Ya se ha hablado latamente en la obra de Martín Lutero lo importante que es la fe, pero al fin y al cabo, ¿Cómo actúa un hombre de fe? Ante esta pregunta, podremos ver que Lutero ya nos quiere perfilar la doctrina evangélica por medio de la enseñanza de la conducta cristiana. Sabemos la desconfianza que muestra Lutero por el concepto de ''buena obra'', pero tampoco quiere decir que lo deseche del todo. El futuro reformador, ante todo, quiere darle otro sentido y otro lugar distinto al que le dan los escolásticos. Veamos de qué se trata
LAS BUENAS OBRAS
Primera buena obra
Martín Lutero comienza diciendo que las únicas buenas obras son aquellas que son mandadas por Dios, y no hay pecados excepto los prohibidos por él. ¿Dónde están estas buenas obras? de acuerdo a Lutero, en los 10 mandamientos:
''Si quieres ser salvo, guarda los mandamientos de Dios''
(Mateo 19:17)
Por lo tanto, no hay más que hacer que seguir los mandamientos. No hay más obras que realizar excepto aquellas. Sin embargo, existen otro tipo de obras llevadas por los hombres, que en verdad no son las obras de las Sagradas Escrituras, sino que la de los hombres mismos. Por ejemplo, ayunar, realizar fundaciones, entre otras. En todo caso, Lutero nos dice que estas personas que hacen estas buenas obras, son, en efecto, gente respetable. No obstante, si se les pregunta que si con esas obras satisfacen a Dios, responden que no saben o que dudan de ello.
En consecuencia, lo que se debe tener principalmente es fe, luego se pueden realizar las obras.
''Todo lo que no procede de fe o no se realiza en ella, es pecado''
(Romanos 14:23)
Debemos considerar que todas aquellas obras que son llamadas ''buenas obras'', las puede realizar cualquiera, un turco, un pagano o un judío. Una vez que las obras han sido hechas con fe, todas se vuelven iguales, ninguna es mejor que otra.
Las obras del primer mandamiento (''No tendrás dioses ajenos delante de mí), de acuerdo a Agustín de Hipona son tres: la fe, la esperanza y el amor. En todo caso, Lutero nos dice que lo que va simultáneamente con la fe es el amor porque nadie confiaría en Dios si no le fuera favorable y amoroso. Como se puede ver, la fe no tiene que ver con grandes obras como las que algunos hombres pretenden de alguna forma ''comprar'' o ''hacerse agradables a Dios''. Lutero nos dice que las obras del primer mandamiento son confundidas con las siguientes actividades:
- Cantar
- Leer
- Tocar el órgano
- Celebrar misa
- Rezar
- Adornar iglesias
- Acumular tesoros
- Visitar Roma
- Adorar imágenes
- Venerar santos
- Los justos: no necesitan de ley alguna como dice el Timoteo 1:9 ''No hay ley impuesta para el justo''
- Los perezosos: abusan de la libertad de la fe como dice el Pedro 2:16 ''Viviréis como los que son libres pero no haréis de la libertad cobertura del pecado''
- Los siempre dispuestos a pecar: hay que obligarlos con leyes eclesiásticas y seculares, de lo contrario, hay que privarlos de la vida por espada secular
- Traviesos e infantiles en la comprensión de la fe: hay que enseñarles a través de las ceremonias. Sin embargo, algunos gobernantes enfatizan demasiado las obras.
- Mandamiento de Dios
- Temor de Dios
- Complacencia de Dios
- Fe y confianza a él
La tercera obra de este mandamiento es invocar el nombre de Dios en toda clase de desgracia. Dios considera que su nombre es santificado y honrado sobremanera cuando lo llamamos e invocamos en la tentación y en el infortunio.
Existen otros casos en que es importante invocar el nombre de Dios, por ejemplo, la prueba y tentación más peligrosa es precisamente cuando no hay prueba y tentación y cuando todo está bien y anda perfectamente. Es de esperar que en este estado el hombre no olvide a Dios y se torne demasiado libre y abuse del tiempo afortunado. En este caso es diez veces más necesario invocar el nombre de Dios que en la adversidad.
La carne busca gozo y tranquilidad; el mundo aspira a
bienes, favores, a poder y gloria; el espíritu maligno tiende hacia la
soberbia, la gloria y la complacencia en su persona e induce a menospreciar a
los demás. Y todas estas cosas son tan poderosas, que una sola por sí basta
para confundir a un hombre, y nosotros no las podemos vencer de manera alguna,
sino sólo invocando el santo nombre de Dios en una fe firme.
También corresponde a las obras de este mandamiento
que no juremos, maldigamos, mintamos, engañemos, conjuremos y cometamos otro
abuso con el santo nombre de Dios. Son cosas muy comunes y conocidas por todos.
Esos pecados son casi los únicos que se predican y se señalan con respecto a
este mandamiento. En esto está comprendido también que impidamos que otros
mientan, juren, engañen, maldigan, conjuren y de otra manera pequen contra el
nombre de Dios. Se nos da mucha oportunidad para hacer lo bueno e impedir lo malo.
La obra más grande y más difícil de este mandamiento
es defender el santo nombre de Dios de todos los que abusan de él de un modo
espiritual y difundirlo entre todos ellos. No basta con que yo lo alabe y lo
invoque por mí mismo y en mí mismo en dicha e infortunio. Debo ser valiente y,
por la honra y el nombre de Dios, tomar sobre mí la enemistad de todos los
hombres, como Cristo dijo a sus discípulos:
''Y seréis aborrecidos de todos por mi nombre''
(Mateo 10:22)
Por lo tanto, debemos irritar al padre, a la madre y a
los mejores amigos. Debemos oponernos a las autoridades eclesiásticas y
seculares y seremos reprendidos por desobediencia.
El Tercer Mandamiento
El tercer mandamiento es:
''Santificarás el día de reposo''
En el primero se ordena cómo ha de llevarse nuestro corazón frente a Dios en pensamientos; en el segundo, cómo se portará nuestra boca en palabras. En este tercer mandamiento se ordena cómo hemos de conducirnos frente a Dios en obras.
Estos tres mandamientos gobiernan al hombre por el lado derecho, es decir, en las cosas que atañen a Dios y en las cuales Dios tiene que ver con el hombre y éste con Dios sin mediación de criatura alguna. Pero ¿a qué llamamos ''servir''? Lutero nos responde de la siguiente manera:
Es menester que a las misas se asista con el corazón. Las palabras de Cristo son "Tomad, comed; esto es mi cuerpo dado por vosotros", y luego, sobre el cáliz: ''Tomad, bebed de él todos; esto es un nuevo pacto eterno en mi sangre derramada por vosotros y por muchos para remisión de los pecados. Haced esto todas las veces que bebiereis en memoria de mí".
Por estas palabras Cristo instituyó para sí un día conmemorativo o aniversario para que fuera festejado diariamente en toda la cristiandad y le afianzó un testamento espléndido, opulento y grande, en el cual no se legan y se disponen réditos, dinero o bienes temporales, sino la remisión de todos los pecados, gracia y misericordia para la vida eterna, para que todos los que vienen a este día conmemorativo tengan el mismo testamento.
La predicación no debería ser otra cosa sino el anuncio de este testamento. Esta predicación debe estimular a los pecadores para que sientan sus pecados y para encender en ellos el ansia de poseer el tesoro del evangelio. Por ello es terrible y tremendo ser obispo, párroco y predicador en nuestra época, dice Lutero, puesto que nadie ya conoce este testamento y menos aún lo predica, lo que, sin embargo, es su única y suprema obligación y deber.
Hay que orar, no como es la costumbre contando muchas hojas del devocionario y cuentas del rosario, sino que hemos de exponer alguna adversidad apremiante, ansiar con toda seriedad ser librado de ella y en esto ejercitar la fe y la confianza en Dios de manera que no dudemos de ser atendidos.
De esto resulta que un verdadero adorador jamás duda de que su oración será ciertamente agradable y atendida, aunque no se le dé precisamente lo mismo que él pide.
Así vemos que este mandamiento, lo mismo que el segundo, no ha de ser otra cosa que un ejercicio y una aplicación del primero, es decir, de la fe, fidelidad, confianza, esperanza y amor de Dios que siempre el primer mandamiento es el principal de todos y la fe es la obra suprema y la vida de todas las demás, sin la cual, como queda dicho, no podrían ser buenas.
El orar tampoco debe ser algo innecesario, debe ser una acción honesta y sincera. No es mala la oración larga, pero no es la oración verdadera que puede elevarse en todo tiempo y que sin el ruego interior de la fe no es nada. Debemos cultivar también la oración exterior a su tiempo, máxime en la misa, como exige este mandamiento y cuando es provechosa para la oración interior y la fe.
Volviendo al día de reposo y su santificación, este reposo o interrupción del trabajo es de carácter doble: corporal y espiritual. Por ello también este mandamiento se interpreta en dos sentidos.
El feriado y reposo corporales, como se dijo arriba, consisten en dejar nuestra tarea profesional y trabajo, para reunirnos en la iglesia, asistir a misa, oír la palabra de Dios y rogar en común al unísono.
EI feriado espiritual a que Dios se refiere especialmente en este mandamiento, consiste en esto: que no sólo dejemos el trabajo y la tarea profesional, sino más bien que solamente a Dios dejemos obrar en nosotros y no obremos nada propio con todas nuestras fuerzas. El feriado en que interrumpimos nuestra tarea y que sólo Dios obra en nosotros, se verifica de dos maneras; primero, por nuestra ejercitación propia; segundo, por los ejercicios y los impulsos de otras personas ajenas.
Después siguen los ejercicios de la carne, de mortificar los apetitos groseros y malos, para alcanzar reposo y tener feriado. Los tenemos que apagar y calmar con ayunos, vigilias y trabajos. De esta causa aprendemos cuánto y por qué se debe ayunar, vigilar o trabajar. Por desgracia hay muchos hombres ciegos que practican la mortificación, trátese de ayunar, vigilar o trabajar, por la única causa que creen que son buenas obra; por las cuales se logran grandes méritos.
Por eso se comprometen y algunos de ellos llegan al extremo de arruinar el cuerpo y enloquecer la cabeza.
De este modo, Lutero admite que cada cual elija el día, la comida y la cantidad, como él quiera, con tal que no se limite a eso, sino que cuide su carne. Si es voluptuosa y fatua, le imponga en proporción ayuno, vigilia y trabajo y no más, aun cuando lo hayan mandado el papa, la iglesia, el obispo, el confesor o quien sea. Nadie debe tomar jamás la medida y la regla del ayuno, de la vigilias y del trabajo, considerando la vianda, la cantidad o los días, sino como norma la disminución o el aumento de la voluptuosidad y concupiscencia de la carne. Sólo para apagarlas y calmarlas se instituyeron el ayuno, la vigilia y el trabajo. Si no existiese esa voluptuosidad, comer valdría tanto como ayunar; dormir, tanto como estar de vigilia; estar ocioso, como trabajar. Una cosa sería tan buena como la otra y no habría diferencia.
El Cuarto Mandamiento
El primer mandamiento es:
''Honrarás a tu padre y a tu madre''
La desobediencia es pecado peor que homicidio, deshonestidad, hurto, estafa y lo que está comprendido en ellos. Esta honra no consiste sólo en mostrarla con ademanes. Debemos obedecerles, considerar sus palabras y obras, estimarlas y apreciarlas. Les daremos la razón en lo que manifiestan. Nos callaremos y sufriremos según como nos traten, a no ser que se oponga a los tres primeros mandamientos. Además, si lo necesitan, los proveeremos de comida, vestido y habitación.
Ahora bien, esta honra no se debe confundir con el temor, pues dijo San Gerónimo:
Hay que considerar que los padres también tienen muchas responsabilidades con respecto a este mandamiento. Si los padres: son tan necios que educan a sus hijos mundanamente, éstos no les deben obedecer de manera alguna, puesto que Dios en los primeros tres mandamientos debe estimarse más que los padres. Lutero llama educar mundanamente, cuando los padres les ensenan a no buscar más que el placer, la honra y los bienes o el poder de este mundo. Para el reformador, los padres no pueden merecer más fácilmente el infierno que por sus propios hijos, en su propia casa, cuando los descuidan y no les ensenan las cosas arriba indicadas.
Llevar ornamentos decentes y buscar sostén honesto es necesidad y no pecado. Pero, es preciso que el hijo lamente siempre en su corazón el hecho de que esta mísera vida en la tierra no pueda empezarse ni conducirse, a no ser que se usen más ornamentos y bienes de lo que es menester para cubrir el cuerpo, defenderse del frío y tener alimento.
De la misma manera que se obedece a los padres, también debe obedecerse a la autoridad eclesiástica. Como padres, la autoridad eclesiástica debe cuidar de aquellos quienes están a su cuidado. Sin embargo, en los días de Lutero, la autoridad eclesiástica ha perdido su autoridad, su reconocimiento. La superioridad abandona con tanta desidia sus obras y está pervertida, es la consecuencia natural que abuse de su poder y emprenda obras malas y ajenas, como lo hacen los padres, cuando mandan algo que está en contra de Dios.
Estamos obligados a resistir en la medida de nuestras fuerzas. Debemos proceder como los buenos hijos cuyos padres se han vuelto locas y vesánicos. Los obispos y prelados religiosos no hacen nada; no se oponen o tienen miedo y permiten así la ruina de la cristiandad. Por tanto, primero, imploraremos humildemente a Dios que nos ayude a impedir el abuso. No es justo que alimentemos al papa, a sus siervos, su corte y hasta a sus mancebos y rameras perdiendo y dañando nuestras almas.
Por ello, para los señores será de suma utilidad leer y hacerse leer desde jóvenes las historias de los libros santos y de los paganos. En ellos encontrarán más ejemplos y arte de gobernar que en todos los libros de derecho. Los ejemplos y las historias dan y enseñan siempre más que las leyes y el derecho. Allí enseña la experiencia cierta, aquí instruyen palabras inseguras e inexpertas.
Todo lo que se dijo de estas obras está comprendido en las dos virtudes, obediencia y solicitud. La obediencia corresponde a los súbditos; la solicitud a los superiores. Deben empeñarse en gobernar a sus súbditos, tratarlos con suavidad y hacer cuanto les resulte útil y los ayude. Por otra parte la obediencia corresponde a los súbditos que deben emplear toda su diligencia y su atención para hacer y dejar lo que sus superiores exigen de ellos. De esto no deben dejarse apartar y desviar, hagan otros lo que quisieren.
El Quinto Mandamiento
El Quinto Mandamiento es:
''No matarás''
De lo que se trata este mandamiento, dice Lutero, es sobre el impulso de ira y de venganza. Este mandamiento comprende una obra que abarca mucho y expulsa muchos vicios y se llama mansedumbre. Esta mansedumbre la mostramos a los amigos que nos son útiles y beneficiosos en bienes, honras y favores o a los que no nos agravian ni con palabra ni con obras. Tal mansedumbre tienen también los animales irracionales, los leones, las serpientes, los paganos, los judíos, los turcos, los bribones, los asesinos y las mujeres malas.
Empero, donde hay mansedumbre profunda, el corazón se compadece de todo mal que sufre su enemigo. Son los verdaderos hijos y herederos de Dios y los hermanos de Cristo, quien hizo lo mismo por todos nosotros en la santa cruz. Así vemos que un buen juez da su fallo sobre el culpable con sufrimiento íntimo, puesto que le duele la muerte que el derecho impone al reo.
El Sexto Mandamiento
El Sexto Mandamiento es
''No cometerás adulterio''
Dentro de este mandamiento se encuentra la pureza o castidad. Este mandamiento no se cumple debidamente como cualquiera pudiera pensar, la verdad, dice Lutero, es que este mandamiento se viola por la disposición al hombre a cometer aquello que está prohibido.
Ante todo, las defensas más eficaces son la oración y la palabra de Dios. Cuando se despiertan los instintos malos, el hombre debe refugiarse en la oración, implorar la gracia y el auxilio de Dios, leer el evangelio y meditar sobre él, mirando el padecimiento de Cristo. Así dice el Salmo 136:
"Bienaventurado el que tomará los niños de Babilonia y los estrellará contra las piedras"
Una fe fuerte y buena, ayuda en esta obra más eficazmente que en casi ninguna otra. Tanto más fácilmente resistirá a la impureza de la carne. Y en tal fe, de seguro el espíritu le indicará cómo ha de evitar malos pensamientos y cuanto se oponga a la castidad.
Sin embargo, no debemos desesperar si no nos libramos rápidamente de la tentación. De ningún modo debemos imaginamos que nos dejará en paz mientras vivamos. Hemos de considerarla como una incitación y exhortación para orar, ayunar, vigilar, trabajar y para otros ejercicios de apagar la carne y sobre todo para practicar la fe en Dios y ejercitarla. Porque no es castidad preciosa la que se manifiesta por quieto sosiego, sino la que está en guerra con la deshonestidad y está luchando.
El Séptimo Mandamiento
El séptimo mandamiento es:
''No robarás''
En este mandamiento se incluye una buena obra que abarca otras buenas obras: la generosidad. Es una obra que indica que cada cual debe estar dispuesto a ayudar y servir con sus bienes.
No sólo lucha contra el hurto y robo, sino contra todo el menoscabo que uno pueda practicar en los bienes temporales con relación al otro, a saber, avaricia, usura, precios excesivos, engaño, el uso de mercaderías, medidas y pesas falsas.
La fe nos enseña por sí misma esta obra, puesto que cuando el corazón espera la merced divina y confía en ella, ¿cómo será posible que sea avaro y esté preocupado? Sin dudar, debe estar seguro de que Dios se preocupa por él. Por ello no se pega al dinero, lo usa con alegre generosidad para el provecho del prójimo.
Por la confianza en Dios el hombre es generoso y no duda de que siempre le alcanzará. En cambio, es avaro y está preocupado, porque no confía en Dios. Como en este mandamiento la fe es nuestro artífice e impulsor de la buena obra de la generosidad, lo es también en todos los demás mandamientos. Sin semejante fe, la generosidad no vale nada, sino es más bien un desidioso derroche del dinero.
El Octavo Mandamiento
El octavo mandamiento es:
''No hablarás contra tu prójimo falso testimonio''
La obra que contiene en sí este mandamiento es decir la verdad y contradecir la mentira cuando haga falta.
Por hablar se quiere decir cuando uno tiene en los tribunales una causa injusta y quiere probarla y promoverla con fundamentos falsos. Con astucia trata de sorprender al prójimo; de proponer cuanto favorece y fomenta su causa; de callar y denigrar todo lo que apoye la buena causa del prójimo. En esto no procede con su prójimo como quisiera que lo tratasen a él. Algunos lo hacen por el lucro; otros, para evitar ignominia y deshonra. Con ello buscan más lo suyo que la observancia del mandamiento de Dios. Se disculpan diciendo: Vigilanti iura subveniunt (el derecho ayuda a quien vigila), como si no tuviesen la misma obligación de vigilar por la causa del prójimo como por la propia. De esta manera, a propósito hacen sucumbir la causa del prójimo, aunque sepan que es justa.
Los dos últimos mandamientos
Con respecto a los dos últimos dos mandamientos:
''No consentirás pensamientos impuros''
''No codiciarás los bienes ajenos''
Estos deben ser combatidos siempre, pues no hay nadie tan santo que nunca haya tenido estos deseos.
Conclusión
Como podemos ver nuevamente, Lutero argumentó que las buenas obras eran importantes
como una manifestación externa de la fe, pero no eran el medio para obtener la
salvación.