domingo, 29 de noviembre de 2015

Aristóteles - Ética a Nicómaco (Libro VII: Examen sobre los vicios).

Hemos hablado bastante ya sobre las virtudes éticas y dianoéticas. Falta hablar y analizar ahora sobre los vicios y cosas que son contrarias a la virtud, en efecto corresponde que se investigue primero las cosas que nos parece buenas para luego analizar las cosas que son contrarias y por lo tanto, malas. Todos quisiéramos evitar las malas acciones y quedarnos solamente con las virtudes, pero suele ocurrir que no podemos contenernos con respecto a dichas acciones. La incontinencia es una de ellas, pues la ira nos hace cometer actos ilícitos que son penados por la ley. ¿Qué haremos con estos vicios que no nos permiten hacer el bien? Veamos que nos dice Aristóteles sobre los vicios.

Definiciones:

(1) Incontinencia: referida a no poder soportar la atracción de los placeres.

Referencia:

(1) Aunque alguno de ellos son brutos por enfermedades. 
(2) Este nombre lo he puesto yo, ya que quise abreviar el nombre tan largo que tiene.
(3) Parece ser que Aristóteles considera la homosexualidad como una enfermedad.



Ética a Nicómaco


LIBRO SÉPTIMO: EXAMEN DE LOS VICIOS

Capítulo I: Vicios y sus contrarios


Luego de analizar todas las virtudes debemos decir las cosas que se necesita evitar: el vicio, la incontinencia y la brutalidad (o bestialidad). Sus contrarios son la virtud, la continencia y la sobriedad. 

Realmente es difícil encontrar a un ser que se conciba en extrema virtud, quizás en ese caso deberíamos hablar sobre Dios mientras que para hablar sobre el vicio en extremos podríamos hablar de los bárbaros(1).  

Capítulo II: El hombre incontinente(1)

Suele ocurrir que un hombre que puede juzgar correctamente se deje llevar por la incontinencia. Este parecer ya lo objetaba Sócrates, pues él nos decía que nadie puede ser incontinente con respecto a cosas que sabe que no es bueno ser incontinente, de hecho, afirmaba que la incontinencia no existe porque nadie puede obrar contra lo bueno a sabiendas de que es bueno, sino por ignorancia.

El hombre incontinente pareciera más que tener ciencia tener opinión porque finalmente es vencido por los placeres. Sin embargo, si fuera así tendríamos que decir que la pasión es más poderosa que la ciencia. Sólo la prudencia puede aplacar las pasiones de la incontinencia, pero un hombre no puede ser prudente e incontinente a la vez. 

Aunque por otro lado, si hay pasiones buenas la prudencia sería mala pues estaría deteniendo a dichas pasiones. Ahora, cuando el hombre está enfadado y sabiendo que hay cosas buenas hace una mala, podríamos decir que a sabiendas de lo bueno comete lo malo. Por lo tanto, en esos casos podríamos decir que la incontinencia se puede cometer a sabiendas. 


Capítulo III: Incontinencia

Detengámonos un poco más en la incontinencia. Si decimos que el incontinente se deja llevar por la opinión y no por el conocimiento, en verdad es ambiguo porque quien comete una incontinencia cree que la opinión que tiene es verdadera y por lo tanto sumo conocimiento. 

En todo caso, la incontinencia muchas veces nos lleva a pensar que es un estado de locura, así como el sueño o el delirio. Pero difiere de alguna manera

La incontinencia dentro de la lógica

Como habíamos dicho la opinión es algo que está dentro del incontinente, si es así entonces el incontinente puede tener dos clases de opiniones como por ejemplo, la negativa que dice ''No todo lo dulce es placentero'' y por otro lado la positiva que dice ''Todo lo dulce es placentero''.

Estas dos opiniones son universales, pero también hay una opinión particular que sucederían a las dos universales: ''esto es dulce''. como resultado tendríamos dos premisas alternativas:

Proposición Universal: Todo lo dulce es placentero
Proposición Particular: Esto es dulce

Proposición Universal: No todo lo dulce es placentero
Proposición Particular: Esto es dulce

Si vemos entre ellas dos cuál opinión universal es verdadera, tendremos que decir que es la segunda, pues no todo lo dulce es placentero. Debido a esto, más que una opinión sería un conocimiento y los deseos van en contra de la razón, por lo tanto, el incontinente probará lo dulce a pesar de conocer la premisa de que ''no todo lo dulce es placentero''. 

La segunda premisa ''esto es dulce'' (la que es particular) corresponde al deseo porque ésta frase es la que nos moviliza a probar aquello que es dulce. 

Finalmente, pareciera ser que Sócrates tenía algo de razón, pues deseo va en contra del conocimiento de la premisa universal, pero sí está en acuerdo con el conocimiento de la razón particular, en otras palabras, el conocimiento sensible.


Capítulo IV: Especies de incontinencia

Es claro que tanto en la continencia como en la incontinencia existen los placeres porque uno placeres son necesarios y obligatorios, y otros son apetecibles y voluntarias pero que pueden causar excesos.

Placeres necesarios y obligatorios: son los que tienen que ver con la alimentación, las relaciones carnales (reproducción) y otras necesidades corporales. 

Placeres apetecibles y voluntarios: son las que tienen que ver con el honor, la victoria, la riqueza y otros bienes. 

Incontinencia de prestigio(2)

Cuando la incontinencia tiene que ver con las riquezas, el honor y la victoria, no la llamamos simplemente incontinencia, sino que ''incontinencia en cuanto a las riquezas, a la victoria y el honor''. Los hombres que se dejan llevar por este tipo de incontinencia no son censurados, pues nada con relación a estos bienes puede ser censurado. 

Incontinencia per se

Los hombres que se dejan llevar por los placeres y encima se dejan llevar por los excesos de aquellos, y que además no soportan el hambre, la sed, el calor, el frío o el dolor se les llama netamente incontinentes y sin ningún agregado.

Incontinencia de prestigio en extremo

También puede ocurrir que un hombre quiera llevar su prestigio de honor y riquezas más allá de todo límite. Un ejemplo puede ser la fábula llamada filopater dónde un hombre quería tanto honor que quiso enfrentarse con los mismísimos dioses. 


Capítulo V: Brutalidad

Hay un tipo de placer que no resulta de un tipo de naturaleza, sino más bien de un tipo de perturbación del discernimiento en el hombre. Esto puede ocurrir por falta de buena costumbre o por una mala naturaleza.

Brutalidad en las costumbres

Para ejemplificar la brutalidad, Aristóteles menciona algunos casos como la partera que se comía a los bebes cuando una madre lo daba a luz. Por otro lado, también menciona a las tribus que vivían a orillas del mar negro, quienes tenían la costumbre de comer carne humana (tanto niños como adultos).

Brutalidad por enfermedad

La brutalidad puede ocurrir también por medio de la enfermedad o la locura. Aristóteles nuevamente menciona algunos ejemplos como un hijo que dio en ofrenda a su propia madre en sacrificio, o como un esclavo que se comió el hígado de su compañero. Existen otros ejemplo como comer tierra, comer carbón, comerse las uñas o tener relaciones sexuales entre hombres(3).



Capítulo VI: Incontinencia de la ira y del deseo

La incontinencia que está relacionada con la ira es menos deshonrosa que la de los placeres. 

Cuando el hombre es presionado por la ira, éste escucha los dictámenes de la razón, pero no es capaz de hacerlos. En cambio, la de los placeres sólo se guía por la sensación inmediata de la razón. 

Además el colérico incurre en la violencia de manera franca, es decir, su ira nunca es guiada por la traición; la ira no es algo que se expresa ocultamente, sino de manera manifiesta. El deseo siempre nos lleva a la traición, pues nos atrae y nos persuade a engañar por el mero deseo de cierta cosa. 

Capítulo VII: Incontinencia con respecto al dolor y al placer

Con respecto a los placeres tenemos dos clases de hombres: los continentes (que no caen en los excesos) y los incontinentes (que sí caen en los excesos); también hay dos clases de hombres para los dolores: los débiles y los resistentes. 

Seguimos estableciendo que es mucho peor dejarse llevar por los deseos que por la ira; por ejemplo, es mucho peor golpear a alguien por deseo que por enojo, porque el primero es ya deliberado. 

Continencia y resistencia

Sin restarle mérito a la resistencia, la continencia es mucho más importante porque la resistencia consiste en la constancia de enfrentar retos y dolores, mientras que la continencia significa vencer. 

Quien no puede resistir en los dolores que todo mundo puede resistir lo llamamos débil o afeminado. Pero es digno de compasión que alguien no resista a dolores que son casi mortales como la mordedura de una serpiente u otro animal venenoso. 

Capítulo VIII: Licencioso e incontinente

Una de las diferencias entre estos hombres es que el licencioso nunca estará arrepentido de lo que hizo, mientras que el incontinente si muestra arrepentimiento en sus acciones. El hombre licencioso no puede ser curado (o es más difícil de curar) y por otro lado, el incontinente si puede serlo. 

En un sentido absoluto, la incontinencia no es un vicio propiamente tal, pues podemos diferenciarlo en otro tipo de incontinencia. Tenemos la incontinencia ciega que no escucha la razón y la otra que sí la escucha, evidentemente, es peor la primera porque es llevada por algo externo del individuo, sin elección. En camio la segunda incontinencia tiene elección pero no la toma, por lo tanto es peor que la anterior.


Capítulo IX: Obstinación


El hombre obstinado es el que persevera en su postura sin cambiarla por ninguna cosa. Estos mantienen una cierta semejanza con los continentes, pues estos tampoco difieren de su parece y no se dejan llevar por los placeres. 

La diferencia entre estos dos es que el continente se dejará persuadir por la razón y no por los placeres, mientras que el obstinado no se dejará convencer por la razón y sí en ciertos casos por los placeres.

El obstinado sigue su propio carácter ya sea por molestia o por deseo, sobre todo si hay algo que le impide llevar sus cometidos. En este sentido sí son parecidos a los incontinentes porque se dejan llevar por los placeres, aunque el incontinente no persevera en la razón.

Hombre continente: Se deja guiar por la razón y no por los placeres

Hombre obstinado: No escucha la razón y se deja llevar por los placeres.

Hombre incontinente: Escucha la razón, pero se deja llevar por los placeres.

Hasta el momento tenemos estas diferencias en cuanto a los hombres y sus disposiciones. 

Capítulo X: Incontinencia y prudencia

El hombre prudente es aquel que sabe y práctica aquello que sabe y el hombre incontinente es el hombre que sabe, pero que no practica lo que sabe. Esto nos dice que no por saber o tener entendimiento estamos exentos de ser incontinentes. Los incontinentes no perseveran como los continentes y se dejan llevar por los placeres más fácilmente. 

Capítulo XI: Opiniones sobre el placer

Aristóteles reúne en este capítulo algunas opiniones que se tienen sobre el placer.

  • El placer no es bueno, puesto que no es posible que el bien sea placer de manera absoluta.
  • Sólo algunos placeres son buenos, la mayoría son malos.
  • Aunque todos los placeres fueran buenos, no es posible que el bien supremo sea un placer.

En cuanto a la primera opinión, los que así opinan dicen esto porque convienen en que los placeres son llevados a través de los sentidos. 

La segunda opinión se funda en que los principales placeres nos llevan a enfermedades y actos vergonzosos.

La última opinión se funda en que creen que el placer no es un fin en sí mismo (ya que el bien sí lo es), y sí es un proceso. 

Capítulo XII: Los placeres como bienes

Hemos visto a lo largo de este libro que hay placeres absolutamente malos, pero existen otros que nos causan un placer bueno; dichos placeres corresponden a los que se relacionan con la salud; por ejemplo, el placer de que una herida sane.

En todo caso, mientras el hombre se va desarrollando, va encontrando que los placeres buenos son los más dignos, mientras que los más jóvenes aún les cuesta asimilar los buenos. 

Los placeres son procesos sin impedimentos que pertenecen a nuestra naturaleza. Como bien dicen las opiniones no es un fin.

Capítulo XIII: El placer y el bien supremo

El placer es algo contrario al dolor y por lo tanto sí es un bien. De acuerdo con Aristóteles, no hay ningún impedimento para que el placer se posicione como un bien supremo, aunque hayan muchos placeres malos. 

Para ser felices por medio del placer se tendría que estar en un estado placentero no sólo con las cosas que respectan al cuerpo, sino que también externas como la riqueza. Sin embargo, la riqueza en exceso y los bienes del cuerpo en exceso nos guiarán al desastre. Todos buscamos el placer y quizás todos tenemos un concepto diferente de la felicidad como placer, aunque hay muchas convergencias en dichos conceptos. 

Capítulo XIV: Placeres corporales

Estos placeres son los que más atraen a los hombres y si se toman con exceso los llevarán a la ruina. No obstante, si se llevan con moderación se considerarán (y así será) como virtud. El placer es malo si se toma en exceso. 

Conclusión

Una completa y profunda descripción del hombre en sus distintas disposiciones (sobre todo de los vicios), además del uso de la lógica para resolver ciertas cuestiones. Después de esto no nos puede quedar duda de cómo evitar los placeres que nos llevan al exceso. Desde el comienzo podríamos pensar que Aristóteles es un estoico o algo por el estilo, sin embargo, estoicos como Marco Tulio Cicerón o Lucio Anneo Séneca consideraban el bien, no como un término medio, sino como un extremo y  así tiene que ser (para los estoicos). Con este libro terminamos lo relativo a las virtudes y vicios en el hombre. Ahora nos enfocaremos en la amistad.

sábado, 28 de noviembre de 2015

Aristóteles - Ética a Nicómaco (Libro VI: Examen de las virtudes intelectuales).

Nos apartamos de los hábitos o prácticas de la virtud porque ahora nos enfocaremos en las virtudes intelectuales, aunque de alguna manera están vinculadas al hábito. ¿Cuáles son más importantes de desarrollar? ¿las éticas o las dianoéticas? Por supuesto que las dos son igual de importantes y es siempre preferible complementar las dos. Este libro ciertamente tiene mucha similitud con los dos libros previos sobre las virtudes éticas, pues éste libro se dedica a enumerar las virtudes intelectuales para luego analizarlas individualmente. Cabe destacar que el libro VIII de este tratado está considerado como el apéndice de el presente libro. Veamos que nos depara nuestro filósofo en este examen de dichas virtudes.

Referencias:

(1) Para más información sobre el concepto de necesario/contingente, véase Categorías.





Ética a Nicómaco


LIBRO SEXTO: EXAMEN DE LAS VIRTUDES INTELECTUALES

Capítulo I: Virtudes intelectuales


La recta razón siempre debe dirigirnos al justo medio y no a los excesos porque como ya sabemos, en los extremos se encuentra el vicio. Como ya nos hemos explayado lo suficiente con los hábitos y las costumbres correspondientes a la virtud, ahora veremos las virtudes que convienen a la razón. 

Capítulo II: Objeto de tales virtudes

Sabemos que el alma tiene dos partes; una racional e irracional. Primeramente nos enfocaremos en la racional donde tenemos por lo menos tres cosas que regulan la acción y la verdad:
  1. Sensibilidad
  2. Razón
  3. Deseo

De estas tres cosas la sensibilidad no corresponde a una acción, pues consiste más en recibir que en hacer. 

La virtud moral es una cierta disposición hacia las cosas que se hace de manera voluntaria; aquí es donde se encuentra el deseo. Si es así, entonces tenemos al deseo como acción pues surge de una deliberación que progresará en acción. 

La razón también es acción porque es ésta la que afirma la deliberación del deseo. No confundamos esta razón con la razón contemplativa la cual no se sigue de una acción ni producción.

La buena acción

La buena acción es una combinación del intelecto y el carácter, es decir, de la virtud dianoética y ética. Es el intelecto el que nos mueve a realizar las acciones y dirigirnos a un fin; y este fin es el mismísimo bien. 

Por lo tanto, la acción y la verdad estarán entrelazadas con el intelecto y el carácter.

Capítulo III: En busca de las virtudes intelectuales

Comencemos a averiguar cuales son las virtudes intelectuales que nos acercan a la verdad. Según Aristóteles son las siguientes:

  • El arte
  • La ciencia
  • La sabiduría
  • La prudencia 
  • El intelecto

La idea de analizar estas virtudes es alejarse de la subjetividad que podamos tener con respecto de ellas, es por esto que Aristóteles nos dice que dejemos de lado la opinión y el parecer. Estaría demás decir que el método al cual se recurrirá será el inductivo (por eso se enumeran las virtudes específicas).

Capítulo IV: El arte

El arte es un tipo de producción que depende de un agente y no de la cosa que es producida. No tiene nada que ver con la naturaleza porque ésta tiene su producción en sí misma, el arte se realiza siempre por producción humana. 

Así como es parte del hacer, el arte se guía por la recta razón para producir y es así como tenemos la primea virtud de todas.

Capítulo V: La prudencia

La prudencia se ve reflejada en aquel hombre que es capaz de deliberar sobre cosas importantes y útiles para sí, pero no sobre cosas temporales sino más bien permanentes. El hombre prudente es el que está más dedicado a la reflexión y a la buena elección porque siempre tiene la decisión correcta. 

Este tipo de virtud no es una ciencia porque no es necesaria, sino más bien contingente(1). Tampoco es un arte porque el hacer y el actuar son distintos. 

Finalmente, la prudencia es una de las virtudes más importantes, pues es la que guía al hombre en el recto camino para evitar el malo. 

Capítulo VI: El intelecto

La diferencia con las demás virtudes mencionadas, es que el intelecto se encarga de conocer los principios de las cosas. Con el intelecto nunca nos engañaremos con respecto a lo que estamos haciendo. 

Capítulo VII: La sabiduría

Sin embargo, hay algo que va más allá del intelecto y esto es la sabiduría. Es decir, el sabio no solo conoce el principio de las cosas, sino que también conoce cada uno de ellos específicamente. La sabiduría es la combinación de la ciencia y el intelecto. 

¿Puede vincularse la prudencia con la sabiduría? No precisamente, pues los animales salvajes tienden a tener cierta prudencia al pronosticar qué es lo mejor para ellas. La sabiduría es algo que pertenece exclusivamente a los hombres.

Capítulo VIII: La prudencia y la política


Estos conceptos se complementan mutuamente, pero sus esencias son distintas. La prudencia nos sirve para gobernar bien la república y su principal función es hacer leyes y legislar. En cambio, las acciones particulares de la república tiene que ver con la política la cual es práctica y deliberativa. En realidad, la política es una especie de prudencia pero que es más particular.

La prudencia no puede ser ejercida por los jóvenes, ya que solo los que tienen larga experiencia pueden hacerla. Si está vinculada con la experiencia, entonces se relacionará con la sensación. 

Capítulo IX: La buena deliberación

Empecemos por entender que la deliberación no es una ciencia porque en el fondo es una especie de consulta, y la ciencia no consulta pues ya tiene el conocimiento de las cosas. 

Tampoco es una conjetura porque ésta es una deducción a partir de indicios o sospechas, mientras que la deliberación es algo que ya se ha pensado. Y así como no procede de indicios y sospechas, la deliberación tampoco es opinión porque ésta puede ser tanto mala como buena (y la deliberación que describimos es sólo buena).

La buena deliberación consiste en un tipo de rectitud que nos ayuda a alcanzar un fin. 

Capítulo X: El entendimiento

El entendimiento no es una ciencia pero, así como en la opinión existe un entendimiento bueno y un entendimiento malo, tampoco es una opinión. 

En este sentido el entendimiento y la prudencia son muy similares, pero difieren en el objeto que estas tienen. Por ejemplo, a la prudencia le toca mandar sobre lo que conviene o cualquier cosa que se haga, mientras que el entendimiento juzga y aprueba lo que se hace. 

Lo que implica este concepto de entendimiento, es el juicio sobre lo que hace la prudencia.

Capítulo XI: La prudencia y la experiencia

Todas las virtudes juntas con la misericordia tienen relación con la prudencia. Por lo demás la prudencia es algo que se adquiere de manera natural a través del tiempo, es decir, el que es maduro tiene más prudencia que alguien que no lo es. 

Capítulo XII: Utilidad de las virtudes

¿Qué puede darnos de útil la sabiduría, el entendimiento, la buena deliberación o la prudencia? En el caso de la sabiduría y el entendimiento, estos nos sirven para conocer las cosas, pero no ns sirven en términos realmente prácticos. Por lo tanto, la utilidad no está en el conocer las cosas, sino más bien en el obrar conforme al conocimiento que se tenga. 

La prudencia pareciera ser la más apta para las prácticas en las obras, pues es la acción que ocurre luego de tener mucha experiencia. Es lo que nos lleva a tener buena salud o buena educación. 

¿Qué pasa con las demás virtudes?

Las virtudes que están aparte de la prudencia deben elegirse por su valor y el honor que en ellas subyace. Todas ellas son dignas de apreciar fuera de que no otorguen ningún servicio práctico. Por otro lado, estas virtudes sí pueden hacer feliz a un hombre, pues ningún ignorante podría ser feliz con todas las cosas que le faltan por conocer.

Capítulo XIII: Virtud por naturaleza

La prudencia no puede existir sin la destreza, pero la destreza sí puede estar sin la prudencia, aunque si es así entonces la destreza se consideraría como sólo una habilidad más. 

Muchas personas dicen que la prudencia, la destreza o el carácter son cosas que se tienen desde niños. Sin embargo, los que no lo tienen desde niños lo comienzan a buscar al saber que no la tienen. Y en efecto, hemos dicho que la prudencia y el entendimiento son cosas que se alcanzan por medio de la experiencia, sólo así se alcanzará la virtud perfecta.

Entonces, tenemos dos especies de virtudes; una por naturaleza y otra por excelencia. Ciertas personas pueden tener virtudes por naturaleza, pero en este virtud no se encuentra la prudencia porque ésta pertenece a la virtud por excelencia. 

Conclusión

Me impresiona la realidad con que Aristóteles relata cada una de as virtudes. Ninguna subyace en nosotros como lo señalaba Platón; al contrario, estas se adquieren como lo muestra la teoría de las virtudes por excelencia. Nada puede alcanzarse sin esfuerzo y sin experiencia. Es de suma importancia ejercer de esta manera si queremos alcanzar la virtud en nuestra vida. Con esto terminamos una parte de la descripción y análisis de las virtudes intelectuales, sigamos con el apéndice que le sucede.

viernes, 27 de noviembre de 2015

Aristóteles - Ética a Nicómaco (Libro V: Examen de las virtudes éticas (continuación)).

Continuamos con el examen de las virtudes éticas pero esta vez nos enfocaremos en el concepto de justicia e injusticia. Numerosas con las menciones de Platón sobre la justicia y además en diferentes libros. En este libro veremos algunas referencias al álgebra, una de las materias más estudiada por los filósofos (quizás antes de ser filósofos incluso). En efecto, la justicia debe ser lo más perfecta posible y qué más perfecto que las matemáticas para hacerlo. Puede ser que esta sea una de las virtudes más difíciles de alcanzar ¿cómo podemos ser totalmente justos? ¿cómo podemos ser justos con nosotros mismos y además ser justos con los demás? Son interrogantes dificilisimas de responder, pero veamos si el gran Aristóteles puede responder o darnos un acercamiento a dichas interrogantes.

Definiciones:

(1) Para Aristóteles, todo lo que esté conforme a la ley es justo. No hay críticas a las leyes.

Referencias:

(1) También puede extrapolarse a lo que hoy se entiende como impuestos.


Ética a Nicómaco


LIBRO QUINTO: EXAMEN DE LAS VIRTUDES ÉTICAS (CONTINUACIÓN)

Capítulo I: Naturaleza de la justicia y la injusticia


Primero que todo, Aristóteles nos presentará lo que se entiende por justicia y cómo es el hombre justo. Veamos como la define.

''Vemos que hay un acuerdo en llamar justicia a aquel hábito y costumbre que dispone a los hombres para realizar cosas justas y por el cual obran rectamente y lo desean''.

Ahora vemos como define lo injusto.

''De a misma manera, la injusticia es aquella disposición que induce a los hombres a cometer agravios y a querer lo que no es justo''.

La justicia y la injusticia están más cerca de los hábitos que de las facultades porque en los hábitos es donde se encuentran los opuestos, mientras que en las facultades no. En efecto, las facultades pueden estar inclinadas a mucho opuestos, pero el hábito no, sólo está inclinado a uno.

Hábitos

Un mismo hábito no puede inclinarse a dos opuestos, por ejemplo, no puedo decir que me sanaré a través de la enfermedad, sino que me sanaré a través de lo saludable. 

Muchas veces resulta que el hábito bueno se puede identificar por su contrario malo, es decir, si salud consiste en tener el cuerpo firme, su contrario será tener el cuerpo flojo o laxo. 

El hombre justo y el injusto

A continuación daremos las características del hombre justo e injusto.

Hombre injusto: 


  • Viola la ley
  • Codicia todo en exceso
  • No considera la igualdad

Hombre justo:

  • Respeta la ley
  • No tiene codicia
  • Sí considera la igualdad

Detengámonos más tiempo en el hombre injusto. Si éste codicia todo en exceso, lo que codiciará serán las cosas buenas pero no en términos absolutos. Además de eso, también codiciará la maldad pero de la manera más mínima posible. Sin embargo, consideremos que el mal menor es un tipo de bien con respecto de otra cosa, por lo tanto, el hombre injusto es absolutamente codicioso. 

Las leyes y la justicia

Entonces, si el hombre justo es el que actúa conforme a la ley, entonces las leyes también son justas(1). Las leyes son las que proponen una organización política y social que haga que los ciudadanos preserven su felicidad. Por lo tanto, conviene al bien general de todos. 

La justicia comprende la virtud como un absoluto, es la práctica de la virtud en su perfección. Un individuo puede practicarla y ser virtuoso, pero mucho más virtuoso será si la práctica con los demás, puesto que es esto es lo más difícil de hacer.

Finalmente, la justicia es la suma de todas las virtudes y la injusticia la suma de todos los vicios. 

Capítulo II: Justicia universal y justicia particular

Pueden existir dos tipos de justicia e injusticia; la universal y la particular. La primera es una justicia o injusticia tomada de un modo absoluto y la última es tomada de un modo parcial. 

Analicemos primero la injusticia. Un ejemplo de injusticia particular podría representarse en el adulterio. Si un hombre comete adulterio para ganar dinero, entonces éste es un codicioso; pero si un hombre paga por cometer adulterio, entonces éste es un licencioso, que no es necesariamente ser codicioso. 

¿Cuál de estas dos es injusticia absoluta y cuál particular? 

  • El hombre licencioso que paga el servicio del adulterio es injusto de manera particular porque si bien paga por un servicio, lo cual es bueno, comete el vicio del adulterio. Por lo tanto es una injusticia parcial.

  • El hombre codicioso que comete adulterio solamente por la ganancia de dinero es injusto de manera absoluta, pues no hay ningún bien que lo haga parcial.

Con respecto a la justicia universal, ésta corresponderá a lo que interesa al hombre de bien, mientras que la particular estará relacionada con el honor y los intereses materiales.

Capítulo III: Justicia distributiva

Como lo injusto es considerado un extremo y es contrario a la igualdad, entonces diremos que la igualdad es su medianía. Por lo tanto, si la igualdad es una medianía también sería una virtud y como toda virtud finalmente sería lo justo. Como diría Aristóteles

''El principio de igualdad descansa en la virtud''

Esto queda de manifiesto cuando hay distribución de bienes y honores. Si los reparto son igualitarios entonces habrá justicia, de lo contrario habrá injusticia. De aquí se desprende que la igualdad y la justicia consisten en una especie de proporción.

La proporción

De acuerdo con Aristóteles, la proporción es una igualdad de razón que consta de cuatro términos, incluso en las matemáticas. Aristóteles compara las proporciones matemáticas a la vida práctica de las personas. Veamos cómo ocurre con las matemáticas:

Proporción discreta (o no continua): En este tipo de proporción existen cuatro números diferentes, pero que dan el mismo resultado.

Por ejemplo: 10 - 3 = 12 - 5 (A - B = C - D) el resultado de ambos es 7.

Proporción continua: En este tipo de proporción existen cuatro números, pero sus términos medios son iguales.

Por ejemplo: 6 - 5 = 5 - 4 (A - B = B - C) el resultado de ambos es 1.  


En efecto, el término medio que habla Aristóteles se parece mucho más a la proporción continua, pues es en esa donde se ven más representada el término medio (B) y sus extremos (A y C). 

Entonces, llamaremos justo y bueno a lo que es estrictamente proporcional, e injusto y malo a lo que es todo lo contrario de dicha proporción. 

Capítulo IV: Justicia correctiva

Este tipo de justicia no actúa de acuerdo a la proporción, es decir, es contraria a la justicia distributiva. Aquí no cuenta que se indulte al hombre bueno porque defraudó al malo, o que el hombre malo defrauda al bueno, o que los dos cometan adulterio. La justicia debe corregirlos por el delito que cometen y no por quienes sean. 

En este tipo de justicia no puede existir la proporción ni la igualdad, pues ¿cómo sería posible que el daño recibido y el delito cometido se distribuyan de manera igual? Al contrario, se hará de forma desigual porque no tienen las mismas proporciones. 

Sí habrá igualdad en el castigo que reciba correspondiendo al daño que hizo a la otra persona. 

Ganancia y perdida

Los dos conceptos mencionados corresponden a quien hizo daño y quien lo recibió. La ganancia se da en quien hace el daño y la perdida en quien lo recibe

Para corregir esto, el juez tendrá que identificar y aplicar el término medio entre la ganancia y la perdida. El que daña tiene una ganancia en cuanto a que le produce un bien, mientras quien recibe tiene una perdida y así se produce en él, el mal. 

Si el que daña tiene una ganancia, entonces habrá que quitársela y darle al que perdió dicha parte de la ganancia. 


Capítulo V: La justicia y la reciprocidad

La reciprocidad la entenderemos mucho mejor con la conocida ley del talión, es decir, ojo por ojo, diente por diente. Según Aristóteles, la reciprocidad no tiene nada que ver con la justicia distributiva ni con la justicia correctiva. 

De hecho, si un funcionario público golpea a otro, quien recibe el golpe no puede proceder a golpear al funcionario; no obstante, si el funcionario es golpeado por otra persona, dicha persona no solo recibirá un golpe, sino que además recibirá un castigo suplementario.  

La reciprocidad si se debe dar en una justa proporción, pues en una ciudad se debe dar a cada uno de los ciudadanos lo que se merece. 

Retribución e intercambio

Cada objeto de intercambio entre dos personas tiene que tener un precio o una taza. La obra del zapatero no vale lo mismo que la de un arquitecto; la de éste último es superior pues supone una estructura más grande. Entre zapatero y arquitecto pueden intercambiar sus obras puesto que son de distintos oficios, pero el intercambio entre dos oficios iguales no sería posible (entre dos médicos o dos zapateros por ejemplo).

Evidentemente, el dinero existe para que dicho intercambio pueda ocurrir porque es él el que hace que una cosa tenga precio. El dinero también mide las cosas para que puedan ser proporcionales al objeto que se está vendiendo o comprando; esto permitirá el contrato (o acuerdo) entre dos personas que tienen interés en un objeto (ya sea venderlo y el otro comprarlo). De aquí que  a esto se le llame reciprocidad. 


Capítulo VI: Justicia política

¿Cuándo y con qué agravio un hombre es injusto? el hombre injusto es el que acapara todas las cosas buenas para sí mismo sin pensar en los demás, en cambio, el hombre justo es el que da a los demás. 

Por supuesto, la justicia política es una especie de justicia civil donde el hombre que es justo se desvela por los demás, mientras que el hombre injusto se preocupa sólo por sí mismo.

En todo caso, la justicia política sólo puede ejercerse por quienes tienen el mando y además obedecen; por lo tanto, los niños no podrían ejercer justicia política. 

Capítulo VII: La justicia natural y legal

Dentro de la justicia política encontramos dos especies; la justicia natural y la justicia legal.

La justicia natural es un tipo de justicia inmutable que se aplica y se manifiesta más allá si a alguien le parece o no. Por ejemplo, el fuego se dirige hacia arriba y la tierra hacia abajo, estas cosas suceden más allá de si nos parecen o no. Mientras que por otro lado, la justicia legal consiste en hacer validas las acciones de una comunidad, por ejemplo, que se sacrifique una cabra y no dos ovejas; ésta acción es por el bien de la comunidad puesto que es una especie de tributo que hará bien a todos(2)

La diferencia entre las dos es que la justicia natural no está condicionada por los hombres y que la justicia legal sí está condicionada por ellos, ya que es un tipo de convención. 


Capítulo VIII: La justicia y la responsabilidad

El agravio o la obra en la justicia dependen de lo que es tanto voluntario como involuntario (o forzoso). Cuando el agravio es voluntario lo identificamos como injusticia, pero puede ocurrir que si el agravio no es voluntario haya injusticia de todos modos.  

Lo voluntario y lo involuntario

Lo voluntario se puede tomar de muchas formas:

  • Por elección: este tipo de voluntariedad se hace a través de la deliberación y la consulta.
  • Sin elección: no son cometidas por deliberación ni consulta.
De éstas dos se desprenden tres posibles daños que se pueden causar en las contrataciones (o relaciones sociales). 

  • Daño por ignorancia: cuando se obra sin saber contra quién, cómo, ni con qué fin en aquello que se hace.
  • Daño por cólera: cuando se hace con pleno conocimiento, pero sin premeditación ni maldad.
  • Daño por agravio: cuando se hace con pleno conocimiento y voluntad.

Al igual que Platón, Aristóteles nos dice que los daños provocados por la ira son involuntarios y que no proceden del individuo, sino más bien de algo externo a él. Los agravios hechos por ignorancia son dignos de misericordia. 

Capítulo IX: Voluntariedad e involuntariedad

Aristóteles comienza el capítulo con la siguiente frase dicha por Eurípides:

''He matado a mi madre, ¿voluntariamente y deseándolo ella o contra su voluntad y sin quererlo? ¿Es acaso posible ser víctima de una injusticia de modo voluntario, o por el contrario, es esto siempre forzoso, así como hacerlo es voluntario? Y entonces, ¿padecer la injusticia, tal como cometerla, es siempre voluntario, o unas veces es voluntario y forzoso otras veces?'' 

Obrar justamente, según la línea aristotélica, es siempre un acto voluntario. Por otro lado, recibir agravios o buenas obras resulta ser o voluntario o forzoso, tal y como lo vimos en el capítulo anterior .

Capítulo X: La equidad


Existen algunas confusiones con el término equidad, pues muchas veces se vincula a la equidad con el bien y por lo tanto con lo justo. 

Siempre que hablamos en términos generales decimos que algo es bueno, pero para especificar más, decimos que las cosas son mejores cuando son equitativas. Sin embargo, esto no quiere decir que la equidad sea menos que la justicia, pues el hombre que es equitativo es igualmente justo. La diferencia podría radicar en que la equidad es un tipo de rectificación de la justicia. 

Podríamos decir que las leyes se ocupan mejor de las cosas generales y la equidad se ocupa mejor en las cosas concretas o específicas. 

Capítulo XI: La injusticia contra uno mismo

Lo que la ley no prescribe no lo permite, lo prohíbe. Y como no dice nada sobre darse muerte a uno mismo, entonces entenderemos que está prohibido hacerlo. 

El suicidio

Para Aristóteles es imposible que uno pueda cometer injusticia a uno mismo. De hecho, al igual que Platón en Gorgias, el filósofo considera que cometer injusticia es peor que padecerla; por lo tanto, recibir daño de uno mismo es peor que cometer daño contra uno mismo, pues el recibir daño es un mal menor y por consiguiente, un bien.  

Sin duda que el suicidio es malo, pero si no es malo contra uno mismo ¿con respecto a qué es malo? Aristóteles nos dice que contra la ciudad. 

Conclusión

En mi opinión, un libro muy parecido a La República, Las leyes y el Gorgias de Platón. Concuerdan con que la ira es algo involuntario y con que es peor cometer injusticia que recibirla, un acuerdo como pocos en los libros de Aristóteles. Ya sabemos ahora que la justicia es parte de la virtud y la injusticia es parte del vicio, como también la justicia es un término medio mientras que la justicia, como vicio respectivo, representa los extremos del término medio. Con este libro hemos terminado en análisis de las virtudes éticas y comenzamos en el próximo con el examen de las virtudes intelectuales (o dianoéticas).

domingo, 22 de noviembre de 2015

Aristóteles - Ética a Nicómaco (Libro IV: Examen de las virtudes éticas).

Los valores tales como la generosidad, la magnanimidad o la amabilidad son contrarios a otros como el pudor, la avaricia o la vergüenza. Esto ha sido así hasta nuestros tiempos y hacemos de todo obtener los buenos y evitar los malos. ¿Tendrán vigencia las definiciones de dichas virtudes y vicios hasta el día de hoy? Probablemente sí, pero lo controversial no sería preguntarnos por tales definiciones, lo importante sería ver si aún somos capaces de guiarnos por el recto camino. Analicemos las distintas definiciones de las mencionadas virtudes éticas que nos presenta el gran Aristóteles en esta cuarta parte de la Ética a Nicómaco. 

Definiciones:

(1) Asotía: también entendida como pérdida. 

Referencias:

(1) En el libro anterior decíamos que algunas veces, el exceso se acerca mucho más a la virtud que el defecto. 
(2) Aristóteles menciona la ironía de Sócrates al decir que no sabía nada, cuando en realidad sí sabía. 

Ética a Nicómaco


LIBRO CUARTO: EXAMEN DE LAS VIRTUDES ÉTICAS

Capítulo I: Generosidad


La generosidad como virtud ética es un término medio ubicado en el concepto de dinero o riqueza. Este concepto se vincula con la dicotomía dar/recibir, por supuesto, la generosidad está enfocada más en dar que en recibir. 

Los extremos que están en la generosidad son la prodigalidad y la tacañería. La prodigalidad (Asotía)(1) se representa en las personas que son proclives a gastar su dinero en cosas superfluas, los llamamos pródigos. Este tipo de hombres son los que despilfarran sus ganancias hasta destruir su propio patrimonio por los vicios a los que están sometidos. Las prodigalidad se enfoca en dar y no en recibir, mientras que la avaricia (o tacañería) se enfoca más en recibir excesivamente. 

La avaricia en cierto sentido es un vicio que no tiene remedio. Cuando los hombres envejecen parecen más proclives a cometer avaricia que prodigalidad. Por otro lado, solventar la vida con ganancias vergonzosas (robo por ejemplo) es propio de un avariento, pues estos no dan nunca y reciben de todo sin importar la fuente donde extrajeron las riquezas.

De este modo podemos observar que el pródigo está mucho más cerca de la virtud que el avaro(1)

Uso del dinero

Para llegar a ser generoso se debe hacer un correcto uso del dinero; obviamente, quien lo use mal (se lo procure excesivamente o lo despilfarre) caerá en unos de los dos vicios. El uso del dinero en cuanto al generoso debe ser ''dar a quien conviene'', ''no recibir de quien conviene'' y ''ganárselo como se debe''.

La acción de dar y recibir

Dar es una acción relacionada con el bien, así como también lo es la honestidad. Más alabado es quien da que quien recibe. 

Se podría pensar que no recibir dinero es un gesto de generosidad, pero la verdad es que estos hombres que no reciben dinero son más tenidos en cuenta más por ser justos.  

Cuando el generoso tiene poca fortuna y aun asi da, éste será más generoso que un hombre que tenga mucha fortuna y de poco. Aunque el nivel de generosidad no se mide por cuanta cantidad se de, sino más bien por el mismo hábito de dar.

Capítulo II: Magnificencia

La magnificencia también es entendida en el sentido de las riquezas, como lo es la generosidad, pero la magnificencia supera a la generosidad en virtud. 

Esta virtud tiene que ver con el gasto que conviene al hombre y que por lo tanto lo hace grande. Sin embargo, la magnificencia como gasto puede diferir de hombre en hombre; por ejemplo, el gasto del capitán no será el mismo que el de su flota. Quién gasta su fortuna en cosas que no tienen mucho valor, no se le llama magnífico. Su defecto es la mezquindad y su exceso es la ostentación.

El hombre magnífico

Este hombres es aquel que sabe cómo gastar su riqueza (traducidas en grandes sumas de dinero) en lo que conviene. También, dichos gastos se deben llevar a cabo de forma discreta para no caer en el extremo de lo ostentoso.  

Los gastos del hombre magnífico deben estar relacionados con cosas nobles, haciéndolo con buena disposición. Podría pensarse que esto pertenece a la generosidad, y sí, pertenece a aquella pero en un nivel mucho más alto. Un pobre nunca podrá ser un hombre magnífico, pues no tiene el dinero suficiente para hacer un gasto importante. 

Capítulo III: Magnanimidad

Es magnánimo cuando se pretende cosas grandes y así lo acredita, mientras que el que no pretende cosas grandes, pero que sí las tiene, entonces es llamado varón discreto. La fortuna del magnánimo se tiene que condecir con la virtud del mismo. No porque tenga grandes fortunas se le podrá decir magnánimo, sino que necesita como requisito indispensable la virtud.

La diferencia con la magnificencia es que ésta está más relacionada con las riquezas y la magnanimidad con el honor y el prestigio.

El hombre magnánimo

Para alcanzar la magnanimidad es necesario que el hombre tenga dignidad en las cosas que pretende, y que también considere el honor como un objetivo importante. El magnánimo es el que prodiga beneficios a los demás y no recibe beneficio alguno de los otros porque de recibirlos, entonces se le debería considerar inferior. Tampoco puede vivir a expensas de otro, puesto que esto es costumbre de hombres inferiores, el magnánimo debe ser autosuficiente. 

Por lo tanto, los hombre magnánimos no pueden ser malos, sino absolutamente virtuosos pues el honor es parte de la virtud acaso la virtud misma. Las cosas que le gusten y que le son dignas de desprecio deben ser conocidas por los otros, ya que el hombre magnánimo no tiene vergüenza ni mucho menos miedo de demostrar sus gustos. 

Actitudes

Debe ser un hombre pausado, de voz grave y sosegado. Al contrario de los hombres de poco ánimos o soberbios que serían los extremos de éste.

Capítulo IV: Ambición

La ambición parece ser un extremo común entre la magnanimidad y la magnificencia. Muchas veces también se elogia al hombre ambicioso, pues puede tener tanto riquezas como honores pero para diferenciar eso hay que ver como se procura dicho honores y riquezas. 

Capítulo V: Mansedumbre

La mansedumbre es el término medio de la ira, pero no podemos decir (o más bien no tiene nombre) cuál es su defecto. Aristóteles nos dice de todas formas que el término medio de la ira es difícil de definir, pero como pareciera no haber otra palabra, éste dice que es la mansedumbre. 

La diferencia entre la mansedumbre y la irritabilidad consiste en que el hombre manso se enoja en el momento adecuado, de la manera adecuada y con la persona adecuada. Algo que por lo demás es tremendamente difícil. Los irascibles hacen todo lo contrario de los mansos, es decir, se enojan en el momento equivocado, con la persona equivocada y de la manera equivocada. 

¿Qué hacemos entonces? ¿cómo podemos escoger el momento apropiado? La única forma que menciona Aristóteles es acercarse lo más posible al término medio. ¿Cómo? si nos enojamos en el momento menos adecuado, ojalá pudiera ser con la persona correcta, así nos iremos acercando al término medio, aunque aún así es difícil.

Capítulo VI: Amabilidad

La amabilidad es un tipo de agrado que frente a otras personas, la sensación de dicho comportamiento las hace sentir bien. En cambio, tenemos el extremo de la amabilidad donde se encuentran las personas que suelen contradecir todo y además de siempre alentar las disputas, a estos los llamamos amigos de la contienda

Ahora, amabilidad no quiere decir que se tenga que ser conformista o dar siempre la razón a la gente, al contrario, se debe tanto refutar como felicitar cuando es necesario. Aunque pese ser crítico de un amigo, de un familiar, o de un alumno, es necesario que para ser amable se tenga que pesar las consecuencias. Por ejemplo, si doy la razón a un perezoso de su actividad, entonces no estoy siendo amable, lo mismo va con criticar a alguien excesivamente y sin razón aparente más que la cólera. 

Capítulo VII: Sinceridad

El término medio entre la arrogancia y la disimulación es la sinceridad. El arrogante ostenta y presume bienes que no tiene, y si tiene bienes, los engrandece excesivamente cuando en realidad no son así. El disimulado dice no tener bienes cuando en realidad si los tiene, es decir, esconde lo que tiene. 

Más que la moderación la sinceridad tiene que ver con la verdad. Los extremos de la sinceridad son las mentiras; el arrogante dice cosas que no tiene y el disimulado dice no tener bienes que en realidad sí tiene(2). El hombre sincero debe decir la verdad sólo cuando esta nos es motivo de honor y no cuando se saca ventaja o una conveniencia vergonzosa. 

Capítulo VIII: Agudeza/gracia

La agudeza está vinculada con la gracia hablada en el libro dos de la Ética a Nicómaco. Está en medio de dos extremos llamados tosquedad y bufonería. Pasa que muchas veces los bufones son más apreciados que los graciosos, pues estos causan más risas que los últimos. 

Sin embargo, la bufonería tiene mucho menos tacto que la gracia. Esto se puede ver en las comedias griegas donde todo, a veces incluso lo sagrado, es expuesto a las más vergonzosas burlas a través de la parodia. El bufón hará reír a cualquiera a cualquier precio. 

Capítulo IX: Pudor y vergüenza

Estos dos conceptos, por supuesto, no son virtudes. Se les considera como extremos. 

El pudor es una afección corporal que tiene que ver con el temor a sufrir algún desprestigio o a la muerte. En los niños, el pudor es mucho más frecuente, puesto que los niños son más proclives a cometer errores y por tanto, experimentar esta clase de fenómenos; no debe ser condenable que un niño tuviera pudor, al contrario es objeto de alabanza. 

Lo que no sería digno de alabanza sería que un hombre tuviera pudor porque esto sería señal de acciones vergonzosas, mucho menos digno de alabanza que el pudor se presentara en los ancianos, puesto que estos tienen más experiencia. 

Conclusión

Otra de las clasificaciones ya acostumbradas de Aristóteles. Vemos aquí un claro ataque al maestro de su maestro, pues Sócrates usaba la ironía para refutar a sus contrincantes. Si lo vemos desde una perspectiva estrictamente objetiva, Sócrates sí tenía ciertamente sabiduría pero la ocultaba a través de su ironía; en palabras de Aristóteles, un disimulado. Pareciera ser que el camino más recto es guiarse por el término medio en todos estos conceptos, en efecto, es ahí donde se encuentra la deseada virtud. ¿Qué hacer si ya caemos en un exceso? dirigirnos en la medida de lo posible al término medio. Sin duda, una tarea muy difícil en la vida.