- Perfección: el que vive en el estado de perfección es aquél que con fe ardiente desprecia la muerte, la vida, la gloria y el mundo entero y con ferviente amor se hace siervo de todos.
- Imperfección: Al pueblo en general le asignan el estado de imperfección
Por lo tanto, queda claro que existen votos que son apóstatas como los monásticos, y otros que son cristianos como lo indica Lutero.
Votos contrarios a la libertad evangélica
¿Qué es la libertad cristiana?
El voto monástico es enteramente voluntario porque no es necesario para la justicia y la salvación. Entonces ¿por qué se hacen los votos? No podría contestarse a estas preguntas. Por lo demás, el hombre está justificado por la fe y no por las obras.
"Por las obras de la ley ningún ser humano será justificado"
(Romanos 3:20)
Pero también se dice:
"Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos"
(Mateo 19)
Es decir, las únicas obras válidas son la de los mandamientos que deben ser acompañadas por la fe. Por la fe no se invalida la ley, sino que se confirma.
La libertad cristiana o evangélica es, pues, la libertad de la conciencia, por la cual la conciencia es desligada de las obras, no en el sentido de que no haya que hacer obra alguna, sino en el sentido de que no hay que depositar la confianza en obra alguna. Pues la conciencia no es como un poder ejecutivo, sino como un poder judicial, que juzga sobre las obras.
Cristo libró a la conciencia de las obras, pues que en su evangelio le enseña que no confíe en obra alguna, sino que se aferre y se atenga sólo a la misericordia de él. Y así, la conciencia creyente se basa, con exclusividad absoluta, en las obras de Cristo.
Por otro lado, Lutero señala que las obras de la ley tienen dos maneras de ser realizadas:
- Por uno mismo
- Por Cristo
- Por uno mismo
- Por Cristo
- Primero: aquello de que "el obedecer es mejor que los sacrificios" se refiere particular y únicamente a los mandamientos de Dios y está en abierta contradicción con la obediencia monástica; pues el que hace voto de monje, se ofrece a sí mismo en sacrificio a Dios (como lo llaman ellos), pero el Señor dice que para él, ese sacrificio es una abominación si se hace a despecho de la obediencia a su mandamiento. Su mandamiento empero es: obedecer a los padres, y servir al prójimo.
Cuando los monjes presentan estos argumentos se excusan de ayudar al prójimo, y es más, se libran de las obras de misericordias que Cristo exige en el juicio. Lutero nos dice en sus propias palabras:
''En caso de que un monje vea a un hambriento, a un sediento, o desnudo, o vagabundo, a un encarcelado, etc., cuídese bien y no salga de su convento, no visite al enfermo, no consuele al afligido, sino deje ir y perecer lo que pereciere, cierre su corazón aunque pudiese prestar ayuda a su prójimo necesitado, y después diga que no practicó la caridad por no querer presentar un sacrificio en lugar de ser obediente. Y haga lo mismo cuando su padre o su madre comiencen a tener necesidad de sus propias obras, sea para que los sustente o para que les preste otra clase de servicios. ¡Oh inaudita locura! Yo fui en mis años de monje un hombre tosco e ignorante; sin embargo, nada me repugnó tanto como esa crueldad y ese sacrilegio de negar el amor a otro''
- Segundo: Padres espirituales son aquellos que nos ensenan, ante todo, a obedecer los mandamientos de Dios, sujetarse a los padres, servir al prójimo, así como hicieron los apóstoles en su enseñanza. Ellos empero, por cuanto ensenan preceptos humanos y los suyos propios, contrarios a los divinos, son en efecto padres espirituales, pero según el espíritu engañador al cual se refiere Pablo en sus proféticas palabras de 1 Timoteo 4: 1 al decir: "algunos escucharán a espíritus engañadores". Pero tampoco a los apóstoles habría que hacerles caso, y ni siquiera a los mismos ángeles, si enseñasen algo que no armoniza con la obediencia a los padres y el amor al prójimo.
- Tercero: El amor es algo que se ejerce libre y espontáneamente, no con restricción a determinadas personas; ellos en cambio lo hacen extensivo sólo a los suyos y a sí mismos, descuidando por completo a los demás; tal amor es ficticio y fomenta facciones y odios, como lo vemos en las encarnizadas luchas de un convento contra otro, y de una orden contra la otra. Aquel amor genuino y universal, descrito por el Apóstol en 1 Corintios 13, que ofrece sus servicios a todos por igual, tanto amigos como enemigos: es para ellos cosa prohibida e ilícita.
Pues como ya se dijo, a un religioso no le es lícito salir del monasterio, visitar enfermos y dedicarse a otros servicios cristianos, ni siquiera cuando existe la necesidad y posibilidad de hacerlo; por el contrario, a despecho de toda sana práctica, se quedan con los brazos cruzados, permitiendo que el mundo entero los colme de bienes a ellos solos; sanos y robustos, devoran el sustento de todos, incluso para gran perjuicio de los que en verdad son pobres.
La vida monástica es contraria a la razón
Como la razón proviene de la naturaleza, de acuerdo a Lutero, como bien se sabe, no llega a comprender por sí mismo la luz y las obras de Dios, de modo que en materia de proposiciones afirmativas (como ellos dicen) su juicio es falible; en materia de proposiciones negativas en cambio, juzga con acierto. En efecto, la razón no comprende qué es Dios, pero sí comprende con toda claridad y certeza qué no es Dios. Así, pese a que no intuye qué es recto y bueno ante Dios (a saber, la fe), no obstante sabe perfectamente que la incredulidad, el homicidio y la desobediencia son cosas malas.
Ahora bien como la razón no es infalible en las proposiciones afirmativas, la decisión racional de tomar un voto como el del celibato estaría en juego por su falibilidad. Si se hiciese un voto de castidad y luego se da cuenta de que no le es posible cumplirlo ¿acaso no tienes plena libertad de casarte, y de interpretar tu voto como condicional? ¿Qué podría impedirte proceder de esta forma?
A este razonamiento se podría contraponer lo siguiente: "Donde las circunstancias imposibilitan la acción material, Dios premia la voluntad del corazón; por tanto aquel devoto de Santiago cumple su voto con la voluntad, aunque no pueda hacerlo con los hechos; de la misma manera también los santos (encarcelados, etc.) cumplen los mandamientos de Dios"
A esto Lutero respondería: ''Tu argumento o no es prueba suficiente, o confirma lo que yo acabo de exponer. No es prueba suficiente, porque tanto el voto como el mandamiento atañen no a la voluntad o a la intención solamente, sino también a la obra misma. El hombre aquel prometió con su voto no la mera voluntad de realizar una peregrinación, sino la acción misma''
Pues que voto sería este: "te prometo con solemne voto retener la voluntad de peregrinar a Santiago"? Así, un mandamiento de Dios obliga necesariamente a realizar la obra. ¿Qué sentido tendría decir: "Te mando querer hacer una cosa"? Esto no es un mandamiento; es una sinrazón. Por ello la clara conclusión es ésta: los votos siempre exceptúan el caso de imposibilidad, así como exceptúan también las obras externas requeridas por los mandamientos de Dios.
De ahí que tampoco el celibato está comprendido en el voto, al menos en lo que atañe a la obra externa, si resulta imposible guardarlo una vez hecho el voto. Esto tienes que admitirlo sin reparos ni reservas. Pero si donde falta la posibilidad basta la voluntad sola, triunfó entonces mi argumento; porque yo sólo discuto respecto de aquel que quiere cumplir el voto de celibato y no puede hacerlo a causa de la debilidad de la carne; de aquel que hizo frecuentes tentativas y no obstante no logró sujetar la carne ni con ayunos ni con otro esfuerzo alguno, y que contra su voluntad, vencido por el ardor de la sensualidad, sufre a veces efusiones impuras, despierto o durmiendo, a pesar de ser, por lo demás, una persona de vida intachable.
Por ende, al célibe que le fuere imposible observar el celibato, le queda el derecho de casarse y anular su voto: aunque confieso que donde existe en rica medida el espíritu que opera la voluntad plena de contenerse, allí sigue también necesariamente la continencia, como bien sabemos que ocurrió con los santos.
Sin embargo, con toda esta argumentación, si el monacato no es racional ¿por qué Lutero ingresa a la orden agustina?
Lutero y la orden agustina
Lutero entró a la orden agustina donde se decía que donde quiera que uno fuera no debía estar solo. Un día Lutero fue atrapado por unos maleantes y fue tomado prisionero y obligado a permanecer solo ¿Qué debería haber hecho en ese caso? si el voto no exceptúa el caso de imposibilidad, entonces, como no se cumple con el voto, Lutero debió darse muerte, pero como está solo ¿Cómo se le puede matar? La única opción entonces sería anular el voto. Los votos siempre tienen que seguir el Salmo 76:
''Haced promesas y cumplidlas''
(Salmo 76)
Por lo tanto, o el voto tiene fuerza obligatoria sólo hasta el límite de lo posible, o tienes que admitir que nunca jamás hubo monje alguno; pues no hubo ninguno que no se hubiera visto impedido alguna vez de cumplir.
En todo caso, los monjes también tenían votos esenciales y accidentales; estos últimos que consistían en dispensas que los liberaban de cumplir ciertas reglas. Esenciales fueron declarados estos tres: pobreza, obediencia y castidad. Todo lo demás se les antojó accesorio, y en consecuencia resolvieron que infractores del voto eran solamente aquellos que violaran los esenciales. Tal es el común acuerdo de todos. Pero con esto no se remedia nada. Es una invención humana, completamente inútil para dar tranquilidad y firmeza a la conciencia; antes bien, es un medio eficaz para seducirla.
Examen de los tres votos monásticos
Voto de pobreza
Lutero inicia el examen con el voto de pobreza.
Ésta tiene dos facetas; una de ellas, espiritual. De la pobreza espiritual habla Cristo en Mateo 5:3, donde dice: "Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos". Esta pobreza en espíritu no puede ser objeto de voto, ya que es común a todos los cristianos. Consiste en ocupar frente a los bienes de esta tierra una posición de libertad espiritual; en usarlos y ser amo de ellos en vez de esclavo, en no estar apegado a ellos; en no confiar ni gloriarse en las riquezas, y en no ser uno de esos "hombres ricos" que menciona el evangelio (Mateo 15:24), mas contra esta pobreza espiritual los monjes pecan de diversa manera: en primer lugar, porque la convierten en un "consejo"; y en segundo lugar, porque la tratan como una exclusividad de ellos solos y se jactan de jurarla con solemne voto.
Que no son "consejos" lo comprueba el hecho de que Jesús llama "bienaventurados" a los pobres en espíritu, con lo que claramente sindica como condenados a los que no son pobres. La bienaventuranza, en efecto, la suele asignar a aquellos que hacen y guardan las cosas necesarias, como por ejemplo cuando dijo, al censurar a cierta mujer: "Antes bienaventurados los que oyen la palabra de Dios, y la guardan" o en otra ocasión: "Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás" además: "Si sabéis estas cosas, bienaventurados seréis si las hiciereis". Igualmente, al decir que "de ellos (de los pobres en espíritu) es el reino de los cielos", da a entender con toda claridad que la servidumbre del infierno pesa sobre aquellos que no son pobres.
Pecado en este voto
En primer lugar encaran el asunto con un criterio impío, considerando consejo lo que es mandamiento, y así al hacer su voto invalidan el mandamiento divino, negándole el carácter de tal. Su segundo pecado consiste en que fingen prometer algo distinto de lo que ya prometieron en el bautismo, y con esta hipocresía revocan o desprecian la promesa bautismal, como si fuese una pequeñez o una nada en comparación con su voto. En todo caso, esta pobreza consiste en prescindir de todo, pero esto no es posible porque siempre se necesitará alimento y vestido.
También se señala que el voto de pobreza consistiría en no poseer bienes propios o no tener que ver con ellos, pero solamente los niños pueden estar en ese estado al ser irracionales, así como también los enfermos. Lo que buscan con este voto es poder vivir tranquilos y ociosos en una abundancia acumulada y procurada por manos de otros, donde lo que menos hay es necesidad y pobreza.
Voto de obediencia
Hay también dos clases de obediencia: la una es la obediencia evangélica por la cual todos estamos sujetos unos a otros; ésta la prometemos ya en el bautismo, y si hiciésemos votos de ella por segunda vez, tal cosa no sería sino hipocresía y burla. La otra es la obediencia corporal, contraria a la obediencia evangélica.
Sin embargo, puede decirse que es la obediencia propia de esposas, hijos, siervos, cautivos y de todos aquellos que por alguna obligación (necessitate) están subordinados a otro; porque la obediencia evangélica es una obediencia libre y espontánea hacia una persona cuyo derecho de superioridad radica sólo y únicamente en el hecho de que Dios quiso que nos sujetemos a ciertas personas a quienes no debemos obediencia por derecho alguno.
También en este punto los monjes yerran con la misma insensatez con que yerran en lo relativo a la pobreza: en primer lugar, porque convierten la obediencia en consejo, y en segundo lugar, porque la consideran una exclusividad de ellos solos. Por esto, al hacer voto de obediencia, niegan con toda alevosía que aquélla sea un mandamiento de Dios, y además condenan en forma sacrílega el voto hecho en su bautismo, aparentando prometer algo distinto y mayor de lo que habían prometido en el bautismo.
Con su obediencia, los monjes quieren darse una categoría especial y ocupar un rango más elevado que el establecido por el evangelio, más elevado también que el de los demás hombres. Ellos solos quieren ser las novias y esposas de la Divina Majestad y convierten a ésta en un Baal, esto es, en un ''marido'', que les pertenece a ellos y a quien ellos a su vez pertenecen, siendo una carne y un espíritu con él; a los demás hombres, en cambio, los consideran como siervos de la casa, jornaleros y concubinas.
Voto de castidad
Este puede ser uno de los votos más evidentes y genuinos porque no tiene parcialidades. A primera vista, pareciera ser que la castidad no tiene una simulación posible como sí lo tiene el voto de pobreza y el voto de obediencia.
Sin embargo, de acuerdo a Lutero la castidad no añade nada al buen cristiano. Recordemos que para Lutero lo único importante para ser salvo es tener fe. En verdad, este es un voto absolutamente innecesario porque la castidad depende de la libertad de cada quien, no de un voto.
Ahora bien, a Lutero se le podría contraponer el siguiente versículo:
''A los eunucos que guarden mis días de reposo, y escojan lo que yo quiero, y abracen mi pacto, yo les daré lugar en mi casa y dentro de mis muros, y nombre mejor que el de hijos e hijas; nombre perpetuo les daré, que nunca perecerá''
(Isaías 56:4)
Martín Lutero nos dice que este pasaje es de consolación a los eunucos, es decir, consolación de señalarles que no piensen que son nada por no tener hijos. Por cierto, Cristo no mandó ni aconsejó ni aprobó la castidad, sino que entró subrepticiamente por la ligereza censurable y la ignorancia de los hombres.
Ahora bien, ¿qué promete un célibe que hace voto de castidad? Promete algo que de ninguna manera está en su poder ni puede estarlo, puesto que se trata exclusivamente de un don de Dios que el hombre puede recibir, pero no ofrecer. Esto quiere decir que con su voto, el célibe se burla de Dios, exactamente como si jurase hacerse obispo, apóstol, príncipe o rey, aun sabiendo que nada de esto está en el poder de él. El voto depende del arbitrio de otro y de la autoridad del que extiende el llamado. Imagínate por ejemplo, que un loco hiciese a Dios un voto de este tipo: "Te prometo y juro, Señor hacer nuevas estrellas o trasladar montes". ¿Qué opinarías de un voto tal?
Sin embargo, en nada difiere de esto el voto de castidad; pues la castidad no es menos una obra milagrosa de Dios que el hacer estrellas y trasladar montes. Entonces, puesto que Dios ordena que quien promete u ofrece algo, lo ofrezca de sus propios bienes y de los dones que le han sido dados por la bendición del Señor (como lo expresan todos los pasajes de la ley mosaica que se refieren al voto), es evidente que el voto de castidad no puede agradar a Dios ni ser exigido por él, ya que se hace respecto de una cosa que aún no ha sido dada y que tampoco depende de nuestra facultad. Pues si tiene validez un voto respecto de cosas no nuestras, sino puestas en manos de Dios, podríamos también hacer votos respecto de todas las cosas que Dios tiene y puede hacer, y todos éstos serían lícitos y agradables al Señor.
En cambio, si todo esto carece de valor, tampoco tendrá valor precisamente aquel voto de castidad. Podrías por lo tanto hacer votos de ser salvo con absoluta certeza, o de ilegal a ser igual a San Pedro, o de asolar el imperio otomano, o de vivir tantos años como Matusalén, en fin, podrías hacer votos respecto de todo lo que Dios hace o puede hacer entre los hombres.
Cuando se hace voto de virginidad o castidad, ¿acaso está Dios ahí presente y la entrega como voto, la promete y ofrece? ¿Cuándo, en efecto, prometió dártela? ¿y de dónde sacas la seguridad de que te la concederá? ¿No es que te haces presente tú solo, sin la cosa misma que prometes? ¿No estás tú solo, el que hace promesa, sin que haya quien te responda y acepte tu promesa? ¿Y por qué habría de aceptarla, si es una promesa vana y tonta, si prometes algo que no tienes?
Lo que dice San Pablo sobre las viudas
Existe un pasaje en la biblia por el cual se podría pensar que las Sagradas Escrituras están a favor de los votos:
"Cuando, impulsadas por sus deseos, se rebelan contra Cristo, quieren casarse, incurriendo así en condenación, por haber quebrantado su primera fe"
(1 Timoteo 5:11)
San Agustín interpreta este pasaje para formular su célebre sentencia de que "las monjas incurren en un acto condenable no sólo si se casan, sino también si abrigan el deseo de casarse".
Sin embargo, Lutero dice que será mejor tomar las mismas palabras de Pablo, y así se refutaría la misma autoridad de San Agustín.
En primer lugar, es del todo evidente que Pablo no habla para nada de una práctica como la del voto, puesto que la iglesia primitiva jamás conoció tal género de votos; sino que habla de viudas que eran mantenidas con fondos de la congregación y atendidas por los diáconos, de lo cual tenemos un ejemplo en Hechos.
Para nada habla Pablo allí de religiosos, ni de vírgenes, sino que se refiere a las viudas pobres para las cuales la ley de Moisés reclama encarecidamente el cuidado de la comunidad. En efecto, en el mismo capítulo Pablo decreta que las viudas con familiares en condiciones de mantenerlas no deberán ser mantenidas con fondos de la congregación.
La palabra "fe" no puede tener aquí el significado de "voto", puesto que aquellas mujeres no habían hecho voto de viudez, no hay tampoco texto bíblico alguno donde fe signifique voto. Antes bien, esa fe es la fe en Cristo que ellas, para poder casarse con tanto mayor seguridad, habían negado, recayendo en el judaísmo o en el paganismo, como queda demostrado claramente por las circunstancias y consecuencias. La "primera fe" es la fe cristiana, de la cual en la iglesia primitiva muchos apostataron cuando esa fe era aún muy reciente.
Conclusión
El monacato siempre ha parecido ser el lugar de hombres que mantienen con rigor la palabra de Dios, en comparación al resto de las personas. Sin embargo, Lutero nos lleva a pensar que en verdad, los votos monásticos no tienen nada de cumplimiento con respecto a las Sagradas Escrituras, es más, son contrarias. Sin duda que esto generará una gran reacción en el mundo cristiano e incluso, algunos abandonarán sus votos...