lunes, 12 de julio de 2021

Nicolás Maquiavelo - El arte de la guerra (Libro Cuarto) (1520)

Hemos hablado ampliamente de los aspectos ofensivos y estratégicos que debe tener un ejército, pero ahora se debe hablar sobre el aspecto defensivo, o más propiamente, de los peligros que debe atenerse quien dirige un ejército. También se verá con especial atención la consideración a las arengas  que tiene un ejército, y cómo se le puede sacar provecho en una batalla. Seguiremos empleando ejemplos de la antigüedad y la contrastaremos con los hechos actuales que en época de Nicolás Maquiavelo, necesitan una mirada práctica y efectiva. 

EL ARTE DE LA GUERRA

Libro Cuarto

Peligro al extender el frente

Seguimos con Fabrizio quien será preguntado por Zanobi y ya no por Luis. 

Por cierto que existe peligro al extender el frente, sobre todo cuando no se cuenta con un ejército numeroso. En caso contrario, conviene preferir la línea de batalla profunda y poco extensa a la larga y débil. Cuando las fuerzas sean inferiores a las del enemigo, se tiene que buscar otras defensas, como la de apoyar el ejército en un río o un terreno pantanoso, para evitar ser envuelto, o resguardar sus flancos con fosos como hacía César en las Galias. 

Se debe alargar o estrechar el frente de batalla, según el número de vuestras fuerzas y de las del enemigo; si las de éste son inferiores, deben preferirse las llanuras extensas, sobre todo si el ejército está bien disciplinado, a fin de poder, no sólo desplegar cómodamente las líneas, sino también envolver al enemigo, pues en terreno desigual y montañoso, donde sea imposible desarrollar las fuerzas, ninguna ventaja produce la superioridad de estas. De aquí que los romanos casi siempre buscaban terreno llano para pelear y se apartaban del montañoso. 

Debe hacer lo contrario el que tenga pocas tropas o mal ejercitadas, pues necesita pelear en posiciones donde el corto número pueda resistir o la falta de experiencia no perjudicar.

De todos los generales, los más elogiados por la manera de disponer sus ejércitos para dar batalla, son Aníbal y Escipión, cuando combatieron en Zaina. Aníbal mandaba un ejército formado de cartagineses y auxiliares de varias comarcas. Puso al frente de él ochenta elefantes, detrás (ellos a las tropas auxiliares, seguidas de los cartagineses, y en último lugar a los italianos, de quienes desconfiaba. Ordenó así el ejército porque los auxiliares, teniendo delante al enemigo y a la espalda a los cartagineses, no podían huir, y obligados a pelear, habían de rechazar o al menos cansar a los romanos. Hecho esto con sus tropas frescas, alcanzaría fácilmente la victoria contra un enemigo ya fatigado. 

Frente al ejército de Aníbal dispuso el suyo Escipión colocando los astarios, los príncipes y los triarios según la costumbre romana, para concentrarse unas líneas en otras y apoyarse mutuamente. En el frente de su línea de batalla hizo muchos intervalos, y para que no los viera el enemigo y creyese sólidamente unida toda la línea, los cubrió con volites, ordenándoles que retrocedieran al acercarse los elefantes, y por los intervalos ordinarios de las legiones se pusieran detrás de ellas, dejando paso a los paquidermos; así se libró de la impetuosidad de estos animales y, al llegar a las manos, logró la victoria.

Cuando se nombra esta última batalla Zanobi pregunta por qué Escipión, durante el combate, no mandó retirar la línea de los astarios para incorporarla a la de los príncipes, sino que la dividió: colocó cada parte en los extremos de la linea de batalla, dejando así espacio a los príncipes para que avanzaran.

Fabrizio contesta que Anibal había puesto lo mejor de su ejército en la segunda línea, y Escipión, para oponerle también en su segunda línea una fuerza igualmente sólida, unió los príncipes y los triarios, colocando éstos en los intervalos de la línea de aquéllos, y no quedando, por consiguiente, espacio para recibir a los astarios; por eso los dividió y puso a los extremos de la línea. Esta maniobra de abrir la primera línea para dejar espacio a la segunda, no debe practicarse sino cuando se ha adquirido gran superioridad, pues sólo entonces se hace fácilmente, como lo hizo Escipión. Si se intenta cuando la primera línea está desordenada o es rechazada, ocasiona inmediata derrota; por ello conviene tener siempre detrás de la primera línea otras que la apoyen y donde los soldados de aquélla puedan refugiarse.

El caso de Asia

Los antiguos pueblos de Asia usaban, entre otras pesadas máquinas para ofender al enemigo, unos carros a cuyos lados ponían hoces, de modo que no sólo servían para romper con su ímpetu las filas, sino también para matar con las hoces a los adversarios. Para defenderse de estos carros se empleaban varios medios: o hacer el frente de batalla muy denso para resistir su ímpetu, o dejarles paso franco, como a los elefantes, o aplicar algún recurso extraordinario, como el practicado por el romano Sila contra Arquelao, que disponía de muchos de estos carros armados de hoces. Para contener su ímpetu mandó Sila clavar estacas en tierra al frente de su línea de batalla, y, tropezando en ellas los carros, perdían su impetuosidad. Conviene sabor que Sila ordenó su ejército en este caso de distinta manera que la acostumbrada, pues puso a retaguardia los vélites y la caballería y al frente a todos los armados con armas pesadas, dejando entre ellos intervalos para que, si era preciso, avanzaran los de detrás. Empezado el combate, alcanzó la victoria valiéndose de la caballería, a la cual abrió paso oportunamente.

Para desordenar al enemigo durante la lucha es preciso hacer algo que lo asuste, o anunciar la llegada de nuevos refuerzos, o imaginar algún ardid que aparente recibirlos, de modo que, engañado por la apariencia, se atemorice y sea fácil vencerlo. Estas estratagemas las emplearon los cónsules Minucio Rufo y Acilio Glabrión. También Cayo Sulpicio hizo montar a los mercaderes y logreros que seguían al ejército en mulos y otros animales inútiles para el combate, pero formados de modo que asemejaban un cuerpo de caballería, y les mandó presentarse sobre una colina, mientras él luchaba con los galos, logrando con este ardid la victoria. Lo mismo hizo Mario cuando combatía contra los teutones.

Las arengas

A veces ha sido muy oportuno durante la batalla hacer correr la noticia de la muerte del general enemigo o de la derrota de una parte de su ejército, debiéndose a este recurso el salir victorioso. Se desordena fácilmente la caballería enemiga oponiéndole animales que desconozca o con cualquier ruido extraordinario.

Ocurre muchas veces que los soldados desean pelear y el general, por lo numeroso que es el enemigo, o por la posición que ocupa, o por otro cualquier motivo, comprende la desventaja para la lucha y necesita quitarles aquel deseo. Sucede también que la necesidad o la ocasión os obliga a luchar, y que vuestros soldados están desconfiados y poco dispuestos al combate. 

En el primer caso es preciso asustarlos y en el segundo, enardecerlos. Si para lo primero no bastan las persuasiones, el medio más eficaz consiste en sacrificar algunos soldados haciéndoles atacar al enemigo, porque de este modo los que entran en acción y los que no han combatido os creerán. También puede hacerse premeditadamente lo que, por acaso, sucedió a Fabio Máximo. 

Deseaba el ejército de Fabio combatir con el de Aníbal, e igual deseo mostraba el jefe de su caballería; Fabio no quería dar la batalla, y esta diferencia de opinión les hizo dividir el ejército. Fabio contuvo a los suyos en el campamento y el general de la caballería atacó a los cartagineses, corriendo gran peligro y no siendo derrotado por el oportuno auxilio de Fabio. Este ejemplo demostró al jefe de la caballería y a todo el ejército que lo más atinado era obedecer a Fabio. Para enardecer a los soldados hay que irritarles contra el enemigo, repitiéndoles frases ofensivas y ultrajantes que éste diga de ellos, hacerles creer que estáis en inteligencia con él, y que una parte se ha vendido. 

Conviene acampar al alcance de los contrarios y tener con ellos algunas escaramuzas, porque lo que diariamente se ve, con facilidad se desprecia; mostrar, en fin, viva indignación reprobándoles en una arenga preparada al efecto su cobardía, y, para avergonzarlos, decirles que, si no quieren seguiros, iréis solo a combatir al enemigo. Si queréis que los soldados se porten como bravos en la batalla, es de todo punto indispensable no permitirles, hasta terminar la campaña, enviar a sus casas el botín capturado o que lo depositen en algún sitio, para que sepan que, si huyendo salvan la vida, no salvan lo que poseen, por cuya defensa pelean a veces con tanta obstinación como por la vida.

Luego, Zanobi pregunta si la arenga debe ser realizada a todo el ejército o solo al jefe. Fabrizio contesta que arengar a pocos es muy fácil, pero cuando se debe hacer a muchos ahí está la dificultad. A Alejandro Magno le fue preciso arengar y hablar públicamente a su ejército; de otra suerte no hubiese conseguido que le siguiesen soldados a quienes el botín había hecho ricos, por los desiertos de Arabia y por la India con tantas fatigas y peligros. E1 príncipe o la república que determine organizar una nueva milicia y mantenerla con reputación, ha de acostumbrar a los soldados a oír las arengas del general, y al general a saber hablarles.

Las arengas que venían con un sentido religioso eran aún más efectivas que aquellas en las que no había. 


Conclusión

Nuevamente recalca Maquiavelo, o más propiamente Fabrizio, la necesidad que tienen los dirigentes de considerar la religión. Recordemos que tanto en ''El Príncipe'' como en los ''Discursos sobre la primera década de Tito Livio'', Maquiavelo nos relataba que el ser humano está más dispuesto a obedecer la ley religiosa que la ley humana. Es por eso que en las arengas es mucho mejor añadirles el sentido religioso que no hacerlo. 


domingo, 11 de julio de 2021

Nicolás Maquiavelo - El arte de la guerra (Libro Tercero) (1520)

 


La importancia de la organización en un ejército es vital para el planteamiento de Nicolás Maquiavelo, sobre todo cuando ya se ha hablado de los antiguos y de las armas que se deben poseer para ganar en una guerra. ¿Cuál será la mejor organización para un ejército? ¿Tendremos que recurrir nuevamente a la antigüedad? ¿Tendremos que mirar a otras naciones a parte de la italiana? Todo esto lo veremos en esta tercera parte tan interesante del arte de la guerra, texto en el cual subyace la filosofía de la guerra. 


EL ARTE DE LA GUERRA

Libro Tercero


Disposición de los ejércitos griegos y romanos

Continuamos con la organización de los ejércitos, esta vez refiriéndonos a los ejércitos griegos y romanos. En este caso, Fabrizio nuevamente será nuestro personaje principal, mientras Luis realiza las preguntas. 


Los romanos

En cuanto a los romanos, estos dividían las legiones en tres cuerpos, llamados astarios, príncipes y triarios. Los astarios constituían la primera línea del ejército, formándola varias filas sólidamente apiñadas. Detrás de ellos estaban los príncipes en orden más abierto, y en última línea, los triarios, tan espaciados que, en caso necesario, podían mezclarse con ellos los príncipes y los astarios. Tenían, además, los honderos y los ballesteros y otros soldados armados a la ligera, que no estaban en las filas, sino puestos al frente del ejército entre la caballería y la infantería.

Esta infantería armada a la ligera comenzaba la batalla; si era vencedora, lo que ocurría raras veces, continuaba la victoria, persiguiendo al enemigo; si rechazada, se retiraban por los (laucos del ejercito y por los intervalos dispuestos al efecto, situándose a retaguardia. Entonces entraban en lucha los astarios, y, si no podían resistir al enemigo, se retiraban poco a poco pasando por los claros de las filas de los príncipes detrás de ellos y, unidos con éstos, renovaban el combate. Si astarios y príncipes eran rechazados, se retiraban a la línea de los triarios, ocupando los intervalos que en ella había, y todos juntos, formando una masa, renovaban la lucha. Si entonces eran vencidos, la batalla estaba perdida, porque ya no había medios de rehacerse.

La caballería se situaba a los flancos del ejército, como si fuera las dos alas de un cuerpo, y combatía a caballo o a pie, según las necesidades del momento.


Los griegos

Los griegos no tenían en sus falanges este modo de rehacerse, y, aunque había en ellas muchos jefes y muchas líneas, formaban un solo cuerpo o cabeza. Los combatientes se reemplazaban, no como los romanos, retirándose una línea a la que tenía detrás, sino sustituyendo un hombre a otro de este modo: cuando la falange formada en filas, supongamos cine de cincuenta hombres de frente, atacaba al enemigo, las seis primeras filas podían combatir, porque sus lanzas, llamadas sarisses, eran tan largas, que las de la sexta fila pasaban la punta sobre la primera. 

El que caía muerto o herido durante el combate, estando en la primera fila era inmediatamente reemplazado por el que estaba a su espalda en la segunda; sustituía a éste el puesto tras él en la tercera, y así sucesivamente; de modo que, en un momento, las filas de la espalda rehacían las de delante, que siempre estaban completas, sin que quedase vacío ningún puesto de combatiente, excepto en la última fila, que poco a poco iba disminuyendo por no tener a su espalda quien cubriese las bajas. De esta suerte las ocasionadas en las primeras filas resultaban en la última, y aquéllas estaban siempre completas. Con tal organización era más fácil consumir la falange que dispersarla, porque su espesor la convertía en cuerpo inmóvil.

Retrato de soldado griego

Réplica de un soldado romano


Los romanos en un principio copiaron a la falange griega, pero luego la dejaron de usar. Les disgustó esta organización y dividieron las legiones en diferentes cuerpos, esto es, en cohortes y manípulos, por haber comprendido, según dijimos antes, que las agrupaciones militares eran tanto más vigorosas cuanto de más partes se componían, de modo que cada una de éstas se rigiera por sí misma, contribuyendo a la unidad del impulso.


Por eso, Fabrizio recomienda lo siguiente para los ejércitos actuales. Deben formarse aprovechando en parte la organización y las armas de la legión romana, y en parte, las de la falange griega y propongo para mi brigada dos mil picas, que es el arma de la falange, y tres mil con escudo y espada, que son las de la legión; divido la brigada en diez batallones, como los romanos dividían la legión en diez cohortes; organizo los vélites, es decir, la infantería ligera, para que combatan como combatían los suyos, y del mismo modo que tomo y mezclo las armas de griegos y romanos, aprovecho de ambos las organizaciones, disponiendo que cada batallón tenga cinco filas de picas al frente, y las demás sean de escudos para poder con el frente resistir a la caballería y penetrar fácilmente en las filas del enemigo a pie, puesto que en el primer choque tengo, como él, a los piqueros para contenerlo, y después los escudados para vencerle.

Orden y armamento

Esta vez es Luis quien pregunta a Fabrizio sobre el orden y armamento de una armada perfecta. Fabrizio responde que en un ejército romano ordinario, llamado ejército consular, sólo había dos legiones de ciudadanos romanos, o sea, seiscientos caballos y unos once mil infantes. Unían a éstos otros tantos infantes y caballos que les enviaban sus aliados y confederados, los cuales dividían en dos porciones, llamadas cuerno derecho y cuerno izquierdo, no permitiendo nunca que la infantería auxiliar excediera en número a la de las legiones, pero sí que la caballería fuese más numerosa. Con este ejército de veintidós mil infantes y unos dos mil caballos útiles, realizaba un cónsul todas sus empresas y combatía al enemigo. Cuando éste era muy poderoso, los dos cónsules reunían sus ejércitos.

En las tres principales operaciones hechas ordinariamente por un ejército, caminar, acampar y combatir, ponían las legiones en el centro, a fin de que la fuerza, en la cual más confiaban, estuviera siempre unida, según demostraré al hablar de cada una de las citadas operaciones.

La infantería auxiliar, por la práctica que adquiría al lado de la infantería legionaria, era tan útil y disciplinada como ésta, y como ésta, también se la ordenaba para dar la batalla; de modo que quien sabe el orden de batalla de una legión, sabe el de todo el ejército; y habiendo ya dicho que formaba tres líneas y cómo se rehacían entrando unas en otras, se conoce la disposición general del ejército formado en batalla.

Una vez explicada la organización antigua de los romanos, Fabrizio pasa a explicar qué haría en su caso. 


''Tomaré dos brigadas, y como disponga éstas quedará dispuesto todo el ejército, porque las fuerzas que agregue tendrán por único objeto hacerlo más numeroso. No creo necesario recordar cuántos infantes tiene una brigada, que consta de diez batallones, el número de jefes de cada batallón, y las armas, los piqueros, los vélites ordinarios y extraordinarios, porque detalladamente lo dije hace poco, advirtiendo que no lo olvidarais por ser cosa indispensable para comprender todas las maniobras''

Luego continúa,

''Opino que los diez batallones de una de las brigadas se pongan en el flanco izquierdo, y los otros diez en el derecho, organizando las del izquierdo del modo siguiente: sitúo cinco batallones, uno al lado de otro, de frente, de modo que entre ellos quede un espacio de cuatro brazos, y así ocuparán ciento cuarenta y un brazos de terreno a lo ancho, y cuarenta de fondo. 

Detrás de estos cinco batallones pondré otros tres, separados en línea recta de aquellos cuarenta brazos. Dos de éstos se colocarán enfilados detrás de los dos que hay en los extremos de la primera fila, y el otro, en medio, ocupando, por consiguiente, estos tres el mismo espacio en anchura y fondo que los cinco primeros, salvo que la distancia de cuatro brazos entre cada uno de los cinco será de treinta y tres entre cada uno de los tres. 

Los dos últimos batallones los sitúo detrás de los tres, a cuarenta brazos de distancia en línea recta, cada uno de ellos enfilado con los de los extremos de los tres, y dejando entre ellos un espacio de noventa y un brazos. Ocuparán, pues, los batallones así dispuestos ciento cuarenta y un brazos de ancho y doscientos de fondo. 

A distancia de veinte brazos por el flanco izquierdo de estos batallones pongo las picas extraordinarias, que forman ciento cuarenta y tres filas de a siete hombres, de modo que con su extensión cubren todo el flanco izquierdo de los diez batallones dispuestos como he dicho. 

Destinaré cuarenta filas a la custodia de furgones y hombres sin armas puestos a retaguardia. Los decuriones y centuriones ocuparán los respectivos puestos, y de los tres condestables pondré uno al frente, otro en medio y otro en la última fila, el cual desempeña igual cargo que el tergiductor de los romanos, quienes daban este nombre al jefe situado a retaguardia de las tropas'

''Volviendo a la cabeza del ejército, pondré junto a las picas extraordinarias los vélites extraordinarios, que sabéis son quinientos, y ocuparán un espacio de cuarenta brazos. Al lado de éstos, a mano izquierda, situaré los hombres de armas en ciento cincuenta brazos de terreno, y después, la caballería ligera en un espacio igual al de los hombres de armas. 

Dejaré los vélites ordinarios alrededor de sus batallones respectivos en los intervalos que separan unos de otros, quedando como auxiliares de éstos, a no ser que los ponga detrás de las picas extraordinarias, lo cual haré o no, según me convenga. 

Al general de la brigada lo colocaré entre la primera y la segunda línea de los batallones o al frente, en el espacio entre el último batallón de los cinco de la primera línea y las picas extraordinarias, conforme las circunstancias lo aconsejen, rodeándolo de treinta o cuarenta hombres elegidos por su inteligencia para comunicar una orden, y por su intrepidez para rechazar un ataque. Junto al general estarán la bandera y el trompeta.

En esta forma dispondré la brigada de la izquierda, o sea, la mitad del ejército, ocupando un espacio de frente de quinientos once brazos y el fondo antedicho, no contando el sitio de las picas extraordinarias destinadas a proteger la impedimenta, que será de unos cien brazos.

La otra brigada se colocará a la derecha de la anterior, del mismo modo que  dispuesto la de la izquierda, dejando entre ellas un espacio de treinta brazos, a cuyo frente situaré algunas piezas de artillería, y tras ellas, al general en jefe del ejército, que tendrá junto a él, además de la bandera capitana y del trompeta, lo menos doscientos hombres elegidos, la mayoría a pie, y entre ellos diez o más capaces de ejecutar cualquier orden, armados de modo que puedan ir a caballo o a pie, según sea necesario.

Para el ataque de plazas bastan al ejército diez cañones, que no deben pasar de un calibre de cincuenta libras, y en campaña me serviré de ellos, mejor para defender los campamentos que durante la batalla. La demás artillería será más bien de calibre tic diez que de quince libras, y la pondré al frente de todo el ejército si el terreno no permite que la sitúe en los flancos de un modo seguro y donde no pueda atacarla el enemigo''


De este modo, Fabrizio está combinando las dos estrategias, las de los griegos y los romanos. Permite combatir como las falanges griegas y como las legiones romanas, porque al frente están las picas y la infantería en apretadas filas, de manera que, al venir a las manos con el enemigo, pueden, como las falanges, reemplazar las bajas de la primera fila con los que están detrás.

Artillería del enemigo

Luis se atreve a preguntar a Fabrizio sobre la distancia y los disparos que se deben dar al enemigo. Fabio Máximo era muy criticado por tomar mucha distancia con el propósito de evitar batalla. Sin embargo, Fabrizio nos cuenta que es preciso que se ataque la caballería del enemigo inmediatamente, pues la artillería (que normalmente falla a distancia) ya no puede ser de utilidad  a ninguno de los dos. 

La artillería se dispara una vez y luego se retire. Sin embargo, Luis cuestiona este proceder, además de preguntar porqué es bueno seguir la organización de los antiguos, que, de acuerdo a comentarios actuales, en nada servirían a las guerras de hoy. 

La causa de ello consiste en importar más no recibir los proyectiles del enemigo que herir a éste con los nuestros. Se sabe que para preservarse de la artillería es necesario estar fuera de su alcance o ponerse detrás de murallas o de trincheras; y aun en este caso es preciso que sean muy resistentes. 

Los generales resueltos u obligados a librar batallas no pueden estar detrás de murallas o de trincheras, ni situar sus tropas fuera del alcance de la artillería. No habiendo, pues, medio de defensa, conviene encontrar uno para aminorar la ofensa, y no hay otro que el de apoderarse de los cañones lo más pronto posible, para lo cual conviene precipitarse sobre ellos en orden abierto y no a paso mesurado y en masas compactas; porque la presteza en el ataque le impide repetir los disparos y el orden abierto, herir a muchos hombres. Este medio no es practicable para un cuerpo de ejército formado en batalla, porque, si camina deprisa, se desordena, y si va en orden abierto, evita al enemigo el trabajo de romperlo, rompiéndose por sí mismo. 

En palabras de Fabrizio:

No permito que mi artillería haga un segundo disparo para impedir que lo efectúe tambien la enemiga, y aun, si es posible, que no dispare ni una sola vez. La única manera de inutilizarla es echarse sobre ella, porque si el enemigo la abandona, cae en su poder y si la defiende, ha de retirarla, de forma que, en cualquiera de ambos casos, no puede disparar.

Lo que más ocasiona confusión en un ejército es impedir la vista a los soldados, y muchas valientes tropas han sido derrotadas porque el sol o el polvo no les dejaban ver. Lo que más estorba a la vista es el humo de los disparos de artillería, y parece preferible dejar al enemigo cegarse con el humo de sus cañones que ir a su encuentro sin verlo. 

No prescindiré, sin embargo, de la artillería (lo cual sería desaprobado, vista la reputación de esta arma), pero la emplazaré en los extremos de la línea de batalla, para que, con el humo, no ciegue a los soldados del frente del ejército, cosa para mí de la mayor importancia. En prueba de lo temible que es este peligro, citaré el ejemplo de Epaminondas, quien, para cegar al enemigo que venía a atacarle, hizo galopar a su caballería ligera por delante del frente de batalla de los contrarios a fin de que la polvareda levantada por los caballos les impidiera ver, con lo cual obtuvo la victoria.

Lo mejor para acabar con la artillería del enemigo, es apoderarse de la misma. 

Luis tiene otra pregunta, ¿qué ocurre si el enemigo tiene su artillería bien protegida? el remedio consiste en abrir un espacio  en vuestro ejército que deje a las balas libre paso e inutilice su violencia, cosa fácil de practicar, pues si el enemigo quiere que su artillería esté segura ha de situarla al final del intervalo, y, para no herir a sus soldados, disparar constantemente en línea recta, de suerte que, con dejar paso a los proyectiles, se conjura el peligro. Por regla general ha de dejarse vía libre a todo lo que no se puede resistir, como se hacía en la Antigüedad con los elefantes y con los carros armados de hoces.

De todas formas, Fabrizio advierte a Luis que puede que suene que ha armado el ejército a su antojo y la victoria también, pero le señala que un ejército armado y dispuesto de la manera señalada entonces no tendría oportunidad de ser vencido. 

Caballería y rechazo

En una batalla, una caballería fue rechaza para apoyarse en las picas extraordinarias. En cuanto a estas,. las picas son de nueve brazos de largo, brazo y medio lo ocupan las manos para sostenerlas, y en la primera fila quedan libres siete brazos y medio. Kn la fila segunda, además del espacio ocupado por las manos, se pierde brazo y medio en la distancia entre las dos filas, y sólo quedan útiles seis brazos de pica; en la fila tercera, por igual motivo, sólo hay aprovechables cuatro brazos y medio, tres en la cuarta y uno y medio en la quinta. Las demás filas son inútiles para herir al enemigo, pero sirven para ir reemplazando a los que caen en las primeras, según dijimos oportunamente, y como barbacana de las cinco.

Estas picas rechazan perfectamente los choques de caballería. 

Orden de estrategia en la batalla

Hay que variar el orden con arreglo a las condiciones del sitio y a la calidad y cantidad del enemigo. Siempre se ordena el ejército de modo que los combatientes de las primeras filas puedan ser apoyados por los que están detrás, pues quien hace lo contrario inutiliza la mayor parte de su ejército, y, si tropieza con seria resistencia, no puede vencer.

Luis objeta que en el orden de batalla se ponen cinco batallones al frente, tres detrás y dos en la última línea, y que se debería hacer lo contrario a esto, porque parece más difícil derrotar un ejército cuando el enemigo, a medida que vaya avanzando, encuentre mayor resistencia, y, con este sistema, cuanto más penetrara la hallará más débil. 

Fabrizio le recuerda que son los triarios que formaban la tercera línea en la legión romana, siendo sólo seiscientos hombres, y dudaréis menos si os acordáis cómo estaban formados. Siguiendo este ejemplo, he colocado en la tercera línea dos batallones, o sea, novecientos soldados, de modo que, al imitar la formación romana, he puesto más bien más que menos soldados en esta línea. 

La primera línea del ejército se forma espesa y sólida, porque es la que sostiene el empuje del enemigo y no ha de recibir refuerzos. Conviene, pues, organizaría con numerosos soldados, pues si son pocos, las filas resultarían flacas y espaciadas por falta de número.

La segunda línea, destinada más bien a recibir a la primera, si es rechazada, que a afrontar al enemigo, debe tener grandes intervalos, y por eso conviene que sea de menor número que la primera; porque si fuera de número mayor o igual, o no podría dejar intervalos, lo cual ocasionaría confusión, o, dejándolos, sería de mayor extensión que la primera, constituyendo un orden de batalla imperfecto.

Si bien esta explicación convence a Luis, este sigue con preguntas y dudas. Si los cinco batallones de la primera línea se unen a los tres de la segunda, y después los ocho a los dos de la tercera, ¿cómo es posible que los ocho primero y los diez después ocupen el mismo espacio que los cinco del frente de batalla?

Fabrizio responde que en primer lugar, no es el mismo espacio, porque los cinco batallones de la primera línea tenían entre sí cuatro intervalos y los ocupan al retirarse hacia los tres de la segunda línea y hacia los dos de la tercera. Queda aún el espacio que media entre dos brigadas y el que hay entre dos batallones y las picas extraordinarias, y todos estos intervalos forman bastante extensión.

 Además, se añade que a esto que los batallones no ocupan el mismo espacio cuando están formados antes de la batalla que cuando el combate los desordena, porque en este caso, o estrechan las filas o las desparraman. Sucede esto último cuando el temor les obliga a huir; y lo primero cuando creen que su salvación está no en la fuga, sino en la defensa, la cual pueden hacer uniéndose, no dispersándose.


Conclusión

Un orden muy intrincado el que hace nuestro Fabrizio y difícil de imaginar solo leyendo sus palabras. Sin embargo, el diálogo mantiene la coherencia del anterior en cuanto a la consideración que se debe tener a los antiguos, y la adherencia a la tecnología moderna. Los órdenes de batallas siguen teniendo como referencia la antigüedad, es decir, en las cosas más estructurales, es mucho mejor mirar al pasado. 

viernes, 9 de julio de 2021

Nicolás Maquiavelo - El arte de la guerra (Libro Segundo) (1520)

 


Si vamos a hablar de una milicia bien organizada, entonces no podemos olvidar de ninguna manera el armamento que se ocupará en la batalla. Por eso, Nicolás Maquiavelo nos introduce a la segunda parte de su texto el arte de la guerra, para hablar sobre las armas indicadas para una milicia. Es posible que en esta parte veamos armas reconocibles hasta el día de hoy como lo son la ballesta, escudos, espadas y todo lo indispensable para un soldado del renacimiento. Veamos que nos depara el florentino. 


EL ARTE DE LA GUERRA

Libro Segundo

Estudio de las armas romanas

Una vez que se han organizado las tropas, entonces es tiempo de hablar de las armas que portan con ellas. Obviamente, para Fabrizio lo más conveniente es estudiar las armas que usaban los antiguos y escoger de ellas las mejores.

Dividían los romanos su infantería, atendiendo al armamento, en pesada y ligera. Los hombres armados a la ligera se llamaban volites, y esta denominación comprendía a los combatientes con hondas, ballestas y dardos, llevando por defensa casco y rodela. Combatían fuera de filas y a alguna distancia de la infantería pesada, que llevaba por armas celadas cuyos extremos caían hasta los hombros, coraza con falda o bandas que llegaban hasta las rodillas y las piernas y brazos cubiertos con grebas y brazales. Llevaban escudo largo como de dos brazos y uno de ancho, cercado de hierro en la parte superior, para resistir los golpes, y en la inferior, para que no se estropeara al chocar contra el suelo. Corno armas ofensivas usaban espada de brazo y medio de largo suspendida al costado izquierdo, y en la cintura, a la derecha, un puñal. Con la diestra empuñaban un dardo llamado pilo, que, al empezar el combate, arrojaban contra el enemigo. Tales eran las armas con las cuales los romanos conquistaron el mundo.



Además de las armas, llevaba la infantería romana penachos, adorno que da a los ejércitos un aspecto bello para los amigos y atemorizador para los enemigos. En los primeros tiempos de Roma, la caballería no usaba más armas defensivas que un escudo redondo y un casco que cubría la cabeza; el resto del cuerpo estaba indefenso. Las ofensivas eran la espada y una pica larga y delgada herrada únicamente en uno de sus extremos. Esta pica impedía al soldado mantener firme el escudo y en la lucha se quebraba, quedando el jinete desarmado y expuesto a los golpes del enemigo. Andando el tiempo, la caballería fue armada como la infantería, pero con el escudo más pequeño y cuadrado y la pica más gruesa y herrada en los dos extremos; de modo que, al quebrarse, podía defenderse el jinete con el trozo que le quedaba en la mano. Con esas armas, repito, la infantería y la caballería romanas conquistaron el mundo, y, por los resultados, debe creerse que nunca ha habido ejércitos mejor armados.

Penacho o cresta romana

Estudio de las armas actuales

Ahora Fabrizio se referirá al uso de las armas actuales. Para su defensa peto de hierro, y para ofender, una lanza de nueve brazos de largo que llaman pica, y una espada al costado izquierdo, más redondeada que aguda en la punta.

Éste es el modo ordinario de armar a la infantería actualmente, siendo pocos los que llevan defendidos la espalda y los brazos y ninguno la cabeza. Estos pocos, en vez de pica, usan alabarda, cuya asta, como sabéis, es de tres brazos de largo y el hierro tiene forma de hacha. Entre ellos van los escopeteros, quienes con sus disparos hacen el mismo efecto que antiguamente los honderos y ballesteros. Esta manera de armar los ejércitos la han puesto en práctica los alemanes, y, sobre todo, los suizos, que siendo pobres y queriendo ser libres, se veían obligados a luchar contra la ambición de los príncipes de Alemania, bastante ricos para mantener caballería, cosa imposible a ellos por su pobreza. 

Peleando a pie y queriendo defenderse del enemigo a caballo, tuvieron que acudir al sistema militar de los antiguos y apelar a armas que los defendieran del ímpetu de la caballería. Esta necesidad les ha hecho mantener o restablecer la antigua organización militar, sin la cual la infantería es completamente inútil, y adoptar la pica como arma útil, no sólo para resistir a la caballería, sino para vencerla. Tal organización y tal clase de armas han dado a los tudescos tanta audacia, que quince o veinte mil de ellos no temen atacar a la caballería más numerosa, como lo han probado repetidas veces en los últimos veinticinco años, siendo tan evidentes los ejemplos de las ventajas de esta organización y de estas armas, que, después de la venida del rey Carlos VIII a Italia, todas las naciones las han copiado y los ejércitos españoles han adquirido, por este medio, gran reputación.

Armamento tudesco y romano

Luego de esta explicación, Cosme pregunta a Fabrizio qué armamento es el mejor: el tudesco o el romano. Como no es de sorprender, Fabrizio apunta al armamento romano y nos dice las ventajas y desventajas de cada uno.

Tudescos:

Ventajas:

  1. Puede resistir y vencer a la caballería
  2. Por no llevar armas pesadas, camina más fácilmente y con mayor rapidez se forma en batalla

Desventajas:
  1. Al carecer de armas defensivas, está más expuesta de cerca y de lejos a los golpes del enemigo, es inútil para los sitios de plazas fuertes y resulta vencida en los combates donde el enemigo oponga tenaz resistencia

Romanos

Ventajas: 
  1. Por cubrirse el cuerpo con armas defensivas, se libraban bien de lejos y de cerca de los golpes del enemigo
  2. El choque de los escudos era violento y rechazaba mejor al adversario
  3. En los combates cuerpo a cuerpo valía mucho más su espada que la pica de los alemanes, quienes llevan también esta arma; pero, como no usan escudo, resulta ineficaz.

Desventajas:

  1. Las armas que llevaban los romanos eran muy pesadas lo que producía fatiga

No se debe olvidar,. advierte Fabrizio, que la infantería tendrá que combatir, o con otra infantería o con caballería, y siempre será inútil la que no pueda resistir a la caballería, o, pudiendo, tema pelear con otra infantería mejor armada y mejor ordenada. Ahora bien; si se compara la infantería tudesca y la romana, se encontrará en la primera aptitud, como hemos dicho, para resistir a la caballería y gran desventaja si tiene que combatir con infantería organizada como ella y armada como la romana. Habrá, pues, entre ambas la diferencia de que los romanos podrían vencer a la infantería y a la caballería, y los tudescos, sólo a la caballería.

La buena infantería debe saber y poder rechazar lo mismo las tropas de a pie que las de a caballo, cosa que, según he repetido varias veces, depende del armamento y la organización. Cosme le pregunta a Fabrizio qué organización realizaría él a lo que responde que adoptaría las armas romanas y las tudescas para que la mitad fueran armados como los romanos, y la otra mitad, como los alemanes; por ejemplo: de seis mil infantes, tendría tres mil armados con escudos.a la romana, dos mil con picas, y mil arcabuceros a la tudesca. Pondría las picas al frente de los batallones donde más temiera el ataque de la caballería y me serviría de los armados con escudos y espadas para sostener a los de las picas y asegurar la victoria, como lo probaré más adelante. Un cuerpo de infantería así organizado, sería, a mi entender, superior a todos los que hoy existen.

El mejor armamento para la caballería

Algo que sí agradece Fabrizio en cuanto al armamento de caballería de estos días son las sillas de arzones y los estribos, no usados en la antigüedad. Los jinetes están mejor armados y con más dificultad se resiste hoy el choque de un escuadrón de hombres de armas, que se resistía antiguamente el de la caballería romana.

Estribos que de acuerdo con Fabrizio
no existían en la antigua Roma


Arzones que según Fabrizio no existían en la 
antigua Roma

A pesar de esto, Fabrizio nos advierte que no hay que estimar tanto la caballería porque esta al final siempre ha sido vencida por la infantería. Un ejemplo de esto se presenta cuando se enfrentó el rey de Armenia, Tigranes, contra el ejército romano que mandaba Lóculo, que constaba de ciento cincuenta mil hombres de caballería; muchos de ellos, llamados catafrattes. El ejército romano constaba de unos seis mil jinetes y veinticinco mil infantes, por lo cual dijo Tigranes al ver al enemigo: ''La caballería sólo es bastante para una embajada''. Sin embargo, al llegar a las manos, el ejército del rey fue vencido, y el historiador que describe esta batalla considera a los catafrattes como inútiles, pues dice que, llevando la cara cubierta, apenas podían ver y ofender al enemigo, y el peso de sus armas les impedía, una vez caídos, levantarse y valerse de sus personas.

Las repúblicas o los reinos que prefirieron la caballería a la infantería, siempre han sido débiles y han estado expuestas a toda clase de contratiempos, como sucede a Italia en nuestros días, invadida, robada y arruinada por los extranjeros en castigo del pecado de no cuidarse de su infantería y de ser casi todos sus soldados de caballería. Debe tenerse caballería, pero como elemento secundario, y no el principal del ejército. Es útil y necesaria para las descubiertas, para las correrías y devastaciones del país enemigo, para tener en continua alarma a los oponentes e interceptarles las provisiones; pero en las batallas campales, que son las operaciones principales de la guerra y el fin con que se organizan los ejércitos, su mejor servicio es la persecución del enemigo, una vez derrotado, siendo en todo lo demás muy inferior a la infantería.

No obstante lo anterior, a Cosme le vienen dos dudas:

  1. ¿Cómo es que los partos solo tenían caballería y resistieron a los romanos?
  2. ¿Cuál es la fuerza de la infantería y la debilidad de la caballería?

En primer lugar, para responder lo primero, Fabrizio nos dice que los partos tenían un ejército muy distinto al de los romanos. Todo el ejército parto estaba formado de caballería, y combatía confusa y desordenadamente y con la mayor inestabilidad.

Los romanos iban casi todos a pie y peleaban uniendo sus filas y concentrando las fuerzas. Unos u otros vencieron, según fuera espacioso o estrecho el terreno en que operaban. El primero era favorable a los partos, el segundo, a los romanos. En aquél demostraron los partos la superioridad de su organización militar en correspondencia a la región que defendían, la cual era extensa, distante más de mil millas del mar, cruzada por varios ríos apartados unos de otros dos o tres jornadas, casi despoblada, de suerte que un ejército romano, pesado y lento en las marchas por su armamento y organización, no podía caminar sin grave daño, mientras los defensores del país iban a caballo y recorrían con la mayor facilidad largas distancias, estando hoy en un sitio y al día siguiente a cincuenta millas de él. Así se comprende que los partos, sólo con caballería, pudiesen destruir el ejército de Craso y poner en grave riesgo el de Marco Antonio.

En cuanto a la superioridad de la infantería, en primer lugar, los caballos no pueden andar, como los hombres, por todas partes; los movimientos de la caballería en las maniobras son más tardíos que los de la infantería, pues si, avanzando, es preciso retroceder, o retirándose avanzar, o moverse estando parados, o en marcha detenerse de pronto, los caballos no lo hacen con tanta exactitud y precisión como los infantes. Una fuerza de caballería desordenada por el choque del enemigo, con dificultad vuelve a ordenarse, aunque el ataque haya sido infructuoso, y esto sucede rara vez a la infantería. También ocurre con frecuencia que un hombre valeroso monta un caballo cobarde, y un soldado tímido va sobre un caballo valiente. Esta disparidad de ánimo entre el hombre y el caballo contribuye al desorden.

Un pelotón de infantería puede resistir el empuje de la caballería, porque el caballo es un animal sensato, conoce el peligro y no se expone a él voluntariamente. Si se tiene en cuenta la fuerza que le hace avanzar y la que le obliga a retroceder, se verá que ésta es mayor que aquélla; porque si las espuelas lo excitan a correr, el aspecto de las picas y las espadas le detiene. Por ello hay muchos ejemplos antiguos y modernos de permanecer seguro e invencible un pelotón de infantería atacado por caballería. Si se arguye que la impetuosidad con que corre el caballo hace su choque mas terrible para quien se exponga a recibirlo y obliga al animal a no cuidarse tanto de las picas como de las espuelas, contestaré que, cuando el caballo vea que corre a chocar con las puntas de las picas, espontáneamente refrenará la carrera y, al sentir que le pinchan, se parará en firme o volverá a la izquierda o a la derecha del obstáculo que encuentra. 

A pesar de estos inconvenientes, propios de la caballería, el jefe que mande un cuerpo de infantería debe escoger caminos inaccesibles a los caballos, y rara vez ocurrirá que no pueda librarse de sus ataques sólo por la disposición del terreno. Si se camina por colinas, nada hay que temer de la impetuosidad de la caballería; y si por las llanuras, pocos serán las que no ofrezcan, con bosques y plantaciones, medios de segura defensa, pues cualquier vallado, cualquier zanja, por pequeños que sean, cualquier cultivo donde haya viñas o arbustos, impiden la carrera del caballo. Lo mismo se presentan estos obstáculos en las marchas que en las batallas, y hacen imposibles las cargas de caballería. 

No hay que olvidar, sin embargo, establecer que los romanos estimaban tanto la superioridad de su organización y de sus armas, que, si en un día de batalla podían elegir entre un sitio áspero que les preservara de los ataques de la caballería, pero donde no pudieran desplegar cómodamente sus fuerzas, y uno llano y fácil para las acometidas de los caballos enemigos, pero donde ellos pudieran maniobrar, siempre preferían éste.

Ahora baste responde la segunda pregunta de Cosme, la superioridad de la infantería. Aunque los soldados estén bien elegidos y mejor armados, debe cuidarse con grandísimo esmero de ejercitarlos, porque sin ello no hay soldado bueno. Estos ejercicios tendrán tres objetos:

  1. Uno, endurecer el cuerpo, acostumbrarlo a sufrir las fatigas, aumentar su agilidad y su destreza
  2. Enseñar al soldado el manejo de las armas
  3. Instruirle para que siempre ocupe el sitio que le corresponda en el ejército, lo mismo en las marchas que en los combates y en los campamentos

Las tres principales operaciones de todo ejército, porque si camina, acampa y combate ordenada y metódicamente, su general será bien juzgado aunque no consiga la victoria.

Manejo de las armas

Los romanos para el manejo do las armas hacían los siguientes ejercicios. Daban a los jóvenes armas el doble más pesadas que las ordinarias; por espada, un palo revestido de plomo, de mucho más peso que aquélla. Obligaban a cada uno a clavar una estaca en tierra, dejando fuera de ella un trozo como de tres brazos de alto, tan firmemente fijado, que los golpes ni lo rompieran ni lo torcieran, y contra dicha estaca se ejercitaban los jóvenes con el escudo y el palo emplomado como contra un enemigo, dirigiendo sus golpes a veces como para herirlo en la cabeza o en el rostro, a veces como para atravesar el pecho o romperle las piernas; ora retirándose, ora avanzando. Era útil este ejercicio para aprender a cubrirse con el escudo y a herir el enemigo, y lo pesado de las armas simuladas, para que las verdaderas les parecieran después más ligeras. Procuraban los romanos que sus soldados hiriesen a estocadas mejor que a cuchilladas, porque el golpe de punta es más grave, más difícil de parar, menos expuesto a que se descubra quien lo da, y más fácil de repetir.

En la Antigüedad, lo mejor para una república era tener muchos hombres ejercitados en las armas, porque no es el esplendor de las piedras preciosas o del oro lo que hace someterse al enemigo, sino el temor a las armas. Además, los errores en muchos asuntos pueden a veces enmendarse; pero en la guerra es imposible, por lo inmediato de la pena. Por otra parte, el saber combatir aumenta la audacia de los hombres, puesto que nadie teme hacer aquello que ha aprendido.

En efecto, para Cosme está muy clara la superioridad de los soldados romanos, pero ahora pregunta a Fabrizio qué recomienda a los soldados de ahora. 

Fabrizio contesta la carrera, la lucha, los saltos, el uso de armas más pesadas que las ordinarias, el tiro con ballesta y con arco, a los cuales añadiría el de arcabuz, arma nueva que, como se sabe, es necesaria. Nadar, cosa muy útil, porque no siempre hay puentes o barcos en los ríos, y el ejército que no sabe nadar pierde muchas ventajas y ocasiones de operar útilmente. Ejercicios especiales para los hombres destinados a la caballería, cosa indispensable, porque no sólo necesitan saber montar, sino también valerse de sus armas a caballo. Para esto tenían caballos de madera, sobre los cuales se adiestraban los jóvenes montando en ellos armados y desarmados, sin ayuda alguna y por ambos lados, con lo cual se conseguía que, a la orden del capitán, los soldados de caballería estuviesen inmediatamente a pie o a caballo.

Por último, se necesita que aprendan a estar en filas, a obedecer las señales, los toques y las voces de los jefes, estar a pie firme, retirarse, avanzar, combatir y caminar, porque sin esta disciplina, cuidadosamente observada y practicada, nunca habrá ejército bueno. No cabe duda de que los hombres valerosos, pero desordenados, son más débiles en conjunto que los tímidos disciplinados, porque la disciplina aleja el temor y el desorden inutiliza la valentía.

Forma del batallón en batalla

Se puede proceder de tres maneras: la primera y más útil es la organización maciza, formando dos cuadros; la segunda consiste en formar el cuadro con dos cuernos en el frente; la tercera es formarlo con un espacio vacío en el centro, al que llaman plaza.

La primera formación puede realizarse de dos modos: una doblando las filas, es decir, que la segunda entre en la primera, la cuarta en la tercera, la sexta en la quinta, y así sucesivamente, de modo que las ochenta filas de a cinco soldados se conviertan en cuarenta de a diez. Después vuelven a doblarse de igual modo, uniéndose una fila a otra, y quedarán veinte de a veinte hombres cada una. De este modo, el batallón resulta formado casi en dos cuadros, pues, si bien hay el mismo número de hombres por cada uno de los lados, sin embargo, por el frente los soldados están codo con codo; pero por los flancos hay entre ellos una distancia al menos de dos brazos, de modo que el cuadro es mucho más largo de frente a retaguardia que de un flanco al otro.

La segunda formación será, como dije, de veinte filas de a veinte soldados cada una; cinco filas de picas al frente y quince de los armados con escudos detrás; dos centuriones a la cabeza y otros dos a la cola, quienes harán el oficio de los que llamaban los romanos tergiductorcs. El condestable o jefe del batallón estará con la bandera y las trompetas en el espacio que media entre las cinco filas de las picas y las quince de los escudados. Los decuriones, uno a los flancos de cada fila, de modo que cada cual tenga a su lado los hombres que manda: los que vayan a la izquierda, los diez hombres de la derecha y los que estén a la derecha, los diez de la izquierda. Los cincuenta vélites irán a los flancos y a retaguardia del batallón.

Para convertir el batallón con cuernos en batallón con plaza, basta tomar ocho de las quince filas de a veinte soldados, y alinearlas con los extremos de los dos cuernos, formando así la espalda de la plaza. Rn ésta se sitúan los carros, el jefe y la bandera, pero no la artillería, la cual se coloca al frente o a lo largo de los flancos. Éstas son las dos formas de organizar un batallón sólo cuando tiene que pasar por sitios sospechosos. Sin embargo, la formación sin cuernos y sin plaza, es la mejor; salvo en el caso de necesitar poner a cubierto hombres desarmados, pues entonces la con cuernos es necesaria.

Causa de la desidia en tiempos actuales

Cosme pregunta, advirtiendo solo si es que sabe, cuál es la causa de la desidia en los tiempos actuales. La causa, de acuerdo con Fabrizio, consiste en que en Asia y África existieron una o dos grandes monarquías y pocas repúblicas, mientras en Europa ha habido alguno que otro reino y numerosas repúblicas. Los hombres llegan a ser sobresalientes y muestran sus preclaras dotes cuando los que gobiernan la nación a que pertenecen, sean repúblicas o reyes, les ponen en el caso de probarlas; por lo tanto, donde hay muchos soberanos, hay muchos grandes hombres, y donde aquellos son pocos, éstos también.

Son famosos en Asia: Niño, Ciro, Artajerjes, Mitrídates y algunos otros, muy pocos, grandes generales.En Africa, , Masinisa, Yugurta y los capitanes que produjo la república cartaginesa, los que, comparados en número con los europeos, son poquísimos, pues en Europa los hombres famosos son innumerables, y aún lo serían más si a sus nombres se añadieran otros muchos que la injuria de los tiempos ha hecho olvidar. Esto nace de que en el mundo ha sido tanto más común el mérito cuanto mayor número de Estados, por necesidad u otro humano interés, han alentado y favorecido la virtud.

Siendo, pues, indudable que el número de grandes hombres depende del número de Estados, la consecuencia es que conforme éstos se arruinan van disminuyendo los capitanes famosos, a medida que cesan las ocasiones de demostrar su mérito. El crecimiento del Imperio romano, que acabó con todas las repúblicas y reinos de Europa y de África y la mayor parte de los de Asia, no dejó medio de probar el mérito más que en Roma, y de aquí que los grandes hombres empezaran a escasear lo mismo en Europa que en Asia y que la virtud llegase a extrema decadencia, pues reducida a Roma, al corromperse las costumbres en esta ciudad, la corrupción se extendió a casi todo el mundo, y entonces pudieron los pueblos de la Escitia arrasar aquel imperio que había extinguido el mérito de todos los demás, sin saber conservar el suyo.

Organización de la caballería

Finalmente, Cosme le pregunta cómo organizaría la caballería. Para Fabrizio respecto a las armas, le daría las que hoy tiene, lo mismo a la caballería ligera que a los hombres de armas; pero que los primeros fuesen todos ballesteros y mezclarles algunos arcabuceros, pues si éstos, en la generalidad de las operaciones de guerra, son poco útiles, en cambio para asustar a los paisanos y echarles de cualquier paso que guarden son útiles, hasta el punto de valer más un arcabucero que veinte soldados con otras armas.

En cuanto al número, siguiendo la imitación de la milicia romana, serían trescientos caballos efectivos para cada batallón, divididos en ciento cincuenta hombres de armas y otros tantos caballos ligeros, dando a cada uno de estos cuerpos un jefe, quince decuriones, bandera y trompetas. Cada diez hombres de armas tendrían cinco furgones y cada diez caballos ligeros, dos, donde, como en los de la infantería, fueran las tiendas, las vasijas, las hachas, las estacas y cuanto más bagaje cupiese.

Conclusión

Vemos en la visión de Fabrizio, y por lo tanto en la de Maquiavelo, la inevitable adherencia a un ejército parecido al del Imperio Romano. Una preponderancia a la infantería más que a la caballería, pero no con las armas y monturas del pasado, sino que más bien con todo lo del presente. Una mezcla que podría permitir dar una salida a la crisis italiana de aquellos años, pero que quizás pueda no ser oída en el instante. Sin embargo, debemos destacar que esta parte sin duda colabora a la teoría de la filosofía de la guerra y la filosofía política. 

jueves, 8 de julio de 2021

Nicolás Maquiavelo - El arte de la guerra (Libro Primero) (1520)

Uno de los tratados militares más importantes de la historia nos lo trae hoy Nicolás Maquiavelo. Puede sonarnos mucho a la obra de Sun-Tzu, quien también fue un estratega militar y filósofo de la antigua China. Sin embargo, esta obra dista de ser parecida a la del pensador chino, todo lo contrario, vemos que esta obra está inspirada ya en otros dos fundamentales textos de Maquiavelo como son ''El Príncipe'' y ''Discursos sobre la primera década de Tito Livio''. Este es otro de los tantos tratados que contribuye a la filosofía de la guerra, por lo tanto, es imprescindible saber su contenido. 


EL ARTE DE LA GUERRA

Libro Primero

El libro comienza rindiendo un homenaje a Cosme Rucellai, más conocido como Pedro de Cosme de Médici, quien fuera gobernante de Florencia entre 1464 y 1469. De acuerdo con Maquiavelo, Cosme siempre fue muy valiente, daba la vida por sus amigos y no temía en acometer empresa alguna.

Para recordarlo, el filósofo florentino nos hablara sobre una conversación que tuvo con Fabrizio Colonna, 1520), famoso capitán mercenario, luchó del lado francés contra tropas papales, italianas y españolas y también del lado papal y español contra los franceses. Maquiavelo fue testigo de las conversaciones entre Cosme y Fabrizio, donde éste último siempre le pedía consejos para las batallas. 

Pasó que en esas conversaciones se encontraban:

  • Zanobi Boundelmonti
  • Bautista de la Palla
  • Luis Alamanni
Jóvenes todos y aficionados a los mismos estudios que Kucellai. Sus excelentes dotes no necesitan elogio, porque todos los días y a todas horas las ponen de manifiesto. Fabrizio fue honrado con las mayores distinciones que, dada la época y el sitio, se le podían conceder.

Sentados en el pasto de su jardín, comienzan a conversar sobre el arte de la guerra. 

La imitación a los antiguos

Fabricio asegura que son los antiguos aquellos que hicieron grandes cosas, en contraste a los tiempos de hoy. Cosme le pide por favor que le enseñe cuáles eran aquellas cosas que había de imitar a los antiguos. 

Nos dice Fabricio: En honrar y premiar la virtud, no despreciar la pobreza, estimar el régimen y la disciplina militares, obligar a los ciudadanos a amarse unos a otros, y a no vivir divididos en sectas;’ preferir los asuntos públicos a los intereses privados, y en otras cosas semejantes que son compatibles con los actuales tiempos.

Sin embargo, Cosme le objeta a Fabricio que si bien los antiguos tienen buenos antecedentes y los actuales malos, porqué él no ha hecho lo que hacen los antiguos. Fabricio responde que para él aún no ha llegado la ocasión oportuna de ejecutar aquello que los antiguos hacían con tan sensatez. Cosme se muestra un poco incrédulo ante su respuesta pero le da la oportunidad para explicarse. 

Fabricio dice que la guerra es una arte que no se puede vivir, como particular, honradamente, y que corresponde ejercitarlo a las repúblicas y los reinos. No es propio de un hombre realizar la guerra de forma privada, al contrario esta se debe hacer de forma pública. De hecho, cuando el hombre piensa privadamente, es ahí donde ocurre la rapiña, la revuelta y la conspiración.

No obstante, hay hombres que solo viven de la guerra y no puede vivir en paz, de hecho, impiden la paz. En su propias palabras:

''La guerra hace al ladrón, y la paz lo ahorca''

Porque los que no saben vivir de otro modo, ni encuentran quien los mantenga, ni tienen la virtud de acomodarse a vida pobre, pero honrada, acuden por necesidad a robar en los caminos, y la justicia se ve obligada a ahorcarlos.

Con este razonamiento, Cosme queda algo confuso y no sabría explicar de dónde procede la gloria de César, Pompeyo, Escipión, Marcelo, y tantos otros capitanes romanos a quienes la fama celebra como dioses, pues con la explicación de Fabrizio, pareciera ser que los soldados son miserables. Fabrizio aclara que el hombre de bien no puede tener el ejercicio de las armas como oficio, y otra, que en una república o un reino bien organizado no se permite a los ciudadanos o súbditos militar por su cuenta. Pero de todas formas, Fabricio dice que en el caso de César y Pompeyo y todos los capitanes romanos posteriores a las guerras púnicas lograron fama de valientes, pero no de buenos, y los anteriores a ellos la conquistaron de valientes y de buenos, por cuanto éstos no ejercieron la guerra como su única profesión, y aquéllos sí.

Gobiernos

Fabrizio dice que los que tienen buen régimen no dan poder absoluto al rey, sino en el mando de los ejércitos, único caso en que son precisas las determinaciones rápidas y la unidad de acción. En los demás nada puede hacer, sino aconsejado, y los que le aconsejan temerán que tenga a su lado quien en tiempo de paz desee la guerra, por no poder vivir sin ella. El nervio de los ejércitos es indudablemente la infantería, y si el rey no la organiza de modo que en tiempo de paz vuelvan los soldados contentos a sus casas y a sus ordinarias ocupaciones, necesariamente está perdido, pues la infantería más peligrosa es la formada por gente cuyo oficio es la guerra.

Los romanos, mientras fueron buenos y sabios nunca consintieron que los ciudadanos tuvieran por única ocupación el ejercicio de las armas, no porque no pudiesen mantenerlos en todo tiempo, pues casi constantemente tenían guerras, sino por evitar el daño que pudiera causar el oficio de soldado.

Milicia ciudadana

Mantener a los hombres de arma con sueldos en tiempos de paz es muy difícil y hasta en ciertos casos dañino. Tienen por oficio la guerra, y si fueran en gran número en los Estados que los conservan, causarían grandes perturbaciones; pero siendo pocos e imposibilitados de formar ejército ellos solos, les es casi imposible causar perjuicios graves. No obstante, los han producido algunas veces, como ya lo dije hablando de Francisco Sforza, de su padre, y de Bracio de Pcrusa. Por tanto, la costumbre de mantener hombres de armas Fabrizio no la aprueba, por ser perniciosa y poder ocasionar grandes inconvenientes.

¿Cómo mantener entonces a estos soldados que son tan necesarios para el Estado? Fabrizio responde con una milicia ciudadana semejante a la de los antiguos, que organizaban la caballería con súbditos suyos, y, hecha la paz, enviaban a los soldados a sus casas, a ocuparse en sus oficios, según explicaré detenidamente más adelante. Si ahora esta parle del ejército tiene por oficio la milicia aun en tiempo de paz, es por efecto de la corrupción de las instituciones militares.

El fin de una guerra

Básicamente es para ganar las tierras y riquezas del enemigo. Para conseguir esto, es preciso organizar un ejército; y para crear un ejército se necesita encontrar hombres, armarlos, ordenarlos, adiestrarlos, ejercitarlos en grandes y pequeñas agrupaciones, saberlos acampar y enseñarles a resistir al enemigo a pie firme o caminando. Todo esto constituye el arte de la guerra campal, que es la más necesaria y la más honrosa. A quien sepa vencer al enemigo en una batalla, se le perdonarán los demás errores que cometa en la dirección de la campaña; pero quien no sepa hacerlo, aunque en todo lo demás del ejercicio de las armas sea excelente, no terminará una guerra con honor. Una batalla ganada borra todas las malas operaciones que hayas hecho, y si la pierdes, es inútil todo lo realizado antes de darla.

La elección (no reclutamiento queriendo poner énfasis al lenguaje antiguo) debe ser de hombres de comarcas templadas para que tengan valor y prudencia, porque las cálidas los producen prudentes, pero no valerosos, y las frías, animosos, pero imprudentes. La regla de fácil aplicación consiste en que las repúblicas o los reinos saquen los soldados de su propio país, sea cálido, frío o templado, porque ejemplos antiquísimos demuestran que en todas partes el ejercicio hace buenos soldados y, donde la naturaleza no los produce, los forma el trabajo, que, para esto, vale más que la naturaleza.

¿Quienes son los que siempre se alistan? no son súbditos; lejos de ser los mejores, suelen ser los peores de cada provincia, pues los más escandalosos, vagos, desenfrenados, irreligiosos, desobedientes a sus padres, blasfemos, jugadores y llenos de toda clase de vicios, son los que quieren dedicarse al oficio de soldado, y las costumbres de tales hombres no pueden ser más dañosas a una verdadera y buena milicia.

Muchas veces sucede que los alistados no son tantos como se necesitan, y el príncipe se ve obligado a tomarlos todos, en cuyo caso no hay elección posible; lo que haces es asoldar infantería. De esta mala manera se organizan los ejércitos en Italia y en otras partes, excepto en Alemania, porque el alistamiento no se hace por obediencia al príncipe, sino por voluntad del que quiere servir en la milicia. Júzguese si es posible establecer la antigua disciplina en ejércitos formados de esta manera y con tales hombres.

Para organizar un ejército donde no lo haya, es preciso reclutar a todos los hombres aptos y en edad para ser soldados, a fin de poderlos instruir como diré más adelante; pero haciendo la elección donde hay ya ejército organizado, y sólo para el reemplazo, los tomaría de diez y siete años, pues los de mayor edad estarán ya reclutados.

El caso de los florentinos

Cosme le menciona que los florentinos, su ejército, se considera uno de los más débiles. Esto se debe a que la opinión general y los desastres que se han ocasionado en Florencia con respecto a los ejércitos. Se dice que en sus ejércitos, los soldados, como son propios, son menos libres y además son menores de edad. 

Sin embargo, Fabrizio no está de acuerdo. El mismo nos dice que en cuanto a la inutilidad, aseguro que no hay milicia más útil que la propia, y no se puede organizar milicia propia sino del modo que he referido. Respecto a la fuerza, hay que tener en cuenta que los llamados por orden del príncipe a empuñar las armas, no van al servicio, ni completamente obligados, ni por su espontánea voluntad, porque esto último tendría los inconvenientes, ya expresados, de haber elección ni el número suficiente de voluntarios. Por otra parte, como el empleo de excesiva fuerza para el reclutamiento produciría muy mal resultado, se debe adoptar un término medio entre la violencia y la libertad, y que el recluta acuda a las filas por obediencia a las órdenes del soberano, y porque lema más su indignación que los trabajos de la vida militar. De esta suerte resultará una mezcla de fuerza y voluntad que no ha de tener las malas consecuencias del descontento.

Esto no quiere decir que el ejército sea invencible, pero sí será un ejército mejor preparado. 

Cuidado en la elección

Cosme vuelve al tema de la elección y claro, se debe tener un cuidado especial en esto. Fabrizio recomienda que se elija a los que presente más utilidad como por ejemplo, los campesinos, habituados a los trabajos de la tierra, son los mejores por ser la ocupación que más se adapta a las faenas del ejército. Después conviene tener bastantes herreros, carpinteros, herradores y canteros, porque en muchas circunstancias necesita el ejército operarios de estos oficios, y los soldados que los prestan son, por tanto, de doble aprovechamiento.

Organización de las tropas

Como no es posible saber con certeza absoluta todo sobre los elegidos, entonces se tendrá que analizar por conjeturas, que se forman atendiendo a la edad, el oficio y la constitución física del recluta.

Dicen los que han escrito de esta materia que conviene tengan los ojos vivos y animados, el cuello nervioso, el pecho ancho, los brazos musculosos, los dedos largos, poco vientre, las caderas robustas, piernas y pies delgados, condiciones todas que hacen a los hombres ágiles y fuertes, las dos principales cualidades de un soldado. Se cuidará especialmente de que sus costumbres sean honradas; de lo contrario, lo que se elige es un instrumento de escándalo y un principio de corrupción. No habrá quien crea que un hombre disoluto y embrutecido por los vicios es capaz de alguna virtud laudable.

Los cónsules, encargados de todo lo concerniente a la guerra, queriendo organizar los ejércitos, al empezar a desempeñar su cargo (porque era costumbre que cada uno de ellos tuviera dos legiones formadas exclusivamente de romanos, que eran el nervio de sus tropas) nombraban veinticuatro tribunos militares, adjudicando seis a cada legión, los cuales hacían en ella el oficio de los que hoy llamamos condestables. Reunían después a todos los ciudadanos romanos aptos para llevar las armas, y colocaban separadamente los tribunos de cada legión. En seguida se sorteaban las tribus para determinar en cuál debía empezar la elección; en ella escogían cuatro de los mejores, uno por el tribuno de la primera legión; de los tres restantes, otro por el tribuno de la segunda; de los dos que quedaban, otro por el tribuno de la tercera, y el último correspondía a la cuarta legión.

Después se escogían otros cuatro, el primero por el tribuno de la segunda legión, el segundo por el de la tercera, el tercero por el de la cuarta, y el cuarto iba a la legión primera. Después se escogían otros cuatro, el primero para la legión tercera, el segundo para la cuarta, el tercero para la primera, y el cuarto para la segunda. Así continuaba la elección hasta completar las legiones.

Número de milicias

En cuanto al número de milicias, Fabrizio nos dice que en ninguna parte se formará buena milicia si no es muy numerosa. Argumenta que primer lugar, no por elegir pocos donde la población es numerosa, como en Toscana, la elección es más selecta y mejores los escogidos, porque si a ella se aplica la experiencia, se tropezará con que es aplicable a muy pocos, por ser pocos los que han estado en la guerra y poquísimos los que en ella han tenido ocasión de probar su valor, por el cual merecieran ser elegidos con preferencia a los demás; de suerte que quien elige tiene que prescindir de la experiencia y fiarse de las conjeturas. 

En este caso hay que ver a qué regla atenerse, si se presentan veinte jóvenes de buena presencia, para escoger a unos y desechar a otros. Todo el mundo convendrá en que lo menos expuesto a equivocaciones, ya que no cabe elegir entre ellos, es armar y ejercitar a los veinte, reservándose preferir a los de más ingenio y valor cuando la práctica de los ejercicios lo demuestre. De modo que, bien mirado, es un error reclutar pocos por tenerlos mejores.

En primer lugar, este número de infantes no basta para formar un buen ejército, y la paga es un gasto insoportable para un Estado. Además, resultaría insuficiente para tener a los soldados contentos y obligados a servir en todo caso; de modo que, haciendo esto, se gastaría demasiado, se tendría poca fuerza armada y nunca la necesaria para defenderos o para realizar alguna empresa. Si se aumenta el sueldo o la milicia, mayor será la imposibilidad de pagarla; y si se disminuye la paga o se reduce el número de hombres, mayor el descontento de éstos y su inutilidad. Por tanto, los que defienden una milicia nacional pagada en tiempo de paz y cuando los milicianos están en sus casas, defienden una cosa inútil e imposible. La paga es indispensable cuando se les lleva a la guerra. En suma, si la organización de la milicia nacional produce algunas molestias en tiempo de paz, lo que creo, en cambio ocasiona todos los bienes consiguientes a una fuerza bien ordenada en un Estado, sin la cual no hay seguridad para ninguna cosa.

Se debe tener sumo cuidado con una milicia poco numerosa. Cada día disminuirá, por la multitud de impedimentos con que tropiezan los hombres, el número de los alistados, de suerte que el de milicianos quedará reducido a casi ninguno. En cambio, si la milicia es numerosa, podéis a vuestra elección valeros de pocos o de muchos, y debiendo serviros como fuerza efectiva y como reputación, mayor será una y otra cuantos más milicianos haya. Añádese a esto que, siendo el objeto de la milicia tener a los hombres ejercitados, si los alistados son pocos y el país extenso, distan tanto unos de otros, que no pueden, sin grandes molestias y perjuicio, reunirse para los ejercicios y, sin los ejercicios, la milicia es inútil, como oportunamente probaré.

Sin embargo, Cosme le dice a Maquiavelo que una armada muy numerosa puede causar estragos en la ciudad, pero Fabrizio nos asegura que es una visión equivocada. Los ciudadanos armados pueden causar desórdenes de dos modos: 
  1. Promoviéndolos entre sí
  2. Contra los desarmados. 
Ambas cosas se evitan fácilmente, cuando la misma milicia no las remedia, como sucede respecto a las perturbaciones en su seno; y sostengo que el dar armas y jefes al pueblo no fomenta, sino impide los desórdenes. Si el país donde ha de ordenarse la milicia es tan poco belicoso que carece de hombres acostumbrados al manejo de las armas y tan unido que no hay en él jefes ni bandos, la milicia lo hará más fuerte contra los extranjeros, pero no creará la desunión, porque en los pueblos bien regidos, los hombres respetan las leyes, lo mismo armados que desarmados. Jamás ocasionan perturbaciones si no las producen los jefes que les dais, y ya diré los medios de evitar este peligro.


Conclusión

Es increíble la practicidad con la que Maquiavelo nos cuenta como debe tenerse una buena milicia. En efecto, este texto debe acompañarse de las lecturas tanto de ''El Príncipe'' como de ''Discursos sobre la primera década de Tito Livio'', pues de otro modo no se podrá comprender las ideas filosóficas, subyacentes a este texto tan práctico. Nos esperan seis libros más de este interesante texto.