jueves, 25 de septiembre de 2025

Marie de Gournay - La vida de la doncella de Gournay (1616)

El que tenemos aquí es un texto autobiográfico, quizás el primero realizado por Marie de Gournay. Solicitado por el rey Jacobo I, Marie de Gournay resuelve hablar sobre sí misma. Sin embargo, dicha petición que tenía por objeto enaltecerla en un conjunto de biografías de grandes personajes, se iba a transformar, en realidad, en un medio para ridiculizarla. Se dice que terminó este escrito en seis semanas, pero con un valor político y filosófico tremendo. Veamos a Marie de Gournay

LA VIDA DE LA DONCELLA DE GOURNAY

Dedicatoria al señor Thevenin

Marie de Gournay responde a acusaciones que circularon en París sobre un supuesto relato autobiográfico suyo, adornado con “ridículas vanidades” y falsamente atribuido a su autoría. Ella aclara que jamás redactó ni envió tal texto y denuncia que todo fue producto de una intriga en su contra. 

La narración pone en evidencia la vulnerabilidad de una mujer escritora en el siglo XVII. Gournay explica que dos hombres que le guardaban enemistad manipularon un escrito legítimo suyo, valiéndose de engaños para obtenerlo y falsificarlo. La propia autora señala la motivación detrás de este ataque: su carácter recto, que le impedía halagar o injuriar en contra de su conciencia. 

La mención a Montaigne es clave: el ardid consistió en pedirle su biografía y la de su “segundo padre”, lo que le otorgaba un doble valor al relato. La relación con Montaigne era un capital simbólico fuerte para Gournay, y sus adversarios buscaron explotar esa conexión con fines espurios. Aquí se percibe cómo la figura de Montaigne se convierte en un terreno de disputa, tanto para reforzar la autoridad de Gournay como para atacarla.

El texto también muestra una dimensión jurídica. Gournay relata que denunció la situación a la justicia, lo que forzó a los implicados a devolverle una copia y a suscribir con su firma la versión auténtica, desmintiendo la falsificación. 

Insiste en la gravedad del daño que una biografía falsificada podía causar a su reputación, particularmente dada su condición de mujer escritora en una sociedad donde el honor y la virtud femenina eran vigilados con especial severidad. Habla incluso de un “verdadero asesinato a la reputación”, expresión que subraya lo irreparable que sería para ella ser recordada bajo un retrato apócrifo cuando ya no pudiera defenderse en vida. El tema de la memoria póstuma se entrelaza aquí con la preocupación por el control de su legado literario.

Gournay explica que, como ya no era posible recuperar el primer texto entregado a sus enemigos, hubo de aceptar una solución intermedia: que los mismos falsificadores firmaran la copia auténtica que ella conservaba. Este recurso legal y simbólico funcionaba como un certificado de autenticidad, diseñado para disuadir dudas futuras sobre la veracidad de su relato. Al decidir añadir esta copia al final de su libro Les advis ou les presens de la demoiselle de Gournay (1641), la autora convierte su defensa personal en un gesto editorial: transforma una polémica privada en un acto público de legitimación.

Advierte que, una vez muerta, el riesgo de que circulen versiones falsas se incrementaría, por lo que deposita su confianza en dos figuras: por un lado, el propio Thevenin, destinatario de la carta, cuya prudencia y virtudes morales invoca; por otro, Jacques Le Pailleur, erudito y amigo de confianza, a quien lega sus papeles y manuscritos. De este modo, construye una red de guardianes de su memoria, conscientes de que el futuro de un escritor depende no solo de lo que escribió, sino de cómo se custodian y transmiten sus textos.

La carta, escrita para acompañar la publicación, tiene un tono solemne y casi testamentario. Más que un mero preámbulo, es una puesta en escena de sí misma como autora digna y consciente de su lugar en la historia, que no deja al azar la forma en que será recordada. La estrategia de insertar su versión “verdadera” en un libro impreso evidencia que comprendía bien el poder de la edición y la circulación textual como armas contra la difamación.

Copia de la vida de la doncella de Gournay

Marie nos cuenta de sí misma. Hija primogénita de Guillaume de Jars y Jeanne de Hacquevile. El apellido provenía del burgo de Jars. El burgo de Jars es una pequeña localidad francesa situada en la región de Centro-Valle de Loira, en el actual departamento de Cher, cercana a la ciudad de Sancerre. El término burgo (del francés bourg) designa históricamente a una villa o núcleo habitado con cierta importancia económica o administrativa, aunque no necesariamente una ciudad fortificada.

En el caso de Jars, se trataba de un asentamiento medieval ligado a la región vitivinícola de Sancerre, con familias nobles que poseían tierras y derechos locales. De hecho, el apellido “de Jars” o “de Iars” proviene de allí, y varias familias de baja y mediana nobleza. La familia fue perdiendo tierras, rentas o privilegios feudales que habían heredado de sus antepasados. Esto podía deberse a guerras, mala administración, ventas forzadas para pagar deudas o simplemente a la fragmentación de la herencia entre varios descendientes. Dejaron de ser una nobleza propiamente feudal o guerrera, es decir, ya no podían sostener el estilo de vida de señores rurales ni mantener su condición de hidalgos armados.

En lugar de vivir de sus tierras, se trasladaron a centros urbanos donde podían encontrar oficios, empleos administrativos o posiciones ligadas a la burocracia real o local.

Guillame de Jars fue nombrado tesorero del rey, responsable de la capitanía y el gobierno de algunas haciendas antiguamente. No era un cargo de primer rango en el aparato del Estado, pero sí indicaba confianza y acceso a la corte. Implicaba responsabilidades de manejo de rentas, sueldos y abastecimientos de la casa del monarca.

En varias zonas del norte de Francia, los ingleses habían edificado castillos, granjas fortificadas y haciendas que, una vez recuperadas por la Corona francesa, quedaban bajo la administración real. Guillaume de Jars se desempeñaba como gobernador o capitán responsable de esas propiedades, es decir, las gestionaba en nombre del rey.

Sus padres

El padre de Marie de Gournay, Guillaume de Jars, a pesar de provenir de una familia noble venida a menos, consiguió mantener una posición respetable gracias a los cargos que ocupó. Fue nombrado tesorero de la casa del Rey y administrador de haciendas que habían pertenecido a los ingleses durante la Guerra de los Cien Años, en lugares como Rémy, Moyenneville y Gournay. Aunque llegó a ejercer funciones de mayor importancia, estas fueron temporales o por encargo, lo que limitó la consolidación de su influencia. Sin embargo, su reputación de hombre honrado y prudente permitió que su familia viviera en un estado de relativa comodidad durante su vida.

La madre de Marie provenía también de un linaje noble, pero más próspero. Esa unión fortaleció los lazos de los de Jars con otras familias de buena posición, tanto francesas como extranjeras, todas católicas. Gracias a la dote de la madre y a los esfuerzos laborales del padre, el hogar de Marie pudo sostenerse con cierta holgura. Esta situación les permitió mantener una apariencia de estabilidad social, a pesar de que el patrimonio familiar había sufrido un declive progresivo.

La muerte del padre marcó un punto de quiebre. Si bien dejó a su esposa e hijos en una posición acomodada, los estragos de las guerras civiles y religiosas en Francia, sumados a otros infortunios, pronto redujeron considerablemente la prosperidad de la familia. La viuda tuvo que enfrentar sola el cuidado de seis hijos, de los cuales la mayoría falleció tempranamente, reflejo de la dureza de la época y de la fragilidad de la infancia en aquel tiempo.

Marie quedó huérfana de padre siendo niña, lo que agudizó su vulnerabilidad. Sin embargo, su madre la acompañó hasta que alcanzó los veinticinco años de edad, ejerciendo una influencia fundamental en su formación y en la protección de su vida. De ese modo, aunque rodeada de pérdidas y limitaciones económicas, Marie pudo desarrollarse en un entorno donde todavía persistían valores de nobleza, honor y cultura, que más adelante marcarían su destino como escritora y como “fille d’alliance” de Montaigne.

Estudios

Mientras permanecía bajo la tutela de su madre, Marie de Gournay emprendió un aprendizaje solitario y casi clandestino. Estudió las letras robando horas al descanso y a las labores domésticas, movida por una voluntad firme que contrastaba con la indiferencia de su madre hacia los estudios. Su interés la llevó incluso a aprender latín sin la ayuda de gramáticas ni de maestros: comparaba por sí misma los libros traducidos al francés con sus versiones originales en latín, descubriendo las correspondencias y entrenando su intelecto a través de la confrontación directa con los textos. Este método autodidacta, laborioso y exigente, marcó su formación y mostró desde temprano la fortaleza de su carácter.

La falta de apoyo materno se acentuó después de la muerte de su padre en Picardía. Bajo la autoridad de su madre, Marie fue llevada a Gournay, un lugar apartado de cualquier centro intelectual. Allí no tenía acceso a maestros ni a círculos de conversación culta, lo que la obligó a depender únicamente de su ingenio y constancia. A pesar de las condiciones adversas, cuando alguien le explicó los rudimentos de la gramática griega, Marie avanzó con rapidez en su aprendizaje. Sin embargo, con el tiempo abandonó ese esfuerzo, al comprender que dominar completamente la lengua le parecía una meta demasiado difícil y lejana.

En esos años tempranos, su vida estuvo marcada por grandes dificultades y penalidades materiales, que nunca dejaron de acompañarla. Pese a ello, su propósito en el estudio de las letras fue siempre claro: no buscaba erudición vana ni una acumulación de saber enciclopédico, sino orientarse a la filosofía moral y a su comprensión. Ese enfoque revela no solo la impronta humanista de su formación autodidacta, sino también el deseo de forjar en sí misma un criterio ético y reflexivo que le permitiera afrontar la adversidad y, más adelante, dialogar de igual a igual con pensadores como Montaigne.

Su encuentro con los Ensayos

Hacia los dieciocho o diecinueve años, Marie de Gournay descubrió por azar los Ensayos de Montaigne. En ese tiempo la obra aún no gozaba de gran reputación, pues era reciente y poco difundida, pero ella supo reconocer en sus páginas un valor excepcional. Ese discernimiento precoz resultaba extraordinario en una joven de su edad y en un siglo poco dado a producir —y menos aún a apreciar— frutos de tal originalidad. Desde el primer momento, los Ensayos la cautivaron al punto de despertar en ella un vivo deseo de conocer personalmente a su autor y de alcanzar su benevolencia, como si en ello se jugara la posibilidad de su mayor gloria y felicidad en la vida.

Pasaron dos o tres años desde aquella primera lectura cuando se dispuso a escribir a Montaigne. Fue entonces cuando recibió, para su enorme disgusto, la falsa noticia de su muerte. La joven sintió que con ello se segaban de raíz sus esperanzas de conversación y amistad con un espíritu que consideraba único, y experimentó una profunda sensación de vacío intelectual y afectivo. Sin embargo, poco después llegaron noticias contrarias: Montaigne seguía vivo y, además, se encontraba en París, ciudad donde Marie residía temporalmente junto a su madre.

Aprovechando la ocasión, le envió sus saludos y le expresó el aprecio que sentía tanto por su persona como por su libro. Montaigne, agradecido, acudió al día siguiente a visitarla. Allí nació una relación entrañable: él le brindó el afecto y la protección de un padre hacia una hija, y ella recibió aquel gesto con entusiasmo, reconociendo la profunda afinidad de sus almas. Para Marie, ese encuentro significó la realización de un anhelo íntimo que la acompañaba desde la primera lectura de los Ensayos: establecer una alianza intelectual y moral que, más allá de las diferencias de edad, costumbres e inclinaciones, uniera sus destinos en el terreno de la filosofía.

Durante ocho o nueve meses, Montaigne permaneció en París, tiempo en el que ambos cultivaron esa amistad generosa y filosófica. Fue un vínculo único, en el que la joven discípula halló no solo el modelo intelectual que había soñado, sino también un lazo afectivo que marcó su vida y obra de manera indeleble.

Cuando Montaigne regresó a Guyena, las guerras de la Liga Católica —que asolaban Francia en esos años— lo obligaron a permanecer en su tierra natal, en fidelidad y obediencia al rey. Fue allí donde, tras tres años, encontró la muerte. Para Marie de Gournay, aquella noticia significó un dolor incomparable: se apagaba no solo el amigo y maestro que había orientado su espíritu, sino también el vínculo más profundo y fecundo que había conocido hasta entonces.

Un año y medio después, la viuda de Montaigne y su hija única, recordando el estrecho lazo que el filósofo había cultivado con la joven, decidieron confiarle una tarea de inmenso valor: le enviaron los Ensayos, rogándole que asumiera la responsabilidad de su publicación. Para entonces, Marie ya había perdido también a su madre y vivía en París, próxima a algunos asuntos familiares y parientes. Recibir aquella encomienda fue tanto un honor como una prueba de confianza, pues la reconocía como la “hija adoptiva” espiritual de Montaigne y como la persona más apta para custodiar su legado.

La invitación se completó con una solicitud personal: que acudiera a visitarlas para compartir plenamente la amistad que el difunto había forjado con ella. Marie aceptó sin vacilar y pasó quince meses junto a la viuda y la hija de Montaigne, tiempo en que el afecto se consolidó en una relación casi familiar. Particularmente estrecho fue el lazo con la hija de Montaigne, quien llegó a quererla más que a una hermana, unida además por su naciente inclinación hacia las musas y la vida literaria.

Tras esa convivencia, la amistad se prolongó a través de la correspondencia epistolar. Marie se convirtió así no solo en heredera simbólica del pensamiento de Montaigne, sino también en parte de su círculo más íntimo, aceptada por su propia familia como depositaria del espíritu que había animado al filósofo. En adelante, la edición de los Ensayos marcaría un antes y un después en su vida, dándole un lugar propio en el mundo de las letras francesas.

Luego, tras el regreso de Montaigne a Guyena, la situación política de Francia se encontraba en pleno desorden por las guerras de la Liga Católica, que enfrentaban a católicos intransigentes con los partidarios del rey Enrique IV. Estos conflictos lo retuvieron en su tierra natal, donde permaneció al servicio de la Corona hasta su muerte, ocurrida tres años más tarde. La noticia sumió a Marie de Gournay en un dolor inmenso, pues perdía no solo a su maestro, sino también al amigo que había transformado su vida y abierto para ella el horizonte de la filosofía.

Un año y medio después, la viuda e hija de Montaigne recurrieron a Marie para confiarle el mayor tesoro que conservaban: los Ensayos. Por entonces, Gournay ya había quedado huérfana de madre y vivía en París, cerca de algunos parientes y de sus propios asuntos. Ellas le enviaron la obra con un ruego expreso: que se encargara de preparar una nueva publicación, convencidas de que Montaigne mismo la había señalado, en vida, como su continuadora intelectual. Además, la invitaron a visitarlas, deseando prolongar la amistad que el difunto había cultivado con ella.

Marie aceptó y permaneció con ellas durante quince meses. En ese tiempo, el vínculo se estrechó profundamente, sobre todo con la hija de Montaigne, que la llegó a querer más que a una hermana. Ambas compartían la inclinación hacia las letras y un naciente amor por las musas, lo que cimentó una relación afectiva e intelectual duradera. Tras aquella estancia, la amistad continuó a través de una abundante correspondencia epistolar.

De este modo, Marie de Gournay no solo heredó simbólicamente la voz de Montaigne, sino que también fue reconocida por su propia familia como la depositaria de su obra. Esa confianza se concretó en la edición de los Ensayos, que marcaría un punto decisivo en la difusión del pensamiento de Montaigne y en la proyección pública de la propia Gournay como escritora y mujer de letras.

En el cierre de su vida y de su obra, Marie de Gournay dejó un breve pero poderoso párrafo que funciona como testamento literario. Allí reivindicó su autoría y defendió con firmeza la integridad de su escritura frente a las insolencias de un siglo que, según ella, ofendía la honra de los autores día tras día. Este es el texto:

“Este libro me sobrevive, prohíbo a toda persona, sea quien sea, añadir en ningún caso, abreviar o cambiar nada, sean palabras o contenidos, bajo pena para quienes lo hicieran de ser tenidos por violadores de un sepulcro inocente a los ojos de la gente de honor. Y al mismo tiempo, suprimo todo aquello que haya podido escribir fuera de este libro, excepto el prólogo de los Ensayos en la forma en que lo hice imprimir en el año mil seiscientos treinta y cinco. Las insolencias, véanse los crímenes contra la honra, que en este impertinente siglo todos los días veo hacer en casos semejantes, me impulsan a lanzar esta advertencia.”



Así termina la vida de la doncella de Gournay, que sería la autobiografía de Maride Gournay. 


Conclusión

La Copia de la vida de la doncella de Gournay se erige como un testimonio singular de la lucha de Marie de Gournay por afirmar su voz en un siglo hostil a la presencia femenina en las letras. Lejos de ser una autobiografía ingenua, es un texto marcado por la vindicación y la defensa de su honor, donde la autora narra su origen, sus estudios autodidactas, su encuentro con Montaigne y la misión de custodiar los Ensayos. El escrito no solo muestra la fragilidad de una mujer escritora expuesta a intrigas y falsificaciones, sino también la firmeza de un espíritu que convirtió la adversidad en motivo de resistencia intelectual. Al clausurar su obra con una advertencia solemne contra cualquier alteración de sus palabras, Gournay convierte su autobiografía en un acto jurídico, moral y literario a la vez: un testamento de dignidad que asegura la autenticidad de su memoria y reclama un lugar legítimo en la historia de las letras francesas.

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