Si la autoridad secular los llama a la guerra, deben luchar por obediencia, no en su calidad de cristianos sino como miembros y gente obediente según el cuerpo y bienes seculares.
La guerra puede estallar entre personas de igual categoría, es decir, ninguno de los individuos es vasallo del otro o sujeto a él, aunque el uno no sea tan grande, importante y poderoso como el otro. Igual cuando el superior guerrea contra el inferior. Nadie debe guerrear ni luchar contra su superior, que a la autoridad se le debe obediencia, honra y temor.
Ahora bien, es preciso que el hombre actúe con equidad y con el derecho estricto, que, a veces, en su rigurosidad puede ser muy dañino. Esta es la situación en que una ley es tan rígida que llega a ser absurda, y por lo tanto, esta debe ser corregida con la equidad, lo mismo si en la ley existiera cierta contradicción, la equidad las aclararía y rectificaría.
Sin embargo, Lutero nos advierte que de todas formas, la equidad podría transformarse en un neutralizador de la ley. En efecto, Lutero nos dice, si el hombre malo escucha que la equidad está por sobre la ley, entonces éste intentará presentar la ley como equidad y de este modo anonadar el derecho. Esto está sobre la base de una frase latina:
''Inventa lege, inventa est fraus legis''
(Hecha la ley, hecha la trampa)
Por cierto que debe existir una equidad con respecto a las fuerzas que pugnan. Los campesinos en la insurrección afirmaban que los señores no querían permitir que se predicase el evangelio y que vejaban a la gente pobre; por tanto había que destruirlos. Pero les respondí que aunque los señores cometiesen una injusticia con esto, no seria equitativo ni justo incurrir también en injusticia, es decir, ser desobediente y destruir el orden de Dios que no es nuestro. Más bien se debería sufrir la injusticia. Donde un príncipe y señor no quisiese admitir el evangelio, tendrían que ir a otro principado donde fuera predicado, como dice Cristo: "Si os persiguen en una ciudad, huid a la otra".
Entonces, se podría preguntar a Lutero, ¿se debe dejar sufrir toda la injusticia? Lutero contesta irónicamente e inmediatamente, entonces haz lo contrario y mata a aquellos que te hacen sufrir. Pero si quieres ser un buen cristiano, entonces sigue estos consejos:
- Si ves que la autoridad misma tiene en tan poco la salvación de su alma, que se enfurece y comete injusticia, ¿qué te importa que te arruine tu bien, cuerpo, mujer e hijo? No puede hacer daño a tu alma y hace más perjuicio a sí misma que a ti, puesto que condena ella misma su alma, lo que tiene como consecuencia la destrucción del cuerpo y los bienes. ¿Piensas que la venganza no sea bastante grande?
- ¿Cómo harías, si la misma autoridad tuya estuviese en guerra donde no sólo tus bienes, tu mujer e hijos, sino también tú mismo fueran destrozados, y fueses hecho prisionero, quemado y matado a causa de tu señor? ¿Querrías matar a tu señor por ello? Cuántos hombres buenos han perdido el emperador Maximiliano en guerra durante su vida y, no obstante, no se hizo nada por ello. Si los hubiera matado de manera tiránica, no se habría oído cosa más horrible. Sin embargo, él es la causa de que perecieron, ya que a causa de él fueron matados. Un tirano y hombre sanguinario es lo mismo que una guerra: ambos matan a más de un hombre bueno, probo e inocente. Un tirano malo es más soportable que una guerra perniciosa. Debes reconocerlo cuando consultas con tu propia razón y experiencia. Yo creería que te gusta tener paz y días buenos. Pero, ¿cómo es si Dios te lo impide por guerra y tiranos? Ahora elige y juzga tú mismo, si prefieres guerra o tiranos. Pues has merecido ambas cosas y eres culpable ante Dios. Mas somos unos individuos que quieren ser bribones y permanecer en pecado. Pero queremos evitar el castigo por los pecados. Más bien nos oponemos y defendemos nuestro pecado.
- Si la autoridad es mala, existe Dios quien tiene el fuego, el agua, el hierro, la piedra e innumerables maneras de matar. ¡Cuán pronto puede matar a un tirano! Empero nadie quiere percatarse de que gobierna no por su maldad, sino a causa de los pecados del pueblo. La gente no advierte su pecado propio y opina que el tirano reina a causa de su maldad. Tan ciego, perverso e insensato es el mundo.
- Los tiranos están en peligro de que por voluntad de Dios los súbditos se levanten, como se ha dicho, matando y desterrándolos.
- Dios tiene todavía otro medio de castigar a la autoridad a fin de que no tengas necesidad de vengarte a ti mismo. Puede hacer intervenir la autoridad extranjera como los godos contra los romanos, los asirios contra Israel, etc.
Teniendo todo esto en consideración, Lutero se pregunta si un igual puede guerrear a otro igual. Esto lo dice entendiendo el principio de quien inicia una guerra hace mal. Es justo que el que saca el cuchillo
primero, pierda la guerra o sea castigado al fin. Por lo general ha sucedido en todas las ocasiones que han perdido los que empezaron la guerra y raras veces han sido derrotados los que han tenido que defenderse. La autoridad secular no ha sido instituida por Dios para violar la paz y comenzar guerras, sino para mantener la paz y contener a los guerreros. Dios, que no admite injusticia, dispone también que se haga guerra a los que la empezaron como dice el proverbio: "Nadie ha sido tan malo que no haya encontrado a otro peor que él".
De este modo, Lutero aconseja a su lector que se abstenga de iniciar él o ella la guerra, pues sin duda será vencido. Mas, si tiene que enfrentarse, no puede quedarse de brazos cruzados. Los soldados verdaderos que han tomado parte en el juego, no desenvainan la espada ligeramente; hay que cuidarse de ellos. No juegan. Su cuchillo está firme en la vaina. Mas si tienen que sacarlo no vuelve sin sangre. Al contrario, los orates furiosos que planean primeramente la guerra en sus pensamientos y la comienzan perfectamente, se comen al mundo con palabras y son los primeros en sacar el cuchillo. Pero son también los primeros en huir y en envainarlo.
En principio, la defensa es una justa causa para luchar. Por ello, todos los derechos imponen que la defensa propia queda impune y quien en defensa legítima mata a alguien, es inocente ante todos. Esto se ve en diversos ejemplos:
- Cuando los hijos de Israel quisieron batir sin necesidad a los cananeos fueron derrotados (Números 14:15)
- Cuando José y Azarías querían luchar para ganar gloria, fueron vencidos (Macabeos 5:55)
- El rey Acab atacó a los sirios en Ramot y perdió la vida por esto (Reyes 22:2)
- Los de Efraín querían devorar a Jefté y perdieron 42.000 hombres (Jueces 12:1)
El guerrear no es justo aunque sea entre iguales, a no ser que tenga tal motivo y conciencia que uno pueda decir: Mi vecino me obliga y compele a guerrear. Preferiría evitarla, para que no sólo fuera guerra, sino también se la pudiera llamar debida protección y legítima defensa.
Se debe distinguir entre las guerras, si alguien la comienza por placer y a propósito antes que otro ataque, y si alguien es obligado por necesidad y compulsión después de haber sido agredido por otro. La primera se puede llamar belicosidad, la segunda, guerra obligada. La primera es del diablo. La segunda es un accidente humano.
Nos dice Lutero:
''Cuidaos de la guerra, a no ser que debáis proteger y defender y el oficio que os está confiado os compele a la guerra. En este caso aceptadla y pegad fuertemente. Sed hombres y mostrad que tenéis armas. Entonces no se trata de luchar en pensamientos. La cosa misma se presentará seria. A los perdonavidas airados, insolentes y altaneros, los dientes se volverán embotados de modo que no puedan morder mantequilla fresca''
Por otro lado, no porque se piense que uno está en una posición ventajosa con respecto a la guerra (es decir, está en la posición o pudiera estar en la posición de legítima defensa) debe dar por obtenida la victoria. Es cierto, se tiene una causa justa y buena para luchar y defenderse. Pero no por esto se tiene de Dios la garantía absoluta de que se ganará. Por el contrario, tal presunción puede tener la consecuencia de que se pierda aunque se tuviese una causa justa para guerrear. Dios no tolerará ni orgullo ni presunción, salvo el caso de que alguien se humille delante de él y lo tema. Le agrada mucho que uno no tenga miedo a los hombres y al diablo, que frente a ellos sea audaz y altivo, valeroso e inflexible, cuando comienzan, sin tener razón. Pero no es el caso de que con ello tengamos asegurada la victoria, como si fuésemos nosotros que lo realizamos y seamos capaces para ello. No se debe confundir la libertad con que se lucha con la necesidad que impone Dios en las acciones.
Una guerra contra un igual debe ser impuesta y se conducirá con el temor de Dios. Mas la obligación existe cuando el enemigo o vecino ataca y comienza la guerra y se niega a que se llegue a un arreglo por medio de un pacto previo, sino que uno debe aguantar y perdonarle toda clase de palabras malas y perfidias, queriendo él imponer a toda costa su voluntad.
Autoridades
El emperador, cuando se dirige a Dios, ya no es emperador, sino persona individual como los demás ante Dios. Mas cuando se vuelve a sus súbditos, es tantas veces emperador cuantos súbditos tiene debajo de sí. Lo mismo puede decirse también de todas las demás autoridades. Cuando se dirigen a su superior, no tienen autoridad y están desprovistos de ella. Si se vuelven hacia abajo, están munidos de toda autoridad. De tal manera todos se remontan hacia Dios a quien sólo todo pertenece. Pues él es emperador, príncipe, conde, noble, juez y todo y reparte estas funciones como quiera respecto de los súbditos y las anula respecto de sí mismo.
Ningún rey o príncipe puede guerrear. Para ello necesita gente y un ejército que le sirvan. Como tampoco puede administrar el derecho y justicia.
¿Qué pasa si el rey al que se sirve comienza a guerrear? Siempre se debe temer a Dios más que a los hombres. Lutero recomienda en este caso abandonar al señor o al rey al que sirve, y dejar que sucedan las cosas que sucedan, pues Dios después restablecerá y compensará esa acción:
"Cualquiera que haya dejado casa, o finca, o mujer, o bienes, recibirá cien veces más"
(Mateo 19:29)
Ahora bien, puede presentarse la situación en que no se sabe si el señor quiere guerrear o no, es mucho mejor serle fiel a Dios que a los señores. En efecto, no importa que lo llamen traidor o desleal si fue leal a Dios.
No se debe respetar a ninguna persona, sino que la voluntad de Dios. Por eso, tampoco se puede servir a varios señores que guerrean si el motivo es la codicia, pues recibir un sueldo es algo bueno pero siempre que esté fundado en buenos motivos.
Conclusión
Es claro, entonces, que el cristiano si puede ser soldado siempre y cuando en su conciencia esté sirviendo a Dios. Lutero busca aconsejar que el cristiano no se involucre en la guerra por motivos externos y mucho menos que la inicie. La legítima defensa, como podríamos llamar, es un aspecto clave en la visión de Lutero. Podríamos decir que él también, así como San Agustín de Hipona y Santo Tomás de Aquino, está de acuerdo con la guerra justa.
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