miércoles, 10 de septiembre de 2025

Tomismo aristotélico

Tomismo aristotélico

El tomismo aristotélico se refiere a la corriente filosófica desarrollada por Santo Tomás de Aquino (1225-1274), que integra de manera sistemática la filosofía de Aristóteles con la doctrina cristiana. Fue un esfuerzo por armonizar razón y fe, siguiendo la idea de que ambas proceden de la misma verdad divina y, por lo tanto, no pueden contradecirse.

Origen 

El origen del tomismo aristotélico se encuentra en la recuperación de la obra de Aristóteles en la Europa medieval. Durante gran parte de la Alta Edad Media, solo se conocían en latín algunos fragmentos de su lógica gracias a Boecio, mientras que el resto de su filosofía se había perdido en Occidente. Esto cambió a partir del siglo XII, cuando, a través de las escuelas de traductores de Toledo y de Sicilia, comenzaron a circular versiones completas de sus obras, traducidas del griego y del árabe. Junto con estos textos llegaron también los comentarios de filósofos árabes como Avicena y Averroes, así como de pensadores judíos como Maimónides, que ofrecían interpretaciones muy influyentes.

El ingreso de Aristóteles planteó un enorme desafío intelectual a la escolástica cristiana, hasta entonces dominada por el agustinismo y el platonismo. La filosofía aristotélica aparecía como un sistema completo y autónomo que explicaba la naturaleza, el alma y el cosmos sin necesidad de la revelación cristiana. Algunas de sus tesis, como la idea de la eternidad del mundo o la concepción del intelecto, parecían contradecir la fe. Esto provocó resistencias en sectores de la Iglesia, que incluso llegaron a prohibir temporalmente la enseñanza de ciertos textos aristotélicos en la Universidad de París.

En ese escenario surge la figura de Santo Tomás de Aquino (1225-1274), fraile dominico, quien emprendió la tarea de reconciliar la filosofía de Aristóteles con la doctrina cristiana. Tomás reconoció en Aristóteles un marco racional sólido para explicar la realidad y, al mismo tiempo, lo releyó desde la perspectiva de la fe. De este modo, corrigió lo que consideraba incompatible con el cristianismo —como la eternidad del mundo— y elaboró una síntesis en la que la metafísica aristotélica se integraba con la teología cristiana. Sus obras mayores, la Suma contra gentiles y la Suma teológica, son la expresión más acabada de esta unión entre razón y fe.

Integrando a Aristóteles

Justificación

Santo Tomás integra a Aristóteles porque ve en él al filósofo que mejor ofrece una explicación racional del mundo y del hombre, capaz de servir como base sólida para la teología cristiana. Para Tomás, la fe y la razón provienen de la misma fuente —Dios—, por lo que no pueden contradecirse en lo esencial. En ese sentido, la filosofía aristotélica le da las herramientas conceptuales necesarias para dar razones de la fe y mostrar que los misterios cristianos no son irracionales.

Uno de los motivos más fuertes es que Aristóteles propone una filosofía realista y sistemática. Frente a otras corrientes más platónicas o agustinianas, que tendían a privilegiar lo espiritual o lo interior, Aristóteles ofrecía una explicación del ser, del movimiento, de la naturaleza y del conocimiento humano que partía de la experiencia concreta y sensible. Tomás encuentra allí un método que no choca con la teología, sino que la puede sostener en su parte racional.

Otro motivo es la universalidad del pensamiento aristotélico. Sus categorías de acto y potencia, materia y forma, sustancia y accidente, causa eficiente y final, permiten explicar todos los niveles de la realidad. Tomás toma estas categorías y las eleva al plano teológico: con ellas fundamenta, por ejemplo, que Dios es acto puro sin mezcla de potencia, o que la creación es un efecto de la causa primera. Así, Aristóteles se convierte en un aliado fundamental para mostrar racionalmente la existencia y atributos de Dios.

Dimensiones

Santo Tomás de Aquino integra a Aristóteles mediante una síntesis filosófico-teológica que logra unir la racionalidad del pensamiento griego con las verdades de la fe cristiana. No se limita a repetir a Aristóteles, sino que lo reelabora críticamente, tomando lo que considera verdadero y corrigiendo lo que entra en tensión con la doctrina revelada.

En primer lugar, adopta la metafísica aristotélica del acto y la potencia para explicar el cambio, la causalidad y la perfección. Esta estructura le sirve para fundamentar sus famosas Cinco Vías, donde prueba racionalmente la existencia de Dios como motor inmóvil, causa primera y ser necesario. Sin embargo, Tomás corrige a Aristóteles en un punto central: para el estagirita el mundo era eterno, mientras que Tomás afirma que el mundo fue creado libremente por Dios en un comienzo temporal. Aquí se ve cómo toma el marco aristotélico, pero lo subordina a la fe cristiana.

En segundo lugar, retoma la doctrina hilemórfica de Aristóteles —la unión de materia y forma— para explicar la naturaleza de los seres. Esta teoría se convierte en clave de su antropología: el ser humano es cuerpo y alma en una unidad sustancial. No obstante, Tomás da un paso más allá y sostiene que el alma es inmortal y creada directamente por Dios, algo que Aristóteles no había afirmado de modo claro.

En tercer lugar, en el ámbito del conocimiento, asume la teoría aristotélica del intelecto agente y paciente, que explica cómo la mente abstrae lo universal a partir de lo sensible. Sin embargo, Tomás rechaza la interpretación averroísta que postulaba un único entendimiento común para todos los hombres, y defiende la individualidad del alma y su facultad de conocer.

En la ética y la política, Tomás adopta la idea aristotélica de que el ser humano tiende naturalmente a la felicidad (eudaimonía) y que la vida social y política es connatural al hombre. Pero reinterpreta la felicidad última no solo como el ejercicio de la virtud, sino como la contemplación de Dios en la bienaventuranza eterna. De igual forma, integra la noción de ley natural como participación de la ley eterna en la razón humana, un concepto profundamente aristotélico pero que él vincula con la voluntad divina.

Con respecto al derecho, Santo Tomás integra a Aristóteles porque encuentra en él un fundamento racional para comprender la justicia, la ley y la vida política, conceptos que la teología cristiana necesitaba ordenar en el plano de la razón natural. Aristóteles, en la Ética a Nicómaco y en la Política, había desarrollado la idea de justicia como virtud cardinal y la definición de hombre como animal político. Estas nociones fueron asumidas por Tomás como punto de partida para elaborar una teoría del derecho que fuera coherente tanto con la razón como con la fe.

En el ámbito de la justicia, Tomás retoma la distinción aristotélica entre justicia conmutativa (la que regula los intercambios entre particulares) y justicia distributiva (la que regula la distribución de bienes y cargas en la comunidad). Sobre esa base desarrolla su doctrina de la justicia legal, que apunta al bien común como fin último del derecho. Aquí se ve cómo Aristóteles le proporciona las categorías, pero Tomás las eleva hacia un horizonte teológico-político, en el que la justicia se ordena a Dios como fin supremo.

En cuanto a la teoría de la ley, Tomás integra la concepción aristotélica de la ley como orden de la razón en vista del bien común. Aristóteles había visto la ley como racionalidad en la vida de la polis; Tomás recoge esa idea y la completa con su visión cristiana: para él, la ley es “ordenación de la razón para el bien común, promulgada por quien tiene el cuidado de la comunidad”. De allí deriva su célebre distinción entre ley eterna (la razón divina que gobierna el universo), ley natural (la participación de la criatura racional en esa ley eterna), ley humana (la concreción positiva hecha por las autoridades), y ley divina (revelada por Dios en la Escritura). Esta jerarquía jurídica solo fue posible gracias a la matriz aristotélica adaptada a la teología cristiana.

También en el plano político-jurídico, Aristóteles había defendido que la vida en sociedad es connatural al hombre. Tomás retoma este punto para sostener que el poder político es legítimo en cuanto orientado al bien común. Sin embargo, agrega que toda autoridad deriva en última instancia de Dios, y que la ley humana, para ser válida, debe estar en armonía con la ley natural. Cuando la ley humana se aparta de la razón o del bien común, deja de ser ley y se convierte en corrupción de la ley (lex iniusta non est lex).

Desde el punto de vista económico, la integración de Aristóteles en el pensamiento de Santo Tomás se explica porque el aristotelismo ofrecía un marco realista y práctico para entender la vida material y social del hombre, algo que era crucial en el siglo XIII. En la Europa medieval estaban surgiendo nuevos centros urbanos, mercados más activos, el renacimiento del comercio y las universidades, de modo que la teología no podía limitarse a un espiritualismo abstracto; necesitaba categorías que explicaran la vida concreta, incluida la económica.

Aristóteles había reflexionado sobre el uso del dinero, la propiedad, la justicia conmutativa y distributiva, y la función de la economía dentro de la polis. Estos temas fueron retomados por Santo Tomás, quien, al integrarlos en su síntesis teológica, elaboró una doctrina moral y económica cristiana. Por ejemplo, al discutir el precio justo, el interés por préstamos (usura) o el destino de los bienes, Tomás se apoya en la idea aristotélica de la justicia en los intercambios y la proporcionalidad, pero orientándola a la luz de la ley natural y de la caridad cristiana.

Otro aspecto clave es que Aristóteles concebía al ser humano como un animal político y social, cuya vida económica está inscrita en la vida comunitaria. Tomás adopta esa visión y la proyecta hacia la idea de que la propiedad privada es legítima, pero siempre subordinada al destino universal de los bienes, es decir, que lo económico debe servir al bien común. Así, integra la filosofía realista de Aristóteles con la moral cristiana, creando una doctrina que equilibraba la legitimidad del comercio y la riqueza con límites éticos claros.

Conclusión

El tomismo aristotélico representa una de las síntesis más fecundas de la historia del pensamiento: Santo Tomás de Aquino logra unir la mirada realista y sistemática de Aristóteles con la fe cristiana, mostrando que razón y revelación no se oponen, sino que se complementan en la búsqueda de la verdad. Gracias a ello, conceptos como acto y potencia, materia y forma, o la noción de justicia y ley natural, fueron elevados a un horizonte teológico y moral que marcó profundamente la filosofía, el derecho y la cultura occidental. En esta integración se revela la convicción tomista de que la verdad es una sola y que la filosofía, lejos de ser enemiga de la fe, es su mejor aliada.

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