La importancia de la organización en un ejército es vital para el planteamiento de Nicolás Maquiavelo, sobre todo cuando ya se ha hablado de los antiguos y de las armas que se deben poseer para ganar en una guerra. ¿Cuál será la mejor organización para un ejército? ¿Tendremos que recurrir nuevamente a la antigüedad? ¿Tendremos que mirar a otras naciones a parte de la italiana? Todo esto lo veremos en esta tercera parte tan interesante del arte de la guerra, texto en el cual subyace la filosofía de la guerra.
EL ARTE DE LA GUERRA
Libro Tercero
Disposición de los ejércitos griegos y romanos
Continuamos con la organización de los ejércitos, esta vez refiriéndonos a los ejércitos griegos y romanos. En este caso, Fabrizio nuevamente será nuestro personaje principal, mientras Luis realiza las preguntas.
Los romanos
En cuanto a los romanos, estos dividían las legiones en tres cuerpos, llamados astarios, príncipes y triarios. Los astarios constituían la primera línea del ejército, formándola varias filas sólidamente apiñadas. Detrás de ellos estaban los príncipes en orden más abierto, y en última línea, los triarios, tan espaciados que, en caso necesario, podían mezclarse con ellos los príncipes y los astarios. Tenían, además, los honderos y los ballesteros y otros soldados armados a la ligera, que no estaban en las filas, sino puestos al frente del ejército entre la caballería y la infantería.
Esta infantería armada a la ligera comenzaba la batalla; si era vencedora, lo que ocurría raras veces, continuaba la victoria, persiguiendo al enemigo; si rechazada, se retiraban por los (laucos del ejercito y por los intervalos dispuestos al efecto, situándose a retaguardia. Entonces entraban en lucha los astarios, y, si no podían resistir al enemigo, se retiraban poco a poco pasando por los claros de las filas de los príncipes detrás de ellos y, unidos con éstos, renovaban el combate. Si astarios y príncipes eran rechazados, se retiraban a la línea de los triarios, ocupando los intervalos que en ella había, y todos juntos, formando una masa, renovaban la lucha. Si entonces eran vencidos, la batalla estaba perdida, porque ya no había medios de rehacerse.
La caballería se situaba a los flancos del ejército, como si fuera las dos alas de un cuerpo, y combatía a caballo o a pie, según las necesidades del momento.
Los griegos
Los griegos no tenían en sus falanges este modo de rehacerse, y, aunque había en ellas muchos jefes y muchas líneas, formaban un solo cuerpo o cabeza. Los combatientes se reemplazaban, no como los romanos, retirándose una línea a la que tenía detrás, sino sustituyendo un hombre a otro de este modo: cuando la falange formada en filas, supongamos cine de cincuenta hombres de frente, atacaba al enemigo, las seis primeras filas podían combatir, porque sus lanzas, llamadas sarisses, eran tan largas, que las de la sexta fila pasaban la punta sobre la primera.
El que caía muerto o herido durante el combate, estando en la primera fila era inmediatamente reemplazado por el que estaba a su espalda en la segunda; sustituía a éste el puesto tras él en la tercera, y así sucesivamente; de modo que, en un momento, las filas de la espalda rehacían las de delante, que siempre estaban completas, sin que quedase vacío ningún puesto de combatiente, excepto en la última fila, que poco a poco iba disminuyendo por no tener a su espalda quien cubriese las bajas. De esta suerte las ocasionadas en las primeras filas resultaban en la última, y aquéllas estaban siempre completas. Con tal organización era más fácil consumir la falange que dispersarla, porque su espesor la convertía en cuerpo inmóvil.
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Retrato de soldado griego |
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Réplica de un soldado romano |
Los romanos en un principio copiaron a la falange griega, pero luego la dejaron de usar. Les disgustó esta organización y dividieron las legiones en diferentes cuerpos, esto es, en cohortes y manípulos, por haber comprendido, según dijimos antes, que las agrupaciones militares eran tanto más vigorosas cuanto de más partes se componían, de modo que cada una de éstas se rigiera por sí misma, contribuyendo a la unidad del impulso.
Por eso, Fabrizio recomienda lo siguiente para los ejércitos actuales. Deben formarse aprovechando en parte la organización y las armas de la legión romana, y en parte, las de la falange griega y propongo para mi brigada dos mil picas, que es el arma de la falange, y tres mil con escudo y espada, que son las de la legión; divido la brigada en diez batallones, como los romanos dividían la legión en diez cohortes; organizo los vélites, es decir, la infantería ligera, para que combatan como combatían los suyos, y del mismo modo que tomo y mezclo las armas de griegos y romanos, aprovecho de ambos las organizaciones, disponiendo que cada batallón tenga cinco filas de picas al frente, y las demás sean de escudos para poder con el frente resistir a la caballería y penetrar fácilmente en las filas del enemigo a pie, puesto que en el primer choque tengo, como él, a los piqueros para contenerlo, y después los escudados para vencerle.
Orden y armamento
Esta vez es Luis quien pregunta a Fabrizio sobre el orden y armamento de una armada perfecta. Fabrizio responde que en un ejército romano ordinario, llamado ejército consular, sólo había dos legiones de ciudadanos romanos, o sea, seiscientos caballos y unos once mil infantes. Unían a éstos otros tantos infantes y caballos que les enviaban sus aliados y confederados, los cuales dividían en dos porciones, llamadas cuerno derecho y cuerno izquierdo, no permitiendo nunca que la infantería auxiliar excediera en número a la de las legiones, pero sí que la caballería fuese más numerosa. Con este ejército de veintidós mil infantes y unos dos mil caballos útiles, realizaba un cónsul todas sus empresas y combatía al enemigo. Cuando éste era muy poderoso, los dos cónsules reunían sus ejércitos.
En las tres principales operaciones hechas ordinariamente por un ejército, caminar, acampar y combatir, ponían las legiones en el centro, a fin de que la fuerza, en la cual más confiaban, estuviera siempre unida, según demostraré al hablar de cada una de las citadas operaciones.
La infantería auxiliar, por la práctica que adquiría al lado de la infantería legionaria, era tan útil y disciplinada como ésta, y como ésta, también se la ordenaba para dar la batalla; de modo que quien sabe el orden de batalla de una legión, sabe el de todo el ejército; y habiendo ya dicho que formaba tres líneas y cómo se rehacían entrando unas en otras, se conoce la disposición general del ejército formado en batalla.
Una vez explicada la organización antigua de los romanos, Fabrizio pasa a explicar qué haría en su caso.
''Tomaré dos brigadas, y como disponga éstas quedará dispuesto todo el ejército, porque las fuerzas que agregue tendrán por único objeto hacerlo más numeroso. No creo necesario recordar cuántos infantes tiene una brigada, que consta de diez batallones, el número de jefes de cada batallón, y las armas, los piqueros, los vélites ordinarios y extraordinarios, porque detalladamente lo dije hace poco, advirtiendo que no lo olvidarais por ser cosa indispensable para comprender todas las maniobras''
Luego continúa,
''Opino que los diez batallones de una de las brigadas se pongan en el flanco izquierdo, y los otros diez en el derecho, organizando las del izquierdo del modo siguiente: sitúo cinco batallones, uno al lado de otro, de frente, de modo que entre ellos quede un espacio de cuatro brazos, y así ocuparán ciento cuarenta y un brazos de terreno a lo ancho, y cuarenta de fondo.
Detrás de estos cinco batallones pondré otros tres, separados en línea recta de aquellos cuarenta brazos. Dos de éstos se colocarán enfilados detrás de los dos que hay en los extremos de la primera fila, y el otro, en medio, ocupando, por consiguiente, estos tres el mismo espacio en anchura y fondo que los cinco primeros, salvo que la distancia de cuatro brazos entre cada uno de los cinco será de treinta y tres entre cada uno de los tres.
Los dos últimos batallones los sitúo detrás de los tres, a cuarenta brazos de distancia en línea recta, cada uno de ellos enfilado con los de los extremos de los tres, y dejando entre ellos un espacio de noventa y un brazos. Ocuparán, pues, los batallones así dispuestos ciento cuarenta y un brazos de ancho y doscientos de fondo.
A distancia de veinte brazos por el flanco izquierdo de estos batallones pongo las picas extraordinarias, que forman ciento cuarenta y tres filas de a siete hombres, de modo que con su extensión cubren todo el flanco izquierdo de los diez batallones dispuestos como he dicho.
Destinaré cuarenta filas a la custodia de furgones y hombres sin armas puestos a retaguardia. Los decuriones y centuriones ocuparán los respectivos puestos, y de los tres condestables pondré uno al frente, otro en medio y otro en la última fila, el cual desempeña igual cargo que el tergiductor de los romanos, quienes daban este nombre al jefe situado a retaguardia de las tropas'
''Volviendo a la cabeza del ejército, pondré junto a las picas extraordinarias los vélites extraordinarios, que sabéis son quinientos, y ocuparán un espacio de cuarenta brazos. Al lado de éstos, a mano izquierda, situaré los hombres de armas en ciento cincuenta brazos de terreno, y después, la caballería ligera en un espacio igual al de los hombres de armas.
Dejaré los vélites ordinarios alrededor de sus batallones respectivos en los intervalos que separan unos de otros, quedando como auxiliares de éstos, a no ser que los ponga detrás de las picas extraordinarias, lo cual haré o no, según me convenga.
Al general de la brigada lo colocaré entre la primera y la segunda línea de los batallones o al frente, en el espacio entre el último batallón de los cinco de la primera línea y las picas extraordinarias, conforme las circunstancias lo aconsejen, rodeándolo de treinta o cuarenta hombres elegidos por su inteligencia para comunicar una orden, y por su intrepidez para rechazar un ataque. Junto al general estarán la bandera y el trompeta.
En esta forma dispondré la brigada de la izquierda, o sea, la mitad del ejército, ocupando un espacio de frente de quinientos once brazos y el fondo antedicho, no contando el sitio de las picas extraordinarias destinadas a proteger la impedimenta, que será de unos cien brazos.
La otra brigada se colocará a la derecha de la anterior, del mismo modo que dispuesto la de la izquierda, dejando entre ellas un espacio de treinta brazos, a cuyo frente situaré algunas piezas de artillería, y tras ellas, al general en jefe del ejército, que tendrá junto a él, además de la bandera capitana y del trompeta, lo menos doscientos hombres elegidos, la mayoría a pie, y entre ellos diez o más capaces de ejecutar cualquier orden, armados de modo que puedan ir a caballo o a pie, según sea necesario.
Para el ataque de plazas bastan al ejército diez cañones, que no deben pasar de un calibre de cincuenta libras, y en campaña me serviré de ellos, mejor para defender los campamentos que durante la batalla. La demás artillería será más bien de calibre tic diez que de quince libras, y la pondré al frente de todo el ejército si el terreno no permite que la sitúe en los flancos de un modo seguro y donde no pueda atacarla el enemigo''
De este modo, Fabrizio está combinando las dos estrategias, las de los griegos y los romanos. Permite combatir como las falanges griegas y como las legiones romanas, porque al frente están las picas y la infantería en apretadas filas, de manera que, al venir a las manos con el enemigo, pueden, como las falanges, reemplazar las bajas de la primera fila con los que están detrás.
Artillería del enemigo
Luis se atreve a preguntar a Fabrizio sobre la distancia y los disparos que se deben dar al enemigo. Fabio Máximo era muy criticado por tomar mucha distancia con el propósito de evitar batalla. Sin embargo, Fabrizio nos cuenta que es preciso que se ataque la caballería del enemigo inmediatamente, pues la artillería (que normalmente falla a distancia) ya no puede ser de utilidad a ninguno de los dos.
La artillería se dispara una vez y luego se retire. Sin embargo, Luis cuestiona este proceder, además de preguntar porqué es bueno seguir la organización de los antiguos, que, de acuerdo a comentarios actuales, en nada servirían a las guerras de hoy.
La causa de ello consiste en importar más no recibir los proyectiles del enemigo que herir a éste con los nuestros. Se sabe que para preservarse de la artillería es necesario estar fuera de su alcance o ponerse detrás de murallas o de trincheras; y aun en este caso es preciso que sean muy resistentes.
Los generales resueltos u obligados a librar batallas no pueden estar detrás de murallas o de trincheras, ni situar sus tropas fuera del alcance de la artillería. No habiendo, pues, medio de defensa, conviene encontrar uno para aminorar la ofensa, y no hay otro que el de apoderarse de los cañones lo más pronto posible, para lo cual conviene precipitarse sobre ellos en orden abierto y no a paso mesurado y en masas compactas; porque la presteza en el ataque le impide repetir los disparos y el orden abierto, herir a muchos hombres. Este medio no es practicable para un cuerpo de ejército formado en batalla, porque, si camina deprisa, se desordena, y si va en orden abierto, evita al enemigo el trabajo de romperlo, rompiéndose por sí mismo.
En palabras de Fabrizio:
No permito que mi artillería haga un segundo disparo para impedir que lo efectúe tambien la enemiga, y aun, si es posible, que no dispare ni una sola vez. La única manera de inutilizarla es echarse sobre ella, porque si el enemigo la abandona, cae en su poder y si la defiende, ha de retirarla, de forma que, en cualquiera de ambos casos, no puede disparar.
Lo que más ocasiona confusión en un ejército es impedir la vista a los soldados, y muchas valientes tropas han sido derrotadas porque el sol o el polvo no les dejaban ver. Lo que más estorba a la vista es el humo de los disparos de artillería, y parece preferible dejar al enemigo cegarse con el humo de sus cañones que ir a su encuentro sin verlo.
No prescindiré, sin embargo, de la artillería (lo cual sería desaprobado, vista la reputación de esta arma), pero la emplazaré en los extremos de la línea de batalla, para que, con el humo, no ciegue a los soldados del frente del ejército, cosa para mí de la mayor importancia. En prueba de lo temible que es este peligro, citaré el ejemplo de Epaminondas, quien, para cegar al enemigo que venía a atacarle, hizo galopar a su caballería ligera por delante del frente de batalla de los contrarios a fin de que la polvareda levantada por los caballos les impidiera ver, con lo cual obtuvo la victoria.
Lo mejor para acabar con la artillería del enemigo, es apoderarse de la misma.
Luis tiene otra pregunta, ¿qué ocurre si el enemigo tiene su artillería bien protegida? el remedio consiste en abrir un espacio en vuestro ejército que deje a las balas libre paso e inutilice su violencia, cosa fácil de practicar, pues si el enemigo quiere que su artillería esté segura ha de situarla al final del intervalo, y, para no herir a sus soldados, disparar constantemente en línea recta, de suerte que, con dejar paso a los proyectiles, se conjura el peligro. Por regla general ha de dejarse vía libre a todo lo que no se puede resistir, como se hacía en la Antigüedad con los elefantes y con los carros armados de hoces.
De todas formas, Fabrizio advierte a Luis que puede que suene que ha armado el ejército a su antojo y la victoria también, pero le señala que un ejército armado y dispuesto de la manera señalada entonces no tendría oportunidad de ser vencido.
Caballería y rechazo
En una batalla, una caballería fue rechaza para apoyarse en las picas extraordinarias. En cuanto a estas,. las picas son de nueve brazos de largo, brazo y medio lo ocupan las manos para sostenerlas, y en la primera fila quedan libres siete brazos y medio. Kn la fila segunda, además del espacio ocupado por las manos, se pierde brazo y medio en la distancia entre las dos filas, y sólo quedan útiles seis brazos de pica; en la fila tercera, por igual motivo, sólo hay aprovechables cuatro brazos y medio, tres en la cuarta y uno y medio en la quinta. Las demás filas son inútiles para herir al enemigo, pero sirven para ir reemplazando a los que caen en las primeras, según dijimos oportunamente, y como barbacana de las cinco.
Estas picas rechazan perfectamente los choques de caballería.
Orden de estrategia en la batalla
Hay que variar el orden con arreglo a las condiciones del sitio y a la calidad y cantidad del enemigo. Siempre se ordena el ejército de modo que los combatientes de las primeras filas puedan ser apoyados por los que están detrás, pues quien hace lo contrario inutiliza la mayor parte de su ejército, y, si tropieza con seria resistencia, no puede vencer.
Luis objeta que en el orden de batalla se ponen cinco batallones al frente, tres detrás y dos en la última línea, y que se debería hacer lo contrario a esto, porque parece más difícil derrotar un ejército cuando el enemigo, a medida que vaya avanzando, encuentre mayor resistencia, y, con este sistema, cuanto más penetrara la hallará más débil.
Fabrizio le recuerda que son los triarios que formaban la tercera línea en la legión romana, siendo sólo seiscientos hombres, y dudaréis menos si os acordáis cómo estaban formados. Siguiendo este ejemplo, he colocado en la tercera línea dos batallones, o sea, novecientos soldados, de modo que, al imitar la formación romana, he puesto más bien más que menos soldados en esta línea.
La primera línea del ejército se forma espesa y sólida, porque es la que sostiene el empuje del enemigo y no ha de recibir refuerzos. Conviene, pues, organizaría con numerosos soldados, pues si son pocos, las filas resultarían flacas y espaciadas por falta de número.
La segunda línea, destinada más bien a recibir a la primera, si es rechazada, que a afrontar al enemigo, debe tener grandes intervalos, y por eso conviene que sea de menor número que la primera; porque si fuera de número mayor o igual, o no podría dejar intervalos, lo cual ocasionaría confusión, o, dejándolos, sería de mayor extensión que la primera, constituyendo un orden de batalla imperfecto.
Si bien esta explicación convence a Luis, este sigue con preguntas y dudas. Si los cinco batallones de la primera línea se unen a los tres de la segunda, y después los ocho a los dos de la tercera, ¿cómo es posible que los ocho primero y los diez después ocupen el mismo espacio que los cinco del frente de batalla?
Fabrizio responde que en primer lugar, no es el mismo espacio, porque los cinco batallones de la primera línea tenían entre sí cuatro intervalos y los ocupan al retirarse hacia los tres de la segunda línea y hacia los dos de la tercera. Queda aún el espacio que media entre dos brigadas y el que hay entre dos batallones y las picas extraordinarias, y todos estos intervalos forman bastante extensión.
Además, se añade que a esto que los batallones no ocupan el mismo espacio cuando están formados antes de la batalla que cuando el combate los desordena, porque en este caso, o estrechan las filas o las desparraman. Sucede esto último cuando el temor les obliga a huir; y lo primero cuando creen que su salvación está no en la fuga, sino en la defensa, la cual pueden hacer uniéndose, no dispersándose.
Conclusión
Un orden muy intrincado el que hace nuestro Fabrizio y difícil de imaginar solo leyendo sus palabras. Sin embargo, el diálogo mantiene la coherencia del anterior en cuanto a la consideración que se debe tener a los antiguos, y la adherencia a la tecnología moderna. Los órdenes de batallas siguen teniendo como referencia la antigüedad, es decir, en las cosas más estructurales, es mucho mejor mirar al pasado.