El asno de Buridán
El asno de Buridán es una famosa parábola filosófica que ilustra el problema de la indecisión racional o la parálisis por análisis, atribuida tradicionalmente al filósofo escolástico Jean Buridan (s. XIV), aunque él mismo nunca la formuló exactamente así.
El caso plantea interrogantes filosóficos profundos, especialmente en torno al libre albedrío, la razón suficiente y la naturaleza de la voluntad. Uno de los problemas centrales es el siguiente: si un ser racional sólo actúa cuando tiene una razón suficiente para hacerlo, y no existe tal razón para preferir una opción sobre otra, ¿es entonces posible actuar? En otras palabras, ¿puede la voluntad moverse por sí sola, sin el impulso de una razón objetiva que la determine en un sentido específico?
Los filósofos presocráticos lo anticiparon de alguna forma. Uno de los casos más relevantes es el de Parménides, quien sostenía que el ser es uno, inmóvil e inmutable. Desde esta perspectiva, el cambio sería una ilusión, ya que no hay razón suficiente para que el ser se transforme en algo distinto. Aunque no se refiere a decisiones entre opciones, su pensamiento presenta un trasfondo determinista y lógico: sin una causa que justifique el cambio, este no ocurre. Esta lógica tiene un eco en el dilema del asno, donde la ausencia de una razón rompe la posibilidad del movimiento (en este caso, la acción o decisión).
Por su parte, Empédocles y Anaxágoras introdujeron principios que explican el movimiento y el cambio mediante fuerzas (el Amor y el Odio en Empédocles, el Nous o Intelecto en Anaxágoras). En cierto sentido, estos principios actúan como causas que desatan el movimiento en un universo que, de otro modo, permanecería en equilibrio. Aunque no tratan explícitamente sobre la elección, sus ideas permiten superar la inercia de una situación simétrica mediante una fuerza o impulso externo, algo que recuerda a la necesidad de una “voluntad” que rompa la parálisis del asno.
Finalmente, Heráclito, con su doctrina del devenir constante, se oponía a la idea de un universo estático. Para él, todo fluye y todo está en cambio, lo que implica que la realidad está siempre decidiéndose, por decirlo así, sin necesidad de razones simétricas. Este pensamiento también puede contrastarse con el dilema de Buridán, pues en Heráclito no hay parálisis: el mundo se mueve precisamente por la tensión entre contrarios, lo que impide que la simetría absoluta congele el devenir.
Asimismo, la parábola se relaciona con el principio de razón suficiente, formulado más claramente por Leibniz, según el cual nada sucede sin una razón o causa adecuada. En el caso del asno, la simetría perfecta entre las opciones impide la existencia de una razón determinante, lo que lleva a una inacción que contradice la idea de que siempre hay un motivo para actuar. Esto revela los límites de un racionalismo extremo aplicado a la acción práctica.
Diversas respuestas han sido propuestas al dilema. Algunos filósofos, como Aristóteles, sostienen que el deseo, la inclinación o incluso factores no racionales permiten romper la simetría y actuar. En la filosofía contemporánea se ha reconocido que en la práctica siempre hay pequeñas diferencias, percepciones o impulsos que inclinan la decisión, incluso si no son del todo conscientes. Desde otra perspectiva, se ha afirmado que la voluntad libre, como facultad autónoma, puede actuar sin necesidad de estar determinada por razones externas, lo que resguarda la posibilidad de la elección incluso en contextos de perfecta equivalencia.
Anselmo de Canterbury
La frase "quia Deus nihil sine ratione facit" se puede poner en diálogo con el dilema del asno de Buridán. Si se sostiene que todo debe tener una razón suficiente, incluso la acción divina, entonces una voluntad perfecta, como la divina, nunca quedaría paralizada por la simetría, pues siempre actuaría con fundamento en una razón —aunque sea interna y no evidente para los hombres.
En contraste, en el dilema del asno, la ausencia de una razón lleva a la parálisis. Para evitar eso, algunos pensadores argumentan que debe existir una causa interna —una preferencia, una voluntad libre, un impulso superior— que permita actuar sin necesidad de razones externas diferenciadoras. En la visión teológica, Dios actúa no por impulsos ciegos ni por necesidad externa, sino por una razón interna y libre coherente con su naturaleza.
Santo Tomás de Aquino
En el dilema del asno de Buridán, el problema es que, ante dos opciones idénticas y sin razón suficiente para preferir una, el agente racional no puede actuar. En Tomás, sin embargo, se plantea que la voluntad puede moverse a actuar incluso si el entendimiento no determina una preferencia clara entre objetos. En De Veritate, q.24, a.2, afirma que la voluntad es un principio de movimiento que no está absolutamente determinada por el juicio del entendimiento. Esto permite evitar la parálisis del asno: el ser humano puede actuar incluso cuando las razones son equilibradas, porque posee una voluntad libre que puede inclinarse sin necesidad de una razón extrínseca.
Guillermo de Ockham
A diferencia del tomismo, donde la voluntad de Dios está subordinada a su entendimiento y, por tanto, actúa siempre con una razón coherente, Ockham sostiene una doctrina voluntarista: para él, la voluntad de Dios es absolutamente libre y no está determinada necesariamente por ninguna razón previa. Dios puede actuar sin necesidad de seguir una razón comprensible o deducible por los humanos, y por tanto puede obrar de modo contingente y no necesario, aunque no caótico.
Jean Buridán
Como buen discípulo de Guillermo de Ockham, Buridán también era adherente a la voluntad. Ahora bien, Buridán nunca habló de un asno para demostrar esta teoría. Se le llama “el asno de Buridán” por una alegoría animal introducida posteriormente a la muerte de Jean Buridan, probablemente en el siglo XV o XVI, para caricaturizar las consecuencias de su teoría intelectualista de la voluntad. El asno —animal tradicionalmente asociado en la cultura occidental a la pasividad, docilidad y falta de inteligencia— se usa aquí para representar a un ser puramente racional, incapaz de actuar sin una razón suficiente que incline su decisión.
El asno simboliza a un agente que, como el ser humano racional según Buridán, no puede actuar sin una causa suficiente. Es una manera irónica de decir: “si la voluntad depende absolutamente de la razón, entonces el ser humano no es más libre que un burro hambriento paralizado entre dos montones de heno”.
El asno se utilizaba habitualmente en la Edad Media y el Renacimiento en sátiras y fábulas para representar a personas de razón lenta, indecisas o mecánicamente racionales. Asociarlo a la doctrina buridanista era una forma de ridiculizar sus implicancias.
En realidad, la figura del asno es una simplificación injusta del pensamiento de Buridán. Él no afirmaba que el ser humano quede paralizado ante opciones idénticas, sino que reconocía que, en teoría, si no hay razones para preferir una opción, la voluntad no se mueve; pero también decía que siempre existe alguna razón, aunque sea mínima, que inclina la decisión. Es decir, en la práctica real, no hay paralización.
El primer uso explícito del ejemplo del asno entre dos montones de heno no aparece en Buridán, sino en autores posteriores como:
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Spinoza (Ética, parte II, proposición 49, escolio): se refiere al "asno de Buridán" como ejemplo de la impotencia de la voluntad cuando no hay causas determinantes.
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La Fontaine, en sus fábulas, retoma animales para simbolizar dilemas humanos.
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Leibniz y otros racionalistas lo discuten al tratar el principio de razón suficiente.
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