martes, 4 de marzo de 2025

Enrique VIII - Vida y obra (1491 - 1547)

 


Pocas figuras en la historia despiertan tanta fascinación como Enrique VIII, el monarca que desafió al Papa, rompió con Roma, fundó la Iglesia Anglicana y convirtió sus deseos personales en asuntos de Estado. Entre matrimonios turbulentos, ejecuciones impactantes y decisiones que cambiaron para siempre el rumbo de Inglaterra, su reinado dejó una huella indeleble en la política, la religión y la cultura occidental. Aquí te contamos la vida y obra del rey que transformó su reino… y pagó el precio de su ambición.

ENRIQUE VIII

Ascendencia

La ascendencia de Enrique VII de Inglaterra es clave para entender el surgimiento de la dinastía Tudor y el final de la Guerra de las Dos Rosas. Enrique VII nació el 28 de enero de 1457 en Pembroke, Gales. Era hijo de Edmund Tudor, conde de Richmond, y de Margaret Beaufort, una descendiente directa de la poderosa Casa de Lancaster. Por parte de su madre, Enrique VII heredó un linaje real que se remontaba al rey Eduardo III de Inglaterra, aunque a través de la rama Beaufort, una línea inicialmente ilegítima que luego fue legitimada pero excluida por algunos de la sucesión al trono. Margaret Beaufort era bisnieta de Juan de Gante, duque de Lancaster e hijo de Eduardo III, lo que le otorgaba a Enrique VII una reivindicación dinástica vinculada a los Lancaster, aunque no sin controversias debido al origen irregular de los Beaufort.

Por la línea paterna, Enrique VII descendía de Owen Tudor, un noble galés que había servido en la corte inglesa y que, tras la muerte del rey Enrique V, se casó en secreto con la viuda del monarca, Catalina de Valois. De esa unión nació Edmund Tudor, padre de Enrique VII. Este matrimonio fue fundamental, ya que conectó a la familia Tudor, hasta entonces de origen galés sin derechos reales, con la casa real inglesa. Así, por su padre, Enrique VII heredó la sangre de los Tudor y el apoyo de muchos galeses leales a su causa, lo que fue crucial en su lucha por el trono.

La fuerza de la reclamación de Enrique VII al trono, aunque legítima desde su linaje lancastriano, era relativamente débil en comparación con otros pretendientes. Sin embargo, su victoria sobre Ricardo III en la Batalla de Bosworth en 1485 y su posterior matrimonio con Isabel de York, hija del rey Eduardo IV, sellaron de manera definitiva la unión de las casas enfrentadas de Lancaster y York. Esta unión dinástica no solo consolidó su posición como rey sino que también puso fin al prolongado conflicto civil conocido como la Guerra de las Dos Rosas.

Los grandes aportes de Enrique VII de Inglaterra (1457–1509), aunque menos llamativos que los de su hijo Enrique VIII, fueron fundamentales para la estabilidad y modernización del reino tras décadas de guerra civil. Su reinado (1485–1509) fue clave para sentar las bases de la Inglaterra moderna, especialmente en política, economía y administración. 

Enrique VII logró poner fin al conflicto dinástico entre las casas de Lancaster y York, que había devastado Inglaterra durante más de 30 años. Su victoria en la Batalla de Bosworth (1485), donde derrotó y mató a Ricardo III, permitió su ascenso al trono como representante de los Lancaster. Sin embargo, su verdadero golpe de genio fue casarse en 1486 con Isabel de York, hija de Eduardo IV, uniendo así las dos casas rivales. Este matrimonio puso fin al conflicto civil y dio origen al símbolo de la rosa Tudor, que combinaba la rosa blanca de York y la roja de Lancaster, representando la reconciliación.

Durante su gobierno, Enrique VII limitó el poder de la nobleza, que había sido uno de los principales factores de inestabilidad durante la guerra civil. Lo hizo a través del control de las "retinues" (ejércitos privados de los nobles) y aplicando estrictamente leyes contra el mantenimiento de tropas privadas (livery and maintenance). Además, impuso multas severas y vigiló cuidadosamente las actividades de los nobles para evitar conspiraciones. Su reinado marcó el tránsito hacia una monarquía más fuerte y centralizada, reduciendo el poder feudal y fortaleciendo la autoridad real.

Enrique VII fue un monarca muy prudente en materia financiera. Tras heredar un reino empobrecido por la guerra, estableció una administración fiscal eficiente y rigurosa. Reforzó los ingresos reales mediante impuestos controlados, recuperó tierras de la Corona y fomentó el comercio exterior, firmando tratados comerciales como el Tratado de Medina del Campo (1489) con España y el Intercursus Magnus (1496) con los Países Bajos. Gracias a estas políticas, dejó a su hijo Enrique VIII un tesoro considerablemente lleno, algo poco común en monarcas ingleses de la época.

A nivel diplomático, Enrique VII fue sumamente astuto. Buscó legitimar y proteger su dinastía mediante alianzas matrimoniales estratégicas. Un ejemplo clave fue casar a su hijo mayor, Arturo, Príncipe de Gales, con Catalina de Aragón, hija de los Reyes Católicos de España, lo que vinculó a Inglaterra con una de las mayores potencias del momento. Aunque Arturo murió joven, este enlace matrimonial sería retomado por Enrique VIII al casarse con Catalina tras la muerte de su hermano. Además, Enrique VII firmó tratados de paz y comercio con potencias europeas para aislar a posibles rivales y evitar nuevas guerras.

Durante su reinado, Enrique VII reforzó el sistema judicial, consolidó el uso del Star Chamber (Consejo Estelar), una corte especial que juzgaba delitos de corrupción y traición, especialmente contra nobles poderosos. Este tribunal simbolizó la fuerza de la justicia real frente a los abusos de la aristocracia. También profesionalizó y fortaleció los mecanismos administrativos del reino, creando una burocracia más eficiente para recaudar impuestos y administrar justicia.

Isabel fue una reina discreta, piadosa y leal, que cumplió principalmente un rol tradicional de esposa y madre dentro de la corte. Aunque no participó activamente en política, fue una figura de enorme importancia simbólica: representaba la continuidad del linaje Yorkista y la reconciliación nacional. Se le atribuyen buenas relaciones tanto con su esposo como con su suegra, Margaret Beaufort, aunque Margaret tuvo un rol más destacado en los asuntos de gobierno.

Durante su matrimonio con Enrique VII, Isabel dio a luz a varios hijos, entre ellos:

  • Arturo, Príncipe de Gales (1486–1502), quien murió joven.
  • Enrique VIII (1491–1547), que se convirtió en uno de los monarcas más famosos de la historia inglesa.
  • María Tudor, que sería reina consorte de Francia.
  • Margarita Tudor, que se casó con el rey de Escocia y dio origen a la línea que uniría las coronas inglesa y escocesa.

Desde aquí se iniciaría la descendencia de los Tudor. 

Infancia

La infancia de Enrique VIII (nacido el 28 de junio de 1491) transcurrió en el contexto de una corte pacificada y próspera, gracias al gobierno ordenado y estratégico de su padre, Enrique VII, que había logrado estabilizar Inglaterra tras la Guerra de las Dos Rosas. Enrique nació en el Palacio de Placentia, en Greenwich, siendo el tercer hijo del rey y de Isabel de York

Desde niño, Enrique recibió una educación propia de un príncipe renacentista. Se formó bajo la supervisión de los mejores tutores de Inglaterra, con una fuerte base en latín, francés y español, además de estudios en historia, matemáticas, música, poesía, teología y derecho canónico. Su formación religiosa fue especialmente intensa, ya que, en sus primeros años, estuvo destinado a seguir carrera eclesiástica mientras su hermano Arturo se preparaba para reinar. Este detalle explica el profundo conocimiento teológico que Enrique mostró luego en su juventud y adultez.

Enrique también fue instruido en habilidades físicas y cortesanas. Desde pequeño destacó por su notable talento en los deportes, especialmente en la caza, el juego de pelota real (un antecesor del tenis), la justa y el tiro con arco, actividades que marcarían su personalidad activa y su imagen pública como monarca atlético. Su infancia se desarrolló en entornos de lujo, principalmente entre los palacios de Eltham, Greenwich y Richmond, donde compartía tiempo con sus hermanas, especialmente Margarita y María Tudor.

El Reinado de Arturo

Durante el breve reinado de su hermano mayor Arturo, Príncipe de Gales, Enrique VIII tuvo un papel secundario, pero no menos importante dentro de la corte. Al ser el segundo hijo varón de Enrique VII, Enrique no estaba destinado inicialmente a heredar la corona, sino que fue preparado para ocupar un rol destacado dentro del clero o la administración real, como era habitual para los hijos menores de los reyes en ese periodo.

Mientras Arturo crecía como heredero al trono y era educado para gobernar, Enrique fue apartado de las responsabilidades políticas directas y recibió una educación profundamente humanista y religiosa, que incluía estudios de latín, gramática, retórica, teología y derecho canónico. Por esta razón, hay quienes consideran que su formación teológica, que más tarde influyó en su decisión de romper con Roma, se desarrolló precisamente durante estos años, en los que no se esperaba que fuera rey, sino posiblemente arzobispo o cardenal.

Matrimonio con Catalina de Aragón

Posteriormente, Arturo se casó con Catalina de Aragón. Catalina nació el 16 de diciembre de 1485 en Alcalá de Henares, España. Era hija de los célebres Reyes Católicos, Fernando II de Aragón e Isabel I de Castilla, lo que la convertía en una princesa de altísimo rango, educada para fortalecer alianzas estratégicas entre las principales monarquías europeas. Desde pequeña recibió una formación sobresaliente: estudió latín, francés, historia, teología y fue instruida en profundas prácticas religiosas, lo que la convirtió en una mujer culta, piadosa y de fuerte carácter.

Como parte de la alianza entre España e Inglaterra, Catalina fue prometida desde niña a Arturo Tudor, el heredero de Enrique VII. Se casaron en 1501, cuando Catalina tenía 15 años. 

Su hermano Enrique participó de los festejos y ceremonias como príncipe destacado, pero siempre como figura de apoyo al heredero principal. Arturo y Catalina se establecieron en Ludlow, en Gales, donde Arturo falleció inesperadamente en abril de 1502, probablemente víctima de una epidemia, a la edad de 15 años. La muerte de Arturo fue un hecho que cambió radicalmente el destino de Enrique, que tenía apenas 10 años en ese momento.

Tras la muerte de su hermano, Enrique pasó a ser el nuevo Príncipe de Gales y heredero del trono, y su educación y tratamiento cambiaron de inmediato para adaptarse a su nueva condición. A partir de entonces, su padre, Enrique VII, supervisó con mucho más rigor su formación, aunque mantuvo al joven Enrique bastante aislado de los asuntos de gobierno y bajo estricto control para proteger la sucesión dinástica, especialmente tras el impacto de la pérdida del príncipe heredero.

Reinado de Enrique VIII

Tras la muerte de Arturo, surgió la cuestión del matrimonio de Catalina de Aragón. Para no perder la valiosa alianza con España, Enrique VII propuso que el joven Enrique, ahora heredero, se casara en el futuro con la viuda de su hermano, lo que planteó problemas canónicos por tratarse de la esposa del hermano difunto. Este matrimonio se concretaría años después, cuando Enrique subió al trono en 1509.

El reinado de Enrique VIII comenzó de manera brillante, optimista y popular. Cuando ascendió al trono el 22 de abril de 1509, tras la muerte de su padre Enrique VII, el joven Enrique tenía apenas 17 años. Su llegada al poder fue recibida con entusiasmo por el pueblo inglés y la nobleza, que veían en él una figura carismática, atlética y generosa, muy diferente al rey austero y controlador que había sido su padre.

Desde el inicio, Enrique VIII buscó distanciarse del legado prudente y severo de Enrique VII. Una de sus primeras decisiones fue liberar a prisioneros políticos y ordenar la ejecución de los impopulares recaudadores de impuestos Edmund Dudley y Richard Empson, acusados de corrupción. Esto envió un mensaje claro: su gobierno sería distinto, más cercano a la nobleza y menos enfocado en la opresión fiscal.

Muy poco después de su coronación, celebrada junto a Catalina de Aragón el 24 de junio de 1509, Enrique mostró su inclinación por la grandeza y el esplendor. Catalina, viuda de su hermano Arturo, se convirtió en su reina consorte, cumpliendo así la alianza entre Inglaterra y España. Este matrimonio reforzó su legitimidad y prestigio internacional, además de asegurar la continuidad del pacto con los poderosos Reyes Católicos.

Al principio de su reinado, Enrique se mostró como el prototipo del monarca renacentista: culto, deportista, aficionado a la música, la poesía y el debate intelectual. Se rodeó de jóvenes nobles y caballeros y organizó torneos, banquetes y espectáculos que asombraron por su lujo y creatividad. Inglaterra, tras años de austeridad, vivía ahora una corte vibrante, que aspiraba a rivalizar con las más fastuosas de Europa.

En política, los primeros años fueron dominados por su consejero más cercano, el cardenal Thomas Wolsey, quien se encargó de gran parte de los asuntos de Estado. Enrique, por su parte, se enfocaba en disfrutar de la vida cortesana y en proyectar la imagen de un rey fuerte, guerrero y defensor de la cristiandad. De hecho, pronto se involucró en conflictos internacionales, como las guerras contra Francia, deseoso de ganar gloria militar y emular a los grandes reyes conquistadores del pasado.

Desafíos internacionales

En el plano internacional, Europa estaba marcada por los conflictos entre los grandes poderes: Francia, España, el Papado y el Sacro Imperio Romano Germánico. En este escenario, Enrique VIII empezó a involucrarse de manera activa, buscando posicionar a Inglaterra como potencia militar y diplomática.

Ese año, el papa Julio II, enemigo de Francia, promovió la creación de la llamada Santa Liga, una alianza compuesta por el Papado, Venecia, España, el Imperio y, finalmente, Inglaterra, cuyo objetivo era frenar el avance francés en Italia y, de paso, debilitar su influencia en Europa.

Enrique VIII, motivado por su alianza con Catalina de Aragón (hija de los Reyes Católicos), aceptó participar en la Santa Liga y preparó a Inglaterra para entrar en guerra contra Francia. Este fue su primer gran paso hacia el escenario militar europeo y marcó el inicio de su larga obsesión por convertirse en un monarca guerrero.

Su primer hijo

A nivel personal, 1511 fue un año de grandes esperanzas y dolor para Enrique VIII y Catalina de Aragón. El 1 de enero de 1511, Catalina dio a luz a un hijo varón, llamado Enrique, Príncipe de Cornualles. El nacimiento del heredero varón fue celebrado con enorme entusiasmo en todo el reino, ya que aseguraba la continuidad de la dinastía Tudor y cumplía el deseo más profundo del rey.

Sin embargo, la alegría fue breve: el príncipe murió solo 52 días después, el 22 de febrero de 1511, por causas naturales desconocidas. La muerte del niño fue un golpe devastador para Enrique y Catalina, quienes comenzaron a sufrir la presión de no lograr asegurar un heredero varón sobreviviente, algo que marcaría el resto del matrimonio y sería el origen lejano de los conflictos futuros del rey con la reina y con la Iglesia.

Guerra contra Francia

En el contexto de la Santa Liga, formada en 1511 por el papa Julio II para frenar el poder francés, Enrique VIII decidió enviar tropas a Francia. En abril de 1512, Inglaterra declaró oficialmente la guerra a Francia, cumpliendo su papel dentro de la alianza con el Papado y con Fernando II de Aragón, su suegro y rey de España.

Ese mismo año, Enrique organizó una expedición militar liderada por Thomas Grey, marqués de Dorset, con aproximadamente 10.000 soldados enviados a la región de Guienne, en el suroeste de Francia. Sin embargo, esta primera campaña resultó desastrosa. La falta de coordinación con los aliados españoles, el clima, las enfermedades y la escasa preparación provocaron el fracaso de la expedición, y las tropas inglesas regresaron humilladas a casa sin haber logrado avances significativos.

Este fracaso inicial no desanimó a Enrique VIII, quien veía la guerra como un medio para alcanzar prestigio personal y reforzar su autoridad interna. De hecho, fue solo el preludio de una campaña más exitosa al año siguiente con su participación directa en territorio francés.

Mientras tanto, Catalina de Aragón, además de apoyar la política guerrera de su esposo, mantenía la esperanza de darle un heredero varón tras la pérdida del príncipe Enrique en 1511. Sin embargo, nuevamente sufriría un aborto ese año, lo que aumentaba la preocupación por la continuidad dinástica. Esto, aunque todavía no generaba tensiones públicas entre el rey y la reina, iba sumando presión sobre su matrimonio.

Después del fracaso de la expedición del año anterior (1512), Enrique VIII decidió dirigir personalmente una nueva campaña contra Francia, en busca de gloria y reconocimiento como monarca militar, siguiendo el ejemplo de sus antepasados como Enrique V.

En junio de 1513, Enrique cruzó el Canal de la Mancha con un ejército estimado en 30.000 soldados y puso rumbo al norte de Francia, dentro del marco de la Santa Liga (alianza del Papado, España y el Imperio contra Francia). Esta campaña es conocida como la Campaña de Thérouanne y Tournai.

Los dos hechos principales de la campaña fueron:

  • La Batalla de las Espuelas (16 de agosto de 1513): llamada así porque los caballeros franceses huyeron rápidamente del campo de batalla, utilizando más las espuelas que las armas. Fue una victoria simbólica para Enrique VIII, aunque de poca relevancia estratégica, pero reforzó su imagen de conquistador.

  • La toma de Tournai: tras la victoria, Enrique logró capturar la ciudad de Tournai, que fue ocupada y anexada temporalmente a la Corona inglesa. Aunque no se trataba de una conquista de gran valor, sirvió para demostrar el éxito de la expedición ante la corte y el pueblo inglés.

Aunque estos logros no cambiaron el equilibrio de poder europeo, cumplieron el objetivo político de Enrique: presentarse como un monarca capaz de desafiar y vencer a Francia.

Batalla contra Escocia

Mientras Enrique estaba en Francia, Escocia, fiel a su histórica alianza con Francia (la Vieja Alianza), aprovechó su ausencia para invadir Inglaterra. El rey escocés Jacobo IV cruzó la frontera con un ejército numeroso para distraer a los ingleses y presionar desde el norte.

La defensa del reino quedó en manos de Catalina de Aragón, que actuó como regente durante la ausencia del rey. Catalina organizó las tropas y el apoyo logístico para el ejército inglés, liderado por Thomas Howard, conde de Surrey.

La invasión escocesa terminó con la Batalla de Flodden, una de las mayores derrotas de Escocia ante Inglaterra. Allí murió el propio rey Jacobo IV, junto con miles de nobles y soldados escoceses. Esta victoria no solo garantizó la seguridad de Inglaterra durante la campaña francesa, sino que además dejó a Escocia políticamente debilitada durante años.

Paz diplomática

En 1514, el reinado de Enrique VIII entró en una fase de transición tras las grandes campañas militares del año anterior. Luego de los éxitos de 1513, como la victoria en la Batalla de las Espuelas contra Francia y la histórica derrota de Escocia en la Batalla de Flodden, Inglaterra se encontraba agotada financieramente y sin beneficios territoriales significativos que justificaran el costo de la guerra. Por ello, 1514 fue un año marcado por la búsqueda de paz, alianzas diplomáticas y reajustes internos.

Tras el desgaste económico de las campañas militares, el cardenal Thomas Wolsey, quien ya empezaba a ganar gran influencia sobre Enrique VIII, promovió un giro estratégico hacia la diplomacia. Comprendiendo que mantener la guerra contra Francia era insostenible, Wolsey negoció una paz con Francia, que se selló con una alianza matrimonial.

Ese mismo año, se acordó la boda entre la hermana menor de Enrique VIII, María Tudor, de 18 años, y el rey Luis XII de Francia, que tenía cerca de 52 años. El matrimonio se celebró en octubre de 1514 y fue un movimiento táctico para reforzar la paz y estabilizar las relaciones entre ambos reinos.

La boda de María Tudor con Luis XII fue breve en impacto, ya que el rey francés murió apenas unos meses después, en enero de 1515. Sin embargo, el enlace simbolizaba la voluntad de Enrique de reforzar la legitimidad internacional de los Tudor mediante matrimonios estratégicos.

Tras la muerte de Luis XII, el trono francés pasó a Francisco I, un joven rey ambicioso, carismático y guerrero, que buscaba restaurar el prestigio francés y expandir su influencia, especialmente en Italia. Francisco I se convirtió rápidamente en un rival directo para Enrique VIII, tanto en cuestiones territoriales como de prestigio personal, ya que ambos eran monarcas jóvenes y con sueños de gloria militar.

El ascenso de Francisco I rompió la estabilidad diplomática que Enrique VIII había intentado sostener con Francia. A partir de aquí, comenzaría una larga competencia entre ambos reyes, marcada por guerras, alianzas cambiantes y rivalidad personal, que duraría décadas.

Tras la muerte de Luis XII, María desafió las normas políticas de la época al casarse en secreto con Charles Brandon, duque de Suffolk, gran amigo de Enrique VIII. Aunque esto causó tensión inicial en la corte, Enrique finalmente perdonó a su hermana y al duque, mostrando flexibilidad familiar pese a la imprudencia del matrimonio no autorizado.

Thomas Wosley

Inicios de Thomas Wosley

En 1515, Thomas Wolsey alcanzó su máximo poder en la corte inglesa al ser nombrado Canciller de Inglaterra, además de haber sido designado Cardenal por el papa León X. Esto lo convirtió no solo en la figura política más influyente del reino después del rey, sino también en el hombre fuerte de la Iglesia en Inglaterra.

Wolsey centralizó la administración, reformó la gestión financiera del reino y se convirtió en el arquitecto de la política exterior inglesa. Desde ese momento, Enrique VIII confió casi plenamente en él para los asuntos de Estado, mientras el rey se dedicaba a disfrutar de su corte, el deporte y los torneos.

A partir de este año, Wolsey sería el encargado de gestionar las relaciones internacionales, mantener la paz o preparar futuras guerras, y negociar con las potencias extranjeras, incluyendo Francia, el Papado y el Sacro Imperio Romano Germánico.

El ascenso de Francisco I y sus victorias militares en Italia, como la importante Batalla de Marignano (septiembre de 1515), preocupaban a Enrique VIII y a otros gobernantes europeos. Francisco consolidaba su poder como rey guerrero, lo que amenazaba con desplazar a Inglaterra de su papel como potencia influyente en Europa.

El hecho más destacado de 1516 fue el nacimiento de la princesa María, el 18 de febrero en el Palacio de Greenwich. Tras varios embarazos fallidos y la muerte temprana de su único hijo varón (en 1511), este nacimiento fue recibido con alegría moderada en la corte, aunque con cierta decepción: Enrique VIII esperaba con ansias un heredero varón que asegurara la continuidad indiscutida de la dinastía Tudor.

A pesar de que María era saludable y Catalina de Aragón se recuperó bien del parto, la falta de un hijo varón comenzó a pesar cada vez más sobre el ánimo del rey y aumentó su preocupación por la sucesión. Aunque en ese momento Enrique seguía casado felizmente con Catalina, la ausencia de un heredero masculino legítimo sería el problema central de su reinado y el motivo que, años después, lo llevaría a buscar la anulación de su matrimonio.

En términos diplomáticos, 1516 fue también importante por los movimientos de poder en Europa. Ese año murió Fernando II de Aragón, padre de Catalina de Aragón, lo que convirtió a su nieto Carlos de Gante (futuro Carlos V, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico) en rey de España. Esto transformó a Carlos en uno de los monarcas más poderosos de Europa, uniendo bajo su control los territorios de Castilla, Aragón, Flandes y más adelante el Imperio.

Este cambio generó interés en Enrique VIII, que buscaba reforzar la relación con España a través de Catalina y su hija recién nacida. De hecho, desde 1516 se comenzó a considerar a María Tudor como una futura candidata para casarse con Carlos, lo que permitiría a Inglaterra una alianza privilegiada con la monarquía más poderosa del continente. Estos planes matrimoniales para la princesa María serían un tema diplomático recurrente en los años siguientes.

Además, en ese mismo año, se consolidó formalmente la paz entre Inglaterra y Francia con la firma del Tratado de Londres, una obra diplomática impulsada por Thomas Wolsey que buscaba garantizar la estabilidad entre las principales potencias europeas. Aunque esta paz sería frágil, le permitió a Enrique VIII concentrarse en la política interna y asegurar su posición sin necesidad de continuar con campañas militares costosas.

El Motín del Mal Mayo (Evil May Day)

Uno de los eventos más relevantes de 1517 fue el estallido de disturbios sociales en Londres conocidos como el Motín del Mal Mayo (Evil May Day), ocurrido el 1 de mayo de 1517. Se trató de una revuelta popular contra los extranjeros residentes en la ciudad, especialmente mercaderes y artesanos provenientes de países como Francia, Italia y los Países Bajos. Los londinenses, afectados por el desempleo y la crisis económica, culpaban a los extranjeros de quitarles trabajo y elevar los precios.

Aunque el motín fue contenido rápidamente por las autoridades, dejó al descubierto tensiones sociales graves y un clima de resentimiento económico dentro del reino. Enrique VIII respondió con dureza al principio, condenando a muerte a varios de los participantes, aunque más tarde, gracias a la intervención de Catalina de Aragón, muchos fueron perdonados, reforzando la imagen de la reina como defensora del pueblo.

En 1517, el cardenal Thomas Wolsey ya había alcanzado su apogeo como figura central del gobierno inglés. Además de ser Canciller de Inglaterra y Cardenal, Wolsey actuaba prácticamente como jefe de Estado en la administración diaria del reino. Durante este año, siguió fortaleciendo las finanzas del reino, reorganizando la justicia y promoviendo obras de beneficencia, pero también generando descontento entre sectores de la nobleza por su creciente autoridad y su estilo autoritario.

Wolsey, además, supervisó las relaciones exteriores, manteniendo la política de equilibrio entre Francia y el Imperio, aunque sin intervenciones militares directas ese año. Su habilidad diplomática aseguraba a Inglaterra un papel relevante en la política europea sin necesidad de grandes campañas bélicas.

Enrique VIII y Martín Lutero

En 1517, Lutero, monje agustino y profesor de teología en la Universidad de Wittenberg (Alemania), publicó sus famosas 95 tesis, en las que criticaba principalmente la venta de indulgencias y la corrupción de la Iglesia Católica. Esto dio origen a la Reforma protestante, un movimiento religioso, político y social que acabaría dividiendo a la cristiandad occidental.

Lutero defendía principios revolucionarios para la época, como:

  • La justificación por la fe (no por obras).
  • La supremacía de las Escrituras por sobre la autoridad papal.
  • El rechazo a varios sacramentos y prácticas católicas.

Sus ideas se expandieron rápidamente por toda Europa, generando alarma entre los defensores del catolicismo, incluyendo a Enrique VIII.

Respuesta de Enrique VIII

Enrique VIII fue criado y educado como un defensor del catolicismo tradicional. De hecho, su formación humanista y teológica fue tan sólida que, ante la expansión de las doctrinas luteranas, decidió responder personalmente.

En 1521, Enrique publicó una obra titulada "Assertio Septem Sacramentorum" ("Defensa de los Siete Sacramentos"), escrita en latín. Este libro fue una defensa directa de los dogmas católicos frente a los ataques de Lutero, reafirmando la validez de los siete sacramentos y la autoridad del Papa. Enrique sostenía que Lutero era un hereje peligroso que amenazaba la unidad de la Iglesia y el orden social. Se dice que quien le ayudó a redactar esta obra fue Tomás Moro, filósofo y teólogo de la época. 

Por esta defensa, el papa León X le otorgó a Enrique el prestigioso título de "Fidei Defensor" (Defensor de la Fe), título que todavía hoy conservan los monarcas británicos, aunque paradójicamente la Iglesia Anglicana ya no reconoce al papa como su autoridad.

Respuesta de Lutero

Martín Lutero no guardó silencio ante el ataque del rey inglés. Ese mismo año (1521), escribió un texto titulado "Contra el rey de Inglaterra", en el que no solo rechazaba los argumentos teológicos de Enrique, sino que además se burlaba del propio rey, tratándolo con sarcasmo y dureza, acusándolo de ignorancia y arrogancia.

Esto marcó un enfrentamiento público entre ambos, en el que Lutero veía a Enrique como uno más de los príncipes aliados del papado, y Enrique veía a Lutero como un hereje destructor del orden cristiano.

Cambios diplomáticos

El gran acontecimiento internacional de 1519 fue la muerte del emperador Maximiliano I del Sacro Imperio Romano Germánico en enero. Esto abrió el proceso para elegir a su sucesor, y fue una oportunidad que Enrique VIII no quiso desaprovechar.

Enrique, alentado por su consejero Thomas Wolsey, aspiró a convertirse en emperador del Sacro Imperio, lo que le habría dado un dominio inmenso sobre Europa y reforzado su prestigio internacional. Envió embajadores y ofreció grandes sumas de dinero para obtener apoyos entre los electores imperiales.

Sin embargo, la competencia era feroz: los otros candidatos eran nada menos que Francisco I de Francia y Carlos de Gante (nieto de Maximiliano, rey de España desde 1516 e hijo de Juana la Loca). Finalmente, Carlos fue elegido emperador Carlos V en junio de 1519, convirtiéndose en el monarca más poderoso de Europa al concentrar en su persona los tronos de España, el Sacro Imperio y los Países Bajos, entre otros.

La elección de Carlos V fue una gran derrota diplomática para Enrique VIII, que quedó relegado a un papel secundario frente a estos dos gigantes, Francisco I y Carlos V. Desde entonces, Inglaterra tuvo que moverse cuidadosamente en su política exterior, equilibrando alianzas entre Francia y el Imperio para evitar quedar aislada.

En lo interno, 1519 fue un año tranquilo para Inglaterra. Sin embargo, seguía sin resolverse la preocupación central del rey: la falta de un heredero varón. Catalina de Aragón, que ya había sufrido varios embarazos fallidos, no parecía capaz de darle al rey el sucesor masculino que tanto anhelaba. Aunque su hija María crecía sana, Enrique comenzaba a perder la esperanza de obtener un hijo varón legítimo con Catalina, aunque aún no había iniciado públicamente ninguna acción para disolver el matrimonio.

Además, este año marcó el momento en que Enrique VIII empezó a sentir de manera más profunda la necesidad de asegurar su legado dinástico, lo que más adelante derivaría en su famosa "Gran Cuestión del Rey": la búsqueda de anulación matrimonial para poder casarse con otra mujer que le diera el ansiado heredero.

En 1520 ocurrió la espectacular reunión diplomática entre Enrique VIII y Francisco I, conocida como el Camp du Drap d'Or (Campo del Paño de Oro), realizada entre el 7 y el 24 de junio cerca de Calais, en territorio francés.

Organizado principalmente por el cardenal Thomas Wolsey, este encuentro tuvo como objetivo reforzar la paz entre Inglaterra y Francia y mostrar el esplendor de ambas cortes. Fue una verdadera demostración de riqueza y poder, con torneos, banquetes, vestimentas lujosas, música, danzas y espectáculos diseñados para impresionar tanto a los asistentes como a toda Europa.

Aunque no se logró un acuerdo político concreto ni duradero, el evento fue fundamental para consolidar la imagen de Enrique VIII como monarca renacentista, rico, poderoso y digno de figurar entre los grandes soberanos europeos. El nombre del evento hace referencia a la enorme cantidad de telas doradas y ornamentación extravagante utilizadas en las carpas y vestimentas de los asistentes.

Antes y después del Camp du Drap d'Or, Enrique VIII también se reunió con Carlos V, el nuevo emperador del Sacro Imperio Romano Germánico y rey de España, quien era sobrino de Catalina de Aragón. Estos encuentros, celebrados en Dover y Gravelinas, fueron estratégicos: Enrique procuraba no alinearse abiertamente ni con Francia ni con el Imperio, sino mantener su papel de árbitro entre ambos para aumentar el prestigio inglés y obtener beneficios políticos y económicos.

Estas dos alianzas rivales (Carlos V y Francisco I) competían por la supremacía europea, y Enrique intentó usar esa rivalidad en su favor para mantener a Inglaterra como una potencia equilibrante en el tablero continental.

A nivel diplomático, 1520 fue un año brillante para la imagen internacional de Inglaterra, pero superficial en resultados prácticos. Pese a las fastuosas ceremonias y promesas de amistad, la paz entre Francia y el Imperio se rompió rápidamente, y Enrique terminó acercándose cada vez más a Carlos V, lo que condicionaría el rumbo político de los años siguientes.

En los hechos, el Camp du Drap d'Or no evitó la reanudación de los conflictos entre Francisco I y Carlos V, pero sí permitió que Inglaterra jugara un papel momentáneo de prestigio en Europa, con Enrique VIII exhibiéndose como un monarca culto, sofisticado y poderoso.

Ana Bolena

Ana Bolena nació alrededor de 1501 en una familia noble menor pero en ascenso. Su padre, Thomas Boleyn, era diplomático y cortesano con ambiciones políticas, lo que permitió que Ana recibiera una educación de alto nivel para la época. Pasó su juventud en las cortes europeas, primero en los Países Bajos y luego en Francia, donde adquirió refinamiento cultural, dominio del idioma francés, conocimientos de moda, música y conversación cortesana. Estos años moldearon su carácter sofisticado y seguro, muy diferente al de otras damas de la corte inglesa.

Ana Bolena regresó a Inglaterra en torno a 1522 y se integró como dama de compañía de la reina Catalina de Aragón. Desde su llegada, Ana destacó por su elegancia, su agudo ingenio y su habilidad para desenvolverse en el entorno político cortesano. No era la más bella según los estándares de la época, pero sí era carismática, seductora y con una notable capacidad para captar la atención masculina, incluyendo la del propio rey.

En ese momento, Enrique VIII mantenía una relación extramatrimonial con María Bolena, hermana de Ana, pero Ana no se dejó involucrar fácilmente como simple amante del rey. Por el contrario, se negó a convertirse en su amante y logró que Enrique la persiguiera con insistencia, lo que despertó aún más su deseo.

Hacia 1525, Enrique VIII se enamoró profundamente de Ana Bolena. Ella, lejos de aceptar los avances del rey de inmediato, se mantuvo distante, exigiendo respeto a su reputación y negándose a ser una simple concubina. Su objetivo (y probablemente el de su familia) era mucho mayor: casarse con Enrique y convertirse en reina de Inglaterra.

Enrique, cada vez más frustrado por la falta de un heredero varón con Catalina de Aragón y atraído por la energía y juventud de Ana, comenzó a considerar seriamente la posibilidad de anular su matrimonio. Así surgió lo que después se conoció como el "Gran Asunto del Rey": su intento por disolver el matrimonio con Catalina bajo el argumento de que era inválido desde el principio, ya que ella había estado casada anteriormente con su hermano Arturo.

Argumentos de la iglesia 

Cuando Enrique se casó con Catalina en 1509, ella ya había sido esposa de su hermano Arturo, lo que canónicamente impedía el matrimonio entre Enrique y Catalina (según Levítico 20:21

“Si alguno toma la mujer de su hermano, comete impureza; descubrir la desnudez de su hermano, quedarán sin hijos.”

Sin embargo, antes del matrimonio, el papa Julio II concedió una dispensa papal que autorizaba la unión, considerando que el matrimonio previo no se había consumado.

Catalina siempre juró, incluso bajo juramento solemne, que su matrimonio con Arturo nunca fue consumado. Si esto era cierto, no existía impedimento canónico para casarse con Enrique, y por tanto, la dispensa papal había sido correcta.

Si bien Enrique alegaba el texto de Levítico 20:21, la Iglesia defendía que este debía interpretarse bajo la autoridad del Papa y de la tradición canónica, que admitía dispensas en estos casos.

Argumentos de Enrique

Enrique VIII defendía que su matrimonio con Catalina había sido, desde el principio, nulo e inválido, con base en razones bíblicas, legales y personales. El papa Julio II nunca debió haber concedido la dispensa, porque iba en contra de la ley de Dios (y, según Enrique, ni siquiera el papa podía dispensar un mandato divino). Si la dispensa fue inválida desde el inicio, entonces el matrimonio también lo era.

Ana no solo fue el motivo sentimental detrás de la búsqueda del divorcio; también influyó en Enrique en términos políticos e ideológicos. Ana simpatizaba con las corrientes reformistas que circulaban en Europa, críticas al papado y favorables a que los monarcas tuvieran mayor control sobre la iglesia de sus reinos. No era propiamente protestante en el sentido luterano, pero apoyaba ideas de renovación religiosa que cuestionaban la autoridad absoluta de Roma.

Divorcio con Catalina de Aragón

En mayo de 1527, bajo la dirección del cardenal Thomas Wolsey, se convocó un tribunal eclesiástico secreto en Inglaterra para estudiar la validez del matrimonio entre Enrique y Catalina. Este tribunal fue presidido por Wolsey mismo y contó con la participación del obispo de Bayona, representante diplomático francés.

Aunque fue un procedimiento discreto, su objetivo era claro: establecer, desde Inglaterra, la base legal para solicitar la anulación al papa Clemente VII, utilizando el argumento de que el matrimonio violaba la ley divina (por la unión previa de Catalina con Arturo) y que la dispensa papal de Julio II era inválida.

Aquí surgió el gran obstáculo: Catalina de Aragón era tía del emperador Carlos V, quien, ese mismo año (1527), había invadido Italia y, en mayo, llevó a cabo el Saqueo de Roma, tomando al papa Clemente VII prácticamente como prisionero.

Esto fue determinante: el papa, bajo presión total del emperador, no podía conceder la anulación sin provocar una crisis política gravísima con Carlos V, el hombre más poderoso de Europa. Esto bloqueó cualquier posibilidad de una decisión papal favorable para Enrique VIII.

Catalina de Aragón, al darse cuenta de las intenciones de Enrique, se negó rotundamente a aceptar cualquier nulidad. Insistió en que:

  • Su matrimonio con Arturo no fue consumado.
  • Su matrimonio con Enrique era plenamente válido y legítimo.
  • Defendería su dignidad y la de su hija María, cuya legitimidad también estaba en juego.

Catalina se convirtió así en un símbolo de resistencia legal y moral, defendiendo su causa con firmeza ante la corte y el papado.

En 1527, Ana Bolena pasó de ser una figura cortesana a convertirse en la futura prometida del rey. Aunque todavía no estaban casados, Enrique empezó a mostrarse abiertamente con ella, y Ana comenzó a ocupar un lugar central en la corte, desplazando a Catalina emocional y políticamente.

Para intentar resolver el caso, el papa Clemente VII, aún bajo la fuerte influencia de Carlos V tras el Saqueo de Roma (1527), envió dos legados papales a Inglaterra para estudiar el asunto directamente:

  • Cardenal Lorenzo Campeggio, enviado desde Roma.
  • Cardenal Thomas Wolsey, actuando como representante inglés del papado.

El plan era que ambos cardenales formaran un tribunal especial en Londres para juzgar la validez del matrimonio entre Enrique y Catalina.

Sin embargo, antes de partir, Campeggio recibió instrucciones secretas del papa: no debía tomar ninguna decisión definitiva. La estrategia de Roma era simplemente ganar tiempo, evitando pronunciarse abiertamente para no provocar a Carlos V ni perder la lealtad de Inglaterra.

Aunque Campeggio llegó a Inglaterra y participó en las primeras fases del tribunal, pronto quedó claro que no habría resolución inmediata. El cardenal no tenía autorización para fallar y se limitó a dilatar el proceso con excusas legales y religiosas, generando frustración en Enrique y provocando las primeras dudas sobre la eficacia de Wolsey como su principal consejero.

Dificultades con la iglesia

Hasta este momento, Enrique VIII había intentado resolver su problema matrimonial dentro del marco del derecho canónico, esperando que el papa autorizara la anulación de su matrimonio con Catalina de Aragón. Sin embargo, en 1529 quedó claro que no habría solución favorable desde Roma y que el rey debía buscar un camino alternativo si quería casarse con Ana Bolena.

El proceso duró semanas, pero, cumpliendo órdenes secretas del papa Clemente VII, Campeggio lo suspendió repentinamente en julio de 1529, alegando la llegada del receso estival romano. Este cierre abrupto dejó claro que el tribunal inglés no tenía autoridad para resolver el caso y que cualquier decisión debía tomarse en Roma, donde el papa, dominado por Carlos V, jamás fallaría contra su tía Catalina.

La caída de Thomas Wolsey

El fracaso del tribunal fue interpretado como un desastre personal para Wolsey, quien hasta ese momento había sido el hombre de confianza de Enrique y artífice de su política exterior e interior.

Enrique, frustrado por la falta de resultados y presionado por Ana Bolena y su entorno, responsabilizó a Wolsey del fracaso. Lo acusó de traición (aunque las pruebas eran escasas), lo despojó de todos sus cargos y propiedades, y lo confinó al exilio interno. Wolsey moriría poco después, en 1530, camino a Londres, para enfrentar nuevos cargos.

Con la caída de Wolsey, Ana Bolena ganó aún más influencia, y Enrique comenzó a rodearse de hombres favorables a romper definitivamente con Roma, como Thomas Cromwell y Thomas Cranmer.

En octubre de 1529, Enrique convocó al llamado Parlamento de Reforma, que permanecería activo durante varios años y que sería clave para aprobar las leyes que desmantelarían la autoridad papal en Inglaterra y permitirían al rey controlar la Iglesia del reino.

Aunque en 1529 aún no se dictaron las leyes más radicales, ya comenzaron los primeros pasos para atacar las riquezas y privilegios del clero y limitar el poder judicial eclesiástico.

Tomás Moro

En 1530, buscando reforzar sus argumentos, Enrique encargó a prestigiosas universidades de Europa, como Oxford, Cambridge, París y Bolonia, opiniones jurídicas y teológicas sobre la validez de su matrimonio con Catalina de Aragón.

El objetivo era demostrar, mediante la autoridad académica, que el matrimonio era inválido según las Escrituras (especialmente basándose en Levítico 20:21) y que el papa nunca tuvo poder para dispensar un mandato divino.

Algunas universidades, bajo presión diplomática y pagos de la corona inglesa, emitieron dictámenes favorables a Enrique, lo que permitió sostener, al menos teóricamente, que había fundamento legal y teológico para anular el matrimonio sin intervención papal.

Tras la caída de Wolsey, Enrique VIII nombró a Tomás Moro como Lord Canciller. Fue el primer laico en ocupar ese cargo tan alto. Moro fue canciller durante los primeros años del proceso de anulación del matrimonio.

Enrique VIII conoció a More antes de ser rey, y desde que accedió al trono en 1509, lo tuvo entre sus consejeros más cercanos. Compartían interés por la teología, las letras clásicas y la política. More incluso colaboró en textos contra Martín Lutero, defendiendo junto al rey los dogmas católicos frente a la Reforma protestante.

Enrique confiaba tanto en él que lo nombró Canciller de Inglaterra en 1529, tras la caída de Thomas Wolsey, siendo el primer laico en ocupar ese cargo tan alto, que combinaba funciones judiciales y políticas.

Durante estos años, parecía que Enrique había encontrado en Tomás Moro no solo un gran servidor, sino también un amigo y consejero moral de primer nivel.

La relación comenzó a deteriorarse cuando Enrique VIII inició su intento de anular su matrimonio con Catalina de Aragón para casarse con Ana Bolena.

Tomás Moro, como jurista y teólogo fiel a la autoridad del papa y a la doctrina católica, consideraba inválido cualquier intento de anulación si no contaba con la aprobación de Roma. Además, rechazaba de manera absoluta la idea de que el rey pudiera proclamarse Cabeza Suprema de la Iglesia de Inglaterra, usurpando las funciones del papa.

Aunque al principio More intentó mantenerse al margen, en 1532, viendo que la situación era insostenible, renunció al cargo de Canciller, alegando razones de salud, pero todos sabían que era por motivos de conciencia ante los planes de Enrique.

Tras la renuncia de Tomás Moro, el cargo de Lord Canciller fue asumido por Thomas Audley, quien apoyó plenamente la política reformista de Cromwell y Enrique VIII.


Thomas Cromwell

Thomas Cromwell nació alrededor de 1485, hijo de un herrero y cervecero de Putney, lo que le daba un origen social muy inferior al de los grandes nobles de la corte. De joven viajó por Europa, especialmente por Italia y Países Bajos, donde trabajó como mercenario, comerciante y agente financiero. Durante esos años adquirió conocimientos profundos en derecho civil, comercio internacional, idiomas y administración, formándose como un verdadero hombre del Renacimiento.

Esta experiencia internacional y su talento jurídico lo convirtieron en un personaje muy hábil para los negocios legales y políticos, lo que lo llevó, de regreso a Inglaterra, a ponerse al servicio de Thomas Wolsey, entonces el hombre más poderoso del reino después del rey.

En torno a 1516-1517, Cromwell ingresó al servicio de Wolsey como asesor legal. Se destacó como un excelente administrador en las reformas que Wolsey impulsaba sobre propiedades eclesiásticas y fundaciones educativas.

Durante los años 1520, Cromwell fue ascendiendo posiciones como abogado, gestor financiero y consejero político, convirtiéndose en una figura clave dentro de la maquinaria de poder del cardenal.

Cuando en 1529 Wolsey cayó en desgracia por no lograr la anulación del matrimonio del rey con Catalina de Aragón, Cromwell mostró su inteligencia y pragmatismo: supo desligarse a tiempo de su antiguo patrón y ofrecer sus servicios directamente a Enrique VIII.

Cromwell entró en el Parlamento, donde se destacó rápidamente como orador y jurista, defendiendo leyes que limitaban los privilegios del clero y favorecían la autoridad del rey. Llegó a ser Principal Secretario del Rey y luego Vicegerente en Asuntos Espirituales, pero no fue canciller. A pesar de eso, Cromwell fue el hombre más poderoso del reino entre 1532 y 1540, diseñando las leyes de la Reforma y organizando la administración real, pero oficialmente no ocupó el cargo de canciller.

Consciente de que Enrique buscaba la manera de anular su matrimonio sin depender del papa, Cromwell le ofreció una solución radical y revolucionaria: si el papa no concedía la anulación, entonces Inglaterra debía negar la autoridad papal y el rey debía asumir el control absoluto de la Iglesia en su reino.

Este planteamiento fue decisivo. Mientras otros buscaban convencer a Roma o mantener cierta dependencia de la curia, Cromwell propuso la base legal para lo que se convertiría en el Cisma de Inglaterra.

Leyes de Cromwell

A partir de 1532, Thomas Cromwell diseñó y puso en marcha una serie de leyes fundamentales para asegurar la independencia de Inglaterra respecto de Roma y consolidar el poder absoluto de Enrique VIII sobre la Iglesia. La primera gran medida fue la Ley de Restricción de Apelaciones, aprobada en 1533, que establecía que ningún proceso judicial, incluyendo los asuntos matrimoniales y eclesiásticos, podía ser apelado fuera del reino, especialmente ante el papa. Con esta norma, Cromwell impidió que Catalina de Aragón llevara su causa matrimonial ante Roma y garantizó que el juicio de anulación del matrimonio se resolviera únicamente bajo la autoridad inglesa. Esto significaba, en términos prácticos, que Inglaterra dejaba de reconocer cualquier jurisdicción papal sobre su territorio, creando así las bases legales para romper con la autoridad de la Santa Sede.

En 1534, Cromwell llevó al Parlamento una de las leyes más trascendentales de la historia inglesa: la Ley de Supremacía. A través de esta legislación, Enrique VIII fue declarado oficialmente como el "Único y Supremo Cabeza en la Tierra de la Iglesia de Inglaterra", lo que lo convertía en la máxima autoridad religiosa del reino, desplazando por completo al papa. Esta ley no solo consolidó la independencia eclesiástica de Inglaterra, sino que otorgó al rey plenos poderes sobre la organización, doctrina, administración y bienes de la Iglesia dentro de su territorio. La autoridad espiritual y temporal quedaba así unificada bajo la figura del monarca.

Esto afectó enormemente a la figura de Tomás Moro pues esta ley exigió a todos los funcionarios y personas de relevancia que juraran acatar tanto la legitimidad del matrimonio del rey con Ana Bolena como su supremacía sobre la Iglesia.

Tomás Moro se negó a jurar. No pronunció discursos públicos contra el rey ni conspiró, pero su silencio fue interpretado como traición. Para Enrique, no bastaba con la obediencia exterior: quería que todos validaran y reconocieran su autoridad absoluta, y el prestigio moral de Tomás Moro hacía que su negativa fuera especialmente peligrosa.

Tomás Moro fue arrestado y encarcelado en la Torre de Londres durante más de un año. En 1535, fue juzgado por alta traición por negarse a jurar la Ley de Sucesión y la Ley de Supremacía.

El juicio fue una farsa legal. Se usaron testigos falsos y pruebas débiles. Aun así, Moro mantuvo su postura con dignidad y defendió que no podía reconocer legalmente lo que contradecía las leyes de Dios y la autoridad espiritual del papa.

Fue condenado a muerte y ejecutado el 6 de julio de 1535. Antes de morir, pronunció sus célebres palabras:

"Muero como buen servidor del rey, pero primero de Dios."

La ejecución de Tomás Moro fue vista como una de las mayores injusticias del reinado de Enrique VIII y mostró hasta qué punto el rey estaba dispuesto a eliminar cualquier obstáculo moral o político que cuestionara su autoridad. 

Ese mismo año, también se aprobó la Ley de Sucesión, una norma crucial para los intereses personales y dinásticos de Enrique VIII. Esta ley declaraba inválido su matrimonio con Catalina de Aragón y reconocía como legítima la unión con Ana Bolena, asegurando que los hijos nacidos de esta segunda unión —como Isabel— serían los herederos legítimos al trono. Además, la ley obligaba a todos los súbditos a jurar lealtad a la nueva sucesión, convirtiendo cualquier oposición en un acto de traición castigable con la muerte.

Por último, en 1534, Cromwell impulsó la Ley de los Primeros Frutos y Décimas, mediante la cual los ingresos que el clero inglés debía enviar tradicionalmente al papa —como los impuestos eclesiásticos conocidos como los "primeros frutos" y las "décimas"— pasaron a ser percibidos directamente por la Corona. Esto permitió que Enrique VIII obtuviera grandes beneficios económicos, debilitando aún más el poder de Roma en Inglaterra y fortaleciendo las finanzas del reino tras la ruptura.

Estas leyes, todas ideadas, promovidas y ejecutadas bajo la dirección de Thomas Cromwell, no solo permitieron que Enrique VIII lograra la anulación de su matrimonio y pudiera casarse con Ana Bolena, sino que también sentaron las bases legales y políticas para la Reforma inglesa, transformando radicalmente la relación entre el poder real y la Iglesia, y estableciendo un modelo de monarquía absoluta en materia religiosa dentro de Inglaterra.


Ruptura con la iglesia

En 1533, una vez aprobada la Ley de Restricción de Apelaciones, Enrique VIII pudo finalmente consumar su plan: su matrimonio con Catalina de Aragón fue declarado nulo por el arzobispo de Canterbury, Thomas Cranmer, actuando ya sin intervención de Roma. Poco después, Enrique contrajo matrimonio oficial con Ana Bolena, quien fue coronada reina en junio de ese mismo año. La unión fue legitimada, y cuando Ana dio a luz a Isabel en septiembre de 1533, se confirmó el nuevo orden dinástico, aunque la ausencia de un heredero varón siguió siendo una fuente de preocupación para el rey.

A partir de 1536, bajo la dirección de Thomas Cromwell, Enrique VIII llevó a cabo uno de los procesos más radicales y lucrativos de su reinado: la Disolución de los Monasterios. En una serie de visitas, inspecciones y reformas, los monasterios fueron acusados de corrupción, herejía y desorden moral como justificación para su cierre. A partir de estas acusaciones, sus propiedades, riquezas y tierras fueron confiscadas por la Corona. Esto no solo enriqueció al rey y a la nobleza leal, sino que desmanteló la red monástica que había sostenido la vida religiosa, social y caritativa en Inglaterra durante siglos.

Las reformas religiosas de Enrique provocaron una revuelta popular conocida como la Peregrinación de Gracia, especialmente en el norte de Inglaterra. Miles de campesinos, clérigos y nobles se alzaron en protesta contra la disolución de los monasterios y los cambios radicales en la Iglesia. Aunque inicialmente Enrique prometió diálogo y perdón, finalmente aplastó la rebelión con violencia, ejecutando a los líderes y reafirmando su autoridad absoluta.

Caída de Ana Bolena

Pese a sus esperanzas, Ana Bolena no logró darle a Enrique un heredero varón. Tras varios embarazos fallidos y el creciente desinterés del rey, Ana cayó en desgracia. En 1536, fue acusada de adulterio, incesto y traición, en un proceso ampliamente manipulado y orquestado por los enemigos políticos de Ana y los aliados del rey. Fue ejecutada el 19 de mayo de 1536, y apenas días después Enrique se casó con Juana Seymour, quien finalmente le dio el tan ansiado heredero varón, el futuro Eduardo VI, nacido en 1537.

Juana de Seymour

Juana Seymour nació hacia 1508 en una familia noble tradicional, pero de bajo perfil político en comparación con los Bolena. Su familia era leal a la Corona y se caracterizaba por su cercanía a valores más conservadores y católicos, aunque durante su ascenso supieron alinearse con las reformas del rey. Juana fue dama de compañía, primero de Catalina de Aragón, luego de Ana Bolena, lo que la situó en una posición privilegiada dentro de la corte.

A diferencia de Ana Bolena, Juana se presentaba como el ideal de virtud femenina del momento: modesta, tranquila, obediente, piadosa y discreta. Su carácter y conducta la hicieron atractiva a Enrique VIII, especialmente cuando su relación con Ana Bolena comenzó a deteriorarse, debido tanto a la falta de un heredero varón como a la personalidad desafiante de Ana.

Enrique conoció a Juana durante los últimos años de su matrimonio con Ana Bolena, probablemente alrededor de 1535. Juana, siendo dama de Ana, se destacó rápidamente por su serenidad y compostura, cualidades que contrastaban con la fuerte personalidad de la reina.

Enrique, frustrado por los fracasos de Ana para darle un hijo varón y cansado de las tensiones políticas que rodeaban a los Bolena, encontró en Juana un modelo de estabilidad. Hacia 1536, ya era claro que Juana había capturado la atención y afecto del rey. Algunos historiadores consideran que Juana actuó conscientemente para ganar el favor real, pero sin mostrarse abiertamente como una rival política, lo que le permitió avanzar con cautela y sin el rechazo inicial que enfrentó Ana.

Matrimonio 

El matrimonio entre Enrique y Juana fue breve, pero políticamente exitoso. Juana cumplió con el papel que Enrique más valoraba: ser madre de un hijo varón. En octubre de 1537, Juana dio a luz al príncipe Eduardo, futuro Eduardo VI, lo que colmó las expectativas dinásticas del rey. La llegada del heredero varón fue motivo de grandes celebraciones y alivio para el monarca, que veía por fin asegurada la continuidad de su linaje.

A nivel personal, parece que Enrique tuvo un afecto genuino por Juana, tal vez más que por sus esposas anteriores. Después de la muerte de Juana, Enrique la recordó como su "verdadera esposa" por haber cumplido con el deber que más deseaba: darle un hijo.

Sin embargo, la felicidad fue breve. Juana murió el 24 de octubre de 1537, solo 12 días después de dar a luz a Eduardo, debido a complicaciones del parto, posiblemente fiebre puerperal. Fue la única de las seis esposas de Enrique que murió por causas naturales durante el matrimonio.

Su muerte afectó profundamente a Enrique. Nunca volvió a mostrar el mismo entusiasmo o afecto por ninguna de sus esposas posteriores. Incluso ordenó que, cuando muriera, fuera enterrado junto a ella, lo que se cumplió en 1547, cuando ambos fueron sepultados en la Capilla de San Jorge del Castillo de Windsor.

Ana de Cleves

Después de la muerte de Juana, Enrique guardó un luto sincero y prolongado. Mientras tanto, se centró en asegurar la protección y crianza de su hijo, el príncipe Eduardo, quien era visto como la joya de la dinastía Tudor.

El nacimiento de Eduardo consolidó momentáneamente la estabilidad del trono, y aunque la salud del niño sería delicada desde su infancia, su existencia representaba la continuidad dinástica que tanto había obsesionado a Enrique.

En busca de una alianza estratégica con los príncipes protestantes de Alemania, y aconsejado por Thomas Cromwell, Enrique aceptó casarse con Ana de Cleves, una noble alemana. Sin embargo, cuando Ana llegó a Inglaterra, Enrique se sintió profundamente decepcionado con su aspecto físico y la falta de atractivo personal que él esperaba.

El matrimonio fue consumado a regañadientes, pero duró solo unos meses. En julio de 1540, fue anulado bajo el argumento de que no había sido consumado. Ana aceptó la anulación y vivió tranquila en Inglaterra con una generosa pensión. El fracaso de esta alianza debilitó gravemente a Thomas Cromwell, quien poco después fue arrestado y ejecutado por orden del rey, acusado de traición.

Tras la caída de Cronwell, Enrique VIII nombró Canciller de Inglaterra al filósofo Tomás Moro. Siendo el primer laico en ocupar ese cargo tan alto, que combinaba funciones judiciales y políticas.

Durante estos años, parecía que Enrique había encontrado en Tomás Moro no solo un gran servidor, sino también un amigo y consejero moral de primer nivel.

Catalina Howard

Catalina Howard nació alrededor de 1521, proveniente de una familia noble, siendo sobrina del poderoso Thomas Howard, duque de Norfolk. Los Howard eran una de las familias más influyentes de Inglaterra y vieron en Catalina la oportunidad perfecta para devolver prestigio a su linaje, especialmente después de la caída y ejecución de Ana Bolena, prima de Catalina.

Desde joven, Catalina fue educada en la casa de la duquesa viuda de Norfolk, donde llevó una vida relativamente descuidada, con escasa supervisión. Durante su adolescencia tuvo relaciones con varios hombres antes de llegar a la corte, lo que más adelante jugaría un papel clave en su trágico destino.

Catalina llegó a la corte como dama de compañía de Ana de Cleves, cuarta esposa de Enrique VIII. El matrimonio con Ana había sido un fracaso absoluto para el rey, que se sintió profundamente decepcionado con ella desde el primer encuentro en 1540. Sin embargo, la presencia joven, atractiva y alegre de Catalina Howard capturó rápidamente la atención del monarca, que por entonces tenía casi 50 años, sufría obesidad severa y problemas de salud crónicos.

Catalina tenía aproximadamente 19 años cuando comenzó a recibir los favores del rey, y para Enrique fue como un renacer emocional: la llamaba "rosa sin espinas" y se mostraba enamorado como no se le había visto desde los tiempos de Ana Bolena.

Enrique anuló su matrimonio con Ana de Cleves en julio de 1540, y solo unas semanas después, el 28 de julio de 1540, se casó con Catalina Howard.

El rey estaba profundamente encariñado con su nueva esposa, colmándola de regalos, joyas y títulos para su familia. Durante un tiempo breve, el ambiente en la corte fue de alegría y celebración. Enrique, envejecido y enfermo, revivía a través de Catalina un ideal juvenil, mientras ella disfrutaba de los privilegios y el poder de ser reina.

Pero la felicidad duró poco. Catalina Howard no abandonó del todo las costumbres de su juventud. Apenas casada con Enrique, retomó relaciones clandestinas, especialmente con Thomas Culpeper, uno de los caballeros más cercanos al rey. Además, salieron a la luz sus antiguos romances, especialmente con Francis Dereham, con quien había tenido una relación seria antes de llegar a la corte.

Catalina fue arrestada y acusada formalmente de alta traición por adulterio, lo que, bajo la ley de la época, significaba la pena de muerte, ya que el adulterio de la reina era considerado traición al Estado por poner en riesgo la legitimidad de la sucesión.

El 13 de febrero de 1542, Catalina Howard, con apenas 21 años, fue ejecutada en la Torre de Londres. Se dice que antes de morir pronunció estas palabras:

"Muero siendo la reina del rey, pero hubiera preferido morir siendo la esposa de Culpeper."

Junto con ella fueron ejecutados Thomas Culpeper y Francis Dereham, los hombres implicados en sus relaciones amorosas.

En 1541, comenzaron a circular rumores sobre su conducta. Una investigación secreta, encabezada por Thomas Cranmer, recopiló pruebas y confesiones. Cuando Enrique recibió la noticia, quedó devastado. Según los cronistas, lloró públicamente y no podía creer que, después de tanto afecto y generosidad, Catalina lo hubiera traicionado.

Catalina Parr

Catalina Parr nació en 1512, hija de una familia noble con sólidas conexiones cortesanas. Era culta, inteligente, devota y con inclinaciones reformistas moderadas. Había enviudado dos veces antes de casarse con el rey y, de hecho, antes de que Enrique VIII la pretendiera, estaba enamorada de Thomas Seymour, hermano de Juana Seymour (tercera esposa del rey).

A diferencia de otras esposas de Enrique, Catalina Parr era madura (alrededor de 31 años cuando se casó), discreta y con experiencia política. Entendía perfectamente los peligros de la corte y el carácter impredecible del rey. Más que por amor, aceptó casarse por sentido del deber, consciente de que rechazar al rey podría haber sido peligroso.

Catalina Parr se casó con Enrique VIII el 12 de julio de 1543, convirtiéndose en su sexta y última esposa. Para entonces, Enrique estaba físicamente deteriorado, sufría de obesidad mórbida, úlceras dolorosas en las piernas y un carácter irascible y paranoico.

Catalina asumió un papel de cuidadora y compañera. Además de atender al rey durante sus enfermedades, aportó paz y estabilidad emocional a los últimos años del monarca. Era educada y piadosa, y se encargó de la administración de la corte, ganándose el respeto tanto de los nobles como de los hijos del rey.

Catalina logró muchas cosas importantes.

Reconcilió al rey con sus hijas, María e Isabel, que habían sido desheredadas y marginadas tras las caídas de sus madres, Catalina de Aragón y Ana Bolena. Gracias a ella, ambas fueron reincorporadas a la sucesión mediante la Tercera Ley de Sucesión (1543).

Fomentó un ambiente de mayor cultura en la corte, promoviendo el estudio de la religión y la traducción de textos bíblicos al inglés.

Apoyó discretamente las ideas reformistas protestantes, aunque con prudencia para no provocar al rey, que aún mantenía prácticas católicas.

Se convirtió prácticamente en regente cuando Enrique partió a su última campaña militar en Francia en 1544, administrando los asuntos del reino durante su ausencia.

A pesar de su prudencia, los sectores católicos conservadores de la corte intentaron acusarla de herejía debido a sus simpatías reformistas y su participación en debates teológicos. En 1546, estuvo a punto de ser arrestada por orden del rey, influenciado por estos grupos.

Sin embargo, Catalina supo actuar con inteligencia. Se sometió humildemente ante Enrique, asegurando que sus comentarios sobre religión eran solo para distraerlo y aliviar sus dolores, no para discutir o desafiar su autoridad. Esta hábil maniobra le salvó la vida, y Enrique desestimó las acusaciones en su contra.

Últimos años

Los últimos años de Enrique VIII fueron un triste ocaso para un rey que había comenzado su reinado con vigor y esplendor. Aquejado por una obesidad desmesurada que llevó su cintura a medir cerca de 137 centímetros, su cuerpo se convirtió en una prisión dolorosa, marcado por una profunda herida en la pierna tras un accidente de justa en 1536, que jamás cicatrizó del todo y que, lentamente, fue consumiéndolo. Postrado, con úlceras abiertas y envuelto en el hedor de infecciones permanentes, su carácter se tornó irascible y desconfiado, mientras veía desvanecerse la imagen de aquel monarca atlético y carismático que había sido. A este tormento físico se sumaron los rumores de que podría haber padecido sífilis, enfermedad que, según teorías surgidas un siglo después de su muerte, habría dejado su marca incluso en sus hijos, cuyos destinos trágicos parecieron prolongar la desdicha de su linaje.

Enrique murió el 28 de enero de 1547, en el palacio de Whitehall, justamente el día en que su padre habría cumplido noventa años, cerrando así el ciclo de una dinastía que había nacido para traer estabilidad, pero que parecía condenada a la ruina. Su cuerpo fue sepultado en la Capilla de San Jorge, en el castillo de Windsor, junto a su tercera esposa, Juana Seymour, la única que le dio un hijo varón, pero al precio de su propia vida. En esa tumba, el rey descansó al fin, rodeado no de gloria, sino del recuerdo de seis matrimonios rotos por la tragedia y el desengaño.

Sin embargo, la muerte de Enrique no trajo paz al reino. Apenas su aliento se apagó, se puso en marcha la compleja maquinaria sucesoria que él mismo había diseñado, como si hubiera sabido que sus descendientes vivirían atrapados en un juego cruel de poder y fe. Así, el trono pasó a su único hijo varón, el frágil Eduardo VI, un niño de apenas nueve años, enfermo y débil, incapaz de sostener por sí solo el peso de una corona manchada por la sangre de las reformas religiosas. Gobernó en su nombre un Consejo de Regencia, con el duque de Somerset, hermano de Juana Seymour, como lord protector, aunque ni siquiera ellos pudieron evitar que el reino se sumiera en disputas y revueltas.

La propia Ley de Sucesión de 1544 preveía un futuro marcado por la incertidumbre: si Eduardo moría sin descendencia, la corona debía pasar a María Tudor, hija de Catalina de Aragón, y si ella también quedaba sin herederos, el trono pasaría a Isabel Tudor, hija de Ana Bolena. Si ambas fallaban, la corona recaería en los descendientes de María Estuardo, sobrina del propio Enrique. Así quedaba trazado el destino de Inglaterra: una línea sucesoria construida sobre los escombros de matrimonios anulados, ejecuciones, traiciones y desamores, como si cada nombre en ese orden de herencia llevara consigo la sombra del fracaso del rey que tanto había luchado por perpetuar su dinastía.

Anglicanismo

El anglicanismo es la doctrina y práctica religiosa surgida de la Iglesia de Inglaterra tras la ruptura con la Iglesia Católica Romana durante el reinado de Enrique VIII en el siglo XVI. Su origen no fue inicialmente doctrinal, sino político y personal, cuando Enrique VIII buscó anular su matrimonio con Catalina de Aragón, y al no obtener la aprobación del papa Clemente VII, impulsó el Acta de Supremacía (1534), declarándose Cabeza Suprema de la Iglesia de Inglaterra, separando así jurídicamente a su reino de la autoridad papal. 

Aunque en tiempos de Enrique la nueva iglesia conservó muchas prácticas católicas, como la estructura episcopal, la misa y los sacramentos, el rechazo a la autoridad de Roma y el control del rey sobre los asuntos religiosos sentaron las bases de lo que se conocería como anglicanismo. Este se consolidó progresivamente como una vía intermedia entre el catolicismo y el protestantismo, manteniendo elementos tradicionales como los obispos, la liturgia solemne y ciertas creencias apostólicas, pero incorporando principios reformistas como la lectura de la Biblia en lengua vernácula, el rechazo a la supremacía papal y la aceptación del matrimonio clerical. Su evolución se profundizó durante los reinados de Eduardo VI, con claras reformas protestantes, y de Isabel I, quien afirmó la identidad anglicana a través del Libro de Oración Común y los Treinta y Nueve Artículos de Religión, textos fundamentales que definieron su doctrina y liturgia. 

Actualmente, el anglicanismo se extiende mundialmente a través de la Comunión Anglicana, una federación de iglesias autónomas presente en más de 165 países, encabezada simbólicamente por el monarca británico, hoy (2025) Carlos III, como Gobernador Supremo de la Iglesia, y liderada espiritualmente por el Arzobispo de Canterbury, combinando así su raíz histórica como iglesia nacional con su expansión global como una tradición cristiana que se ubica entre el catolicismo y el protestantismo.

Conclusión

La vida y obra de Enrique VIII transformaron para siempre a Inglaterra. Su deseo de asegurar un heredero y anular su matrimonio con Catalina de Aragón lo llevaron a romper con la Iglesia de Roma y fundar la Iglesia de Inglaterra, estableciendo al rey como máxima autoridad religiosa. Con un gobierno autoritario, consolidó el poder real, disolvió los monasterios y ejecutó sin piedad a quienes se opusieron a sus decisiones. Más allá de sus seis matrimonios y sus conflictos personales, su legado fue la creación de un Estado fuerte y una Iglesia nacional independiente, dejando una huella profunda en la historia política y religiosa de Europa.

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