Martín Lutero no solo se dedicó a las cuestiones de carácter religioso y político, sino que también abordó el tema del comercio. Crecía el incipiente capitalismo, y en su mayoría, los filósofos condenaban el préstamos con intereses. Para los teólogos, el interés era un pecado y en consecuencia estaba condenado; lo comparaban con el hurto callejero y el asesinato. Sin embargo, la iglesia y los grandes monopolios de entonces transgredían estos principios diariamente en la práctica. Lutero con agudo sentido observó esta situación y comenzó a analizarla. Veamos lo que nos trae.
Comercio y usura
Para Martín Lutero, que el comerciante esté fuera del pecado es algo muy improbable. Se lee en el Timoteo:
''La raíz de todos los males es el amor al dinero''
(1 Timoteo 6:10)
Sin embargo, el nivel al cual se ha generalizado el amor al dinero es basto, aunque hay todavía algunos que prefieren ''ser pobres con Dios que ricos con el diablo''.
Mas no puede negarse que comprar y vender es algo necesario, de lo cual no se puede prescindir, y bien puede usarse cristianamente, sobre todo en las cosas que sirven para un fin necesario y honorable. También los patriarcas vendían y compraban ganado, cereales, mantequilla, leche y otros bienes. Son dones de Dios que él da de la tierra y los reparte entre los hombres.
Pero el comercio exterior, que trae mercancías de Calcuta de la India y de otras partes, tales como preciosos tejidos de seda y artículos labrados en oro y especias que sólo sirven para el lujo y no prestan utilidad alguna, sino que absorben el dinero del país y de la gente, no deberían admitirse si tuviésemos gobierno y príncipes.
Alemania ha tenido que sustentar con su propio oro a los demás países. Son las ferias de Frankfurt las que sirven como abertura para que se escape el capital a los otros países. Alemania tiene una gran deuda que podría acabarse tapando la fuga de dinero que sale de Frankfurt; pero Lutero no hablará de este tema porque esto concierne a los príncipes. El reformador nos hablará del comercio en cuanto atañe a la consciencia y al buen cristiano.
La máxima del comerciante
De acuerdo con Lutero, entre los comerciantes existe una máxima que declaran como un derecho:
''Venderé mi mercancía tan caro como pueda''
Esta convicción es lo que llevaría a la avaricia y le abre las puertas del infierno al comerciante. Si esto es así, entonces al comerciante no le importa el prójimo, y en consecuencia, se atenta gravemente contra del derecho natural. El comercio, considerando todo esto, no sería más que robar y hurtar a los demás.
Cuando el avaro sabe que a la gente le hace falta su mercadería o que el comprador es pobre y necesita de ella, lo aprovecha y aumenta el precio. Entonces no se fija en la calidad de la mercadería o en la debida retribución por su trabajo y riesgo, sino simplemente en la penuria e indigencia de su prójimo, no con el fin de remediarlas, sino para aprovecharse en beneficio propio, aumentando el precio de la mercadería, el cual dejaría de acrecentar si no existiese la inopia del prójimo. Cuanto mayor sea la estrechez del semejante, más cara pondrá la mercancía.
La necesidad del prójimo es la base de la valorización y apreciación de la mercadería. En este sentido, la mercadería no se les está vendiendo tal como es, sino con el agregado de que necesita de ella.
Por lo tanto, la máxima de los comerciantes debería ser esta:
''Venderé mi mercadería tan cara como deba o como sea justo y equitativo''
Sin embargo, la pregunta es ¿a qué precio se debe vender? Lutero nos dice que esto no puede establecerse por escrito o por palabra. Nadie se ha propuesto fijar el precio de cada mercancía, ni aumentarlo ni rebajarlo. La causa es la siguiente: No todas las mercaderías son iguales.
Una se trae desde más lejos que la otra. Una origina más gastos que la otra. De esta manera, todo es y debe quedar incierto. No puede establecerse nada fijo. Lo mismo como no puede puntualizarse una sola ciudad determinada de donde se traen todas las mercancías. Ni se pueden señalar los gastos fijos que ocasionan.
En consecuencia, la mejor manera y más segura sería que la autoridad secular nombrase e instituyese personas sensatas y honradas para calcular todas las mercaderías con sus gastos, y, de acuerdo con ello, fijar costo y precio máximo que podrían valer de manera tal que el comerciante gane lo que debe para vivir de ello decentemente.
Sin embargo, Lutero dice que para este régimen que se establece Alemania no está preparada. No da las razones concretas, pero dice que es más oportuno y mejor avaluar la mercadería como el mercado común lo da y toma o como es costumbre dar y tomar en el país. En este sentido puede aplicarse el proverbio: "Haz como los demás y no harás disparates".
Ahora bien, ¿qué ocurre cuando no ha sido fijado el precio por la autoridad ni por la costumbre? Lo único que queda es encomendarlo a la conciencia, buscando no sobrecargar al prójimo ni el lucro excesivo. El sustento debe ser equitativo.
Por otro lado, Lutero no quiere ser exigente con el comerciante, demandando un precio exacto, pues sabe que esto es imposible. Solo basta que trate de buena conciencia dar con el precio justo.
Para explicar esto, Lutero pone un ejemplo:
''Supongamos que tienes un comercio que asciende a cien ducados por año. Si más allá de todos los gastos y una retribución justa, ganada por tu esfuerzo, trabajo y riesgo, tomaras un ducado o dos y tres de más, eso lo llamo una falta en el comercio, difícil de evitar, máxime cuando se trata de tráfico por un año''
Este es un pecado inevitable que tienen todos, porque se realiza por necesidad y no por avaricia. Este pecado debe llevarse con un padrenuestro a Dios.
En cuánto debe estimarse la retribución que se gana de semejante comercio y trabajo no se puede calcular e inferir mejor que cuando se valúa el tiempo y la magnitud del trabajo y se comparan con los de un jornalero que trabaja en otra ocupación y se fija en lo que gana en el día. Después se calcula cuántos días se ha molestado en buscar y adquirir la mercancía y cuánto ha trabajado y el riesgo que ha corrido en este negocio. Pues a gran trabajo y mucho tiempo les corresponde también mayor retribución.
La figura del fiador
Una de las cuestiones más graves que considera Lutero es la situación de los fiadores. Esta figura es rechazada en varios pasajes de las Escrituras:
''Hijo mío, si salieres fiador por tu amigo, has comprometido tu mano, te has enlazado con las palabras de tu boca, y has quedado preso en los dichos de tus labios. Haz esto ahora, hijo mío, y líbrate, ya que has caído en la mano de tu prójimo. Anda, corre e insiste ante tu amigo. No des sueño a tus ojos, ni a tus párpados adormecidos; escápate como gacela de la mano del cazador, y como ave de la mano del pajarero''
(Proverbios 1:6)
"Quítale su ropa al que salió fiador del extraño y toma prenda de él por causa del extraño"
(Proverbios 20:16)
"No seas de aquellos que comprometen su mano, ni de los que salen por fiadores de deudas"
(Proverbios 22:26)
De esta manera está ordenado por la Escritura que nadie salga fiador por otros salvo el caso de que sea capaz, y absolutamente dispuesto a hacerse cargo de la deuda y a pagarla.
Pero ¿por qué se reprueba tanto al fiador? Salir fiador es un asunto demasiado elevado para el hombre. No le corresponde, puesto que usurpa con temeridad el dominio de Dios. La Escritura prohíbe tener fe en hombre alguno ni confiar en él, sino que hay que fiar sólo en Dios; porque la naturaleza humana es falsa, vanidosa, mentirosa e insegura, como dice la Escritura y como también la experiencia diaria enseña.
¿Cómo es posible comerciar? Hay ciertas disposiciones que hacen que el cristiano se aleje de comerciar desde el punto de vista espiritual.
- Tolerar que quiten y roben: "Al que quiera quitarte la túnica, déjale también la capa y no pidas que te la devuelva" (Mateo 5:40)
- Dar gratuitamente a todo el que lo necesita: ''Al que te pida, dale'' (Mateo 5:42)
- Dar los bienes, recuperándolos cuando los devuelvan, debiendo darlos por perdidos cuando los traen: ''Y si prestáis a aquellos de quienes esperáis recibir, ¿qué mérito tenéis? Porque también los pecadores prestan a los pecadores, para recibir otro tanto'' (Lucas 6:34)
Luego tenemos el cuarto modo:
- Comprar y vender por dinero al contado o pagando mercadería por mercadería
- Vender sus mercancías a crédito y a plazo más caro que al contado: Aumentan el precio por la sola
causa de tener conocimiento de que de la respectiva mercancía no hay más
existencia en el país o de que dentro de poco no llegará, pero que es un
artículo imprescindible. Estos son pillos sórdidos que sólo se fijan en la
necesidad del prójimo, pero no para ayudarle, sino para mejorar así su propia
situación y enriquecerse con el perjuicio del prójimo. Todos son manifiestos ladrones, salteadores y
usureros.
- Monopolio: Algunos compran toda la existencia de un artículo o mercadería en un país o en una ciudad para tener ellos solos en su poder semejante partida. Después ponen el precio, lo aumentan y dan la mercancía como quieren o pueden. Antes se ha dicho que es mala y no cristiana la regla de vender su mercadería tan cara como uno quiera o pueda. Más execrable es que alguien compre para ese fin la existencia de un artículo. Las leyes imperiales y temporales prohíben también y lo llaman monopolio. Son compras egoístas. Los príncipes y señores deberían prohibirlas y castigarlas si quieren desempeñar bien sus funciones. Tales comerciantes proceden como si las criaturas y bienes de Dios hubieran sido creados y dados para ellos solos, y como si pudiesen quitarlos a los demás y ponerles precio a su antojo. La autoridad secular haría bien en quitarles todo lo que tienen y expulsarlos del país.
- Alimentarse en la calle: Uno vende al otro la mercadería que él mismo no
posee, no teniendo sino palabras en la bolsa. Se procede así: Viene un comerciante foráneo a
verme y me pregunta si tengo en venta tal o cual mercancía. Digo que sí, aunque no la tenga, y se
la vendo por diez u once ducados, aun cuando en otra parte se compra la misma por nueve
ducados o menos. Convengo que dentro de dos o tres días le entregaré la mercadería. Mientras
tanto voy y compro esta mercancía donde sabía de antemano que la adquiriría más barato de lo
que la doy al interesado. Se la entrego y él me la paga. De esta manera negocio con el dinero del
otro sin riesgo, esfuerzo y trabajo, y me enriquezco
Otro ejemplo de esto es el siguiente: Un comerciante tiene la bolsa llena de dinero y ya no quiere afrontar aventuras con sus bienes por tierra o mar, sino desea tener un comercio seguro. Entonces se radica para siempre en un gran emporio comercial. Se enteró de que hay un negociante apremiado por sus acreedores que precisa dinero para pagarlos y no lo tiene, pero posee todavía mercadería buena. Entonces busca una persona por su parte para que compre la mercancía, ofreciendo ocho ducados mientras en otra parte bien vale diez. Si el comerciante no quiere, le manda otro que le ofrece seis o siete ducados. El pobre hombre llegará a temer que el precio de la mercadería esté bajando. Así estará contento de obtener ocho ducados para conseguir dinero en efectivo y no sufrir un daño demasiado grande y la ignominia. También sucede que por su cuenta comerciantes apremiados acuden a semejantes tiranos y les ofrecen la mercancía para conseguir el dinero efectivo que les permita pagar. Entonces los aprietan hasta que obtienen la mercadería a un precio suficientemente bajo y después la venden como quieren. Semejantes usureros se llaman asesinos y estranguladores. Empero los consideran grandes y hábiles personajes - Otro tipo de monopolio: Tres o cuatro comerciantes tienen en su poder
una o dos clases de mercaderías, las cuales otras personas no tienen o no venden. Cuando
advierten que semejante artículo está por valer más cada día, es más caro a causa de una guerra o
un desastre, entonces unen sus fuerzas y cuentan a otros que hay gran demanda de esta
mercadería y que no hay muchos que la tengan en venía. Pero si hay varios que tienen mercancía
de esta clase mandan como testaferro a un extraño para que compre toda esa mercadería. Cuando
tienen en su poder toda esta mercancía, celebran un convenio estipulado: ya que no hay más de
esta mercadería, la venderemos a tal o cual precio. Quien la da más barato, pagará una multa
convencional de tanto y tanto.
Esta artimaña la practican más frecuentemente y con mayor descaro los comerciantes ingleses al vender paños ingleses o londinenses. Afirman que tienen un consejo especial parecido a un concejo de una ciudad. A este consejo deben obedecer todos los ingleses que venden paños ingleses o londinenses bajo una multa establecida. Por tal consejo se determina a qué precio deben vender los paños, en qué días y, horas deben vender o no. El presidente se llama courtmaster y es poco menos respetado que un príncipe. Ahí ves qué puede ser la avaricia y lo que se atreve a emprender - Créditos y compras: Vendo a alguien a seis meses de plazo, pimienta o algo parecido. Sé que él a su vez tiene que venderla enseguida para conseguir dinero en efectivo. Entonces voy o mando a otro y vuelvo a comprar la pimienta al contado, pero de tal manera que lo que él me compró a mí por doce ducados, se lo compro por ocho, mientras que el precio común es de diez. De este modo se lo compro por dos ducados más barato de lo que es el precio de plaza y él me lo compró en dos ducados más de lo que es el mercado común. Él lo hace para conseguir dinero y conservar el crédito. De otra manera pasaría vergüenza y nadie le fiaría más
- Huir del acreedor: Cuando más me conviene o si mis acreedores no me dejan en paz, cierro mi casa, voy y huyo. Me escondo en cualquier monasterio, donde estoy libre como un ladrón o asesino en el cementerio. Entonces mis acreedores están contentos de que no huya del todo del país y me rebajan la mitad o un tercio de toda mi deuda, y debo pagar el resto dentro de dos o tres años. Me lo prometen bajo documento sellado. Así vuelvo a mi casa y soy comerciante que con su huida ganó dos o tres mil ducados, que de otra manera no habría ganado corriendo y trotando. O cuando veo que esto no resulta y noto que tengo que huir, me dirijo a la corte del emperador o a sus lugartenientes. Allí puedo conseguir por cien o doscientos ducados un quinquennale (moratoria), es decir, un documento sellado del emperador gracias al cual durante dos o tres años estaré libre de todos mis acreedores, porque según mis manifestaciones he sufrido grandes pérdidas, para que el quinquennale tenga la apariencia de que se trata de algo justo y divino.
- Captación de intereses: Un ciudadano da a un comerciante dos mil ducados por seis años. Con éstos el comerciante ha de negociar ganando o perdiendo, y debe pagar al ciudadano doscientos ducados de interés fijo por año. Lo demás que gana es suyo. Si no gana nada, debe pagar también los intereses. El ciudadano no le presta al comerciante un gran servicio. Pues el comerciante cree poder ganar trescientos ducados con dos mil. Por otra parte, el comerciante presta un gran servicio al ciudadano, puesto que de otra manera su dinero sería capital muerto y no produciría beneficio alguno. Que esa práctica común es injusta y una verdadera usura lo he demostrado suficientemente en mi sermón sobre la usura
- Tretas: Cuando algunos advierten que el comprador es inseguro y no cumple dentro de los plazos fijados pueden cobrar astutamente de la manera siguiente. Le encargo a un comerciante extraño que vaya y compre su mercadería, sea por cien ducados o algo parecido y le digo: cuando hayas comprado toda su mercadería, prometes darle dinero efectivo y girar contra un deudor seguro. Cuando tengas la mercadería me lo traes a mí como tu deudor y simulas no saber que él me debe. Así cobro y a él no le doy nada.
- Mercancías adulteradas: colocar o depositar ciertas mercaderías, como pimienta, jengibre y azafrán en bóvedas o sótanos húmedos para que aumenten de peso. También venden paños de lana, seda, pieles de marta y cebellina en bóvedas y tenduchos oscuros y no dejan entrar aire, como es costumbre general, de modo que para cada mercadería se sabe hacer un aire especial. Además, no hay mercancía de la cual no se sepa sacar una ventaja especial, ya sea al medir, contar, con vara, medida o peso. O sino le da un color que de por sí no lo tiene, o coloca lo más lindo arriba y abajo y lo peor al medio, de modo que es un engaño que no tiene fin. Ningún comerciante puede confiar en el otro más allá de lo que vea y toque
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