¿Qué pasaría si dejáramos de emitir juicios sobre todo lo que vemos, creemos o pensamos? ¿Y si el camino hacia la tranquilidad no fuera saber más, sino dudar mejor? En la antigua ciudad de Élide, en el Peloponeso griego, nació uno de los pensadores más radicales de la historia: Pirron, considerado el fundador del escepticismo filosófico.
A diferencia de los grandes dogmáticos de su tiempo, Pirron no vino a enseñar una verdad, sino a recordarnos que quizás la verdad —si existe— es inalcanzable. Su vida, marcada por viajes con Alejandro Magno, encuentros con sabios orientales y una renuncia radical a toda certeza, es una invitación a pensar sin aferrarnos.
En esta entrada exploraremos su biografía, sus ideas más influyentes y el legado de su pensamiento, que siglos más tarde aún resuena en la filosofía moderna. ¿Puede el escepticismo ser una forma de sabiduría? Pirron creyó que sí, pero no se apresuró a afirmarlo.
PIRRÓN DE ÉLIDE
VIDA Y OBRA
Pirron (en griego, Πύρρων) nació en la ciudad de Élide, en el Peloponeso, hacia el 365 o 360 a.C., y murió aproximadamente entre 275 y 270 a.C. (von Fritz, 1963, p. 90). Su época coincide con el auge del helenismo y con la transición desde las grandes escuelas socráticas hacia corrientes más personales y diversas.
Aunque en sus primeros años fue pintor, Pirron pronto se sintió atraído por la filosofía. Se formó bajo la influencia de Anaxarco de Abdera, un filósofo de orientación democriteana. Esta relación es uno de los pocos datos bien atestiguados por las fuentes y señala la conexión de Pirron con el atomismo y el escepticismo empírico de la época
Con Alejandro Magno
Una parte fundamental de la biografía de Pirron es su participación en la expedición de Alejandro Magno a Asia, entre los años 334 y 324 a.C. Pirron habría acompañado al rey macedonio junto con otros filósofos, como parte del séquito ilustrado que documentaba y aprendía de los pueblos conquistados.
Durante este viaje, según fuentes como Diógenes Laercio (IX, 61), Pirron habría entrado en contacto con los gimnosofistas (γυμνοσοφισταί), es decir, sabios ascéticos indios. Aunque no está claro si esta influencia fue determinante, Diógenes afirma que su filosofía se transformó a partir de ese encuentro. Algunos estudiosos consideran esta afirmación especulativa, pero es posible que Pirron se haya visto afectado por ideas orientales como la imperturbabilidad ante el mundo y la renuncia al juicio absoluto.
Con Anaxarco
Aunque Pirron de Élide es reconocido como el fundador del escepticismo filosófico griego, su pensamiento no surgió en el vacío. Uno de los pocos datos firmes que tenemos sobre su formación es su relación con Anaxarco de Abdera, un filósofo vinculado al atomismo de Demócrito.
Anaxarco fue una figura filosófica activa en la época de Alejandro Magno, a quien acompañó en su expedición a Asia. Según Diógenes Laercio (IX, 61), Pirron también formó parte de este viaje, y habría conocido de cerca a Anaxarco durante esos años. Ambos habrían estado expuestos a diversas tradiciones filosóficas orientales, especialmente en la India, donde se dice que Pirron tuvo contacto con los gimnosofistas y los magos, sabios ascéticos que pudieron haber influido en su pensamiento.
Anaxarco, aunque no fue un escéptico en sentido estricto, ya mostraba una tendencia a relativizar la experiencia sensible. Se cuenta que recomendaba suspender el juicio sobre las cosas porque no podemos tener certeza de su verdadera naturaleza, sino solo de cómo nos aparecen. En este sentido, se puede decir que el germen del escepticismo pirrónico ya estaba presente en su maestro. Pirron habría radicalizado esta postura: no solo desconfía del conocimiento sensible, sino que propone una suspensión completa del juicio sobre cualquier cosa.
Lo que en Anaxarco era una estrategia epistemológica, en Pirron se transforma en un modo de vida. La indiferencia frente a las opiniones, el abandono de todo juicio afirmativo y la búsqueda de la imperturbabilidad (ataraxia) se convierten en el eje de una práctica filosófica integral.
Posteriormente, Pirrón se alejaría de Anaxarco, prefiriendo a los indios.
Influencia de los gimnosofistas
Pirron de Élide habría adoptado una serie de hábitos radicales que reflejan una vida orientada por la suspensión del juicio, el desapego y la autosuficiencia. Si bien muchas de estas prácticas nos han llegado de forma anecdótica y deben ser tomadas con cautela crítica, representan bien el ideal escéptico que se le atribuye. Las principales fuentes sobre estos hábitos son Diógenes Laercio (IX, 61–68) y, en forma indirecta, los fragmentos de Timón de Fliunte.
Pirron desconfiaba de tal modo en sus sentidos al punto que habría corrido peligro físico —cayendo por precipicios, siendo atropellado o atacado por animales— si sus amigos no lo hubiesen protegido.
Timón afirma que Pirron alcanzó un estado casi divino de serenidad, al haberse liberado del poder de las opiniones. Diógenes (IX, 68) relata que, en medio de una tormenta en el mar, Pirron se mantuvo en calma observando a un cerdo que seguía comiendo con tranquilidad, tomándolo como ejemplo de cómo debe comportarse el sabio.
Según Diógenes (IX, 66), realizaba tareas domésticas sin pudor, como limpiar la casa o lavar un cerdo. También llevaba sus propios animales al mercado. Estas acciones muestran una ruptura consciente con las normas sociales tradicionales, coherente con la indiferencia escéptica hacia los valores y convenciones.
No se alteraba ante la adversidad ni mostraba entusiasmo excesivo por el placer. Vivía según la idea de que nada es por naturaleza bueno ni malo, sino que todo es indiferente (adiáphoron).
Vivía de forma austera, sin lujos ni pretensiones, y no buscaba fama ni discípulos, aunque Timón y otros lo siguieron por admiración. Su estilo de vida remite a una sabiduría práctica más que teórica, muy cercana al ideal ascético que habría conocido en la India.
Con Timón
Los principales testimonios provienen de su discípulo Timón de Fliunte, cuya obra más citada, Silloi (en griego, "Burlescas"), es más una sátira contra otros filósofos que una exposición doctrinal. A ello se suman biógrafos como Antígono de Caristo, más cercano a un recopilador de anécdotas que a un historiador crítico, y Diógenes Laercio, que nos ofrece relatos tan pintorescos como poco verificables. Incluso autores más responsables como Cicerón ofrecen versiones parciales y posiblemente imprecisas del pensamiento pirrónico.
En esta entrada intentaremos reconstruir lo que puede considerarse el núcleo del pensamiento de Pirron, centrándonos especialmente en un testimonio clave: el resumen que hace Aristocles de Mesene en el siglo I a.C. de la exposición de Timón sobre su maestro. Aunque lleno de incertidumbres, este texto sigue siendo la piedra angular para cualquier interpretación seria de la filosofía pirrónica.
Sin embargo, Timón no fue un simple transmisor. Muchos estudiosos sospechan que parte de lo que atribuimos a Pirron podría ser en realidad una elaboración o interpretación de Timón. Esto se ve con claridad en el famoso testimonio de Aristocles de Mesene, que cita a Timón diciendo que todo el que quiera ser feliz debe hacerse tres preguntas:
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¿Cómo son las cosas por naturaleza?
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¿Qué actitud debemos adoptar frente a ellas?
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¿Qué ocurre con quienes adoptan esa actitud?
Según este testimonio, Pirron enseñaba que las cosas son indiferentes, indeterminables e incomprensibles, y que como consecuencia debemos suspender el juicio (epoché). Esta actitud lleva, en primer lugar, al silencio (no pronunciarse) y, finalmente, a la ataraxia, es decir, la imperturbabilidad del alma.
Pero aquí surge una dificultad: ¿hasta qué punto estas afirmaciones representan el pensamiento de Pirron y no el de Timón? ¿Dónde termina el maestro y comienza el discípulo? La crítica moderna, como Richard Bett (2000), ha subrayado que incluso este resumen tan citado puede ser más un reflejo del estilo sistematizador de Timón que una exposición literal de lo que Pirron enseñaba.
Lo cierto es que sin Timón, Pirron habría quedado completamente mudo para la historia. Y a la vez, sin Pirron, Timón no habría tenido figura a la cual elevar como ejemplo del sabio que ha escapado de las cadenas de la opinión.
Entre ambos se traza una paradoja muy propia del escepticismo: la única voz que tenemos para conocer al filósofo que no quiso afirmar nada... es la voz entusiasta de su más convencido seguidor.
Diferencias con la Academia
El escepticismo académico surgió como una transformación crítica dentro de la propia Academia platónica, especialmente a partir de Arcesilao de Pitane (siglo III a.C.), quien reaccionó contra el dogmatismo de las escuelas estoicas. Su tesis fundamental es que el conocimiento seguro, es decir, la certeza racional sobre la verdad de una proposición, es inalcanzable para el ser humano. Sin embargo, los académicos no renuncian completamente al juicio: afirman que es posible guiarse por lo probable o verosímil (pithanon o verisimile), es decir, por aquello que, aunque no se pueda saber con certeza, es suficiente para actuar razonablemente en la vida práctica.
En contraste, el pirronismo, iniciado por Pirron de Élide y posteriormente desarrollado por Sexto Empírico, adopta una postura mucho más radical. Su punto de partida es que las cosas son por naturaleza indeterminadas, incomprensibles e inarbitrables, y por lo tanto, no podemos emitir ningún juicio verdadero ni falso sobre ellas. No se trata simplemente de que no podamos conocer la verdad, sino de que ni siquiera podemos saber si algo es más probable que otra cosa. Como consecuencia, el pirronista propone la suspensión total del juicio (epoché) frente a toda afirmación, sin hacer ninguna concesión a lo verosímil o probable.
En la Academia escéptica, pese a la renuncia a la certeza, se considera que el sabio puede actuar de manera prudente guiándose por lo que parece más razonable o más adecuado en determinadas circunstancias. El conocimiento absoluto está fuera de nuestro alcance, pero las creencias fundadas en la probabilidad y la experiencia cotidiana son suficientes para tomar decisiones en la vida práctica. Por eso, los escépticos académicos valoran el ejercicio racional, la argumentación y la deliberación política o moral, aunque sin comprometerse con verdades últimas.
En cambio, el pirronismo propone una transformación completa del modo de vivir. Para el pirronista, la epoché no es solo una postura teórica, sino una práctica de vida continua. El sabio pirrónico no cree en nada, no afirma ni niega, y sigue únicamente lo que aparece ante sus sentidos, sin juzgarlo como verdadero o falso. Al no atribuir ningún valor absoluto a las cosas, se libera de la perturbación emocional y alcanza la ataraxia, es decir, una tranquilidad profunda, nacida del desprendimiento total del juicio. Para los pirronistas, esta imperturbabilidad es la meta suprema de la vida filosófica.
Muerte
Pirron vivió, según Diógenes, hasta los noventa años (IX, 62), y murió alrededor del año 275–270 a.C.. No dejó escuela organizada ni escritos, y su influencia inmediata fue limitada. Sin embargo, gracias a Timón, su pensamiento fue conservado y más tarde reactivado por Enesidemo y Sexto Empírico, quienes darían forma al pirronismo como tradición filosófica.
Influencia
Durante varios siglos después de la muerte de Pirron, su pensamiento quedó en relativa oscuridad. No obstante, hacia el siglo I a.C., el filósofo Enesidemo, activo en Alejandría, revivió el escepticismo pirrónico. Aunque ya existía una corriente escéptica en la Academia platónica (por ejemplo, con Arcesilao y Carnéades), Enesidemo criticó a estos escépticos académicos por haber perdido el verdadero espíritu de la duda pirrónica. Para él, Pirron no era solo un escéptico epistemológico, sino un ejemplo práctico de cómo vivir sin opiniones firmes. Enesidemo elaboró los Diez Tropos Escépticos, herramientas argumentativas para mostrar la necesidad de suspender el juicio, retomando así el núcleo del pensamiento pirrónico.
La figura más decisiva en la transmisión del pirronismo fue Sexto Empírico, médico y filósofo escéptico activo entre los siglos II y III d.C. En obras como Esbozos pirrónicos y Contra los dogmáticos, Sexto no solo preservó las enseñanzas escépticas, sino que les dio una forma sistemática y argumentada. Aunque vivió muchos siglos después de Pirron, se presentó a sí mismo como heredero de su tradición, diferenciándose explícitamente del escepticismo académico. Su exposición clara y metódica fue fundamental para que el pirronismo sobreviviera hasta la modernidad. A través de Sexto, el pensamiento de Pirron atravesó el tiempo como una filosofía práctica de la duda y la serenidad, no como una doctrina cerrada, sino como una disposición crítica frente al conocimiento humano.
Gracias a la traducción al latín de las obras de Sexto Empírico en el Renacimiento, el escepticismo pirrónico fue redescubierto en Europa y empezó a ejercer una influencia notable en la filosofía moderna. El primero en apropiarse de él con originalidad fue Michel de Montaigne, quien lo utilizó como base para su famosa pregunta “¿Qué sé yo?” (Que sais-je?), núcleo de sus Ensayos. Montaigne adoptó el escepticismo pirrónico como una actitud vital, una forma de tolerancia y libertad frente a los dogmas religiosos, morales y políticos.
Posteriormente, Pierre Bayle lo utilizó para criticar el racionalismo y el dogmatismo religioso en su Diccionario histórico y crítico, proponiendo que incluso sin certezas racionales se podía defender la fe como una experiencia subjetiva. El pirronismo también impactó a David Hume, quien adoptó una forma de escepticismo empírico: aunque admitía que no podemos justificar racionalmente nuestras creencias sobre causalidad, identidad o inducción, consideraba que seguimos actuando por costumbre, no por certeza.
Finalmente, Immanuel Kant reconoció que el escepticismo escéptico, representado por Hume y en última instancia por Pirron, lo despertó de su “sueño dogmático”. Kant respondió al escepticismo desarrollando su filosofía crítica: aunque no podemos conocer la cosa en sí (noumeno), sí podemos conocer los fenómenos bajo las condiciones del entendimiento.
Conclusión
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