El Colloquium Heptaplomeres de rerum sublimium arcanis abditis, o Coloquio de los siete sabios sobre arcanos relativos a cuestiones últimas, es una de las obras más audaces y visionarias de Jean Bodin, un diálogo en el que siete personajes, cada uno representante de una tradición religiosa diferente, debaten con profundidad y sin censura sobre Dios, la verdad y la posibilidad de la tolerancia en un mundo dividido por la fe. En una época marcada por la violencia de las guerras religiosas, Bodin se atreve a proponer un encuentro entre católicos, protestantes, judíos, musulmanes y escépticos, demostrando que la búsqueda del conocimiento y la convivencia pacífica pueden ser más poderosas que el dogmatismo y la intolerancia.
Coloquio de los siete sabios sobre arcanos relativos a cuestiones últimas
Libro I
Bodin inicia su relato describiendo su viaje por el Adriático hasta llegar a Venecia, una ciudad que considera un ejemplo de libertad y estabilidad política. Destaca que, mientras otras ciudades sufren por guerras civiles o gobiernos tiránicos, Venecia se distingue por ofrecer inmunidad y tranquilidad a comerciantes, artesanos y personas dedicadas al ocio intelectual. Para Bodin, la ciudad representa un ideal de convivencia donde los individuos pueden vivir sin temor a la opresión estatal.
El protagonista se encuentra con Paulus Coronaeus, un hombre sabio y erudito que ha reunido en su hogar a un grupo de intelectuales de distintas partes del mundo, entre ellos Fridericus Podamicus, Hieronymus Senamus, Diegus Toralba, Antonius Curtius y Salomon Barcassius. Todos ellos, a pesar de sus diferentes especialidades, comparten un interés común por el conocimiento y el debate intelectual. Además, mantienen correspondencia con otras ciudades importantes como Roma, Constantinopla y París, lo que les permite estar al tanto de los acontecimientos y descubrimientos más relevantes.
Coronaeus no solo es un amante del saber, sino que ha creado un pantotheca, un sistema de almacenamiento y clasificación de objetos naturales y científicos que permite organizar el conocimiento. Esta colección incluye desde estrellas y minerales hasta plantas y animales disecados, organizados según principios numéricos y simbólicos. Su estructura representa el orden natural del universo y la interconexión de todas las cosas.
Coronaeus adopta una metodología de aprendizaje basada en la escucha, la reflexión y la conversación, evitando el esfuerzo físico innecesario que pueda distraer la mente. Rechaza los métodos de enseñanza de los Peripatéticos (discusión en movimiento), los Estoicos (debates de pie) y los Académicos (reuniones reclinadas), prefiriendo una postura sentada para fomentar la concentración. Además, evita la escritura excesiva y prefiere desarrollar su memoria a través del análisis y la repetición.
Bodin, como su lector personal, se encarga de transcribir las discusiones del grupo y de recopilar preguntas sobre temas como las leyes, la medicina, la política y la historia. Este método le permite reunir una gran cantidad de conocimiento y participar activamente en los debates.
Uno de los principales debates surge a partir de una lectura del "Fedón" de Platón, donde se menciona la preservación de los cuerpos egipcios y la inmortalidad del alma. Se plantea la cuestión de si el alma es inmortal y si existen castigos o recompensas después de la muerte. Mientras Salomon sostiene que la creencia en la inmortalidad es suficiente sin necesidad de pruebas, Toralba insiste en que es fundamental demostrar racionalmente esta idea para evitar caer en el escepticismo.
El debate se expande a la visión de los epicúreos, quienes, según Senamus, defendían una moral basada en la razón y la virtud, pero negaban la intervención divina y la inmortalidad del alma. Toralba argumenta que, sin la expectativa de castigos o recompensas divinas, la justicia y la fe no tendrían sentido, ya que los hombres solo temerían el juicio humano. Se critica a Epicuro por haber desarrollado una filosofía moral coherente, pero sin un fundamento religioso que la sostenga.
Coronaeus, en respuesta, plantea una analogía: así como un hombre puede volverse eunuco pero nunca recuperar su masculinidad, una vez que se rechaza la fe, es difícil volver a ella. La filosofía materialista, en su opinión, ofrece una vía fácil hacia el escepticismo, pero difícilmente permite un retorno a la virtud.
Octavius, otro de los participantes, interrumpe la discusión filosófica con una anécdota sobre su viaje a Egipto, donde exploró la ciudad de Cairo y las pirámides. Relata cómo fue persuadido por un empirista suizo para robar una momia egipcia, ya que se creía que su carne impregnada de resinas y bálsamos tenía propiedades curativas. Tras abrir un sarcófago, descubren un cadáver envuelto en telas y cubierto de oro. En el interior del cuerpo encuentran una inscripción dedicada a la diosa Isis, lo que sugiere que la momia pertenece a un antiguo sacerdote o noble.
Este relato ilustra la fascinación renacentista por la cultura egipcia, la alquimia y la medicina tradicional. También refleja el interés por la conexión entre la historia antigua y el conocimiento moderno, algo muy presente en el pensamiento de Bodin.
El debate sobre la veracidad de los relatos históricos lleva a una discusión sobre la credibilidad de Heródoto, conocido como el "padre de la historia". Mientras algunos critican sus relatos por incluir mitos y exageraciones, otros defienden su valor como fuente de información. Se menciona la licantropía de los Nervios y la idea de que ciertas prácticas antiguas pueden parecer increíbles, pero con el tiempo se demuestra su autenticidad.
Por otro lado, se habla de los crímenes cometidos en distintas partes del mundo, desde Egipto hasta Francia, donde se reportan casos de necrofilia y violencia extrema. Estas historias muestran la corrupción moral de la humanidad y refuerzan la necesidad de una autoridad soberana y un sistema de justicia sólido, temas centrales en el pensamiento político de Bodin.
Octavius continúa su relato mencionando que, tras robar una momia egipcia de una tumba, planeaba transportarla a Italia. La introdujo en un barco en el puerto de Alejandría, ocultándola en un cofre, y emprendió su viaje con una tripulación compuesta por marineros y comerciantes de diversas nacionalidades y religiones.
Al inicio del viaje, el viento Vulturnus (un viento del este) soplaba favorablemente, lo que permitía una navegación tranquila. Sin embargo, al adentrarse en el mar, un viento opuesto llamado Circius desató una violenta tormenta, haciendo que el barco se tambaleara y poniendo en peligro a toda la tripulación. Esta descripción está llena de referencias a poetas clásicos como Horacio, Virgilio y Homero, quienes también mencionaron vientos similares en sus obras.
A medida que la tormenta se intensifica, el capitán ordena que se alivie la carga del barco para evitar que se hunda. La tripulación, aterrada, reacciona de diversas maneras según su origen y creencias religiosas:
- Los cristianos comienzan a rezar a distintos santos y a la Virgen María.
- Los griegos entonan oraciones en su lengua, invocando a Dios con súplicas de salvación.
- Los judíos recitan el Shema, una plegaria fundamental en el judaísmo.
- Los musulmanes exclaman “Allah, Allah” y repiten invocaciones en árabe, rindiendo homenaje a Dios y su profeta Mahoma.
- Un sacerdote veneciano saca la hostia consagrada en una caja de cristal y reza, confiando en su poder salvador.
Este momento es significativo porque Bodin muestra la diversidad religiosa de la época y la tendencia universal de los seres humanos a recurrir a la fe en momentos de desesperación.
Sin embargo, hay un soldado español que, en lugar de rezar, maldice a Dios con insultos blasfemos. Su actitud escandaliza a los demás tripulantes, hasta el punto de que un comerciante sugiere que debe ser castigado para evitar que su impiedad atraiga la ira divina sobre toda la embarcación.
Aquí se introduce la idea de que, en la antigüedad, cuando una tormenta no podía ser calmada con oraciones, los marineros solían echar a la suerte quién debía ser sacrificado o arrojado al mar para apaciguar la ira divina. Se menciona el caso bíblico del profeta Jonás, quien fue arrojado al mar para detener una tormenta enviada por Dios.
El capitán del barco, en lugar de recurrir a la suerte, ordena que cualquier cadáver egipcio a bordo sea arrojado al mar, pues se cree que su presencia es la causa de la tormenta. Octavius, temeroso de ser descubierto, decide deshacerse de la momia en secreto durante la noche.
Tan pronto como lo hace, el viento se calma y la tormenta desaparece, permitiendo que el barco llegue sin problemas a la isla de Creta. Este desenlace refuerza la creencia de que el transporte de momias egipcias trae desgracias, lo cual era una superstición común en la época.
Al llegar a salvo a Creta, un anciano sabio de la tripulación eleva sus manos al cielo y agradece a Dios por haberlos salvado. Inspirado por este gesto, Octavius recuerda su promesa de ofrecer una celebración anual si sobrevivía y compone un himno de alabanza, donde describe la majestuosidad de Dios sobre el mar y los vientos.
Este momento es significativo porque contrasta con la actitud de muchos otros supervivientes, quienes suelen olvidar su gratitud a Dios una vez que el peligro ha pasado. Esta crítica refleja la visión de Bodin sobre la naturaleza humana y su tendencia a recordar a Dios solo en tiempos de crisis.
Octavius pregunta al anciano por qué las momias egipcias son consideradas portadoras de mala suerte en el mar. El anciano responde que, según las leyes náuticas de Egipto, estaba prohibido transportar cadáveres en los barcos, pues se creía que atraían tormentas. Si alguien desobedecía esta norma, debía arrojar la carga al mar y pagar indemnización a los comerciantes.
Este pasaje sugiere dos cosas: La superstición: La creencia de que los cadáveres egipcios causaban tormentas era una superstición arraigada en la cultura marítima de la época. La norma pragmática: Más allá de la superstición, esta ley podía tener un fundamento práctico, pues los cuerpos en descomposición podrían haber representado un riesgo sanitario para la tripulación.
Coronaeus cierra la discusión planteando tres grandes preguntas que se discutirán al día siguiente:¿Por qué las momias egipcias causan tormentas? ¿Es por alguna fuerza sobrenatural o simplemente por superstición? ¿Las tormentas son causadas por demonios o por fenómenos físicos? Aquí se plantea un debate entre una visión religiosa/sobrenatural y una visión científica basada en las explicaciones de la física y la meteorología. ¿Cuáles de todas las plegarias fueron escuchadas por Dios? Dado que en el barco había cristianos, judíos y musulmanes rezando a diferentes deidades, ¿cuál de ellas fue la efectiva para calmar la tormenta?
Conclusión
El texto de Bodin es una invitación a reflexionar sobre la fragilidad humana frente a lo desconocido, la importancia del saber y la experiencia, y la necesidad de cuestionar tanto las creencias religiosas como las explicaciones científicas. Su obra nos recuerda que, en un mundo de incertidumbre, el mayor valor está en la búsqueda del conocimiento y la apertura al debate.
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