martes, 13 de julio de 2021

Nicolás Maquiavelo - El arte de la guerra (Libro Sexto) (1520)

Nos vamos acercando al final de esta magna obra de Nicolás Maquiavelo, la cual nos ha aportado grandes conocimientos en la guerra y en su organización. Ya que hemos hablado ampliamente de los aspectos estructurales de la guerra, falta hablar de aquellos aspectos específicos o más bien, los detalles que se suscitaran en una guerra. Parece ser que conforme vamos estudiando más a los antiguos, más nos quedamos con su sabiduría y éxito. Maquiavelo sigue pensando que la actualidad le debe mucho a la antigua Roma. 

EL ARTE DE LA GUERRA

Libro Sexto

¿Cómo deben ser los campamentos? Griegos y romanos

Para iniciar este diálogo, ya nos Zanobi quien nos servirá de entrevistador, sino que más bien Bautista. 

Siguiendo con nuestro interlocutor que es Fabrizio, este nos dice que el campamento debe ser fuerte y estar bien dispuesto: fuerte lo hace el sitio y el arte; bien organizado, el talento del general. Los griegos buscaban posiciones naturalmente fortísimas, y no lo establecían sin estar apoyado en un despeñadero o cauce de río, o bosque, o cualquier otro reparo que lo defendiera. Los romanos confiaban más en el arte que en la naturaleza, y jamás acampaban en sitio donde no pudieran desplegar, con arreglo a su ordenanza, todas sus fuerzas.

De aquí que tuvieran siempre la misma forma de acampar, porque nunca la supeditaban al terreno, sino éste a aquélla; cosa imposible a los griegos, quienes, ajustándose al sitio y variando éste de condiciones por necesidad, alteraban la manera de acampar y la forma de los campamentos. Los romanos suplían con el arte la falta de fuerza natural de la posición ocupada, y como en estas explicaciones me he propuesto imitar a los romanos, lo haré también en la manera de acampar, no copiando todas sus disposiciones, sino las que juzgo apropiadas a estos tiempos.

En todas las batallas ponían las legiones romanas en el centro, y las tropas auxiliares, en los flancos. Lo mismo hacían al acampar, como habréis leído en los escritores que se ocupan de estos asuntos. Por esto no explicaré sus campamentos, sino que diré cómo acamparía ahora mi ejército, y así advertiréis lo que adopto del método romano.

Para acampar un ejército completo de veinticuatro mil infantes y dos mil caballos útiles, dividido en cuatro brigadas, dos de mis propios súbditos y otras dos de tropas auxiliares, se debe hacer lo siguiente: 

  1. Encontrado el sitio donde quiera establecer el campamento
  2. Enarbolar la bandera capitana y, tomándola por centro, será trazado un cuadro, cuyos lados estarán alejados entre sí cincuenta brazos, mirando a las cuatro partes del cielo, es decir, a Levante, Poniente, Mediodía y Norte. 
En este espacio estará la tienda del general. Por considerarlo prudente y porque lo hacían los romanos, separaré los hombres armados de los desarmados, y los aptos para el combate de los impedidos. Todos, o casi todos los armados acamparán en la parte de Levante, y los desarmados e impedidos, en la de Poniente. El frente del campamento estará a Levante, y la espalda a Poniente; los flancos, al Norte y al Mediodía.

Para distinguir el campamento de los armados, trazaré una línea desde la bandera capitana hacia Levante en una extensión de seiscientos ochenta brazos. A los lados y tan largas como éstas, haré otras dos líneas, distantes cada una de la del centro quince brazos. A la extremidad de estas tres líneas estará la puerta de Levante, y en el espacio que media entre las dos líneas de los lados haré una calle que vaya desde dicha puerta a la tienda del general, teniendo treinta brazos de ancho por seiscientos treinta de largo, porque la tienda ha de ocupar cincuenta brazos. Esta calle se llamará vía Capitana.

Haré después otra desde la puerta del Mediodía a la puerta del Norte o Tramontana, pasando por la cabeza de la vía capitana y rasante con la tienda del general por Levante. Ésta tendrá de largo mil doscientos cincuenta brazos, por ocupar toda la extensión del campamento, y de ancho, treinta brazos, llamándose vía de la Cruz.

Detrás de estas dos líneas de alojamientos dejaré un espacio de treinta brazos formando dos calles, a las cuales llamaré primera calle a la derecha y primera calle a la izquierda. A cada lado colocaré otra línea de treinta y dos alojamientos dobles, contiguos  detrás unos a otros, con igual capacidad a los ya citados y divididos de igual modo, después del dieciséis, para formar la calle transversal, alojando a cada lado cuatro batallones de infantería con sus condestables a la cabeza y a la cola. Dejando, después, otros dos espacios de treinta brazos, uno por lado, que llamaré segunda calle a la derecha y segunda calle a la izquierda, pondré otras dos líneas de treinta y dos alojamientos dobles, con iguales distancias y divisiones, y en ellos otros cuatro batallones por lado, con sus condestables. De esta suerte quedan acampados en tres líneas de alojamientos, a los costados de la vía Capitana, la caballería y los batallones de las dos brigadas ordinarias.

Compuestas de igual número de soldados las dos brigadas auxiliares, las acampare a ambos lados de las dos brigadas ordinarias y en igual forma que éstas, poniendo primero una línea de alojamientos dobles, ocupada la mitad por caballería y la otra mitad por infantería, apartadas una de otra treinta brazos, formando dos calles que se llamarán tercera calle de la derecha y tercera calle de la izquierda.

Por detrás del alojamiento de éste abriré una calle del Mediodía al Norte de treinta brazos de ancha, que llamaré calle de la Cabeza y pasará a lo largo de los ochenta alojamientos referidos, de modo que entre esta vía y la de la Cruz quedarán el alojamiento del capitán y los ochenta citados. Desde esta calle de la Cabeza y frente al alojamiento del general abriré otra hasta la puerta de Poniente de treinta brazos de ancho, correspondiendo por el sitio y extensión a la vía Capitana, y la llamaré calle de la Plaza. Trazadas ambas calles, estableceré la plaza, donde estará el mercado, situándola a la cabeza de la calle de la Plaza, frente al alojamiento del capitán y unida a la callc de la Cabeza, procurando que sea cuadrada, de ciento sesenta brazos por lado.

Espacios y alojamientos

Confesando que hay cosas que no ha entendido, Bautista pregunta porqué deja espacios en los caminos de los campamentos y cómo se entienden los alojamientos de los soldados para estos efectos. 

Fabrizio dice que se hacen las calles de treinta brazos de anchura para que pueda pasar por ellas un batallón de infantería en orden de batalla, y recordaréis que esta formación ocupa un espacio de veinticinco a treinta brazos de ancho. Se necesita que sea de cien brazos el que separa los alojamientos del foso, para el manejo de los batallones y de la artillería, conducir el botín por él y, en caso necesario, retirarse tras nuevos fosos y nuevas trincheras. Es además conveniente apartar de los fosos los alojamientos para que estén menos expuestos al fuego y a las armas arrojadizas del enemigo.

Los que tracen los alojamientos deben ser hombres prácticos y hábiles ingenieros, de modo que tan pronto como el general haya elegido el sitio, sepan darle forma y distribuirlo, trazando las calles, señalando los alojamientos con cuerdas y estacas de un modo práctico, procurando que inmediatamente quede hecha la obra. Para que no resulte confusión, conviene orientar el campo siempre de igual modo, a fin de que cada cual sepa en qué sitio ha de encontrar su alojamiento. Esto debe observarse en todo tiempo y en todo lugar, de modo que parezca una ciudad móvil que por donde va lleva las mismas calles, las mismas casas y tiene el mismo aspecto, cosa imposible para los que, buscando posiciones fuertes, necesitan variar la forma del campamento, según las condiciones del sitio.

Los romanos, al contrario, fortificaban el lugar del campamento con fosos, vallados y trincheras y hacían una estacada a su alrededor y delante de ella, un foso ordinariamente de seis brazos de ancho y tres de hondo, que ensanchaban y profundizaban según el tiempo que querían permanecer en aquel punto o el temor que les inspiraba el enemigo. Yo haría en la actualidad estacadas si no quería invernar en el campamento. Sí haría, fosos y trincheras, no sólo iguales a los romanos, sino mayores, según las circunstancias.

Acampar cerca del enemigo

Bautista le pregunta con justa razón qué precauciones se debe tomar cuando se acampa cerca del enemigo. 

Ningún general acampa cerca del enemigo si no está dispuesto a dar la batalla cuando éste quiera, y con tal resolución, no corre ningún peligro extraordinario, porque tiene ordenadas siempre para pelear dos terceras partes de su ejército y la restante, encargada del campamento. En tales casos, los romanos destinaban los triarios a fortificar los alojamientos, y los príncipes y los astarios estaban sobre las armas. Hacían esto porque, siendo los triarios los últimos en combatir, siempre tenían tiempo, si atacaba el enemigo, para dejar el trabajo, empuñar las armas y ocupar su sitio en el campo de batalla. Siguiendo el ejemplo de los romanos, dedicar a la construcción de los alojamientos a los batallones que se hayan de poner a retaguardia del ejercito, en el lugar que ocupaban los triarios. 

También es importante hablar de los guardias que cuidarán el campamento. En cuanto a la antigüedad, toda la fuerza de sus guardias estaba, pues, en el interior de los atrincheramientos, haciéndolas con un orden y un cuidado tremendo y castigando con pena de muerte a los que faltaban a su deber. 

Hay que tener armada cada noche la tercera parte del ejército, y siempre en pie la cuarta parte de ésta, distribuyéndola por todas las trincheras y por todos los sitios del campamento con guardias dobles en cada ángulo, unas fijas y otras patrullando constantemente de una a otra parte de aquél. La misma vigilancia establecería de día cuando el enemigo estuviese próximo.

Los romanos castigaban con pena capital al que faltaba a la guardia, al que abandonaba el sitio donde se le ponía para combatir, al que sacaba del campamento alguna cosa a escondidas, al que se vanagloriaba de haber hecho alguna hazaña en la batalla sin ser verdad, al que combatía sin orden del general, al que, por miedo, arrojaba las armas. Y si ocurría que una cohorte o una legión entera cometiera alguna de estas faltas, para no matar a todos los que la formaban, los diezmaban, sacando sus nombres a la suerte y matando uno de cada diez soldados; pena de muerte que, si no la sufrían todos los delincuentes, a todos inspiraba temor.

('orno donde los castigos son grandes, deben serlo también las recompensas para que los hombres tengan igual motivo de temor y de esperanza, establecieron los romanos premios para cada acción heroica, corno la de salvar la vida a un compañero durante la batalla, ser el primero en asaltar el muro de una plaza sitiada, herir o matar al enemigo en combate o derribarlo del caballo. Cualquier valerosa acción de esta índole la agradecían y premiaban los cónsules, y la elogiaban públicamente los ciudadanos. Los que por tales hechos obtenían recompensas, además de la gloria y fama adquiridas entre los soldados, al volver a la patria las presentaban con noble orgullo y grandes demostraciones de consideración de sus parientes y amigos. No es maravilla que aquel pueblo conquistara tanto imperio siendo tan inflexible en castigar y premiar los actos que por malos o buenos merecían censura o alabanza; ejemplos dignos en su mayoría de ser imitados.

Y como para refrenar a los soldados no basta el temor de las leyes ni el de los hombres, añadíanles en la Antigüedad el prestigio de los dioses: por ello, con solemnes ceremonias hacían jurar a sus soldados la observancia de la disciplina militar, para que, faltando al juramento, no sólo temieran las leyes y a los hombres, sino también a las divinidades. Procuraban además por todos los medios fortalecer en ellos los sentimientos religiosos.

Las mujeres y levantamiento del campamento

Bautista preguntaba si el acceso de las mujeres se permitía dentro de los campamentos, además de los juegos ajenos a los ejercicios corporales en tiempos de los romanos. 

Prohibían ambas cosas, y no era difícil de cumplir la prohibición, por ser tantas las ocupaciones de cada soldado, generales y particulares, que no les quedaba tiempo para pensar en Venus ni en el juego, ni en nada de lo que hace a los soldados sediciosos e inútiles.

En cuanto al levantamiento del campamento se tocaba la trompeta capitana tres veces. Al primer toque se levantaban las tiendas y se liaba el bagaje; al segundo, cargábanse las bestias, y al tercero, empezaba la marcha en el orden que hemos dicho: los bagajes a retaguardia de cada cuerpo de ejército, poniendo en medio las legiones. Se debe partir una brigada auxiliar, a continuación sus bagajes, y con ellos, la cuarta parte de la impedimenta común a todos los cuerpos, es decir, la que haya alojada en uno de los cuatro espacios de que hablarnos hace poco. Para esto conviene que cada uno de ellos esté asignado a una brigada, a fin de que los alojados en él sepan cuál es su puesto en marcha. Cada brigada, con sus bagajes propios y la cuarta parte de los comunes, seguirá la marcha, como hemos dicho que caminaba el ejército romano.

F.n cuanto a que no pueda ser cercado por el enemigo el campamento, conviene tener en cuenta la naturaleza del terreno, dónde están vuestros amigos y vuestros enemigos, y conjeturar de este modo si es o no posible el asedio. El general debe ser, pues, primerísimo en el conocimiento del país donde opera, y llevar consigo personas de igual pericia.

Evítanse las enfermedades y el hambre procurando que no se desordene el ejercito, pues, para mantenerlo sano, es preciso que el soldado duerma bajo la tienda, que se aloje donde haya árboles que den sombra y leña para cocer la comida, y que no camine durante las horas de más calor. En el verano saldrá de los alojamientos antes de amanecer, y en el invierno se procurará que no camine sobre nieve o hielo sin haber facilidad de encender fuego.

No debe faltarle el vestido necesario ni beber agua malsana. Con el ejército irán médicos para curar a los enfermos, porque el general no tiene medios de defensa cuando ha de combatir a la vez con las enfermedades y con el enemigo. Pero lo mejor para mantener el ejército sano es el ejercicio, y por ello, en la Antigüedad se hacía diariamente. Puede juzgarse lo que importa el ejercicio sabiendo que en el campamento da la salud y en el campo de batalla, la victoria.

Para prevenir el hambre, no sólo se procurará que el enemigo no impida la llegada de víveres, sino saber de dónde han de sacarse y cuidar que no se desperdicien los acopiados. Conviene estar siempre aprovisionado para un mes y obligar después a los aliados próximos a llevarlos todos los días. Conviene también almacenar gran cantidad en alguna plaza fuerte y consumirlos con economía, de modo que cada soldado sólo tenga a diario la ración necesaria. El orden en el acopio y el consumo de las provisiones debe cuidarse mucho, pues con el tiempo triunfaréis de todo en la guerra menos del hambre, que, cuanto más dure, más os vence.

Número de soldados en un campamento

Si el ejército tiene unos seis mil hombres más o menos que el acampado, se alargan o acortan las líneas de alojamiento hasta que sean suficientes, y con este método se puede llegar, en más o menos, hasta el infinito. Sin embargo, cuando los romanos reunían dos ejércitos consulares, hacían dos campamentos unidos por la parte que ocupan los desarmados. Respecto a la segunda pregunta, diré que el ejército ordinario romano era de unos veinticuatro mil hombres, y cuando mayor fuerza ponían en campaña no pasaba de cincuenta mil. Con este número contrarrestaron el ataque de doscientos mil galos, después de la primera guerra púnica, y con el mismo hicieron la campaña contra Aníbal. Notese que tanto los romanos como los griegos han hecho la guerra con pocas tropas, procurando la ventaja con el arte y la disciplina; en cambio, los pueblos de Occidente y de Oriente la hacían en multitud; los primeros con su natural impetuosidad, y los orientales, llevados por la grande obediencia que profesan al monarca.

Plazas fuertes, sospechosas o enemigas

Si se sospecha de la fidelidad de algún pueblo y se quiere asegurar de él atacándolo de improviso, el mejor modo de encubrir este designio será pedirle auxilio para cualquier otra empresa, pareciendo que no se tiene intento alguno de perjudicarle; de esta suerte, no creyendo que se desea ofenderlo, no pensará en defenderse y se podrá realizar fácilmente el proyecto.

Cuando se sospecha que hay en tu ejército alguno que da a conocer vuestros proyectos al enemigo, lo mejor que podéis hacer es valeros de su perfidia, comunicándole lo que no se piensa hacer y ocultándole lo que se va a realizar, fingiendo temores que no en verdad no hay y callando los que se experimenta. Esto alentará al enemigo para realizar alguna operación creyendo saber los propios proyectos, y será fácil engañarle y vencerle.

Para saber los secretos del enemigo y conocer sus disposiciones, algunos generales han empleado el recurso de enviarle embajadores acompañados de jefes en la guerra con disfraz de criados, los cuales podían así ver el ejército enemigo, y apreciando su fuerza o flaqueza, procurar los medios para vencerle. Otros han fingido desterrar a uno de sus confidentes, quien, yéndose al campo enemigo, ha averiguado y transmitido sus proyectos. También se conocen los secretos del adversario por medio de los prisioneros.

Algunos generales, en vez de ir en busca del enemigo invasor, han penetrado en sus tierras, obligándolo a retroceder para acudir a defenderlas. Este recurso ha tenido repetidas veces buen éxito, porque vuestros soldados empiezan venciendo y adquiriendo confianza y botín, mientras el enemigo, creyéndose de vencedor vencido, se desalienta; pero sólo puede emplearlo quien tenga su país más fortificado que el del enemigo, pues, de lo contrario, sería perjudicial.

Un buen general debe procurar sobre todo dividir las fuerzas del enemigo, haciendo sospechosos al jefe que los manda los hombres de quienes se fía, o dándole motivo para separar sus tropas y debilitar con ello su ejército. Lo primero se procura atendiendo a los intereses de algunos de los que el general enemigo tiene a su lado, respetando durante la guerra sus posesiones y sus dependientes, y devolviéndoles sus hijos y demás personas de su familia sin rescate.

 Ya sabéis que cuando Aníbal quemó alrededor de Roma todos los campos, mandó respetar únicamente los bienes de Fabio Máximo, y que, viniendo Coriolano con su ejército contra Roma, ordenó no tocar las posesiones de los nobles y saquear y quemar las de la plebe. Metelo, en la guerra contra Yugurta, inducía a todos los emisarios enviados por éste a que le entregaran dicho príncipe, y en las cartas que les escribía le hablaba con preferencia de este proyecto, logrando que al poco tiempo sospechara Yugurta de rodos sus consejeros y los hiciese morir de diversos modos.

El primer cuidado del general debe ser la seguridad de castigar y pagar a sus soldados, pues cuando faltan las pagas falta la justificación del castigo. No se puede castigar al soldado a quien no se paga porque robe, ni se le da otro medio de mantenerse. Si al ejército se le paga y no se castigan en él las faltas de disciplina, el soldado llega a ser insolente, pierde el respeto a sus jefes, el general no puede hacerse obedecer, y entonces, por necesidad, nacen los tumultos y las discordias, que son la ruina de un ejército.

Antes o después de una victoria importa mucho asegurarse de una plaza cuya fidelidad sea sospechosa, y así lo demuestran algunos ejemplos de la Antigüedad. Desconfiando Pompeyo de la fidelidad de los habitantes de Catania, les rogó que acogiesen algunos enfermos que llevaba en su ejército, y enviando, como enfermos, hombres robustísimos, ocupó la ciudad. Sospechó Publio Valerio de los habitantes de Epidauro y los convocó a una especie de jubileo en un templo que había fuera de la población. Cuando todo el pueblo había ido a obtener la indulgencia, cerró las puertas de la ciudad y no permitió entrar en ella más que a aquellos en quienes confiaba.

¿Batalla en invierno o en verano?

La última pregunta de Bautista no está demás. ¿La guerra se hace en invierno o en verano? 

Lo más imprudente y peligroso para un general es hacer la guerra en invierno, siendo aún mayor el peligro para el agresor que para el agredido. La causa de ello consiste en lo siguiente: todo el cuidado que se pone en la disciplina militar tiene por objeto organizar un ejército y dar una batalla al enemigo, siendo éste el propósito del general, pues del resultado tic la batalla depende el éxito de la guerra. El que sabe prepararla mejor y tiene más disciplinado su ejército, aventaja al adversario y es mayor su esperanza de vencerlo. Por otra parte, lo más opuesto a aprovechar la buena organización son los terrenos muy accidentados y los temporales de lluvia o hielo, porque las desigualdades del terreno no permiten desplegar las fuerzas conforme a las reglas del arte militar, y la lluvia y el frío impiden reunir las tropas y presentarlas en masa al enemigo, siendo, al contrario, preciso alojarlas sin orden y distantes unas de otras conforme a los castillos, aldeas o ciudades que haya en la comarca y donde puedan guarecerse, de manera que el trabajo empleado en disciplinar el ejército resulta inútil. 

No sorprende que ahora se haga la guerra en invierno, porque, no teniendo disciplina, los ejércitos desconocen el peligro de no alojar unidos los diferentes cuerpos, y prescinden de cuanto puede contribuir a una buena organización. Debieran pensar, sin embargo, ei daño que produce estar en campaña durante el invierno y recordar que los franceses fueron destrozados en 1503 a orillas del Garellano, más por la inclemencia del invierno que por los españoles.

El que quiera no valerse de la fuerza, la organización, la disciplina y el valor de un ejército, emprenda una campaña en el invierno. Io>s romanos, tan cuidadosos de conservar todas estas ventajas, para no perderlas, evitaban la guerra en invierno, como la guerra en las montañas y cualquiera otra que les impidiera demostrar su valor y disciplina y su excelente organización.

Conclusión

Resulta increíble que el mismo Maquiavelo aconseje no atacar en invierno al enemigo, aunque sí puede ser de mucho sentido común, en los tiempos de Maquiavelo no importaba la temporada en que se atacaran. Sin embargo, los romanos tuvieron la prudencia de cuidar estos detalles, detalles que incluso en el siglo XX se descuidaron de manera fatal. Ahí tenemos el ejemplo de Napoleón y de Hitler tratando de atacar Rusia en invierno. Ahora, es esperable que pensaran que estas recomendaciones (porque tanto Napoleón como Hitler leyeron a Maquiavelo) dada su antigüedad fueran obsoletas. Ya sabemos que no. 

lunes, 12 de julio de 2021

Nicolás Maquiavelo - El arte de la guerra (Libro Quinto) (1520)

Hemos descrito en los libros anteriores del arte de la guerra, lo importante de la organización en una batalla, de las armas, de las arengas y de cómo es necesario tomar importancia de los modos en que los antiguos luchaban contra sus enemigos. Esta vez veremos más a fondo el terreno enemigo, cómo es que un ejército finalmente puede acercarse al mismo, además del modus vivendi que deben tener los miembros del ejército. Nicolás Maquiavelo, por medio de Fabrizio, nos relatará la necesidad que tienen los ejércitos de conocer la explanada en la que están ubicados. 

EL ARTE DE LA GUERRA

Libro Quinto

Caminar por país enemigo y sospechoso

El ejército romano llevaba delante algunas tropas de caballería para explorar el camino; después seguía el ala derecha, y tras de ella, todos los carros que le pertenecían. En seguida caminaba una legión con sus carros detrás, después otra con sus carruajes, y a continuación el ala izquierda con sus correspondientes furgones. 

El resto de la caballería cerraba la marcha. Tal era, por regla general, el orden de marcha. Si durante el camino atacaba el enemigo de frente, o por retaguardia, retiraban rápidamente los bagajes a la izquierda o la derecha, o se situaban en el centro, según lo que permitía la naturaleza del terreno, y todos los soldados, libres de impedimenta hacían cara al enemigo por la parte donde atacase. Si el ataque era de flanco, ponían los equipajes en el lado seguro, y en el opuesto hacían frente al contrario. 

Este orden de marcha es bueno, y, prudentemente seguido, y es digno de imitación. Enviar delante la caballería ligera para explorar el país, siguiéndola cuatro brigadas con sus respectivos furgones detrás de cada una de ellas; y como los carros son de dos clases, unos cargados con los efectos de los soldados, y otros con lo perteneciente a la totalidad del ejército, dividir éstos en cuatro grupos, repartiéndolos entre las cuatro brigadas. Igual división haría en la artillería y en los desarmados, para que cada fuerza armada tuviese su respectiva impedimenta.

A veces se camina por un país no sólo sospechoso, sino tan enemigo, que a cada momento se teme ser atacado. En tales casos hay que variar el orden de marcha para ir seguro, de manera que, prevenidos por todos los lados, ni los paisanos ni el ejército enemigo puedan ofenderos. Acostumbraban en tales casos los generales en la Antigüedad formar el ejército en cuadro o cuadrado, pues así llamaban a tal formación, no porque fuera completamente cuadrada, sino por poder combatir por los cuatro lados.

Conforme a este modelo se ordenan las dos brigadas que sirven de regla para la formación de un ejército. Queriendo marchar con seguridad por país enemigo y hacer frente por todos lados si de improviso ataca el enemigo, para formar mis tropas en cuadro, procurar que el espacio interior de éste tenga de largo por lado doscientos doce brazos; al efecto, apartaré un flanco del otro la citada distancia, poniendo en cada uno de ellos cinco batallones en fila y separados uno de otro tres brazos, de modo que ocuparán cuarenta brazos por batallón, o sea, doscientos doce en toda la línea. Los otros diez batallones los situaré cinco al frente y cinco en retaguardia entre los flancos, del modo siguiente: cuatro batallones al lado de la cabeza del flanco derecho, y otros cuatro al lado de la cola del flanco izquierdo, dejando entre ellos intervalos de tres brazos; colocaré en seguida un batallón junto a la cabeza del flanco izquierdo, y otro al lado de la cola del flanco derecho.

Orden del ejército para entra en campo enemigo

Por regla general, de cualquier manera que se ordene un ejército, la caballería debe ponerse a retaguardia o a los flancos. Para situarla delante del frente del ejército, es preciso una de dos cosas: o ponerla a tanta distancia que, si es rechazada, tenga tras de sí espacio bastante para replegarse, sin atropellar a vuestra infantería, o formar ésta con tantos intervalos que los caballos puedan entrar por ellos sin desordenarla. 

Este precepto no debe considerarse de escasa importancia, pues, por no observarlo, muchos generales han sido batidos, desordenando el ejército su propia caballería. Los carros y los desarmados irán en el espacio interior del cuadro, repartidos de moco que dejen difícil paso a los que vayan de uno a otro flanco, y de la cabeza a la cola.

Para poder caminar, necesita un ejército gastadores y azadoneros que abran vía, los cuales serán protegidos por la caballería ligera enviada en descubierta. De esta forma podrá caminar un ejército diez millas por día, quedándote aún tiempo bastante para hacer el campamento y preparar la comida, porque la marcha ordinaria es de veinte millas diarias.

Si se es atacado por un ejército organizado, el ataque no puede ser imprevisto, pues las tropas regulares marchan como las vuestras, y en tal caso tenéis tiempo para formar éstas en batalla, como he dicho, o de un modo semejante. Si el ataque es de frente, se pondrá delante la artillería que está en los flancos, y la caballería que va a retaguardia, colocando aquélla y ésta en los sitios y a la distancia.

Si el enemigo viene por la espalda, lo primero que se hace es un cambio de frente, y de este modo, la cabeza queda convertida en cola y la cola, en cabeza. 

En este sistema de ordenar un ejército contra un enemigo que no se ve, pero se teme, es indispensable y sumamente útil acostumbrar a los soldados a marchar preparados a la lucha y a formarse en batalla en el camino para combatir de frente, por retaguardia o por cualquiera de ambos flancos conforme a las reglas prescritas, restableciendo después el orden de marcha. Cuando se quiere tener un ejército disciplinado y práctico, estos ejercicios son necesarios y precisa que el general y los jefes y oficiales los hagan ejecutar con frecuencia.

La disciplina militar consiste en saber mandar y ejecutar estas cosas, y se llama ejército disciplinado al que practica bien tales maniobras. El ejército que en la actualidad usara esta disciplina sería invencible. La formación cuadrada que he explicado es algo más difícil que las otras maniobras, pero requiere practicarla con frecuentes ejercicios, y a las tropas que se habitúen a ella les resultarán fáciles todas las demás maniobras.

Órdenes de un general

Zanobi realiza una pregunta importante de acuerdo con Fabrizio, ¿cómo debe dar las órdenes un general a su ejército? 

Muchas veces las órdenes del general, mal entendidas o mal interpretadas, han causado la derrota de su ejército, y es preciso que durante la acción sean claras y precisas. Si se dan con las trompetas los toques, deben ser tan distintos unos de otros que no se puedan confundir; y si de viva voz, se evitará emplear frases de sentido general que se presten a interpretaciones erróneas, expresando con las palabras más propias ideas concretas. 

Muchas veces decir: atrás, atrás, ha sido bastante para desorganizar un ejército. No se debe, por tanto, emplear esta palabra, sino la de retiraos. Si se quiere cambiar el frente por el flanco o la retaguardia, no decir ''vuelvan'', sino ''a la izquierda, a la derecha, por retaguardia, por el frente''. De igual modo, las demás órdenes han de ser sencillas y precisas, como: estrechen filas, quietos, firmes, adelante, vuelta a la derecha, vuelta a la izquierda, mandando de viva voz cuanto sea posible, y lo demás, con las trompetas.

La otra pregunta de Zanobi es si los que se hacen ir delante para allanar el camino al ejercito deben ser soldados de los batallones o trabajadores de los que se ocupan en estas humildes tareas.

Se debe abrir camino a los propios soldados, no sólo porque así se hacía en los ejércitos antiguos, sino también porque haya en el ejército la menos gente posible desarmada y la menor impedimenta; sacando de cada batallón la gente necesaria para que, con las herramientas propias, hagan las explanaciones. Sus armas quedarán a cargo de los que ocupen las filas inmediatas, recobrándolas y volviendo a sus puestos al aproximarse el enemigo.

Modo de vivir del ejército

El príncipe debe organizar su ejército de manera que esté lo más expedito posible, prescindiendo de toda carga inútil y de cuanto pueda estorbarle las operaciones. Una de las mayores dificultades es tener provisto al ejercito de vino y pan cocido. En la Antigüedad no les preocupaba el vino, porque si lo tenían, mezclaban al agua algunas gotas de vinagre para darle sabor, de modo que entre las provisiones indispensables del ejército se contaba el vinagre, y no el vino. 

No cocían el pan en hornos, como se cuece en los pueblos, sino que llevaban la harina y cada soldado la preparaba a su gusto, condimentándola con tocino y manteca de cerdo, que daba al pan sabor y lo mantenía tierno. Las provisiones militares eran, pues, harina, vinagre, tocino y manteca de cerdo, y para los caballos, cebada.

Lo contrario sucede en los ejércitos modernos, que, no queriendo privarse del vino y deseando los soldados comer pan cocido, como cuando están en sus casas, de lo cual no se puede hacer gran provisión anticipadamente, quedan con frecuencia sin víveres o se les provee con gran trabajo y enormes gastos.

El ejército no tendría, por tanto, víveres de esta clase, ni comería otro pan que el cocido por él mismo. En cuanto al vino, no prohibiría que se bebiera, ni que lo llevaran en el ejército, pero no haría nada por tenerlo; y respecto a las demás provisiones, me atendría a las costumbres antiguas. Si consideráis atentamente estas reformas, veréis cuántas dificultades evita; de cuántas molestias y trabajos libra al ejército y al general, y cuán cómodamente podrán éstos realizar todas sus empresas.

El botín

Para Zanobi, una vez examinadas las expediciones a las tierras del enemigo, es importante ver qué se hará con el botín confiscado. 

Las actuales guerras empobrecen a los vencedores y a los vencidos, porque éstos pierden sus Estados y aquéllos, su hacienda y sus recursos. No sucedía así en la Antigüedad, pues entonces la guerra enriquecía siempre al vencedor. Nace la diferencia de no tener ahora cuenta del botín, dejándolo a la discreción de los soldados, cosa que produce dos grandes males: uno, el que acabo de decir; otro, hacer a los soldados más codiciosos de presas que observantes de la disciplina, viéndose muchas veces que la codicia del botín es causa de perder la batalla.

Los romanos, mientras sus ejércitos fueron modelo de todos los demás, evitaron ambos inconvenientes ordenando que todo el botín perteneciese al Estado, el cual lo repartía en la forma que estimaba conveniente. Para esto llevaban en los ejércitos los cuestores, que equivalían a nuestros tesoreros, quienes recaudaban el botín y las contribuciones impuestas a los vencidos, con cuyo producto daba el cónsul la paga ordinaria a los soldados, atendía a los gastos de la curación de heridos y enfermos y a todas las demás necesidades del ejército. Facultado estaba el cónsul, y lo hacía algunas veces, para conceder algún botín a los soldados; pero esta concesión no producía ningún desorden, porque, derrotado el ejército enemigo, se amontonaba el botín y distribuíase después conforme a la graduación de cada uno. Con este sistema, los soldados procuraban vencer y no robar.

Las legiones romanas rechazaban al enemigo y no lo perseguían, porque jamás se desordenaban: la persecución quedaba a cargo de la caballería ligera y de los demás soldados que no eran legionarios. Si el botín se hubiese dejado al primero que lo tomase, fuera imposible y hasta injusto mantener ordenadas las legiones y, de no estarlo, se exponía el ejército a grandes peligros. Consecuencia de este sistema era que el Estado se enriqueciese y que cada triunfo de los cónsules aumentara el tesoro público con el botín y las contribuciones impuestas al enemigo. Otra buena institución de los romanos era que cada soldado tuviera obligación de dejar la tercera parte de su sueldo en poder del abanderado de su cohorte, la cual no se le devolvía hasta terminada la guerra. 

Hacían esto por dos motivos: uno, para que los soldados formaran capital con su sueldo, porque siendo en su mayoría jóvenes e imprevisores, cuanto más tienen más gastan innecesariamente; otro, porque sabiendo que su capital estaba junto a la bandera, la defendieran con gran empeño y obstinación. De tal modo conseguían los romanos que los soldados fueran económicos y valientes. Todo esto convendría restablecerlo si se quisiera que reviviesen las buenas costumbres militares.

Accidentes 

Deben los generales, cuando llevan su ejército por tierra enemiga, guardarse especialmente de las emboscadas, en las cuales se cae de dos maneras: o caminando descuidado, o dejándose atraer por la astucia del enemigo, sin prever su intención: 

En el primer caso, para librarse de ellas es necesario llevar dobles avanzadas que exploren el terreno, siendo esta precaución tanto más necesaria cuanto el país sea más a propósito para las emboscadas, como sucede en las comarcas selváticas o montuosas, pues hay que andar por bosques o desfiladeros. Una emboscada imprevista puede perderos, pero, prevista, no supone peligro alguno. Los pájaros y el polvo sirven muchas veces para descubrir al enemigo, pues cuando venga en vuestra busca, la polvareda que levante os indicará su aproximación. Muchas veces, por ver un general que en el sitio por donde ha de pasar vuelan palomas u otras aves de las que van en bandadas, circulando en el aire sin pararse en ningún sitio, conoció la emboscada del enemigo, y, enviando fuer/as delante, se libró de ella y lo derrotó.

En el segundo caso, o sea en el de ser llevado a la emboscada por al astucia del enemigo, se debe cuidar de no dar crédito a lo que es verosímil; por ejemplo, si el enemigo ofreciera una presa, ocultando en el cebo el anzuelo; si, siendo muy superior en número, retrocede ante una fuerza inferior; si, al contrario, envía escasas fuerzas contra otras considerables.

Ha de tenerse en cuenta que, al caminar por país enemigo, son mayores los riesgos que al dar una batalla; por eso el general, a medida que avanza, debe redoblar las precauciones. Le son necesarios mapas del país que atraviesa que le den a conocer los pueblos, su número y distancia, los caminos, los montes, los ríos, los pantanos y todos los demás accidentes del terreno.

Debe enviar avanzadas de caballería y con ellas, oficiales hábiles, no sólo para descubrir al enemigo, sino para explorar el país y saber si los informes que de él tiene son exactos. Llevará consigo guías, guardados con buena escolta, prometiéndoles premiar su fidelidad y castigar su perfidia; y procurará, sobre todo, que el ejército no sepa a qué expedición se le conduce, pues nada hay más útil en la guerra que ocultar los proyectos. A fin de que un ataque repentino no desordene el ejercito, conviene llevarlo siempre dispuesto a combatir, porque los sucesos previstos son menos dañosos.

Conviene tener en cuenta las costumbres y las condiciones del enemigo: si prefiere atacar por la mañana, o al mediodía, o por la tarde, y si su mayor fuerza consiste en infantería o caballería, y tomar las disposiciones con arreglo a lo que de esto se sepa.

Los ríos y los vados

Cuando la corriente es rápida, para que la infantería pase con mayor seguridad, se sitúan en la parte superior al paso los caballos más fuertes, que con sus cuerpos detienen el impulso del agua, y otra fuerza de caballería en la inferior para que salve a los soldados arrastrados por la corriente. Los ríos que no son vadeables se pueden pasar con puentes, barcas u odres. El ejército ha de transportar lo necesario para todas estas operaciones.

En cuanto a los vados estos aparecen cuando en el río, entre el agua estancada y la corriente se forma al parecer una raya o línea, hay menos fondo y puede ser vadeado mejor que por otras partes, porque en los sitios de remanso dejan las aguas la mayor cantidad del sedimento que arrastran. Como esto se ha probado muchas veces, resulta evidente.

Conclusión

Es uno de los momentos más tensos por el cual debe pasar un ejército, pues el territorio enemigo justamente es más conocido por él mismo que por cualquiera. Por cierto, es preciso notar lo cauteloso y precavido que se ve el ejército de Maquiavelo. Ya no parece ser un ejército que debe atacar primero sin consideraciones, sino que es más bien un ejército moderado. De todas formas, a estas formaciones y directrices no les falta el componente que ha plasmado en todos sus libros. 

Nicolás Maquiavelo - El arte de la guerra (Libro Cuarto) (1520)

Hemos hablado ampliamente de los aspectos ofensivos y estratégicos que debe tener un ejército, pero ahora se debe hablar sobre el aspecto defensivo, o más propiamente, de los peligros que debe atenerse quien dirige un ejército. También se verá con especial atención la consideración a las arengas  que tiene un ejército, y cómo se le puede sacar provecho en una batalla. Seguiremos empleando ejemplos de la antigüedad y la contrastaremos con los hechos actuales que en época de Nicolás Maquiavelo, necesitan una mirada práctica y efectiva. 

EL ARTE DE LA GUERRA

Libro Cuarto

Peligro al extender el frente

Seguimos con Fabrizio quien será preguntado por Zanobi y ya no por Luis. 

Por cierto que existe peligro al extender el frente, sobre todo cuando no se cuenta con un ejército numeroso. En caso contrario, conviene preferir la línea de batalla profunda y poco extensa a la larga y débil. Cuando las fuerzas sean inferiores a las del enemigo, se tiene que buscar otras defensas, como la de apoyar el ejército en un río o un terreno pantanoso, para evitar ser envuelto, o resguardar sus flancos con fosos como hacía César en las Galias. 

Se debe alargar o estrechar el frente de batalla, según el número de vuestras fuerzas y de las del enemigo; si las de éste son inferiores, deben preferirse las llanuras extensas, sobre todo si el ejército está bien disciplinado, a fin de poder, no sólo desplegar cómodamente las líneas, sino también envolver al enemigo, pues en terreno desigual y montañoso, donde sea imposible desarrollar las fuerzas, ninguna ventaja produce la superioridad de estas. De aquí que los romanos casi siempre buscaban terreno llano para pelear y se apartaban del montañoso. 

Debe hacer lo contrario el que tenga pocas tropas o mal ejercitadas, pues necesita pelear en posiciones donde el corto número pueda resistir o la falta de experiencia no perjudicar.

De todos los generales, los más elogiados por la manera de disponer sus ejércitos para dar batalla, son Aníbal y Escipión, cuando combatieron en Zaina. Aníbal mandaba un ejército formado de cartagineses y auxiliares de varias comarcas. Puso al frente de él ochenta elefantes, detrás (ellos a las tropas auxiliares, seguidas de los cartagineses, y en último lugar a los italianos, de quienes desconfiaba. Ordenó así el ejército porque los auxiliares, teniendo delante al enemigo y a la espalda a los cartagineses, no podían huir, y obligados a pelear, habían de rechazar o al menos cansar a los romanos. Hecho esto con sus tropas frescas, alcanzaría fácilmente la victoria contra un enemigo ya fatigado. 

Frente al ejército de Aníbal dispuso el suyo Escipión colocando los astarios, los príncipes y los triarios según la costumbre romana, para concentrarse unas líneas en otras y apoyarse mutuamente. En el frente de su línea de batalla hizo muchos intervalos, y para que no los viera el enemigo y creyese sólidamente unida toda la línea, los cubrió con volites, ordenándoles que retrocedieran al acercarse los elefantes, y por los intervalos ordinarios de las legiones se pusieran detrás de ellas, dejando paso a los paquidermos; así se libró de la impetuosidad de estos animales y, al llegar a las manos, logró la victoria.

Cuando se nombra esta última batalla Zanobi pregunta por qué Escipión, durante el combate, no mandó retirar la línea de los astarios para incorporarla a la de los príncipes, sino que la dividió: colocó cada parte en los extremos de la linea de batalla, dejando así espacio a los príncipes para que avanzaran.

Fabrizio contesta que Anibal había puesto lo mejor de su ejército en la segunda línea, y Escipión, para oponerle también en su segunda línea una fuerza igualmente sólida, unió los príncipes y los triarios, colocando éstos en los intervalos de la línea de aquéllos, y no quedando, por consiguiente, espacio para recibir a los astarios; por eso los dividió y puso a los extremos de la línea. Esta maniobra de abrir la primera línea para dejar espacio a la segunda, no debe practicarse sino cuando se ha adquirido gran superioridad, pues sólo entonces se hace fácilmente, como lo hizo Escipión. Si se intenta cuando la primera línea está desordenada o es rechazada, ocasiona inmediata derrota; por ello conviene tener siempre detrás de la primera línea otras que la apoyen y donde los soldados de aquélla puedan refugiarse.

El caso de Asia

Los antiguos pueblos de Asia usaban, entre otras pesadas máquinas para ofender al enemigo, unos carros a cuyos lados ponían hoces, de modo que no sólo servían para romper con su ímpetu las filas, sino también para matar con las hoces a los adversarios. Para defenderse de estos carros se empleaban varios medios: o hacer el frente de batalla muy denso para resistir su ímpetu, o dejarles paso franco, como a los elefantes, o aplicar algún recurso extraordinario, como el practicado por el romano Sila contra Arquelao, que disponía de muchos de estos carros armados de hoces. Para contener su ímpetu mandó Sila clavar estacas en tierra al frente de su línea de batalla, y, tropezando en ellas los carros, perdían su impetuosidad. Conviene sabor que Sila ordenó su ejército en este caso de distinta manera que la acostumbrada, pues puso a retaguardia los vélites y la caballería y al frente a todos los armados con armas pesadas, dejando entre ellos intervalos para que, si era preciso, avanzaran los de detrás. Empezado el combate, alcanzó la victoria valiéndose de la caballería, a la cual abrió paso oportunamente.

Para desordenar al enemigo durante la lucha es preciso hacer algo que lo asuste, o anunciar la llegada de nuevos refuerzos, o imaginar algún ardid que aparente recibirlos, de modo que, engañado por la apariencia, se atemorice y sea fácil vencerlo. Estas estratagemas las emplearon los cónsules Minucio Rufo y Acilio Glabrión. También Cayo Sulpicio hizo montar a los mercaderes y logreros que seguían al ejército en mulos y otros animales inútiles para el combate, pero formados de modo que asemejaban un cuerpo de caballería, y les mandó presentarse sobre una colina, mientras él luchaba con los galos, logrando con este ardid la victoria. Lo mismo hizo Mario cuando combatía contra los teutones.

Las arengas

A veces ha sido muy oportuno durante la batalla hacer correr la noticia de la muerte del general enemigo o de la derrota de una parte de su ejército, debiéndose a este recurso el salir victorioso. Se desordena fácilmente la caballería enemiga oponiéndole animales que desconozca o con cualquier ruido extraordinario.

Ocurre muchas veces que los soldados desean pelear y el general, por lo numeroso que es el enemigo, o por la posición que ocupa, o por otro cualquier motivo, comprende la desventaja para la lucha y necesita quitarles aquel deseo. Sucede también que la necesidad o la ocasión os obliga a luchar, y que vuestros soldados están desconfiados y poco dispuestos al combate. 

En el primer caso es preciso asustarlos y en el segundo, enardecerlos. Si para lo primero no bastan las persuasiones, el medio más eficaz consiste en sacrificar algunos soldados haciéndoles atacar al enemigo, porque de este modo los que entran en acción y los que no han combatido os creerán. También puede hacerse premeditadamente lo que, por acaso, sucedió a Fabio Máximo. 

Deseaba el ejército de Fabio combatir con el de Aníbal, e igual deseo mostraba el jefe de su caballería; Fabio no quería dar la batalla, y esta diferencia de opinión les hizo dividir el ejército. Fabio contuvo a los suyos en el campamento y el general de la caballería atacó a los cartagineses, corriendo gran peligro y no siendo derrotado por el oportuno auxilio de Fabio. Este ejemplo demostró al jefe de la caballería y a todo el ejército que lo más atinado era obedecer a Fabio. Para enardecer a los soldados hay que irritarles contra el enemigo, repitiéndoles frases ofensivas y ultrajantes que éste diga de ellos, hacerles creer que estáis en inteligencia con él, y que una parte se ha vendido. 

Conviene acampar al alcance de los contrarios y tener con ellos algunas escaramuzas, porque lo que diariamente se ve, con facilidad se desprecia; mostrar, en fin, viva indignación reprobándoles en una arenga preparada al efecto su cobardía, y, para avergonzarlos, decirles que, si no quieren seguiros, iréis solo a combatir al enemigo. Si queréis que los soldados se porten como bravos en la batalla, es de todo punto indispensable no permitirles, hasta terminar la campaña, enviar a sus casas el botín capturado o que lo depositen en algún sitio, para que sepan que, si huyendo salvan la vida, no salvan lo que poseen, por cuya defensa pelean a veces con tanta obstinación como por la vida.

Luego, Zanobi pregunta si la arenga debe ser realizada a todo el ejército o solo al jefe. Fabrizio contesta que arengar a pocos es muy fácil, pero cuando se debe hacer a muchos ahí está la dificultad. A Alejandro Magno le fue preciso arengar y hablar públicamente a su ejército; de otra suerte no hubiese conseguido que le siguiesen soldados a quienes el botín había hecho ricos, por los desiertos de Arabia y por la India con tantas fatigas y peligros. E1 príncipe o la república que determine organizar una nueva milicia y mantenerla con reputación, ha de acostumbrar a los soldados a oír las arengas del general, y al general a saber hablarles.

Las arengas que venían con un sentido religioso eran aún más efectivas que aquellas en las que no había. 


Conclusión

Nuevamente recalca Maquiavelo, o más propiamente Fabrizio, la necesidad que tienen los dirigentes de considerar la religión. Recordemos que tanto en ''El Príncipe'' como en los ''Discursos sobre la primera década de Tito Livio'', Maquiavelo nos relataba que el ser humano está más dispuesto a obedecer la ley religiosa que la ley humana. Es por eso que en las arengas es mucho mejor añadirles el sentido religioso que no hacerlo. 


domingo, 11 de julio de 2021

Nicolás Maquiavelo - El arte de la guerra (Libro Tercero) (1520)

 


La importancia de la organización en un ejército es vital para el planteamiento de Nicolás Maquiavelo, sobre todo cuando ya se ha hablado de los antiguos y de las armas que se deben poseer para ganar en una guerra. ¿Cuál será la mejor organización para un ejército? ¿Tendremos que recurrir nuevamente a la antigüedad? ¿Tendremos que mirar a otras naciones a parte de la italiana? Todo esto lo veremos en esta tercera parte tan interesante del arte de la guerra, texto en el cual subyace la filosofía de la guerra. 


EL ARTE DE LA GUERRA

Libro Tercero


Disposición de los ejércitos griegos y romanos

Continuamos con la organización de los ejércitos, esta vez refiriéndonos a los ejércitos griegos y romanos. En este caso, Fabrizio nuevamente será nuestro personaje principal, mientras Luis realiza las preguntas. 


Los romanos

En cuanto a los romanos, estos dividían las legiones en tres cuerpos, llamados astarios, príncipes y triarios. Los astarios constituían la primera línea del ejército, formándola varias filas sólidamente apiñadas. Detrás de ellos estaban los príncipes en orden más abierto, y en última línea, los triarios, tan espaciados que, en caso necesario, podían mezclarse con ellos los príncipes y los astarios. Tenían, además, los honderos y los ballesteros y otros soldados armados a la ligera, que no estaban en las filas, sino puestos al frente del ejército entre la caballería y la infantería.

Esta infantería armada a la ligera comenzaba la batalla; si era vencedora, lo que ocurría raras veces, continuaba la victoria, persiguiendo al enemigo; si rechazada, se retiraban por los (laucos del ejercito y por los intervalos dispuestos al efecto, situándose a retaguardia. Entonces entraban en lucha los astarios, y, si no podían resistir al enemigo, se retiraban poco a poco pasando por los claros de las filas de los príncipes detrás de ellos y, unidos con éstos, renovaban el combate. Si astarios y príncipes eran rechazados, se retiraban a la línea de los triarios, ocupando los intervalos que en ella había, y todos juntos, formando una masa, renovaban la lucha. Si entonces eran vencidos, la batalla estaba perdida, porque ya no había medios de rehacerse.

La caballería se situaba a los flancos del ejército, como si fuera las dos alas de un cuerpo, y combatía a caballo o a pie, según las necesidades del momento.


Los griegos

Los griegos no tenían en sus falanges este modo de rehacerse, y, aunque había en ellas muchos jefes y muchas líneas, formaban un solo cuerpo o cabeza. Los combatientes se reemplazaban, no como los romanos, retirándose una línea a la que tenía detrás, sino sustituyendo un hombre a otro de este modo: cuando la falange formada en filas, supongamos cine de cincuenta hombres de frente, atacaba al enemigo, las seis primeras filas podían combatir, porque sus lanzas, llamadas sarisses, eran tan largas, que las de la sexta fila pasaban la punta sobre la primera. 

El que caía muerto o herido durante el combate, estando en la primera fila era inmediatamente reemplazado por el que estaba a su espalda en la segunda; sustituía a éste el puesto tras él en la tercera, y así sucesivamente; de modo que, en un momento, las filas de la espalda rehacían las de delante, que siempre estaban completas, sin que quedase vacío ningún puesto de combatiente, excepto en la última fila, que poco a poco iba disminuyendo por no tener a su espalda quien cubriese las bajas. De esta suerte las ocasionadas en las primeras filas resultaban en la última, y aquéllas estaban siempre completas. Con tal organización era más fácil consumir la falange que dispersarla, porque su espesor la convertía en cuerpo inmóvil.

Retrato de soldado griego

Réplica de un soldado romano


Los romanos en un principio copiaron a la falange griega, pero luego la dejaron de usar. Les disgustó esta organización y dividieron las legiones en diferentes cuerpos, esto es, en cohortes y manípulos, por haber comprendido, según dijimos antes, que las agrupaciones militares eran tanto más vigorosas cuanto de más partes se componían, de modo que cada una de éstas se rigiera por sí misma, contribuyendo a la unidad del impulso.


Por eso, Fabrizio recomienda lo siguiente para los ejércitos actuales. Deben formarse aprovechando en parte la organización y las armas de la legión romana, y en parte, las de la falange griega y propongo para mi brigada dos mil picas, que es el arma de la falange, y tres mil con escudo y espada, que son las de la legión; divido la brigada en diez batallones, como los romanos dividían la legión en diez cohortes; organizo los vélites, es decir, la infantería ligera, para que combatan como combatían los suyos, y del mismo modo que tomo y mezclo las armas de griegos y romanos, aprovecho de ambos las organizaciones, disponiendo que cada batallón tenga cinco filas de picas al frente, y las demás sean de escudos para poder con el frente resistir a la caballería y penetrar fácilmente en las filas del enemigo a pie, puesto que en el primer choque tengo, como él, a los piqueros para contenerlo, y después los escudados para vencerle.

Orden y armamento

Esta vez es Luis quien pregunta a Fabrizio sobre el orden y armamento de una armada perfecta. Fabrizio responde que en un ejército romano ordinario, llamado ejército consular, sólo había dos legiones de ciudadanos romanos, o sea, seiscientos caballos y unos once mil infantes. Unían a éstos otros tantos infantes y caballos que les enviaban sus aliados y confederados, los cuales dividían en dos porciones, llamadas cuerno derecho y cuerno izquierdo, no permitiendo nunca que la infantería auxiliar excediera en número a la de las legiones, pero sí que la caballería fuese más numerosa. Con este ejército de veintidós mil infantes y unos dos mil caballos útiles, realizaba un cónsul todas sus empresas y combatía al enemigo. Cuando éste era muy poderoso, los dos cónsules reunían sus ejércitos.

En las tres principales operaciones hechas ordinariamente por un ejército, caminar, acampar y combatir, ponían las legiones en el centro, a fin de que la fuerza, en la cual más confiaban, estuviera siempre unida, según demostraré al hablar de cada una de las citadas operaciones.

La infantería auxiliar, por la práctica que adquiría al lado de la infantería legionaria, era tan útil y disciplinada como ésta, y como ésta, también se la ordenaba para dar la batalla; de modo que quien sabe el orden de batalla de una legión, sabe el de todo el ejército; y habiendo ya dicho que formaba tres líneas y cómo se rehacían entrando unas en otras, se conoce la disposición general del ejército formado en batalla.

Una vez explicada la organización antigua de los romanos, Fabrizio pasa a explicar qué haría en su caso. 


''Tomaré dos brigadas, y como disponga éstas quedará dispuesto todo el ejército, porque las fuerzas que agregue tendrán por único objeto hacerlo más numeroso. No creo necesario recordar cuántos infantes tiene una brigada, que consta de diez batallones, el número de jefes de cada batallón, y las armas, los piqueros, los vélites ordinarios y extraordinarios, porque detalladamente lo dije hace poco, advirtiendo que no lo olvidarais por ser cosa indispensable para comprender todas las maniobras''

Luego continúa,

''Opino que los diez batallones de una de las brigadas se pongan en el flanco izquierdo, y los otros diez en el derecho, organizando las del izquierdo del modo siguiente: sitúo cinco batallones, uno al lado de otro, de frente, de modo que entre ellos quede un espacio de cuatro brazos, y así ocuparán ciento cuarenta y un brazos de terreno a lo ancho, y cuarenta de fondo. 

Detrás de estos cinco batallones pondré otros tres, separados en línea recta de aquellos cuarenta brazos. Dos de éstos se colocarán enfilados detrás de los dos que hay en los extremos de la primera fila, y el otro, en medio, ocupando, por consiguiente, estos tres el mismo espacio en anchura y fondo que los cinco primeros, salvo que la distancia de cuatro brazos entre cada uno de los cinco será de treinta y tres entre cada uno de los tres. 

Los dos últimos batallones los sitúo detrás de los tres, a cuarenta brazos de distancia en línea recta, cada uno de ellos enfilado con los de los extremos de los tres, y dejando entre ellos un espacio de noventa y un brazos. Ocuparán, pues, los batallones así dispuestos ciento cuarenta y un brazos de ancho y doscientos de fondo. 

A distancia de veinte brazos por el flanco izquierdo de estos batallones pongo las picas extraordinarias, que forman ciento cuarenta y tres filas de a siete hombres, de modo que con su extensión cubren todo el flanco izquierdo de los diez batallones dispuestos como he dicho. 

Destinaré cuarenta filas a la custodia de furgones y hombres sin armas puestos a retaguardia. Los decuriones y centuriones ocuparán los respectivos puestos, y de los tres condestables pondré uno al frente, otro en medio y otro en la última fila, el cual desempeña igual cargo que el tergiductor de los romanos, quienes daban este nombre al jefe situado a retaguardia de las tropas'

''Volviendo a la cabeza del ejército, pondré junto a las picas extraordinarias los vélites extraordinarios, que sabéis son quinientos, y ocuparán un espacio de cuarenta brazos. Al lado de éstos, a mano izquierda, situaré los hombres de armas en ciento cincuenta brazos de terreno, y después, la caballería ligera en un espacio igual al de los hombres de armas. 

Dejaré los vélites ordinarios alrededor de sus batallones respectivos en los intervalos que separan unos de otros, quedando como auxiliares de éstos, a no ser que los ponga detrás de las picas extraordinarias, lo cual haré o no, según me convenga. 

Al general de la brigada lo colocaré entre la primera y la segunda línea de los batallones o al frente, en el espacio entre el último batallón de los cinco de la primera línea y las picas extraordinarias, conforme las circunstancias lo aconsejen, rodeándolo de treinta o cuarenta hombres elegidos por su inteligencia para comunicar una orden, y por su intrepidez para rechazar un ataque. Junto al general estarán la bandera y el trompeta.

En esta forma dispondré la brigada de la izquierda, o sea, la mitad del ejército, ocupando un espacio de frente de quinientos once brazos y el fondo antedicho, no contando el sitio de las picas extraordinarias destinadas a proteger la impedimenta, que será de unos cien brazos.

La otra brigada se colocará a la derecha de la anterior, del mismo modo que  dispuesto la de la izquierda, dejando entre ellas un espacio de treinta brazos, a cuyo frente situaré algunas piezas de artillería, y tras ellas, al general en jefe del ejército, que tendrá junto a él, además de la bandera capitana y del trompeta, lo menos doscientos hombres elegidos, la mayoría a pie, y entre ellos diez o más capaces de ejecutar cualquier orden, armados de modo que puedan ir a caballo o a pie, según sea necesario.

Para el ataque de plazas bastan al ejército diez cañones, que no deben pasar de un calibre de cincuenta libras, y en campaña me serviré de ellos, mejor para defender los campamentos que durante la batalla. La demás artillería será más bien de calibre tic diez que de quince libras, y la pondré al frente de todo el ejército si el terreno no permite que la sitúe en los flancos de un modo seguro y donde no pueda atacarla el enemigo''


De este modo, Fabrizio está combinando las dos estrategias, las de los griegos y los romanos. Permite combatir como las falanges griegas y como las legiones romanas, porque al frente están las picas y la infantería en apretadas filas, de manera que, al venir a las manos con el enemigo, pueden, como las falanges, reemplazar las bajas de la primera fila con los que están detrás.

Artillería del enemigo

Luis se atreve a preguntar a Fabrizio sobre la distancia y los disparos que se deben dar al enemigo. Fabio Máximo era muy criticado por tomar mucha distancia con el propósito de evitar batalla. Sin embargo, Fabrizio nos cuenta que es preciso que se ataque la caballería del enemigo inmediatamente, pues la artillería (que normalmente falla a distancia) ya no puede ser de utilidad  a ninguno de los dos. 

La artillería se dispara una vez y luego se retire. Sin embargo, Luis cuestiona este proceder, además de preguntar porqué es bueno seguir la organización de los antiguos, que, de acuerdo a comentarios actuales, en nada servirían a las guerras de hoy. 

La causa de ello consiste en importar más no recibir los proyectiles del enemigo que herir a éste con los nuestros. Se sabe que para preservarse de la artillería es necesario estar fuera de su alcance o ponerse detrás de murallas o de trincheras; y aun en este caso es preciso que sean muy resistentes. 

Los generales resueltos u obligados a librar batallas no pueden estar detrás de murallas o de trincheras, ni situar sus tropas fuera del alcance de la artillería. No habiendo, pues, medio de defensa, conviene encontrar uno para aminorar la ofensa, y no hay otro que el de apoderarse de los cañones lo más pronto posible, para lo cual conviene precipitarse sobre ellos en orden abierto y no a paso mesurado y en masas compactas; porque la presteza en el ataque le impide repetir los disparos y el orden abierto, herir a muchos hombres. Este medio no es practicable para un cuerpo de ejército formado en batalla, porque, si camina deprisa, se desordena, y si va en orden abierto, evita al enemigo el trabajo de romperlo, rompiéndose por sí mismo. 

En palabras de Fabrizio:

No permito que mi artillería haga un segundo disparo para impedir que lo efectúe tambien la enemiga, y aun, si es posible, que no dispare ni una sola vez. La única manera de inutilizarla es echarse sobre ella, porque si el enemigo la abandona, cae en su poder y si la defiende, ha de retirarla, de forma que, en cualquiera de ambos casos, no puede disparar.

Lo que más ocasiona confusión en un ejército es impedir la vista a los soldados, y muchas valientes tropas han sido derrotadas porque el sol o el polvo no les dejaban ver. Lo que más estorba a la vista es el humo de los disparos de artillería, y parece preferible dejar al enemigo cegarse con el humo de sus cañones que ir a su encuentro sin verlo. 

No prescindiré, sin embargo, de la artillería (lo cual sería desaprobado, vista la reputación de esta arma), pero la emplazaré en los extremos de la línea de batalla, para que, con el humo, no ciegue a los soldados del frente del ejército, cosa para mí de la mayor importancia. En prueba de lo temible que es este peligro, citaré el ejemplo de Epaminondas, quien, para cegar al enemigo que venía a atacarle, hizo galopar a su caballería ligera por delante del frente de batalla de los contrarios a fin de que la polvareda levantada por los caballos les impidiera ver, con lo cual obtuvo la victoria.

Lo mejor para acabar con la artillería del enemigo, es apoderarse de la misma. 

Luis tiene otra pregunta, ¿qué ocurre si el enemigo tiene su artillería bien protegida? el remedio consiste en abrir un espacio  en vuestro ejército que deje a las balas libre paso e inutilice su violencia, cosa fácil de practicar, pues si el enemigo quiere que su artillería esté segura ha de situarla al final del intervalo, y, para no herir a sus soldados, disparar constantemente en línea recta, de suerte que, con dejar paso a los proyectiles, se conjura el peligro. Por regla general ha de dejarse vía libre a todo lo que no se puede resistir, como se hacía en la Antigüedad con los elefantes y con los carros armados de hoces.

De todas formas, Fabrizio advierte a Luis que puede que suene que ha armado el ejército a su antojo y la victoria también, pero le señala que un ejército armado y dispuesto de la manera señalada entonces no tendría oportunidad de ser vencido. 

Caballería y rechazo

En una batalla, una caballería fue rechaza para apoyarse en las picas extraordinarias. En cuanto a estas,. las picas son de nueve brazos de largo, brazo y medio lo ocupan las manos para sostenerlas, y en la primera fila quedan libres siete brazos y medio. Kn la fila segunda, además del espacio ocupado por las manos, se pierde brazo y medio en la distancia entre las dos filas, y sólo quedan útiles seis brazos de pica; en la fila tercera, por igual motivo, sólo hay aprovechables cuatro brazos y medio, tres en la cuarta y uno y medio en la quinta. Las demás filas son inútiles para herir al enemigo, pero sirven para ir reemplazando a los que caen en las primeras, según dijimos oportunamente, y como barbacana de las cinco.

Estas picas rechazan perfectamente los choques de caballería. 

Orden de estrategia en la batalla

Hay que variar el orden con arreglo a las condiciones del sitio y a la calidad y cantidad del enemigo. Siempre se ordena el ejército de modo que los combatientes de las primeras filas puedan ser apoyados por los que están detrás, pues quien hace lo contrario inutiliza la mayor parte de su ejército, y, si tropieza con seria resistencia, no puede vencer.

Luis objeta que en el orden de batalla se ponen cinco batallones al frente, tres detrás y dos en la última línea, y que se debería hacer lo contrario a esto, porque parece más difícil derrotar un ejército cuando el enemigo, a medida que vaya avanzando, encuentre mayor resistencia, y, con este sistema, cuanto más penetrara la hallará más débil. 

Fabrizio le recuerda que son los triarios que formaban la tercera línea en la legión romana, siendo sólo seiscientos hombres, y dudaréis menos si os acordáis cómo estaban formados. Siguiendo este ejemplo, he colocado en la tercera línea dos batallones, o sea, novecientos soldados, de modo que, al imitar la formación romana, he puesto más bien más que menos soldados en esta línea. 

La primera línea del ejército se forma espesa y sólida, porque es la que sostiene el empuje del enemigo y no ha de recibir refuerzos. Conviene, pues, organizaría con numerosos soldados, pues si son pocos, las filas resultarían flacas y espaciadas por falta de número.

La segunda línea, destinada más bien a recibir a la primera, si es rechazada, que a afrontar al enemigo, debe tener grandes intervalos, y por eso conviene que sea de menor número que la primera; porque si fuera de número mayor o igual, o no podría dejar intervalos, lo cual ocasionaría confusión, o, dejándolos, sería de mayor extensión que la primera, constituyendo un orden de batalla imperfecto.

Si bien esta explicación convence a Luis, este sigue con preguntas y dudas. Si los cinco batallones de la primera línea se unen a los tres de la segunda, y después los ocho a los dos de la tercera, ¿cómo es posible que los ocho primero y los diez después ocupen el mismo espacio que los cinco del frente de batalla?

Fabrizio responde que en primer lugar, no es el mismo espacio, porque los cinco batallones de la primera línea tenían entre sí cuatro intervalos y los ocupan al retirarse hacia los tres de la segunda línea y hacia los dos de la tercera. Queda aún el espacio que media entre dos brigadas y el que hay entre dos batallones y las picas extraordinarias, y todos estos intervalos forman bastante extensión.

 Además, se añade que a esto que los batallones no ocupan el mismo espacio cuando están formados antes de la batalla que cuando el combate los desordena, porque en este caso, o estrechan las filas o las desparraman. Sucede esto último cuando el temor les obliga a huir; y lo primero cuando creen que su salvación está no en la fuga, sino en la defensa, la cual pueden hacer uniéndose, no dispersándose.


Conclusión

Un orden muy intrincado el que hace nuestro Fabrizio y difícil de imaginar solo leyendo sus palabras. Sin embargo, el diálogo mantiene la coherencia del anterior en cuanto a la consideración que se debe tener a los antiguos, y la adherencia a la tecnología moderna. Los órdenes de batallas siguen teniendo como referencia la antigüedad, es decir, en las cosas más estructurales, es mucho mejor mirar al pasado.