San Agustín de Hipona advierte inmediatamente que este libro no pretende ser una guía o un manual de retórica, pues él mismo dice que no esperen aprender nada de los tiempos en que el mismo fue profesor de retórica. En efecto, este libro sólo habla sobre la utilidad que le reporta al cristiano el ser elocuente y mantener la práctica de la retórica frente a sus hermanos y hermanas. Ya habíamos hablado anteriormente sobre retórica y algunas palabras que pueden obstruir nuestra comprensión sobre las Sagradas Escrituras, y ahora toca ver cómo estas pueden hablarse y comprenderse retóricamente.
Referencias:
(1) San Ambrosio fue el obispo anterior a San Agustín de Hipona, y quien además fuera su maestro en materias católicas.
Referencias:
(1) San Ambrosio fue el obispo anterior a San Agustín de Hipona, y quien además fuera su maestro en materias católicas.
SOBRE LA DOCTRINA CRISTIANA
LIBRO IV: RETÓRICA Y ELOCUENCIA
Retórica para los cristianos
Los cristianos deben aprender retórica desde los años más tempranos. Los grandes retóricos de Roma siempre recomendaron que la retórica se debía aprender desde jóvenes si se quiere alcanzar su perfección.
La única forma en que la retórica puede aprenderse es a través de la observación e imitación de los grandes hombres que saben sobre retórica. Puede ser que en algunos casos ni siquiera se recurra a la gramática, pues la retórica pareciera ser un arte muy práctico. Ahora, esto no significa que no se estudie formalmente las reglas estrictas de la retórica posteriormente.
En todo caso, la retórica es inútil si está no contiene la sabiduría necesaria para emplearse. La retórica y la sabiduría deben ser complementarias la una con la otra para agradar a la audiencia; mientras la retórica tiene elocuencia que es oída con gusto, la sabiduría que lleva la retórica es oída con provecho. Cuando el discurso logra ser entendido por la audiencia, es porque la retórica producida es buena, cuando da lugar a la confusión entonces es mala.
La única forma en que la retórica puede aprenderse es a través de la observación e imitación de los grandes hombres que saben sobre retórica. Puede ser que en algunos casos ni siquiera se recurra a la gramática, pues la retórica pareciera ser un arte muy práctico. Ahora, esto no significa que no se estudie formalmente las reglas estrictas de la retórica posteriormente.
En todo caso, la retórica es inútil si está no contiene la sabiduría necesaria para emplearse. La retórica y la sabiduría deben ser complementarias la una con la otra para agradar a la audiencia; mientras la retórica tiene elocuencia que es oída con gusto, la sabiduría que lleva la retórica es oída con provecho. Cuando el discurso logra ser entendido por la audiencia, es porque la retórica producida es buena, cuando da lugar a la confusión entonces es mala.
Ejemplos de la elocuencia
San Pablo
Par dar un ejemplo de elocuencia cristiana, San Agustín evoca un versículo de San Pablo:
''Nos gloriamos en las tribulaciones sabiendo que la tribulación labra la paciencia, la paciencia la prueba, la prueba la esperanza, y la esperanza no nos engaña por que el amor de Dios se infundió en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que nos ha sido dado''
(Romanos 5:3-5)
Aquí vemos el ejemplo claro de un elemento retórico que los griegos llamaban ''klimax'', mientras que los romanos la llamaban ''gradación''. Este consiste en usar de un término para pasar a otro como una especie de ''escalera'' (De hecho, San Agustín prefiere llamarlo así); por ejemplo, la tribulación labra la paciencia, la paciencia la prueba, la prueba la esperanza. El último término va siendo el comienzo del primero.
San Gerónimo
Otro ejemplo de un gran retórico sería San Jerónimo quien dijo:
''Ay de los que sois opulentos en Sión, y confiáis en el monte de Samaria, Nobles, cabezas de los pueblos, los que entráis pomposamente en la casa de Israel.
Pasad a Calanna y contemplad, y desde ahí marchad a Emath la grande, y bajad a Geth la de los palestinos, y a sus mejores reinos, por si el territorio de ellos es más dilatado que el vuestro.
Los que estáis separados para el día malo y os acercáis al solio de la iniquidad. Los que dormís en lechos de marfil; y os holgáis libidinosamente en vuestros aposentos, los que coméis el cordero del rebaño y los novillos de en medio de la vacada; los que cantáis al sonido del salterio.
Juzgaron que, como David, tenían instrumentos musicales, bebiendo el vino en tazas, y ungiéndose con el más precioso ungüento, y permanecían impasibles ante el aplastamiento de José''
San Jerónimo relata aquí la arrogancia y la ingratitud de ciertos pueblos que no miran a su prójimo teniendo en cuenta las Sagradas Escrituras (SE). Por supuesto que este es un versículo de denuncia hacia los judíos quienes eran tremendamente opulentos.
La última parte del versículo ''el aplastamiento de José'' podría haberse reemplazado perfectamente por ''hermano'', pero mucho más bello fue decir José como si fuera un homónimo de hermano.
Enseñanza de la retórica
Tal como Marco Tulio Cicerón lo hubiera dicho en ''Sobre el orador'', se deben preferir las palabras entendibles en el discurso. San Agustín dice que el discurso debe omitir las palabras complicadas para que el discurso sea comprensible para la audiencia, es decir, sacrificar la precisión y la gramática, por el estilo y el aprendizaje sobre el discurso.
¿A qué se debe que sea así? San Agustín divide la audiencia en dos tipos: aquellos que pueden preguntar y aquellos que no. Por lo tanto, en un conversación particular, por supuesto, todas las palabras complejas pueden aflorar, pero en un discurso donde sólo hay una audiencia pasiva que sólo escucha, deben preferirse las palabras simples a las complejas.
El deber del orador
Más que presentar un discurso verosímil a una audiencia pasiva, el deber del orador siempre será enseñar a los menos doctos. Todo esto debe ir adornado con una voz correcta para cada situación, recordemos que a cada propósito del discurso hay que mantener cierto decoro al pronunciar las palabras.
La palabra de Dios ante todo
Cada orador cristiano debe considerar fundamentalmente las tres cartas del apóstol San Pablo y los versículos que éste anuncia:
Carta a Timoteo:
1-Timoteo 4:11 ''Anuncia y enseña estas cosas'' (hablando de la palabra de Dios.
1-Timoteo 5:1 ''Al anciano no le reprendas, sino adviertele como padre''.
1-Timoteo 1:13 ''Conserva la forma de las palabras sanas''.
1-Timoteo 2:15 ''Esfuérzate en presentarte a ti mismo como obrero probado a Dios, que no se avergüenza y que trata debidamente la palabra de la verdad''.
2-Timoteo 4:2 ''Predica la palabra, insiste a tiempo y a destiempo, arguye, exhorta, reprende con toda paciencia y enseñanza''.
Cartas a Tito:
Tito 1:9 ''Que el obispo debe ser perseverante conforme a la enseñanza de la palabra de la fe, para que pueda redargüir en la sana doctrina a los que le contradigan''.
Tito 2:1-2 ''Tú habla las cosas que convienen a la sana doctrina, que los viejos sean sobrios''.
Tito 3:1 ''Habla estas cosas, y exhorta y arguye con todo imperio. Nadie te menosprecie. Amonéstalos que estén sujetos a los príncipes y a las autoridades''.
Carta a los Colosenses:
1-Colosenses 3:7 ''ni el que planta es algo ni el que riega, sino Dios que da el incremento''.
Todas estas cosas fueron consideradas por los oradores cristianos. La enseñanza de la retórica debe ir unida de la inspiración cristiana para poder llegar a convencer y enseñar a una audiencia (cualquier audiencia).
Ahora, para que el hombre pueda realmente convencer a los que lo escuchan, su discurso debe ser moderado entre las palabras complejas y las simples. De hecho. se preferirá hacer mucho más las simples que las complejas. De ahí que San Agustín hable de unas palabras llamadas ''llanas'' que son aquellas que de manera simple explican cosas grandes.
Ejemplo de palabras llanas
Un ejemplo de esto es el mismo San Pablo quien dice:
''Decidme los que deseáis estar bajo la ley. ¿No habéis oído la ley? Porque está escrito que Abraham tuvo dos hijos: uno de la esclava y otro de la libre, pero de la esclava nació según la carne, más la libre, en virtud de la promesa.
Estas cosas están dichas en alegorías. Porque ellos son dos testamentos, uno que parte del monte Sinaí, el cual engendra para servidumbre, que es Agar''
En este pasaje vemos la claridad y la paciencia con que el orador habla a su audiencia. Cada concepto que parece oscuro lo explica de modo que todo resulte claro y sin ningún error.
Principales autores de los tres géneros de elocuencia
En opinión de San Agustín, las autoridades más apropiadas para hablar de los tres géneros mencionados anteriormente son San Cipriano y San Ambrosio(1).
Es Cipriano quien escribe con estas palabras llanas que San Agustín se refirió en el pasado capítulo. Cipriano escribió sobre el dilema de tener agua en el cáliz o si más bien el cáliz debiera tener vino. Con mucha elocuencia y palabras llanas, Cipriano nos dice que el cáliz debe tener el vino ya que ese es la sangre de Cristo y no el agua. Veamos una comparación entre Cipriano y Ambrosio sobre el mismo versículo de unas vírgenes.
San Ambrosio, por su parte, tiene un estilo sencillo para explicar las cosas. Uno de sus ejemplos es cuando escribe sobre la unión entre el Espíritu Santo, el Padre y el Hijo y como estos se justifican. Veamos el fragmento de San Ambrosio.
En fin, son estos dos oradores quienes pudieron lograr los tres géneros fundamentales que describe San Agustín.
El estilo elevado
El estilo elevado es aquel que tiene las tres combinaciones de los géneros anteriormente mencionados. Este incluso sirvió a San Agustín para disuadir una gran pelea que tuvo que afrontar frente al público. Luego de pronunciar su discurso pudo hacer desistir a los que peleaban para que incluso lo aplaudieran.
No por esto estará descartado el género moderado, ya que en realidad cada género tiene su utilidad según la ocasión. El buen orador siempre tendrá que intentar los tres géneros antes de procurarse el último estilo que es el elevado.
En este estilo elevado, la veracidad es algo de suma importancia también. En otras palabras, la verdad debe enseñar, debe deleitar y debe mover a la audiencia. Tampoco será mal si un orador, al no poder encontrar las palabras precisas o la manera precisa para expresar lo que quiere decir, basarse en otro orador.
¿A qué se debe que sea así? San Agustín divide la audiencia en dos tipos: aquellos que pueden preguntar y aquellos que no. Por lo tanto, en un conversación particular, por supuesto, todas las palabras complejas pueden aflorar, pero en un discurso donde sólo hay una audiencia pasiva que sólo escucha, deben preferirse las palabras simples a las complejas.
El deber del orador
Más que presentar un discurso verosímil a una audiencia pasiva, el deber del orador siempre será enseñar a los menos doctos. Todo esto debe ir adornado con una voz correcta para cada situación, recordemos que a cada propósito del discurso hay que mantener cierto decoro al pronunciar las palabras.
La palabra de Dios ante todo
Cada orador cristiano debe considerar fundamentalmente las tres cartas del apóstol San Pablo y los versículos que éste anuncia:
Carta a Timoteo:
1-Timoteo 4:11 ''Anuncia y enseña estas cosas'' (hablando de la palabra de Dios.
1-Timoteo 5:1 ''Al anciano no le reprendas, sino adviertele como padre''.
1-Timoteo 1:13 ''Conserva la forma de las palabras sanas''.
1-Timoteo 2:15 ''Esfuérzate en presentarte a ti mismo como obrero probado a Dios, que no se avergüenza y que trata debidamente la palabra de la verdad''.
2-Timoteo 4:2 ''Predica la palabra, insiste a tiempo y a destiempo, arguye, exhorta, reprende con toda paciencia y enseñanza''.
Cartas a Tito:
Tito 1:9 ''Que el obispo debe ser perseverante conforme a la enseñanza de la palabra de la fe, para que pueda redargüir en la sana doctrina a los que le contradigan''.
Tito 2:1-2 ''Tú habla las cosas que convienen a la sana doctrina, que los viejos sean sobrios''.
Tito 3:1 ''Habla estas cosas, y exhorta y arguye con todo imperio. Nadie te menosprecie. Amonéstalos que estén sujetos a los príncipes y a las autoridades''.
Carta a los Colosenses:
1-Colosenses 3:7 ''ni el que planta es algo ni el que riega, sino Dios que da el incremento''.
Todas estas cosas fueron consideradas por los oradores cristianos. La enseñanza de la retórica debe ir unida de la inspiración cristiana para poder llegar a convencer y enseñar a una audiencia (cualquier audiencia).
Modos de elocuencia
Quien quiera ser realmente elocuente deberá seguir tres modos del decir:
Enseñar: decir palabras sencillas.
Deleitar: hablar con moderación.
Mover: exponga los grandes temas con grandilocuencia.
¿Qué quiere decir grandes temas? Si se quiere hablar de cosas grandes se tiene que hablar siempre de la salud y la vida. Por supuesto, la justicia, la bondad o el entendimiento son temas relacionados con la vida misma. Para estas cosas siempre se necesitará palabras grandes y convincentes, pues así mismo lo requieren dichos temas. Por otro lado, el tema más simple de hablar será el dinero y las deudas; para estos temas será bueno hablar con palabras sencillas y sin mucha explicación con palabras grandes.
Ejemplo de palabras llanas
Un ejemplo de esto es el mismo San Pablo quien dice:
''Decidme los que deseáis estar bajo la ley. ¿No habéis oído la ley? Porque está escrito que Abraham tuvo dos hijos: uno de la esclava y otro de la libre, pero de la esclava nació según la carne, más la libre, en virtud de la promesa.
Estas cosas están dichas en alegorías. Porque ellos son dos testamentos, uno que parte del monte Sinaí, el cual engendra para servidumbre, que es Agar''
En este pasaje vemos la claridad y la paciencia con que el orador habla a su audiencia. Cada concepto que parece oscuro lo explica de modo que todo resulte claro y sin ningún error.
Principales autores de los tres géneros de elocuencia
En opinión de San Agustín, las autoridades más apropiadas para hablar de los tres géneros mencionados anteriormente son San Cipriano y San Ambrosio(1).
Es Cipriano quien escribe con estas palabras llanas que San Agustín se refirió en el pasado capítulo. Cipriano escribió sobre el dilema de tener agua en el cáliz o si más bien el cáliz debiera tener vino. Con mucha elocuencia y palabras llanas, Cipriano nos dice que el cáliz debe tener el vino ya que ese es la sangre de Cristo y no el agua. Veamos una comparación entre Cipriano y Ambrosio sobre el mismo versículo de unas vírgenes.
Si un excelente pintor hubiera hecho el retrato de la cara y figura de alguno, con color que imitase la naturaleza del cuerpo; y pintado y terminado el retrato, otro, dándoselas de más mérito, pusiese sus manos con el fin de reformar lo ya acabado y perfecto, se tendría por una grave injuria hecha contra el primer maestro, y su indignación sería justísima.
¿Y juzgas tú impune el llevar a cabo la audacia de tan abominable temeridad, ofendiendo al artífice Dios? Pues dado caso que con esos adornos de meretriz no seas impúdica y deshonesta ante los hombres, no obstante, violando y corrompiendo las obras de Dios, serás tenida por peor que una adúltera.
Lo que tú crees que te adorna, lo que piensas que te compone es un ataque a la obra divina, es alejarse de la verdad. Voz es del Apóstol que avisa: Purificaos de la levadura antigua para que seáis masa suave, así como sois ácimos. Porque Cristo, que es nuestra pascua, ha sido inmolado por nosotros. Por tanto celebremos fiesta, no con la antigua levadura, no con levadura de malicia y de maldad, sino con ácimos de sinceridad y de verdad. ¿Y acaso persevera la sinceridad y la verdad cuando se manchan los rostros que son sinceros, y con adulterarlos de colores y falsos adornos de afeites se cambia la verdad en mentira? Tu Señor dice: No puedes convertir un cabello en blanco o en negro, ¿y tú quieres ser tan poderosa que venzas el mandato de Dios? Con audaz intento y con desprecio sacrílego te pintas tus cabellos; funesto presagio de lo por venir que lleves ya cabellos de color de llama
San Ambrosio, por su parte, tiene un estilo sencillo para explicar las cosas. Uno de sus ejemplos es cuando escribe sobre la unión entre el Espíritu Santo, el Padre y el Hijo y como estos se justifican. Veamos el fragmento de San Ambrosio.
De aquí nacen los incentivos de los vicios, pues, cuando se pintan la cara con colores postizos por temor de no agradar a los hombres, traman con el adulterio del rostro el adulterio de la castidad.
¡Cuánta locura no es pretender cambiar el semblante natural buscando otro pintado! Mientras recelan del juicio que de su belleza pueden dar sus maridos, traicionan el suyo propio.
La primera que contra sí pronuncia sentencia es la que desea cambiar el color natural, porque mientras intenta agradar a otros, ella primeramente se desagrada a sí misma. ¿Qué juez más veraz, oh mujer, buscaremos de tu fealdad que a ti misma, que temes ser vista? Si eres hermosa, ¿por qué te escondes? Si fea, ¿por qué te finges hermosa, si no has de tener el consuelo de engañarte a ti misma, ni al conocimiento de nadie? Tu marido ama de este modo a otra, y tú quieres agradar a otro; no te irrites, pues, si ama a otra, porque en ti aprendió a adulterar.
Mala maestra eres de tu agravio. Rehúye ser alcahuete aun la misma que toleró al alcahuete, y por vil que sea una mujer, para sí misma peca, no para otro. Casi son más tolerables los crímenes de adulterio pues allí se adultera la honestidad, aquí la misma naturaleza
En fin, son estos dos oradores quienes pudieron lograr los tres géneros fundamentales que describe San Agustín.
El estilo elevado
El estilo elevado es aquel que tiene las tres combinaciones de los géneros anteriormente mencionados. Este incluso sirvió a San Agustín para disuadir una gran pelea que tuvo que afrontar frente al público. Luego de pronunciar su discurso pudo hacer desistir a los que peleaban para que incluso lo aplaudieran.
No por esto estará descartado el género moderado, ya que en realidad cada género tiene su utilidad según la ocasión. El buen orador siempre tendrá que intentar los tres géneros antes de procurarse el último estilo que es el elevado.
En este estilo elevado, la veracidad es algo de suma importancia también. En otras palabras, la verdad debe enseñar, debe deleitar y debe mover a la audiencia. Tampoco será mal si un orador, al no poder encontrar las palabras precisas o la manera precisa para expresar lo que quiere decir, basarse en otro orador.
Conclusión
Un libro que nos recuerda de alguna manera las lecciones de Marco Tulio Cicerón sobre las partes de la operación y de la oratoria en general. Salió un poco más largo y en efecto es así, pues el mismo San Agustín al terminar el libro confiesa que se lamenta alargarse tanto en este libro sobre la retórica. Supongo que el obispo de Hipona tenía mucho que decir sobre los modos de la retórica cristiana, pues en la misma biblia deben haber muchos ejemplos más de cómo se encuentran estos modos.