Los milagros de Cristo son fundamentales para confirmar Su autoridad, y su escasez o número no debe afectar la percepción de su autenticidad. Orígenes y otros autores antiguos destacan que los milagros de Cristo, como el eclipse solar y el terremoto durante Su crucifixión, fueron ampliamente documentados y confirmados incluso por fuentes no cristianas.
Los paganos, judíos y musulmanes reconocen los milagros de Cristo, y testigos de la época, como Dionisio el Areopagita y Apolofanes, atestiguaron fenómenos astronómicos inusuales que coinciden con la crucifixión de Jesús. Estos eventos, como el eclipse solar, son considerados milagros y no meras coincidencias astronómicas.
El testimonio de diferentes fuentes, incluyendo escritos antiguos y observaciones astronómicas, confirma la singularidad y la veracidad de los milagros de Cristo. La magnitud de estos milagros, como la influencia de Cristo en el mundo y el testimonio universal de Su resurrección, resalta Su posición única y Su autoridad sobre todos.
Estos testimonios apoyan la idea de que Cristo, a través de Su vida, muerte y milagros, ha sido exaltado por encima de todos, siendo reconocido incluso por aquellos que no eran cristianos.
Capítulo 11 – la
autoridad de cristo entre los paganos
Este capítulo explora
cómo el cristianismo fue reconocido y respetado por diversos paganos y
emperadores a pesar de las críticas. A pesar de intentos de atribuir los
milagros de Cristo a demonios, se argumenta que una religión que derrotó el
culto demoníaco no podría haber surgido de él.
¿Pero cómo puede ser que la religión que condenó y derrocó la adoración de los demonios, y que los hizo huir y aún los mantiene alejados, haya surgido de los demonios? Casi todo el mundo empezó de repente a adorar a Cristo y continúa adorándolo, con excepción de unos pocos prestamistas errantes, completamente dominados por la avaricia y que no son capaces de juzgar correctamente sobre los asuntos divinos. De hecho, todos los paganos coincidieron en que Jesús era ya sea Dios o al menos divino. Cuando se consultó al Apolo milesio, éste alabó a Cristo diciendo: “Él era mortal en cuerpo, sabio, productor de señales, pero bajo el liderazgo de los caldeos, fue arrestado por las armas y sufrió una amarga muerte a base de clavos y varas.” Porfirio, en su libro Sobre las Respuestas, dice que los dioses declararon que Cristo era el más piadoso y afirmaron que Él se había hecho inmortal, dando así testimonio favorable sobre Él; Porfirio añade que la diosa Hécate, al ser preguntada sobre el alma de Cristo, respondió: “Esa alma pertenece a un hombre de la más destacada piedad; lo adoran, es ajeno a la severidad,” y después de mucho más, Hécate añadió: “Cristo mismo, siendo piadoso, ha ascendido al cielo, como hacen los piadosos.”
Figuras como Apolo de Mileto y
Porfirio elogiaron a Cristo como divino o piadoso, y algunos emperadores como
Adriano y Antonino Pío mostraron admiración o intentaron integrar el
cristianismo en la religión oficial. En contraste, los emperadores que
persiguieron a los cristianos, como Nerón y Domiciano, enfrentaron trágicos
destinos. La fe cristiana, a pesar de las críticas de filósofos y las
persecuciones, demostró ser poderosa y auténtica, prevaleciendo sobre la
sabiduría humana y ganando respeto en el mundo pagano.
Capítulo 12 – la
autoridad de cristo entre los mohamedanos
Los musulmanes, aunque
heréticos al seguir a los arrianos y maniqueos, reconocen que Jesucristo es el
poder, sabiduría, mente, alma, espíritu y palabra de Dios, nacido por una
inspiración divina de María, la eterna virgen. Aceptan que realizó muchos
milagros con poder divino, que era superior a todos los profetas hebreos y que
no habría profeta después de Jesús. Mohammad colocó a Jesús por encima de todos
los hombres y a María por encima de todas las mujeres, afirmando que el cuerpo
incorrupto de Jesús ascendió al cielo y que los cristianos son superiores a los
judíos, a quienes detesta.
En el Corán, se menciona que la perfección requiere
obedecer tanto el Antiguo y Nuevo Testamento como el Corán, que es visto como
la unión y manifestación de ambos. Aunque Mohammad atribuye una gran divinidad
a Cristo, comete dos errores principales: primero, parece considerar la
divinidad de Cristo como distinta y menor a la del Dios Supremo, un concepto
aprendido de los arrianos; y segundo, cree que Jesús fue llevado al cielo
secretamente por Dios, y que otro hombre fue crucificado en lugar de Cristo,
una idea tomada de los maniqueos. A pesar de estos errores, todas las sectas,
incluidos paganos, judíos y musulmanes, reconocen que la ley cristiana es la
más excelente de todas. Aunque cada grupo prefiere su propia herejía, colocan
la religión cristiana por encima de todas las demás, salvo la suya. Por lo
tanto, al ser juzgada objetivamente, la religión cristiana es indiscutiblemente
preferida.
Capítulo 13 – sobre la generación del hijo de Dios en la eternidad
Ahora
Ficino trata sobre la generación interna de la descendencia, tanto en seres
vivos como en entidades divinas. El concepto se ilustra a través de
comparaciones entre diferentes formas de vida: vegetativa, sensitiva, racional
y angélica. Cuanto más elevada es la forma de vida, más profundamente genera su
descendencia dentro de sí. Por ejemplo, la vida racional produce progenie
internamente mediante la razón antes de externalizarla a través del habla o la
acción. Este patrón culmina en la vida divina, donde Dios, a través de su
perfecto entendimiento de Sí mismo, genera a su Hijo internamente. El Hijo es
la imagen perfecta de Dios, compartiendo la misma esencia, pero distinguido por
una relación única. Los teólogos llaman a esta relación la Trinidad, compuesta
por el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, unificados en naturaleza divina pero
diferenciados por sus roles.
Capítulo 14 – el orden de los cielos, ángeles y almas alrededor de la
trinidad es como el orden de las esferas alrededor del centro
Este
capítulo compara el orden celestial con las jerarquías angélicas y las almas de
los bienaventurados. Por encima de los cuatro elementos sujetos al cambio están
los siete cielos planetarios, cada uno con cualidades cambiantes. El cielo
octavo, más ordenado, está por encima de ellos, seguido por el cielo
cristalino, cuya simpleza de movimiento y cualidad refleja el orden divino.
Sobre todos ellos está el cielo empíreo, inmutable y lleno de luz, en
consonancia con la Trinidad.
Los nueve
cielos restantes corresponden a los nueve órdenes de ángeles, organizados en
tres jerarquías. Según Dionisio Areopagita, cada jerarquía tiene tres órdenes,
y cada uno contempla diferentes aspectos de la Trinidad. La primera jerarquía
contempla al Padre, la segunda al Hijo y la tercera al Espíritu Santo, pero
todos ven la Trinidad en su totalidad. Las órdenes superiores reciben su
claridad directamente de la Trinidad, mientras que las inferiores lo hacen
indirectamente.
Las
funciones de los ángeles también varían: los Serafines contemplan la bondad
divina, mientras que los Querubines se centran en la esencia de Dios y los
Tronos en su soberanía. Otros órdenes, como los Dominaciones, Virtudes y
Potestades, tienen funciones más activas, moviendo los cielos y protegiendo el
orden divino. Las órdenes inferiores, como los Principados, Arcángeles y
Ángeles, supervisan los asuntos humanos, desde gobernantes hasta individuos.
Asimismo,
las almas de los bienaventurados están organizadas en nueve órdenes,
ascendiendo a través de las jerarquías según sus virtudes. Aunque las almas en
los cuerpos habitan bajo la Luna, su naturaleza racional les permite ascender o
descender según sus acciones, lo que les otorga una libertad única en el
cosmos. El capítulo cierra con una referencia a la mitología, donde las almas
atraviesan el Estigia y los Campos Elíseos en su viaje tras la muerte.
Capítulo 15 – la generación del hijo en la eternidad y su manifestación
en el tiempo
Antes de la
creación del mundo temporal existía un mundo eterno, que es el modelo de este
mundo. Este mundo eterno es el Verbo de Dios, el cual siempre ha existido con
Dios y es Dios mismo. El Verbo fue el medio por el cual el mundo fue creado y
todo fue formado a través de él. Aunque la humanidad cayó en el pecado y no
pudo elevarse de nuevo por sí sola, Dios decidió reformar al ser humano
mediante el mismo Verbo que lo había creado. Esto ocurrió cuando el Verbo
asumió la naturaleza humana a través de la encarnación de Cristo. Así, Cristo
se convirtió en una unión de divinidad y humanidad, permitiendo que el hombre
pudiera ser iluminado y perfeccionado a través de su unión con Dios.
Capítulo 16 – es apropiado que Dios se haya unido al hombre
Dios se
hizo hombre para que el hombre pudiera elevarse hacia Dios. La creación más
perfecta debía ser una combinación de lo creado y lo no creado, y esto se logró
en la unión de la divinidad con la humanidad en la figura de Cristo. El alma
humana, que comparte tanto lo temporal como lo eterno, es una representación de
toda la creación. Por lo tanto, era adecuado que Dios se uniera a la naturaleza
humana, ya que ésta abarca todas las cosas. La unión de Dios con el hombre no
disminuyó la divinidad, sino que elevó la humanidad, permitiendo que la
creación entera se vinculara con Dios a través del ser humano.
Capítulo 17 – La naturaleza de la unión entre Dios y el hombre
En este capítulo, Ficino explora la naturaleza de la unión entre Dios y el hombre, enfatizando que esta unión ocurrió según la persona divina, más que la naturaleza divina. Por lo tanto, no es correcto afirmar que el Padre o el Espíritu Santo se unieron de la misma manera al hombre. Aunque las personas de la Trinidad comparten la misma naturaleza, difieren en sus propiedades individuales.
Ficino explica que así como la Trinidad consiste en tres personas en una naturaleza divina, Cristo es una persona en tres naturalezas: Dios, alma y cuerpo. Esta unión hace que el hombre sea comparable a Dios, de manera similar a cómo la mano se relaciona con el alma o la lengua con el intelecto. Dios no se convierte en la forma de un hombre natural, sino que el hombre se convierte en el instrumento a través del cual Dios realiza sus obras.
El autor aclara que en Cristo no hay dos personas, una divina y otra humana, sino una sola persona, el Verbo, que está unido con la naturaleza humana. Esta unión se compara con cómo el alma racional habita en el cuerpo, dándole vida. Del mismo modo, el Hijo de Dios eleva la naturaleza humana.
Mediante la metáfora de las palabras concebidas en la mente y luego hechas perceptibles cuando se pronuncian, el autor ilustra cómo el Verbo de Dios, invisible en la eternidad, se hizo visible al asumir forma humana. Cristo, el Verbo, encarna la voluntad de Dios y la transmite a aquellos que son capaces de recibirla. Los mandamientos que Cristo dio, resumidos en amar a Dios y al prójimo, son las enseñanzas centrales.
Capítulo 18 – La conveniencia de la unión entre Dios y el hombre
Ficino sostiene que reformar lo que está deformado es tan significativo como crear algo desde la nada, y ser bueno es tan importante como simplemente existir. Por lo tanto, fue adecuado que Dios, como creador, perfeccionara lo imperfecto a través del Verbo, quien se hizo perceptible para la humanidad.
El capítulo enfatiza el poder, la sabiduría y la benevolencia de Dios al restaurar el mundo. Dios demostró estas cualidades al asumir la forma de un siervo (Cristo) para redimir a la humanidad. Al hacerlo, mostró que nada en el mundo es inherentemente deformado o despreciable.
Dado que los seres humanos habían caído de su estado divino original, necesitaban que Dios extendiera su mano desde lo alto para elevarlos. Dios se hizo visible, adorable e imitable a través de Cristo, quien era tanto Dios como hombre. Esto permitió a los humanos conocer, amar e imitar a Dios de manera más fácil y diligente. Cristo actuó como mediador entre Dios y la humanidad, cerrando la brecha creada por el pecado.
Capítulo 19 – La venida de Cristo y los dones de la fe, la esperanza y el amor
En este capítulo, Ficino explica que no se puede alcanzar la bienaventuranza divina sin un amor ardiente hacia Dios, el cual se basa en la esperanza y la fe. La fe, el fundamento del conocimiento, surge al presenciar a Dios hecho carne y sus milagros. Esta creencia, a su vez, da esperanza de que Dios proveerá todas las cosas.
La unión de la divinidad de Cristo con su humanidad muestra que el alma humana puede unirse con Dios, ofreciendo la máxima bienaventuranza. Dado que Dios tomó forma humana, es posible que los humanos aspiren a la bienaventuranza divina al amar, imitar y unirse a Dios. El autor insta a las personas a dejar de desesperarse por su naturaleza divina y a venerarse a sí mismos como capaces de ascender a Dios.
Capítulo 20 – La venida de Cristo y el alivio del pecado
Aquí, Ficino describe la relación entre el cuerpo, el alma y Dios. El alma es la vida del cuerpo, y Dios es la vida del alma. El pecado rompió el orden natural, con el cuerpo rebelándose contra el alma y el alma rebelándose contra Dios. Este pecado original es la fuente de todos los males, y fue transmitido de Adán a toda la humanidad.
Para remediar esto, Dios se hizo hombre en Cristo, quien, siendo tanto Dios como hombre, pudo sufrir por los pecados de la humanidad y restaurar la relación entre la humanidad y Dios. El poder infinito de Cristo como Dios y su sufrimiento como hombre eran necesarios para expiar la culpa infinita de la humanidad, redimiéndola así de las consecuencias del pecado.
Capítulo 21 – Cristo cumplió el tipo perfecto de instrucción
La providencia divina no quiso omitir ningún tipo de instrucción para sus hijos. Esta instrucción es doble: mediante la enseñanza y el ejemplo. La enseñanza es perfecta, y no se puede dudar de ello, ya que hay un consenso en que tal enseñanza está enraizada únicamente en Dios. Por lo tanto, Dios Padre envió al hombre un instructor que era tanto Dios, para evitar dudas sobre su enseñanza, como hombre, para cumplir con todos los deberes humanos y completar los trabajos del hombre en favor de Dios. Con este ejemplo, Cristo instruyó perfectamente hacia la virtud.
Ficino subraya que en la educación moral, que se orienta hacia la acción, las obras son más inspiradoras que las palabras. Los milagros de Cristo demostraron su divinidad, y sus sufrimientos humanos probaron que también era hombre. Así, no queda lugar para excusas: si rechazamos su enseñanza como falsa, sus milagros lo contradicen; si la rechazamos como demasiado difícil, su vida como hombre muestra que es posible para los humanos.
Cristo también envió al mundo algo similar a una espada y fuego, para cortar y quemar los vicios materiales que nos apartan de las cosas espirituales. Además, soportó voluntariamente todo lo que otros temen, como el hambre, la pobreza y la muerte, mostrando que lo que consideramos "malo" no es verdaderamente malo, ni lo que consideramos "bueno" es verdaderamente bueno. Al final, Cristo enseñó que nada material tiene valor fuera de Dios.
Capítulo 22 – Cristo expulsó el error y reveló la verdad
Antes de la venida de Cristo, se adoraban muchos dioses en todo el mundo, que en realidad eran demonios o sacerdotes malvados. Filósofos como Oenomaus reconocieron que estos dioses no se preocupaban por la purificación de las almas y solo exigían cosas materiales. Cristo, sin armas, derrotó a estos demonios, eliminando su poder sobre los hombres.
Ficino menciona que Plutarco y otros filósofos señalaron que, durante el reinado de Tiberio, muchos demonios habían perecido. Esto coincidió con la entrada de Cristo al Limbo y su resurrección. Porfirio, aunque enemigo del cristianismo, reconoció que desde que la gente comenzó a adorar a Jesús, ya no se obtenían respuestas útiles de los dioses.
Tertuliano, hablando ante jueces romanos, demostró que los demonios confesaban ser falsos dioses ante la presencia de un cristiano. Lactancio también relata que, en su tiempo, los demonios no podían predecir el futuro en los sacrificios cuando un cristiano estaba presente.
Cristo, con su luz, destruyó las supersticiones que habían corrompido a los griegos y romanos. Antes de su llegada, muchas naciones seguían leyes injustas y cometían actos bárbaros, como sacrificios humanos y antropofagia. Estas prácticas fueron erradicadas por la predicación de Cristo y sus discípulos, lo que también redujo la posesión demoníaca y el suicidio.
Ficino concluye mencionando que Cristo y sus discípulos enseñaron cómo penetrar en los significados profundos de la mente divina, superando las interpretaciones superficiales de la ley de Moisés.
Capítulo 23 – Cristo es la idea y el ejemplar de las virtudes
Cristo es
presentado como la manifestación viviente de la filosofía divina y el ejemplo
perfecto de las virtudes. Se le describe como un "libro viviente"
enviado desde el cielo para enseñar sabiduría, justicia, grandeza de espíritu,
moderación, y amor a la humanidad. Cristo, quien vivió sin posesiones y dedicó
su vida a Dios y a los hombres, enseña la verdadera justicia y reverencia hacia
el Padre celestial y el amor a los hermanos. Su vida y sus acciones son el
ejemplo más claro de humildad, al haberse igualado a los más humildes, siendo
Él el más alto. Sus milagros y enseñanzas son confirmados por los evangelios
escritos por Mateo, Marcos, Lucas y Juan, quienes, aunque escribieron en
diferentes tiempos y lugares, coinciden en la verdad de la vida y obra de
Cristo. Estos textos se consideran de origen divino y han sido corroborados por
la tradición y la multitud de testigos que lo imitaron.
Capítulo 24 – la autoridad de las sibilas
Las
Sibilas, profetisas antiguas, jugaron un papel importante en la historia
religiosa. Según el filósofo Varrón, los romanos guardaban cuidadosamente los
libros sibilinos en un santuario, y solo sacerdotes designados podían
consultarlos. Estos libros profetizaron sobre Cristo, y escritores como
Lactancio y San Jerónimo los mencionan en sus escritos. Virgilio, en sus Églogas,
parece haber hecho referencia a las profecías de la Sibila Cumea sobre el
nacimiento de un niño divino, aludiendo a Cristo. Aunque Virgilio interpretó
esas profecías en relación con personajes de su tiempo, la descripción del niño
nacido de una virgen y el retorno de la Edad de Oro se ajustan claramente a la
figura de Cristo y a su obra redentora. La profecía también menciona la
destrucción del mal, simbolizado por la serpiente, y el inicio de una nueva era
de justicia.
Capítulo 25 – los
testimonios de las sibilas sobre Cristo
Los romanos preservaban los libros sibilinos, y
Lactancio, amigo del emperador Constantino, leyó en ellos profecías que
apuntaban a Cristo. La Sibila Eritrea proclamó a Dios como el creador y
alimentador de todo, y otra Sibila afirmó: “Conoce que tu Dios es el Hijo de
Dios”. Lactancio compiló otros testimonios que describían la resurrección de
los muertos, milagros como el de los ciegos viendo y los cojos caminando, y
prefiguraciones de la crucifixión y resurrección de Cristo. También describió
la multiplicación de los panes y peces, el caminar sobre el agua, y su
sufrimiento en manos de los incrédulos. La Sibila predijo la oscuridad al
mediodía durante la crucifixión y la resurrección tras tres días. Estas
profecías también fueron encontradas en autores como Mercurio Trismegisto y
Platón, quien sugirió la venida de una figura sagrada que revelaría la verdad.
San Agustín menciona canciones de la Sibila Eritrea que anuncian la
resurrección, el juicio y las recompensas eternas.
Capítulo 26 – sobre la
autoridad de los profetas, la nobleza del antiguo testamento y la superioridad
del nuevo testamento
Dionisio Areopagita escribió que varias
civilizaciones antiguas, como los persas y egipcios, reconocían los milagros
divinos, similar a los hebreos. Autores como Beroso el Caldeo y Manetón el
egipcio mencionan hechos asombrosos confirmados por historiadores paganos,
demostrando la antigüedad y sabiduría de los hebreos. Clemente de Alejandría,
Eusebio y Aristóbulo afirmaron que los paganos adoptaron enseñanzas y misterios
judíos, transformándolos en relatos poéticos. Platón y otros filósofos griegos
fueron influenciados por la tradición judía, al punto de que algunos lo
llamaron “un Moisés hablando en griego”. Incluso Pythagoras y Zoroastro fueron
influenciados por la tradición hebrea. Orígenes, Porfirio y otros filósofos
paganos elogiaron la devoción y sabiduría de los judíos, particularmente la
secta de los esenios. Escritores como Estrabón, Plinio y Cornelio Tácito
también comentaron sobre la antigüedad y grandeza de los judíos. Se narra cómo
la Biblia fue traducida al griego en tiempos de Ptolomeo Filadelfo, lo que
demuestra el respeto que se tenía hacia las Escrituras hebreas.
Esta evidencia resalta la conexión entre las
antiguas tradiciones paganas y judías, mostrando cómo el Antiguo Testamento
sirvió como fundamento para muchas enseñanzas filosóficas y religiosas.
- Capítulo 27 – los testimonios de los profetas sobre Cristo
En este capítulo, se centra en los testimonios de los profetas sobre la
divinidad de Cristo. Jesús, según el Evangelio de Juan, insta a que se busquen
las Escrituras, ya que ellas testifican acerca de Él. Jesús, con plena
confianza, señala que las Escrituras contienen abundante evidencia de su
divinidad, accesible para quien lo solicite. Advierte, sin embargo, que no
deben quedarse en la superficie de los oráculos divinos, sino profundizar en su
significado más profundo.
Dios había anunciado a través de los profetas: “Abriré mi boca en
parábolas. Proferiré cosas ocultas desde la fundación del mundo.” Los judíos
poseían dos conjuntos de textos sagrados: uno en hebreo y otro en caldeo, ambos
escritos con caracteres hebreos. Según los rabinos Salomón y Moisés el Egipcio,
nadie ha osado contradecir el texto caldeo, lo que otorga igual autoridad a
ambos textos. Aunque lo que es conciso u oscuro en uno de los textos, es más
detallado y claro en el otro.
El mismo principio se aplica a las Escrituras Sagradas entre los
cristianos, traducidas al griego por setenta y dos judíos y luego nuevamente
por San Jerónimo del hebreo y el griego al latín.
Entre los testimonios de los profetas, Jeremías predice: “He aquí que
vienen días, dice el Señor, en que levantaré a David un renuevo justo, y
reinará un rey sabio que ejercerá el juicio y la justicia en la tierra.” Más
adelante, añade: “Y este será su nombre: el Señor nuestra justicia.” En hebreo
se utiliza "David", mientras que en caldeo se menciona
"Mesías". Esto indica que la venida del Mesías ocurriría poco después
de Jeremías, y sería falso afirmar que aún está por venir. Además, se revela
que el Mesías sería Dios, pues donde nuestra traducción dice “Señor”, los
hebreos usan el Tetragrámaton, el nombre de cuatro letras, venerado por encima
de todos los demás nombres divinos.
En el libro Tren, al ser preguntado por el nombre del Mesías, Abba el
judío responde: “Su nombre es Adonay”, utilizando este término en lugar del
Tetragrámaton y añadiendo la cita de Jeremías: “Este es el nombre por el cual
nuestro justo Señor lo llamará.” Sin embargo, no es “él lo llamará” (vocabit)
sino “ellos lo llamarán” (vocabunt), como enseña la traducción caldea y la de
los Setenta.
Ahora, Ficino nos provee de una serie de profecías del Antiguo
Testamento que los autores cristianos interpretan como referencias a la llegada
del Mesías, identificado con Jesús. Aquí hay una síntesis de los puntos
principales:
1. Isaías
(9:6): El pasaje habla de un
niño que nacerá y cuyo gobierno será espiritual y eterno. Se considera que esta
profecía se refiere a Jesús como el Mesías, un reino espiritual que no tiene
fin. La interpretación cristiana destaca que el niño será llamado "Consejero
Maravilloso, Dios Fuerte", subrayando la divinidad de Cristo.
2. Miqueas
(5:2): La profecía sobre Belén
dice que de esta pequeña ciudad surgirá un gobernante en Israel, con existencia
desde la eternidad. Esto se entiende como una referencia a la naturaleza divina
de Cristo, quien nacería en Belén como un hombre, pero ya existía desde siempre
como Dios.
3.
Zacarías
(9:9-10): El pasaje describe la
llegada de un rey justo y humilde, montado en un asno. Los intérpretes
cristianos ven esto como una profecía que anuncia la entrada triunfal de Jesús
en Jerusalén, simbolizando un reino espiritual y de paz.
4.
Génesis
(49:10): Jacob profetiza que el
cetro no será quitado de Judá hasta que venga el que debe ser enviado, el
Mesías. Los textos hebreos y caldeos refuerzan esta interpretación, señalando
que Jesús es ese Mesías que vino cuando el poder real de los judíos fue quitado.
5.
Oseas
(3:4): Oseas profetiza que
Israel estaría sin rey ni sacrificio durante muchos días. Esta condición de los
judíos es interpretada por los cristianos como una señal de que el Mesías ya
había venido, y el sistema sacrificial judío había terminado.
6.
Hageo
(2:7-9): El profeta predice que
la gloria del Segundo Templo será mayor que la del primero, lo que se
interpreta como la llegada de Cristo al Segundo Templo. Se argumenta que Jesús,
al visitar ese templo, trajo la gloria que superaría cualquier magnificencia anterior.
7.
Malaquías
(3:1-2): Habla de un mensajero
que preparará el camino del Señor, que es visto como una referencia a Juan el
Bautista, quien anunció la venida de Cristo.
8.
Daniel
(9:24): Daniel predice un
período de 70 semanas para la llegada del "Santo de los Santos", que
los cristianos interpretan como una referencia al Mesías. Se cuenta este tiempo
desde la reconstrucción del Templo hasta la llegada de Cristo, con quien se
cumpliría la justicia eterna.
En conjunto, este análisis presenta un
enfoque cristiano de las profecías bíblicas, que interpretan que todas ellas
apuntan hacia la figura de Jesús como el Mesías esperado, y resaltan la
diferencia entre un reino terrenal y uno espiritual, siendo el de Jesús un
reino que trasciende el tiempo y el espacio.
Ficino presenta una serie de perspectivas sobre la llegada del Mesías según diversas opiniones de los eruditos judíos. Jose de Seder Olam y Akiba ofrecen cálculos distintos sobre el cumplimiento del tiempo del Mesías, pero ambos se ven refutados por eventos históricos. Otros textos, como el Libro de Jueces Ordinarios, sugieren que el Mesías debería haber llegado ya de acuerdo con sus cálculos, mientras que Rab y Saʿadiah opinan que los límites temporales esperados ya han pasado. Moisés el Egipcio y Moisés Gerondi también ofrecen fechas que sitúan la llegada del Mesías antes del presente, alineándose con las expectativas pero desfasadas con la realidad actual.
1.Jose de
Seder Olam: Explica que las
setenta semanas mencionadas en las profecías se han cumplido.
2.Akiba: Según su cálculo, el Mesías debería haber llegado
después de la destrucción del Segundo Templo. Creyó que un líder llamado
Ventozara (o Bar-Kokhba) era el Mesías, pero fue derrotado por el emperador
Adriano.
3.Libro de
Jueces Ordinarios: Establece que
el mundo tendría seis mil años, divididos en dos mil para el vacío, dos mil
para la ley y dos mil para el Mesías. Según este cálculo, los dos mil años
desde Jesús indicarían que el Mesías ya ha llegado.
4.Rab: Afirma que los límites temporales para la llegada
del Mesías ya han pasado y que la redención depende solo del arrepentimiento.
5.Saʿadiah: Calcula que el límite temporal para la llegada del
Mesías ya se había pasado hace 340 años.
6.Moisés el
Egipcio: Basado en tradiciones
antiguas, calcula que el Mesías nacería en el 4,474 después de la creación del
mundo, lo que se situaría 760 años antes del tiempo actual.
7.Moisés
Gerondi: Sostiene que el Mesías
aparecería en el 5,118 año después de la creación del mundo, que está más allá
de nuestra época actual.
Los judíos han esperado en vano al Mesías y que, tras la llegada de Jesús, deberían haber reconocido el cumplimiento de las profecías. Se mencionan líderes y profetas falsos durante y después de la época de Jesús, cuya incapacidad para cumplir con las expectativas mesiánicas contrasta con el cumplimiento de las profecías cristianas en Cristo. Además, se sugiere que las rebeliones y las expectativas de un Mesías militar reflejan una falta de comprensión del reino espiritual representado por Jesús.
Los poetas y profetas bíblicos abordan la llegada del Mesías y su impacto en la humanidad desde varias perspectivas:
Isaías menciona que el Mesías será una piedra de tropiezo y un obstáculo para las casas de Israel, pero también una fuente de santidad para aquellos que crean en Él. Destaca que el Mesías sería Dios y que su llegada significaría la caída de las casas reales y sacerdotales de Israel, y que muchos tropezarían con Él. También profetiza un signo milagroso: una virgen concebirá un hijo llamado Emmanuel, lo que indica que el Mesías sería tanto hombre como Dios.
Jeremías profetiza que, tras la llegada del Mesías, las ceremonias y oficios del Antiguo Testamento cesarán, ya que estos eran solo imágenes de los sacramentos futuros. Además, critica a los sabios y escribas que rechazan la palabra del Señor y no reconocen el juicio de Dios.
Daniel describe una visión en la que el Mesías, representado como el "Hijo del Hombre", recibe un reino eterno que no será destruido. Esta visión es interpretada como la promesa de un reino espiritual y eterno, dirigido por Dios en forma humana.
Oseas predice que Dios llamará a los gentiles "mi pueblo" y a los que no eran amados, amados, mientras que los judíos obstinados serían rechazados.
David en los Salmos, refiere a la piedra rechazada por los constructores que se convierte en la piedra angular, simbolizando a Jesús como el fundamento para tanto gentiles como judíos que creen en Él.
Malaquías anuncia la aceptación de los gentiles y el rechazo de los rituales judíos, mientras que Moisés profetiza que el pueblo de Dios será una luz para las naciones.
Isaías también habla de cómo el Mesías traerá juicio a las naciones, será una luz para los gentiles y cómo los seguidores del Mesías serán principalmente no israelitas, que serán llamados por otro nombre (cristianos). También se menciona que los judíos se opondrán al Mesías y sufrirán las consecuencias.
Finalmente, Jeremías predice la destrucción de ídolos y la adoración de Dios en todos los rincones del mundo, como se cumple en la obra de Cristo, que derrumba la adoración a ídolos sin el uso de la fuerza humana.
En conjunto, estos textos subrayan la figura del Mesías como una figura divina y salvadora, cuya llegada transformará tanto la práctica religiosa como la estructura del pueblo de Dios, extendiendo la salvación a los gentiles y estableciendo un reino eterno.
Aparte de esto, Isaías nos ofrece variadas señales sobre la profecía, y Ficino lo contrasta con la práctica que han realizado los judíos.
Primer signo: A pesar de la opresión que sufren, los judíos no padecen por los pecados de las naciones para que éstas obtengan perdón de Dios mediante el sufrimiento de los judíos. Más bien, los judíos esperan venganza de Dios contra las naciones. Por lo tanto, el siervo de Dios mencionado por Isaías, que lleva las iniquidades de otros y por cuyas heridas son sanados, no puede ser el pueblo judío, ya que su sufrimiento no trae salvación a otros sino castigo.
Segundo signo: Isaías dice que el siervo de Dios no cometió iniquidad ni hubo engaño en su boca. En contraste, los judíos están entregados a la avaricia, la usura y el pecado, y reconocen que su miseria proviene de sus pecados. Si se arrepienten, creen que podrían ser liberados. Sus maestros buscan entender la causa de su miseria, mencionando diversas explicaciones.
Tercer signo: Isaías afirma que el siervo de Dios intercede por los transgresores. Sin embargo, los judíos invocan maldiciones contra el Imperio Romano, la Iglesia de Cristo y otras naciones, y son instruidos en el Talmud a dañar a los cristianos en la medida de lo posible.
Cuarto signo: La enseñanza y disciplina de paz atribuidas al siervo de Dios por Isaías no se corresponden con el comportamiento del pueblo judío, que se describe como ignorante y torcido.
Quinto signo: La idea de que el pueblo judío es superior al ángel de Dios contradice el consenso antiguo de que el siervo de Dios era una figura distinta.
Sexto signo: Isaías dice que el siervo de Dios fue llevado a la muerte por las iniquidades del pueblo. Esto sugiere que el siervo es distinto del pueblo, ya que si el pueblo tuviera pecado, Isaías estaría hablando falsamente sobre el siervo y el pueblo.
Isaías describe al siervo de Dios en doce conclusiones:
- Exaltación y humildad: El siervo es exaltado pero de origen humilde.
- Desprecio y sufrimiento: Fue despreciado y considerado indigno.
- Sufrimiento por iniquidades: Fue herido por nuestras iniquidades y boreó las de muchos.
- Inocencia: Aunque sufrió, era inocente.
- División de despojos: Tras entregar su vida, dividiría los despojos de los fuertes.
- Reputación injusta: Fue considerado injusto.
- Limitación del alcance del sufrimiento: Aunque soportó mucho, no limpió los pecados de todos, sino de muchos.
- Amor y oración: Mostró gran amor al orar por sus enemigos y transgresores.
- Exceso de poder natural: Lo narrado sobre él supera las capacidades naturales del entendimiento.
Estas características se aplican exclusivamente a Jesús de Nazaret.
Capítulo 28 – Resolviendo Dudas Sobre las Profecías
Es necesario aclarar algunas palabras de los profetas que, si no se entienden correctamente, dan a los judíos obstinados y necios la oportunidad de no admitir que Jesús era el Mesías, es decir, el verdadero Cristo.
Isaías menciona que en los últimos días, al final de la era de los profetas, del sacerdocio y del reino judío, se levantará "la montaña de la casa del Señor", que no debe interpretarse literalmente, sino como una metáfora de la supremacía espiritual de Jerusalén y los milagros realizados por Jesús allí. Además, dice que “todas las naciones fluirán hacia ella”, indicando la llegada de muchos de cada nación. La paz universal prometida no debe entenderse como una paz eterna, sino como una paz prolongada que comenzó con la época de Jesús. Las profecías de Isaías, que hablan de la paz y la armonía entre animales salvajes, se refieren alegóricamente a la paz espiritual alcanzada a través de Cristo, no a un cambio literal en el mundo natural.
Moisés en Deuteronomio, predice que Dios reunirá a los judíos dispersos, lo cual se cumplió con el retorno de los judíos del exilio babilónico. Esta profecía se refiere a una liberación espiritual y no a una recolección literal en un lugar físico por el Mesías.
Jeremías también habla de la salvación bajo el Mesías, pero no como un regreso a un reino terrenal antiguo. La verdadera salvación ofrecida por Cristo es la liberación del pecado y la vida eterna en el cielo. El “Judá” y “Israel” mencionados en sus profecías se refieren a la humanidad que sigue la verdadera adoración, no solo a un grupo étnico específico.
Zacarías predice que el Mesías construirá un templo al Señor, lo cual no debe entenderse como un templo físico, sino como la edificación espiritual del cuerpo de Cristo. Jeremías menciona que en los días del Mesías, Judá será salvada y Israel vivirá con seguridad. Esta salvación se refiere a la liberación espiritual y no al retorno a un reino terrenal.
Daniel habla de la visión del Hijo del Hombre viniendo en las nubes, lo que los judíos interpretan como un Mesías majestuoso, pero que en realidad se refiere al juicio final y al regreso glorioso de Cristo. La primera venida de Jesús fue humilde, pero la segunda será majestuosa.
David e Isaías prometen una simiente y un reino eterno para el Mesías, que no será temporal como el de Salomón, sino eterno, con un sacerdocio según el orden de Melquisedec. Este reino es espiritual y no físico.
Finalmente, Mohammad en el Corán confirma la visión cristiana del Mesías como el Verbo de Dios, enviado para ser la guía de todas las naciones en esta vida y en la próxima. Esto resalta la comprensión de que el reino de Cristo es espiritual y eterno, en contraste con las interpretaciones literales o terrenales de algunos profetas.
Capítulo 30 – Confirmación de nuestro material a partir de fuentes judías contra los judíos respecto a los libros sagrados