniones relativamente rectas están en esta especie de actos y pueden ser rectas, a veces, de modo absoluto. Y en esta especie entra el aprender y el descubrir. Éstas, puede que no sean rectas ni absolutamente ni relativamente, sino que se trata o bien de un juego y distracción, o de una fatiga y futilidad. A veces pueden constituir también una alegría.
La más elevada de las categorías de modo de vida bien conocido es aquélla cuyo poseedor es capaz de ejecutar aquello a lo que le conduce el alma apetitiva; a saber, cuando el alma apetitiva busca la forma estimativa antes de que ejecute su sentencia de cólera contra cualquier individuo que le salga al encuentro, y que logre cualquier individuo que desee, bien sea en tanto individuo por sí mismo, siendo entonces movido por la forma imaginativa, bien sea en tanto que individuo de la especie, siendo en tal caso movido por la forma intermedia. Lo que se parece a esto no es difícil valorar. Pues la excelsitud y perfección en estos tales consiste en el dominio del alma apetitiva y en su liberación de sus ataduras.
Por eso, aquél a quien alcanza este nivel muere como los reyes antiguos, los cuales dominaron la mayor parte del mundo habitado, partiendo de sus primitivas situaciones, y no sacaron ningún provecho de sus acciones ni de sus vidas ni de sus amplios poderes victoriosos y gran fortuna. Por eso muere la mayor parte de ellos en estado de angustia por aquello a lo que llegan y con tristeza por la pérdida de lo que han tenido. Les sobreviene el trabajo y la fatiga al afanarse el alma apetitiva con el cansancio de los instrumentos naturales. El recuerdo de aquellas ilusiones pasadas queda en sus almas y su idea les hace llorar lamentándose de ello.
El hombre que se ocupa de la opinión recta de modo absoluto, tan sólo desea su alma apetitiva o bien la forma intermedia en cuanto que está conectada con la cosa eterna, o deseando la cosa eterna por sí misma.
Ahora bien, una cosa es querer una cosa por la repetición en el sentido de querer realizar una obra por otra cosa que el bien. A esto se le llama una repetición ordinaria y que puede ser infinita. Pero otra cosa es realizar aquellas conductas dirigidas hacia lo eterno. En efecto, cuando el carpintero repite el golpe con el hacha, no se trata de una repetición sino de una parte del trabajo.
Así, participa en algunas de sus acciones del hombre que actúa por el alma bestial, en la manera en que participa el hombre piadoso con el hipócrita. En efecto, ambos se alzan, se humillan y recitan las oraciones. Sin embargo, la acción del piadoso es oración y la del hipócrita no es oración, en absoluto, sino algo parecido. Por eso se llama a la acción de ambos oración de manera equívoca.
Cuando el hombre alcanza la perfección de sus actos, finalmente se libra de la naturaleza y del sufrimiento del alma.
Finalmente, Avempace se propone hablar de la perpetuidad, pero la obra termina abruptamente.
Conclusión
Por las obras que hemos visto anteriormente, podemos verificar que se reiteran las ideas con respecto a los ideales del hombre. Sin duda que no existe nada que pueda hacer cambiar de opinión a Avempace con respecto al intelecto, el hombre debe dirigirse hacia él. Debe observar aquello que es superior a él, siguiendo la eternidad y los actos que se derivan de ella.