martes, 23 de octubre de 2018

La Santa Inquisición



La Santa Inquisición es, sin duda, uno de los episodios más controversiales y discutidos de la historia europea, cargado de implicaciones éticas, religiosas y políticas. Este tribunal eclesiástico, cuya misión oficial era preservar la pureza de la fe católica, desempeñó un papel central en el control ideológico y social durante siglos. Desde su creación en el siglo XII, esta poderosa institución de la Iglesia católica se dedicó a erradicar la herejía y a mantener la ortodoxia religiosa a cualquier costo. Con métodos que oscilaban entre el interrogatorio psicológico y la tortura, la Inquisición no solo persiguió a herejes como los cátaros, sino que también se enfocó en judíos conversos y otros grupos considerados una amenaza para la unidad religiosa. La Inquisición española, establecida en 1478 por los Reyes Católicos, es quizás la más famosa de todas, simbolizando un periodo de intensa represión que dejó una marca indeleble en la cultura y la sociedad. A medida que exploramos este fascinante y aterrador fenómeno histórico, nos adentramos en un mundo donde el miedo y la fe se entrelazan, revelando las complejidades de una época que aún resuena en nuestro presente.


La Santa Inquisición 

Etimología

En primer lugar establezcamos el origen de la palabra ''Inquisición''. La palabra inquisición proviene del latín "inquisitio, -onis", que deriva del verbo "inquirere".

  • "In-": un prefijo que significa "hacia" o "en".
  • "Quirere": una forma arcaica del verbo "quaerere", que significa "buscar", "preguntar" o "investigar".
Por lo tanto, el significado original de inquisitio era "acción de buscar" o "acto de investigar". En el latín clásico y medieval, esta palabra adquirió un sentido técnico relacionado con procesos formales de investigación, especialmente judiciales o legales.


Antecedentes

Es ampliamente conocido que la Santa Inquisición persiguió la herejía presente en distintos países, aunque en un principio solo se dedicaba a investigar casos de delitos contra la religión. 

Herejía

La palabra herejía proviene del latín haeresis, que a su vez deriva del griego αἵρεσις (hairesis), que significa "elección" o "preferencia". En su origen griego, hairesis simplemente denotaba el acto de elegir o un grupo que seguía una doctrina o escuela específica, sin connotaciones necesariamente negativas.

Con la expansión del cristianismo, el término fue adoptado por los Padres de la Iglesia, como San Jerónimo y San Agustín, para referirse a aquellas doctrinas o elecciones que se desviaban de la enseñanza ortodoxa. En este contexto, hairesis adquirió una connotación negativa, designando una desviación voluntaria o elección equivocada que iba en contra de la verdadera fe cristiana. Este cambio semántico subrayaba la idea de que el hereje "elige" apartarse de la verdad revelada y de la comunidad de fe.

Gnósticos

Muchas religiones tradicionales no satisfacían las necesidades espirituales de individuos que buscaban respuestas más personales y profundas sobre su existencia. El gnosticismo ofrecía una solución al proporcionar una narrativa de autodescubrimiento espiritual y una conexión directa con lo divino.

Los gnósticos surgieron como un movimiento religioso y filosófico en los primeros siglos de la era cristiana, aproximadamente entre los siglos I y III d.C. Sin embargo, las ideas que constituyen el gnosticismo tienen raíces más antiguas, y algunos elementos se remontan a tradiciones religiosas y filosóficas del mundo helenístico, el judaísmo, el zoroastrismo y las religiones mistéricas del Mediterráneo.

El gnosticismo comenzó a desarrollarse paralelamente al cristianismo primitivo. Algunos grupos gnósticos adoptaron elementos de las enseñanzas de Jesús y los integraron en su propia cosmología y espiritualidad, reinterpretando la figura de Cristo como un portador de la "gnosis" (conocimiento espiritual) que liberaba a los seres humanos del mundo material corrupto. En este período, siglos II y III, d. C. los movimientos gnósticos alcanzaron su apogeo, con diversos grupos que difundieron sus enseñanzas en regiones como Egipto, Siria, Roma y Asia Menor.

El gnosticismo surgió como una forma de resistencia frente a las religiones organizadas que enfatizaban la obediencia a reglas externas y sacramentos formales. En contraste, los gnósticos valoraban la experiencia interna y la conexión directa con lo divino, lo que los hacía críticos del poder y la autoridad eclesiástica.

La razón más importante por la que los gnósticos fueron considerados herejes fue su cosmovisión dualista, que afirmaba que el mundo material era intrínsecamente malo y que había sido creado por un ser inferior (el Demiurgo), no por el Dios verdadero. 

Esta idea chocaba directamente con la doctrina central del cristianismo, que enseña que Dios es el creador de todo lo que existe, y lo creó bueno (Génesis 1:31), la materia y el cuerpo humano son parte de la creación divina, no algo que deba rechazarse o despreciarse y la salvación viene por la redención del ser humano completo (cuerpo y alma), no solo por el escape del alma del mundo material.

Tertuliano

Tertuliano (155-220 d.C.), uno de los primeros apologetas cristianos, reflexionó profundamente sobre la herejía, sentando bases conceptuales que, aunque separadas en el tiempo, tendrían repercusiones en la lógica y justificación de instituciones como la Inquisición. En su obra De praescriptione haereticorum ("La prescripción contra los herejes"), Tertuliano desarrolla argumentos teológicos y jurídicos para defender la ortodoxia cristiana frente a las herejías que proliferaban en su tiempo. Sin embargo, Tertuliano nunca expresó una actitud de violencia contra los herejes. 

La "prescripción" fue una analogía tomada del derecho romano, por el cual, en dicha institución, se adquieren las cosas por el paso del tiempo y concurriendo ciertos requisitos legales. Argumentaba que los herejes no tenían derecho a debatir sobre la fe porque la Iglesia, como depositaria legítima de la tradición apostólica, era la única autoridad competente para interpretar las Escrituras, ya que los herejes ''han perdido'' el derecho a ellas al separarse de la iglesia. Este razonamiento excluía a los herejes del acceso a los textos sagrados y de los debates teológicos, subrayando la idea de que la verdad no está sujeta a interpretación individual, sino que es custodiada por la comunidad eclesial.

Ireneo de Lyon

Por otra parte, Ireneo de Lyon (130-202 d.C.), uno de los Padres de la Iglesia más influyentes en los primeros siglos del cristianismo, desempeñó un papel clave en la lucha contra las herejías a través de su obra más famosa, "Adversus haereses" ("Contra las herejías"). Aunque vivió siglos antes del surgimiento de la Inquisición, sus ideas y métodos para defender la ortodoxia cristiana tuvieron un impacto duradero y se conectan indirectamente con los fundamentos teológicos y prácticos que sustentaron a la Inquisición en la Edad Media.

Derecho Romano

En la República, los juicios públicos establecieron principios básicos de procedimiento penal, como la acusación y defensa, aunque con un carácter más acusatorio que inquisitivo.

Durante el Principado, los procedimientos judiciales comenzaron a depender más del poder imperial. El procedimiento extraordinario (cognitio extra ordinem) permitió a los magistrados investigar y juzgar sin adherirse estrictamente a los procedimientos tradicionales. La tortura se justificaba como un medio para obtener la verdad en casos graves, como la herejía.

El procedimiento inquisitivo tiene su origen en el Derecho Romano tardío, particularmente en el periodo del Dominado (siglos III-IV d.C.), cuando el Estado centralizó más el control judicial. En este modelo, el juez asumía un papel activo en la investigación de los hechos, actuando como investigador, acusador y juzgador. Esto contrasta con el procedimiento acusatorio, donde eran las partes quienes presentaban pruebas y alegatos.

San Agustín de Hipona

Luego se aplicaron otros concilios donde cada acuerdo implicaba la supresión de los herejes. El mismo San Agustín de Hipona en el llamado ''Sermón 119'' con una metáfora de la cena explica la obligación que debe tener el cristiano para con los herejes. 

En segundo lugar, otra interesante obra de Agustín nos hablaba de lo necesario forzar a otros a la verdad. El filósofo menciona cómo la ciudad de Nínive, al escuchar la predicación del profeta Jonás, fue llevada al arrepentimiento, no solo por la amenaza divina, sino también por el mandato del rey. Subraya que, aunque algunos actuaron inicialmente movidos por temor a la autoridad terrena, esto les permitió abrirse a la gracia de Dios y suplicar con sinceridad desde el corazón. Este acto de penitencia forzada llevó a muchos a encontrar la salvación. En efecto, Agustín cree que es posible forzar a alguien a la verdad. 

La parábola del banquete es una enseñanza de Jesús que aparece en los Evangelios de Mateo (22:1-14) y Lucas (14:15-24), con algunas diferencias pero un mensaje central común: el reino de Dios, la invitación divina y la respuesta humana. A través de la imagen de un banquete, Jesús explica cómo Dios extiende su gracia a todos, y cómo las personas pueden responder o rechazar esa invitación.

En el Evangelio de Mateo, Jesús compara el reino de los cielos con un rey que organiza un banquete de bodas para su hijo. El rey envía a sus siervos a llamar a los invitados, pero estos rechazan la invitación, e incluso algunos maltratan y matan a los siervos. Enfurecido, el rey castiga a los culpables y destruye su ciudad. Luego, decide extender la invitación a todos, sin distinción, y la sala del banquete se llena de personas de todas partes. Sin embargo, al entrar, el rey ve a un hombre sin traje de boda y lo expulsa, mostrando que, aunque la invitación es universal, se requiere disposición y preparación para participar en el reino de Dios. La parábola concluye con la advertencia: "Muchos son llamados, pero pocos escogidos."

En el Evangelio de Lucas, Jesús narra la parábola en el contexto de un banquete en casa de un fariseo. En esta versión, un hombre organiza un gran banquete y envía a su siervo a invitar a muchos. Sin embargo, los invitados comienzan a excusarse con razones triviales: uno dice que compró un terreno, otro que adquirió yuntas de bueyes, y otro que se acaba de casar. Molesto por los rechazos, el anfitrión ordena a su siervo que invite a los pobres, lisiados, ciegos y cojos. Como todavía queda espacio, le dice: "Ve por los caminos y senderos, y obligalos a entrar, para que se llene mi casa." Este mandato refleja la urgencia y el deseo del anfitrión de que todos participen en su banquete, sin importar su origen o condición.

La enseñanza central de ambas versiones es que el banquete simboliza el reino de Dios, al que todos están invitados. No obstante, muchos rechazan esa invitación debido a preocupaciones mundanas o por falta de disposición espiritual. La frase "oblígalos a entrar" enfatiza la generosidad de Dios y su insistencia en incluir a los marginados, mostrando que su gracia no tiene límites ni barreras.


De hecho, creo que podríamos explicar las herejías después de San Agustín. Recordemos que en un principio, San Agustín no tenía ningún problema con los herejes sobre todo con los maniqueos a quienes invitaban a unirse. Sin embargo, con el resurgimiento de nuevas herejías San Agustín comenzó a enfrentarse a todos ellos en debates. Al final de su vida, San Agustín condenó a la mayoría de las herejías y más o menos desde ese tiempo se les empezó a perseguir. 

Concilio de Nicea

Si tuviéramos que ser bien estrictos con el origen de la Inquisición, entonces tendríamos que remontarnos al Imperio Romano. Exactamente, mientras se celebró el Concilio de Nicea con Constantino I, el grande, todos aquellos que no estuvieran de acuerdo con las conclusiones del concilio (que Jesús era mortal y divino), sería perseguido. 

Su objetivo principal fue resolver la controversia arriana, una disputa teológica iniciada por Arrio, quien negaba la plena divinidad de Jesucristo al sostener que era una criatura creada por Dios Padre y, por tanto, subordinada a Él. Este conflicto amenazaba la unidad de la Iglesia y del Imperio. En el concilio, se reunieron más de 300 obispos de distintas regiones, quienes debatieron intensamente hasta llegar a la formulación del Credo Niceno, que afirmaba que Cristo es "de la misma sustancia" (homoousios) que el Padre, consolidando su naturaleza divina e igualitaria dentro de la Trinidad. Además, se establecieron varios cánones disciplinarios para la organización de la Iglesia y se fijó la fecha de la Pascua. 

Arrio, tras el Concilio de Nicea de 325 d.C., fue condenado como hereje debido a su rechazo a la doctrina de la consustancialidad de Cristo con el Padre (es decir, que Cristo es de la misma naturaleza divina que Dios Padre). El concilio declaró que las enseñanzas arrianas eran contrarias a la fe cristiana y, en consecuencia, Arrio fue exiliado por orden del emperador Constantino. Sus obras fueron prohibidas y muchas de ellas destruidas.

Sin embargo, su historia no terminó ahí. A pesar de su condena inicial, Arrio contó con el apoyo de importantes figuras dentro del Imperio, como Eusebio de Nicomedia y otros obispos que simpatizaban con su postura. Gracias a estas conexiones, Arrio fue readmitido en la comunidad cristiana en el año 335, cuando Constantino mostró una actitud más conciliadora hacia los arrianos. Sin embargo, esta readmisión generó tensiones dentro de la Iglesia.

La muerte de Arrio en el año 336 fue envuelta en circunstancias misteriosas. Según las fuentes eclesiásticas, falleció de manera repentina en Constantinopla, antes de participar en una ceremonia de reconciliación con la Iglesia. Algunos relatos, especialmente de sus adversarios, interpretaron su muerte como un castigo divino, describiendo detalles dramáticos de su fallecimiento (supuestamente mientras sufría una hemorragia interna en público). Sin embargo, más allá de estas interpretaciones, su influencia persistió, ya que el arrianismo continuó extendiéndose y provocando divisiones en la Iglesia durante los siglos siguientes, particularmente entre los pueblos germánicos convertidos al cristianismo.

Edicto de Tesalónica

Teodosio desempeñó un papel crucial en la transformación del cristianismo en la religión dominante del Imperio Romano. En el año 380, mediante el Edicto de Tesalónica, proclamó el cristianismo niceno (ortodoxo) como la única fe verdadera y oficial del Imperio. Este edicto marcó un punto de inflexión, ya que a partir de ese momento las herejías, como el arrianismo, dejaron de ser toleradas y se persiguieron activamente. Las leyes de Teodosio establecieron duras sanciones contra los herejes, incluidas la confiscación de propiedades, la exclusión de la vida pública y, en algunos casos, el castigo corporal o la pena de muerte. Estas medidas reflejaban la creciente asociación entre la ortodoxia cristiana y el poder político.

Además, Teodosio convocó el Concilio de Constantinopla en 381, que reafirmó el Credo de Nicea y condenó varias herejías, fortaleciendo la unidad doctrinal del Imperio. Este esfuerzo por erradicar las doctrinas consideradas desviadas se puede interpretar como un precursor del celo con el que siglos más tarde la Inquisición trataría las cuestiones de fe.

Corpus Iuris Civilis

El emperador Justiniano I (527-565 d.C.) Justiniano, conocido por su recopilación legal en el Corpus Juris Civilis, incluyó en su legislación medidas estrictas contra los herejes, los paganos y los judíos. En su visión, la unidad religiosa era fundamental para garantizar la estabilidad política y social del Imperio. Por ello, declaró explícitamente que el cristianismo ortodoxo (niceno) era la única religión aceptable y persiguió activamente a aquellos que sostenían doctrinas divergentes, como los arrianos, monofisitas, maniqueos y otros grupos considerados heréticos.

En las Novelas, un conjunto de leyes promulgadas por Justiniano, se ordenaba que los herejes fueran excluidos de los cargos públicos, privados de sus derechos civiles y, en algunos casos, castigados con la confiscación de bienes o incluso la pena de muerte. Además, la legislación justinianea también regulaba la enseñanza y la práctica religiosa, asegurándose de que la doctrina ortodoxa se mantuviera como el estándar en todo el Imperio. Estas medidas reflejaban la creciente vinculación entre la religión y el aparato estatal, que más tarde sería una característica central de la Inquisición.

Los Valdenses

Los valdenses fueron un movimiento religioso cristiano que surgió en el siglo XII en la región de Lyon, Francia. Su fundador, Pedro Valdo (Pierre Valdès), era un comerciante acomodado que, hacia 1173, experimentó una conversión religiosa profunda. Inspirado por los evangelios, Valdo renunció a sus bienes materiales y adoptó un estilo de vida de pobreza voluntaria, dedicándose a predicar y a promover un retorno a los ideales de la Iglesia primitiva.

El movimiento de los valdenses, inicialmente conocido como los "Pobres de Lyon", comenzó como un grupo de laicos comprometidos con la predicación y la enseñanza de la fe cristiana. Uno de los principios fundamentales del movimiento era la pobreza evangélica, siguiendo el ejemplo de Cristo y los apóstoles. Creían que la riqueza era un obstáculo para la vida espiritual y promovían un estilo de vida austero como expresión de la fe.

Otra característica distintiva de los valdenses era la predicación laica. Contrariamente a las normas de la Iglesia Católica de la época, permitían que tanto hombres como mujeres laicos predicaran y difundieran las enseñanzas bíblicas. Este énfasis en la igualdad y la participación de los laicos fue una de las razones principales de su enfrentamiento con la jerarquía eclesiástica.

Los valdenses también defendían la traducción y lectura de la Biblia en lenguas vernáculas, argumentando que todos los creyentes tenían derecho a leer y entender las Escrituras directamente. Esto chocaba con la práctica dominante de la Iglesia Católica, que reservaba la interpretación de la Biblia al clero y mantenía el texto en latín, inaccesible para la mayoría de los fieles.

Por otro lado, los Valdenses creían en que era perfectamente posible predicar sin permiso de un intermediario, lo que la Iglesia prohibía estrictamente, pues siempre necesitarían permiso de su diócesis. 

En 1184, el Papa Lucio III convocó el Concilio de Verona, junto con el emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, Federico Barbarroja. Este concilio tenía como principal objetivo combatir la creciente expansión de movimientos heréticos en Europa, entre los que se encontraban los cátaros, los valdenses y otros grupos considerados desviaciones de la ortodoxia católica. Fue en este contexto que se emitió la bula Ad Abolendam, un documento que establecía medidas específicas contra la herejía.

La bula Ad Abolendam incluía a los valdenses entre los grupos heréticos condenados, principalmente debido a su predicación laica y su desafío a la autoridad eclesiástica. Aunque en sus inicios los valdenses no buscaban romper con la Iglesia Católica y apelaron al Papa para obtener reconocimiento, su insistencia en predicar sin autorización clerical, su rechazo a algunas prácticas sacramentales y su énfasis en la pobreza evangélica los pusieron en conflicto con el papado.

Los Cátaros

Los Cátaros, también conocidos como albigenses, eran una religión gnóstica prominente en Europa. Se encontraban exactamente al sur de Francia en la ciudad de Albi (de ahí que se les llame albigenses). Estos creían que en el mundo existían dos fuerzas: el bien, que era espiritual; y el mal, que era material. 

Debido a esto, los cátaros creían que el hombre estaba atrapado en su cuerpo y que su espíritu debía salir, y evitar todo aquello que es carnal. Por lo tanto, los cátaros vivían en austeridad, en castidad y evitaban todo tipo de comidas que provinieran de la unión sexual (carne). Creían en la resurrección y negaban el bautismo.

La Iglesia Católica Romana trató de extirpar de raíz a esta herejía por años. Uno de los misioneros que fue a convertirlos fue Santo Domingo, pero sus intentos fueron fallidos.

Prácticamente, los cátaros vivían en tranquilidad gracias a la tolerancia de Raimundo VI de Toulouse, quien encima fuera católico. Sin embargo, Raimundo fue excomulgado cuando se supo que era cómplice de los cátaros en el asesinato de Pedro de Castelnau, un monje cisterciense. 

En el año 1208, Inocencio III, quien ya sospechaba de Raimundo (de hecho, no lo llamó a la Cuarta Cruzada), convocó una nueva cruzada en contra de Raimundo y los herejes de Languedoc para el próximo año. 

La Cruzada Albigense fue tremendamente popular en el norte de Francia, ya que los cruzados, una vez dentro de la cruzada sus pecados eran perdonados en la otra vida. 

Los cruzados capturaron la ciudad de Béziers en el corazón de la ciudad cátara. El papado legal decía:


''Mátenlos a todos, Dios reconocerá a los suyos''
(Arnaldo Amalrico, inquisidor papal)

Cuando los cruzados preguntaron cómo diferenciar a los cátaros de los cristianos, a estos les dijeron que sólo no mataran a toda la población. Los albigenses se rindieron totalmente a los cruzados. La cuidad quedó en manos de Simón, señor de Montfort y conde de Leicester quien además había servido en la Cuarta Cruzada. 

Simón aprovechó de capturar otras ciudades del territorio como Toulouse lo que sirvió posteriormente para organizar otra cruzada. 


Santa Inquisición

Cambios al sistema judicial

Antes del pontificado de Inocencio III, el sistema judicial para perseguir herejes era descentralizado y dependía principalmente de las autoridades locales, especialmente los obispos. Cada diócesis tenía la responsabilidad de identificar y juzgar a los herejes dentro de su jurisdicción. Este proceso, conocido como juicio episcopal, carecía de uniformidad y estaba sujeto a la discreción de cada obispo, lo que daba lugar a procedimientos inconsistentes. Las penas podían variar desde penitencias públicas hasta la excomunión, mientras que los castigos físicos y ejecuciones eran realizados exclusivamente por las autoridades seculares, ya que la Iglesia no permitía el derramamiento de sangre.

La falta de un sistema unificado hacía que la lucha contra la herejía fuera ineficaz en muchas regiones. En áreas donde movimientos como los valdenses y cátaros tenían influencia, las autoridades locales a menudo eran reticentes o incluso simpatizantes, lo que dificultaba significativamente la represión. Además, no existía un cuerpo especializado para investigar y perseguir a los herejes, lo que dejaba esta tarea en manos de clérigos con limitados recursos y experiencia en el tema.

Por lo demás, en este sistema, el proceso judicial se iniciaba solo si había una acusación formal presentada por un individuo o una entidad. Esto significaba que no existía una obligación institucional de investigar delitos o herejías de oficio. El acusador debía aportar las pruebas necesarias para sustentar sus alegaciones y, a su vez, corría el riesgo de enfrentar sanciones si se demostraba que la acusación era falsa o malintencionada. Este mecanismo tenía como objetivo desalentar las denuncias frívolas, pero también limitaba la capacidad de las autoridades para perseguir ofensas que no contaran con un acusador dispuesto. De hecho, si el acusado no era capaz de probar el delito, el acusador recibiría la misma sanción que hubiese recibido el acusado. De este modo, ni siquiera los que tenían verdaderas razones para denunciar, lo hacían por temor a ser sancionados. 

El nuevo sistema de Inocencio III

Inocencio III introdujo importantes reformas para mejorar la persecución de la herejía. Durante su pontificado, fortaleció la autoridad papal sobre los obispos, exigiendo mayor diligencia en la identificación y juicio de los herejes. Esto incluía visitas regulares en las diócesis para buscar signos de herejía y asegurar que los procedimientos se siguieran de manera uniforme. Al centralizar estas responsabilidades, el papa buscaba eliminar la dependencia de las decisiones locales, muchas veces influenciadas por factores políticos o sociales.

En el Cuarto Concilio de Letrán en 1215, Inocencio III promulgó normas que estandarizaban las medidas contra los herejes. Estas reglas obligaban a los obispos a investigar activamente los casos de herejía y a colaborar con las autoridades seculares para garantizar el cumplimiento de las penas. Se establecieron procedimientos más claros para el juicio y castigo, definiendo las condiciones bajo las cuales los herejes serían entregados al poder civil para su ejecución o castigo.

Inocencio III permitió el uso del sistema de denuncia pública o clamor, donde cualquier persona podía informar a las autoridades eclesiásticas sobre la sospecha de herejía, sin necesidad de asumir el papel formal de acusador. Esto abrió la puerta a un sistema en el que los obispos y otros representantes de la Iglesia podían investigar oficiosamente las denuncias, incluso si no existía una acusación formal. Así, la carga de la investigación ya no recaía exclusivamente en el acusador, sino que pasaba a ser una responsabilidad de la autoridad eclesiástica.

Con todo esto a su favor, Inocencio III nunca pudo acabar totalmente con los cátaros.

Gregorio IX

El Papa Gregorio IX, quien gobernó entre 1227 y 1241, introdujo una serie de innovaciones que transformaron profundamente la manera en que la Iglesia Católica enfrentaba la herejía y gestionaba su sistema judicial. Una de sus principales reformas fue el establecimiento de la Inquisición Papal en 1231 mediante la bula Excommunicamus. Este tribunal centralizado se creó para superar las limitaciones del sistema episcopal anterior, que dependía de los obispos locales, y permitió que los inquisidores actuaran de manera más uniforme y eficaz en toda la cristiandad.

Nuevo sistema de Gregorio IX

Gregorio IX estandarizó los procedimientos judiciales de la Inquisición. Esto incluyó reglas claras para la recopilación de pruebas, los interrogatorios y la emisión de sentencias. Los registros de los juicios debían ser documentados meticulosamente, lo que garantizó una base administrativa más sólida y facilitó la supervisión del papado. Aunque el uso de la tortura como método de interrogación fue formalmente autorizado más tarde, en 1252, las bases del sistema ya estaban asentadas bajo su pontificado.

El Papa también fortaleció la colaboración con las autoridades seculares en la lucha contra la herejía. Los herejes condenados eran entregados a los poderes civiles para la ejecución de las penas, generalmente la hoguera. Gregorio IX promulgó normativas que exigían a los gobernantes seculares apoyar activamente a los inquisidores, y aquellos que se negaran a colaborar enfrentaban sanciones eclesiásticas, incluidas la excomunión y la pérdida de derechos sobre sus territorios.

Bajo su liderazgo, el alcance de la definición de herejía se amplió. Movimientos como los cátaros y los valdenses, ya perseguidos, se unieron a otros grupos sospechosos de desviaciones doctrinales, como los beghardos y los beguinos. También se comenzó a investigar prácticas supersticiosas o mágicas, vinculándolas con la herejía y sentando las bases para futuras persecuciones.

Santo Tomás de Aquino

Los planteamientos de Tomás de Aquino, que reflexionan sobre la relación entre fe, error y autoridad, tuvieron una influencia significativa en la legitimación de instituciones como la Santa Inquisición. En su célebre obra llamada ''Suma Teológica'', podemos ver el pensamiento del aquinate con respecto a la herejía. 

Santo Tomás define la herejía como una especie de infidelidad que ocurre dentro de la comunidad cristiana, diferenciándola de otras formas de infidelidad, como el paganismo o el judaísmo. Mientras que estos últimos rechazan la fe cristiana en su totalidad, la herejía consiste en una distorsión de los dogmas cristianos por parte de quienes afirman profesar esa misma fe. Para Santo Tomás, la herejía es un acto de elección errónea, en el que el individuo sustituye la verdad divina por sus propias ideas, corrompiendo así la enseñanza original de Cristo. Este concepto fue clave en la teología medieval, ya que justificaba la atención especial que la Iglesia daba a los errores doctrinales internos, percibidos como una amenaza más peligrosa que el rechazo externo de la fe.

La herejía, según Tomás, versa propiamente sobre las cosas de fe. Esto implica que no cualquier error doctrinal o desacuerdo constituye una herejía; solo aquellos errores que contradicen directamente las enseñanzas definidas por la Iglesia. Santo Tomás también distingue entre los errores que afectan artículos principales de fe y aquellos secundarios que, aunque no son el centro de la doctrina, conducen indirectamente a la corrupción de los principios fundamentales. Esta distinción permitió a la Iglesia, y a la Inquisición en particular, establecer criterios para identificar y tratar casos de herejía, diferenciando entre errores involuntarios o debatibles y desviaciones obstinadas que requerían corrección severa.

En cuanto al tratamiento de los herejes, Santo Tomás argumenta que su influencia es peligrosa tanto para la salvación de las almas como para la unidad de la comunidad cristiana. Por esta razón, sostiene que la herejía debe ser enfrentada con rigor. Primero, la Iglesia busca la conversión de los herejes mediante advertencias y correcciones. Sin embargo, si estos persisten en su error, pueden ser excomulgados y, eventualmente, entregados al poder secular para su ejecución. Santo Tomás justifica esta medida argumentando que la herejía corrompe la "vida del alma" y es, por tanto, un crimen más grave que los delitos que afectan únicamente la vida temporal, como la falsificación de moneda. Esta idea sustentó la política de la Inquisición de no tolerar a los herejes obstinados, considerando su eliminación una medida necesaria para proteger la fe y prevenir la propagación del error.

Respecto a los herejes arrepentidos, Santo Tomás hace una distinción entre quienes caen por primera vez y aquellos que reinciden. A los primeros, la Iglesia los recibe con misericordia, les permite hacer penitencia y, en ocasiones, incluso recuperar posiciones eclesiásticas si su arrepentimiento es genuino. Sin embargo, para los reincidentes (herejes relapsos), Santo Tomás advierte que su inconstancia en la fe pone en riesgo a la comunidad. Por ello, aunque se les puede admitir a penitencia para buscar su salvación espiritual, no se les exime de la pena de muerte, ya que la Iglesia debe priorizar la salvación colectiva sobre la seguridad temporal de un individuo. Esta distinción influyó directamente en las prácticas de la Inquisición, que ofrecía a los acusados múltiples oportunidades para abjurar de sus errores, pero castigaba con severidad a los reincidentes.

La Santa Inquisición, como institución, se inspiró directamente en estos principios tomistas. Sus procedimientos combinaban advertencias iniciales y llamados al arrepentimiento con sanciones severas para quienes persistían en la herejía. El objetivo final era proteger la pureza de la fe y la unidad de la Iglesia, tareas que la Inquisición consideraba esenciales para la salvación de las almas y la estabilidad del orden social cristiano. Aunque en la práctica estos ideales llevaron a abusos y tensiones éticas, los fundamentos teológicos proporcionados por Tomás de Aquino fueron la base de la legitimidad de la Inquisición como defensora de la ortodoxia.

Inquisidores

Aquellos que eran enviados a luchar contra la herejía eran los conocidos ''inquisidores'', llamados así porque aplicaban la técnica judicial conocida como ''inquisitio'', esto es, investigar sobre la herejía en distintas áreas. Por lo tanto, la inquisición no era verdaderamente una organización institucional, sino que ciertas personas elegidas por el papa para acabar con la ''depravación herética''.

Este método, ampliamente utilizado por gobernantes seculares como Enrique II en Inglaterra en el siglo XII, consistía en que un investigador oficial solicitaba información sobre un tema específico a cualquier persona que creyera tener algo relevante que aportar. La información proporcionada era tratada de manera confidencial, y el investigador, con la ayuda de asesores competentes, evaluaba las pruebas para determinar si había razones suficientes para actuar. Este proceso contrastaba notablemente con el derecho romano, comúnmente empleado en los tribunales eclesiásticos, donde el procedimiento judicial requería una acusación formal de un tercero, quien podía ser castigado si la acusación no se demostraba, y donde el acusado tenía el derecho de confrontar a los testigos.

Gregorio IX nombró a varios inquisidores que desempeñaron un papel destacado en la lucha contra la herejía en Europa, particularmente en regiones como Francia y Alemania. Estos inquisidores, pertenecientes principalmente a las órdenes mendicantes, no solo aplicaron las nuevas directrices papales, sino que marcaron el curso de la Inquisición con su trabajo y reputación. Entre ellos, destacan figuras cuya labor y métodos dejaron una profunda huella en la historia de la Iglesia y de sus comunidades.

Conrad de Marburgo fue uno de los primeros inquisidores nombrados por Gregorio IX, actuando principalmente en Alemania. Su labor estuvo centrada en la persecución de movimientos heréticos y prácticas consideradas supersticiosas o relacionadas con la brujería. Se destacó por su extrema severidad, lo que lo hizo temido tanto por herejes como por personas inocentes. Una anécdota conocida sobre Conrad señala que, durante sus investigaciones, no requería pruebas contundentes para condenar a alguien, afirmando que la confesión era suficiente, incluso si esta era obtenida bajo presión o tortura. Esta actitud generó tanto odio hacia él que finalmente fue asesinado en 1233 por un grupo de nobles descontentos con su intransigencia.

Robert le Bougre, un antiguo cátaro convertido al catolicismo, fue un inquisidor especialmente temido en Francia. Su conocimiento de los movimientos heréticos lo hacía un perseguidor particularmente eficaz, pero también brutal. Se ganó el apodo de "el Bougre" por su origen y métodos despiadados. Una de las anécdotas más famosas sobre Robert es su decisión de quemar a un grupo completo de personas acusadas de herejía en una plaza pública, sin investigar individualmente sus casos. Aunque esta acción causó terror en la región, también atrajo críticas severas, y finalmente fue destituido por abuso de poder. Por su parte 183 cataros fueron interrogados, sentenciados y asesinados en un solo día.

Guillaume Arnaud, un inquisidor dominico, trabajó activamente en el sur de Francia, particularmente en las regiones con una fuerte presencia cátara. Su dedicación al trabajo inquisitorial fue tal que, en 1242, mientras realizaba una misión junto con otros inquisidores, fue emboscado y asesinado en Avignonet por un grupo de simpatizantes cátaros. Este incidente se convirtió en un símbolo de la resistencia herética y de los peligros inherentes al trabajo de los inquisidores en regiones hostiles.

Bernard de Caux y Jean de Saint-Pierre fueron inquisidores que trabajaron conjuntamente en Toulouse, uno de los principales centros del catarismo. Ambos llevaron a cabo interrogatorios sistemáticos y detallados, dejando registros extensos que hoy son una fuente histórica valiosa. Estos registros reflejan la meticulosidad de su labor, documentando las confesiones de los acusados y las sentencias emitidas. Una anécdota de su trabajo señala cómo ambos lograron que comunidades enteras de supuestos herejes se sometieran públicamente a la Iglesia después de largos periodos de resistencia, utilizando una combinación de presión religiosa y social.

Los dominicos

El Papa Gregorio IX, tras los abusos cometidos por inquisidores como Robert le Bougre, tomó medidas para reformar y centralizar la Inquisición, confiando la tarea a los dominicos, quienes poseían una sólida formación teológica y un enfoque más disciplinado. En este contexto, el papa envió a los dominicos a diversas ciudades con un mensaje destinado a garantizar su aceptación por parte de las comunidades locales.

Los dominicos contaban con una red informal de informadores, compuesta por clérigos locales y laicos devotos, quienes proporcionaban información sobre posibles casos de herejía. Para garantizar la transparencia y la validez de los procedimientos, los dominicos viajaban acompañados de un notario encargado de registrar cuidadosamente los testimonios y las decisiones, así como de dos o más testigos, que actuaban como observadores y aseguraban la legitimidad del proceso. 

Los procedimientos

El procedimiento se iniciaba con el Edicto de fe. Dentro de este Edicto se procedía primeramente con el Período de Gracia. 

El período de gracia fue una práctica establecida por los inquisidores dominicos como una estrategia inicial para identificar y corregir herejías en las comunidades donde llegaban. Este mecanismo, inspirado por un enfoque más pastoral y menos represivo, buscaba brindar a los posibles herejes la oportunidad de confesarse voluntariamente y reconciliarse con la Iglesia sin enfrentar castigos severos.

Cuando los dominicos llegaban a una ciudad o región, anunciaban públicamente el inicio del período de gracia, que solía durar entre 15 y 40 días, dependiendo de las circunstancias locales. Durante este tiempo, los habitantes eran invitados a presentarse ante los inquisidores para confesar cualquier desviación de la fe o prácticas heréticas en las que hubieran incurrido, ya fuera por ignorancia, presión o convicción. Los inquisidores prometían indulgencia a quienes confesaran sinceramente sus errores, mostrando arrepentimiento y disposición para reconciliarse con la Iglesia.

El anuncio del período de gracia se hacía generalmente desde el púlpito, acompañado de una homilía en la que los dominicos enfatizaban la misericordia de Dios y la oportunidad de evitar penas severas a través de la confesión voluntaria. Los inquisidores recordaban a la comunidad las enseñanzas de la Iglesia y advertían sobre las consecuencias espirituales y sociales de persistir en la herejía.

Durante este tiempo, las confesiones eran documentadas cuidadosamente por un notario, y los inquisidores ofrecían penitencias proporcionales al grado de desviación confesado. Estas penitencias podían incluir oraciones, ayunos, peregrinaciones o la restitución de bienes si el hereje había perjudicado a otros. Quienes se acogían al período de gracia evitaban castigos más severos, como la excomunión o la entrega a las autoridades seculares, que a menudo resultaba en la ejecución.

Además de invitar a los herejes a confesar, el período de gracia servía para recopilar información sobre la comunidad. Aquellos que se presentaban no solo confesaban sus propios errores, sino que a menudo denunciaban a otras personas involucradas en prácticas heréticas, lo que proporcionaba a los inquisidores pistas para investigaciones futuras. Esta red de confesiones y delaciones era clave para identificar redes heréticas más amplias.

Una vez concluido el período de gracia, los inquisidores asumían un enfoque más severo. Quienes no se habían presentado durante este tiempo eran considerados sospechosos, y se iniciaban investigaciones formales basadas en testimonios, rumores o evidencias recopiladas. Aquellos encontrados culpables enfrentaban procedimientos judiciales que podían culminar en penas mucho más rigurosas.

Los sospechosos generalmente eran citados al tribunal inquisitorial sin previo aviso. A menudo, ni siquiera sabían que eran objeto de una investigación hasta el momento en que eran convocados. 

Los inquisidores enviaban un mensaje oficial convocando a una persona para presentarse ante ellos. En la citación no se especificaba el motivo, aumentando la incertidumbre. En casos donde el tribunal ya tenía suficientes pruebas o testimonios contra alguien, el sospechoso podía ser arrestado directamente por las autoridades locales que colaboraban con los inquisidores.

La lista de testigos era mantenida en estricta confidencialidad. Solo los inquisidores y el notario sabían quiénes habían testificado contra un sospechoso. Los nombres no eran revelados al acusado, bajo el argumento de proteger a los testigos de posibles represalias. Los testigos podían ser: Miembros del clero, como sacerdotes locales, vecinos o conocidos del sospechoso, otras personas que habían confesado previamente durante el período de gracia y que denunciaban a otros.

Una de las técnicas para hacer confesar a los herejes, era la del papel de vitela. Este era un papel que sostenía el inquisidor en sus rodillas con el objeto de que se viera el papel, pero no su contenido. Cuando se interrogaba al acusado, el inquisidor debía mirar el papel de vitela y decirle que no estaba diciendo la verdad, como si en ese papel tuviese u testimonio en su contra. En verdad, ese papel no tenía ningún testimonio. 

Inocencio IV y la tortura

El papa Inocencio IV (1243-1254) tuvo un papel significativo en la regulación del uso de la tortura en el contexto de los procedimientos judiciales eclesiásticos, especialmente en relación con la persecución de la herejía. Este tema está intrínsecamente relacionado con el desarrollo de la Inquisición y la adaptación de las prácticas judiciales al derecho romano, que permitía el uso de la tortura en casos graves. De hecho, las torturas eran considerado algo excepcional. Se prohibía la sangre, esto es, si el procedimiento implicaba derramamiento de sangre, la tortura debía detenerse.

En 1252, mediante la bula "Ad extirpanda", Inocencio IV autorizó oficialmente el uso de la tortura como herramienta para obtener confesiones de los acusados de herejía. Esta bula marcó un hito, ya que formalizó una práctica que había sido común en el derecho romano, pero que hasta entonces no estaba plenamente integrada en los procedimientos eclesiásticos. La bula establecía condiciones específicas para el uso de la tortura: debía haber "fuertes indicios" de culpabilidad, no se podía poner en riesgo la vida del acusado ni causarle mutilaciones permanentes, y las confesiones obtenidas bajo tortura debían ser confirmadas de manera "voluntaria" por el acusado en un contexto no coercitivo.

Los inquisidores escogían la tortura, pero la ejecución era llevada por otros hombres que eran expertos en tortura. El procedimiento era el siguiente:

  • Se le describe el tipo de tortura
  • Se le muestran los instrumentos
  • Una vez terminado los dos pasos, se le aplicaba el método
  • El torturado podía pedir que se detuvieran

Uno de las torturas era la llamada ''estrapada'' o ''tortura del cordel''. El acusado era atado con las manos por detrás de la espalda, utilizando cuerdas resistentes. Estas cuerdas estaban conectadas a una polea fijada al techo o a una estructura elevada. La víctima era levantada lentamente del suelo mediante la polea, suspendida únicamente por las muñecas. Esto generaba una presión enorme en los hombros, desplazándolos de manera dolorosa y, en ocasiones, causando dislocaciones. En algunos casos, el torturador soltaba la cuerda de manera abrupta, provocando que la víctima cayera a toda velocidad hasta un punto cercano al suelo, solo para ser detenida de forma brusca. Esto amplificaba el dolor y podía causar lesiones severas, como desgarres musculares, fracturas o la dislocación completa de las articulaciones. Este proceso podía repetirse varias veces durante la sesión de tortura, aumentando el sufrimiento de la víctima y generando un estado de vulnerabilidad física y psicológica.

En ocasiones, los inquisidores añadían pesos a los pies del prisionero para intensificar el sufrimiento.

La pera oral, anal o vaginal, era un instrumento metálico tenía forma de pera y podía expandirse mecánicamente una vez insertado en la boca, el recto o la vagina del acusado. La expansión del dispositivo causaba lesiones internas graves y un dolor extremo. Era especialmente usado en acusaciones relacionadas con la blasfemia o actos sexuales considerados herejes.

El tormento de agua era otro de los métodos de tortura. El acusado era obligado a ingerir grandes cantidades de agua de manera forzada mediante embudos o trapos empapados que bloqueaban las vías respiratorias. Este método generaba una sensación de asfixia, distensión abdominal y un sufrimiento físico y psicológico extremo. Es una forma temprana de lo que hoy se llama "submarino" o "waterboarding".

A lo largo de la historia, varios instrumentos de tortura han sido atribuidos a la Inquisición o a otras instituciones medievales, pero en realidad no existen pruebas sólidas de su uso o son fruto de exageraciones posteriores. Estos "falsos instrumentos de tortura" han sido popularizados por relatos sensacionalistas, museos turísticos y obras de ficción. Entre ellos, la Doncella de Hierro, la Cuna de Judas, el Toro de Falaris, el Cinturón de castidad, entre otros...

Sanciones

Las sanciones impuestas a los acusados condenados como herejes por la Inquisición variaban dependiendo del grado de culpabilidad, la naturaleza de la herejía, y si el acusado mostraba arrepentimiento o persistía en sus creencias. Estas sanciones podían abarcar desde penitencias espirituales hasta la pena de muerte, y generalmente estaban orientadas a "purificar" la fe y evitar la propagación de doctrinas heréticas.

En los casos menos graves, los acusados arrepentidos podían recibir penitencias espirituales. Estas incluían oraciones obligatorias, ayunos, peregrinaciones a lugares sagrados o portar símbolos visibles de vergüenza, como cruces amarillas en la ropa. El objetivo principal era reintegrar al acusado a la comunidad eclesiástica y demostrar públicamente su arrepentimiento. En ocasiones, también se les imponían multas económicas o la confiscación de bienes, que servían para financiar los costos de los procedimientos inquisitoriales y como castigo adicional.

Para los herejes considerados peligrosos, la sanción podía incluir encarcelamiento. La duración variaba desde un periodo limitado hasta cadena perpetua, dependiendo de la gravedad del caso. En algunas ocasiones, el destierro era otra opción, forzando al acusado a abandonar su hogar y comunidad para prevenir la propagación de sus ideas. Estas medidas solían ir acompañadas de humillaciones públicas, como la participación en los Autos de Fe, donde los condenados declaraban su abjuración frente a multitudes. Esto también era conocido como el ''sermos generalis''.

En los casos más severos, como aquellos donde el acusado era considerado relapso (es decir, reincidente en su herejía), la pena máxima era la muerte en la hoguera. Este castigo era ejecutado por las autoridades civiles, ya que la Iglesia afirmaba no derramar sangre directamente, pero entregaba a los condenados al "brazo secular" con la recomendación de aplicar la pena capital. Este método buscaba purificar el alma del hereje mediante el fuego y servir como advertencia pública para disuadir a otros de seguir caminos similares.

La confiscación de bienes era una práctica común, incluso después de la muerte del acusado, afectando a sus herederos. Además, en casos donde la herejía estaba asociada a escritos o libros, estos eran quemados públicamente como una forma de erradicar su influencia. En situaciones extremas, incluso los cadáveres de acusados fallecidos eran desenterrados y quemados simbólicamente para marcar su condena post mortem.

Sin embargo, los inquisidores no participaban en los juicios corporales, pues el Derecho Canónico se los prohibía. Las vejaciones se las dejaban a los magistrados de las ciudades que tenían 5 días para ejecutarlas.

Los tribunales tenían jurisdicción no solo sobre los vivos, sino también sobre los muertos. Si se declaraba que una persona había muerto en herejía, sus restos podían ser exhumados y sometidos a castigos simbólicos, como ser quemados en la hoguera. Este tipo de acciones buscaban borrar cualquier vestigio de influencia del acusado. Un ejemplo emblemático es el caso de Juan Wycliffe, cuyos restos fueron exhumados y quemados décadas después de su muerte por orden del Concilio de Constanza (1415), como castigo póstumo por sus ideas consideradas heréticas.

Además de los aspectos religiosos, las acusaciones post mortem solían tener implicaciones materiales. A menudo, los bienes del acusado eran confiscados y redistribuidos, frecuentemente beneficiando a la Iglesia o a las autoridades locales. Asimismo, la condena póstuma podía implicar la censura o destrucción de las obras del acusado, alterando su legado intelectual. Este fue el caso de pensadores como Marsilio de Padua y Guillermo de Ockham, cuyas ideas desafiaron la ortodoxia de su tiempo, enfrentando condenas incluso después de su muerte.

Estas acusaciones también servían como herramienta política, usadas para desacreditar a adversarios ideológicos o consolidar la hegemonía de ciertos sectores de poder. Por ejemplo, en el caso de Juan Hus, quemado en la hoguera en vida, su memoria fue perseguida tras su muerte, y sus seguidores enfrentaron una dura represión. Esto demuestra cómo la etiqueta de "hereje" podía trascender al individuo y afectar a comunidades enteras.

Brujas y el Maleus Maleficarum

Otro aspecto central de la inquisición fueron las brujas. 

Francia se encontraba en un complejo escenario económico que tenía que salvar. Su rey, Felipe el Hermoso, envidiaba a la Orden de los Templarios por vivir en el lujo y la ostentación. A partir de esto, el rey acusó a los templarios de herejía y varios de ellos fueron quemados en la hoguera. 

Uno de los grandes ejemplos fue la misma Juana de Arco. Juana de Arco fue capturada en 1430 por los borgoñones, aliados de los ingleses, quienes la entregaron al bando inglés. En ese momento, Juana representaba una figura clave en la resistencia francesa contra la ocupación inglesa, especialmente después de sus victorias militares en Orléans y otros lugares, que habían revitalizado la causa de Carlos VII. Los ingleses, al considerarla una amenaza tanto militar como simbólica, decidieron someterla a juicio bajo acusaciones religiosas para desacreditar su legitimidad y, por extensión, la del rey Carlos VII, a quien había apoyado.

El juicio se llevó a cabo en Ruan, ciudad controlada por los ingleses, y estuvo presidido por Pierre Cauchon, un obispo francés leal al bando inglés. Aunque la Inquisición como tal no controlaba el juicio, se invocaron principios del derecho canónico y se contó con la participación de clérigos asociados a procedimientos inquisitoriales.

Maleus Malificarum

Este tratado, publicado en 1487 por los inquisidores dominicos Heinrich Kramer y Jakob Sprenger, se convirtió en uno de los textos más influyentes en la caza de brujas durante los siglos XVI y XVII. Sin embargo, su adopción por los tribunales inquisitoriales no fue universal, y el papel de la Inquisición en estos procesos varió según la región.

El Malleus Maleficarum fue escrito con el propósito de establecer la realidad de la brujería y ofrecer un manual práctico para identificar, procesar y castigar a las personas acusadas de ser brujas. El texto describe a las brujas como agentes del demonio que realizan pactos satánicos, infligen daños mediante magia y socavan el orden social y religioso. Además, enfatiza el papel de las mujeres como las principales perpetradoras de estas prácticas debido a su supuesta debilidad moral y predisposición al pecado, según la perspectiva misógina del autor.

Aunque el libro fue respaldado inicialmente por una bula papal de Inocencio VIII ("Summis desiderantes affectibus", 1484), que condenaba la brujería y autorizaba a Kramer a perseguirla, el Malleus Maleficarum no fue adoptado oficialmente por la Iglesia como doctrina. De hecho, varios teólogos y tribunales eclesiásticos cuestionaron su contenido, considerando que sus afirmaciones eran exageradas y que sus métodos violaban principios fundamentales del derecho canónico. En algunos casos, la Inquisición incluso se mostró más escéptica hacia las acusaciones de brujería que los tribunales civiles.

Finalmente, la influencia de la inquisición comenzó a desaparecer. 

Inquisición española

Progresivamente, luego del Maleus Maleficarum, el papado desarrollo ninguna otra postura o innovación con respecto a la inquisición. Los tribunales fueron perdiendo fuerza; solo si un inquisidor insistía en perseguir se abría un proceso, pero eran muy pocos. 

Sin embargo, en España comenzaría otro tipo de inquisición frente a la nula respuesta del papado. 

La creación de la Inquisición española respondió a las tensiones religiosas y sociales derivadas de la convivencia entre cristianos, judíos y musulmanes en la península ibérica. A finales del siglo XV, muchos judíos se habían convertido al cristianismo, dando lugar a la figura de los "conversos". Sin embargo, algunos conversos fueron acusados de practicar en secreto su antigua fe, lo que motivó la persecución de la llamada "herejía judaizante". Este fue uno de los objetivos iniciales de la Inquisición.

Fernando de Aragón, rey de Aragón, vio como una gran oportunidad saquear el patrimonio de los conversos. En efecto, el patrimonio de los conversos era de gran tamaño. El rey se pondría en contacto con el papa a propósito del problema judío en España.

Sixto IV 

Uno de los episodios más significativos de su pontificado fue su aprobación de la creación de la Inquisición española en 1478. A petición de los Reyes Católicos, Fernando e Isabel, Sixto IV emitió la bula "Exigit sincerae devotionis", que autorizaba el establecimiento de un tribunal inquisitorial en los reinos de España. Este tribunal tenía como principal objetivo perseguir a los conversos (judíos convertidos al cristianismo) que eran sospechosos de practicar en secreto el judaísmo, conocidos como judaizantes.

El tribunal también se enmarcó en el proceso de la Reconquista, que culminó en 1492 con la toma de Granada, último bastión musulmán en la península. En ese mismo año, se promulgó el Edicto de Expulsión de los Judíos, que obligaba a los judíos no conversos a abandonar los reinos de España. La Inquisición jugó un papel crucial en la vigilancia de aquellos que decidieron quedarse y convertirse al cristianismo.

El aspecto distintivo de esta inquisición era que quien controlaba la actividad jurisdiccional sería el mismo rey Fernando y no el papa. 

Las causales de condena para los judíos eran las siguientes:

  • Observar el Shabat (sábado) como día sagrado, absteniéndose de trabajar.
  • Encender velas en viernes al atardecer, una tradición asociada al inicio del Shabat.
  • Evitar el consumo de alimentos prohibidos por las leyes kosher, como el cerdo o el marisco.
  • Realizar ayunos en días señalados por el calendario judío, como el Yom Kipur.
  • Practicar la circuncisión, un rito fundamental del judaísmo.
  • Rezar utilizando fórmulas hebreas o siguiendo tradiciones judaicas.
  • Desangrar la carne antes de cocinarla, siguiendo las leyes alimentarias judías.
  • Rechazar comidas ofrecidas por cristianos, especialmente durante festividades religiosas.
  • Abstenerse de consumir pan leudado durante la Pascua judía (Pesaj).
  • Comer alimentos específicos asociados a festividades judías.
  • Realizar ceremonias fúnebres siguiendo tradiciones judías, como lavar el cuerpo del difunto, envolverlo en un sudario o enterrarlo en un cementerio judío.
  • Rezar el Kaddish, una oración fúnebre judía.
  • Celebrar bodas o eventos familiares siguiendo costumbres judías.
  • Estudiar textos religiosos judíos en secreto, como la Torá o el Talmud.


Muchos conversos eran delatados por vecinos, familiares o conocidos que los acusaban de judaizar, ya sea por envidia, venganza o miedo a ser acusados ellos mismos. Denuncias basadas en observaciones de hábitos sospechosos, incluso si eran ambiguos.

Consejo de la Suprema Inquisición

El Consejo de la Suprema Inquisición fue una institución que surgió en la Corona de Castilla como parte del sistema de la Inquisición Española, creada oficialmente en 1478 mediante la bula papal Exigit sinceræ devotionis affectus del Papa Sixto IV, a solicitud de los Reyes Católicos. Este consejo se encargó de supervisar y dirigir las actividades de los tribunales inquisitoriales en los territorios bajo el control de la monarquía.

Estaba integrado por el Inquisidor General, que era el jefe máximo (figura clave como Tomás de Torquemada), y un grupo de consejeros o consultores expertos en derecho canónico, civil y teología. Este consejo trabajaba en estrecha colaboración con la monarquía, pero mantenía cierta autonomía.

El auto de fe era una ceremonia pública organizada por la Inquisición, en la cual se proclamaban las sentencias contra los acusados de herejía u otros delitos religiosos, y en algunos casos se ejecutaban las penas. Fue una práctica común en España, Portugal y sus territorios durante la Edad Moderna (siglos XV al XVIII). Se celebraba en plazas, iglesias o espacios amplios, con la participación de la comunidad, autoridades civiles y eclesiásticas. 

Se realizaba una misa para resaltar el carácter religioso del evento. Los inquisidores proclamaban las acusaciones y las penas impuestas a los acusados. Las penas podían incluir confiscación de bienes, penitencias públicas, prisión, azotes o condena a la hoguera.

El auto de fe de 1481 en Sevilla fue uno de los primeros eventos significativos de la Inquisición Española. Este evento marcó el inicio de la persecución sistemática de los conversos sospechosos de judaizar, es decir, practicar secretamente la fe judía después de haberse convertido al cristianismo. Uno de los escenarios principales fue el Quemadero de Tablada, un lugar cercano a la ciudad habilitado para las ejecuciones. Según los registros, en ese auto de fe se ejecutaron al menos a 6 personas conversas acusadas de judaizar. Fueron condenadas a morir en la hoguera, un método habitual de ejecución de la Inquisición. Este acto generó un clima de miedo entre la población, lo que llevó a muchos conversos a delatar a otros para evitar ser acusados ellos mismos. 

Tomás de Torquemada

Tomás de Torquemada (1420-1498) fue un sacerdote dominico español que desempeñó un papel central en la consolidación de la Inquisición Española y se convirtió en su figura más emblemática y temida. Fue educado en la Universidad de Salamanca. Su influencia y las medidas que promovió lo convierten en uno de los personajes más controvertidos de la historia de España.

Tomás de Torquemada era conocido por su estilo de vida austero y riguroso, en línea con las normas de la Orden de los Dominicos. Rechazaba los lujos y la ostentación, llevando una existencia marcada por la simplicidad y el sacrificio. Esta austeridad también se reflejaba en su actitud hacia el poder, que ejercía con un enfoque puramente orientado hacia la defensa de la fe católica y la supresión de cualquier amenaza percibida contra ella.

Era profundamente devoto y poseía un fervor religioso extremo que lo llevó a justificar cualquier medio para proteger la unidad de la fe católica. Creía firmemente en la idea de que una España unificada debía basarse en una única religión verdadera, eliminando cualquier vestigio de herejía.

No mostraba indulgencia hacia los acusados de herejía, considerando que la compasión hacia ellos era una traición a Dios. Su estricta aplicación de los métodos inquisitoriales, incluyendo la tortura y la ejecución, lo convirtieron en una figura temida tanto por sus enemigos como por aquellos bajo su jurisdicción. La tortura favorita de parte de los españoles fue la del agua. En general, toda tortura no podía durar más de 15 minutos. 

Tenía un talento destacado para la administración y la centralización del poder. Bajo su liderazgo, la Inquisición Española se convirtió en una institución altamente organizada, con tribunales establecidos en toda España y procedimientos estandarizados. Este enfoque permitió que la Inquisición consolidara su poder y ampliara su influencia de manera efectiva.

Uno de los momentos que marcaría definitivamente la participación de Torquemada frente a los judíos, fue el asesinato de Pedro Arbués, quien fuera designado como inquisidor en Aragón en 1484, en un momento en que la Inquisición Española comenzaba a extenderse por los reinos de la Corona de Aragón. Sin embargo, la llegada de la Inquisición en esta región generó una fuerte resistencia, particularmente entre los conversos influyentes, que veían sus privilegios y seguridad amenazados. El 15 de septiembre de 1485, Pedro Arbués fue atacado mientras rezaba en la Catedral de Zaragoza. Vestido con una coraza y un casco, lo que refleja que anticipaba un posible atentado, fue sorprendido por un grupo de conspiradores, quienes habían sido pagados por conversos, que lo apuñalaron en el interior de la iglesia. Aunque sobrevivió al ataque inicialmente, murió a los dos días a causa de las heridas.

Esto provocaría el odio generalizado a los judíos además de medidas que se tomarían con respecto a todos ellos. Torquemada llamaría la atención a los reyes frente a estos hechos.

Considerado todo esto, Torquemada desempeñó un papel crucial en la promulgación del Edicto de Expulsión de los Judíos en 1492, siendo uno de los principales impulsores de la medida. 

El Edicto establecía que tenían hasta el 31 de julio de 1492 para abandonar los reinos de Castilla y Aragón. Durante este tiempo, podían vender sus propiedades, aunque a menudo lo hicieron a precios muy bajos debido a la urgencia. Aquellos que regresaran serían castigados con la pena de muerte y la confiscación de todos sus bienes. Se prohibía a los cristianos ofrecer ayuda o refugio a los judíos que permanecieran en el reino tras la fecha límite. Los judíos que aceptaran convertirse al cristianismo podían permanecer en los reinos y serían considerados cristianos en todos los aspectos legales, aunque esto no les garantizó protección, ya que la Inquisición continuó vigilándolos bajo sospecha de practicar el judaísmo en secreto.

Se estima que entre 50,000 y 150,000 judíos abandonaron España. Algunos se dirigieron a Portugal (donde posteriormente también serían expulsados), el norte de África, el Imperio Otomano, y otros territorios de Europa y Oriente Próximo.

El historiador Juan Antonio Llorente, antiguo secretario de la Inquisición, afirmó que durante la gestión de Torquemada, aproximadamente 8,800 personas fueron quemadas en la hoguera y otras 9,654 sufrieron diversos castigos.

Sin embargo, estudios más recientes consideran estas cifras exageradas. Historiadores como Henry Kamen estiman que el número total de ejecuciones durante toda la Inquisición española fue de alrededor de 3,000 personas, lo que sugiere que las muertes atribuibles específicamente a Torquemada podrían ser menores.

Persecución a los moriscos

Tras la capitulación del Reino de Granada, se firmaron acuerdos que garantizaban a los musulmanes la libertad de practicar su religión, usar su lengua y mantener sus costumbres. Sin embargo, estas promesas fueron incumplidas poco después.

La presión para que los musulmanes adoptaran el cristianismo aumentó durante el reinado de los Reyes Católicos y sus sucesores. En 1502, los musulmanes en Castilla fueron obligados a convertirse o abandonar el reino, mientras que en Aragón y Valencia esto ocurrió más tarde, en 1526. Los convertidos, conocidos como moriscos, fueron siempre vistos con desconfianza por la Iglesia y la monarquía, sospechosos de practicar en secreto el islam.

A pesar de su conversión, los moriscos mantenían muchas de sus tradiciones culturales, como el uso de la lengua árabe, vestimentas típicas, y prácticas alimentarias. Esto los convirtió en objeto de recelo y persecución, especialmente por la Inquisición, que vigilaba de cerca cualquier comportamiento que pudiera interpretarse como islámico.

En 1567, Felipe II promulgó una serie de leyes conocidas como las Pragmáticas de 1567, que prohibían el uso de la lengua árabe, los nombres musulmanes, las vestimentas tradicionales y otras prácticas culturales. Estas medidas generaron gran resistencia entre los moriscos.

La imposición de estas leyes provocó una rebelión en las Alpujarras, una región montañosa de Granada con una numerosa población morisca. La revuelta fue brutalmente reprimida por las fuerzas reales, lideradas por Juan de Austria. Tras la derrota, muchos moriscos de Granada fueron dispersados por otros territorios de España para evitar nuevas insurrecciones.

Durante el reinado de Felipe III, bajo la influencia de su valido, el Duque de Lerma, se decidió la expulsión definitiva de los moriscos. Esta medida se justificó con argumentos religiosos y de seguridad nacional, acusando a los moriscos de ser aliados potenciales del Imperio Otomano y de otras potencias enemigas de España.

Entre 1609 y 1614, más de 300,000 moriscos fueron obligados a abandonar España, principalmente desde Valencia, Aragón y Andalucía. Muchos murieron durante el proceso debido a las duras condiciones, mientras otros se establecieron en el norte de África, donde enfrentaron dificultades para integrarse.

Innovaciones a la tortura

Una de las innovaciones de la tortura que tenían los españoles fue el atuendo de San Benito. El nombre "San Benito" proviene de una corrupción del término "sambenito", que a su vez tiene su origen en la palabra latina saccus benedictus (saco bendito). Inicialmente, el sambenito era una vestimenta usada por penitentes en ceremonias religiosas, pero la Inquisición lo adaptó como símbolo de condena y humillación.

El sambenito era una túnica o escapulario, generalmente de tela áspera, como lino o saco, que se colocaba sobre la ropa del condenado. Su diseño y decoración dependían del tipo de sentencia:

  • Para los reconciliados (aquellos que confesaban su culpa y se "reconciliaban" con la Iglesia), el sambenito era amarillo y podía incluir cruces rojas de San Andrés.
  • Para los relajados (entregados al brazo secular para ser ejecutados), el sambenito era negro o con llamas pintadas, simbolizando el fuego del castigo. 

También podía incluir figuras de demonios o llamas dirigidas hacia arriba, indicando que la persona sería quemada en la hoguera.

Los condenados debían usar el San Benito durante los autos de fe, ceremonias públicas donde se leían las sentencias inquisitoriales. Estos eventos eran espectáculos destinados a intimidar y reforzar la autoridad religiosa.

Los sambenitos de los condenados a muerte o reconciliados a menudo eran colgados en las iglesias de sus comunidades, donde permanecían como recordatorios visuales de sus crímenes y castigos, estigmatizando no solo al acusado, sino también a su familia.

En ciertos casos, los herejes condenados por la Inquisición Española eran enviados a las galeras como castigo. Este destino se aplicaba especialmente a aquellos reconciliados con la Iglesia que no eran sentenciados a la muerte en la hoguera pero que recibían penas severas por su herejía o delitos religiosos.

Se dice que esta pena para los condenados fue creada por el mismísimo Fernando de Aragón con el propósito de dar un sentido más útil a los herejes que no iban a ser ejecutados.

Con todo esto, los judíos que sobrevivían o escapaban de la inquisición española, se dirigieron a Portugal en busca de no ser perseguidos. 

Inquisición en Portugal

Después de la expulsión de los judíos de España en 1492, muchos se refugiaron en Portugal. Sin embargo, en 1497, el rey Manuel I ordenó su conversión forzosa al cristianismo, creando una gran población de nuevos cristianos. Esta comunidad fue objeto de desconfianza y sospechas constantes de judaizar, lo que justificó, en gran medida, la creación de la Inquisición.

El rey Juan III de Portugal solicitó al Papa Clemente VII el establecimiento de la Inquisición, inspirado en la Inquisición Española. Su objetivo era reforzar la autoridad de la monarquía y asegurar la uniformidad religiosa en el reino.

La Inquisición Portuguesa estableció tribunales en varias ciudades, siendo los más importantes los de Lisboa, Coímbra, Évora y Oporto. Estos tribunales estaban bajo la supervisión del Consejo General del Santo Oficio. El Inquisidor General era la máxima autoridad de la Inquisición en Portugal, designado por el rey con la aprobación del Papa. Una de las figuras más destacadas fue el cardenal Henrique de Portugal, hermano del rey Juan III.

La Inquisición reforzó la discriminación contra los conversos, quienes, a pesar de haberse convertido al cristianismo, eran constantemente vigilados y denunciados. 

Muchas familias de nuevos cristianos eran comerciantes y profesionales que contribuían significativamente a la economía portuguesa. La persecución y la confiscación de bienes debilitó sectores clave de la economía. Además, la censura inquisitorial limitó la producción intelectual y cultural.

La persecución portuguesa fue tan brutal que muchos judíos prefirieron devolverse a España considerándolo como un mal menor.

Otros numerosos nuevos cristianos optaron por huir de Portugal para evitar la persecución, estableciéndose en regiones más tolerantes como los Países Bajos, Inglaterra y el Imperio Otomano. Estos exiliados, conocidos como sefardíes portugueses, tuvieron un impacto importante en las economías y culturas de sus países de acogida.

A lo largo del siglo XVIII, la Inquisición comenzó a perder poder debido a la presión interna y externa. Figuras como el marqués de Pombal, primer ministro de José I, promovieron reformas que limitaron el alcance de la Inquisición.

La Inquisición Portuguesa fue finalmente abolida en 1821, en el contexto de los movimientos liberales y las transformaciones políticas que siguieron a las invasiones napoleónicas y la independencia de Brasil.

América 

Los conversos

Con la conquista de España en parte de las Américas por Hernán Cortes, los conversos se trasladaron a las Américas con la intención de alejarse de los inquisidores. Los conversos llegarían a México. 

Sin embargo, los inquisidores llegaron hasta México a realizar sus investigaciones.

La Inquisición fue introducida en la Nueva España para garantizar la ortodoxia religiosa entre los colonos españoles, los indígenas convertidos al cristianismo y otros grupos. Estaba bajo el control del Tribunal del Santo Oficio, con sede en la Ciudad de México. La institución perseguía a los herejes, blasfemos, apóstatas y practicantes de religiones no cristianas, incluyendo judaizantes (judíos conversos), protestantes, practicantes de la brujería y "supersticiones indígenas" consideradas contrarias a la fe católica.

Uno de los primeros casos y más conocidos fue el de Luis de Carvajal. Luis de Carvajal, un converso de origen judío, fue acusado de practicar el judaísmo en secreto junto con varios miembros de su familia. Algunos fueron condenados a la hoguera en un auto de fe en 1596, siendo quemados en la Ciudad de México. Este evento marcó un hito en la persecución de judaizantes en el virreinato.

Uno de los autos de fe más famosos incluyó la ejecución en la hoguera de varias personas acusadas de judaizar. Entre los condenados estaba Tomás Treviño de Sobremonte, también de origen judío.

Los indios

La relación entre los indígenas de América y la Inquisición Española en los territorios coloniales, como la Nueva España (actual México) o el Virreinato del Perú, fue particular y distinta respecto a otros grupos de la población. A pesar de que la Santa Inquisición tenía jurisdicción sobre cuestiones religiosas, los indígenas fueron tratados de manera diferenciada debido a su reciente conversión al cristianismo y su condición de "neófitos en la fe".

En general, la Inquisición Española no tenía autoridad directa sobre los indígenas. Según el derecho canónico y las leyes de la Corona, se consideraba que los indígenas, al ser recién evangelizados, no comprendían completamente la fe cristiana ni sus dogmas. Por tanto, eran vistos como incapaces de herejía.

Esto implicaba que los delitos religiosos cometidos por ellos, como idolatría o supersticiones, no eran tratados como herejías sino como errores de ignorancia.

Los casos de prácticas religiosas indígenas que contravenían la fe cristiana eran manejados por los obispos y clérigos locales, no por el Tribunal de la Inquisición. Estas autoridades eclesiásticas adoptaban medidas punitivas, que podían incluir castigos físicos, confiscación de bienes o penitencias públicas.

Chile

Desde su fundación en 1570, el tribunal de la Inquisición en Lima tenía jurisdicción sobre un amplio territorio que incluía a Chile. Este tribunal supervisaba casos relacionados con la herejía, la blasfemia, la apostasía y otros delitos religiosos, aunque la lejanía de Chile respecto a Lima limitaba la efectividad de este control.

Entre los casos destacados de la Inquisición en Chile, se encuentra el de Francisca de Escobedo y otras mujeres, quienes fueron acusadas, antes de 1587, de practicar hechicería y de haber tratado con indígenas sobre asuntos mágicos. Estas mujeres enfrentaron un proceso inquisitorial en Santiago, aunque no hubo una sentencia definitiva, ya que el caso quedó inconcluso. Este episodio refleja cómo la Inquisición supervisaba las prácticas consideradas supersticiosas, especialmente cuando involucraban elementos de la cultura indígena.

Otro caso importante es el de Juana de Soto, quien fue acusada de realizar hechizos y supersticiones. Su proceso tampoco concluyó con una condena formal, probablemente debido a la falta de pruebas concluyentes. Similar fue el caso de Diego Mazo de Alderete, quien enfrentó acusaciones de practicar quiromancia (lectura de manos) y de decir blasfemias. Aunque este tipo de prácticas eran consideradas peligrosas para la ortodoxia católica, el proceso contra él tampoco derivó en una sentencia.

Un caso más complejo y conocido es el de María de Encío, abuela paterna de la célebre La Quintrala. En 1579, María fue acusada de múltiples delitos, como la práctica de supersticiones y el uso de "remedios mágicos". Durante el juicio, negó la mayoría de los cargos, pero confesó haber consultado a una indígena para obtener algo que incrementara el amor de su esposo, quien tenía amoríos. También admitió haber llevado consigo una raíz como amuleto, aunque posteriormente dejó de hacerlo tras la recomendación de un confesor. Finalmente, María fue condenada a abjurar de Levi, una forma leve de abjuración, al demostrarse que muchos de los testigos en su contra tenían enemistades personales con ella. También se le impuso una multa de mil pesos ensayados y otras penitencias espirituales.

En el siglo XVIII, se registra el caso de un esclavo del convento mercedario de Chimbarongo, acusado de realizar magia amorosa con hierbas. Asimismo, destaca el caso de una zamba en Santiago, acusada de adivinar el futuro mediante el uso del humo del cigarro. La mujer fue condenada a abjurar de vehemente, una forma más severa de abjuración, ya que existían fuertes indicios de culpabilidad, y fue desterrada a Valdivia por un periodo de diez años.


Reforma Protestante

La Inquisición, como institución creada para combatir la herejía y preservar la unidad de la fe católica, jugó un papel clave en la represión de las ideas reformistas tanto en Europa como en los territorios de ultramar. La Reforma Protestante dividió la cristiandad occidental, dando lugar a la aparición de nuevas confesiones cristianas (luteranismo, calvinismo, anglicanismo, entre otras). Estas corrientes desafiaban la autoridad del Papa y la doctrina católica.

La Inquisición, ya existente antes de la Reforma, fue fortalecida y adaptada para combatir específicamente el protestantismo. En 1542, el Papa Pablo III fundó la Inquisición Romana o Congregación del Santo Oficio, con el propósito específico de combatir la expansión del protestantismo en Italia y el resto de Europa.

En España, por ejemplo, comunidades luteranas fueron descubiertas en Sevilla y Valladolid en la década de 1550. Los acusados fueron juzgados y muchos condenados a la hoguera en autos de fe. El proceso era tan brutal que se condenaban a la hoguera a aquellos que incluso se arrepentían. Los que tenían una condena por primera vez, también eran condenados a muerte, algo que no se había visto en otras inquisiciones. 

Finalmente, la inquisición erradicó de España todo rastro de protestantismo con éxito. 

Personajes relevantes

No obstante, gracias a la invención de la imprenta, numerosos protestantes comenzaron a relatar en papel todas las atrocidades que estaba cometiendo la inquisición.

Jan Hus (1369-1415), teólogo y reformador checo, fue una figura clave en el movimiento que cuestionó las prácticas de la Iglesia Católica en los siglos XIV y XV. Aunque Hus vivió antes de la consolidación de la Inquisición Española, sus ideas y su trágico destino pusieron en evidencia las atrocidades y abusos asociados a la represión religiosa en Europa, especialmente por parte de la Iglesia Católica.

Hus denunció las prácticas corruptas de la Iglesia, como la venta de indulgencias, la avaricia del clero y la desconexión de la Iglesia con las enseñanzas originales de Cristo. Estas críticas lo alinearon con las ideas de John Wycliffe, precursor de la Reforma Protestante. Hus promovía una iglesia basada en la humildad, donde las Escrituras fueran la máxima autoridad, en lugar del Papa o el clero. Sus ideas desafiaban directamente la estructura jerárquica y la autoridad papal.

Jan Hus no fue ejecutado directamente por la Inquisición, sino por un tribunal del Concilio de Constanza. Sin embargo, su caso refleja la intolerancia religiosa de la época y el uso de herramientas legales y teológicas, como las desarrolladas por la Inquisición, para reprimir disidencias. 

Martín Lutero

Lutero, monje agustino y teólogo, cuestionó abiertamente la doctrina y las prácticas de la Iglesia Católica, particularmente la venta de indulgencias. En 1517, publicó sus 95 tesis, denunciando la corrupción y proponiendo una reforma profunda de la Iglesia. Estas ideas desencadenaron una crisis que dividió al cristianismo en Europa y dio lugar a la Reforma Protestante.

La Iglesia Católica reaccionó rápidamente. En 1520, el Papa León X excomulgó a Lutero mediante la bula Exsurge Domine. En 1521, durante la Dieta de Worms, el emperador Carlos V lo declaró un hereje y proscrito mediante el Edicto de Worms, lo que significaba que cualquiera podía capturarlo o matarlo sin consecuencias legales. Sin embargo, Lutero fue protegido por príncipes alemanes favorables a su causa, lo que permitió que sus ideas se difundieran ampliamente.

Bernardo Ochino

Por otro lado, Bernardino Ochino (1487-1564) fue un destacado predicador italiano, inicialmente asociado con la Iglesia Católica, pero que posteriormente se convirtió en una figura influyente de la Reforma Protestante. En 1534, dejó la orden de los observantes para unirse a los capuchinos, una rama reformada de los franciscanos conocida por su austeridad. Rápidamente ascendió al liderazgo de la orden y se convirtió en su tercer general. Su fama como predicador se extendió por toda Italia. Ochino se destacó por sus sermones que criticaban los excesos del clero y la corrupción en la Iglesia Católica. Aunque sus ideas aún no eran abiertamente reformistas, mostraban una inclinación hacia una espiritualidad más personal y menos institucional.

Durante su estancia en Venecia y otras ciudades italianas, Ochino entró en contacto con intelectuales y reformadores influenciados por el luteranismo y el calvinismo. Entre ellos, la influencia de Juan de Valdés, un reformador español exiliado en Italia, fue clave.

En 1542, cuando la Inquisición Romana intensificó su persecución contra las ideas reformistas, Ochino huyó de Italia para evitar ser arrestado. Este fue un punto de inflexión en su vida, marcando su ruptura definitiva con el catolicismo.

Inquisición Romana

La Inquisición Romana, también conocida como la Congregación del Santo Oficio, fue una institución establecida por la Iglesia Católica en 1542 para combatir la herejía y preservar la ortodoxia religiosa en el contexto de la Reforma Protestante y la Contrarreforma. Aunque compartía propósitos con otras inquisiciones, como la Española, su ámbito de acción era más centralizado y dependía directamente del Papa.

Fue fundada el 21 de julio de 1542 por el Papa Pablo III mediante la bula Licet ab initio. Su creación respondió a la necesidad de frenar la difusión del protestantismo en los territorios italianos y reforzar la autoridad de la Iglesia en un momento de crisis doctrinal.

A diferencia de otras inquisiciones, como la Española, que estaban más vinculadas a los monarcas, la Inquisición Romana dependía exclusivamente del Papado, lo que reforzaba su control centralizado.

En 1559, bajo el Papa Pablo IV, se publicó el primer Índice de Libros Prohibidos, que enumeraba obras consideradas peligrosas para la fe católica. La censura se convirtió en una de las principales herramientas de la Inquisición para controlar la difusión de ideas reformistas y científicas. Cualquier ciudadano que tuviese estos libros prohibidos podía ser arrestado.

Entre ellos, los textos prohibidos alcanzaban a toda clase de figuras. Sir Tomás Moro sería una de ellas, quien fue condenado por frases sueltas de su obra que de alguno u otro modo se vinculaban con la herejía. 

Giordano Bruno

Giordano Bruno (1548-1600), filósofo, teólogo y cosmólogo italiano, es una de las figuras más representativas del conflicto entre el pensamiento libre y la ortodoxia religiosa impuesta por la Inquisición Romana. Su vida estuvo marcada por ideas revolucionarias que desafiaron tanto la cosmología aristotélica como las doctrinas fundamentales de la Iglesia Católica, lo que lo llevó a ser acusado de herejía y, finalmente, ejecutado en la hoguera en 1600.

Durante su formación, desarrolló un pensamiento crítico influido por Nicolás de Cusa, Copérnico y los textos herméticos. Sus ideas más destacadas incluían la concepción de un universo infinito, habitado por innumerables mundos, y la unidad de todas las cosas bajo un principio divino universal. Estas ideas iban más allá del heliocentrismo de Copérnico y desafiaban no solo la cosmología aristotélica, sino también la singularidad de la Tierra y del hombre en el cosmos, conceptos centrales para la Iglesia Católica.

La naturaleza de sus ideas, combinada con sus críticas a la rigidez del dogma religioso, lo puso en conflicto con las autoridades eclesiásticas. Acusado de herejía, Bruno dejó la orden dominica y vivió en el exilio durante varios años, en países protestantes como Suiza, Inglaterra y Alemania. Sin embargo, en 1592, aceptó una invitación a Venecia, por un comerciante que lo convenció, pero que luego traicionó y entregó a la inquisición. Fue arrestado por la Inquisición Veneciana y más tarde trasladado a Roma para enfrentar juicio. Durante siete años, Bruno fue interrogado por la Inquisición Romana, que lo acusó de negar la Trinidad, rechazar la virginidad de María y sostener posturas contrarias a la fe católica.

''Quizás sienten más temor al pronunciar mi sentencia que yo al escucharla''

En 1600, tras negarse a retractarse de sus ideas, Bruno fue declarado culpable de herejía y condenado a muerte. El 17 de febrero de ese año, fue ejecutado en el Campo de' Fiori, en Roma, mediante quema en la hoguera. 

Galileo Galilei

Galileo Galilei (1564-1642), astrónomo, físico y matemático italiano, es uno de los científicos más destacados de la historia y una figura central en el conflicto entre la ciencia emergente y la Inquisición Romana. 

Galileo, usando su telescopio, realizó observaciones que apoyaban el heliocentrismo, como las fases de Venus, las lunas de Júpiter y las irregularidades en la superficie de la Luna. Estos descubrimientos desafiaban la idea aristotélica de que los cielos eran perfectos e inmutables. Galileo publicó sus hallazgos en obras como Sidereus Nuncius (1610) y Dialogo sopra i due massimi sistemi del mondo (1632), esta última considerada una defensa directa del heliocentrismo.

En 1616, la Inquisición declaró que el heliocentrismo era "falsa y contraria a las Escrituras". Galileo fue advertido de no enseñar ni defender esta teoría como un hecho. Aunque se le permitió continuar investigando, la Iglesia censuró el libro de Copérnico y reforzó la doctrina geocéntrica.

Aunque el libro parecía neutral, claramente favorecía la visión copernicana. Esto llevó a que la Inquisición lo procesara por violar la prohibición de 1616.

Galileo fue acusado de herejía y sometido a juicio en 1633. Durante el proceso, negó haber sostenido el heliocentrismo como un hecho, argumentando que lo había presentado solo como una hipótesis. A pesar de ello, la Inquisición lo declaró culpable de "sospecha grave de herejía". De hecho, Galileo quedó en arresto domiciliario en Venecia lo que significó la prohibición de salir de la ciudad de por vida. 

Declive de la Inquisición

El declive de la Inquisición fue un proceso gradual que se desarrolló a lo largo de varios siglos, marcado por cambios sociales, políticos, culturales y religiosos. Aunque esta institución mantuvo su influencia en algunos territorios hasta el siglo XIX, las nuevas corrientes de pensamiento y los movimientos liberales aceleraron su desaparición. La crítica interna a la Iglesia y los avances hacia la consolidación de los estados modernos fueron factores clave para su desaparición definitiva.

España

Durante el siglo XVIII, la Inquisición comenzó a perder relevancia, en parte debido a las reformas impulsadas por los monarcas borbones. Reyes como Carlos III (1759-1788) limitaron la influencia de la Iglesia y promovieron medidas que fortalecieron el poder del Estado. La Inquisición, aunque seguía activa, se enfocó más en la censura de libros y en casos de blasfemia, y menos en perseguir herejías. El espíritu reformista de la Ilustración también contribuyó a debilitar la legitimidad de la institución, que empezó a ser vista como un freno al progreso.

El golpe definitivo llegó con la invasión napoleónica y la Guerra de Independencia Española (1808-1814). En 1813, las Cortes de Cádiz, dominadas por liberales, abolieron la Inquisición por primera vez, argumentando que era incompatible con los ideales de libertad y justicia promovidos en la Constitución de 1812. Sin embargo, con la restauración absolutista de Fernando VII en 1814, la Inquisición fue reinstaurada brevemente, aunque nunca recuperó su antiguo poder.

En los años posteriores, la Inquisición siguió perdiendo relevancia. La presión de las ideas liberales y los movimientos revolucionarios del siglo XIX llevaron a su desaparición formal en 1834, durante el reinado de Isabel II, bajo un gobierno liberal liderado por Francisco Martínez de la Rosa. Este acto marcó el fin oficial de una institución que había operado en España desde 1478, dejando un legado controvertido de persecución religiosa, censura y control social.

Sin embargo, se produjo una última persecución y condena a un hereje por la inquisición en España que se llevó a cabo en 1826, a Cayetano Ripoll, maestro y militar español. Durante la Guerra de Independencia Española (1808–1814), luchó contra las tropas napoleónicas, pero también entró en contacto con ideas liberales y filosóficas que circulaban en Europa, especialmente aquellas relacionadas con la Ilustración.

Tras la guerra, Ripoll trabajó como maestro en Ruzafa (actualmente un barrio de Valencia), donde sus métodos y enseñanzas comenzaron a llamar la atención. Promovía ideas basadas en la razón y la moral, alejadas de los dogmas religiosos tradicionales. Se le acusó de herejía y descristianización en sus enseñanzas donde, además se negaba a enseñar los principios católicos. 


Ripoll fue sometido a un juicio inquisitorial que evidenció las tensiones entre las ideas liberales emergentes y el conservadurismo religioso que buscaba mantenerse vigente. Durante el proceso, se le acusó de pertenecer a corrientes filosóficas racionalistas y de ser simpatizante del deísmo, una doctrina que afirmaba la existencia de Dios pero rechazaba la religión revelada.

Portugal

El Marqués de Pombal, primer ministro del rey José I (1750-1777), fue una figura clave en la limitación del poder de la Inquisición Portuguesa. Influido por las ideas ilustradas, promovió reformas destinadas a modernizar el país y reducir la influencia de la Iglesia en los asuntos estatales.

Pombal restringió la autonomía de la Inquisición y limitó su capacidad para intervenir en cuestiones políticas y económicas. También puso fin a la discriminación legal contra los nuevos cristianos (judíos conversos), quienes habían sido uno de los principales objetivos de la Inquisición.

La Inquisición fue subordinada al poder real, reduciendo su capacidad para actuar de manera independiente. Pombal reemplazó a los inquisidores más conservadores por funcionarios más afines a su visión reformista.

En cuanto al factor económico, la Inquisición, al confiscar bienes de los acusados, había tenido un impacto económico significativo durante los siglos XVI y XVII. Sin embargo, esta práctica se volvió cada vez más impopular, especialmente entre las élites mercantiles, que veían en la institución un obstáculo para el desarrollo económico.

Francia

Napoleón Bonaparte tuvo un impacto significativo en el declive de la Inquisición, tanto en Francia como en otros territorios europeos que cayeron bajo su dominio. Su enfrentamiento con esta institución refleja su enfoque pragmático para consolidar su poder político, modernizar las estructuras estatales y limitar la influencia de la Iglesia en los asuntos del Estado.

Durante su gobierno, Napoleón aseguró que las instituciones de la Iglesia, incluida cualquier forma residual de la Inquisición, no recuperaran el poder que habían tenido en épocas anteriores. La Concordato de 1801, firmado con el Papa Pío VII, reguló las relaciones entre el Estado francés y la Iglesia Católica, pero garantizó que la religión estuviera subordinada al poder civil.

Roma

Napoleón Bonaparte, durante la campaña italiana, las tropas napoleónicas invadieron los Estados Pontificios y, en 1798, proclamaron la República Romana, disolviendo temporalmente las instituciones eclesiásticas, incluida la Inquisición. Napoleón consideraba a la Inquisición incompatible con los ideales de la Revolución Francesa y el nuevo orden laico que buscaba establecer, por lo que eliminó su poder efectivo durante su control de Roma. El arresto y exilio del Papa Pío VI debilitó aún más la estructura inquisitorial, que quedó prácticamente inactiva. 

Aunque la institución fue restaurada brevemente tras el regreso de Pío VII en 1800, su capacidad operativa quedó limitada y sufrió un nuevo golpe en 1809 cuando Napoleón anexó los Estados Pontificios al Imperio Francés y exilió nuevamente al Papa. Las reformas napoleónicas fomentaron ideales de libertad religiosa y secularización que persistieron incluso después de la caída de Napoleón, limitando la influencia de la Inquisición. Aunque fue restaurada tras 1814, nunca recuperó su antiguo poder y se transformó gradualmente en un organismo dedicado principalmente a la censura doctrinal. 

Este proceso culminó en 1908, cuando el Papa Pío X la reorganizó como la Congregación del Santo Oficio, marcando el fin de la Inquisición como institución represiva. 

Fin de la inquisición

En 1965, durante el Concilio Vaticano II, fue renombrada como la Congregación para la Doctrina de la Fe, con un enfoque pastoral y doctrinal. Todo esto fue gracias al papa Pablo IV reflejando un enfoque pastoral y menos autoritario. Este cambio buscó distanciarse del legado de la Inquisición y subrayar su función de promover y proteger la enseñanza de la fe católica.

Instituciones de la inquisición

Sistema judicial

En aquellos tiempos, los acusados tenían derecho a tener un abogado como defensa. Eran escuchados en procedimientos orales, cuestión que muchos de los sistemas carecían. De hecho, se decía que la justicia civil era peor que la de la inquisición.

La Inquisición utilizaba un sistema judicial basado en el procedimiento inquisitivo, donde el juez asumía un papel activo como investigador, acusador y juzgador. Este modelo influyó en los sistemas de justicia penal en muchos países de Europa continental, basados en el Derecho Civil.

En los tribunales inquisitoriales, particularmente en los casos de herejía o brujería, el acusado enfrentaba una presunción de culpabilidad. Esto significaba que debía probar su inocencia en lugar de que la acusación probara su culpabilidad.

Este enfoque invertía la carga de la prueba, haciendo extremadamente difícil, si no imposible, que el acusado se defendiera eficazmente.

Durante los juicios por brujería, la "prueba diabólica" era especialmente relevante, ya que se esperaba que los acusados demostraran que no habían participado en pactos con el diablo, reuniones nocturnas (aquelarres) o actividades mágicas. Dado que estas acusaciones eran subjetivas y basadas en supersticiones, los acusados enfrentaban una carga probatoria insuperable.

Por lo demás, el sistema inquisitivo todavía rige en algunas áreas de nuestro sistema judicial, al menos aquí, en Chile. Pues el sistema inquisitorio anterior a la Reforma Procesal Penal en el año 2000, aún es adoptado en el Código de Justicia Militar en la figura del Auto de Procesamiento (hoy llamado en el sistema acusatorio ''Formalización''). Así, el juez de instrucción es quien investiga y juzga, como en el sistema antiguo, pero también hasta hoy por el Código de Justicia Militar. 

Herejía

En la Iglesia Católica, la herejía sigue siendo considerada un pecado grave y un delito contra la fe, definido en el derecho canónico como “la negación pertinaz, después de recibido el bautismo, de una verdad que debe creerse con fe divina y católica” (Código de Derecho Canónico, c. 751). No obstante, las sanciones han cambiado. Mientras que en la Edad Media y Moderna la herejía podía ser castigada con severidad, hoy las consecuencias se limitan al ámbito espiritual o disciplinario, como la excomunión automática (latae sententiae) para quienes persistan en la negación de los dogmas fundamentales. Sin embargo, la Iglesia enfatiza más el diálogo y la corrección fraterna que la condena pública.

A nivel más amplio, dentro de la cristiandad moderna, el énfasis ha pasado de condenar a los "herejes" a fomentar el diálogo ecuménico. Desde el Concilio Vaticano II (1962-1965), por ejemplo, la Iglesia Católica ha trabajado activamente en la reconciliación con otras confesiones cristianas y religiones, buscando puntos comunes en lugar de centrarse en las divisiones doctrinales. En este contexto, el concepto de herejía se aborda más como una cuestión interna, que afecta la comunión dentro de una iglesia específica, que como una amenaza externa a la fe.

Estado

El papel del Estado fue crucial en la aplicación de las penas, ya que la Iglesia, bajo su propia doctrina, no podía imponer castigos corporales ni ejecutar penas de muerte. Por ello, los condenados por la Inquisición eran entregados al brazo secular para cumplir las sentencias. Este principio, conocido como relaxatio ad brachium saeculare, garantizaba la cooperación entre la Iglesia y el poder civil.

En la España de los Reyes Católicos, la Inquisición adquirió un carácter particular al convertirse en una institución del Estado, aunque seguía teniendo una naturaleza religiosa. Los Reyes Católicos fundaron la Inquisición Española en 1478, con el permiso del Papa Sixto IV, como un medio para unificar el reino bajo una sola fe y consolidar el poder monárquico. A diferencia de otras inquisiciones, la española estaba directamente bajo el control de la Corona, lo que le permitió a los monarcas usarla como una herramienta política. 

En los territorios coloniales de América, la Inquisición fue un instrumento para mantener la autoridad tanto de la Iglesia como del Imperio Español. Aquí, la relación entre la Inquisición y el Estado se expresó en el control de la población indígena, los criollos y los esclavos, con el objetivo de imponer la fe católica y sofocar cualquier resistencia al orden colonial.

El Estado beneficiaba a la Iglesia al ofrecerle su apoyo militar y administrativo para implementar sus decisiones, mientras que la Iglesia legitimaba a los gobernantes al asociarlos con la defensa de la fe.

En el siglo XIX, muchas inquisiciones fueron abolidas debido al creciente reconocimiento de los derechos individuales, la secularización de los Estados y el debilitamiento de la influencia política de la Iglesia.

Economía

La Inquisición no solo tuvo implicaciones religiosas y políticas, sino que también impactó la economía de las regiones donde operó. Este impacto fue particularmente significativo en contextos como la Inquisición Española, en la que la persecución de herejes, conversos y otros grupos religiosos influyó en la redistribución de la riqueza, la actividad comercial y la estructura socioeconómica.

Una de las principales formas en que la Inquisición tuvo impacto económico fue mediante la confiscación de bienes de los acusados. Cuando una persona era declarada culpable de herejía, sus propiedades podían ser expropiadas, beneficiando tanto a la Inquisición como al Estado.

Sin embargo, esto también generó tensiones económicas y sociales, ya que la confiscación podía debilitar a familias prominentes o sectores económicamente activos.

Grupos como los judíos conversos y los moriscos (musulmanes convertidos al cristianismo) eran particularmente vulnerables a las acusaciones de la Inquisición. Muchos de ellos ocupaban posiciones importantes en el comercio, la banca y la artesanía; recordar el caso de Luis de Carvajal. Su persecución y expulsión, como ocurrió con los judíos en 1492, desestabilizó sectores económicos clave, especialmente en ciudades con gran actividad comercial como Toledo o Sevilla.

Si bien la Inquisición proporcionó beneficios económicos inmediatos a través de la confiscación de bienes, sus consecuencias a largo plazo fueron negativas en muchos casos. La expulsión de comunidades enteras, el estancamiento intelectual y el miedo generalizado a la persecución contribuyeron a una falta de dinamismo económico en algunas regiones, especialmente en España, que perdió influencia económica en los siglos posteriores.


Conclusión

Nada más empezar el siglo XIII se da comienzo a esta horrenda matanza de herejes por parte de la Iglesia Católica. esta no será la única especie de inquisición que se dará en la historia, pues la herejía seguirá persistiendo en sus pensamientos. Tanto será así, que incluso se tendrá que acabar con los grandes maestros del pensamiento, solamente por el modo en que concebían el mundo. Dejemos hasta aquí la Santa Inquisición Pontificia y pasemos a otros temas en la próxima entrada.

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