Distancia ontológica
La distancia ontológica es un concepto filosófico que designa la diferencia o separación entre dos niveles del ser, especialmente entre el Ser absoluto (como Dios, el Uno, el Ser en sí) y los entes finitos o creados. Esta distancia no es espacial, sino metafísica: refiere a una diferencia en el modo de ser.
En la tradición neoplatónica (como en Plotino, y luego en pensadores como Ibn Gabirol o Dionisio Areopagita), existe una distancia ontológica entre el Uno (Dios) y la multiplicidad del mundo. Dios es ser puro, sin composición, sin límite; mientras que los seres creados son compuestos, dependientes, limitados. Por tanto, aunque Dios está presente en todo, no se confunde con nada: es absolutamente trascendente.
Plotino
Para Plotino, el Uno (τὸ ἕν) es la realidad suprema, anterior incluso al ser y al pensamiento. No es un ente entre otros, ni siquiera el ente supremo: es más allá del ser (ἐπέκεινα τῆς οὐσίας). Por tanto, el Uno no tiene partes, no se piensa a sí mismo, no actúa por voluntad, sino que rebosa por su perfección, generando todo lo demás en un proceso de emanación.
Desde el Uno emanan, de manera necesaria y eterna, tres grandes niveles de realidad:
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El Uno: absoluto, inefable, simple, causa de todo. Es más allá del ser y del pensamiento.
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El Intelecto (νοῦς): primera manifestación, contiene las Ideas, es pensamiento puro, unidad y multiplicidad al mismo tiempo.
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El Alma (ψυχή): procede del Intelecto, es ya una instancia móvil, puente entre lo eterno y lo sensible.
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El Mundo Sensible: copia o reflejo del mundo inteligible, el más alejado del Uno, sujeto al devenir.
Cada uno de estos niveles posee menos unidad y más multiplicidad que el anterior, lo cual implica que se aleja ontológicamente del Uno.
La distancia ontológica en Plotino no es un “espacio vacío” entre el Uno y el mundo, sino una pérdida gradual de simplicidad y plenitud. A medida que la realidad se aleja del Uno, se hace más múltiple, más débil en ser, más confusa. Esta distancia no significa que el Uno esté ausente: todo participa de Él, pero de manera más o menos tenue.
La filosofía de Plotino no solo describe la distancia ontológica, sino que propone un camino de retorno (ἐπιστροφή): el alma humana, por medio de la virtud, la contemplación y la purificación, puede elevarse por encima del mundo sensible, alcanzar el Intelecto y, en un acto supremo de éxtasis (ἔκστασις), unirse al Uno más allá de toda dualidad. Este retorno no elimina la distancia, pero la trasciende momentáneamente en la unión mística.
Dioniso Aeropagita
En Dionisio Areopagita (seudónimo de un autor cristiano neoplatónico del siglo V-VI), la distancia ontológica entre Dios y las criaturas es llevada al extremo: no solo hay una diferencia de grado, como en algunos platónicos, sino una absoluta trascendencia. Dios es inaccesible, inefable, más allá del ser y del no-ser, y sin embargo, es también el origen y fin de todas las cosas. Esta tensión entre lo absolutamente trascendente y lo radicalmente presente define su teología.
Dionisio, siguiendo a Plotino pero dentro de una cosmovisión cristiana, afirma que Dios no es un ente supremo, ni siquiera el ser mismo, sino que es más allá del ser (ὑπερούσιον). Esto introduce una distancia ontológica insalvable entre Dios y las criaturas: no hay ningún concepto, imagen o palabra que pueda captarlo. Todo lo que afirmamos de Dios es más falso que verdadero, porque nuestros conceptos son propios del mundo creado.
Por ello, Dionisio defiende la teología negativa (via negationis): no se accede a Dios afirmando lo que es, sino negando todo lo que no es. No es luz, no es sabiduría, no es bien, no es ser… y, sin embargo, es la fuente de toda luz, sabiduría, bien y ser. Esta es la expresión más radical de la distancia ontológica.
A diferencia de Plotino, Dionisio inserta esta metafísica en un sistema cristiano. La distancia entre Dios y el mundo no es simplemente pérdida de unidad, sino parte de un orden jerárquico y sagrado. Las jerarquías celestiales y eclesiásticas (ángeles, santos, sacerdotes, sacramentos) son mediaciones que permiten que la gracia divina descienda y que las almas asciendan.
Esta estructura jerárquica (explicada en su obra Jerarquía celestial) no elimina la distancia, pero la ordena y canaliza. Cada grado inferior recibe y refleja la luz divina del grado superior. Así, desde Dios hasta la materia, hay una cadena de intermediarios que suavizan la separación.
Aunque la distancia entre Dios y el hombre es infinita, Dionisio cree que el alma, por la vía mística y contemplativa, puede elevarse en éxtasis (ἔκστασις) más allá del conocimiento, hacia la unión con lo que está más allá del ser. Esta unión no es conceptual, sino amorosa y supra-racional: el alma se despoja de todo lo que no es Dios (imágenes, pensamientos, palabras), hasta sumergirse en la tiniebla divina (caligo divina), donde Dios habita en su inaccesibilidad.
Ibn Gabirol (Avicebrón)
Para Gabirol, Dios es la Causa Primera, absolutamente uno, simple, eterno e incognoscible. No está compuesto ni de materia ni de forma; ni siquiera puede ser definido como “ser” en el mismo sentido que lo decimos de las criaturas. Esto implica una distancia ontológica absoluta entre Dios y el mundo:
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Dios no es parte del universo ni se identifica con él.
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No comparte ninguna categoría ontológica con lo creado.
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No puede ser comprendido ni siquiera mediante los conceptos más abstractos.
Esta radical trascendencia es herencia del neoplatonismo de Plotino y también de la teología negativa que influirá en Dionisio Areopagita y más tarde en Maimónides.
A diferencia de Aristóteles, Ibn Gabirol sostiene que todo lo creado, incluso las sustancias espirituales como los ángeles y las almas, está compuesto de materia y forma. La materia universal no es física ni sensible, sino una sustancia receptiva e inteligible que permite la multiplicidad de los seres bajo el gobierno de las formas.
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Hay una materia universal, creada por Dios, que está en todos los niveles del ser.
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Las formas son los principios que organizan esa materia, y proceden en cascada desde lo más alto (formas universales) hasta lo más bajo (formas individuales).
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La distancia entre Dios y el mundo se articula entonces como una cadena jerárquica de formas que median entre lo Uno y la multiplicidad.
Una de las grandes innovaciones de Gabirol es el rol que le asigna a la Voluntad divina (ratzón). La Voluntad es la primera emanación de Dios, y actúa como mediadora entre el Ser supremo y el resto de los seres.
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No es una voluntad psicológica ni emocional, sino un principio metafísico.
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Por medio de la Voluntad, Dios crea, ordena y sustenta el universo.
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Así se mantiene la trascendencia de Dios, pero se permite la presencia de su poder en todo lo creado.
La Voluntad es la llave que permite conciliar la distancia ontológica con la dependencia del mundo respecto de Dios.
Giordano Bruno
En Giordano Bruno, la distancia ontológica tradicional entre Dios y el mundo —típica del platonismo y del cristianismo neoplatónico— es profundamente transformada y, en gran medida, abolida. En lugar de una ontología escalonada que va del Uno trascendente a la multiplicidad del mundo, Bruno postula una unidad ontológica radical entre Dios y la naturaleza. Esta es la base de su panteísmo o, más precisamente, su visión de una inmanencia infinita de lo divino.
En Bruno, Dios no está separado del mundo, ni más allá de él como en Plotino o Dionisio. Al contrario, Dios está en todas las cosas, no como una parte, sino como su fundamento inmanente. Él es:
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Causa eficiente (porque hace el mundo),
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Causa formal (porque es la forma del mundo),
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Causa final (porque todo tiende a Él),
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Y también causa inmanente: está dentro de cada cosa como su alma (mens insita omnibus).
Así, no hay una distancia ontológica al modo tradicional, sino una coincidencia: el mundo es Dios en su manifestación infinita. Por eso Bruno puede decir que el universo es un animal divino infinito, una totalidad viviente animada por el Intelecto Universal.
Bruno rompe con el modelo jerárquico neoplatónico en dos aspectos fundamentales:
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El universo no es finito ni cerrado, como en Aristóteles o incluso en Plotino. Es infinito, sin centro ni borde, lleno de mundos habitados, todos igualmente expresión de lo divino.
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No hay arriba ni abajo, no hay niveles de ser que se alejan o acercan al Uno. Todo es igualmente ser, igualmente manifestación de la sustancia divina.
Esto implica la abolición de la distancia ontológica tradicional: ya no hay una cima (Dios) y una base (materia), sino un plano infinito de ser, donde cada cosa expresa a Dios según su modo.
Bruno adapta el concepto de emanación, pero lo convierte en expresión. Dios se manifiesta no como un punto de origen separado que da lugar a una cadena descendente, sino como una fuente interior que se expresa infinitamente en formas, naturalezas, individuos. Cada ente singular es un modo de la sustancia infinita, como dirá luego Spinoza.
Por eso Bruno celebra la dignidad de la materia, de lo corpóreo, de lo particular: todo en el cosmos, desde las estrellas hasta las piedras, es portador del Uno, es una teofanía.
La abolición de la distancia ontológica no implica, en Bruno, una pérdida de lo divino, sino su universalización. Todo está lleno de Dios, y por tanto:
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Conocer el mundo es conocer a Dios.
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Amar a las criaturas es amar a Dios.
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Buscar la verdad es encontrar la unidad del Todo.
El éxtasis ya no es el abandono del cuerpo y del mundo, como en Plotino o Dionisio, sino la fusión del alma con la totalidad infinita, un éxtasis cósmico que se alcanza amando la verdad, la libertad y la unidad en todas las cosas.
Conclusión
La distancia ontológica expresa la separación entre Dios y el mundo, que en Plotino y Dionisio es radical, aunque en el primero puede superarse por el alma y en el segundo solo por vía mística; Ibn Gabirol la mantiene absoluta pero mediada por la Voluntad divina; mientras que Giordano Bruno la disuelve, afirmando la plena inmanencia de lo divino en el universo.
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