sábado, 13 de diciembre de 2025

Plutarco - La virtud y el vicio

Plutarco, siempre atento a la formación moral de las personas y a la vida en comunidad, dedica Sobre los vicios y la virtud a mostrar cómo los defectos humanos pueden desviarnos del buen juicio, mientras que la virtud —entendida como armonía del carácter y dominio racional de uno mismo— es la única guía segura para vivir bien. A través de ejemplos históricos, comparaciones agudas y reflexiones éticas, Plutarco invita a reconocer los vicios no como fatalidades, sino como oportunidades de corrección y fortalecimiento interior, subrayando que la verdadera grandeza no está en el poder exterior, sino en la integridad del alma.

LA VIRTUD Y LOS VICIOS

Así como la ropa no produce calor, sino que simplemente retiene el que el cuerpo genera, los bienes externos —casas, esclavos, riquezas, honores— no producen felicidad por sí mismos. Solo la virtud, que brota desde el interior como una fuente, permite que la vida resulte agradable y que incluso circunstancias duras como la pobreza, el exilio o la vejez se vivan con serenidad. Para reforzar esta idea, compara cómo un buen perfume puede embellecer un manto gastado, mientras que un cuerpo corrompido, como el de Anquises en la cita épica, arruina incluso el lino más fino: del mismo modo, la virtud embellece cualquier condición, y el vicio corrompe incluso lo que parece magnífico. 

Luego ilustra cómo el vicio, a diferencia de cualquier problema externo —como una mala esposa, de la que uno puede separarse—, es inseparable: habita dentro del alma, envejece, atormenta y agota, acompañando al individuo día y noche como un huésped insolente y costoso. En los sueños, donde caen las máscaras sociales y desaparecen la vergüenza y la ley, el vicio revela su rostro más crudo: libera deseos ilícitos, fantasías desordenadas y pasiones que solo inquietan y perturban, sin producir ningún placer real.

El vicio no produce placer verdadero, porque nunca trae consigo descanso, independencia interior ni libertad de preocupaciones. Aunque pueda generar momentos de gratificación, estos son inestables y fugaces, porque el alma viciosa carece de un fundamento interno que le permita sostener la alegría. La metáfora del mar es precisa: incluso si la superficie parece en calma, basta un escollo inesperado —una preocupación, un temor, una mala noticia— para que el alma quede agitada y turbada. El placer del vicio, entonces, es frágil, dependiente de circunstancias externas y siempre vulnerable a cualquier motivo de inquietud.

A continuación, Plutarco ofrece una comparación médica para mostrar la inutilidad de intentar aliviar un alma enferma con bienes materiales. Amontonar riquezas, levantar edificios, sumar esclavos o generar deudores no sirve de nada si el interior sigue dominado por temores, pasiones y deseos desordenados. Es como dar vino a un febril o miel a un bilioso: lo que debería fortalecer, destruye; lo que parece un regalo, resulta tóxico. De la misma manera, el alma viciada no puede disfrutar de las cosas buenas, pues su propia condición interna sabotea cualquier intento de bienestar. Solo cuando el alma recupera la "salud" —cuando se ordena, se templa y se libera de pasiones perturbadoras— comienza a agradecer incluso lo más simple, como el enfermo que, al mejorar, disfruta con gusto de un pedazo de pan con queso.

Plutarco afirma que es el razonamiento filosófico el que otorga esta salud interior. Quien comprende qué es lo bueno, lo honrado y lo virtuoso se vuelve verdaderamente independiente, porque ya no necesita de condiciones externas para vivir bien. La virtud transforma la experiencia humana: hace agradable tanto la riqueza como la pobreza, la fama como el anonimato, la vida pública como la retirada privada. El sabio vive contento en cualquier situación porque su bienestar no depende del azar, de los bienes o de las opiniones ajenas, sino de la estabilidad interna de su carácter. Así, Plutarco concluye que la filosofía no ofrece un escape del mundo, sino la capacidad de habitarlo con equilibrio, libertad y alegría.

Conclusión

En suma, Plutarco nos recuerda que ningún palacio, tesoro o honor puede aliviar a un alma enferma: el vicio convierte en tormento incluso lo que parece un premio, mientras que la virtud transforma cualquier condición —rica o pobre, pública o humilde— en un espacio habitable y pleno. La verdadera libertad no está en tener más, sino en necesitar menos; no en acumular exterioridades, sino en gobernar el propio interior. Solo quien sana su ánimo mediante la razón y la templanza disfruta realmente de la vida, porque lleva su tranquilidad consigo, como un fuego que ilumina desde dentro y no depende del clima del mundo.

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