martes, 9 de diciembre de 2025

Ibn Jaldún - Discurso sobre la Historia Universal (Al-Muqaddimah) (Prefacio)

La Muqaddimah, escrita en 1377 por Ibn Jaldún, es considerada una de las obras fundacionales de las ciencias sociales porque analiza el surgimiento, desarrollo y decadencia de las civilizaciones desde una perspectiva histórica, sociológica y económica única para su tiempo. En ella, el autor introduce conceptos como la ʿaṣabiyya (solidaridad grupal), la influencia del clima y la geografía en las sociedades, el papel de la economía y la fiscalidad en la estabilidad del Estado, y una comprensión crítica de la historia como proceso estructurado y no simple colección de relatos. Esta introducción funciona como una verdadera teoría general de la sociedad y del poder, anticipando métodos y preocupaciones propias de la sociología moderna.

AL-MUQADDIMAH

PREFACIO

Concepto de Historia

Ibn Jaldún parte señalando que la historia es una “técnica” que se transmite entre pueblos y generaciones, subrayando su carácter universal: no es propiedad de una cultura particular, sino un saber buscado por reyes, estudiosos e incluso por el “vulgo”. Esta apertura tiene dos funciones: primero, mostrar que la historia constituye un interés humano natural, y segundo, destacar su utilidad social, pues tanto gobernantes como personas comunes recurren a ella para comprender el pasado y legitimarse en el presente.

A continuación, expone la definición superficial de la historia: un simple registro de hechos pasados, crónicas y anales. Según esta visión externa, la historia sería una narrativa entretenida, casi literaria, útil en celebraciones y reuniones, donde se citan anécdotas y sentencias. Aquí Ibn Jaldún critica la concepción tradicional de la historiografía, reducida a relatos y fechas. Sin embargo, reconoce que incluso esa visión permite descubrir la variedad de los pueblos, su surgimiento, expansión y desaparición, mostrando cómo las civilizaciones avanzan hasta el momento inevitable de su ocaso.

Después introduce su postura central: la historia posee dimensiones internas que la convierten en una auténtica ciencia. Para Ibn Jaldún, la verdadera labor del historiador no es repetir crónicas, sino examinar rigurosamente los hechos, verificar su autenticidad y comprender sus causas. Esta idea inaugura un método crítico que exige contrastar información, evaluar su plausibilidad y analizar los factores que originan los acontecimientos. Es una invitación a dejar la historia meramente narrativa para transformarla en conocimiento analítico.

La historia forma parte de la filosofía, porque permite indagar en la naturaleza de los acontecimientos humanos, sus leyes y estructuras. Con esto eleva la historia a la categoría de ciencia racional, equiparándola a las disciplinas que buscan comprender las regularidades del mundo. Esta afirmación marca un hito: la historia ya no es crónica, sino investigación sistemática que busca causas, patrones y dinámicas sociales, anticipando lo que será más tarde la sociología y las ciencias humanas modernas.

Desde los inicios del Islam, los historiadores cultivaron con rigor el estudio del pasado, recopilando acontecimientos y transmitiéndolos a las generaciones futuras. Sin embargo, inmediatamente introduce una crítica severa: aquellos “improvisados y charlatanes” que, sin método ni formación, adulteraron las narraciones añadiendo fantasías y relatos ficticios inspirados en tradiciones poco fiables. La denuncia es clara: la historia tradicional ha sido contaminada por relatos sin verificación, lo que deforma la comprensión del pasado.

El autor observa, además, que quienes vinieron después simplemente copiaron esas versiones sin cuestionarlas, reproduciendo errores y ficciones. La falta de examen crítico conduce a una historia imitativa, basada en la repetición y no en la investigación. Aquí aparece un diagnóstico metodológico: la ingenuidad de aceptar los relatos tal como llegan, sin analizar el contexto ni las causas de los sucesos, produce una historiografía superficial. Ibn Jaldún advierte que la imaginación, el descuido y la ignorancia se convierten en terreno fértil para falsas interpretaciones y multiplicación de errores.

Frente a esta situación, Ibn Jaldún propone un camino distinto: la crítica como instrumento decisivo del historiador. Subraya que el narrador simplemente relata hechos, pero corresponde al crítico depurar la verdad, examinar las versiones en conflicto y evaluar su autenticidad. Este planteamiento separa dos funciones: narrar y verificar. Con ello, el autor establece una distinción esencial para la ciencia histórica, otorgando prioridad al análisis racional sobre la compilación pasiva.

La verdad posee una fuerza intrínseca frente al engaño. Mientras la ignorancia alimenta relatos falsos, la razón —como luz— disipa el error. En este punto se anticipa la metodología moderna de la historia: investigación crítica de fuentes, contextualización, comparación y evaluación racional. El historiador, para Ibn Jaldún, debe ser un analista que busca las causas reales de los hechos, evitando caer en la fascinación por las narraciones populares o legendarias.

El islam

Ibn Jaldún parte reconociendo la tarea de los grandes historiadores del Islam, quienes se esforzaron por registrar los acontecimientos para las generaciones futuras. Sin embargo, inmediatamente denuncia la acción de “improvisados y charlatanes” que adulteraron el legado histórico introduciendo fantasías y relatos ornamentados. Esta crítica no es meramente moral, sino metodológica: la historiografía heredada contiene errores porque muchos repetían sin examinar. El autor denuncia así una tradición acrítica basada en la copia y la transmisión mecánica de relatos.

A esto añade la falta de investigación causal y contextual. Los sucesores de esos narradores aceptaron las versiones recibidas sin cuestionarlas, sin examinar las circunstancias de los hechos ni verificar su autenticidad. Ibn Jaldún identifica varias causas del error: la debilidad del ojo crítico, la facilidad con que la imaginación inventa, el descuido intelectual y la natural tendencia a imitar. La ignorancia, afirma, sirve de alimento para las falsas narraciones y otorga espacio a quienes, sin conocimiento, ocupan posiciones de autoridad en el saber.

Frente a este panorama, propone distinguir roles: el narrador solo refiere hechos, pero la crítica —es decir, el juicio racional— debe someterlos a examen para descubrir la verdad. La labor del historiador verdadero consiste en depurar y pulir la información, eliminando lo falso y conservando lo auténtico. Al afirmar que la verdad tiene un “imperio” ante el cual nada resiste, y que la falsedad retrocede ante la razón, Ibn Jaldún establece una ética y una metodología históricas: investigación, verificación y crítica como pilares indispensables para comprender el pasado.

Reconoce que existen numerosas crónicas detalladas elaboradas por distintos autores, pero advierte que solo unos pocos alcanzan verdadera autoridad científica. Menciona explícitamente a los grandes compiladores de la tradición islámica —Ibn Isḥāq, al-Ṭabarī, al-Kalbī, al-Wāqidī, Saif ibn ʿUmar, al-Masʿūdī—, pero precisa que lo destacado de ellos no elimina la presencia de errores y elementos discutibles en sus relatos. Esta referencia cumple dos propósitos: por una parte, muestra erudición y conocimiento de la historiografía precedente; por otra, legitima su propio proyecto crítico, al demonstrar que incluso las fuentes “clásicas” no están libres de fallas.

Posteriormente, subraya que la fama o celebridad de esos autores no impidió que muchos historiadores posteriores reprodujeran sus obras sin cuestionarlas. La dependencia acrítica de estos modelos metodológicos hizo que se perpetuaran las mismas deficiencias. En ese punto, Ibn Jaldún insiste nuevamente en la necesidad de un juicio crítico personal para “pesar” la veracidad de los datos. El historiador no debe limitarse a la autoridad de la fuente, sino aplicar discernimiento propio, contrastando información y evaluando su coherencia con la naturaleza de los hechos.

Los acontecimientos humanos poseen características propias que deben ser consideradas al narrarlos. Esto significa que la historia no puede juzgarse solo por testimonios escritos, sino que debe comprender la lógica social, política y económica que subyace a los hechos. Con ello anticipa su método sociológico: entender la estructura interna de la sociedad para evaluar si un relato es plausible. No basta la transmisión documental; es indispensable comprender la naturaleza del fenómeno histórico para distinguir lo verdadero de lo falso.

Quienes continuaron la labor de los grandes compiladores fueron, en su mayoría, simples imitadores carentes de criterio. Señala que repiten mecánicamente los modelos sin percibir los cambios que el tiempo introduce en las sociedades, costumbres y mentalidades. Esta observación es clave: los historiadores deben comprender que los hechos históricos no son estáticos, sino que responden a transformaciones profundas, por lo que no basta con reproducir narraciones antiguas sin actualizar el análisis.

El autor denuncia que esas historias posteriores son “vainas sin contenido”, relatos vacíos que no distinguen entre lo auténtico y lo inventado. Los historiadores imitativos, afirma, se limitan a acumular hechos sin indagar en sus causas, reproduciendo relatos populares sin verificar su origen. El resultado son obras que carecen de fundamento crítico y que dejan al lector en la incertidumbre respecto a la veracidad de lo leído. La crítica apunta a la superficialidad de una historiografía desinteresada de la genealogía de los pueblos, su desarrollo y las razones de su ascenso o declive.

La historia debe comprender los motores internos del poder político, los cambios sociales, económicos y culturales que explican la expansión y la caída de los imperios. No basta con narrar batallas o sucesiones; es necesario estudiar las fuerzas profundas que mueven a la sociedad. Su planteamiento anuncia una metodología histórica basada en el análisis causal y estructural, que es justamente lo que promete desarrollar en los primeros capítulos de la Muqaddimah.

Algunos autores, dice, se limitan a enumerar reyes y a consignar fechas, sin ofrecer genealogías, análisis ni causas. Esta reducción convierte la historia en un listado numérico incapaz de explicar procesos. Con ello completa su crítica: la historia puede fallar tanto por exceso de imaginación como por falta de profundidad. En ambos casos desaparece el sentido de los acontecimientos.

El Método

Luego introduce un giro personal: tras conocer esas limitaciones, declara haber “despertado su intelecto” y decidido escribir una obra que descubra los orígenes de los pueblos. Explica que ha dividido el libro en capítulos que alternan exposición de hechos y consideraciones generales, lo que anticipa un método mixto: narrativo y analítico. Además, anuncia su foco geográfico y étnico: los árabes y bereberes del Magreb. Estos pueblos, afirma, han poblado la región durante siglos y constituyen el objeto principal para comprender la formación de dinastías y reinos en esa zona.

Lo más relevante del pasaje es la afirmación de haber creado un método “enteramente mío”. Ibn Jaldún se presenta como innovador, estableciendo un sistema sorprendente para explicar la organización social, el progreso y la civilización. Promete no solo narrar hechos, sino comprender sus causas, describir la lógica del surgimiento de los imperios y, en consecuencia, permitir al lector previsiones sobre el futuro. 

''El lector ya no se encontrará en la obligación de aceptar a ciegas los relatos que se le presentan, podría ya conocer debidamente la historia de las edades y de los pueblos que le han precedido; sería capaz incluso de prever lo que podría surgir en el futuro''

Primero, señala que antes de los tres libros principales ofrece “prolegómenos” destinados a justificar la excelencia de la historia como ciencia, fijar los principios metodológicos y advertir sobre los errores frecuentes de los historiadores. Esta introducción no es meramente preliminar: establece el fundamento epistemológico desde el cual será posible evaluar el pasado con criterios críticos y racionales.

Luego resume los contenidos de cada libro. El primero aborda la sociedad humana en su conjunto: instituciones políticas, artes, ciencias, modos de subsistencia y riqueza, así como las causas que originan estas formas de organización. Se trata, en esencia, de una teoría general de la vida social, donde ya se anticipa el célebre concepto de ʿaṣabiyya y el análisis de la civilización como proceso. El segundo libro desarrolla la historia de los árabes desde la creación del mundo hasta el presente del autor, integrando referencias a otros pueblos importantes, lo que demuestra su intención comparativa y universalista. El tercero se dedica a bereberes y zanata, destacando el protagonismo del Magreb en la experiencia histórica islámica.

Al visitar la Meca y examinar monumentos, archivos y libros de la región, reunió datos imprescindibles para completar su obra. De este modo, la investigación histórica se apoya en la experiencia directa, en el contraste de fuentes y en la incorporación de materiales extranjeros. Ibn Jaldún insiste en haber seguido un sistema de condensación y claridad que evita excesos literarios, priorizando la comprensión.

El objetivo de Jaldún es crear una historia que integra los orígenes de árabes y bereberes, junto con los grandes imperios contemporáneos. Subraya que su propósito va más allá de narrar hechos: se trata de comprender las causas primeras, los procesos de formación de pueblos e imperios, los cambios sociales, económicos, demográficos y culturales que definen cada época. Mediante una enumeración extensa, muestra la amplitud de fenómenos abarcados —soberanía, religión, urbanización, artes, oficios, vida nómada y urbana— con lo cual presenta su obra como una síntesis totalizadora de la experiencia humana.

A renglón seguido, insiste—con falsa modestia típica de la literatura árabe clásica—en su propia insuficiencia para una tarea tan vasta, apelando a la benevolencia de los lectores y solicitando correcciones. Esta humildad retórica tiene una función doble: por un lado, se ajusta al estilo piadoso de la época; por otro, suaviza la audacia intelectual de haber creado un método nuevo y de presentarse como pionero de una ciencia histórica crítica.

Finalmente, dedica la obra al sultán y desarrolla un largo panegírico. 

¡Que el Supremo nos depare la suficiente posibilidad para agradecer tanta gracia, nos dote lo bastante para ponderar las virtudes de este honroso imamato, nos ayude para cumplir con su debido servicio, incluyéndonos entre los descollados en su campo y los triunfantes en su lid! ¡Que el Todopoderoso derrame sobre la población de este ilustre sultanato, y sobre cuantos acoge bajo su égida paternal de musulmanes, sus bienes y prosperidad, imponiendo su protección y su respeto!

Así, el prólogo cierra un ciclo completo: desde la invocación divina inicial hasta la consagración política y religiosa del libro, presentando La Muqaddimah como una obra al servicio de la verdad histórica, de la comunidad islámica y de la reflexión universal sobre las sociedades humanas.


Conclusión

El prefacio de La Muqaddimah presenta a Ibn Jaldún como un autor que, desde una profunda conciencia religiosa, busca transformar la historia en una ciencia crítica capaz de desmentir errores y comprender las causas reales del devenir humano. Mientras denuncia las limitaciones de las crónicas anteriores y la imitación acrítica de los historiadores, introduce un método propio que combina narración y análisis, orientado a explicar el nacimiento, auge y declive de pueblos e imperios. Su tono devoto, su humildad retórica y la dedicatoria al sultán enmarcan la obra dentro de la cultura política islámica de su tiempo, pero también anuncian la originalidad de un pensamiento que aspira a superar la simple compilación para ofrecer una interpretación profunda y universal de la historia.


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