sábado, 6 de diciembre de 2025

Plutarco - Moralia (Cómo sacar provecho de los enemigos)

Plutarco nos invita, en este brillante tratado, a mirar el conflicto desde un ángulo inesperado: el enemigo como maestro involuntario. A través de una carta inicial a Cornelio Pulcher y un exordio que fija el tono, el autor despliega una idea audaz: los adversarios, lejos de ser obstáculos, pueden convertirse en los más rigurosos artesanos de nuestro carácter. Sus críticas nos fuerzan a la sobriedad, sus ataques nos exigen control, y su vigilancia constante nos obliga a vivir con mayor virtud que nunca. En esta obra —alimentada por ecos cínicos y peripatéticos— Plutarco muestra que los enemigos son espejos severos, capaces de revelar nuestros defectos y de templar nuestro ánimo mejor que muchos amigos. Convertir la hostilidad en ocasión de excelencia: esa es la sorprendente lección que este tratado pone en nuestras manos.

CÓMO SACAR PROVECHO DE LOS ENEMIGOS

Capítulo 1. La inevitabilidad del enemigo y su función en la vida política

Plutarco inicia su tratado dirigiéndose a Cornelio Pulcher, a quien reconoce por haber adoptado un estilo de gobierno suave, útil para el Estado y agradable para quienes tratan con él. Sin embargo, incluso un político moderado no puede escapar a la enemistad: la vida pública, afirma Plutarco, produce envidia, celos y rivalidades con la misma inevitabilidad con que un territorio produce animales salvajes. La anécdota de Quilón —que preguntaba si quien dice no tener enemigos carece también de amigos— subraya que la enemistad es un fenómeno social ligado inseparablemente a la amistad y a la participación activa en la comunidad. Con esta base, Plutarco recurre a Jenofonte, quien enseñaba que el hombre inteligente sabe sacar provecho incluso de los enemigos. A partir de esa idea, el autor presenta el tratado como un complemento práctico a sus Preceptos políticos, orientado a mostrar no solo cómo evitar el daño, sino cómo convertir la enemistad en instrumento de fortalecimiento moral.

Capítulo 2. Convertir lo adverso en recurso: metáforas naturales y ejemplos filosóficos

En la segunda parte, Plutarco despliega una serie de comparaciones que ilustran cómo aquello que parece hostil puede transformarse en fuente de utilidad. Tal como los antiguos buscaban solo evitar el ataque de las fieras, pero sus herederos aprendieron a obtener de ellas alimento, abrigo y medicinas, así también el político debe aprender a extraer provecho del enemigo. El agricultor utiliza incluso los árboles infecundos, y el cazador, animales indomesticables; del mismo modo, quien vive rodeado de adversarios —algo inevitable en la vida pública— debe descubrir el arte que permite utilizar esa hostilidad para mejorar su propio carácter. Plutarco amplía esta idea con imágenes como el mar, peligroso pero navegable, o el fuego, que quema al imprudente pero ilumina y calienta al hábil. Finalmente, apela a ejemplos filosóficos: Diógenes, Crates, Zenón y otros que transformaron enfermedades, trabajos, pérdidas y destierros en oportunidades de sabiduría y libertad interior. Así, como los animales robustos digieren incluso sustancias dañinas, el sabio convierte la adversidad —y especialmente la enemistad— en ocasión de virtud, mientras que el necio destruye incluso aquello que le es favorable.

Capítulo 3. Cómo la vigilancia del enemigo puede hacernos más prudentes y virtuosos

El enemigo, movido por la hostilidad, observa nuestra vida con una atención que muchas veces ni siquiera nuestros amigos tienen. Revisa nuestras acciones, examina nuestras decisiones, indaga a través de familiares y conocidos, busca fallas, errores y debilidades. Esta vigilancia constante actúa como una presión moral que nos obliga a vivir con mayor cautela, moderación y autocontrol. Lo que en otro contexto sería una carga, aquí se convierte en una fuente indirecta de disciplina.

Plutarco utiliza imágenes contundentes: así como los buitres solo perciben cuerpos muertos, los enemigos perciben las “zonas enfermas” de nuestra vida: descuidos, malas decisiones, errores domésticos o afectivos. Precisamente por eso, sabiendo que la mirada del enemigo está alerta, el hombre prudente se esforzará en no dar ocasión a la censura, viviendo con rectitud, control de pasiones y sentido de responsabilidad. Con el tiempo —dice Plutarco— esta vigilancia produce una “costumbre de vivir bien”. Es decir, el hábito moral, una disciplina constante semejante a la de una ciudad que, acosada por guerras, acaba organizándose mejor. El enemigo se transforma, así, en una especie de supervisor involuntario que nos protege de la negligencia y del exceso de confianza.

Cuando Roma eliminó a Cartago y quedó sin rivales, Escipión Nasica advirtió que, precisamente entonces, corría mayor peligro, porque ya no tenía a nadie a quien temer ni ante quien avergonzarse. La ausencia de enemigos puede engendrar relajación, decadencia e imprudencia; su presencia, en cambio, obliga a la sobriedad. Por eso Plutarco afirma que la enemistad, si se usa correctamente, puede conducir a una vida más ordenada, prudente y virtuosa.

Capítulo 4. La mejor venganza: superarse moralmente y vivir mejor que el enemigo

La enseñanza se vuelve aquí explícita: la venganza verdaderamente filosófica no consiste en dañar al enemigo, sino en ser mejor que él. Plutarco recoge un dicho de Diógenes: “¿Cómo vengarme de mi enemigo? Siendo bueno y honrado.” Esta respuesta resume toda la estrategia moral del capítulo: la virtud es la forma más eficaz de superar al adversario. El enemigo sufre cuando ve prosperar al rival, cuando observa que vive con rectitud, es respetado y admirado. No puede soportar perder en la comparación moral. Así, la virtud del sujeto es el arma más hiriente para quien lo odia, porque lo derrota en aquello que él mismo considera superior.

Plutarco insiste en que la humillación moral del enemigo no se logra insultándolo, denunciando sus defectos o haciéndolo quedar en ridículo, sino perfeccionándose uno mismo. Si el enemigo te acusa de ignorante, cultiva más el estudio; si te tacha de cobarde, demuestra valentía; si te llama libertino, practica la templanza. Lo decisivo es no caer en aquello que él critica, para que la censura rebote contra quien la pronuncia. El texto culmina con una comparación poderosa: así como el viento del nordeste arrastra las nubes, la vida mala atrae sobre sí misma los reproches. Quien obra mal no necesita enemigos para ser condenado: es su propia conducta la que lo delata.

Capítulo 5. La corrección personal como respuesta a la censura del enemigo

Plutarco inicia esta parte con una observación interiorizante: ante el mal ajeno, el sabio debe volver la mirada hacia sí mismo. Cita a Platón, quien al ver conductas torpes en otros se preguntaba si él mismo no tendría esos mismos defectos. De esta manera introduce la idea de que toda crítica, especialmente la que proviene de un enemigo, ofrece ocasión de examen y rectificación. Una censura sólo tiene valor si impulsa a corregir la propia conducta; de lo contrario, se vuelve vana y ridícula. Por eso Plutarco recuerda ejemplos irónicos: quien es calvo no debería burlarse del calvo, ni quien carga su propia desgracia culpar a los otros por la misma. El discurso muestra que ridiculizar lo que uno también padece produce un efecto boomerang moral: la crítica vuelve contra el que la formula, como un reproche que se revierte.

Luego desarrolla un principio ético esencial: nadie debería injuriar a otro si no está en condiciones de ser irreprochable en lo mismo. La censura moral exige coherencia entre lo que se critica y la propia vida. Por eso afirma que el mandato “conócete a ti mismo” alcanza su máxima exigencia en el que critica a otros: para no oír contra sí aquello mismo que pronuncia contra el prójimo. La advertencia final, tomada de Sófocles, subraya que quien “suéltase la lengua” termina escuchando, contra su voluntad, las mismas palabras que dirige contra los demás. Así, el enemigo —al acusar— obliga al sujeto a preguntarse si su reproche no señala, indirectamente, su propio defecto. La censura ajena se vuelve espejo.

Capítulo 6. Saber escuchar la injuria: el enemigo como corrector involuntario

Los primeros corrigen por afecto; los segundos, por hostilidad. En ambos casos, hay enseñanza moral. Esta afirmación se sostiene en ejemplos míticos: así como Télefo ofreció su herida a la lanza del enemigo para curarla, quien carece de amigos que lo amonesten debe aceptar la corrección —no la intención— de quien lo odia. Una injuria, aunque nacida del odio, puede revelar un vicio real, como un golpe que abre un tumor oculto y salva la vida.

Plutarco critica a quienes, al ser acusados, no examinan si la censura es justa, sino que buscan atacar a quien censura. Ambos terminan cubiertos de “polvo moral”, ensuciándose mutuamente. El sabio, por el contrario, debe purificarse de la falta señalada, incluso si la crítica es exagerada o injusta. Porque una acusación falsa puede, no obstante, indicar la apariencia de un defecto, y por ello invita a examinar si existe una falta parecida o próxima. Plutarco aporta ejemplos históricos de sospechas infundadas que, sin embargo, tenían una causa aparente (el peinado de Lacedes, el gesto de Pompeyo, la relación de Craso con una vestal). La lección: incluso acusaciones falsas permiten descubrir comportamientos imprudentes, apariencias dañinas o señales ambiguas. Hasta la sospecha injusta puede servir para corregir actitudes.

Capítulo 7. Cuando la acusación es falsa: la sospecha como ocasión de examen interior

Plutarco continúa desarrollando la idea de que incluso la mentira o la acusación injusta pueden servir para nuestro bien si aprendemos a examinarlas correctamente. La actitud natural sería despreciar la calumnia por ser falsa; sin embargo, el autor recomienda preguntarse qué apariencia, gesto, relación o costumbre pudo dar ocasión a esa sospecha. La clave está en averiguar si existe algo en nuestra conducta que, sin ser un vicio real, se parezca demasiado a él y permita la interpretación maliciosa. Aun una acusación infundada se convierte así en señal de vigilancia sobre uno mismo.

Plutarco apoya esta tesis en varios ejemplos. La cita de Mérope, según la cual el destino convierte el dolor en sabiduría, expresa la idea de que la adversidad —en este caso, la enemistad— puede enseñar. Y la anécdota de Hierón muestra cómo incluso un defecto evidente puede ser ignorado por los más cercanos, mientras que el enemigo lo percibe inmediatamente. La explicación es psicológica: el amor ciega, el odio observa. De este modo, el enemigo funciona como un maestro involuntario que detecta aspectos de nuestra vida que los próximos no ven. La hostilidad ajena se convierte, paradójicamente, en fuente de autoconocimiento, si es recibida con humildad y prudencia.

Capítulo 8. Dominar la lengua: el silencio como virtud frente al ultraje

En esta segunda parte, Plutarco traslada la utilidad del enemigo al terreno de la disciplina emocional. La lengua, dice, es difícil de gobernar porque está ligada a pasiones fuertes como la cólera; por eso, una palabra impulsiva puede acarrear graves consecuencias, tanto humanas como divinas. Frente a la injuria, el impulso natural es responder, pero Plutarco propone lo contrario: callar. El silencio no solo evita conflictos mayores, sino que constituye un ejercicio ético que fortalece el alma.

Manejar la ira ante los enemigos entrena el ánimo para convivir sin violencia con los cercanos: el cónyuge, los amigos, los padres. La virtud consiste en contener la reacción inmediata que busca devolver el golpe. La idea central es que el enemigo sirve como “gimnasio moral”: si logras soportar al adversario que te insulta, con mayor razón serás capaz de tolerar las molestias de la vida cotidiana. Así, la enemistad se convierte en un ejercicio de autocontrol y preparación para las relaciones humanas más difíciles.

Capítulo 9. La generosidad hacia el enemigo como ejercicio supremo de virtud

Plutarco sostiene aquí una idea sorprendente: debemos demostrar mayor magnanimidad y honradez frente a los enemigos que frente a los amigos. La razón es simple: hacer bien al amigo es esperado y relativamente fácil, pero hacer el bien al enemigo cuando está necesitado revela verdadera grandeza moral. Incluso renunciar a una oportunidad de venganza constituye una victoria ética más alta que la represalia. Plutarco ejemplifica esta enseñanza con casos históricos: César, al restaurar las estatuas de Pompeyo, no solo honró al rival caído sino que engrandeció su propia fama; el gesto noble hacia el adversario repercute en beneficio propio.

Esto enlaza con un argumento pedagógico: quien aprende a alabar justamente a sus enemigos, estará mucho más lejos de sentir celos o resentimiento cuando vea prosperar a sus amigos o familiares. La enemistad contiene pasiones peligrosas —odio, envidia, rencor— que, si no son controladas, se arraigan y contaminan todas las relaciones, incluso las cercanas. Por eso Plutarco advierte que comportarse con astucia, engaño o malicia “solo contra los enemigos” es peligroso: estas prácticas, si se convierten en hábito, terminan aplicándose también contra los amigos. Así, el enemigo sirve como ocasión para extirpar esas pasiones y transformarlas en virtud: generosidad, justicia, altura de ánimo. La anécdota de Escauro (que devuelve al esclavo espía a su amo) y la conducta de Catón (que no aprovechaba la información obtenida por medios ilícitos) muestran que la justicia frente al enemigo prepara la justicia frente al amigo. La excelencia moral con el adversario purifica la conducta completa.

Capítulo 10. Convertir la rivalidad en mejora personal: el enemigo como motor de superación

En la última parte de esta sección, Plutarco explora una utilidad psicológica adicional de la enemistad: canalizar la rivalidad y la envidia hacia un objetivo positivo. La naturaleza humana —dice— produce inevitablemente celos y competitividad. Estas pasiones, si no encuentran una “salida” adecuada, pueden dirigirse peligrosamente contra amigos, familiares o colegas. Tener un enemigo visible permite desviar esas pulsiones lejos de las relaciones cercanas, exactamente como los antiguos recomendaban dejar algunos adversarios en la ciudad para evitar conflictos internos.

Pero Plutarco no se queda en la contención negativa: propone transformar la rivalidad en emulación virtuosa. En lugar de resentirse por los éxitos del enemigo, hay que preguntarse por qué los obtiene, qué cualidades o esfuerzos lo han llevado a triunfar, e intentar superarlo en diligencia, inteligencia o laboriosidad. La referencia a Temístocles es ejemplar: la victoria de Milcíades no lo martirizaba por envidia, sino que lo impulsaba a superarse. La envidia improductiva —sentirse mal por el éxito ajeno sin hacer nada— es inútil y corrosiva. En cambio, la rivalidad activa convierte al enemigo en estímulo para la excelencia. Así, Plutarco culmina el argumento: la enemistad, si se usa con sabiduría, no solo disciplina la vida moral, sino que despierta un deseo de perfección personal que, al final, beneficia al propio carácter y a la ciudad.

Capítulo 11. La virtud frente al éxito del enemigo: la verdadera victoria

Plutarco concluye advirtiendo que incluso cuando los enemigos obtienen poder por medios indignos —adulación en palacio, corrupción, compra de voluntades, maniobras políticas— eso no debería provocarnos irritación, sino casi alivio, porque nos ofrece la oportunidad de contrastar nuestra conducta con la suya. Mientras ellos ascienden por intrigas, nosotros podemos sostener una vida limpia, libre y honesta, recordando que, según Platón, ninguna riqueza se compara con la virtud. También recupera a Solón para insistir en la idea esencial: la excelencia moral nunca se cambia por privilegios materiales ni honores conseguidos a través del vicio.

Aquí Plutarco termina de invertir completamente la lógica natural de la rivalidad: no hay que alegrarse sin más por los fracasos del enemigo ni entristecerse por sus éxitos; eso sería pasivo e inútil. En cambio, hay que aprender de ambos: de sus errores, guardándonos de cometerlos; de sus aciertos, imitando aquello que sea noble, evitando lo que derive de la maldad. Se trata, en definitiva, de un arte ético: convertir la enemistad en una escuela moral permanente. Con este cierre, Plutarco deja claro que el enemigo no es un obstáculo para la virtud, sino una ocasión para perfeccionarla, y que la verdadera victoria no está en vencer al rival, sino en ser mejor que él por virtud propia.

Conclusión

La enseñanza final de Plutarco es rotunda: el enemigo no es solo un peligro, sino una oportunidad moral. Lejos de hundirnos en la venganza, la envidia o el resentimiento, su presencia obliga a vigilar nuestra conducta, a corregir nuestros defectos, a cultivar la templanza, el silencio, la prudencia y la justicia. El enemigo nos observa, nos juzga y nos empuja —sin quererlo— a vivir con mayor rectitud. Por eso, convertir su hostilidad en una escuela de virtud es la victoria más alta: ganar no cuando el otro cae, sino cuando nosotros ascendemos moralmente gracias a él.

No hay comentarios:

Publicar un comentario