miércoles, 14 de julio de 2021

Nicolás Maquiavelo - La vida de Castruccio Castracani (1520)

 
Retrato de Castruccio Castracani

¿Por qué Nicolás Maquiavelo escribe sobre la vida de Castruccio Castracani?  Porque este era el modelo de príncipe que el filósofo florentino buscaba con tanto ahínco. Esta es una dedicación que cierra el círculo de imagen de un príncipe, pues aparte de César Borgia, esta es otra figura que Maquiavelo admiraba enormemente. Sin embargo, debemos advertir que más que realidad, pareciera ser que la información de Castruccio Castrani es más bien novelesca, no obstante, que esto no sea impedimento para analizar este gran obra. 

Referencias: 

(1) De acuerdo a la literatura, lo relatado por el filósofo es puesto seriamente en duda.
(2) Ningún biógrafo de Castruccio acepta los hechos relatados por Maquiavelo. 
(3) Estrategia siempre respaldada por Maquiavelo


LA VIDA DE CASTRUCCIO CASTRACANI

Antonio y Dianora

Su nombre es Castruccio Castrani de Lucca, y de acuerdo con Maquiavelo tuvo una vida humilde(1). Sin embargo, con el tiempo se figuró como una familia noble de la ciudad de Luca. La historia comienza con Antonio quien llegó a ser canónigo de San Miguel, quien a su vez tenía una hermana que se casó con Buonaccorso Cenarni, y que, al morir su marido, fue a vivir con su hermano, decidida a no contraer nuevo matrimonio.

Antonio tenía una viña, la cual lindaba con varios huertos, y en la que se podía entrar fácilmente por todos lados. Sucedió que una mañana, poco después de salir el sol, paseaba Dianora (así se llamaba la hermana de Antonio) por la viña recolectando, según costumbre de las mujeres, hierbas para sus condimentos, cuando notó moverse los pámpanos de una vid y, mirando al sitio, parecía que oía llorar; acudió pronta y vio el rostro y las manos de un niño que, envuelto en las hojas, parecía pedirle que no le abandonara.

Acto seguido Dianora lo llevó a Antonio quien se maravilló y se apiado de él igual que su hermana. Siendo él sacerdote, y no teniendo ella hijos, determinaron criar y educar a aquel niño. Le pusieron nodriza y lo cuidaron tan cariñosamente como si fuera de su familia, bautizándole con el nombre de Castruccio, que fue el del padre de Antonio y de Dianora.

Infancia

A medida que iba creciendo, Antonio lo educaba con el propósito que se volviese sacerdote; sin embargo, las dotes de Castruccio no se dirigían precisamente al sacerdocio. En realidad, Castruccio tenía más aptitudes para las armas, para al guerra, y en comparación a sus compañeros era el mejor en aquello. A los 14 años ya comenzaba a leer libros de guerras. 

Vivía en Lucca un noble de la familia Guinigi, llamado Francisco, que en riqueza, gallardía y valor sobrepujaba en mucho a todos los demás luqueses. Su profesión era la milicia, habiendo servido bastante tiempo a los Visconti de Milán. En el bando gibelino, que era el suyo, se le estimaba en Lucca el primero. Acostumbraba reunirse con otros luqueses por la mañana y la tarde, cuando residía en esta ciudad, en la galería del Podestá, que está enfrente de la plaza de San Miguel, la principal de Lucca, y vio muchas veces a Castruccio jugando con los demás muchachos a los ejercicios que acabo de referir, advirtiendo que, además de superarles en destreza, tenía sobre todos ellos una autoridad regia, sabiendo hacerse querer y respetar por ellos. Preguntó quién era aquel niño, se lo dijeron los circunstantes, y tuvo mayor deseo de conocerlo. 

Lo llamó un día y le preguntó dónde viviría más a gusto, o en casa de un caballero que le enseñara a montar a caballo y a manejar las armas, o en la de un sacerdote donde no se oyeran más que rezos y misas.

Finalmente, Castruccio aceptó irse con Francisco Guinigi y dejar a Antonio y Danoria(2). En poco tiempo, Castruccio aprendería todo lo que equivale a ser un buen caballero. 

Los tiempos con Francisco Guinigi

Primero se hizo excelente jinete, manejando un fogoso caballo con suma destreza, y en justas y torneos, a pesar de su corta edad, era el más admirado, pues ni en fuerza ni en destreza le superaba ninguno. Además sus buenas costumbres y su inestimable modestia, haciendo ni diciendo nada que desagradase, siendo respetuoso con los mayores, modesto con los iguales y cariñoso con los inferiores, cualidades que le hacían ser amado, no sólo de toda la familia Guinigi, sino de todos los luqueses.

La carrera de Castruccio

Con el tiempo Francisco Guinigi fallecería dejándole a Castruccio un hijo llamado Pablo de 13 años, Francisco le rogó a Castruccio que lo educara con el mismo ímpetu que lo educaron a él. 

Desde ese momento, su crédito y poder crecieron, se hizo querido por los ciudadanos, pero al mismo tiempo creció la envidia que se le tenía.

Entre éstos estaba Jorge de Opizi, jefe del bando güelfo. Esperaba éste llegar a ser, por la muerte de Francisco Guinigi, el principal en el gobierno de Lucca; pero la nueva posición de Castruccio, y la influencia que le daban sus cualidades personales, eran un obstáculo a sus miras, y por ello andaba sembrando calumnias que le privaran de simpatías. Al principio Castruccio se indignó, y después se unió a la indignación el temor de que Jorge trabajara para hacerle sospechoso al vicario del rey Roberto de Napóles, y éste lo expulsara de Lucca.

Era entonces señor de Pisa Uguccione della Faggiuola, de Arezzo, a quien los písanos nombraron capitán y de quienes se hizo señor. Con Uguccione estaban algunos desterrados luqueses del bando gibelino, y con ellos trató Castruccio para que, ayudados por Uguccione, pudieran volver a su ciudad. Dio cuenta de este proyecto a algunos de sus amigos de Lucca, que no podían sufrir el poder de los Opizi.

Era entonces señor de Pisa Uguccione della I'aggiuola, de Arezzo, a quien los písanos nombraron capitán y de quienes se hizo señor. Con Uguccione estaban algunos desterrados luqueses del bando gibe- lino, y con ellos trató Castruccio para que, ayudados por Uguccione, pudieran volver a su ciudad. Dio cuenta de este proyecto a algunos de sus amigos de Lucca, que no podían sufrir el poder de los Opizi.

Convenido lo que cada cual debía hacer, fortificó Castruccio con cautela la torre de los Onesti, llenándola de víveres y municiones para, en caso de necesidad, mantenerse en ella algunos días y, al llegar la noche convenida con Uguccione, dio la señal a éste, que con muchas tropas había bajado al llano, entre los montes y Lucca. Vista la señal, se acercó a la puerta de San Pedro y prendió fuego a la anteporta.

Castruccio dio la alarma, dentro, llamando al pueblo a las armas, y forzó por el interior la puerta, entrando Uguccione con sus tropas, apoderándose de la ciudad, matando a maese Jorge, a todos los de su familia y a muchos de sus amigos y partidarios, y expulsando al gobernador. El gobierno de la ciudad se reorganizó a gusto de Uguccione, con grandísimo daño de ella, porque más de cien familias fueron expulsadas de Lucca. Parte de ellas se trasladaron a Florencia, y las demás a Pistoia, ciudades donde dominaba el bando giielfo, y que, por tanto, llegaron a ser enemigas de Uguccione y de los luqueses.

Creyeron los florentinos y otros giiclfos que el bando gibelino había adquirido en Toscana sobrada autoridad, pusiéronse de acuerdo para restablecer en Lucca a los desterrados y, organizando numeroso ejército, vinieron a Val de Nicvolc y ocuparon Montecatini, desde donde fueron a acampar en Montecarlo, para tener libre el paso hasta Lucca.

Por su parte, Uguccione reunió bastantes tropas de Luca y Pisa, además de mucha caballería tudesca que trajo de Lombardía, y fue en busca de los florentinos, que al saber la marcha del enemigo, partieron de Montecarlo y se situaron entre Montecatini y Pescia. Uguccio- ne se estableció por bajo de Montecarlo, a dos millas del enemigo, y durante algunos días hubo escaramuzas entre la caballería de ambos ejércitos, porque, enfermo Uguccione, ni los písanos ni los luqueses querían arriesgar la batalla. Agravada la dolencia, se retiró Uguccione para curarse a Montecarlo, dejando el cuidado del ejército a Castruccio. Esto fue causa de la ruina de los güelfos, porque les animó la creencia de que el ejército enemigo estaba sin general.

Conocíalo Castruccio y, durante algunos días, obró de modo que confirmaran esta opinión, aparentando temerles, y sin dejar salir a nadie de los atrincheramientos. Cuanto más miedo fingía Castruccio, más insolentes eran los güelfos, presentando todos los días la batalla. Pero cuando Castruccio juzgó haberles confiado bastante y conoció bien sus disposiciones(3), determinó dar la batalla arengando antes a sus soldados, a quienes prometió segura victoria si obedecían sus órdenes.

Había observado Castruccio que el enemigo ponía sus mejores tropas en el centro y las más débiles en las alas, y él hizo lo contrario, colocando en éstas sus más bravos soldados, y en el centro, los de menos confianza.

Determinó Castruccio que el centro fuera despacio y avanzaran las dos alas tanto que, al venir a las manos, sólo se combatía en ambas alas, quedando inactivo el centro, porque el del ejercito de Castruccio había quedado tan atrás, que el del enemigo lo alcanzaba.

De esta suerte, las mejores tropas de Castruccio combatían con las peores de los florentinos, y las más bravas de éstos estaban inactivas, sin poder ofender al enemigo que tenían enfrente, pero lejano, ni tampoco auxiliar a los suyos. Sin gran dificultad fueron rechazadas las dos alas del ejército florentino, y el centro, viéndose sin apoyo en los flancos y sin tener ocasión de mostrar su valor, huyó también.

La derrota y la matanza fueron grandes, pues perdieron los güelfos más de diez rnil hombres, entre ellos muchos jefes y grandes caballeros de toda la Toscana, pertenecientes al bando giielfo, y además, varios príncipes que habían acudido en su favor, como Pedro, hermano del rey Roberto, y su sobrino (Carlos, y Felipe, señor de Tarento.

Castruccio no perdió más que trescientos hombres, entre ellos Francisco, hijo de Uguccione, quien, jovenzuelo y ávido de gloria, murió en el primer asalto.

Sin embargo, por la venganza Uguccione conspiró contra Castruccio y los encarceló. Sin embargo, al poco tiempo tuvo que sacarlo por las presiones de los luquenses, experiencia que ya se había tenido con los pisanos. 

Inmediatamente, Castruccio, ayudado por sus amigos y contando con el favor del pueblo, acometió a Uguccione, quien no pudo resistir, y huyó con sus partidas a Lombardía, refugiándose en casa de los señores de la Scala, donde murió pobremente.

Señor y príncipe de la ciudad de Lucca

A su vuelta a Lucca, después de estas victorias, todo el pueblo salió a recibirle, y juzgó Castruccio el momento oportuno para hacerse señor de la ciudad, contado para ello con Pazzino del Poggio, Puccinello del Portico, Francisco Boccansacchi y Ceceo (Gíuinigi, los más ilustres de sus compatriotas, a quienes se había ganado. El pueblo, pues, le eligió solemnemente príncipe de Lucca.

Vino por entonces a Italia Federico de Baviera, rey de romanos, para coronarse emperador, y Castruccio contrajo amistad con el, yendo a buscarle con quinientos jinetes, dejando en Lucca por lugarteniente a Pablo Guinigi, al cual, por la memoria de los favores que debió a su padre, estimaba como hijo propio.

Federico recibió a Castruccio honrosamente, concediéndole muchos privilegios y nombrándole su lugarteniente en la Toscana. Además, como los pisanos habían expulsado a Gaddo de la Gherardesca, y, por miedo a él, acudido a Federico en demanda de auxilio, éste nombró a Castruccio señor de Pisa, aceptándole los pisanos por temor al partido güelfo, y en particular, a los florentinos.

Extensión del territorio

Resolvió Castruccio, valiéndose de estos desterrados y de todas sus fuerzas, dominar la Toscana y, para aumentar su crédito, se alió con Mateo Visconti, duque de Milán, y organizó militarmente la ciudad y el territorio de Lucca.

Provisto de esta fuerza y de estos amigos, ocurrió que Mateo Visconti fue atacado por los güelfos de Piacenza, que habían expulsado a los gibelinos, con ayuda do los florentinos y del rey Roberto de Nápoles. Pidió Visconti a Castruccio que atacara a los florentinos para que, obligados éstos a defender sus propias tierras, retirasen las tropas de Lombardía. Inmediatamente, Castruccio, con bastantes tropas, invadió el Valdarno inferior y ocupó Fucechio y San Miniato, causando grandes desórdenes en la comarca. Ksto obligó a los florentinos a llamar a sus tropas, que apresuradamente llegaron a Toscana, cuando Castruccio, obligado por otra necesidad, volvió a Lucca.

Sin embargo, los ataques no cesaban. Una familia llamada Poggio, quienes no estaban satisfechos con todo lo que habían hecho por Castruccio y sin recibir nada a cambio, una mañana empuñaron las armas, fueron al palacio donde residía el lugarteniente de Castruccio, encargado de administrar justicia, y lo mataron. Seguidamente, empezaron a sublevar al pueblo; pero Esteban Poggio, hombre anciano y pacífico, que no había tomado parte en la conspiración, acudió ante los conjurados y, con su autoridad, los hizo deponer las armas, prometiendo ser mediador entre ellos y Castruccio para que realizaran sus aspiraciones. Rindieron, pues, las armas con tan escasa prudencia como las habían tomado; porque sabedor Castruccio de lo ocurrido en Lucca, sin pérdida de tiempo, con parte de su ejército, y dejando al frente del resto a Pablo Gíuinigi, vino a la ciudad. Contra lo que esperaba, vio que había cesado el motín, y colocó a sus partidarios, armados, en todos los sitios oportunos.

Mientras tanto, los florentinos habían recobrado San Miniato; pero a Castruccio pareció oportuno cesar en aquella guerra, porque hasta asegurarse en Lucca, no debía apartarse de esta ciudad. I Iizo, pues, proponer una tregua a los florentinos, que éstos aceptaron inmediatamente, a causa de estar agotados sus recursos y necesitar suprimir los gastos. Se pactó la tregua por dos años, quedando cada cual dueño del territorio que poseía.

Mientras Castruccio, hecha la paz con los florentinos, se fortificaba en Lucca, seguía haciendo cuanto pudiera, sin manifiesta guerra, contribuir a su mayor grandeza; y muy deseoso de ocupar Pistoia, por creer que, dueño de esta ciudad, tenía puesto un pie en Florencia, procuró por varios procedimientos atraerse a los habitantes de la montaña. Al mismo tiempo se gobernaba de tal suerte con los bandos de Pistoia, que todos confiaban en el.

Florentinos y otros contra Castruccio

Cuando menos lo esperaban, en la tregua misma, Castruccio se apodera de Pistoia. Por lo tanto, los del bando perdedor se volverían contra Castruccio para apoderarse de sus tierras; no obstante, una vez al enfrentarse, los pistoianos pierden. Los de Pistoia, al saber la derrota, inmediatamente expulsaron a los partidarios de los güelfos y se entregaron a Castruccio, quien, no contento con esto, ocupó Prato y todas las fortalezas del llano a ambos lados del Amo, acampando con su ejército en la llanura de Peretola, a dos millas de Florencia, donde estuvo muchos días repartiendo el botín y festejando la victoria con carreras de caballos y otros juegos, en que tomaban parte hombres y meretrices, y haciendo acuñar moneda, como en desprecio de los florentinos.

Ahí supo Castruccio que no le era posible contar con la fidelidad de Pistoia y de Pisa y, por todos los medios de astucia y de fuerza, procuraba consolidar en ellas su poder, lo cual dio tiempo a los florentinos para reunir tropas y esperar la venida de Carlos. Cuando éste llegó, determinaron no perder tiempo, y juntaron un numeroso ejército, por haber llamado en su auxilio a casi todos los güelfos de Italia. Este ejercitó contaba con más de treinta mil soldados de infantería y diez mil de caballería.

Discutido si debían atacar primero Pistoia o Pisa, decidieron acometer a Pisa como empresa de más fácil éxito, por la reciente conjuración que en ella había ocurrido contra Castruccio, y de mayor utilidad, pues creían que, tomada Pisa, se rendiría Pistoia.

La pelea entre la gente de Castruccio y los florentinos, fue ruda y terrible. Por ambas partes las bajas eran numerosas, y cada una hacía los mayores esfuerzos para vencer a la otra. Los de Castruccio querían echar al río a los florentinos, y éstos ganar terreno para que, saliendo del agua los que estaban pasando el Arno, pudieran entrar en combate. A la obstinación de los soldados se unían las excitaciones de los jefes. Castruccio recordaba a los suyos que tenían delante a los mismos que poco antes habían vencido en Scrravalle, y los generales florentinos censuraban a sus tropas que se dejasen vencer por tan pocos.

Observando los generales florentinos las dificultades de su caballería para atravesar el río, intentaron que pasara infantería por más abajo para atacar por el flanco a las tropas de Castruccio; pero la altura de las márgenes y el estar ocupada la opuesta por los soldados de éste, hicieron fracasar dicha tentativa. Fue, pues, el ejército florentino derrotado, con gran gloria de Castruccio, y de tan gran número de tropas, sólo se salvó una tercera parte. Quedaron prisioneros muchos jefes, y Carlos, hijo del rey Roberto, con Miguel Agnolo, Falconi y Tadeo de Albizzi, comisarios florentinos, se refugiaron en Émpoli. Fue el botín grande y la mortandad, grandísima, como puede imaginarse por la importancia y tenacidad de la lucha. De los florentinos murieron veinte mil doscientos treinta y un hombres, y de Castruccio, mil quinientos setenta.

Muerte de Castruccio

Durante el día de la batalla se había fatigado mucho Castruccio y, al terminar ésta, lleno de cansancio y sudor, se retiró a la puerta de Fucecchio, esperando allí la vuelta de sus soldados victoriosos, para recibirlos personalmente y darles las gracias, y también para acudir, si el enemigo continuaba haciendo frente en alguna parte, al punto que fuera necesario; porque juzgaba que el oficio de un buen general obligaba a ser el primero en montar a caballo y el último en apearse. Así estuvo expuesto a una brisa que hacia el mediodía se eleva del Arno, brisa, casi siempre pestilente, que le enfrió todo el cuerpo.

No hizo caso Castruccio de esta molestia, como hombre habituado a tales indisposiciones, y su negligencia le costó la vida; porque, a la noche siguiente, fue atacado de una fiebre violentísima y, yendo en aumento, todos los médicos juzgaron mortal la dolencia. Comprendiendo Castruccio la gravedad de su estado, llamó a Pablo Guinigi y le dijo:

''Si hubiera creído, hijo mío, que la fortuna me detuviese en mitad del camino de la gloria que ambicionaba, después de tan grandes éxitos, mis esfuerzos no fueran tantos, y te dejara, con Estado más pequeño, menos enemigos y menos envidias; porque, satisfecho con la dominación de Pisa y de Lucca, no hubiera sojuzgado a los de Pistoia y, con tantas ofensas, irritado a los florentinos. Haciéndome amigo de Florencia y Pistoia, mi vida, si no más larga, hubiese sido más tranquila, dejándote Estado menos grande, pero sin duda más sólido y seguro. Pero la fortuna, que quiere ser árbitro de todas las cosas humanas, ni me dio juicio bastante para conocerla, ni tiempo suficiente para dominarla.

Tú sabes, porque muchos te lo han dicho y yo no lo he negado, cómo, siendo muchacho, entré en casa de tu padre, privado de cuantas esperanzas caben en un ánimo generoso; cómo tu padre me crió y educó con afecto puramente paternal, y cómo, bajo su dirección, llegue a ser valeroso y digno de la fortuna que has visto y ves. Al morir tu padre encomendó a mi lealtad tu persona y toda su fortuna. Te he educado y he acrecido tu herencia con el cariño y la fidelidad a que estaba obligado por los beneficios de tu padre.

Para que fuese tuyo, no sólo todo lo que tu padre te dejó, sino también lo que con mi valor y fortuna ganase, jamás quise tomar esposa, a fin de que el amor de los hijos no me impidiera en algún modo mostrar a tu padre y a ti la gratitud a que me juzgo obligado.1* Te dejo un gran Estado, con gran satisfacción mía; pero me contrista dejártelo débil y poco seguro. Te queda la ciudad de Lucca, que nunca estará satisfecha de vivir bajo tu dominación. Te queda Pisa, donde viven hombres de condición inconstante y de mala fe; ciudad que, aunque acostumbrada a estar en dominio ajeno en varias épocas, se desdeñará de servir a un señor luqués. Pistoia también te será poco fiel, por estar dividida en bandos e irritada contra nosotros a causa de recientes injurias. Tienes por vecinos a los florentinos ofendidos, a quienes de mil modos hemos injuriado, sin acabar con su poder, y recibirán la noticia de mi muerte con más alegría que la de la conquista de toda la Toscana. No puedes confiar en los duques de Milán ni en el emperador, por vivir lejos, ser perezosos y tardíos en enviar socorro. No cuentes pues, sino con tu propia habilidad y el recuerdo de mi valor, y con la reputación que te dará la presente victoria que, si la aprovechas con prudencia, servirá para que hagas la paz con los florentinos, quienes, asustados por la derrota, accederán a ella de buen grado. Yo procuraba tenerlos por enemigos, por creer que su enemistad me proporcionaría poder y gloria; pero tú debes buscar por todos los medios su amistad, porque, con ella, vivirás tranquilo y seguro.

En este mundo es muy importante conocerse a sí mismo y saber calcular la posición y los recursos. Quien se reconoce incapaz para la guerra, debe ingeniarse para reinar por medio de las artes de la paz. Te aconsejo que, por este camino, procures gozar el fruto de mis esfuerzos y peligros, lo cual lograrás fácilmente, si estimas acertados mis consejos. Así tendrás conmigo doble obligación, la de haberte dejado tantos dominios y la de enseñarte a conservarlos.''

Después mandó venir a los ciudadanos que de Lucca, Pisa y Pistoia militaban a sus órdenes, y recomendándoles a Pablo Guinigi, hizo que le juraran obediencia. Hecho esto, murió, dejando a la posteridad gloriosa memoria, y causando a sus amigos mayor pesar del producido en todo tiempo por la muerte de un príncipe.

Fue cariñoso con sus amigos, terrible con sus enemigos, justo con sus súbditos, infiel con los extranjeros.

Vivió cuarenta y cuatro años, y en la buena y mala fortuna fue excelente: de la buena hay suficiente memoria; sus desgracias las atestiguan las esposas con que estuvo encadenado en la prisión y que aún se ven hoy en la torre de su casa, donde mandó fijarlas para perpetuo testimonio de sus adversidades.


Conclusión

No podremos resolver nunca si la intención de Maquiavelo fue justamente escribir todo esto como una novela, o como una biografía que él creía verídica. No obstante, los datos no apoyan mucho a la breve biografía que hace Maquiavelo en estos escritos, al contrario, muchos datos se pueden dar como falsos. Podríamos decir que esta imagen que el filósofo tenía de Castruccio Castracani en estas páginas, es la misma que él reconocía como modelo para su Príncipe. 

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