lunes, 17 de marzo de 2025

Avicebrón - La Fuente de la Vida (Fons vitae) (Tratado IV)



Si el mundo sensible es diverso, mutable y compuesto, ¿qué podemos decir del mundo inteligible? ¿Es posible que las realidades puramente intelectuales también estén sujetas a los mismos principios que rigen la materia y la forma? Estas preguntas, lejos de ser triviales, constituyen el corazón del cuarto tratado del Fons Vitae de Ibn Gabirol, donde el filósofo andalusí se aventura en una exploración audaz: demostrar que no solo lo material, sino también lo inteligible, está compuesto de materia y forma.

FONS VITAE

Tratado IV

Libro I

De la investigación de la ciencia de la materia y de la forma en las substancias simples


Hay forma y materia en las sustancias simples

El Maestro comienza estableciendo que en las sustancias compuestas existen materia y forma, una idea clásica en la metafísica aristotélica. Sin embargo, da un paso más al afirmar que también las sustancias simples poseen esta misma composición. Justifica esta afirmación mediante el principio de que lo inferior emana de lo superior, lo que implica que la estructura ontológica debe mantenerse en todos los niveles del ser.

El Discípulo, siguiendo esta lógica, pregunta si las esferas espirituales son similares a las esferas corporales y si ambas contienen materia y forma. El Maestro responde afirmativamente, explicando que las sustancias espirituales comparten una misma materia, pero se diferencian en la forma. La materia de estas sustancias no es corpórea, sino que es una materia espiritual, distinta de la materia física.

Surge entonces una objeción por parte del Discípulo: si el alma es materia y la inteligencia es forma, ¿no implica esto que la primera es inferior y la segunda superior? El Maestro refuta esta idea, argumentando que ni el alma ni la inteligencia pueden reducirse exclusivamente a materia o a forma. La inteligencia es superior al alma, pero ambas están compuestas, lo que indica que no pueden ser absolutamente simples.

El Discípulo intenta otra posibilidad, sugiriendo que quizás estas sustancias no sean más que materia. El Maestro rechaza esta idea porque, si fueran solo materia, no habría distinción entre ellas, y al ser idénticas no podrían desempeñar funciones distintas. Luego, el Discípulo sugiere que tal vez sean solo formas, pero el Maestro señala que las formas no pueden existir sin algo que las sustente, lo que indica la presencia de materia.

El Maestro insiste en que la diversidad entre las sustancias espirituales no puede explicarse sin una composición de materia y forma. La diferencia entre unas y otras no es accidental, sino esencial, lo que prueba la necesidad de la distinción en su estructura. Usa el ejemplo de la luz solar para ilustrar cómo una misma forma puede manifestarse de manera distinta dependiendo del medio en el que se encuentra, sugiriendo que la diversidad en las sustancias espirituales se debe a la materia que las sostiene.

El Discípulo muestra resistencia a aceptar que las sustancias espirituales puedan ser compuestas de materia y forma. El Maestro responde que esta dificultad se debe a la idea errónea de que la espiritualidad implica absoluta simplicidad. Argumenta que, al igual que en los cuerpos hay distintos grados de simplicidad, también en las sustancias espirituales existe una jerarquía en la que unas son más sutiles y perfectas que otras. Esto es un indicio de que también en ellas hay una distinción entre materia y forma.

El Maestro refuerza su argumento con la idea de que lo inferior procede de lo superior, por lo que el orden de las sustancias corporales refleja el orden de las sustancias espirituales. Así como los cuerpos están compuestos de materia y forma, y se dividen en diferentes grados de densidad y sutileza, las sustancias espirituales también poseen distintos grados de espiritualidad y perfección.

El Discípulo plantea la objeción de cómo pueden considerarse simples las sustancias espirituales si, según lo expuesto anteriormente, están compuestas de materia y forma. El Maestro responde que lo simple y lo compuesto son conceptos relativos: lo que es compuesto respecto de algo superior puede ser simple en comparación con lo que le es inferior. Esta respuesta sigue una lógica neoplatónica en la que la jerarquía del ser implica distintos grados de simplicidad y composición.

A continuación, el Discípulo pregunta si la materia de una sustancia puede existir sin su forma, aunque sea por un instante. El Maestro responde que la materia no puede existir sin forma, ya que el ser de las cosas solo se da a través de la forma. Este argumento se apoya en la idea de que el conocimiento humano, tanto a través de los sentidos como de la inteligencia, solo aprehende formas, nunca materia en estado puro. La forma es el principio de inteligibilidad y determinación, mientras que la materia es el principio de potencialidad y receptividad.

El Maestro afirma que las esferas sensibles derivan de las esferas inteligibles, lo que implica que ambas están compuestas de materia y forma. La diversidad entre las sustancias inteligibles solo puede explicarse si se acepta que tienen una materia común pero formas distintas. Si no fuera así, todas serían idénticas, lo cual es contradictorio con la evidencia de que existen diferencias entre ellas.

El Discípulo, en un esfuerzo por comprender más profundamente, pregunta cómo se puede conciliar la idea de que toda sustancia está compuesta de materia y forma con el hecho de que algunas sustancias, como la inteligencia universal, parecen estar más allá de esta dicotomía. El Maestro responde que, al igual que la inteligencia particular está compuesta de materia y forma, la inteligencia universal también lo está. La estructura del ser se mantiene a lo largo de todos los niveles de la realidad, desde lo más alto hasta lo más bajo.

Para reforzar su argumento, el Maestro introduce un principio ontológico fundamental: lo creado no puede ser absolutamente uno, pues solo el Creador es absolutamente simple. Si las sustancias creadas fueran solo materia o solo forma, se asimilarían demasiado a la unidad divina, lo que es imposible. Por lo tanto, deben estar compuestas de ambos principios para mantener la distinción entre el Creador y lo creado.

El diálogo culmina con una demostración de que todo lo existente se resuelve en materia y forma. El Maestro explica que, si todo lo creado se resolviera en una sola raíz, no habría diferencia entre la creación y el Creador. Si, en cambio, se resolviera en dos raíces, solo podrían ser materia y forma, ya que cualquier otra opción llevaría a contradicciones ontológicas. Este argumento subraya la necesidad de que todas las sustancias creadas, incluso las más elevadas espiritualmente, posean una estructura dual.

Finalmente, el Discípulo reconoce la validez de la argumentación y concluye que no solo en las sustancias inteligibles, sino en toda la creación, no existe nada más que materia y forma. 

Ordenación de las materias

El Discípulo acepta la conclusión de que en el mundo inteligible hay materia y forma universales, pero le pide al Maestro que explique cómo se ordenan y conjugan estas materias y formas. El Maestro percibe que el Discípulo cree que cada forma debe tener una materia separada y que, debido a la diversidad de formas, también debe haber una diversidad de materias. Para corregir esta concepción, el Maestro le recuerda que en el mundo natural y artificial se pueden encontrar múltiples formas sucediéndose sobre una misma materia, lo que sugiere que la relación entre materia y forma no es tan rígida como el Discípulo supone.

El Discípulo objeta que, aunque pueda ver esta dinámica en el mundo sensible, no la observa en la materia de los cielos ni en las sustancias inteligibles. El Maestro entonces introduce un concepto clave: la diferencia entre las formas separables e inseparables de la materia. Explica que la materia de los cielos y la materia de los seres naturales pueden tener distinta forma, pero ello no implica que sean radicalmente distintas en esencia. Luego, lleva este argumento al ámbito de las sustancias inteligibles, sugiriendo que tampoco se debe hacer una distinción esencial entre la materia de los cielos y la de los seres inteligibles.

El Discípulo sigue resistiéndose a esta idea, argumentando que existe una diferencia fundamental entre lo corporal y lo espiritual, lo que lo lleva a suponer que la materia de los cielos y la de los elementos es corporal. El Maestro responde que la corporeidad es una forma, no una materia en sí misma, y que toda forma necesita una materia que la sostenga. Para clarificar este punto, introduce la idea de que existen tres tipos de materia:

  1. Materia simple y espiritual, que no reviste forma y es la más pura.
  2. Materia corporal compuesta, que es la más corpórea.
  3. Una materia intermedia, que está entre la simple y la corpórea.

El Discípulo acepta esta clasificación pero le pregunta al Maestro por qué considera que la primera materia no reviste forma. El Maestro recurre a Platón, quien afirmaba la existencia de una materia pura sin forma. Luego, explica que la cantidad (es decir, la extensión) es la materia que sostiene las formas sensibles como el color y la figura. Sin embargo, la cantidad en sí no es una forma para el cuerpo, sino que actúa como su materia. De la misma manera, el cuerpo desnudo, sin cualidades, es más simple que un cuerpo cualificado, lo que indica que debe ser materia para algo aún más simple que él.

El Maestro concluye con una afirmación fundamental: lo más corpóreo debe ser la forma de lo más simple, lo que lleva a la noción de una materia completamente pura. Esto significa que, en última instancia, la materia simple es el sustrato último de todo lo existente y que todas las formas, incluidas las más corpóreas, dependen de ella. Esta idea refuerza la tesis central del diálogo: todo lo creado, tanto en el mundo sensible como en el inteligible, se compone de materia y forma.

Materia y forma univesales

El discípulo comienza con una duda fundamental: ¿son la materia de las sustancias inteligibles (espirituales) y la de las sustancias sensibles (corporales) la misma o son distintas? Su confusión proviene de la idea de que la materia de las sustancias simples (como la inteligencia o el alma) debería ser también corpórea, lo cual no parece lógico.

El Maestro le aclara que lo manifiesto es la forma de lo oculto, lo que significa que la materia de las sustancias sensibles (corporales) es una forma de la materia espiritual. Esto es porque lo corpóreo se resuelve en lo espiritual, aunque a la vez sigue siendo materia para lo que es aún más denso. En otras palabras, cuanto más cerca está algo de los sentidos, más se parece a la forma; cuanto más alejado, más se asemeja a la materia.

Esta idea lleva al discípulo a comprender que las sustancias inferiores son formas de las superiores, y que las superiores son la materia que sostiene a las inferiores. Siguiendo este razonamiento, se llega a la idea de una materia primera universal que subyace a todo.

El discípulo concluye entonces que hay una sola materia primera que sostiene todas las cosas. El Maestro lo felicita por este entendimiento y le invita a formular lo que se sigue de ello. El discípulo responde que, si todas las sustancias tienen una única materia, la diversidad no proviene de la materia sino de la forma. Así, la diferencia entre las cosas radica en la multiplicidad de formas, mientras que la materia es una y la misma para todo.

El Maestro introduce una idea clave: si el Todo tiene una materia, sus propiedades deben estar presentes en todas las sustancias. La materia primera sostiene todas las formas, desde las más densas hasta las más sutiles, lo que significa que todas las cosas tienden a unificarse bajo esta materia universal.

El discípulo, convencido de que la materia es única, le pide ahora al Maestro que le explique si también existe una forma universal única, así como han demostrado que hay una sola materia.

El Maestro explica que la forma universal perfecciona la esencia de la materia universal. Es decir, la materia por sí sola no tiene ser, solo lo adquiere a través de la forma. Pero del mismo modo, la forma tampoco puede existir sin materia, ya que su esencia es dar ser a algo. Así, ambas son interdependientes.

El discípulo se pregunta si la materia puede existir sin forma, y el Maestro le responde que no, porque la materia sin forma no tiene ser. Entonces, surge una cuestión clave: si la forma da ser a la materia, ¿por qué la forma misma no es el ser absoluto? Aquí el Maestro introduce la idea de que la forma no es lo mismo que el ser, sino que el ser es una propiedad que surge de la unión de materia y forma.

Para probar que la forma es unidad, el Maestro argumenta que, si la unidad fuera distinta de la forma, tendría que ser o su materia o su forma, lo cual llevaría a una regresión infinita. Por lo tanto, la unidad no es otra cosa que la forma misma. El discípulo entiende ahora que todas las formas son, en esencia, expresiones de la unidad.

El discípulo sugiere que, si la forma es la unidad, entonces el número es el origen de todas las cosas. El Maestro le corrige diciendo que no es el número en sí, sino la unidad la que es raíz de todo. Pero no basta con la unidad: también se necesita la materia para que exista algo. De ahí que sea más correcto decir que las raíces de todo son tres: el uno (forma), el dos (materia) y la relación entre ambos.

Para ilustrar esto, el Maestro asocia los principios metafísicos a los números:

  • La inteligencia es como el número uno, porque capta la esencia unitaria de las cosas.
  • El alma racional es como el número dos, porque se mueve entre lo uno y lo múltiple.
  • El alma sensible es como el tres, porque percibe los cuerpos tridimensionales.
  • La naturaleza es como el cuatro, porque opera a través de cuatro fuerzas.

Con esto, el discípulo comprende que todo en la existencia sigue un orden numérico, donde todas las cosas están bajo la forma de la inteligencia, que es la unidad.

El Maestro finaliza explicando que la forma universal es una impresión de la unidad primera (el Uno Supremo) en la materia. Es decir, hay una unidad trascendental que actúa como principio supremo y, al proyectarse en la materia, da origen a la diversidad de formas. Esta unidad es la que estructura todas las cosas y les da su ser.

El discípulo tiene una última duda: si la forma es universal, ¿por qué hay tantas diferencias entre las formas? El Maestro le responde que la diversidad de las formas no proviene de la forma en sí, sino de la materia en la que se imprime. Así como la luz que atraviesa vidrios se debilita y cambia según el grosor del vidrio, la forma universal se diversifica según el nivel de materialidad en que se encuentre.

Con esta analogía, el Maestro muestra que la diversidad del mundo no es una prueba de que haya múltiples formas fundamentales, sino que todas las formas provienen de una única forma universal, la cual se modifica al interactuar con diferentes niveles de materia.

Influencia de la materia en la forma

El Discípulo se pregunta cómo es posible que la materia, al obrar sobre la forma, la transforme y la diversifique si en su esencia la forma es una. La respuesta del Maestro es que cuanto más lejos está la luz (símbolo de la forma) de su origen, más débil y densa se vuelve. Esto ocurre porque la luz tiene un principio y, por lo tanto, un fin. Al alejarse de su fuente original, pierde su pureza y fuerza.

El Discípulo nota una aparente contradicción con lo que el Maestro dijo antes: que la luz cambia no por sí misma, sino por la materia. Ahora el Maestro aclara que hay dos maneras en que la luz puede cambiar:

  1. Cuando se une con la materia, lo que la debilita y la diversifica.
  2. En sí misma, sin materia, porque su fuerza depende de qué tan cerca o lejos esté de su origen.

Así, el Maestro explica que la forma no se multiplica por sí misma, sino por su relación con la materia. La materia, al ser diversa, genera múltiples manifestaciones de una misma forma universal.

El Discípulo acepta que todas las materias pueden reducirse a una, porque son formas derivadas de la materia primera universal. Sin embargo, le cuesta aceptar que todas las formas puedan reducirse a una sola forma universal. Aquí el Maestro insiste en una idea clave: las formas inferiores existen dentro de las superiores. A medida que ascendemos en la jerarquía del ser, las formas se vuelven más inclusivas y colectivas.

Para ilustrarlo, el Maestro explica que:

  • Las sustancias más sutiles (como el alma) pueden contener formas más complejas.
  • La inteligencia abarca todas las formas que están por debajo de ella.
  • La materia primera universal sostiene absolutamente todas las formas.

En otras palabras, aunque las formas parecen múltiples y diferentes en el mundo sensible, en realidad todas provienen de una única forma universal. La diversidad de las formas es solo una apariencia generada por la multiplicidad de la materia.

El Discípulo finalmente comprende y se alegra de haber alcanzado esta conclusión.

Mundo corporal y espiritual (jerarquías)

El Maestro introduce una analogía importante: el mundo corporal es un reflejo del mundo espiritual. Las formas materiales que percibimos en la vigilia son ejemplos de las formas anímicas que aparecen en los sueños, y estas, a su vez, son reflejos de formas inteligibles superiores. Así, el mundo sensible no es más que una manifestación degradada de la realidad superior.

El Discípulo reconoce la importancia de esta comparación y la relación entre los diferentes niveles del ser: las formas de las sustancias corporales provienen de las formas de la naturaleza, las formas de la naturaleza provienen del alma, y las del alma provienen de la inteligencia. Todo esto confirma que la realidad se organiza en una estructura jerárquica donde las formas inferiores derivan de las superiores.

Cuando el Discípulo pregunta cómo se puede demostrar que las formas sensibles provienen de las inteligibles, el Maestro señala ejemplos como la variedad de colores y figuras en los seres vivos, que reflejan la influencia de sustancias más sutiles como el alma y la naturaleza. También menciona el arte humano como un reflejo de la racionalidad: si las formas artísticas provinieran solo de los elementos materiales, no habría diversidad en las pinturas y esculturas, pero como son resultado del alma racional, reflejan su capacidad de impresión y conceptualización.

Con esto, el Discípulo deduce que así como las formas sensibles provienen de formas particulares inteligibles, las formas universales sensibles deben derivar de las formas universales inteligibles.

El Discípulo ahora quiere entender cómo las sustancias inteligibles se relacionan entre sí. El Maestro le explica que la clave está en la semejanza de sus acciones: si las acciones de dos sustancias son parecidas, entonces sus formas también lo son, lo que indica que unas proceden de otras.

El Maestro ilustra esto con una serie de correspondencias:

  • La inteligencia conoce todas las formas directamente.
  • El alma racional conoce las formas a través del pensamiento discursivo, en un proceso de movimiento y razonamiento.
  • El alma sensible conoce las formas corporales mediante la percepción y el movimiento físico.
  • El alma vegetativa no razona ni percibe, pero mueve las partes del cuerpo para su nutrición y crecimiento.
  • La naturaleza actúa aún más mecánicamente, organizando la materia sin conciencia.

Cada uno de estos niveles repite la estructura del nivel anterior, pero de manera más limitada y menos perfecta. Por lo tanto, las formas inteligibles no solo se relacionan con las sensibles, sino que entre ellas mismas también hay una gradación de perfección. De esta forma, se demuestra que las formas inferiores han defluido de las superiores.

El Maestro introduce una metáfora poderosa: la forma se infunde en la materia de la misma manera que la luz del sol se infunde en el aire. Pero, al igual que la luz se atenúa cuando atraviesa el aire denso, la forma se debilita a medida que desciende en la jerarquía de la materia. Así:

  • En los niveles más altos, la forma es luz pura y la materia es muy sutil.
  • En los niveles inferiores, la forma se vuelve más apagada y la materia más densa.
  • Este proceso de debilitamiento de la forma continúa hasta llegar al mundo más bajo, donde la forma casi desaparece.

El Discípulo comprende entonces que el cambio en la forma se debe a su alejamiento de su origen, y no a una verdadera multiplicidad esencial.

El Discípulo plantea una duda crucial: si la forma proviene de la voluntad divina, que es infinita, ¿cómo puede haber grados de cercanía o lejanía a un principio que no tiene límites?

El Maestro responde que, aunque la voluntad divina es infinita en su esencia, su acción no lo es. La acción de la voluntad tiene un comienzo y un fin, lo que permite que haya grados dentro de la creación. Por lo tanto, las formas pueden estar más o menos cerca de la voluntad divina en función de su pureza y perfección.

Aquí el Maestro insiste en que no se debe pensar en esta proximidad en términos espaciales, ya que Dios no ocupa un lugar ni tiene límites físicos. La cercanía a Dios debe entenderse en términos de semejanza y grado de perfección.

Finalmente, el Maestro explica que la forma universal tiene tres niveles:

  1. La forma en la esencia de la voluntad divina. No es una forma en el sentido estricto, sino el principio de todas las formas.
  2. La forma unida a la materia en acto. Es la forma de la inteligencia universal.
  3. La forma en potencia, aún no materializada. Es la que existe antes de ser impresa en la materia.

El Discípulo reconoce que, tras todo este proceso, ha comprendido que todas las formas inferiores provienen de las superiores y que, en última instancia, todas las formas derivan de una única forma universal.


Conclusiones

El Libro IV de Fons Vitae es una reflexión sobre la unidad del ser, la jerarquía de las formas y la manera en que la realidad visible está estructurada por principios inteligibles. Ibn Gabirol no solo ofrece una visión metafísica del mundo, sino que también sugiere que el conocimiento es una ascensión hacia la comprensión de la unidad suprema. Su pensamiento, aunque influido por el neoplatonismo, introduce ideas originales que influenciarán tanto la filosofía islámica como la escolástica cristiana y la mística judía.

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