lunes, 21 de octubre de 2024

Juan Calvino - Carta a Claude de Sachin (1545)



La carta de Juan Calvino a Claude de Sachin, escrita en 1545, ofrece una reflexión profunda y matizada sobre la usura, un tema que ha sido objeto de controversia tanto en la esfera religiosa como en la económica. En un periodo en el que los valores tradicionales comenzaban a ser desafiados por las nuevas dinámicas del comercio y el capitalismo emergente, Calvino se enfrenta a la tensión entre las enseñanzas bíblicas y la realidad práctica de su tiempo. Con su característica claridad y perspicacia teológica, no se limita a condenar la usura sin más, sino que aborda las complejidades de este fenómeno, cuestionando hasta qué punto los principios religiosos deben adaptarse a las cambiantes condiciones sociales. Veamos el pensamiento económico tras la usura de Juan Calvino. 


CARTA A CLAUDE DE SACHIN

Antes de entrar al análisis de la carta, leámosla previamente:

Aún no he intentado responder adecuadamente a la pregunta que me planteaste; pero he aprendido por el ejemplo de otros con cuán grande peligro está asociado este asunto. Pues si se condena toda usura, se imponen cadenas más rígidas a la conciencia de las que el propio Señor desearía. O, si se cede aunque sea un poco, con ese pretexto, muchos se apropiarán de una libertad desmedida, la cual luego no podrá ser restringida por ninguna moderación ni limitación. Si te estuviera escribiendo solo a ti, temería menos esto; pues conozco tu buen juicio y moderación, pero ya que pides consejo en nombre de otra persona, temo que pueda permitirse mucho más de lo que deseo al aferrarse a alguna palabra, aunque estoy seguro de que examinarás cuidadosamente su carácter y, a partir del asunto tratado aquí, juzgarás lo que es conveniente y hasta qué punto puedo abrirte mis pensamientos.

Y primero, estoy seguro de que por ningún testimonio de la Escritura se condena totalmente la usura. Pues el sentido de esa expresión de Cristo: "Prestad, esperando nada a cambio" (Lucas 6:35), hasta ahora ha sido tergiversado; al igual que otro pasaje, cuando habla de los espléndidos banquetes y el deseo de los ricos de ser recibidos a cambio, y les manda más bien invitar a esos banquetes a los ciegos, cojos y otros necesitados que yacen en los cruces de caminos y no tienen la capacidad de hacer un retorno similar. Cristo quiso restringir el abuso de los préstamos, ordenándoles que presten a aquellos de quienes no hay esperanza de recibir o recuperar nada; y sus palabras deben interpretarse de la siguiente manera: si bien mandaría prestar a los pobres sin expectativa de reembolso o cobro de intereses, no quiso al mismo tiempo prohibir los préstamos a los ricos con intereses, de la misma manera que la orden de invitar a los pobres a nuestras fiestas no implica que la mutua invitación de amigos a banquetes quede en consecuencia prohibida. De nuevo, la ley de Moisés era política y no debería influir en nosotros más allá de lo que la justicia y la filantropía exijan.

Se podría desear que toda la usura y el propio nombre fueran eliminados primero de la tierra. Pero como esto no puede lograrse, debe considerarse qué puede hacerse para el bien público. Ciertos pasajes de las Escrituras permanecen en los Profetas y en los Salmos, donde el Espíritu Santo arremete contra la usura. Así, una ciudad es descrita como malvada porque se practica la usura en el foro y en las calles, pero como la palabra hebrea significa fraudes en general, esto no puede interpretarse tan estrictamente. Pero si concedemos que el profeta menciona la usura por nombre, no es de extrañar que entre los grandes males existentes, atacara la usura. Pues donde sea que se negocian ganancias, generalmente se añaden, como inseparables, la crueldad y muchos otros fraudes y engaños.

Por otro lado, se dice en alabanza de un hombre piadoso y santo "que no presta su dinero con usura". En efecto, es muy raro que un hombre sea honesto y a la vez usurero.

Ezequiel va incluso más lejos (Ezequiel 18:13). Enumerando los crímenes que inflamaron la ira del Señor contra los judíos, usa dos palabras, una de las cuales significa usura y se deriva de una raíz que significa consumir; la otra palabra significa aumento o adición, sin duda porque uno dedicado a su ganancia privada la toma o, más bien, la extorsiona del daño de su prójimo. Es claro que los profetas hablaron aún más severamente de la usura porque estaba prohibida por nombre entre los judíos, y cuando por tanto se practicaba en contra del mandato expreso de Dios, merecía una censura aún más fuerte.

Pero cuando se dice que, dado que la causa de nuestro estado es la misma, la misma prohibición de la usura debería mantenerse, respondo que hay alguna diferencia en lo que respecta al estado civil. Porque las circunstancias del lugar donde el Señor colocó a los judíos, así como otras circunstancias, tendieron a que les fuera fácil tratar entre ellos sin usura, mientras que nuestro estado hoy es muy diferente en muchos aspectos. Por lo tanto, la usura no está completamente prohibida entre nosotros a menos que sea contraria tanto a la justicia como a la caridad.

Se dice: "El dinero no engendra dinero". ¿Qué engendra el mar? ¿Qué produce una casa de la que recibo una renta? ¿Se genera dinero a partir de techos y paredes? Pero, por otro lado, tanto la tierra produce como algo se extrae del mar que luego produce dinero, y la conveniencia de una casa se puede comprar y vender por dinero. Si, por lo tanto, se puede derivar más beneficio del comercio a través del empleo del dinero que de los productos de una granja, cuyo propósito es la subsistencia, ¿debería aprobarse a quien arrienda una granja estéril a un agricultor, recibiendo a cambio un precio o parte del producto, y condenarse a quien presta dinero para usarlo en beneficio? Y cuando alguien compra una granja por dinero, ¿acaso esa granja no produce otro dinero anualmente? ¿Y de dónde proviene la ganancia del comerciante? Dirás, de su diligencia y su industria. ¿Quién duda que el dinero inactivo es totalmente inútil? Quien me pide un préstamo no tiene la intención de mantener lo que recibe inactivo. Por lo tanto, el beneficio no surge del dinero, sino del producto que resulta de su uso o empleo. Concluyo, por lo tanto, que la usura debe juzgarse, no por un pasaje particular de las Escrituras, sino simplemente por las reglas de equidad. Esto se aclarará más con un ejemplo. Imaginemos a un hombre rico con grandes posesiones en granjas y rentas, pero con poco dinero. Otro hombre, no tan rico, ni con tantas posesiones como el primero, pero que tiene más dinero disponible. El segundo, a punto de comprar una granja con su propio dinero, es solicitado por el más rico para un préstamo. Quien hace el préstamo puede estipular una renta o interés por su dinero, y además que la granja sea hipotecada a él hasta que se pague el principal, pero hasta que se pague, se contentará con el interés o usura sobre el préstamo. ¿Por qué, entonces, este contrato con una hipoteca, pero solo para el beneficio del dinero, debe ser condenado, cuando otro mucho más riguroso, tal vez, de arrendar o rentar una granja a un alto alquiler anual, es aprobado?

¿Y qué otra cosa es sino tratar a Dios como un niño cuando juzgamos los objetos por meras palabras y no por su naturaleza, como si la virtud pudiera distinguirse del vicio por una forma de palabras?

No es mi intención examinar completamente el asunto aquí. Solo quise mostrarte lo que deberías considerar más detenidamente. Debes recordar esto, que la importancia de la cuestión no radica en las palabras, sino en el objeto mismo.



Análisis de la carta

Ambivalencia sobre la usura

Calvino comienza su carta admitiendo la dificultad de responder a las preguntas sobre la usura de manera adecuada, señalando que es un asunto delicado. Esta ambivalencia refleja la tensión en su pensamiento entre dos posiciones: una condena absoluta de la usura y una aceptación regulada bajo ciertos principios. Aquí se encuentra una advertencia importante: condenar toda usura impondría una carga moral más pesada de la que Dios exige, pero permitirla sin restricciones abriría la puerta a abusos y excesos. Este dilema revela su preocupación por el equilibrio entre la justicia divina y las necesidades humanas en un contexto social cambiante.

Calvino argumenta que las Escrituras no condenan la usura de manera total. Para sustentar esta afirmación, analiza pasajes bíblicos clave como Lucas 6:35, donde Cristo dice: "prestad, esperando nada a cambio". Según Calvino, este pasaje ha sido malinterpretado: no prohíbe los préstamos con interés a los ricos, sino que exige generosidad hacia los pobres. El objetivo de Cristo era prevenir el abuso de los préstamos, especialmente hacia aquellos que no tienen capacidad de devolver. Aquí Calvino muestra una flexibilidad en su interpretación, diferenciando entre préstamos a ricos y pobres, y argumenta que no es apropiado aplicar un mandato moral uniforme sin considerar el contexto.

Asimismo, Calvino analiza la ley mosaica, que prohibía la usura entre los judíos, señalando que se trataba de una regulación política específica de su tiempo. Por lo tanto, esta ley no debería influir en los cristianos más allá de lo que exijan la justicia y la caridad. Aquí establece una distinción crucial entre las leyes divinas universales y las leyes civiles aplicadas en contextos históricos específicos, permitiendo así una interpretación más contextualizada y menos literalista de las Escrituras.

Aunque no la condena absolutamente, Calvino no ignora los peligros inherentes a la usura. Señala que las Escrituras condenan la usura en varios pasajes, y la asocian con la explotación, la crueldad y el fraude. Cita a los profetas que denunciaron la usura, no solo como un pecado en sí mismo, sino porque a menudo venía acompañada de prácticas injustas. Para Calvino, el problema de la usura está vinculado a la codicia y al abuso del prójimo, lo que la convierte en una actividad moralmente peligrosa. Sin embargo, reconoce que no siempre es así, y que la usura puede practicarse de forma justa y equitativa.

Relación con los judíos

Calvino destaca las diferencias entre el contexto en el que vivían los judíos y la realidad de su tiempo. Mientras que la ley judía prohibía la usura porque los israelitas podían vivir sin ella gracias a su organización social y económica, la situación en la Europa del siglo XVI era muy diferente. El comercio, la movilidad social y la economía basada en el capital estaban en auge, lo que hacía casi imposible evitar completamente la usura. Según Calvino, las circunstancias cambiantes justifican una flexibilización de la prohibición absoluta de la usura, siempre y cuando se respeten los principios de justicia y caridad.

Naturaleza del dinero

En su carta, Calvino también ofrece una defensa pragmática de la usura desde un punto de vista económico. Critica el argumento de que "el dinero no genera dinero", señalando que, de hecho, el dinero puede ser tan productivo como una granja o una propiedad inmobiliaria, ya que puede emplearse en actividades que generan ingresos. Calvino establece una analogía entre los contratos de arrendamiento de tierras y los préstamos de dinero con interés: si es justo alquilar una granja y recibir un beneficio por ello, ¿por qué condenar el préstamo de dinero bajo condiciones similares? Para él, la usura debe juzgarse no por prohibiciones abstractas, sino según los principios de equidad y justicia.

Equidad

Calvino insiste en que la usura debe ser juzgada por la "regla de la equidad" y no por una interpretación rígida de las Escrituras. Argumenta que no se debe condenar automáticamente un contrato de préstamo solo porque implica intereses; lo que importa es si las condiciones son justas y razonables. Pone como ejemplo la situación en la que un hombre con mucho dinero presta a otro con más tierras, destacando que un préstamo con interés, bajo ciertas condiciones justas, no es intrínsecamente inmoral.

Cuidado con la usura

Al final de la carta, Calvino deja claro que su intención no es dar una respuesta definitiva sobre el tema, sino instar a que se considere la usura con mayor cuidado. Destaca que lo importante no es condenar basándose en palabras o fórmulas legales, sino en la naturaleza de los actos y sus efectos. En esencia, lo que Calvino propone es un enfoque equilibrado y pragmático de la usura, uno que considere el contexto histórico, las necesidades sociales y los principios éticos de justicia y caridad.


Conclusión

La carta de Calvino no solo aborda una cuestión económica, sino que también ofrece un enfoque ético sobre cómo la fe cristiana debe interactuar con los complejos desafíos del comercio y el capital. Calvino propone que no se debe juzgar la moralidad de los actos financieros únicamente por las palabras o formas, sino por su naturaleza y sus implicaciones en la justicia y el bienestar del prójimo. En su visión, la usura puede ser legítima si se practica de manera justa y no conduce a la explotación.

Juan Calvino - Necesidad de reformar la iglesia (1544)

 


Escrita por Juan Calvino en 1544, es uno de los textos más importantes dentro del movimiento de la Reforma Protestante. En este escrito, Calvino se dirige al emperador Carlos V y a los príncipes reunidos en la Dieta de Spira, con el propósito de exponer las razones urgentes por las cuales la Iglesia cristiana necesitaba una profunda reforma.

Calvino argumenta que la Iglesia de su tiempo estaba profundamente corrompida, tanto en su doctrina como en su práctica, y que era imperativo restaurar la pureza del culto y del gobierno eclesiástico. La obra se centra en tres aspectos principales: el diagnóstico de los males que afectaban a la Iglesia, la justificación de las reformas propuestas, y la urgencia de implementarlas sin demora. Para Calvino, la corrupción del sistema sacramental y la opresión tiránica del gobierno clerical eran indicativos de un alejamiento de la auténtica fe cristiana.

NECESIDAD DE REFORMAR LA IGLESIA

Calvino inicia explicando la gravedad del estado actual de la Iglesia, la cual se encuentra en una condición de corrupción y descomposición que, a su juicio, es evidente para todos. A pesar de no ser una figura de gran autoridad, se dirige a los poderosos con humildad, confiando en que sus argumentos serán escuchados. En su mensaje, expresa que su propósito es defender la sana doctrina y pide que se le conceda la oportunidad de ser escuchado sin prejuicios.

Calvino destaca que su petición no es sólo individual, sino que refleja el sentir de muchos príncipes, comunidades y creyentes piadosos que comparten su deseo de ver la Iglesia restaurada. Argumenta que no puede ignorarse más la situación crítica de la Iglesia, y que es urgente actuar. Reconoce que los reformadores han sido acusados de actuar de manera precipitada, pero defiende que las reformas que proponen son el resultado de una necesidad extrema y no de un deseo de innovar sin razón.

Para fundamentar su llamado a la reforma, Calvino propone tres puntos: primero, enumera los males que aquejan a la Iglesia, como la corrupción de los sacramentos y el gobierno eclesiástico convertido en tiranía. Segundo, argumenta que los remedios propuestos por los reformadores son apropiados y beneficiosos para corregir estos males. Y, tercero, afirma que la situación era tan crítica que no había margen para demorar más en la implementación de los cambios necesarios.


Sección I: Los Males que nos Obligan a Buscar Remedios

En esta sección, Calvino introduce las razones que lo impulsan a buscar reformas para la Iglesia. Comienza rechazando las acusaciones de sedición y sacrilegio, asegurando que su intervención no es impulsiva ni injustificada. Para él, la religión cristiana se sostiene sobre dos pilares fundamentales: el correcto conocimiento de cómo debe adorarse a Dios y el origen de la salvación. Si estos pilares no se respetan, la profesión de fe cristiana es vacía y carente de valor. Además, menciona que los sacramentos y el gobierno de la Iglesia existen para preservar estas doctrinas, y que la correcta administración de ambos es esencial para la fe cristiana.

La Verdadera Adoración

Calvino explica que la verdadera adoración consiste en reconocer a Dios como la fuente de toda virtud y salvación. Esto se expresa a través de la oración, la alabanza y la acción de gracias. Esta adoración debe ser interior, espiritual, y debe obedecer estrictamente lo que Dios ha mandado en las Escrituras. Rechaza cualquier invención o artificio humano en el culto, afirmando que toda adoración debe estar conforme a lo prescrito por Dios. Para Calvino, cualquier adoración fuera de estas directrices es idolatría y corrupción.

Ceremonias en la Adoración

Critica duramente las ceremonias en la Iglesia de su tiempo, describiéndolas como un retorno al judaísmo y una mezcla de prácticas paganas que convierten el culto en un espectáculo teatral. A su juicio, estas ceremonias no solo son innecesarias, sino que también desvían a los fieles del verdadero propósito de la adoración, que es la renovación espiritual y la devoción interior. Para él, las ceremonias deberían ser simples y estar enfocadas en ejercitar la piedad, en lugar de convertirse en un fin en sí mismas.

Origen de la Salvación

Calvino aborda la doctrina de la salvación, dividiéndola en tres etapas: 

  • El reconocimiento de la miseria del ser humano, 
  • La salvación a través de Cristo y 
  • La plena confianza en Él. 

Calvino señala que el pecado original ha sido minimizado en las doctrinas de la Iglesia, y que el concepto de libre albedrío ha llevado a una falsa confianza en las propias virtudes. Critica la enseñanza de la justificación por obras, argumentando que únicamente la fe en Cristo puede reconciliar al hombre con Dios. Añade que la creencia de que los fieles deben vivir en incertidumbre sobre su salvación es destructiva, ya que anula la confianza en las promesas divinas.

El Gobierno y la Administración de los Sacramentos

En esta sección, Calvino aborda la administración de los sacramentos y el gobierno de la Iglesia, comparándolos con el "cuerpo" de la fe cristiana, cuya eficacia depende de la correcta doctrina que los sostiene. Comienza criticando que los sacramentos han sido desfigurados por añadiduras humanas, alejándose de las enseñanzas originales de Cristo. Critica la introducción de cinco sacramentos adicionales a los que Cristo instituyó, señalando que estos carecen de fundamento bíblico y que la Iglesia ha subordinado la gracia de Dios a rituales inventados por hombres. Además, denuncia que los dos sacramentos legítimos —el bautismo y la Cena del Señor— han sido corrompidos. El bautismo ha sido alterado por ceremonias superfluas, y la Cena ha sido reemplazada por la misa, que considera una representación teatral que distorsiona su verdadero significado.

La Misa y la Santa Cena

Calvino arremete contra la misa, argumentando que contradice el mandato de Cristo de compartir el pan y el vino en comunión, ya que en la misa el sacerdote consume en solitario lo que debería ser compartido con la congregación. Además, acusa a los sacerdotes de usurpar el papel de Cristo al presentarse como intermediarios que ofrecen sacrificios por los pecados, algo que considera una distorsión grave del mensaje del Evangelio. La misa, afirma, ha reemplazado la muerte expiatoria de Cristo por un ritual vacío, donde incluso se adora el pan consagrado como si fuera Cristo mismo.

La Profanación de los Sacramentos

Calvino denuncia que los sacramentos se han convertido en objetos de superstición y comercio. Las ceremonias, que deberían acercar a los fieles a Cristo, han sido vaciadas de su significado espiritual y son vendidas como mercancías, convirtiendo las iglesias en mercados. Critica que los sacramentos sean presentados al pueblo sin explicar su significado, lo que lleva a los fieles a enfocarse más en los rituales externos que en la fe y el arrepentimiento necesarios para la salvación. También condena la práctica de almacenar el pan consagrado y usarlo en procesiones y como amuleto, prácticas que distorsionan el propósito de los sacramentos.

La Corrupción del Gobierno Eclesiástico

Calvino también critica el estado del gobierno eclesiástico, señalando que los obispos y pastores han abandonado su deber de enseñar, dedicándose a ceremonias vacías y a la administración de sus obispados como principados seculares. Además, señala que muchos sacerdotes viven en la inmoralidad, desvirtuando el ministerio con su avaricia, orgullo y lujuria. El celibato, que es considerado un símbolo de virtud, se ha convertido, según Calvino, en una fachada que encubre la promiscuidad y el escándalo.

El Abuso del Poder Eclesiástico

En la última parte, Calvino critica la tiranía espiritual que los líderes de la Iglesia ejercen sobre las almas, imponiendo leyes humanas en lugar de seguir las enseñanzas de Cristo. Argumenta que los líderes eclesiásticos se han arrogado el poder de dictar nuevas doctrinas sin basarse en las Escrituras, exigiendo obediencia absoluta a sus decretos y sofocando cualquier disidencia. Calvino lamenta que las conciencias de los creyentes estén atrapadas en un laberinto de reglas inventadas, y que quienes intenten desafiar esta autoridad sean condenados como herejes.

Finalmente, recuerda que el propósito de la Reforma fue precisamente liberar a la Iglesia de estas corrupciones. Lutero y otros reformadores, dice, se levantaron para restaurar la verdadera doctrina y purificar la Iglesia de todas las supersticiones, prácticas comerciales y abusos que la habían contaminado.


Sección II: Los Remedios Empleados para Corregir los Males

En esta sección, Calvino expone los remedios aplicados por los reformadores para corregir los males en la Iglesia. Afirma que las reformas no se hicieron con otro propósito que el de mejorar la condición de la Iglesia, y asegura que, aunque su doctrina ha sido atacada con calumnias, los reformadores han trabajado en concordancia con la Palabra de Dios. Calvino señala que, a pesar de las críticas, la Reforma ha permitido que la gente lea las Escrituras y que se aclaren puntos fundamentales de la fe cristiana que estaban cubiertos por la ignorancia y supersticiones.

Calvino defiende que las reformas no introdujeron innovaciones sin sentido, sino que restauraron la Iglesia a su forma original, basada en las Escrituras. Destaca que la adoración a Dios debe ser realizada de forma espiritual y centrada en Su gloria, sin añadir elementos humanos o supersticiones. Además, los reformadores trabajaron para dirigir la atención hacia la grandeza de Dios, promoviendo una reverencia genuina y llamando a los creyentes a confiar completamente en Él.

Reforma de la Adoración Pública

Calvino afirma que la adoración pública en las iglesias reformadas se ha purificado de las supersticiones y de los ritos inventados por los hombres, enfocándose exclusivamente en adorar a Dios en espíritu y en verdad. Critica el uso de imágenes, la adoración a santos y reliquias, y la corrupción que estos elementos trajeron a la Iglesia, afirmando que los reformadores actuaron de manera correcta al eliminarlos. Los enemigos de la Reforma, según Calvino, defienden estas prácticas a pesar de que están claramente prohibidas en la Biblia y fueron condenadas por los profetas.

Calvino menciona que la adoración a imágenes y reliquias no es diferente a la idolatría de los paganos, quienes adoraban objetos físicos como representaciones de lo divino. Señala que, aunque algunos intentan justificar esta práctica argumentando que no es idolatría, en realidad no hay diferencia entre venerar una imagen o cualquier otro objeto de culto. Al eliminar estas prácticas, los reformadores no violaron el culto verdadero, sino que lo restauraron a su pureza original.

Reforma de la Oración

Calvino expone tres correcciones que los reformadores implementaron en la oración. Primero, eliminaron la intercesión de los santos, enseñando a los creyentes a orar directamente a Dios en el nombre de Cristo, el único mediador. Esto, asegura, no es una falta de respeto hacia los santos, sino una restauración de la forma correcta de orar, según lo enseñado por Cristo y los apóstoles.

Segundo, los reformadores enseñaron a los creyentes a orar con entendimiento, evitando el uso de lenguas desconocidas que no aportan significado a las oraciones. Calvino critica la práctica de rezar en latín, una lengua que los fieles no entendían, y destaca que la verdadera oración debe involucrar tanto el corazón como la mente. Argumenta que esta práctica no solo es irracional, sino que contradice directamente las enseñanzas bíblicas, como las de Pablo, quien insiste en que las oraciones sean comprensibles para todos.

Por último, Calvino sostiene que la oración debe ser hecha con fe firme y sin titubeos, confiando plenamente en las promesas de Dios. Esta corrección, dice, es crucial, ya que la oración sin fe es vana y no es aceptable ante Dios. Las oraciones deben ser ofrecidas con confianza en Cristo, el único mediador, y los creyentes deben estar seguros de que, al invocar a Dios, sus oraciones serán escuchadas.

Reforma de la Doctrina de Salvación

En esta sección, Calvino expone la reforma de la doctrina de la salvación, destacando los aspectos en los que la enseñanza reformada difiere de las doctrinas tradicionales. Afirma que la salvación solo puede encontrarse en Cristo y no en los propios méritos del hombre, ya que la naturaleza humana está completamente corrompida por el pecado. La caída de Adán y Eva dejó al hombre espiritualmente muerto, incapaz de hacer el bien sin la intervención de la gracia de Dios. Sin embargo, los adversarios de Calvino sostienen que el hombre conserva alguna capacidad para colaborar en su salvación, aunque reconocen que necesita la ayuda del Espíritu Santo.

Calvino rechaza esta visión, afirmando que la doctrina reformada enseña una completa dependencia de la gracia divina para la salvación. La naturaleza humana está tan corrompida que ningún acto humano puede contribuir a la salvación. Solo en la gracia de Dios, y no en la capacidad humana, reside la posibilidad de redención. Esta perspectiva, dice Calvino, está en consonancia con la enseñanza de la Iglesia antigua, particularmente con San Agustín, y eleva a Dios al lugar central en la salvación, promoviendo tanto la humildad como la gratitud en los creyentes.

Mérito de las Obras

Calvino aborda la cuestión del mérito de las obras humanas en la salvación, afirmando que, aunque las buenas obras son importantes y Dios las recompensa, no pueden ser la base de la justificación ante Dios. Según él, la justificación es un regalo de la gracia divina, otorgado a través de la fe en Cristo y no por los méritos de las acciones humanas. Afirma que las obras no tienen valor suficiente para merecer la salvación, ya que siempre están manchadas por el pecado y la imperfección.

Los adversarios de Calvino sostienen que las buenas obras pueden contribuir a la salvación y que, aunque el pecado requiere el perdón de Dios, los humanos pueden compensar sus errores a través de la contrición y las obras de supererogación. Calvino rechaza esta idea, insistiendo en que la única satisfacción válida por los pecados es la expiación realizada por Cristo en la cruz. Para Calvino, la doctrina de las obras de supererogación es una blasfemia, ya que sugiere que los humanos pueden hacer más de lo que es necesario para satisfacer la justicia de Dios, algo que considera imposible.

La Recompensa de las Obras

Aunque reconoce que Dios recompensa las buenas obras, Calvino insiste en que esta recompensa no se basa en el mérito humano, sino en la gracia de Dios. Las buenas obras de los creyentes son imperfectas y solo pueden ser aceptadas por Dios gracias a la mediación de Cristo. Esta enseñanza, según Calvino, sirve para mantener a los creyentes en humildad y gratitud, ya que les recuerda que incluso sus mejores acciones dependen de la misericordia de Dios.

Reforma de los Sacramentos

En cuanto a los sacramentos, Calvino señala que la Reforma los ha purificado de muchos ritos y añadiduras humanas que se habían introducido con el tiempo. Los reformadores reconocen solo dos sacramentos instituidos por Cristo: el bautismo y la Santa Cena. Calvino critica las prácticas que añaden ritos innecesarios a los sacramentos y que desvían la atención de los fieles de su verdadero significado espiritual. En el caso del bautismo, condena las supersticiones que se habían acumulado alrededor del rito, como el uso de elementos simbólicos añadidos como aceite o sal.

En cuanto a la Santa Cena, Calvino denuncia la invención de la transubstanciación y el uso supersticioso del pan consagrado, que en muchos casos se adoraba como si fuera Dios mismo. Calvino defiende que la Santa Cena debe ser una conmemoración de la muerte de Cristo, en la cual los fieles participan en Su cuerpo y sangre de manera espiritual, siguiendo el mandato de Cristo. También critica la práctica de la misa como un sacrificio expiatorio, insistiendo en que solo el sacrificio de Cristo en la cruz es suficiente para expiar los pecados.

Restauración de la Comunión y la Explicación de los Sacramentos

Calvino enfatiza que la Reforma ha restaurado la comunión plena en la celebración de la Santa Cena, devolviendo al pueblo la copa que había sido retirada por la Iglesia. Además, los reformadores han restablecido la antigua práctica de explicar el significado de los sacramentos a los fieles, asegurando que los creyentes entiendan los beneficios espirituales que estos ofrecen. En contraste con las prácticas anteriores, donde los ritos eran realizados en una lengua desconocida y sin explicación, la Reforma ha buscado que los sacramentos sean entendidos y apreciados por todos.

En resumen, Calvino defiende las reformas en la doctrina de la salvación y los sacramentos como una restauración de las enseñanzas y prácticas bíblicas. Para él, estas reformas han liberado a la Iglesia de supersticiones y falsas doctrinas, devolviendo a Cristo el lugar central en la salvación y en la adoración de los creyentes.

Reforma del Gobierno de la Iglesia

En esta sección, Calvino explica las reformas implementadas en el gobierno de la Iglesia y defiende su legitimidad frente a las críticas de los adversarios. Sostiene que la reforma no se aparta de la tradición apostólica, sino que busca restaurar el gobierno de la Iglesia a su forma original, tal como fue instituida en los tiempos apostólicos y la Iglesia primitiva. Uno de los puntos principales que subraya es que los pastores no solo deben gobernar la Iglesia, sino también enseñar de manera diligente, y si no cumplen con este deber, no deben conservar el cargo.

Calvino critica la negligencia en la selección de pastores y obispos en la Iglesia de su tiempo, señalando que muchas personas sin capacidad ni vocación eran promovidas al sacerdocio. En contraste, en las iglesias reformadas, aunque algunos ministros carecían de un alto nivel de estudio, todos eran examinados y seleccionados con cuidado, y nadie permanecía en el cargo si no cumplía con sus deberes.

Autoridad y Ordenación

Uno de los principales puntos de disputa entre los reformadores y la Iglesia católica era sobre la autoridad en la ordenación de los ministros. Los adversarios de Calvino argumentaban que la autoridad para ordenar pertenecía únicamente a los obispos, quienes afirmaban haber recibido esta prerrogativa a través de una sucesión apostólica continua. Sin embargo, Calvino desafía esta afirmación, señalando que la verdadera sucesión apostólica no se basa solo en la transmisión del cargo, sino en la fidelidad a la doctrina y las prácticas apostólicas. Critica duramente la conducta de muchos de los obispos de su tiempo, quienes no enseñaban ni gobernaban conforme a las Escrituras, y considera que han perdido el derecho a reclamar esa sucesión.

Calvino también menciona las prácticas corruptas que se habían introducido en el proceso de ordenación. Señala que en la Iglesia primitiva, las ordenaciones incluían un examen riguroso del estilo de vida y la doctrina del candidato, así como la participación del clero y del pueblo en la selección. Estas prácticas, según Calvino, habían sido abandonadas, y los obispos contemporáneos se habían arrogado un poder exclusivo que no respetaba las normas bíblicas ni las de los primeros concilios.

Crítica a la Suciedad del Clero

Además, Calvino critica la impureza moral y la corrupción entre el clero. Señala que los obispos y otros líderes de la Iglesia estaban más preocupados por mantener su poder y riquezas que por pastorear a sus congregaciones. Los describe como enemigos de la sana doctrina, que luchan activamente contra aquellos que buscan restaurar la verdad del Evangelio. Según Calvino, estos líderes son responsables de la degradación de la Iglesia, y cualquier reclamo de autoridad sobre la ordenación es inválido debido a su infidelidad a la misión apostólica.

Formas y Ceremonias de la Ordenación

Calvino también rechaza las críticas que los adversarios lanzan sobre las formas de ordenación en la Reforma. Acusan a los reformadores de no seguir las ceremonias tradicionales, como la unción de manos o la vestimenta especial de los sacerdotes. Calvino, sin embargo, sostiene que la única ceremonia necesaria, según las Escrituras y la Iglesia primitiva, es la imposición de manos. Las ceremonias adicionales, argumenta, fueron inventadas posteriormente y no tienen una base bíblica. Así, defiende la simplicidad de las ordenaciones reformadas y afirma que los elementos añadidos no tienen valor si no están respaldados por un mandato divino.

La Carga de las Tradiciones Humanas

Calvino también se refiere a las tradiciones humanas que habían oprimido a la Iglesia, obligándola a seguir una multitud de reglas innecesarias. Critica la acumulación de leyes y regulaciones eclesiásticas que se habían convertido en una carga insoportable para las conciencias de los creyentes, una situación que, según él, incluso San Agustín lamentó en su tiempo. Calvino argumenta que los reformadores actuaron para liberar a los creyentes de esta esclavitud, ya que solo Dios tiene la autoridad para imponer leyes sobre la conciencia humana.

Tres Controversias Principales

Calvino aborda tres áreas principales de controversia con la Iglesia católica: el consumo de carne, el celibato sacerdotal y la confesión auricular.

  1. Consumo de carne: Calvino defiende la libertad de los cristianos para comer carne en cualquier día, argumentando que las restricciones sobre la comida eran tradiciones humanas y no estaban respaldadas por las Escrituras. Critica la desproporción en los castigos impuestos por la Iglesia, donde comer carne en un día prohibido era castigado más severamente que la inmoralidad sexual.

  2. Celibato sacerdotal: Calvino rechaza la imposición del celibato a los sacerdotes, señalando que esta prohibición ha llevado a la corrupción moral dentro del clero. Afirma que el matrimonio es honroso y que la prohibición del matrimonio para los sacerdotes es contraria a las Escrituras, citando ejemplos de ministros casados en la Iglesia primitiva.

  3. Confesión auricular: Finalmente, Calvino condena la práctica de la confesión auricular obligatoria, señalando que había sido introducida tardíamente en la Iglesia y que solo servía para atormentar las conciencias. Argumenta que la confesión de los pecados debe ser voluntaria y no impuesta como una obligación legal, y que la absolución de los pecados solo puede provenir de Dios, no del sacerdote.


La reforma no solo restaura la enseñanza apostólica, sino que también libera a los creyentes de la opresión de las tradiciones humanas que, según él, habían oscurecido el verdadero mensaje del Evangelio.

Sección III: Reforma Requerida Sin Dilación

En esta sección, Calvino aborda la urgencia de la reforma en la Iglesia, respondiendo a las críticas de aquellos que sostenían que las reformas no eran necesarias o que debían implementarse de manera más gradual. Calvino comienza refutando la acusación de que los reformadores fueron responsables de la turbulencia que sacudió a la Iglesia. Alega que la verdadera causa del conflicto fue la obstinada resistencia a la verdad por parte de aquellos que defendían los abusos e idolatrías prevalentes en la Iglesia. Así como el profeta Elías fue injustamente acusado por el rey Acab de ser un perturbador de Israel, Calvino ve una acusación similar dirigida hacia los reformadores, quienes, según él, solo buscaban restaurar la adoración pura de Dios.

Calvino explica que los tumultos en la Iglesia no fueron causados por los reformadores, sino por aquellos que, en lugar de aceptar correcciones pacíficas y basadas en la verdad, respondieron con violencia y represión. Calvino afirma que su objetivo no fue nunca causar divisiones, sino procurar que Dios fuera adorado correctamente y que su verdad prevaleciera. Cita el ejemplo de Cristo, a quien los impíos también resistieron, y argumenta que la contienda ha sido siempre parte del destino del Evangelio en el mundo.

Objeciones a la Reforma

Los adversarios de Calvino también sostienen que los males en la Iglesia no justifican las medidas radicales que los reformadores propusieron. Según ellos, algunas corrupciones debían ser toleradas y otras corregidas de manera gradual, sin recurrir a cambios bruscos. Calvino responde a estas críticas señalando que los problemas en la Iglesia no eran menores o triviales, como sus oponentes intentaban hacer ver. Según él, los errores y corrupciones eran de tal magnitud que no se podían pasar por alto sin incurrir en una grave culpa.

La Idolatría como el Peor de los Pecados

Calvino argumenta que el pecado más grave que enfrentaba la Iglesia era la idolatría, un pecado que Dios siempre castigó severamente a lo largo de la historia bíblica. La adoración de imágenes y santos, prácticas que se habían extendido ampliamente en la Iglesia, eran comparables a la adoración de Baales en el Antiguo Testamento. Calvino sostiene que los reformadores no podían permanecer en silencio ante tales abusos. Para él, era imperativo actuar cuando la gloria de Dios estaba siendo profanada de manera tan descarada, y cuando las imágenes y los santos estaban ocupando el lugar que solo corresponde a Dios.

El Culto Voluntario y la Hipocresía

Otro problema que Calvino destaca es la prevalencia de la hipocresía en la adoración. Critica el hecho de que muchas prácticas religiosas se basaban en tradiciones humanas y no en la Palabra de Dios. Cita las severas condenas de los profetas del Antiguo Testamento contra la adoración que surge de la imaginación humana en lugar de la revelación divina. Según él, la Iglesia había caído en una forma de culto voluntario que Dios aborrecía, y los reformadores no podían permitir que esto continuara sin levantar su voz en protesta.

Errores Doctrinales y Prácticas Corruptas

Calvino también denuncia otras corrupciones doctrinales y prácticas que se habían infiltrado en la Iglesia, como el uso de lenguas desconocidas en las oraciones públicas, la atribución de títulos blasfemos a la Virgen María, y la creencia en que los santos muertos podían interceder por los vivos de manera similar a Cristo. A sus ojos, estas prácticas no solo violaban la verdad bíblica, sino que también despojaban a Cristo de su única mediación entre Dios y los hombres. Los reformadores, según Calvino, no podían tolerar estas blasfemias sin traicionar el Evangelio y la gloria de Cristo.

La Doctrina de la Justificación y las Obras Meritorias

Calvino aborda con especial énfasis la doctrina de la justificación, uno de los puntos clave de la Reforma. Critica la enseñanza común en la Iglesia católica de que los hombres pueden obtener la salvación por el mérito de sus obras, una doctrina que, según él, conduce a la desesperación, ya que los creyentes nunca pueden estar seguros de haber hecho lo suficiente para ganarse el favor de Dios. Esta falsa enseñanza, según Calvino, desviaba a las almas del camino de la verdadera salvación, que se basa únicamente en la fe en Cristo y no en los esfuerzos humanos.

Corrupción en los Sacramentos y el Clero

Otro aspecto que Calvino aborda es la corrupción en la administración de los sacramentos. Se refiere específicamente a la venta de indulgencias y otros abusos en la celebración de la Cena del Señor, que había sido convertida en una mera transacción comercial. Calvino también critica las prácticas supersticiosas relacionadas con los sacramentos, como la idea de que el pan de la Eucaristía se transformaba en el cuerpo literal de Cristo mediante exorcismos y encantamientos. Según él, tales prácticas degradaban los misterios sagrados y oscurecían el verdadero significado de los sacramentos instituidos por Cristo.

En cuanto al clero, Calvino denuncia la corrupción en el nombramiento de obispos y sacerdotes, muchos de los cuales alcanzaban sus posiciones mediante simonía o conexiones políticas, sin tener la vocación o capacidad para cumplir con sus deberes. Estas prácticas, según él, habían convertido a la Iglesia en una institución profundamente corrupta y alejada de su propósito original.

La Reforma Era Necesaria e Inevitable

Calvino concluye esta sección defendiendo la urgencia de la reforma y la imposibilidad de tolerar los errores y abusos que plagaban la Iglesia. Afirma que los reformadores no podían mantenerse en silencio frente a la profanación del Evangelio, los sacramentos y la gloria de Cristo. El llamado a la moderación y a la paciencia, según Calvino, habría sido una traición a la verdad de Dios y a la salvación de las almas.

Objeciones Adicionales Resueltas

En esta sección, Calvino responde a una serie de críticas adicionales que los opositores de la Reforma habían planteado en contra de los reformadores y sus esfuerzos. Los principales puntos de estas objeciones son que la Reforma causó conflictos civiles y un deterioro moral, que los reformadores permitieron el libertinaje sin imponer disciplina, y que las propiedades de la Iglesia fueron saqueadas para provecho personal.

Acusación de Haber Causado Conflictos y Desórdenes

Calvino reconoce que la luz de la verdadera doctrina cristiana interrumpió el estado de "paz" que existía bajo el dominio de lo que él llama "la tiranía del Anticristo". Sin embargo, niega que los reformadores sean los responsables de las divisiones. Según él, los conflictos surgieron porque los adversarios se resistieron a la verdad y prefirieron mantener el statu quo en lugar de permitir las correcciones necesarias. Si todos hubieran aceptado las reformas, argumenta, no habría habido tales disturbios. Calvino compara la situación con la que enfrentaron los profetas y los apóstoles, quienes también fueron acusados de perturbar la unidad religiosa al proclamar la verdad divina.

Acusación de Falta de Disciplina y Libertinaje

Calvino aborda la crítica de que las iglesias reformadas carecen de disciplina, lo que habría dado lugar a una mayor licencia moral. Aunque admite que las iglesias reformadas no están completamente libres de fallas en este aspecto, defiende que los enemigos de la Reforma son en parte responsables de impedir el establecimiento de una disciplina más estricta, ya que constantemente interrumpen los esfuerzos de los reformadores. También señala que, a pesar de las deficiencias, las iglesias reformadas han logrado una mejora moral considerable en comparación con las iglesias bajo la influencia papal. Los verdaderos frutos de la Reforma, según Calvino, se ven en aquellos que han abandonado sus viejas vidas de pecado y han adoptado una nueva vida de piedad y santidad.

Acusación de Saqueo de Propiedades Eclesiásticas

Una de las acusaciones más graves era que los reformadores y sus seguidores habían saqueado las propiedades de la Iglesia. Calvino no niega que algunos abusos hayan ocurrido, pero cuestiona la legitimidad de la acusación cuando proviene de una Iglesia corrupta que había estado utilizando sus riquezas para propósitos egoístas y decadentes. Alega que los bienes eclesiásticos, en muchos casos, no estaban siendo usados para la verdadera obra de la Iglesia, sino para enriquecer a individuos ociosos y corruptos. Los príncipes reformadores, argumenta, actuaron legítimamente al redistribuir estos bienes, destinándolos a fines más nobles, como el apoyo a ministros verdaderos, escuelas y hospitales.

Acusación de Cisma

Calvino dedica una porción significativa de esta sección a refutar la acusación de que la Reforma causó una división en la Iglesia. Aquí sostiene que los reformadores no se han separado de la verdadera Iglesia de Cristo, sino que sus oponentes, al aferrarse a la corrupción, son los que realmente se han apartado de la verdadera fe. Calvino insiste en que la verdadera unidad de la Iglesia no depende de estar bajo la autoridad del Papa o de una jerarquía eclesiástica humana, sino de la adhesión a la doctrina pura del Evangelio y la administración correcta de los sacramentos.

Defensa de la Reforma como una Necesidad Divina

Calvino afirma que la Reforma no fue una opción, sino una necesidad impuesta por Dios para corregir los errores que habían infectado la Iglesia. Argumenta que los esfuerzos de los reformadores para purificar la Iglesia de la corrupción doctrinal y moral no debían esperar la aprobación del Papa, ya que el papado mismo había sido la fuente de muchos de esos errores. Si los reformadores hubieran esperado, nunca habría habido una reforma, dado que el Papa no mostró disposición alguna para corregir los abusos.

Respuesta a la Propuesta de Esperar un Concilio General

En esta sección, Calvino responde a la sugerencia de que la única solución válida para los problemas de la Iglesia es esperar un concilio universal. Refuta esta propuesta con el argumento de que esperar tal reunión, dado el contexto de obstinación y corrupción de la Iglesia, no solo es impráctico sino también peligroso para la supervivencia de la verdadera fe.

Crítica a la Demora del Concilio General

Calvino comienza refutando la idea de que no se debe hacer nada hasta que se convoque un concilio universal. Argumenta que, aunque idealmente todos los soberanos y estados cristianos deberían unirse para resolver los males de la Iglesia, la realidad es que muchos líderes están ocupados con guerras o, peor aún, son opositores deliberados a cualquier reforma. Además, señala que el Papa y la jerarquía eclesiástica tienen poco interés en convocar un concilio, ya que esto pondría en peligro su "usurpada tiranía". Por tanto, esperar a un concilio solo retrasaría aún más las reformas necesarias.

La Situación Crítica de la Iglesia

Calvino subraya que la Iglesia está en grave peligro, con muchas almas perplejas y perdidas, y un creciente libertinaje espiritual debido a la falta de disciplina y dirección clara. Argumenta que la crisis es tan grande que no se puede esperar a una solución tan incierta como un concilio general. Afirma que es un insulto a Dios y a los hombres remitir la solución de la crisis eclesiástica a una reunión futura que probablemente nunca sucederá o, si sucede, será ineficaz.

Respuesta a la Acusación de Separación y Precedentes Históricos

Calvino refuta la acusación de que la acción independiente de los reformadores viola la unidad de la Iglesia. Usa ejemplos históricos, como los sínodos provinciales convocados para enfrentar las herejías donatista y pelagiana, para demostrar que no es necesario esperar a un concilio general para tomar medidas urgentes contra los errores doctrinales. Estos ejemplos muestran que las iglesias locales tenían la autoridad para actuar cuando la unidad de la fe estaba en peligro, sin esperar la aprobación de una asamblea universal. Calvino argumenta que la situación actual requiere la misma prontitud y valentía.

Escepticismo sobre la Eficacia de un Concilio General bajo el Papa

Incluso si se convocara un concilio general, Calvino duda que traiga un resultado favorable. Imagina un escenario donde el Papa o sus representantes dominarían las decisiones, asegurándose de que cualquier reforma sería superficial o contraria a los verdaderos intereses de la Iglesia. Predice que los cardenales y obispos, fieles al Papa, no permitirían que se restableciera la verdadera doctrina cristiana, sino que seguirían defendiendo su poder y privilegios a toda costa. Para Calvino, permitir que el Papa lidere la reforma sería equivalente a "exponer las ovejas a los lobos."

Responsabilidad de los Príncipes y la Necesidad de Acción Urgente

Calvino hace un llamado directo a los príncipes alemanes y al emperador, instándolos a no depender de los líderes eclesiásticos para la reforma, ya que estos están más interesados en preservar su poder que en restaurar la pureza de la Iglesia. Argumenta que la Iglesia, traicionada por sus propios pastores, apela a los príncipes para su salvación. Esta es una oportunidad, dice, para que los gobernantes demuestren su fidelidad a Dios al restaurar la verdadera adoración y avanzar el reino de Cristo.

Confianza en el Poder de Dios y la Justificación de los Reformadores

A pesar de la enorme dificultad que enfrenta la reforma, Calvino exhorta a los príncipes a no desanimarse. Afirma que, aunque las posibilidades de éxito parezcan pequeñas, la obra de restaurar la Iglesia es de Dios, y su poder omnipotente puede superar cualquier obstáculo. Calvino insiste en que los reformadores no deben medir el poder de Dios según las expectativas humanas, y que incluso si sus esfuerzos parecen infructuosos, deben seguir adelante con fe y confianza en que están cumpliendo la voluntad divina.

La Reforma como la Única Esperanza

Calvino cierra su argumento afirmando que los reformadores han hecho todo lo que está en sus manos para restaurar la gloria de Dios y promover la verdadera doctrina. Aunque el resultado final depende de Dios, los reformadores nunca se arrepentirán de haber comenzado este esfuerzo. Incluso si fracasan y enfrentan la muerte, Calvino afirma que su sangre será como una semilla que propagará la verdad divina. Su confianza en la verdad de su doctrina es absoluta, y ven la reforma no solo como necesaria, sino como inevitablemente triunfante, ya sea en vida o después de la muerte.



Conclusión

En "La Necesidad de Reformar la Iglesia", Juan Calvino presenta un argumento fundamental sobre la urgencia de llevar a cabo una reforma profunda y radical dentro de la Iglesia de su tiempo. Esta obra, dirigida al emperador Carlos V y a los príncipes del Sacro Imperio Romano Germánico en 1544, es un manifiesto que expone tanto las razones teológicas como las prácticas que justifican la ruptura con la Iglesia Católica Romana y el inicio de la Reforma Protestante.

Calvino articula su argumentación en torno a dos ejes principales: la corrupción doctrinal y la corrupción de las prácticas y estructuras eclesiásticas. A lo largo de la obra, defiende la legitimidad y la necesidad de las acciones de los reformadores, presentando un caso sólido para demostrar que la iglesia medieval estaba inmersa en una profunda crisis que afectaba tanto la enseñanza del evangelio como la vida moral de sus miembros.

Fakhr al-Din al-Razi - Vida y obra (1149 - 1150)


Fakhr al-Din al-Razi (1149-1209) fue uno de los filósofos, teólogos y eruditos más influyentes del islam medieval. Nacido en la región de Rayy, en la actual Irán, al-Razi destacó por su vasto conocimiento en diversas disciplinas, incluyendo la teología islámica (kalam), la filosofía, la lógica, la medicina, la física, la astronomía, y las ciencias naturales. Su enfoque intelectual integraba elementos del pensamiento islámico tradicional con la filosofía aristotélica y neoplatónica, lo que lo convirtió en una figura clave en la evolución del pensamiento islámico medieval.

Es especialmente conocido por su monumental exégesis del Corán, "Al-Tafsir al-Kabir" (El Gran Comentario), donde no solo interpreta las escrituras, sino que también discute temas filosóficos, científicos y teológicos, demostrando un enfoque analítico que combinaba fe y razón. Además de este comentario, escribió numerosas obras que abordan temas de metafísica, ética, lógica y epistemología, situándolo entre los pensadores más complejos de su época.


FAKHR AL-DIN AL-RAZI


VIDA Y OBRA


Fakhr al-Din al-Razi nació en 1149 en la ciudad de Rayy, ubicada en lo que hoy es Irán, una región con una rica historia intelectual y cultural dentro del mundo islámico. Su nombre completo es Abu Abdullah Muhammad ibn Umar ibn al-Husayn al-Razi, y proviene de una familia de eruditos religiosos, lo que influyó significativamente en su educación y desarrollo intelectual desde una edad temprana.

Su padre, Diya al-Din al-Makki, era un erudito de renombre especializado en teología y jurisprudencia islámica, y tuvo un papel crucial en la formación intelectual de al-Razi. Desde pequeño, al-Razi estuvo inmerso en un entorno académico, donde el estudio de la religión y la jurisprudencia islámica (fiqh) eran fundamentales. Bajo la supervisión de su padre, al-Razi recibió una educación rigurosa en ciencias religiosas, pero también fue alentado a explorar otros campos del conocimiento, como la filosofía, la lógica y la teología.

Diya al-Din al-Makki fue un erudito dedicado a la enseñanza de la jurisprudencia islámica (fiqh) y la teología (kalam), particularmente dentro de la escuela Shafi'i, una de las principales escuelas de jurisprudencia en el islam sunita. Esta orientación teológica fue transmitida a Fakhr al-Din, quien más tarde también adoptaría la teología ash'arita, que Diya al-Din probablemente le inculcó desde una edad temprana.

Al parecer, Diya al-Din estaba profundamente comprometido con el pensamiento teológico y filosófico que buscaba reconciliar la fe islámica con el uso de la razón. Esta mentalidad abierta a la reflexión filosófica marcó profundamente a al-Razi, quien se convirtió en uno de los teólogos que más ampliamente utilizó la lógica y la filosofía en sus escritos. 

El nombre "al-Makki" en el caso de Diya al-Din al-Makki tiene sus raíces en la historia familiar de su linaje, ya que se cree que su familia originalmente provino de la ciudad de La Meca, en la península arábiga. Según algunos relatos históricos, la familia de al-Razi dejó La Meca y emigró primero a la región de Tabaristán, una zona ubicada en el norte de lo que hoy es Irán, cerca del mar Caspio. Posteriormente, la familia se estableció en la ciudad de Rayy (o Rey), que era un importante centro cultural y académico de la época.

Lamentablemente, de su madre no hay mucha información.

Estudios

Fakhr al-Din al-Razi comenzó sus estudios con su padre, Diya al-Din al-Makki, un erudito de renombre en teología islámica (kalam), cuya obra principal ha sido redescubierta parcialmente. Posteriormente, estudió en Merv y Maragheh, siendo alumno de Majd al-Din al-Jili, discípulo de al-Ghazali. Al-Razi fue un destacado defensor de la teología ash'arita.

Su comentario sobre el Corán es uno de los más variados y extensos, integrando gran parte del material teológico anterior. Además de sus estudios teológicos, al-Razi incursionó en numerosas disciplinas y llegó a gastar una gran fortuna en experimentos de alquimia. Enseñó en Ray y Ghazni, y fue director de la universidad fundada por Mohammed ibn Tukush en Herat.

En sus últimos años, Fakhr al-Din al-Razi mostró interés en el misticismo, aunque este nunca ocupó un lugar central en su pensamiento. 


Contexto político

Fakhr al-Din al-Razi vivió en un período de grandes turbulencias políticas y cambios en el mundo islámico. Nació en 1150, en medio de la decadencia del califato abasí. En ese momento, el califa en Bagdad había perdido mucho poder, que fue en gran parte usurpado por los gobernadores locales y las invasiones selyúcidas. A pesar de que los selyúcidas permitieron que el califa mantuviera su título, ellos controlaban el poder real en la región.

Durante la vida de al-Razi, los califas abasíes intentaron recuperar algo de su autoridad. Tres califas gobernaron durante este tiempo: al-Mustandjid (1160-1170), al-Mustadi (1170-1180) y an-Nasir (1180-1225). Este último tuvo cierto éxito en debilitar el poder selyúcida, especialmente con la muerte del sultán Tuğrul III en 1194. An-Nasir intentó restaurar la autoridad del califato, incluso forjando alianzas estratégicas con los Asesinos, una secta chiita. Sin embargo, estos esfuerzos fueron interrumpidos cuando los mongoles, liderados por Houlagou Khan, invadieron y saquearon Bagdad en 1258, lo que marcó el final del califato abasí.

En el este, los ghaznavids, que habían controlado Afganistán, fueron reemplazados por los ghuridas, quienes tomaron Ghazna en 1150, el mismo año en que nació al-Razi. A pesar de sus éxitos, los ghuridas también cayeron en declive, y después del asesinato de Muhammad Ghûrî en 1206, los mamelucos fundaron el Sultanato de Delhi.

Aunque al-Razi no se centró en los temas políticos en su obra, su pensamiento refleja las tensiones de su tiempo, en especial la búsqueda de una unidad islámica bajo el califato, como intentaba an-Nasir. Al-Razi trató de reconciliar las diversas corrientes de pensamiento islámico, en particular entre la filosofía y el kalâm, así como entre el acarismo y el mutazilismo, mostrando una intención de armonizar las divisiones teológicas y filosóficas del Islam.


Contexto religioso

Durante la vida de Fakhr al-Din al-Razi, el Islam estaba profundamente dividido tanto a nivel sectario como doctrinal. Los conflictos entre sunitas y chiítas, especialmente en Bagdad, eran a menudo violentos. La llegada de los selyúcidas en 1055 provocó la huida de muchos chiítas, pero dentro del sunnismo también había divisiones notables, en particular entre los mutazilitas (racionalistas) y los hanbalitas (tradicionalistas). Los selyúcidas, bajo el liderazgo de Nizam al-Mulk, lograron mantener cierta unidad al establecer una red de madrazas que unificaba la enseñanza del Islam, aunque para el siglo XII el panorama era de fragmentación.

Entre los suníes, había disputas entre las escuelas jurídicas shafi'í, hanafí y hanbalí, además de las tensiones con los mutazilitas y otras sectas que hoy han desaparecido, como los karramitas. Fakhr al-Din al-Razi, en obras como su Tratado sobre los nombres divinos, examinó de manera imparcial las doctrinas de diversas escuelas antes de ofrecer su propio análisis. A pesar de su enfoque objetivo, al-Razi enfrentó la hostilidad de algunos de sus contemporáneos y adversarios, como los mutazilitas en Khwarezm, con quienes el diálogo se rompió.

En medio de estas disputas teológicas, el sufismo, una corriente mística dentro del Islam sunnita, comenzó a cobrar fuerza. Surgido en el siglo IX, el sufismo se consolidó como una disciplina formal en el siglo X, con la creación de manuales y la fundación de conventos. En el siglo XII, Ibn Arabi se destacó como uno de los principales representantes del sufismo. Aunque Fakhr al-Din al-Razi no era un sufí, se sabe que recibió una carta de Ibn Arabi que lo alentaba a seguir el camino espiritual del sufismo. Aunque no está claro qué impacto tuvo esta carta en el pensamiento de al-Razi, es evidente que conocía bien las ideas sufíes, ya que las menciona en su obra.

Esta división interna del Islam y la creciente influencia del sufismo reflejan la complejidad teológica y espiritual de la época en la que vivió al-Razi, quien, aunque no se alineó directamente con el sufismo, mostró un interés por sus enseñanzas en su obra final.


Contexto intelectual

Los conflictos entre sectas teológicas y escuelas de jurisprudencia fueron intensos, reflejando una continuación de antiguas disputas tanto en política como en creencias. Estas divisiones, aunque comunes en muchas religiones, cobraron especial importancia en el Islam debido a los debates teológicos y las diferencias doctrinales que abarcaban cuestiones como los atributos de Dios, el destino, la profecía y el liderazgo político (imamato).

El pensamiento jurídico e intelectual floreció, con un crecimiento notable en diversas ciencias, lo que produjo una abundancia de eruditos y obras. Sin embargo, esta misma riqueza intelectual también profundizó los conflictos entre las diferentes escuelas y sectas, creando un ambiente de competencia donde el objetivo principal era derrotar al oponente, lo que a menudo conducía a tensiones e incluso violencia.

El sufismo también cobró fuerza durante este periodo, y muchos musulmanes comenzaron a buscar la salvación personal a través de esta vía mística, lo que a su vez afectó la vida social. Al mismo tiempo, la entrada de judíos y cristianos en puestos del gobierno fue vista con recelo, y hubo esfuerzos intermitentes por parte de algunos califas para restringir su influencia.

La persecución de eruditos se volvió común. Las diferencias doctrinales llevaron a juicios, exilio y la quema de libros, como sucedió con figuras como al-Razi, Ibn Rushd y al-Suhrawardi. Muchos intelectuales fueron acusados de herejía o de corromper la fe, y se les persiguió tanto por la autoridad política como por los juristas tradicionales. Al-Razi mismo fue expulsado de varias ciudades por sus innovadoras ideas filosóficas y teológicas, que desafiaban la ortodoxia de su tiempo.

En términos sociales y políticos, el siglo estuvo marcado por el debilitamiento del califato abasí y la desintegración de la autoridad central en muchos estados musulmanes, que luchaban entre sí por el poder. Además, desastres naturales como terremotos y sequías agravaron las ya difíciles condiciones de vida. A pesar de este ambiente conflictivo, la época vio el surgimiento de grandes pensadores como al-Razi, quienes lucharon por preservar la razón y el pensamiento libre, aunque enfrentaron una fuerte oposición por parte de sectores más conservadores.


Muerte de Fakhr al-Din al-Razi

Fakhr al-Din al-Razi, a pesar de haber alcanzado una posición respetada en Herat, donde el Sultán Khwarazm Shah le había otorgado una casa, continuó enfrentando la hostilidad de sus oponentes, incluidos los Mu'tazila, Karamiya, chiítas, y los Hashawiyyah. Estos últimos, en particular, persistieron en atacarlo, incluso durante sus sesiones de prédica, presentándole papeles con insultos y acusaciones infundadas sobre su familia, acusando a su hijo de inmoralidad y a su esposa de adulterio. Al-Razi, en lugar de reaccionar con ira, respondió de manera calmada, pidiendo a Dios que reformara a su hijo y destacando la naturaleza humana de las posibles debilidades, mientras afirmaba con firmeza que él nunca había sostenido la creencia de que Dios era un cuerpo o lo había comparado con su creación, una de las principales acusaciones de sus opositores.

A pesar de su serenidad frente a estos ataques, la envidia hacia la reverencia que le mostraban los sultanes y su influencia entre ellos intensificó la animosidad de sus enemigos. Tras una discusión con su oponente Ibn al-Qudwa, la tensión aumentó, y sus adversarios buscaron deshacerse de él de cualquier manera posible. Se rumoró que fue envenenado o atacado, pero no está claro si sus enemigos fueron responsables directos de su muerte. Fakhr al-Din al-Razi falleció el 1 de Ramadán del año 606 d.H. (1209 d.C.) en Herat. Según los historiadores, fue enterrado cerca de la aldea de Mazdakhan, en una montaña cercana a Herat, aunque algunas fuentes dicen que fue enterrado en su propia casa.

Pensamiento

Ciencias

Fakhr al-Din al-Razi sostenía que el estudio de todas las ciencias era una obligación legal, ya que las consideraba esenciales para el bienestar tanto espiritual como mundano. Para él, no existía una distinción entre diferentes campos del conocimiento, excepto en cuanto a la virtud y el valor moral. Todas las ciencias, según su criterio, eran importantes: algunas por ser necesarias para cumplir con las obligaciones religiosas, otras para alcanzar intereses mundanos, y algunas incluso para entender sus posibles peligros y aprender a evitarlos. Así, promovía una visión integral del saber, en la que cada ciencia tenía su propio valor y propósito.

Lenguaje

Se hizo gran fama como intérprete del Corán, especialmente por su obra monumental Mafatih al-Ghayb (Las llaves del conocimiento oculto), que desde el momento de su escritura hasta hoy ha sido estudiada, comentada y criticada extensamente. Esta interpretación es reconocida por su profundidad y por abarcar una amplia variedad de temas, combinando lo más extraño y complejo. Al-Razi sostenía que el Corán es la fuente de todas las ciencias, afirmando que en él se encuentra la teología, la jurisprudencia, los fundamentos del derecho, la gramática, el lenguaje, el ascetismo y la moral. Para él, el Corán alcanzaba el más alto grado de elocuencia y abarcaba todos los aspectos del conocimiento.

En respuesta a quienes lo criticaban por incluir conocimientos de ciencias como la astronomía o la interpretación simbólica, al-Razi defendía que el Corán podía ser interpretado en múltiples niveles, y que sus críticos simplemente no comprendían la profundidad del texto. Afirmaba que, si hubieran reflexionado adecuadamente sobre el Corán, habrían reconocido la validez de sus enfoques. Así, al-Razi promovía una interpretación amplia del Corán, que integraba diversas ciencias y perspectivas dentro de su exégesis.

Teología

La fama de Fakhr al-Din al-Razi en la teología es tan grande como su renombre en la interpretación coránica. Es considerado el "sultán de los teólogos", destacando por superar a sus contemporáneos en el conocimiento teológico y filosófico. Se le reconoce como un pionero en la metodología teológica al introducir la filosofía en la ciencia del kalâm (teología islámica). Ibn Jaldún menciona en su historia que los teólogos posteriores a al-Razi integraron las cuestiones filosóficas en la teología, lo que llevó a que ambas disciplinas se fusionaran hasta parecer un solo arte. Al-Razi transformó la forma en que se abordaban temas teológicos, incluyendo discusiones sobre cuestiones generales, física, espiritualidad y el conocimiento último, sentando un precedente para los teólogos que vinieron después de él.

Además de escribir y enseñar, al-Razi fue un teólogo viajero que debatió con eruditos de diferentes sectas islámicas en regiones como Khwarazm, Bujará, Samarcanda, Ghazni y la India, confrontando a los mutazilitas, karamiyyah y otras corrientes que se desviaban de la doctrina sunita ash'arita. Logró convencer a muchos de estos eruditos de volver a la ortodoxia ash'arita, y dejó constancia de sus actividades y debates en su obra Los Debates, que sirve como un registro de su vida académica y de sus viajes, funcionando en parte como sus memorias personales de ese periodo.

Jurisprudencia

Fakhr al-Din al-Razi fue un destacado jurista y teólogo de la escuela Shafi'i, reconocido por sus compañeros como una de las principales figuras en el estudio de los fundamentos del derecho islámico (usul al-fiqh). A lo largo de su vida, se le otorgó el título de Imam en reconocimiento a su profundo conocimiento y trayectoria en esta área. Al-Razi se familiarizó desde joven con las obras fundamentales de sus predecesores, como Al-Burhan del Imam de las Dos Sagradas Mezquitas, Al-Ahed de Qadi Abdul Jabbar, Al-Mustasfa de Al-Ghazali, y Al-Mu'tamid de Abu Al-Hussein Al-Basri. A partir de este conocimiento, no se limitó a seguir ciegamente sus enseñanzas, sino que las examinó críticamente, destacando por sus observaciones y críticas, especialmente hacia figuras como Al-Ghazali y Abu Al-Hussein Al-Basri.

Aunque no completó su Sharh (comentario) sobre la obra de Al-Ghazali, Al-Razi dejó numerosas opiniones jurisprudenciales dispersas en sus obras, especialmente en su famosa Tafsir (Interpretación del Corán), lo que demuestra su experiencia en el campo de la jurisprudencia. También escribió un libro en persa titulado Las pruebas bahá'ís, en el cual abordó ciento setenta cuestiones que comparaban las opiniones de los Shafi'i y los Hanafí, mostrando su preferencia por las opiniones de su escuela, la Shafi'i. Este enfoque comparativo y crítico posicionó a Al-Razi entre los más altos rangos de juristas de su tiempo.

Filosofía

Fakhr al-Din al-Razi se destacó no solo en la teología y la interpretación coránica, sino también en la filosofía, el aprendizaje y la enseñanza. Su interés por la filosofía fue profundo, y viajó con su maestro Majd al-Din al-Jili a Maragha para completar su formación en las ciencias filosóficas. A lo largo de su carrera, al-Razi discutió conceptos filosóficos en sus sesiones de enseñanza y escribió comentarios sobre obras filosóficas de figuras como Ibn Sina, como Al-Isharat wa Al-Tanbihat y Uyun al-Hikma. Además, desarrolló innovadoras contribuciones filosóficas en obras como Al-Muhsāl, Las Investigaciones Orientales, y Al-Maṭālib Al-Aliyya.

Aunque al-Razi explicó las teorías de los filósofos griegos, no fue simplemente un repetidor de sus ideas. De hecho, fue muy crítico con muchos de estos filósofos, especialmente con Aristóteles, y destacó por su capacidad para refutar sus teorías al haberlas estudiado profundamente. Esto le permitió desarrollar un enfoque racional y crítico único dentro del pensamiento islámico. Al-Razi no solo empleó ideas filosóficas en sus investigaciones, sino que también las modificó y atacó aquellas que consideraba incompatibles con la fe islámica.

Al-Razi fue considerado por algunos, como Al-Dhahabi, como un erudito que no siempre estaba de acuerdo con los filósofos, sino que los desafiaba. Al-Safadi también defendió a al-Razi de las críticas que recibía por mencionar y criticar las filosofías griegas en sus obras, destacando su enfoque de desmantelar las teorías que contradecían el Islam. Un ejemplo de su crítica filosófica es su rechazo a la afirmación de los filósofos de que la esencia de Dios es incognoscible, argumentando que esto es incoherente con la certeza de la existencia divina.

Este rechazo a la filosofía griega y su campaña contra algunas de sus doctrinas, como el principio de necesidad aristotélico, lo enfrentó a defensores de la filosofía como Nasir al-Din al-Tusi. Al-Razi también desarrolló teorías filosóficas que diferenciaban su enfoque de los pensadores griegos, como su desacuerdo con la idea de que solo un efecto puede emanar de un solo principio. También cuestionó la creencia de que todo motor debe tener otro motor.

Ibn Taymiyyah, aunque criticó a al-Razi en algunos aspectos, también reconoció la importancia de sus respuestas a los filósofos, aunque las consideraba menos sólidas que las de otros eruditos. No obstante, la obra de al-Razi en este campo fue influyente y dejó una huella importante en la filosofía islámica, siendo un punto de referencia en el debate contra los filósofos griegos.

En resumen, al-Razi fue un filósofo destacado que supo enfrentarse a las teorías griegas y hacer innovaciones en el pensamiento islámico, ganándose tanto admiradores como críticos en su lucha por proteger la fe islámica del escepticismo filosófico.

Astronomía

El filósofo musulmán rechazó el modelo ptolemaico y todas las contribuciones que se habían hecho. Es más, no creía que la Tierra fuera el centro del universo, pues, en palabras del filósofo:

''hay miles de mundos más allá de este mundo, de modo que cada uno de esos mundos pueda ser más grande y más enorme que este mundo, así como tener lo mismo de lo que este mundo tiene''

Esto seguido del siguiente versículo del Corán:

''Alabado sea Allah, Señor de los mundos''

De esta forma, si bien no muestra como se articula este sistema astronómico, su reflexión deja fuera el geocentrismo. 

Dios antropomorfo

La obra de Fakhr al-Din al-Razi aborda el delicado tema de los versos coránicos y las narraciones que aparentan dar a Dios características humanas, como partes del cuerpo (mano, pie, ojo) o acciones que implicarían un carácter físico (sentarse, moverse, reír). En un contexto teológico, al-Razi se esfuerza por demostrar la trascendencia absoluta de Dios, refutando cualquier interpretación antropomórfica. Su enfoque se basa en la razón y en una reinterpretación metafórica que busca proteger la idea de un Dios puramente espiritual y libre de las limitaciones físicas humanas.

Al-Razi estructura su argumento en cuatro secciones. En la primera, ofrece pruebas de que Dios está más allá de la corporalidad y el espacio, negando cualquier similitud con las criaturas. La segunda sección se centra en interpretar los textos que pueden inducir a error respecto a los atributos de Dios, reinterpretando metáforas que sugieren características físicas o acciones indignas de su majestad. Las secciones tercera y cuarta exploran la doctrina de los primeros musulmanes (Salaf) y la divergencia de algunas sectas que, desde la perspectiva de al-Razi, adoptaron visiones antropomórficas incorrectas.

Este libro fue escrito en respuesta a Ibn Juzaymah y otros teólogos que al-Razi consideraba errados en su interpretación literalista. Al-Razi utiliza tanto evidencias racionales como narrativas para demostrar que los atributos que sugieren corporalidad deben entenderse de manera metafórica, una perspectiva que, según él, preserva la trascendencia divina. Para al-Razi, términos como "mano" o "derecha" son expresiones que representan poder y dominio, no órganos literales, y su uso metafórico es esencial para evitar la degradación de la imagen de Dios.

La obra también aborda la razón de por qué las personas levantan las manos hacia el cielo al rezar, argumentando que esto no implica que Dios esté físicamente en esa dirección. Al-Razi explica que el gesto se debe a la percepción de los cielos como una fuente de bendiciones y como un símbolo de lo elevado, en lugar de una creencia en que Dios está ubicado allí espacialmente. Además, relaciona este acto con la idea de que los ángeles actúan como mediadores en el mundo, lo que explica por qué los seres humanos dirigen sus súplicas hacia arriba.

En su introducción, al-Razi dedica la obra a un sultán como un regalo de doctrina ortodoxa sunita, destacando la importancia de este trabajo en la defensa de la teología islámica contra interpretaciones antropomórficas. Su intención es proteger la concepción de Dios de cualquier atributo físico y reafirmar la santidad divina en términos abstractos y metafísicos.

Conclusión

En conclusión, al-Razi fue un erudito excepcional que abarcó múltiples disciplinas y dejó un legado que influenció tanto el pensamiento religioso como filosófico en el mundo islámico. Su capacidad para interrogar, criticar y construir nuevas ideas, junto con su habilidad para enfrentar la oposición, lo convierten en una de las figuras más influyentes y complejas del pensamiento medieval islámico. Su vida fue un testimonio de su incansable búsqueda de la verdad, una búsqueda que dejó una marca indeleble en la historia del pensamiento islámico.


martes, 15 de octubre de 2024

Juan Calvino - Institución de la Religión Cristiana (Libro IV: Compañía de Dios) (1536)

 


El Libro IV de la Institución de la Religión Cristiana de Juan Calvino, titulado "De la Iglesia", se centra en la naturaleza, estructura y función de la Iglesia dentro de la vida cristiana. Tras haber explorado en los libros anteriores la obra de la salvación en Cristo, la fe, la justificación y la santificación, Calvino dedica este último libro a la comunidad de creyentes, señalando que la Iglesia es el contexto en el que se recibe y vive esta salvación.

Para Calvino, la Iglesia no es simplemente una institución humana o una organización social; es el "cuerpo de Cristo", una realidad espiritual donde Dios actúa por medio de la Palabra y los sacramentos para edificar a los fieles. La Iglesia es, además, la "madre" de los cristianos, pues es allí donde nacen y crecen en la fe. La importancia de la Iglesia en la vida cristiana es tal que, fuera de ella, según Calvino, no hay posibilidad de salvación.


INSTITUCIÓN DE LA RELIGIÓN CRISTIANA


LIBRO IV: DE LOS MEDIOS EXTERNOS O AYUDAS DE QUE DIOS SE SIRVE PARA LLAMARNOS A LA COMPAÑÍA OE SU HIJO, JESUCRISTO, Y PARA MANTENERNOS EN ELLA

Capítulo Primero: De la verdadera Iglesia, a la cual debemos estar unidos por ser ella la madre de todos los fieles

Calvino explica la importancia de la Iglesia como la "madre" de todos los fieles y la necesidad de estar unidos a ella. Argumenta que, debido a la fragilidad y debilidad humanas, los creyentes necesitan un apoyo externo para su fe, y es la Iglesia la que proporciona ese apoyo a través de la predicación del Evangelio y la administración de los sacramentos. Por lo tanto, Dios ha establecido la Iglesia como un medio para llevar la salvación a los suyos y como un refugio donde los fieles pueden crecer espiritualmente.

La Iglesia es presentada no solo como el lugar donde los cristianos son guiados en los primeros pasos de la fe, sino también como la que los cuida y gobierna hasta que alcanzan la madurez espiritual. En este sentido, la Iglesia es descrita como la "madre" que cuida a los creyentes en su crecimiento, lo que refuerza la importancia de la unidad dentro de ella. Calvino insiste en que no es posible separar a Dios de su Iglesia, ya que la Iglesia es el cuerpo de Cristo y la comunidad de los elegidos.

Además, Calvino explica que cuando en el Credo de los Apóstoles se afirma "creemos la Iglesia", no solo se refiere a la Iglesia visible, sino también a la Iglesia invisible, que incluye a todos los elegidos de Dios, tanto los vivos como los muertos. Esta "Iglesia invisible" a menudo no se puede distinguir fácilmente en el mundo, ya que tanto los fieles como los infieles pueden coexistir en la Iglesia visible. Sin embargo, los creyentes están llamados a permanecer en comunión con la Iglesia, reconociendo que en su interior se encuentran los santos, y que, aunque haya hipócritas, la Iglesia sigue siendo el medio por el cual se administra la gracia de Dios.

En relación con la Iglesia visible, Calvino subraya que es esencial para la vida cristiana, ya que fuera de ella no hay perdón de pecados ni salvación. La Iglesia es donde se predica fielmente la Palabra de Dios y se administran los sacramentos conforme a la institución de Cristo, lo cual la distingue y la hace reconocible. Aunque haya imperfecciones o errores en la vida de algunos de sus miembros, los fieles no deben separarse de ella, ya que la predicación y los sacramentos son los medios principales por los cuales Dios se comunica con su pueblo.

Calvino también resalta el papel de los ministerios dentro de la Iglesia, como la predicación y la enseñanza, que son esenciales para la edificación de los creyentes. Dios estableció a pastores y maestros con el propósito de guiar a los fieles hacia una mayor comprensión de la fe. A través de estos ministerios, los creyentes son instruidos, corregidos y llevados a la madurez espiritual.

En cuanto a los pecados dentro de la Iglesia, Calvino argumenta que siempre habrá pecadores entre los fieles, pero esto no justifica separarse de la Iglesia. Incluso si hay miembros que no viven de acuerdo con la fe que profesan, la Iglesia sigue siendo el lugar donde se manifiestan las promesas de Dios. Los fieles deben confiar en que Dios es quien al final juzgará a los justos y a los injustos, y que la santidad de la Iglesia no se ve afectada por los pecados de algunos de sus miembros.

Finalmente, Calvino señala que el perdón de los pecados es un beneficio continuo que se otorga dentro de la Iglesia. Este perdón no es solo un evento único que ocurre en el bautismo, sino que los creyentes necesitan el perdón a lo largo de toda su vida. La Iglesia tiene el ministerio de las "llaves", es decir, la autoridad para proclamar el perdón de los pecados, y los creyentes deben permanecer en la comunión de la Iglesia para gozar de este beneficio. Calvino concluye que el alejarse de la Iglesia es un acto de grave peligro espiritual, ya que es dentro de ella donde se encuentra la gracia y la misericordia de Dios.


Capítulo II: Comparación de la falsa iglesia con la verdadera

Aun cuando existan errores menores en la moralidad de algunos miembros, mientras la doctrina central del cristianismo se mantenga intacta, esa comunidad sigue siendo la Iglesia. Sin embargo, cuando las mentiras y falsedades atacan los pilares fundamentales de la doctrina, como la correcta enseñanza sobre Cristo y los sacramentos, la Iglesia se desvanece, comparándose con un cuerpo que, al perder la vida, deja de ser lo que era.

Calvino sostiene que cuando la Iglesia abandona la verdad de Cristo y corrompe los sacramentos, deja de ser la Iglesia de Dios. Así, si la verdadera Iglesia es la "columna y baluarte de la verdad", cualquier comunidad que mantenga falsedades en su enseñanza no puede ser considerada una Iglesia genuina. Desde esta perspectiva, critica duramente al papado, señalando que, bajo su gobierno, la claridad de la doctrina cristiana ha sido sustituida por mentiras y supersticiones. Según Calvino, en lugar de preservar la verdadera fe, el papado ha introducido idolatría y sacrilegio, particularmente en la práctica de la misa, y ha desvirtuado la enseñanza cristiana. Por ello, no es necesario que los verdaderos cristianos permanezcan bajo la autoridad papal, pues hacerlo sería participar en prácticas impías y corruptas.

Calvino también aborda la defensa que los papistas hacen de su iglesia, basada en la sucesión apostólica. Refuta la idea de que la sucesión de obispos garantice la autenticidad de una iglesia, argumentando que la verdadera sucesión no es de personas, sino de la doctrina. Los papistas apelan a la historia de la Iglesia en Roma y a la continuidad de los obispos desde los apóstoles, pero Calvino señala que esta sucesión es vacía si no se conserva la enseñanza apostólica. Hace una comparación con los judíos en tiempos de los profetas, quienes, a pesar de contar con el templo y los ritos ordenados por Dios, corrompieron su adoración con idolatría y supersticiones. De igual manera, la Iglesia papal puede haber mantenido una sucesión externa, pero ha perdido el contenido espiritual que realmente define a la Iglesia de Cristo.

Calvino utiliza la imagen de los profetas del Antiguo Testamento para justificar la separación de los reformadores de la Iglesia católica. Al igual que los profetas se opusieron a la corrupción en Israel y Judá, los reformadores se ven obligados a romper con una iglesia que ha traicionado la verdad de Cristo. Afirma que, aunque los papistas acusan a los reformadores de ser herejes y cismáticos, la verdadera ruptura no es con la Iglesia de Cristo, sino con una asamblea corrompida que ha abandonado la verdad.

Calvino reconoce que, a pesar de la depravación del papado, todavía pueden existir algunos vestigios de la verdadera Iglesia en la Iglesia católica. Esto se debe a que Dios, en su misericordia, ha permitido que ciertos elementos como el bautismo permanezcan válidos. Sin embargo, la estructura y el gobierno de la Iglesia papal están tan contaminados que ya no pueden ser reconocidos como legítimos.

Finalmente, Calvino concluye que aunque el papado ha corrompido muchas cosas, el pueblo de Dios no ha sido completamente destruido, y todavía existen restos de la Iglesia verdadera dentro de ese sistema. Pero enfatiza que, debido a que la doctrina ha sido destruida, las asambleas papales no pueden ser reconocidas como la verdadera Iglesia.


Capítulo III: De los doctores y ministros de la Iglesia. Su elección y oficio

En este capítulo, se describe el orden que Dios ha establecido para el gobierno de la Iglesia mediante el ministerio humano. Aunque Dios tiene el control y el gobierno total, se sirve de hombres para comunicar su voluntad y ejercer su gobierno en el mundo, tal como un obrero utiliza herramientas para cumplir su tarea. Esta estructura no implica que Dios delegue su autoridad, sino que actúa a través de los hombres elegidos como sus embajadores. Esto, además de mostrar la importancia de los seres humanos en la obra de Dios, sirve también para ejercitar la humildad de los fieles, al acostumbrarse a obedecer la palabra de Dios predicada por seres humanos, a veces inferiores en dignidad.

Uno de los motivos de utilizar el ministerio humano es mantener la caridad fraterna entre los miembros de la Iglesia, pues los fieles necesitan recibir instrucción de los pastores, quienes les enseñan y guían. A través de este ministerio, se distribuyen las gracias que Jesucristo otorga a su Iglesia, y mediante los ministros de la Palabra, la Iglesia se edifica y se mantiene unida en la fe. La necesidad del ministerio es tan vital para la Iglesia como el sol y el alimento para la vida física.

El capítulo también resalta la dignidad de los ministerios de la Palabra, mostrándolos como esenciales para la edificación del cuerpo de Cristo. Los apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros, mencionados en la carta a los Efesios, cumplen diversas funciones dentro del ministerio. Aunque los apóstoles, profetas y evangelistas fueron necesarios al principio para establecer la Iglesia, los pastores y doctores son los encargados de continuar su labor en todas las épocas. Los pastores, en particular, tienen la misión de predicar el Evangelio y administrar los sacramentos, siguiendo el ejemplo de los apóstoles.

Finalmente, se explica la importancia de la vocación y la elección de los ministros. La Iglesia, siguiendo el ejemplo de los apóstoles, debe asegurarse de que los que son llamados a ser pastores estén bien preparados y dotados de las cualidades necesarias para cumplir su oficio. La elección de los ministros debe realizarse con la participación del pueblo, guiada por los pastores, para garantizar que la selección sea justa y legítima. Además, se menciona la ceremonia de imposición de manos como símbolo de consagración de los nuevos ministros, una práctica observada desde los tiempos apostólicos.


Capítulo IV: Estado de la Iglesia Primitiva y Modo de Gobierno Usado Antes del Papa

En este capítulo se examina el modo en que la Iglesia primitiva fue gobernada antes de la aparición del papado, basado en la enseñanza de la Palabra de Dios. La Iglesia antigua se ajustó a los preceptos bíblicos, acomodando su estructura de gobierno con tres clases de ministros: presbíteros, diáconos y aquellos dedicados a la enseñanza. Los obispos eran elegidos entre los presbíteros, y su función era más de orden y disciplina que de autoridad superior, actuando como presidentes en consejos para evitar desórdenes.

El título de obispo se introdujo para mantener el orden y evitar discusiones, pero no implicaba que los obispos tuvieran una autoridad mayor sobre los presbíteros. Los padres de la Iglesia primitiva reconocían que esta estructura surgió por necesidad y no como una institución divina. San Jerónimo menciona que, en Alejandría, desde el tiempo de San Marcos, los presbíteros elegían a uno de entre ellos para presidir.

En cuanto a la enseñanza y los sacramentos, tanto los obispos como los presbíteros compartían estas responsabilidades, excepto en Alejandría, donde se impidió a los presbíteros predicar, tras las revueltas causadas por Arrio. Era común que los obispos fueran activos en la predicación, y se consideraba que quienes no lo hacían no cumplían su misión. San Gregorio, por ejemplo, afirmaba que un obispo que no predicaba estaba "muerto".

A medida que las diócesis crecían, se crearon arzobispos y patriarcas para mantener la disciplina y manejar casos complejos que no podían resolverse a nivel local. Sin embargo, estos títulos no indicaban un cambio en el tipo de gobierno eclesiástico, que seguía apegado a la estructura original basada en la Palabra de Dios.

En lo que respecta a los diáconos, su función original de gestionar las limosnas y bienes de la Iglesia se mantuvo intacta durante mucho tiempo. Los bienes se distribuían entre los pobres y los ministros con la supervisión de los obispos. Los subdiáconos ayudaban a los diáconos en su labor, y los arcedianos surgieron cuando el aumento de bienes exigió una mayor supervisión.

La Iglesia primitiva también regulaba el uso de los bienes eclesiásticos con gran cuidado. San Ambrosio y otros obispos insistían en que los bienes de la Iglesia pertenecían a los pobres. En tiempos de necesidad, incluso los ornamentos sagrados se usaban para socorrer a los necesitados, como en el caso de Acacio de Amida, que vendió los cálices para alimentar a los pobres. La prioridad era siempre el bienestar de los fieles, y se consideraba sacrilegio que los clérigos tomaran bienes destinados a los pobres si ya tenían lo necesario para vivir.

En cuanto a la formación del clero, los jóvenes que deseaban servir en la Iglesia eran admitidos como clérigos, una posición de preparación para futuros ministerios. Se les entrenaba en tareas menores, como abrir y cerrar los templos, para luego avanzar en sus responsabilidades. La Iglesia se aseguraba de que estuvieran bien formados antes de asumir roles importantes, como el de presbítero o diácono.

Respecto a la elección de los ministros, al principio se requería el consentimiento del pueblo para cualquier nombramiento. San Cipriano, por ejemplo, destacaba la importancia de consultar a la comunidad antes de cualquier decisión. Sin embargo, con el tiempo, el clero asumió un papel más preponderante en las elecciones, especialmente en la designación de obispos. A pesar de ello, el consentimiento del pueblo seguía siendo esencial para la elección de presbíteros y obispos.

Finalmente, la ordenación de ministros se realizaba con la imposición de manos, una ceremonia que los apóstoles tomaron de la tradición judía. Esta práctica, acompañada de la presencia de obispos y de un examen riguroso de las doctrinas y costumbres del elegido, aseguraba la legitimidad de los nuevos ministros.


Capítulo V: Toda la Forma Antigua del Régimen Eclesiástico Ha Sido Destruida por la Tiranía del Papado

Este capítulo critica duramente la corrupción del régimen eclesiástico bajo el papado, en contraste con la pureza del gobierno eclesiástico de la Iglesia primitiva. Se expone cómo la jerarquía papal ha distorsionado la forma original de elegir y ordenar a los ministros, y cómo ha degenerado en un sistema de opresión y abuso. A lo largo del capítulo, se hace una comparación entre las prácticas eclesiásticas actuales y las de la Iglesia primitiva, revelando cómo el papado ha pervertido los principios originales.

  1. Elección de los obispos: El capítulo comienza criticando la elección de los obispos en la Iglesia romana, señalando que actualmente los obispos no son seleccionados por su doctrina, sino por su habilidad en asuntos jurídicos y administrativos, algo muy alejado del espíritu de la Sagrada Escritura. A menudo, los obispos son seleccionados sin considerar su idoneidad moral o doctrinal, e incluso se elige a niños como obispos, lo que es considerado una aberración. Además, el pueblo ha sido completamente despojado de su derecho a participar en la elección de sus pastores, algo que era común en la Iglesia antigua.

  2. Falta de examen y aprobación popular: La elección de los obispos, que antiguamente requería el consentimiento del pueblo, ahora está en manos de los canónigos, que otorgan los cargos a quienes desean, sin permitir que el pueblo participe en el proceso. Se critica esta práctica como una violación directa de la tradición de la Iglesia primitiva, en la que el consentimiento popular era fundamental para la elección de los obispos, como lo recomendaban san Cipriano y otros Padres de la Iglesia.

  3. Abusos en la elección de presbíteros y diáconos: En cuanto a la elección de los presbíteros y diáconos, se denuncia que no se les elige para enseñar, sino para realizar rituales, sin cumplir el verdadero ministerio que les fue asignado por la Escritura. Los presbíteros son ordenados sin un lugar de servicio específico, y se omiten los exámenes rigurosos y el consentimiento popular que eran esenciales en la Iglesia primitiva.

  4. Simulación en la colación de beneficios: La colación de beneficios es señalada como un sistema corrupto, donde los cargos eclesiásticos son otorgados como recompensa por servicios o favores personales, lo que recuerda la práctica de la simonía, condenada por la Iglesia. Muchas veces, se acumulan beneficios en manos de personas no aptas, lo que lleva a que se compren o intercambien como mercancía.

  5. Acumulación de beneficios: Se critica duramente la acumulación de beneficios eclesiásticos, señalando que es común que una sola persona controle varios cargos, a menudo sin poder atender ninguno de ellos. Esto demuestra que el sistema actual está completamente alejado del ideal apostólico de los verdaderos pastores que debían guiar y enseñar a su rebaño.

  6. Corrupción de los sacerdotes y su ministerio: Tanto los sacerdotes monásticos como los seculares son señalados por su falta de cumplimiento de las responsabilidades propias de su ministerio. En lugar de enseñar o administrar los sacramentos, muchos se dedican a actividades irrelevantes, como cantar misas o realizar rituales vacíos, ignorando por completo la necesidad de guiar espiritualmente a sus comunidades.

  7. Los canónigos y otros cargos eclesiásticos: Los canónigos, deanes, capellanes y otros que viven de los ingresos eclesiásticos son criticados por no cumplir con las funciones que la Iglesia antigua esperaba de ellos. No predican, no administran la disciplina y no ejercen el ministerio de los sacramentos. En cambio, se dedican a ceremonias vacías y ostentosas, alejadas del verdadero deber pastoral.

  8. Falta de residencia de obispos y párrocos: Se critica a los obispos y párrocos por no residir en sus parroquias, algo que es considerado esencial en la Iglesia primitiva. Muchos no visitan sus iglesias, salvo para recolectar las rentas, lo que muestra una completa desconexión entre el pastor y su rebaño.

  9. Justificación de la jerarquía papal: Finalmente, se refuta el argumento de que el poder de los obispos y el papado es una continuación de la jerarquía apostólica. El capítulo señala que la actual jerarquía eclesiástica es una caricatura de la Iglesia primitiva, ya que se basa en el poder y la pompa, en lugar del servicio y la humildad que caracterizaban a los apóstoles y los primeros ministros de la Iglesia.

En resumen, este capítulo expone cómo el sistema de gobierno eclesiástico ha sido corrompido por el papado, desviándose de las prácticas y enseñanzas de la Iglesia primitiva. La falta de examen doctrinal, la acumulación de beneficios, la ausencia de responsabilidad pastoral y la avaricia han destruido el orden que originalmente se seguía, dando paso a un sistema opresivo y abusivo.


Capítulo VI: El Primado de la Sede Romana

Este capítulo cuestiona la legitimidad del primado de la Sede romana y la idea de que el Papa es la cabeza necesaria para la unidad de la Iglesia Católica. Se argumenta que dicha pretensión no tiene fundamento en la institución de Jesucristo ni en la práctica de la Iglesia primitiva. A través de un análisis detallado, se pone en duda la afirmación de que la autoridad del Papa provenga directamente de Cristo, como sostienen los defensores del papado.

En primer lugar, el capítulo aborda la analogía que hacen los papistas entre el sumo sacerdocio del Antiguo Testamento y el papado. Sin embargo, esta comparación se rechaza, argumentando que el sacerdocio levítico era una figura de Jesucristo y que, con la venida de Cristo, este sacerdocio fue transferido a Él. Por lo tanto, no hay justificación para que el Papa asuma un rol equivalente en la Iglesia moderna, ya que Cristo es el único mediador y no necesita un vicario en la tierra.

Otro aspecto clave es la interpretación de Mateo 16,18-19, donde Cristo le dice a Pedro que sobre esta roca edificará su Iglesia y le entrega las llaves del reino de los cielos. Los papistas interpretan esto como la designación de Pedro como cabeza de la Iglesia universal. Sin embargo, el autor sostiene que este pasaje no confiere a Pedro una autoridad especial sobre los demás apóstoles. De hecho, Pedro mismo exhorta a otros presbíteros a que también apacienten el rebaño, lo que indica que el poder de atar y desatar era compartido entre todos los apóstoles.

El autor también analiza el concepto de las llaves del reino de los cielos, que los papistas interpretan como un símbolo de la autoridad exclusiva del Papa. No obstante, el capítulo aclara que las llaves representan el poder de predicar el Evangelio y reconciliar a los hombres con Dios, una tarea común a todos los apóstoles y no exclusiva de Pedro. El texto enfatiza que la verdadera autoridad reside en Cristo y que el poder conferido a los apóstoles fue compartido por igual entre ellos.

Finalmente, se discute la idea de que Pedro fue el primer obispo de Roma y que, por ello, la Sede romana debe tener primacía sobre toda la Iglesia. El autor rechaza esta noción, señalando que no hay evidencia concluyente de que Pedro haya sido obispo de Roma durante mucho tiempo. Además, argumenta que, aunque Pedro tuviera alguna preeminencia entre los apóstoles, esto no justifica que sus sucesores en Roma asuman un rol de autoridad suprema sobre todas las iglesias del mundo.


Capítulo VII: Origen y crecimiento del papado hasta su grandeza actual, y la opresión de la libertad de la Iglesia

Este capítulo expone la evolución histórica del papado desde sus inicios hasta convertirse en la poderosa institución que oprimió la libertad de la Iglesia y distorsionó la equidad. Se cuestiona la legitimidad del primado de la Sede romana, comenzando por el hecho de que, en los concilios antiguos, el obispo de Roma no ocupaba una posición superior a los demás. En el concilio de Nicea, por ejemplo, el obispo de Roma sólo fue reconocido como uno de los patriarcas, pero sin ejercer una autoridad universal. Los representantes enviados por el Papa ni siquiera ocuparon los primeros lugares, lo que indica que no se le reconocía como cabeza de la Iglesia.

A lo largo de la historia, Roma intentó ganar autoridad mediante sutiles manipulaciones, como se evidencia en el concilio de Éfeso, donde el obispo de Alejandría actuó como representante del Papa para elevar la dignidad de la Sede romana. Sin embargo, los papas no siempre presidieron los concilios, como en el caso del concilio de Calcedonia, donde el Papa León presidió sólo por concesión especial del emperador, lo que demuestra que su preeminencia no era un derecho.

El capítulo también explora cómo la Sede romana fue ganando poder político y religioso, aprovechándose de los conflictos y divisiones en otras regiones. Por ejemplo, durante las controversias arrianas, los fieles orientales buscaron el apoyo de Roma para resistir a sus enemigos, lo que permitió al papado acumular prestigio. Sin embargo, este poder fue creciendo principalmente porque Roma se convirtió en refugio de aquellos que buscaban escapar de la disciplina de sus propias iglesias.

Con el tiempo, el papado comenzó a asumir una jurisdicción que nunca antes había tenido, limitando la autoridad de los obispos metropolitanos, y usando la influencia romana para intervenir en la elección de obispos en otras provincias. Esta intervención fue posible, en parte, porque Roma era vista como un lugar de referencia espiritual, pero también se debió a la ambición de los papas, quienes no dudaban en utilizar cualquier recurso para consolidar su poder.

El capítulo señala que, mientras la Iglesia permaneció pura, el obispo de Roma era considerado igual a los demás, sin privilegios especiales. Sin embargo, con el declive del Imperio y el aumento de la confusión política, el papado aprovechó la situación para erigirse como la cabeza de la cristiandad. Este crecimiento fue facilitado por el colapso de las estructuras políticas y la falta de resistencia por parte de otros obispos, quienes, por ignorancia o negligencia, no supieron o no quisieron frenar la creciente tiranía de Roma.

Finalmente, se destaca que los mismos líderes eclesiásticos, como Gregorio Magno y San Bernardo, reconocieron los peligros de la ambición papal y condenaron la arrogancia de la Sede romana. Sin embargo, el papado continuó expandiendo su poder, incluso falsificando documentos y manipulando la historia para justificar sus pretensiones. El capítulo concluye que el papado actual es el resultado de una acumulación de poder injustificada y contraria a los principios originales de la Iglesia, convirtiéndose en una institución opresiva y corrupta.

Capítulo VIII - Potestad de la Iglesia para determinar dogmas de fe. Desenfrenada licencia con que el Papado la ha usado para corromper toda la pureza de la doctrina

En este capítulo, Calvino aborda el tema de la potestad de la Iglesia para establecer y interpretar dogmas, señalando que la autoridad de la Iglesia debe estar limitada a la edificación de la fe en Cristo y no usarse arbitrariamente. La única autoridad legítima que tiene la Iglesia proviene de la Palabra de Dios y debe estar sujeta a ella, lo que excluye la creación de dogmas o doctrinas nuevas fuera de lo revelado en las Escrituras. La autoridad espiritual de la Iglesia reside en sus ministros, quienes deben ser fieles servidores de Cristo al exponer su Palabra y no añadir nada que no haya sido revelado.

Calvino critica la pretensión del papado y de los concilios universales de ser infalibles, argumentando que esta es una tiranía que corrompe la doctrina cristiana. El concilio, bajo la dirección de los obispos, ha formulado dogmas que, según Calvino, no tienen fundamento en la Palabra de Dios y que exigen una fe implícita por parte de los fieles. Para él, es inaceptable que la Iglesia se arrogue la autoridad para hacer nuevos artículos de fe, ya que esto entra en conflicto con la naturaleza de la doctrina revelada por Cristo, quien es el único Maestro de la Iglesia.

Calvino afirma que la única fuente de la verdad es la Escritura y que tanto los profetas como los apóstoles enseñaron conforme a ella. La Iglesia debe conformarse a esta regla, y cualquier intento de ampliar su autoridad fuera de la Palabra de Dios es un error. Además, desmiente la idea de que Cristo permitió a sus discípulos añadir cosas nuevas a su enseñanza, señalando que todo lo que los apóstoles enseñaron ya estaba contenido en las Escrituras.

Finalmente, concluye que la autoridad de la Iglesia es verdadera solo cuando se limita a la administración de la Palabra de Dios y se opone a toda invención humana. Calvino rechaza los ejemplos que los defensores de la autoridad ilimitada de la Iglesia citan, como el bautismo infantil o la definición de la consustancialidad de Cristo con el Padre en el concilio de Nicea, y los ve como justificaciones incorrectas que se apartan de la pureza doctrinal de la Escritura.


Capítulo IX - Los concilios y su autoridad

En este capítulo, Calvino aborda el tema de los concilios y su autoridad en la Iglesia. Comienza señalando que, aunque reconociera la autoridad que algunos atribuyen a la Iglesia, eso no justifica que dicha autoridad se aplique automáticamente a los concilios o al papado. Calvino aclara que su crítica hacia los concilios no significa que los desprecie; de hecho, reverencia los concilios antiguos, siempre que éstos no resten autoridad a Cristo, quien debe presidir todos los concilios a través de su Palabra y Espíritu.

Explica que la verdadera autoridad de un concilio reside en que esté convocado en el nombre de Cristo, lo que significa que sus decisiones deben estar basadas en la Palabra de Dios y no en invenciones humanas. Rechaza aquellos concilios que han decretado cosas fuera de la Escritura, afirmando que Cristo no está presente en tales reuniones. Calvino argumenta que no puede confiarse en decisiones que no estén respaldadas por la Palabra de Dios y que no es suficiente la simple reunión de obispos para garantizar la presencia del Espíritu Santo.

Calvino refuta la idea de que la verdad de la Iglesia depende exclusivamente de los concilios y sus pastores, citando ejemplos bíblicos en los que los líderes religiosos cayeron en el error, como ocurrió en tiempos de los profetas. Señala que el mismo Espíritu Santo, a través de los apóstoles, predijo que falsos maestros surgirían dentro de la Iglesia. Para él, los concilios deben ser examinados a la luz de la Escritura para determinar su legitimidad, ya que la autoridad de los pastores no está garantizada por el simple hecho de ocupar ese cargo.

Aunque admite que los concilios tienen una función legítima en la definición de la doctrina, Calvino sostiene que deben ser evaluados con prudencia y que no todos los concilios son igualmente confiables. Acepta y respeta los concilios antiguos, como el de Nicea y Calcedonia, que se centraron en refutar herejías y preservar la pureza doctrinal. Sin embargo, critica la degeneración de los concilios más recientes, donde los intereses personales y las decisiones mayoritarias han prevalecido sobre la verdad.

Finalmente, Calvino critica la posición católica de atribuir a los concilios el poder exclusivo de interpretar la Escritura y de crear nuevas doctrinas. Para él, la interpretación de la Escritura debe someterse siempre a la Palabra de Dios, y no puede considerarse legítima si contradice lo que ya está claramente revelado en las Escrituras.


Capítulo X - Poder de la Iglesia para dar leyes y la tiranía del papado sobre las conciencias

En este capítulo, Calvino aborda el poder que la Iglesia se atribuye para dictar leyes, y cómo este poder se ha utilizado para ejercer una tiranía espiritual sobre los fieles. Comienza cuestionando si es legítimo que la Iglesia imponga leyes "espirituales" que ataquen la conciencia de los creyentes. Según él, muchas de las leyes impuestas por el papado no solo oprimen las conciencias, sino que también violan la libertad que Cristo otorgó a los fieles. Estas leyes se presentan como necesarias para la salvación, cuando en realidad son invenciones humanas que carecen de fundamento en la Palabra de Dios.

Calvino señala que la libertad espiritual dada por Cristo es fundamental para la fe, y que los intentos de imponer observancias humanas como si fueran necesarias para la salvación constituyen un asalto al reino de Cristo. Las leyes de la Iglesia romana, muchas de las cuales son imposibles de cumplir plenamente, atormentan a las conciencias de los fieles, sumiéndolos en ansiedad y miedo de no estar a la altura de lo que se les exige.

Uno de los puntos clave que destaca es que, aunque San Pablo en Romanos 13 manda obedecer a las autoridades por motivos de conciencia, esto no implica que todas las leyes humanas afecten directamente al ámbito espiritual. Las leyes políticas y civiles tienen un propósito diferente, y no deben interferir en la relación directa que los fieles tienen con Dios. La conciencia de los fieles debe regirse por la Palabra de Dios, no por los mandatos arbitrarios de hombres que se presentan como pastores pero actúan como tiranos.

Calvino critica la multitud de leyes eclesiásticas impuestas por el papado, muchas de las cuales no solo son innecesarias sino también perjudiciales, ya que distorsionan el verdadero culto a Dios. Afirma que la única norma legítima de vida es la Ley del Señor, y que cualquier intento de añadir algo a esta Ley es una arrogancia que debe ser rechazada. El autor subraya que los obispos y pastores no tienen derecho a imponer leyes fuera de la Palabra de Dios, ya que eso constituiría una usurpación de la autoridad que pertenece solo a Dios.

También denuncia que las leyes de la Iglesia romana conducen a los fieles a un tipo de "judaísmo" y paganismo, alejándolos de la sencillez del Evangelio. A través de ejemplos de las Escrituras, Calvino refuerza su argumento de que las ceremonias y tradiciones humanas, cuando se presentan como esenciales para la salvación, son contrarias a la verdadera adoración en espíritu y en verdad que Cristo enseñó. Las ceremonias deben ser pocas, simples y claramente enfocadas en Cristo, no enredadas en un sinfín de rituales que desvían la atención del verdadero mensaje del Evangelio.

En última instancia, Calvino aboga por una Iglesia que mantenga el orden y la disciplina, pero que lo haga dentro de los límites que establece la Escritura. Las observancias y ceremonias son útiles en la medida en que fomentan la piedad y la caridad entre los creyentes, pero no deben ser impuestas como necesarias para la salvación. La libertad cristiana es fundamental, y cualquier intento de oprimir esa libertad mediante tradiciones humanas debe ser rechazado, ya que atenta contra la soberanía de Cristo sobre su Iglesia.


Capítulo XI: Jurisdicción de la Iglesia y Abusos de la Misma en el Papado

Este capítulo aborda la necesidad de una correcta disciplina eclesiástica, destacando que la jurisdicción es fundamental para mantener el orden en la Iglesia. Se establece una clara distinción entre la potestad eclesiástica y la civil, resaltando que la Iglesia debe contar con un orden espiritual que garantice la corrección de las costumbres. La potestad de las llaves, otorgada por Cristo a su Iglesia, otorga el poder de disciplinar y excomulgar cuando sea necesario.

Se menciona que el poder de las llaves incluye tanto la predicación como la disciplina, diferenciando estos dos aspectos. La excomunión, como medida disciplinaria, no busca una condena perpetua, sino la corrección de los pecadores para que se arrepientan. En este sentido, se establece que la Iglesia tiene la potestad de juzgar a sus miembros conforme a la Ley de Dios.

El abuso de este poder por parte de la Iglesia romana es criticado, ya que se argumenta que Roma ha distorsionado la jurisdicción espiritual con fines de poder temporal. Además, se resalta la importancia de distinguir entre los poderes espiritual y civil, afirmando que la disciplina eclesiástica debe ser manejada por un consejo de ancianos y no por una sola persona.

Finalmente, se condenan los abusos cometidos por los pontífices, que han usurpado la potestad civil y la espada, apartándose del verdadero papel que Cristo les asignó. La institución de los oficiales y la corrupción del sistema judicial eclesiástico son presentadas como ejemplos de estos abusos, que han distorsionado el papel original de la Iglesia en la sociedad.


Capítulo XII: De la Disciplina de la Iglesia, Cuyo Principal Uso Consiste en las Censuras y en la Excomunión

Este capítulo aborda la disciplina eclesiástica, enfatizando su importancia para el buen funcionamiento de la Iglesia. La disciplina, comparada con los "nervios" de la Iglesia, es necesaria para mantener el orden y la cohesión. Su base radica en el "poder de las llaves" y la jurisdicción espiritual, que abarca tanto al clero como al pueblo.

Disciplina Común y Particular

La disciplina se aplica a todos los miembros de la Iglesia, aunque se distingue entre el clero y el pueblo. El capítulo subraya que, sin disciplina, la Iglesia caería en el caos, comparándola con una sociedad o familia sin normas. La doctrina es fundamental para la Iglesia, pero debe ir acompañada de correcciones y amonestaciones para que tenga un verdadero impacto en los fieles.

Amonestaciones y Excomunión

El capítulo distingue dos formas de amonestación: privada y pública. La primera implica advertir a un miembro de la Iglesia en privado sobre sus faltas, mientras que la segunda se realiza cuando alguien rechaza repetidamente las amonestaciones privadas. Si alguien persiste en su pecado, Cristo ordena que sea llevado ante el juicio de la Iglesia. Si la persona sigue sin arrepentirse, se debe proceder a la excomunión, que es la expulsión de la comunidad de los fieles.

Pecados Ocultos y Públicos

Se diferencia entre pecados ocultos y públicos. Los primeros deben ser corregidos en privado, mientras que los públicos deben ser reprendidos abiertamente para evitar el escándalo entre la comunidad. San Pablo, en sus cartas, señala la necesidad de corregir los pecados públicos para que el ejemplo negativo no se propague entre los fieles.


Capítulo XIII: Los Votos: Cuán Temerariamente Se Emiten en el Papado para Encadenar Miserablemente las Almas

Este capítulo critica severamente el abuso de los votos en la Iglesia, destacando cómo han oprimido y encadenado a las almas al imponerse de manera irreflexiva y fuera de la Palabra de Dios.

Los Votos Fuera de la Palabra de Dios

El capítulo comienza lamentando cómo la libertad de la Iglesia, comprada con la sangre de Jesucristo, ha sido subyugada por las tradiciones humanas. Los creyentes, en su deseo de parecer piadosos, crearon cargas adicionales a las impuestas por los falsos doctores, cavando fosas en las que ellos mismos caen al inventar votos que los atan más allá de los deberes comunes. Se denuncia cómo aquellos que, bajo el título de pastores, profanaron el culto divino mediante leyes inicuas.

Principios Doctrinales

Se expone que todo lo necesario para una vida piadosa ya está contenido en la Ley de Dios, que requiere simplemente la obediencia a Su voluntad. Por lo tanto, cualquier culto inventado por los hombres para ganar mérito ante Dios no solo es inaceptable, sino que Él lo abomina.

La Naturaleza de los Votos

Los votos hechos al margen de la Palabra de Dios no pueden obligar a las conciencias, pues carecen de fundamento en la fe. Un voto legítimo debe considerar tres cosas: a quién se hace el voto, quién lo emite y con qué intención. Se recalca que hacer votos sin plena certeza de su licitud es un acto temerario.

La Intención del Voto

Dios mira el corazón, y por lo tanto, lo que realmente importa es la intención con la que se hace el voto. Se distinguen cuatro tipos de votos: dos relacionados con el pasado (acción de gracias y penitencia) y dos con el futuro (para ser más cuidadosos o para cumplir con el deber). Estos votos son legítimos siempre que estén de acuerdo con la voluntad de Dios y se adapten a nuestra vocación.

Crítica a los Votos Monásticos

El capítulo denuncia especialmente los votos monásticos, señalando que, aunque los monjes antiguos vivían con austeridad, su vida era un ejercicio preparatorio para el servicio a la Iglesia. En cambio, los monjes actuales se separan de la comunidad, crean un culto especial y se organizan en sectas que rompen la unidad de la Iglesia. Además, se acusa a los frailes de vivir ociosamente, contrariamente al espíritu del antiguo monaquismo.

Refutación de los Votos Ilícitos

Se concluye afirmando que los votos emitidos sin fe o en ignorancia no obligan en conciencia y deben ser anulados, ya que Dios no acepta tales votos. También se defiende a aquellos que abandonan los monasterios, señalando que son liberados por la gracia de Cristo de los lazos supersticiosos que los atan.


Capítulo XIV: Los Sacramentos

El capítulo XIV trata sobre los sacramentos, definidos como señales externas con las que Dios sella en nuestra conciencia las promesas de su buena voluntad, ayudando a fortalecer nuestra fe débil. A su vez, los sacramentos son un testimonio de nuestra reverencia a Dios. San Agustín describe el sacramento como "una señal visible de una cosa sagrada" o "una forma visible de una gracia invisible".

El término "sacramento" tiene su origen en la traducción latina de la palabra griega "misterio", usada para referirse a cosas divinas. En ese contexto, sacramento pasó a representar las señales que contienen una representación de realidades espirituales.

Los sacramentos siempre deben estar precedidos por una promesa divina, actuando como confirmación de estas. Dios los instituyó para ayudarnos, no porque su palabra necesite confirmación, sino porque nosotros, como seres limitados, necesitamos signos visibles para sostener nuestra fe. Estos signos nos permiten ver lo espiritual a través de lo material.

La unión de la Palabra de Dios con el signo externo es lo que conforma un sacramento. No se trata de una fórmula mágica, sino de la predicación de la Palabra, que explica el significado del signo visible y fortalece la fe de quienes lo escuchan.

Los sacramentos, además de confirmar las promesas divinas, sirven como sellos, de forma similar a los sellos que validan documentos importantes. No añaden nada a la Palabra, pero la reafirman y consolidan en nuestra conciencia, ayudando a la fe a crecer y mantenerse firme.


Capítulo XV: El Bautismo

El bautismo es el signo que nos identifica como cristianos y nos une a la Iglesia, injertándonos en Cristo para ser contados entre los hijos de Dios. Sirve tanto para fortalecer nuestra fe en Dios como para confesarla ante los demás. En primer lugar, el bautismo atestigua la remisión de nuestros pecados, ya que Dios promete que quienes crean y sean bautizados serán salvos. No es solo una señal externa, sino que confirma la promesa de que todos nuestros pecados son perdonados y borrados.

Las Escrituras apoyan esta enseñanza, como lo expresa San Pablo al decir que la Iglesia es santificada en el lavamiento del agua por la Palabra de vida. San Pedro también afirma que el bautismo nos salva, no por el agua misma, sino por el poder purificador de la sangre de Cristo que el agua representa. Esta unión entre la Palabra y el agua nos da la certeza de nuestra purificación y regeneración en Cristo.

El bautismo no solo perdona los pecados pasados, sino también los futuros. Aunque algunos en la antigüedad posponían el bautismo hasta la hora de la muerte, esto no es necesario, ya que el bautismo es válido para toda la vida. Debemos recordar constantemente nuestro bautismo cuando caemos en pecado, pues nos asegura el perdón y nos ofrece la pureza de Cristo, que permanece siempre intacta.

El bautismo también nos muestra nuestra mortificación y nueva vida en Cristo. San Pablo nos enseña que somos sepultados con Cristo en el bautismo para andar en una nueva vida, lo que significa que participamos de su muerte y resurrección. De este modo, somos exhortados a morir al pecado y vivir en justicia, sabiendo que hemos sido regenerados para una vida nueva.

Además, el bautismo es un sacramento de penitencia. Aunque algunos creen que el perdón de los pecados posteriores al bautismo solo se obtiene a través de la penitencia, en realidad, el bautismo tiene el poder de otorgarnos una continua remisión de los pecados. La penitencia nos recuerda que el bautismo extiende su virtud durante toda nuestra vida, por lo que debemos renovar nuestra confianza en este sacramento cada vez que nos sentimos abrumados por el pecado.

Finalmente, el bautismo atestigua nuestra unión con Cristo, garantizándonos que somos hechos partícipes de todos sus bienes. Al ser bautizados, somos revestidos de Cristo, lo que confirma nuestra unión con Él y nuestra filiación divina. Así, el bautismo, aunque administrado en el nombre de la Trinidad, se cumple plenamente en Cristo, quien nos da la regeneración y la vida nueva por su muerte y resurrección.


Capítulo XVI: El bautismo de los niños

Este capítulo trata sobre la defensa del bautismo de los niños, un tema controvertido en el tiempo de Juan Calvino, ya que algunos pensaban que la práctica no tenía fundamentos en la Palabra de Dios. Calvino argumenta que esta es una institución divina y no una invención humana, demostrando que el bautismo de los niños está sólidamente basado en las Escrituras y no debe ser descartado.

El autor enfatiza que las promesas de Dios que se representan en el bautismo no deben ser vistas solo como ceremonias externas, sino como misterios espirituales que incluyen a los niños. Las promesas de purificación y regeneración que se hacen en el bautismo son igualmente válidas para ellos. Además, Calvino establece una continuidad entre la circuncisión en el Antiguo Testamento y el bautismo en el Nuevo Testamento, ya que ambos son señales del pacto de Dios con su pueblo. Al igual que los niños fueron circuncidados, deben ser bautizados.

Calvino también responde a objeciones sobre la capacidad de los niños para comprender el significado del bautismo, argumentando que, al igual que en la circuncisión, la falta de comprensión no impide la participación en el pacto de Dios. Los niños, por tanto, tienen derecho a recibir el bautismo y ser considerados parte de la comunidad cristiana desde una edad temprana, lo que los impulsa hacia una vida de fe y piedad cuando lleguen a la madurez.


Capítulo XVII: La Santa Cena de Jesucristo. Beneficios que nos aporta

Cristo instituyó la Santa Cena para asegurarnos del alimento espiritual que es su cuerpo y sangre. Este sacramento no solo representa nuestra comunión con Él, sino que también es un medio para confirmar nuestra fe y darnos la seguridad de la vida eterna. Como en el Bautismo somos regenerados, en la Cena somos sostenidos en nuestra fe mediante este alimento espiritual. Cristo se convierte en nuestro pan de vida, lo que nos alimenta para alcanzar la inmortalidad del cielo. Sin embargo, este misterio ha sido oscurecido por Satanás con disputas y controversias. A pesar de esto, el sacramento continúa siendo una promesa de la presencia vivificadora de Cristo.

Los signos de pan y vino no son meras figuras, sino representaciones tangibles del cuerpo y sangre de Cristo, de los cuales participamos espiritualmente. Este alimento espiritual es necesario para nuestra vida eterna, y su eficacia no reside solo en un acto de fe, sino en la verdadera comunión con Cristo que se realiza mediante la obra del Espíritu Santo. Aunque este sacramento es incomprensible en su totalidad, su virtud reside en la fe que nos asegura nuestra redención y salvación a través de la unión con Cristo.

La participación en la Santa Cena fortalece nuestra fe, al recordarnos que nuestros pecados han sido absueltos y que nuestra vida está unida a la vida de Cristo. En ella, nuestras almas se nutren no solo con la fe, sino con la verdadera comunión con Cristo, quien, mediante su carne y sangre, nos mantiene en la vida eterna.

Se refuta la acusación de que los reformadores miden el poder de Dios con la razón humana, destacando que no han reducido el misterio a lo racional ni lo han limitado a las leyes naturales. La carne de Cristo, según ellos, vivifica el alma por la fe, sin necesidad de milagros extraordinarios. Se objeta también la adoración y el uso supersticioso de la Cena, defendiendo que la presencia de Cristo es espiritual y que debe ser recibida con fe, no a través de la transubstanciación o la consagración del pan y el vino de forma material. La verdadera participación en la Cena, según esta visión, está basada en la unión espiritual con Cristo, facilitada por el Espíritu Santo.

Capítulo XVIII: La misa del papado es un sacrilegio por el cual la Cena de Jesucristo ha sido, no solamente profanada, sino del todo destruida

En este capítulo, se critica el sacramento de la misa en la tradición del papado, sosteniendo que ha oscurecido y pervertido la verdadera naturaleza de la Cena del Señor. Según el autor, la misa, considerada como un sacrificio para la remisión de pecados, es una invención satánica que ha embriagado al mundo con un grave error teológico. Esta práctica no solo ha deformado el sacramento, sino que también ha enterrado la verdadera memoria de la muerte de Jesucristo y su redención.

El capítulo expone cómo la misa deshonra el sacerdocio eterno de Cristo, al sugerir que los sacerdotes humanos actúan como vicarios de Cristo, repitiendo su sacrificio. Según el autor, esto no solo despoja a Jesucristo de su dignidad, sino que niega su sacrificio único y eterno, que fue suficiente para redimir a la humanidad. En esta línea, se critica la idea de que la misa funcione como un nuevo sacrificio que pueda aplicarse a la salvación de vivos y muertos.

Asimismo, se argumenta que la misa destruye el verdadero significado de la cruz de Cristo. El sacrificio de Cristo, ofrecido una sola vez en la cruz, fue suficiente para la redención eterna, y cualquier reiteración, como la que se propone en la misa, socava la perfección y eficacia de esa oblación única.

Finalmente, el autor sostiene que la misa borra la verdadera muerte de Cristo, presentando un "nuevo testamento" que sugiere una continua necesidad de sacrificio. Este concepto perpetúa la idea de que Cristo debe morir nuevamente, lo cual es rechazado tajantemente en el texto. Además, se afirma que la misa usurpa el lugar de la Cena del Señor, transformando lo que debería ser un don recibido en una obra de satisfacción humana.

Capítulo XIX: Otras cinco ceremonias falsamente llamadas sacramentos

1. Introducción a los otros sacramentos romanos. La palabra y su definición

Calvino comienza este capítulo afirmando que la disputa previa sobre los sacramentos debería haber sido suficiente para convencer a los creyentes de que solo existen dos sacramentos instituidos por el Señor, el bautismo y la eucaristía. Sin embargo, dado que la Iglesia romana ha establecido la doctrina de los siete sacramentos, y esta creencia está profundamente arraigada en las mentes de las personas, Calvino considera necesario examinar los otros cinco sacramentos que Roma ha instituido como si fueran verdaderos sacramentos, pero que en realidad no lo son.

Calvino aclara que no se opone simplemente al uso de la palabra "sacramento", sino a las graves consecuencias que trae el mal uso de este término. Un sacramento verdadero debe ser instituido por Dios y debe sellar una promesa divina; sin embargo, los cinco sacramentos adicionales carecen de estos elementos.

2. Un sacramento debe siempre sellar una promesa de Dios

Calvino insiste en que un sacramento verdadero debe estar fundado en una promesa de Dios. El propósito de un sacramento es asegurar y consolar a los creyentes, actuando como un sello de la promesa divina. No es competencia del ser humano instituir sacramentos, ya que solo Dios tiene la autoridad para hacerlo. Además, debe existir una diferencia clara entre sacramentos y ceremonias eclesiásticas ordinarias, ya que no todas las prácticas cristianas pueden ser elevadas al nivel de un sacramento.

3. Los otros sacramentos romanos no son conocidos en la Escritura, ni en la Iglesia antigua

Calvino refuta la idea de que la Iglesia primitiva reconociera siete sacramentos. Señala que los Padres de la Iglesia, incluidos san Agustín y otros, reconocían solo dos sacramentos: el bautismo y la eucaristía. Los otros ritos y ceremonias, aunque mencionados en la Iglesia primitiva, no tenían el mismo estatus sacramental que estos dos.

4. De la Confirmación

Calvino explica que la práctica de la confirmación surgió como un rito en el que los jóvenes cristianos, al alcanzar la edad de la razón, confesaban su fe frente al obispo. Esta ceremonia incluía la imposición de manos como símbolo de bendición y oración. Sin embargo, critica la Iglesia romana por haber convertido este rito en un sacramento, argumentando que no tiene fundamento bíblico ni mandato divino. La práctica romana de ungir con aceite a los confirmados carece de la Palabra de Dios y es vista como una innovación humana sin valor espiritual.

5. En qué se ha convertido la confirmación en la Iglesia romana

La Iglesia romana ha tergiversado la confirmación, según Calvino, afirmando que con esta ceremonia se confiere el Espíritu Santo para fortalecer a los cristianos para la batalla espiritual. Sin embargo, Calvino señala que no hay evidencia bíblica que respalde esta afirmación, y que la confirmación, tal como se practica en la Iglesia romana, es un sacrilegio.

6. a. Inútilmente apela la confirmación al ejemplo de los apóstoles de Cristo

Calvino aborda el argumento de que la imposición de manos utilizada por los apóstoles para impartir el Espíritu Santo justifica la confirmación como sacramento. Explica que la imposición de manos en la época apostólica estaba relacionada con dones visibles del Espíritu Santo, que ya no están disponibles hoy en día. Por lo tanto, los ritos modernos de imposición de manos no tienen el mismo propósito o poder.

7. Este alegato es tan frívolo como si alguno dijera que el soplo que el Señor insufló sobre sus discípulos es un sacramento

Calvino ridiculiza la idea de que la imposición de manos o cualquier otro rito de los apóstoles pueda ser replicado como un sacramento hoy en día. Así como el soplo de Cristo a sus discípulos no es repetido por los cristianos, la imposición de manos apostólica tampoco debe ser utilizada como una base para la confirmación.

8. b. Si la confirmación es el complemento indispensable del Bautismo, deshonra a éste

Calvino critica la afirmación de la Iglesia romana de que la confirmación es necesaria para completar el bautismo. Argumenta que esto es una grave perversión del bautismo, que es completo en sí mismo. Según Calvino, el bautismo une al creyente con Cristo en su muerte y resurrección, proporcionándole la fuerza para luchar contra el pecado.

9. Añaden además estos engrasadores, que todos los fieles deben recibir por la imposición de las manos el Espíritu Santo

Calvino concluye que la doctrina romana de la confirmación es contraria a la enseñanza bíblica. Acusa a los defensores de la confirmación de transferir las promesas del bautismo a este rito no bíblico, apartando así a los fieles de la verdadera gracia de Dios conferida en el bautismo.

En resumen, Calvino argumenta que los cinco sacramentos adicionales reconocidos por la Iglesia católica romana no son verdaderos sacramentos, ya que carecen del fundamento bíblico y de una promesa divina.


Capítulo XX: La Potestad Civil

1. Introducción y Utilidad del Tratado

Este capítulo aborda la segunda forma de gobierno en el ser humano, relacionada con el orden civil, la justicia, y la conducta externa, en contraste con la primera que se refiere a la vida eterna y el alma. Aunque algunos consideran que esta materia no es relevante para la teología o la fe, es crucial abordarla. Hoy en día, existen quienes buscan destruir el orden que Dios ha establecido, mientras que otros exaltan a los príncipes por encima de sus límites, casi colocándolos al nivel de Dios. Ambas posturas, si no se corrigen, comprometen la pureza de la fe.

Es necesario recordar que el reino espiritual de Cristo y el poder civil son cosas distintas. Aunque Cristo promete una libertad que no reconoce ninguna autoridad humana, esta libertad es espiritual y se refiere al alma. El poder civil, por otro lado, regula la justicia social y el comportamiento externo, y no se opone al reino espiritual de Cristo. Más bien, coexisten para asegurar una convivencia justa y pacífica en este mundo mientras se aspira al reino eterno de Dios.

2. Refutación de las Objeciones Anabaptistas

Algunos grupos, como los anabaptistas, sostienen que los cristianos no deberían involucrarse en asuntos mundanos, como las leyes o los tribunales. Argumentan que los cristianos, al haber muerto en Cristo, deben apartarse de los asuntos del mundo. Sin embargo, el gobierno civil, aunque diferente del espiritual, es necesario para mantener el orden en la sociedad y garantizar la justicia. La perfección completa en la Iglesia no puede reemplazar el papel del gobierno civil, ya que las leyes son necesarias para contener la maldad de los hombres.

3. Utilidad del Orden Civil

El orden civil es tan necesario como el pan, el agua o el aire, y su dignidad es aún mayor. Este no solo regula la convivencia entre los hombres, sino que también garantiza que la idolatría y la blasfemia no se cometan públicamente. El Estado debe velar por el mantenimiento del culto a Dios y la justicia en la sociedad, para que los hombres puedan vivir en paz y armonía.

4. El Estado de los Magistrados

El oficio de magistrado es una vocación legítima y aprobada por Dios. Los que ocupan este cargo son llamados "dioses" en las Escrituras, ya que representan la autoridad de Dios en la tierra. Cristo mismo interpretó que quienes reciben la Palabra de Dios y ejercen autoridad lo hacen en Su nombre. Por tanto, los magistrados deben ser vistos como ministros de la justicia divina y deben actuar con integridad, prudencia y justicia.

5. Autoridad Sometida a Dios y a Cristo

Aunque algunos creen que el Evangelio de Cristo introduce una anarquía en la que no deben existir reyes o gobernantes, las Escrituras muestran que los magistrados deben someterse a la autoridad de Cristo. Isaías predice que los reyes serán protectores de la Iglesia, y Pablo exhorta a orar por los gobernantes para que podamos vivir en paz. Los magistrados no deben actuar en su propio nombre, sino como servidores de la justicia de Dios.

6. Magistrados como Servidores de la Justicia Divina

Los magistrados deben recordar que son servidores de Dios y deben ejercer su oficio con diligencia y rectitud. No deben permitir que la injusticia o la corrupción entren en los tribunales, ya que su deber es ofrecer una imagen de la justicia y la providencia divina. El oficio de magistrado no es profano, sino sagrado, y deben ejercerlo con un sentido de responsabilidad ante Dios.

7. El Ministerio del Magistrado y la Religión Cristiana

Aquellos que rechazan la vocación del magistrado como contraria a la religión cristiana se oponen directamente a Dios. Aunque Jesús dijo a sus discípulos que no se enseñorearan como los reyes de las naciones, esto no significa que los cristianos deban rechazar la autoridad civil. Pablo enseña que toda autoridad viene de Dios, y Pedro manda honrar al rey. La autoridad civil es, por tanto, legítima y debe ser respetada.

8. Formas de Gobierno

Existen tres formas de gobierno: la monarquía, la aristocracia y la democracia. Ninguna es perfecta en sí misma, pero la aristocracia es la más aceptable, ya que permite que varios gobernantes se controlen mutuamente. No obstante, la Escritura muestra que las diversas formas de gobierno son permitidas por Dios, y cada nación debe someterse a la autoridad bajo la cual vive.

9. Deberes de los Gobernantes

El oficio de los gobernantes se extiende a las dos tablas de la Ley. Deben velar por el culto a Dios y por la justicia entre los hombres. Los gobernantes cristianos deben tener una responsabilidad especial en asegurar que la verdadera religión florezca. Las leyes humanas deben basarse en la equidad y el bien común, y no pueden contradecir la Ley de Dios.

10. Legitimidad de la Pena de Muerte

La pena de muerte es legítima cuando se ejerce bajo la autoridad de Dios. Aunque la Ley prohíbe matar, Dios ha dado la espada a los gobernantes para castigar a los malhechores. El castigo de los homicidas no es una obra de maldad, sino una ejecución de la justicia divina.

11. Legitimidad de las Guerras Justas

Los gobernantes tienen la obligación de defender a sus súbditos, incluso por medio de la guerra. Las guerras justas son aquellas que se libran para mantener la paz y la justicia. La Escritura reconoce que algunas guerras son necesarias para corregir la injusticia y defender la ley.

12. Uso Justo de los Impuestos

Los tributos e impuestos son legítimos cuando se usan para el bien común y la majestad del Estado. Los príncipes deben administrar estos recursos con moderación y evitar la avaricia, ya que los impuestos representan el trabajo y el sustento del pueblo.

13. Las Leyes y Su Utilidad

Las leyes son fundamentales para el gobierno civil, pero deben basarse en la equidad y el bien común. La diversidad de leyes en las naciones es aceptable siempre que no se aparten de los principios de justicia y humanidad. Las leyes mosaicas no son aplicables a todas las naciones, pero los principios de justicia y equidad que contienen deben ser la guía para todas las legislaciones.

14. La Equidad en las Leyes

La equidad, que es la justicia natural, debe ser el fundamento de todas las leyes. Aunque las leyes pueden variar según las circunstancias de cada nación, todas deben tener como objetivo el bien común y la justicia. Las leyes que promueven la virtud y castigan el mal son las que se ajustan a los principios divinos.

15. Obediencia a los Gobernantes

Los súbditos deben obedecer a los gobernantes y respetar su autoridad como un don de Dios. Esta obediencia no debe ser fingida, sino sincera, basada en el reconocimiento de que los gobernantes son ministros de Dios para el bien de la sociedad.

16. Resistencia a la Tiranía

Aunque se debe obedecer a los gobernantes, hay límites a esta obediencia. Si un gobernante exige algo que va en contra de la Ley de Dios, los cristianos deben desobedecer. No se debe obedecer a los hombres en contra de los mandamientos de Dios.

17. Conclusión

El poder civil es una institución ordenada por Dios para garantizar la justicia y la paz en la sociedad. Los gobernantes deben ejercer su autoridad con integridad y justicia, y los súbditos deben obedecerlos en todo lo que no contradiga la Ley de Dios. La justicia, la equidad y el bien común son los principios fundamentales que deben guiar tanto a gobernantes como a gobernados.


Conclusión

En resumen, el Libro IV de las Instituciones refleja el compromiso de Calvino con una visión reformada de la Iglesia y la sociedad. Para él, la Iglesia debe ser una comunidad visible y bien organizada, que se adhiera a las enseñanzas bíblicas y administre los sacramentos correctamente. El poder civil, por su parte, es esencial para mantener el orden y la justicia, pero está sujeto a la soberanía de Dios. Calvino aboga por un equilibrio entre el compromiso cristiano con la comunidad eclesial y la sumisión a la autoridad civil, siempre bajo la primacía de la ley divina.