Marie de Gournay (1565–1645) fue una escritora, filósofa y editora francesa, reconocida como una de las primeras defensoras de la igualdad entre hombres y mujeres. Discípula adoptiva y heredera literaria de Michel de Montaigne, se encargó de la publicación póstuma de los Ensayos, asegurando su difusión y prestigio. En su propia obra, destacó por sus reflexiones sobre la educación, la justicia y la dignidad femenina, siendo pionera del feminismo moderno a través de textos como La igualdad entre hombres y mujeres y El agravio de las damas. Su vida, marcada por la independencia intelectual en un contexto adverso para las mujeres, la convierte en una figura fundamental del pensamiento humanista y de la historia de las letras francesas.
MARIE DE GOURNAY
Antecedentes
Linaje
La familia de Marie pertenecía a la pequeña nobleza provincial francesa, un estamento que gozaba de prestigio social pero que carecía de los privilegios económicos de la gran aristocracia. Esto explica que, aunque llevaban un título y tenían tierras, su posición era frágil y vulnerable frente a los cambios de fortuna.
El linaje paterno, los Le Jars, estaba vinculado a la nobleza menor con propiedades en torno a París. De su padre, Guillaume Le Jars, sabemos que mantuvo esa condición nobiliaria honorable, pero sin cargos destacados en la corte ni gran fortuna. Su muerte temprana dejó a la familia con una base patrimonial limitada.
El linaje materno, los de Hacqueville, también provenía de un origen noble modesto. Su madre, Jeanne de Hacqueville, decidió llevar a sus hijos a Gournay-sur-Aronde (en Picardía), donde estaban las raíces de su familia y donde podían asegurar un entorno más estable. De este lugar Marie adoptó su apellido literario: de Gournay.
Marie tuvo varios hermanos, aunque las fuentes no suelen profundizar en ellos. Se sabe que, al ser mujer y además la hija menor, su acceso a la educación formal fue más restringido que el de sus hermanos varones. Aun así, se distinguió desde joven por su carácter independiente y su vocación intelectual, que desarrolló de manera autodidacta.
Padres
De sus padres no se conservan demasiados detalles, pero sí algunos elementos que ayudan a comprender el entorno en el que creció Marie de Gournay.
Su padre, Guillaume Le Jars, pertenecía a la nobleza provincial, lo que le daba un cierto rango social sin llegar a ser parte de la gran aristocracia. No parece haber ocupado cargos relevantes en la corte o en la administración, y su patrimonio era más bien modesto. Su muerte, ocurrida cuando Marie era aún muy joven, significó no solo la orfandad temprana, sino también la pérdida de una figura protectora que podía haber asegurado mayor estabilidad económica y social a la familia.
Su madre, Jeanne de Hacqueville, provenía de una familia igualmente vinculada a la pequeña nobleza, y fue quien mantuvo unida a la familia tras enviudar. Todo indica que se trataba de una mujer de carácter fuerte, capaz de administrar las propiedades y de velar por la educación de sus hijos en un contexto en el que las mujeres tenían un margen limitado de acción. Gracias a ella, la familia se instaló en Gournay-sur-Aronde, lugar de origen materno, lo que le permitió a Marie adquirir el título “de Gournay” que conservaría como marca de identidad literaria.
La información sobre ellos es escasa en las fuentes, porque la notoriedad histórica se concentró en Marie misma; sin embargo, lo que se sabe muestra que provenía de un hogar noble, honroso pero sin gran riqueza, donde el temprano fallecimiento del padre y el rol protector de la madre fueron determinantes en su formación.
Infancia
La infancia de Marie de Gournay transcurrió principalmente en Gournay-sur-Aronde, la localidad de Picardía a la que su madre trasladó a la familia tras enviudar. Allí creció rodeada de un ambiente noble pero austero, sin los lujos de la alta aristocracia. La falta de abundancia económica y el peso de la orfandad paterna marcaron su niñez con un aire de disciplina y sobriedad.
Se dice que durante su juventud temprana, en esa casa de Gournay, convirtió la lectura en su principal refugio. Mientras sus hermanos varones estaban destinados a la vida social o militar, ella pasaba largas horas dedicada a los libros, con un fervor casi obsesivo.
Juventud
En su juventud temprana, ya instalada en Gournay-sur-Aronde, Marie de Gournay fue ampliando su formación autodidacta. Además del francés y el latín, se interesó por las traducciones de textos italianos y por la tradición moral y filosófica de la Antigüedad. Sin maestros formales, construyó su propio camino de estudio, motivada por la convicción de que la inteligencia femenina no era inferior a la masculina, idea que empezaba a germinar en ella desde esos años.
El momento decisivo llegó cuando, hacia finales de la adolescencia, cayó en sus manos un ejemplar de los Ensayos de Michel de Montaigne en 1583. Aquella lectura fue para ella una auténtica revelación: sintió que el autor expresaba con claridad y libertad lo que ella misma anhelaba pensar y decir. Impresionada por el estilo, la profundidad y el espíritu de Montaigne, lo llamó “padre espiritual” sin haberlo aún conocido.
En 1586, con apenas 21 años, Marie de Gournay tomó una decisión audaz para una mujer de su tiempo: dejó la casa familiar en Beauvaisis y se instaló sola en París. Ese traslado marcó un paso decisivo hacia su independencia intelectual, pues París le ofrecía acceso a círculos literarios, librerías y un ambiente cultural mucho más dinámico que el de la provincia.
Dos años más tarde, en 1588, después de haber leído con fervor los Ensayos (se dice que se desmayó de la emoción) con su primera lectura, Marie escribió una carta a Michel de Montaigne expresándole su “ardiente deseo” de conocerlo. Montaigne, que estaba en París para supervisar la impresión de una nueva edición de su obra, aceptó verla. El encuentro se produjo al día siguiente: Marie tenía 23 años y Montaigne 55.
Considerando el contexto, París era una ciudad vibrante, caótica y peligrosa a la vez. Francia estaba sumida en las Guerras de Religión entre católicos y protestantes, un conflicto que marcaba la vida política y social con tensiones constantes. Ese mismo año se celebraban los Estados Generales de Blois, y la ciudad estaba dominada por la Liga Católica, que se enfrentaba al rey Enrique III y, más tarde, a Enrique de Navarra (futuro Enrique IV). Era un ambiente de inseguridad política, con conspiraciones, violencia callejera y un clima de inestabilidad que afectaba incluso a la vida intelectual.
París, sin embargo, también era el centro editorial de Francia. Allí funcionaban las imprentas más importantes, y en ese año Montaigne se encontraba en la ciudad para supervisar la publicación de la tercera edición de sus Ensayos, la más extensa y madura. Los talleres tipográficos, las librerías y los círculos literarios bullían de actividad, a pesar del trasfondo bélico y religioso. Para alguien como Marie de Gournay, este París era al mismo tiempo un lugar de riesgo y una oportunidad: la capital ofrecía acceso a libros recién impresos, a debates, y a la posibilidad de entrar en contacto con escritores de renombre.
En ese escenario aparece Marie, joven provinciana de apenas 23 años, recién instalada en París desde 1586. Mientras la ciudad ardía en intrigas políticas y religiosas, ella se refugiaba en los libros y en su búsqueda de un maestro intelectual. En ese momento decisivo descubre la nueva edición de los Ensayos y siente que debe conocer a su autor. Así, en medio del tumulto de una ciudad desgarrada, ocurre el encuentro entre la joven autodidacta y el filósofo experimentado: un encuentro que parecería improbable, pero que fue posible gracias a la coincidencia histórica de Montaigne en París en ese preciso año.
Relación con Montaigne
Montaigne aceptó verla y el encuentro se produjo al día siguiente, en París. Ella tenía veintitrés años y él cincuenta y cinco. A pesar de la diferencia de edad y de experiencia, se estableció entre ambos una complicidad inmediata, fundada en el respeto intelectual y en la afinidad de espíritu. Montaigne quedó impresionado por la cultura autodidacta de la joven, y ella se sintió reconocida en un mundo que solía negar a las mujeres cualquier autoridad en las letras.
Desde ese momento, la relación adoptó un carácter que ambos definieron como filial y espiritual. Montaigne la llamó su fille d’alliance —hija de alianza—, fórmula que expresaba un lazo más fuerte que la simple amistad y distinto del parentesco biológico. Para Marie, Montaigne se convirtió en un padre intelectual, alguien que no solo legitimaba su vocación literaria, sino que también le ofrecía un modelo de libertad y de sinceridad filosófica. Esta relación fue para ella una fuente de orgullo y de impulso, pues significaba que su inteligencia encontraba eco en uno de los pensadores más reconocidos de su tiempo.
El vínculo no se limitó a aquel primer encuentro en París. Montaigne llegó a visitar el señorío de Gournay, donde compartió tiempo con Marie y conversaron largamente sobre literatura, filosofía y moral. Ella evocó esos momentos en su obra Le Promenoir de Monsieur de Montaigne, testimonio de la admiración y la intimidad intelectual que los unió. Más allá de lo personal, esa relación también fue un puente que conectó a Marie con los círculos intelectuales de la época, brindándole una legitimidad que le hubiera sido muy difícil alcanzar sola.
En discursos y textos posteriores, Montaigne (o quienes editan sus obras) la coloca en pie de igualdad con grandes hombres del mundo intelectual. Se afirma que “élevée au rang des plus grands hommes” es una distinción que le reconocen como una figura intelectual tan digna como aquellas celebradas en su tiempo.
Otras referencias elogiosas atribuidas a Montaigne indican que su afecto por ella era “más que paterno” (“plus que paternel”). Esa expresión sugiere que su cariño no era el mero apego convencional entre maestro e discípulo, sino algo más profundo e intenso, que reconocía en Gournay una interlocutora intelectual con quien compartía un vínculo único.
Muerte de Montaigne
Curiosamente, Gournay no se enteró de su deceso de inmediato: según la mayoría de las fuentes, transcurrieron unos tres meses antes de que Justus Lipsius le comunicara la noticia. En esa época, la viuda de Montaigne, Françoise de la Chassaigne, le hizo llegar a Marie uno de los ejemplares personales anotados de los Essais (denominado “Exemplar”), solicitándole que se encargara de su edición póstuma. Según algunas crónicas, después de la muerte de Montaigne, Marie de Gournay pasó quince meses en el castillo de Montaigne, en presencia de Françoise y de la hija del matrimonio, Léonor.
Tras la muerte de Montaigne en 1592, la relación adquirió un nuevo sentido: Marie asumió la misión de preservar y difundir su legado. Se convirtió en la editora de los Ensayos, cuidando con rigor la publicación de nuevas ediciones, corrigiendo errores y añadiendo notas que aseguraran la fidelidad al pensamiento del autor. Gracias a su dedicación, la obra de Montaigne alcanzó una difusión y una recepción que la consolidaron como uno de los pilares de la literatura francesa.
Pero su labor no fue limitada a esa primera edición. A lo largo de los años siguientes revisó y amplió nuevas ediciones de los Essais, corrigiendo errores de versiones anteriores, añadiendo notas explicativas, precisando las fuentes latinas que Montaigne citaba y mejorando las tablas de contenido. Además, su prefacio pasaba por varias versiones con mejoras y defensas más elaboradas del pensamiento montaigniano, en especial frente a críticas que pudieran surgir.
Durante esas décadas en París, Gournay también hizo esfuerzos por sostener su vida intelectual: escribió, tradujo autores clásicos (Cicerón, Virgilio, Tácito, Ovidio, entre otros) y se implicó en debates literarios y filosóficos de su tiempo.
La edición de 1598 parece incorporar pequeñas modificaciones respecto a la edición de 1595: correcciones de errores, ajustes tipográficos o de estilo, y posiblemente mejoras en la presentación del texto para hacerlo más fluido o legible. No se trata de una transformación radical, sino de una puesta al día de la edición original que ella preparó.
Uno de sus aportes más visibles es el prefacio que Gournay añadió en 1598. En el índice aparece como “Preface … (1598)”, lo que sugiere que ella reconsideró sus argumentos, su presentación de Montaigne y cómo exponer su defensa literaria para ese contexto editorial renovado. Comparar el prefacio de 1595 con el de 1598 puede mostrar cómo fueron refinándose sus ideas retóricas y su visión del papel de Montaigne y de ella como editora.
Aunque revisada, la edición de 1598 sigue en gran medida el texto que Marie estableció en 1595. Es decir, su edición de 1595 continúa siendo la base textual, y la de 1598 opera como una versión corregida, no como un replanteamiento radical del texto montaigniano.
Trabajo literario
En 1622 publicó uno de sus textos más famosos, Égalité des hommes et des femmes (“La igualdad entre los hombres y las mujeres”), defendiendo los derechos educativos y el valor intelectual femenino.
Además, Gournay logró entrar en los círculos cortesanos e intelectuales parisinos: trabajó para miembros de la corte —la reina Margarita, María de Médicis o incluso Luis XIII— y recibió una modesta pensión concedida por el cardenal Richelieu hacia mediados de su vida.
En 1634 publicó L’Ombre de la Demoiselle de Gournay, una colección de sus escritos existentes, y en 1641 ofreció una edición más ambiciosa de sus “Consejos u ofrendas” (Les Advis ou les Presens de la Demoiselle de Gournay) que excedía mil páginas.
Pensamiento
Uno de los ejes centrales de su pensamiento es la defensa de la igualdad moral e intelectual entre los sexos. En su Égalité des hommes et des femmes (1622) sostiene que los hombres y las mujeres tienen la misma naturaleza racional, porque han sido creados con la misma dignidad y honor divino. Para ella, las diferencias que se observan no son producto de la naturaleza (o la voluntad de Dios), sino más bien de las restricciones sociales: la educación desigual que se imparte a niñas y niños, los prejuicios establecidos y el silencio impuesto a las mujeres.
Marie rechaza la idea de que la inferioridad femenina tenga soporte en la biología. En uno de sus textos afirma que “estrictamente hablando, el ser humano no es ni masculino ni femenino”: los sexos distintos existen solo para la reproducción, pero el alma (y la inteligencia) es común a ambos. En Grief des dames denuncia que las mujeres han sido sistemáticamente privadas de acceso a la educación y al espacio público, lo que las ha excluido del ejercicio político e intelectual.
Otro aspecto clave de su pensamiento es el análisis de los mecanismos sociales e ideológicos que legitiman la opresión de género. Gournay argumenta que muchas injusticias hacia las mujeres no se sustentan en argumentos teológicos ni naturales, sino en convenciones literarias, prejuicios literarios, filosofías clásicas mal interpretadas y discursos misóginos. Ella busca desmontar esos discursos desde el interior, recurriendo a las mismas fuentes (autores clásicos, textos bíblicos, escritas por hombres) para mostrar cómo esas fuentes no prueban la inferioridad femenina si se leen con justicia.
Marie de Gournay también denuncia la calumnia, la difamación y el rumor como armas letales usadas contra mujeres que osan expresarse públicamente. En su visión moral, la pérdida de reputación es un quebranto profundo al honor, y muchas mujeres han sido silenciadas o injuriadas por lo mismo.
Para Gournay, la educación es clave para que las mujeres puedan ejercer su igualdad. Si se les diera la misma instrucción que a los hombres —en humanidades, literatura, filosofía— no habría razón para que no alcanzaran niveles equivalentes de competencia intelectual. En este sentido, rechaza la idea del matrimonio como destino inevitable: ella misma permaneció soltera para conservar libertad de acción intelectual, pues veía el matrimonio como una institución que podría sofocar la vocación literaria femenina.
Gournay no se limitó a teorizar: ejerció la escritura como oficio, tradujo obras clásicas, editó los Ensayos de Montaigne y participó en debates literarios de su tiempo, intentando que su voz como mujer fuese escuchada entre los intelectuales.
Su pensamiento también abarca reflexiones literarias y estéticas. En el ámbito del lenguaje critica el purismo extremo que pretende restringir la lengua a fórmulas rígidas: defiende el valor de la metáfora, la figura retórica y la invención literaria como medios legítimos para comunicar verdades profundas. En su rol de editora de Montaigne, trabajó en corregir errores, en cotejar las citas latinas y en enriquecer las ediciones con notas que orientaran al lector; esto muestra su filosofía del texto como algo vivo, que debe dialogar con el lector y facilitar la comprensión.
Marie de Gournay retoma la tradición humanista del estudio de las virtudes y los vicios, situando la honra (o reputación) como un valor moral muy elevado. En su visión, la calumnia es un vicio corrosivo que destruye la dignidad de la persona. Además, su crítica social no es meramente retórica: alude a la corrupción política, la hipocresía del clero y las injusticias de la corte como males que perjudican tanto a los individuos como al cuerpo social. .
Religión
Su pensamiento se inserta dentro de lo que algunos estudios denominan un humanismo católico: en sus obras ella combina referencias a autoridades clásicas (pensadores grecolatinos) con tratados de los Padres de la Iglesia y textos bíblicos, tratando de armonizar lo pagano y lo cristiano para sustentar sus argumentos éticos, morales y de igualdad de género.
Aunque vivió en tiempos de fuertes tensiones religiosas —las guerras de religión entre católicos y protestantes en Francia—, Gournay no se alineó con el protestantismo. Al contrario, fue conocida por su oposición al movimiento protestante en su contexto, lo cual refuerza su identidad como católica comprometida.
Además, en su obra Advis à quelques gens d’Église incursiona directamente en debates religiosos, lo que evidencia que su fe no era meramente decorativa, sino que participaba en la esfera pública del pensamiento teológico de su tiempo.
Podría pensarse akguna relación con respecto a los jesuítas, pues en el año 1610, tras el asesinato del rey Enrique IV, Marie de Gournay publicó una defensa de los padres jesuitas, que enfrentaban acusaciones de haber estado implicados en el asesinato o de tener responsabilidad moral en el acontecimiento. Esa defensa sugiere que ella tenía simpatías intelectuales hacia ellos o al menos voluntad de apoyarlos públicamente frente a críticas.
Muerte
En los años preliminares a su muerte, Marie de Gournay vivió una etapa de recogimiento y consolidación de su obra. Hacia la década de 1630 se dedicó a reunir y revisar sus escritos. En 1634 publicó L’Ombre de la Demoiselle de Gournay, un volumen que recopilaba buena parte de sus textos, y en 1641 dio a la imprenta su obra más ambiciosa, Les Advis ou les Présens de la Demoiselle de Gournay, una compilación de más de mil páginas que incluía ensayos, traducciones, reflexiones morales, críticas literarias y defensas de su figura frente a detractores. Estos últimos años muestran su voluntad de dejar un legado sólido y de reafirmarse como escritora reconocida, pese a las críticas y burlas que soportó durante décadas por su condición de mujer soltera e intelectual.
En lo personal, vivió con pocos recursos materiales, aunque con el respaldo de una pensión otorgada por Richelieu y con ciertos vínculos cortesanos que le dieron cierta estabilidad. Aun así, se mantenía rodeada de un círculo limitado de amistades fieles y de algunos discípulos que reconocían su labor. Su vida se caracterizó por la austeridad y la perseverancia: nunca abandonó la defensa de Montaigne ni su propia causa de igualdad entre los sexos, lo que la convirtió en una voz persistente dentro del humanismo francés.
Marie de Gournay murió en París, el 13 de julio de 1645, a la edad de 79 años. Fue sepultada en la iglesia de Saint-Eustache, en el corazón de la capital francesa. Su muerte pasó casi en silencio para sus contemporáneos, pues ya no tenía la notoriedad que había alcanzado décadas atrás. Sin embargo, su obra quedó como testimonio de una vida dedicada a las letras y a la defensa de la dignidad de las mujeres, consolidándola con el tiempo como una de las figuras precursoras del pensamiento feminista y una editora decisiva para la posteridad de Montaigne.
Conclusión
La vida y obra de Marie de Gournay reflejan la audacia de una mujer que, en un tiempo adverso para la voz femenina, supo hacerse un lugar en la república de las letras: discípula y editora de Montaigne, traductora de los clásicos, defensora incansable de la igualdad entre hombres y mujeres, y autora de ensayos morales y literarios que la sitúan como precursora del feminismo moderno. Su existencia, marcada por la independencia, la austeridad y la perseverancia, dejó como legado una obra vasta y una lección de dignidad intelectual que trasciende su siglo y la convierte en figura indispensable del humanismo europeo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario