Pirronismo
En la historia de la filosofía antigua, pocos personajes han generado tanta curiosidad como Pirrón de Elis, considerado el fundador del escepticismo radical. El pirronismo, más que una doctrina, fue una actitud filosófica profundamente escéptica frente al conocimiento, las creencias y las afirmaciones categóricas. En este artículo, exploraremos sus fundamentos, sus representantes y su influencia en la historia del pensamiento.
La figura de Pirrón
Pirrón (c. 360 a.C. – c. 270 a.C.) fue un pensador griego originario de Elis. Acompañó a Alejandro Magno en su expedición a la India, donde habría entrado en contacto con los gimnosofistas, sabios que vivían conforme a ideales ascéticos. Esta experiencia marcó profundamente su forma de pensar, llevándolo a rechazar toda afirmación dogmática y a cultivar una vida guiada por la suspensión del juicio (epoché).
El pirronismo no propone un sistema doctrinal, sino un método de investigación. Sus tres pilares principales son:
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La imposibilidad de conocer la verdad: no podemos afirmar con certeza cómo son realmente las cosas.
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La suspensión del juicio (epoché): al no poder decidir racionalmente entre afirmaciones opuestas, el sabio suspende su juicio.
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La ataraxia: como resultado de la suspensión del juicio, se alcanza una paz del alma o tranquilidad interior.
Enesidemo de Cnosos (siglo I a.C.) es una figura clave en la recuperación y sistematización del pirronismo en la época helenística, tras un largo predominio del escepticismo académico. Fue profesor en Alejandría y autor de una obra hoy perdida titulada Discursos pirrónicos (Πυρρώνειοι λόγοι), de la cual solo conocemos fragmentos y referencias, especialmente por Sexto Empírico y Filodemo.
Su principal contribución fue la formulación de los Diez Tropos o modos escépticos, una serie de argumentos destinados a suspender el juicio (epoché) frente a toda afirmación dogmática.
Los Tropos apelan a la experiencia cotidiana, a la percepción sensorial, a la diversidad cultural y a la relatividad del conocimiento, mostrando que no hay un punto de vista privilegiado desde el cual captar la verdad de las cosas.
El primer tropo parte de la diversidad de los animales. Cada especie tiene órganos sensoriales diferentes, y por tanto, accede al mundo de maneras distintas. Lo que es dulce para un animal puede no serlo para otro; lo que daña a un ser puede ser inofensivo para otro. Si la percepción depende del tipo de ser vivo que la experimenta, no podemos afirmar cómo son las cosas en sí mismas. El segundo tropo traslada esta idea a los seres humanos: incluso entre nosotros, hay desacuerdos de percepción, gusto y juicio. Algunas personas gozan del calor, otras lo sufren; lo que uno considera bello o justo, otro lo ve de forma opuesta. Si nuestras impresiones son tan variables, ¿cómo decidir cuál es verdadera?
El tercer tropo señala que los sentidos humanos no son consistentes entre sí. Lo que se ve no siempre se corresponde con lo que se oye o se toca. El mismo objeto puede parecer liso al tacto pero verse rugoso a la vista. Esta contradicción entre los sentidos pone en duda su fiabilidad como fuentes de conocimiento. El cuarto tropo introduce la influencia de las circunstancias del sujeto: nuestra edad, salud, estado emocional o nivel de fatiga afectan lo que percibimos. Un vino puede parecer amargo cuando estamos enfermos, pero sabroso cuando estamos bien. ¿Qué percepción es la verdadera? Si depende del estado interno del observador, entonces no hay criterio seguro.
El quinto tropo muestra que la distancia, posición y orientación del objeto también alteran la percepción. Un edificio lejano parece más pequeño; una torre recta parece inclinada desde cierto ángulo. Por lo tanto, lo que percibimos no revela la naturaleza objetiva de las cosas, sino una imagen condicionada por la perspectiva. El sexto tropo se refiere a la mezcla de objetos: ningún fenómeno se da aislado, sino siempre acompañado por otros elementos que modifican su apariencia. Un alimento puede parecer sabroso cuando se come con cierto vino, pero desagradable con otro. Esta interferencia constante impide conocer la realidad “pura” de los objetos.
El séptimo tropo destaca que la cantidad, estructura o proporción del objeto cambia nuestra percepción. Un puñado de sal puede realzar el sabor de una comida, pero una cantidad excesiva la arruina. Un perfume puede ser agradable en pequeñas dosis, pero insoportable en grandes cantidades. Esto muestra que el juicio sobre algo depende de su contexto cuantitativo y no de una esencia inalterable. El octavo tropo insiste en que todo se conoce en relación con otra cosa. Decimos que algo es alto, frío o valiente siempre en comparación con algo más. Si el conocimiento es siempre relativo, no podemos hablar de verdades absolutas.
El noveno tropo introduce la noción de hábito y familiaridad: lo que vemos todos los días nos parece distinto que lo que encontramos por primera vez. Un sonido habitual puede pasar desapercibido, mientras que un ruido nuevo llama nuestra atención. Esto muestra que el juicio se ve afectado por la frecuencia o rareza de la experiencia. Finalmente, el décimo tropo se basa en las diferencias culturales: las normas, valores, costumbres y leyes varían de una sociedad a otra. Lo que es sagrado en un lugar, puede ser blasfemo en otro. Si el juicio depende del contexto sociocultural, no puede ser universal.
Con estos diez tropos, Enesidemo no busca enseñar que todo es falso, sino que no tenemos forma segura de saber qué es verdadero. Así, el sabio escéptico suspende el juicio ante cualquier afirmación, y en lugar de angustiarse por la incertidumbre, halla en ella una forma de libertad. La epoché no es una renuncia al pensamiento, sino una práctica constante de cuestionamiento. Frente a la ansiedad de la certeza, el escéptico ofrece la calma del que ya no necesita tener razón. Enesidemo, por tanto, no es solo un crítico del dogmatismo filosófico, sino también un defensor de una forma de vida filosófica basada en la humildad, la duda razonada y la búsqueda de serenidad interior.
Sexto empírico
Sexto Empírico fue un filósofo y médico griego que vivió entre los siglos II y III d.C. Su sobrenombre “Empírico” se debe a su pertenencia a la escuela empírica de medicina, que rechazaba las teorías especulativas sobre las causas ocultas de las enfermedades y se guiaba únicamente por la experiencia clínica y los efectos observables. Este enfoque médico coincide profundamente con su filosofía: así como el médico empírico no afirma conocer la naturaleza interna del cuerpo, el filósofo escéptico no afirma conocer la naturaleza última de las cosas. En ambos casos, la actitud es práctica, moderada, y basada en la experiencia más que en la teoría. En este sentido, Sexto representa la expresión más madura y completa del pirronismo antiguo, en contraste con el escepticismo académico.
Sus obras principales, que nos han llegado casi completas, son Esbozos pirrónicos (Πυρρώνειοι ὑποτυπώσεις) y los tratados agrupados bajo el título Contra los dogmáticos, que incluyen Contra los lógicos, Contra los físicos y Contra los matemáticos. A través de ellas, Sexto no solo transmite el legado de Pirrón y Enesidemo, sino que desarrolla con gran profundidad y claridad los argumentos escépticos. En Esbozos pirrónicos, expone los principios generales del escepticismo pirrónico, describe la actitud del escéptico y sistematiza nuevamente los tropos de Enesidemo, incorporando también otros como los cinco modos de Agripa.
Para Sexto Empírico, el escéptico es aquel que continúa investigando, sin llegar jamás a una conclusión definitiva. No niega que haya apariencias, sino que suspende el juicio (epoché) sobre la realidad última de las cosas. Este estado de suspensión no es una posición dogmática ni un fin en sí mismo, sino que conduce a la ataraxia, es decir, la tranquilidad del alma. La búsqueda del escéptico no se orienta a alcanzar una verdad incuestionable, sino a liberarse del tormento que producen las opiniones rígidas y los enfrentamientos teóricos. Al no comprometerse con ninguna tesis, el escéptico vive en paz con la diversidad de pareceres, aceptando las apariencias como guías prácticas de la vida cotidiana.
Una de las contribuciones más importantes de Sexto fue demostrar que ningún sistema filosófico logra evitar contradicciones internas ni ofrecer criterios seguros de verdad. En Contra los dogmáticos, analiza minuciosamente las inconsistencias del estoicismo, del aristotelismo y del platonismo, así como de los fundamentos de la lógica, la física y la ética. Su estilo no es destructivo por capricho, sino metódico y dialéctico: por cada afirmación ofrece un argumento de fuerza igual en contra, con el fin de mostrar que no hay razones suficientes para asentir a ninguna posición.
Una característica distintiva del escepticismo de Sexto es su ética práctica, que lo distingue de los relativismos contemporáneos o del nihilismo. El escéptico no rechaza vivir ni actuar: sigue las normas de su tiempo, las costumbres, las leyes y las impresiones inmediatas, pero lo hace sin creer que esas normas o leyes sean universalmente verdaderas. Vive según las apariencias, pero sin adherirse a una visión metafísica. Esto lo libera de la ansiedad que produce el deseo de certeza. Así, el escéptico puede actuar en el mundo sin verse afectado por los conflictos ideológicos o la obsesión por tener razón.
La influencia de Sexto Empírico fue casi nula durante la Edad Media, pero su redescubrimiento en el Renacimiento —gracias a traducciones latinas y ediciones impresas— tuvo un impacto profundo en el pensamiento moderno. Filósofos como Montaigne, Descartes y Hume lo leyeron atentamente y recogieron parte de sus enseñanzas. Montaigne adoptó el espíritu escéptico para poner en cuestión la autoridad y la superstición; Descartes usó la duda escéptica como método para fundar el conocimiento seguro; Hume profundizó en la crítica a la causalidad y a la idea de “naturaleza humana” desde una perspectiva escéptica. Sin Sexto Empírico, la filosofía moderna no habría sido la misma.
Marco Tulio Cicerón
Cicerón distingue entre el escepticismo académico (como el de Arcesilao y Carnéades) y el pirronismo originado en Pirrón de Elis. Aunque reconoce a Pirrón como una figura importante del escepticismo antiguo, lo critica por su radicalismo extremo. Según Cicerón, los pirronistas suspenden el juicio incluso sobre las cuestiones más básicas de la vida práctica, lo que los haría incapaces de actuar. Afirma, por ejemplo, que “si Pirrón no hubiera sido seguido por sus amigos, habría caído en pozos o precipicios”, una anécdota que probablemente toma de Diógenes Laercio (IX, 62) para ilustrar la supuesta inviabilidad práctica del pirronismo.
Cicerón valora más el escepticismo de la Nueva Academia, que —según él— no niega la posibilidad de conocimiento completamente, sino que sostiene que el conocimiento absoluto es inalcanzable, aunque sí podemos alcanzar grados de verosimilitud (probabile). Esta noción de lo probable le parece más útil y razonable para la vida práctica, especialmente en el ámbito de la política y la ética. Por eso, en Academica, defiende la idea de que el sabio debe guiarse por lo más verosímil o probable, aunque no tenga certeza, una postura más moderada que la de los pirronistas.
Además, Cicerón reconoce que la suspensión del juicio puede tener un valor terapéutico, ya que libera de la angustia de la incertidumbre. Pero insiste en que una duda que paraliza la acción no es una opción viable para la vida pública o moral. Su propia filosofía busca una especie de equilibrio entre la razón escéptica y la necesidad práctica, y por eso usa el escepticismo más como método que como doctrina.
Michel de Montaigne
Michel de Montaigne (1533–1592) es, sin duda, uno de los grandes representantes del renacimiento del escepticismo en la Edad Moderna, y su pensamiento se inscribe claramente en la tradición pirrónica, especialmente a través de la influencia directa de Sexto Empírico, cuyas obras redescubrió y leyó con atención. Montaigne no fue un filósofo sistemático ni un escéptico profesional al estilo antiguo, pero hizo del pirronismo un método de vida, profundamente ligado a su experiencia personal y a su reflexión sobre la condición humana.
Montaigne conoció el pirronismo a través de la traducción latina de Sexto Empírico hecha por Henri Estienne en 1562 y, especialmente, por la lectura y discusión que se hacía en su entorno humanista. En los Ensayos (Essais), y en particular en el capítulo "Apología de Raymond Sebond", Montaigne adopta muchas de las estrategias argumentativas del escepticismo pirrónico. Ataca la arrogancia de la razón humana, critica la pretensión de conocer verdades últimas sobre Dios, el alma o la naturaleza, y muestra cómo todas las afirmaciones filosóficas pueden ser puestas en duda. Repite el procedimiento clásico de Sexto Empírico: a cada argumento opone otro de igual fuerza, generando así la suspensión del juicio (epoché).
Montaigne retoma la idea de que la duda no paraliza, sino que libera. Como el escéptico antiguo, no busca negar que existan las cosas, sino mostrar que no tenemos acceso a su verdad última. Esto, lejos de conducir al nihilismo o al relativismo absoluto, permite vivir con más humildad, tolerancia y serenidad. La duda escéptica en Montaigne no es una renuncia al pensamiento, sino una forma de sabiduría práctica, un camino hacia la aceptación de nuestra finitud e imperfección. El hombre, dice, no puede pretender erigirse en juez del universo; más vale reconocer su ignorancia que afirmarse en falsas seguridades.
En varios pasajes, Montaigne cita explícitamente a Pirrón, a Enesidemo y, sobre todo, a Sexto Empírico, a quien considera una de sus principales fuentes. Sin embargo, su escepticismo es más literario y existencial que técnico: los Ensayos son una exploración del yo, una búsqueda de equilibrio en medio de la incertidumbre. Por eso, su pirronismo no se presenta en forma de tratado, sino como una conversación consigo mismo y con sus lectores, abierta, ambigua y libre.
Podemos decir, entonces, que Montaigne es un pirrónico moderno: retoma los métodos y las actitudes del escepticismo antiguo, pero los adapta a una época distinta, marcada por la crisis religiosa, el conflicto político y la emergencia del humanismo. Su influencia fue enorme: su recuperación del escepticismo inspiró a pensadores como Descartes, Pascal, Bayle y Hume. Pero a diferencia de muchos de ellos, que usaron la duda como instrumento para fundar sistemas nuevos, Montaigne se mantuvo fiel al espíritu original del escepticismo: vivir sin certezas, pero con equilibrio, libertad interior y apertura a la experiencia.
David Hume
Como los escépticos pirrónicos, Hume parte de una crítica profunda a las pretensiones del conocimiento racional. En su Tratado de la naturaleza humana (1739), muestra que no tenemos justificación racional para creer en las nociones de causalidad, sustancia, yo o mundo exterior. Estas ideas no derivan de la experiencia sensorial directa, sino que son proyecciones de la mente construidas por la costumbre y la asociación. Lo que llamamos “causa y efecto”, por ejemplo, no es una conexión necesaria que observamos, sino una expectativa que se forma por repetición. Esta crítica es completamente escéptica: no podemos conocer la necesidad de la conexión causal, sólo sentirla como hábito mental.
También como los pirronistas, Hume denuncia la impotencia de la razón para fundar nuestras creencias. En vez de basarnos en principios racionales, actuamos por costumbre, sentimiento y creencia natural. No podemos justificar racionalmente que el sol saldrá mañana, pero seguimos creyéndolo, no porque lo sepamos, sino porque estamos habituados a que así ocurra. Esto recuerda la práctica pirrónica de vivir según las apariencias, sin comprometerse con teorías dogmáticas.
Hume, sin embargo, es consciente del peligro del escepticismo total, y lo dice explícitamente en su Investigación sobre el entendimiento humano. Reconoce que, llevado a sus últimas consecuencias, el escepticismo destruiría incluso las operaciones más básicas de la mente y la vida cotidiana. Pero también admite que, por más radicales que sean nuestras dudas, la naturaleza humana no permite permanecer en ese estado de suspensión absoluta. En sus propias palabras:
“La naturaleza es demasiado fuerte para el principio. Aunque el razonador escéptico se imagine que ha destruido la razón humana, en la práctica seguirá confiando en ella.” (Investigación, §12)
Aquí se aleja del pirronismo clásico. Mientras Sexto Empírico veía en la epoché una vía hacia la ataraxia, Hume considera que no podemos sostener la suspensión del juicio por mucho tiempo, porque nuestras pasiones, necesidades y hábitos nos empujan a volver al mundo. Incluso el filósofo más escéptico sigue almorzando, caminando y confiando en que su silla no desaparecerá al sentarse.
Por eso, Hume no es un escéptico absoluto, sino un defensor del escepticismo mitigado o moderado. Cree que la duda es una herramienta útil para limitar la arrogancia de la razón, para cuestionar los sistemas metafísicos, teológicos y racionalistas, y para mostrar los límites del entendimiento humano. Pero no propone suspender el juicio en todo: al contrario, sugiere una actitud modesta, que combine la crítica filosófica con la confianza prudente en la experiencia ordinaria.
En esto, Hume sigue una línea similar a la de Montaigne, a quien leyó y valoró, y con quien comparte una forma de escepticismo más existencial y moderado, que no paraliza, sino que humaniza la filosofía.
No por nada se le llamó el último pirronista consistente.
Conclusión
El pirronismo es una filosofía de la duda radical que propone suspender el juicio frente a toda afirmación dogmática, al considerar que no existen criterios seguros para alcanzar la verdad. Esta suspensión conduce a la ataraxia, una tranquilidad del alma nacida de liberarse de la necesidad de tener razón. Más que un sistema teórico, el pirronismo es una actitud vital que enseña a vivir con humildad intelectual, aceptando la incertidumbre como parte esencial de la condición humana.
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