Hemos descrito en los libros anteriores del arte de la guerra, lo importante de la organización en una batalla, de las armas, de las arengas y de cómo es necesario tomar importancia de los modos en que los antiguos luchaban contra sus enemigos. Esta vez veremos más a fondo el terreno enemigo, cómo es que un ejército finalmente puede acercarse al mismo, además del modus vivendi que deben tener los miembros del ejército. Nicolás Maquiavelo, por medio de Fabrizio, nos relatará la necesidad que tienen los ejércitos de conocer la explanada en la que están ubicados.
EL ARTE DE LA GUERRA
Libro Quinto
Caminar por país enemigo y sospechoso
El ejército romano llevaba delante algunas tropas de caballería para explorar el camino; después seguía el ala derecha, y tras de ella, todos los carros que le pertenecían. En seguida caminaba una legión con sus carros detrás, después otra con sus carruajes, y a continuación el ala izquierda con sus correspondientes furgones.
El resto de la caballería cerraba la marcha. Tal era, por regla general, el orden de marcha. Si durante el camino atacaba el enemigo de frente, o por retaguardia, retiraban rápidamente los bagajes a la izquierda o la derecha, o se situaban en el centro, según lo que permitía la naturaleza del terreno, y todos los soldados, libres de impedimenta hacían cara al enemigo por la parte donde atacase. Si el ataque era de flanco, ponían los equipajes en el lado seguro, y en el opuesto hacían frente al contrario.
Este orden de marcha es bueno, y, prudentemente seguido, y es digno de imitación. Enviar delante la caballería ligera para explorar el país, siguiéndola cuatro brigadas con sus respectivos furgones detrás de cada una de ellas; y como los carros son de dos clases, unos cargados con los efectos de los soldados, y otros con lo perteneciente a la totalidad del ejército, dividir éstos en cuatro grupos, repartiéndolos entre las cuatro brigadas. Igual división haría en la artillería y en los desarmados, para que cada fuerza armada tuviese su respectiva impedimenta.
A veces se camina por un país no sólo sospechoso, sino tan enemigo, que a cada momento se teme ser atacado. En tales casos hay que variar el orden de marcha para ir seguro, de manera que, prevenidos por todos los lados, ni los paisanos ni el ejército enemigo puedan ofenderos. Acostumbraban en tales casos los generales en la Antigüedad formar el ejército en cuadro o cuadrado, pues así llamaban a tal formación, no porque fuera completamente cuadrada, sino por poder combatir por los cuatro lados.
Conforme a este modelo se ordenan las dos brigadas que sirven de regla para la formación de un ejército. Queriendo marchar con seguridad por país enemigo y hacer frente por todos lados si de improviso ataca el enemigo, para formar mis tropas en cuadro, procurar que el espacio interior de éste tenga de largo por lado doscientos doce brazos; al efecto, apartaré un flanco del otro la citada distancia, poniendo en cada uno de ellos cinco batallones en fila y separados uno de otro tres brazos, de modo que ocuparán cuarenta brazos por batallón, o sea, doscientos doce en toda la línea. Los otros diez batallones los situaré cinco al frente y cinco en retaguardia entre los flancos, del modo siguiente: cuatro batallones al lado de la cabeza del flanco derecho, y otros cuatro al lado de la cola del flanco izquierdo, dejando entre ellos intervalos de tres brazos; colocaré en seguida un batallón junto a la cabeza del flanco izquierdo, y otro al lado de la cola del flanco derecho.
Orden del ejército para entra en campo enemigo
Por regla general, de cualquier manera que se ordene un ejército, la caballería debe ponerse a retaguardia o a los flancos. Para situarla delante del frente del ejército, es preciso una de dos cosas: o ponerla a tanta distancia que, si es rechazada, tenga tras de sí espacio bastante para replegarse, sin atropellar a vuestra infantería, o formar ésta con tantos intervalos que los caballos puedan entrar por ellos sin desordenarla.
Este precepto no debe considerarse de escasa importancia, pues, por no observarlo, muchos generales han sido batidos, desordenando el ejército su propia caballería. Los carros y los desarmados irán en el espacio interior del cuadro, repartidos de moco que dejen difícil paso a los que vayan de uno a otro flanco, y de la cabeza a la cola.
Para poder caminar, necesita un ejército gastadores y azadoneros que abran vía, los cuales serán protegidos por la caballería ligera enviada en descubierta. De esta forma podrá caminar un ejército diez millas por día, quedándote aún tiempo bastante para hacer el campamento y preparar la comida, porque la marcha ordinaria es de veinte millas diarias.
Si se es atacado por un ejército organizado, el ataque no puede ser imprevisto, pues las tropas regulares marchan como las vuestras, y en tal caso tenéis tiempo para formar éstas en batalla, como he dicho, o de un modo semejante. Si el ataque es de frente, se pondrá delante la artillería que está en los flancos, y la caballería que va a retaguardia, colocando aquélla y ésta en los sitios y a la distancia.
Si el enemigo viene por la espalda, lo primero que se hace es un cambio de frente, y de este modo, la cabeza queda convertida en cola y la cola, en cabeza.
En este sistema de ordenar un ejército contra un enemigo que no se ve, pero se teme, es indispensable y sumamente útil acostumbrar a los soldados a marchar preparados a la lucha y a formarse en batalla en el camino para combatir de frente, por retaguardia o por cualquiera de ambos flancos conforme a las reglas prescritas, restableciendo después el orden de marcha. Cuando se quiere tener un ejército disciplinado y práctico, estos ejercicios son necesarios y precisa que el general y los jefes y oficiales los hagan ejecutar con frecuencia.
La disciplina militar consiste en saber mandar y ejecutar estas cosas, y se llama ejército disciplinado al que practica bien tales maniobras. El ejército que en la actualidad usara esta disciplina sería invencible. La formación cuadrada que he explicado es algo más difícil que las otras maniobras, pero requiere practicarla con frecuentes ejercicios, y a las tropas que se habitúen a ella les resultarán fáciles todas las demás maniobras.
Órdenes de un general
Zanobi realiza una pregunta importante de acuerdo con Fabrizio, ¿cómo debe dar las órdenes un general a su ejército?
Muchas veces las órdenes del general, mal entendidas o mal interpretadas, han causado la derrota de su ejército, y es preciso que durante la acción sean claras y precisas. Si se dan con las trompetas los toques, deben ser tan distintos unos de otros que no se puedan confundir; y si de viva voz, se evitará emplear frases de sentido general que se presten a interpretaciones erróneas, expresando con las palabras más propias ideas concretas.
Muchas veces decir: atrás, atrás, ha sido bastante para desorganizar un ejército. No se debe, por tanto, emplear esta palabra, sino la de retiraos. Si se quiere cambiar el frente por el flanco o la retaguardia, no decir ''vuelvan'', sino ''a la izquierda, a la derecha, por retaguardia, por el frente''. De igual modo, las demás órdenes han de ser sencillas y precisas, como: estrechen filas, quietos, firmes, adelante, vuelta a la derecha, vuelta a la izquierda, mandando de viva voz cuanto sea posible, y lo demás, con las trompetas.
La otra pregunta de Zanobi es si los que se hacen ir delante para allanar el camino al ejercito deben ser soldados de los batallones o trabajadores de los que se ocupan en estas humildes tareas.
Se debe abrir camino a los propios soldados, no sólo porque así se hacía en los ejércitos antiguos, sino también porque haya en el ejército la menos gente posible desarmada y la menor impedimenta; sacando de cada batallón la gente necesaria para que, con las herramientas propias, hagan las explanaciones. Sus armas quedarán a cargo de los que ocupen las filas inmediatas, recobrándolas y volviendo a sus puestos al aproximarse el enemigo.
Modo de vivir del ejército
El príncipe debe organizar su ejército de manera que esté lo más expedito posible, prescindiendo de toda carga inútil y de cuanto pueda estorbarle las operaciones. Una de las mayores dificultades es tener provisto al ejercito de vino y pan cocido. En la Antigüedad no les preocupaba el vino, porque si lo tenían, mezclaban al agua algunas gotas de vinagre para darle sabor, de modo que entre las provisiones indispensables del ejército se contaba el vinagre, y no el vino.
No cocían el pan en hornos, como se cuece en los pueblos, sino que llevaban la harina y cada soldado la preparaba a su gusto, condimentándola con tocino y manteca de cerdo, que daba al pan sabor y lo mantenía tierno. Las provisiones militares eran, pues, harina, vinagre, tocino y manteca de cerdo, y para los caballos, cebada.
Lo contrario sucede en los ejércitos modernos, que, no queriendo privarse del vino y deseando los soldados comer pan cocido, como cuando están en sus casas, de lo cual no se puede hacer gran provisión anticipadamente, quedan con frecuencia sin víveres o se les provee con gran trabajo y enormes gastos.
El ejército no tendría, por tanto, víveres de esta clase, ni comería otro pan que el cocido por él mismo. En cuanto al vino, no prohibiría que se bebiera, ni que lo llevaran en el ejército, pero no haría nada por tenerlo; y respecto a las demás provisiones, me atendría a las costumbres antiguas. Si consideráis atentamente estas reformas, veréis cuántas dificultades evita; de cuántas molestias y trabajos libra al ejército y al general, y cuán cómodamente podrán éstos realizar todas sus empresas.
El botín
Para Zanobi, una vez examinadas las expediciones a las tierras del enemigo, es importante ver qué se hará con el botín confiscado.
Las actuales guerras empobrecen a los vencedores y a los vencidos, porque éstos pierden sus Estados y aquéllos, su hacienda y sus recursos. No sucedía así en la Antigüedad, pues entonces la guerra enriquecía siempre al vencedor. Nace la diferencia de no tener ahora cuenta del botín, dejándolo a la discreción de los soldados, cosa que produce dos grandes males: uno, el que acabo de decir; otro, hacer a los soldados más codiciosos de presas que observantes de la disciplina, viéndose muchas veces que la codicia del botín es causa de perder la batalla.
Los romanos, mientras sus ejércitos fueron modelo de todos los demás, evitaron ambos inconvenientes ordenando que todo el botín perteneciese al Estado, el cual lo repartía en la forma que estimaba conveniente. Para esto llevaban en los ejércitos los cuestores, que equivalían a nuestros tesoreros, quienes recaudaban el botín y las contribuciones impuestas a los vencidos, con cuyo producto daba el cónsul la paga ordinaria a los soldados, atendía a los gastos de la curación de heridos y enfermos y a todas las demás necesidades del ejército. Facultado estaba el cónsul, y lo hacía algunas veces, para conceder algún botín a los soldados; pero esta concesión no producía ningún desorden, porque, derrotado el ejército enemigo, se amontonaba el botín y distribuíase después conforme a la graduación de cada uno. Con este sistema, los soldados procuraban vencer y no robar.
Las legiones romanas rechazaban al enemigo y no lo perseguían, porque jamás se desordenaban: la persecución quedaba a cargo de la caballería ligera y de los demás soldados que no eran legionarios. Si el botín se hubiese dejado al primero que lo tomase, fuera imposible y hasta injusto mantener ordenadas las legiones y, de no estarlo, se exponía el ejército a grandes peligros. Consecuencia de este sistema era que el Estado se enriqueciese y que cada triunfo de los cónsules aumentara el tesoro público con el botín y las contribuciones impuestas al enemigo. Otra buena institución de los romanos era que cada soldado tuviera obligación de dejar la tercera parte de su sueldo en poder del abanderado de su cohorte, la cual no se le devolvía hasta terminada la guerra.
Hacían esto por dos motivos: uno, para que los soldados formaran capital con su sueldo, porque siendo en su mayoría jóvenes e imprevisores, cuanto más tienen más gastan innecesariamente; otro, porque sabiendo que su capital estaba junto a la bandera, la defendieran con gran empeño y obstinación. De tal modo conseguían los romanos que los soldados fueran económicos y valientes. Todo esto convendría restablecerlo si se quisiera que reviviesen las buenas costumbres militares.
Accidentes
Deben los generales, cuando llevan su ejército por tierra enemiga, guardarse especialmente de las emboscadas, en las cuales se cae de dos maneras: o caminando descuidado, o dejándose atraer por la astucia del enemigo, sin prever su intención:
En el primer caso, para librarse de ellas es necesario llevar dobles avanzadas que exploren el terreno, siendo esta precaución tanto más necesaria cuanto el país sea más a propósito para las emboscadas, como sucede en las comarcas selváticas o montuosas, pues hay que andar por bosques o desfiladeros. Una emboscada imprevista puede perderos, pero, prevista, no supone peligro alguno. Los pájaros y el polvo sirven muchas veces para descubrir al enemigo, pues cuando venga en vuestra busca, la polvareda que levante os indicará su aproximación. Muchas veces, por ver un general que en el sitio por donde ha de pasar vuelan palomas u otras aves de las que van en bandadas, circulando en el aire sin pararse en ningún sitio, conoció la emboscada del enemigo, y, enviando fuer/as delante, se libró de ella y lo derrotó.
En el segundo caso, o sea en el de ser llevado a la emboscada por al astucia del enemigo, se debe cuidar de no dar crédito a lo que es verosímil; por ejemplo, si el enemigo ofreciera una presa, ocultando en el cebo el anzuelo; si, siendo muy superior en número, retrocede ante una fuerza inferior; si, al contrario, envía escasas fuerzas contra otras considerables.
Ha de tenerse en cuenta que, al caminar por país enemigo, son mayores los riesgos que al dar una batalla; por eso el general, a medida que avanza, debe redoblar las precauciones. Le son necesarios mapas del país que atraviesa que le den a conocer los pueblos, su número y distancia, los caminos, los montes, los ríos, los pantanos y todos los demás accidentes del terreno.
Debe enviar avanzadas de caballería y con ellas, oficiales hábiles, no sólo para descubrir al enemigo, sino para explorar el país y saber si los informes que de él tiene son exactos. Llevará consigo guías, guardados con buena escolta, prometiéndoles premiar su fidelidad y castigar su perfidia; y procurará, sobre todo, que el ejército no sepa a qué expedición se le conduce, pues nada hay más útil en la guerra que ocultar los proyectos. A fin de que un ataque repentino no desordene el ejercito, conviene llevarlo siempre dispuesto a combatir, porque los sucesos previstos son menos dañosos.
Conviene tener en cuenta las costumbres y las condiciones del enemigo: si prefiere atacar por la mañana, o al mediodía, o por la tarde, y si su mayor fuerza consiste en infantería o caballería, y tomar las disposiciones con arreglo a lo que de esto se sepa.
Los ríos y los vados
Cuando la corriente es rápida, para que la infantería pase con mayor seguridad, se sitúan en la parte superior al paso los caballos más fuertes, que con sus cuerpos detienen el impulso del agua, y otra fuerza de caballería en la inferior para que salve a los soldados arrastrados por la corriente. Los ríos que no son vadeables se pueden pasar con puentes, barcas u odres. El ejército ha de transportar lo necesario para todas estas operaciones.
En cuanto a los vados estos aparecen cuando en el río, entre el agua estancada y la corriente se forma al parecer una raya o línea, hay menos fondo y puede ser vadeado mejor que por otras partes, porque en los sitios de remanso dejan las aguas la mayor cantidad del sedimento que arrastran. Como esto se ha probado muchas veces, resulta evidente.
Conclusión
Es uno de los momentos más tensos por el cual debe pasar un ejército, pues el territorio enemigo justamente es más conocido por él mismo que por cualquiera. Por cierto, es preciso notar lo cauteloso y precavido que se ve el ejército de Maquiavelo. Ya no parece ser un ejército que debe atacar primero sin consideraciones, sino que es más bien un ejército moderado. De todas formas, a estas formaciones y directrices no les falta el componente que ha plasmado en todos sus libros.
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