viernes, 9 de diciembre de 2016

San Agustín de Hipona - Soliloquios (Libro I: Dios y razón) (386)

Nos encontramos con un diálogo diferente. Ya no están los discípulos o amigos de Agustín, ni siquiera su madre. Este pareciera ser un diálogo interno entre el joven Agustín y su interlocutor llamado ''Razón''. Más que un diálogo a presentar como discutía con sus alumnos,  este pareciera ser un diálogo profundo consigo mismo para descubrir la verdad sobre Dios y los misterios que lo rodean. ¿Qué nos puede entregar la razón que a ratos está tan lejos de Dios? ¿Acaso Agustín querrá unir estos dos conceptos irreconciliables durante años? Veamos lo que nos depara el obispo de Hipona.

SOLILOQUIOS

LIBRO I: DIOS Y RAZÓN

Capítulo I: Plegaria a Dios

Como dijimos en la introducción, Agustín habla consigo mismo diciendo que hay una voz que escucha llamada ''Razón''. Esta le hace una pregunta trascendental que es: ''¿Será la memoria suficiente para mantener tus pensamientos?'' a lo que Agustín responde que no, la única forma para retenerlos sería escribirlos, pero no todos se puede escribir (pues requiere mucho tiempo libre).

La Razón le dice que de todas maneras tome apunte a lo que pueda y Agustín se pone a dar unas oraciones a Dios, estableciendo la importancia de la búsqueda sobre Dios lo cual significa que si buscamos es porque ya lo tenemos. 

Capítulo II: Lo que se ha de amar

Ahora que Agustín ha rezado y rogado a Dios, Razón le dice qué quisiera conocer y Agustín le pregunta a Dios, sin embargo, Agustín no sabe cómo hacerlo pues no conoce nada similar a Dios. 

Agustín admite que no conoce a Dios, pero que lo ama, así como también ama su alma que fue obra de Dios. Cuando Razón le pregunta si ama a sus amigos, Agustín responde que sí, pero especifica que ama el alma de sus amigos y no como animales.

Capítulo III: Conocimiento de Dios

Razón le pregunta si le gustaría conocer a Dios tanto como conoce a su amigo Alipio, pero San Agustín le responde que no, puesto que no conoce bien a su amigo Alipio. ¿Cómo? Alipio puede ser uno de los amigos más cercanos de Agustín y éste dice que ¿no lo conoce?

Lo que pasa es que Agustín sólo conoce a Alipio a través de los sentidos y no mucho a través del entendimiento. Dice que es muy difícil conocer a todos a través de esto, pues Agustín declara que tampoco se conoce a sí mismo (ni Alipio tampoco se conoce a sí mismo). Razón le pregunta si no sería cruel desconocer al amigo y este responde que no ni siquiera Alipio se conoce a sí mismo. 

Por lo tanto, si aún no puede conocer del todo a Alipio, mucho más costoso será conocer a Dios. 

Capítulo IV, V, VII y VIII : El deseo de conocer a Dios

Agustín nos dice que es muy complicado conocer a Dios y no existe instrumento equivalente con el cual se pueda medir y elaborar un juicio. 

Razón le dice a Agustín al menos un camino para llegar a Dios tiene que ser el de la esperanza o el de la fe. Si a un enfermo se le da un remedio el cual no cree indispensable o necesario, éste no lo tomará. Así, fe y esperanza son los conceptos apropiados para seguir el camino a la contemplación de Dios. 

Capítulo IX y X: Amor a las cosas

El temor a perder

La pregunta que da Razón es importantísima, ¿amas a alguna cosa fuera de tu alma y fuera de Dios? Agustín desearía responder negativamente a esta pregunta, pero nos dice ''no sé''. El obispo nos dice que mediante la experiencia se ha impresionado de cosas pasadas que antes no le llamaban la atención, pero que analizandolas más en detalle si le llaman la atención. 

Eso sí, Agustín confiesa que hay tres cosas que lo perturban siempre, es decir, que les tiene aversión. 


  • Miedo a perder a sus amigos
  • El dolor
  • La muerte


Si Agustín tiene miedo de perder a sus amigos, entonces el filósofo ama a sus amigos, ya que de lo contrario no tendría miedo de perderlos. Esto desencadenaría dos consecuencias; la primera, que Agustín es desdichado al no tener a sus amigos siempre; la segunda, es dichoso cuando están todos sus amigos alrededor suyo. 

Inmediatamente, Razón le dice a Agustín que es presa de los placeres del alma. Está condicionado por los placeres, puesto que la asistencia de sus amigos es crucial para que se encuentre feliz. 

Abstinencia a las cosas materiales

Agustín le confiesa a Razón que ha dejado de querer las riquezas, así como también ha dejado de buscar los honores. También se le pregunta si quisiera tener mujeres, pero Agustín dice que tampoco. Su abstinencia ha llegado a un punto tal que ya no le llaman la atención las mujeres hermosas. Finalmente, tampoco está adherido a los manjares, pues el obispo nos dice que los quiere en cuanto procuran la salud del cuerpo; es decir, los manjares necesarios. 

Capítulo XI: El uso de los bienes

Si bien Agustín demuestra una abstinencia admirable, para poder estar con sus amigos necesitará de una base básica de economía y para enseñar a todos su sabiduría tendrá que obtener honores. Quizás no sea necesario tener mujeres, pero sí serán necesarios los otros casos. Agustín responde afirmativamente a las preguntas señaladas por la razón. 

Sin embargo, Agustín añade que la economía y los honores no son deseables por sí mismos. Para alcanzar todos los objetivos nombrados por Razón, la economía y el honor serán tolerables y no deseables a la hora de alcanzar los objetivos más nobles.

Capítulo XII: Pasiones y deseos al sumo bien

Agustín declara a Razón que las pasiones y deseos que tiene siempre se los utilizará como un medio para obtener otras cosas; por ejemplo, la sabiduría o el conocimiento divino de Dios. Podemos ver que en este aspecto Agustín adhiere a los estoicos, pues estos también decían que el placer y el dolor son medios para alcanzar el supremo bien. 

El obispo de Hipona nos dice incluso que desprecia su vida en cuanto le impide alcanzar la sabiduría y ese conocimiento divino que quiere. Sólo desea la vida en cuanto le permite vivir para alcanzar cierto objetivo, pero no en sí misma. 

Capítulo XIII y XIV: Los medios para alcanzar la sabiduría

Nuevamente se dice que los ojos son los apropiados para poder ver las cosas interiores. Estos se utilizan pero para mirar al interior nuestro y así alcanzar la contemplación de Dios. 

Razón comienza a relatar una serie de sucesos con lo cual Agustín se ha sentido bien con los placeres. La caricia de las mujeres es una cosa irresistible para San Agustín al igual que los manjares que comía sin medida. Los sentidos nos atraen mucho y nos engañan al hacernos pensar que nos muestran la verdad; sobre todo, cuando el médico nos dice que corporalmente estamos bien. Ahí tendremos que confiar en nuestros sentidos y agradecerle al médico. 

Capítulo XV: Conocimiento del alma y confianza en Dios

Agustín se ve angustiado e incluso llora ante estos recuerdos que Razón le da. Sin embargo, antes de acabar el primer libro, Agustín le dice que antes quisiera saber entonces cómo llegar a Dios. Para conocer a Dios lo primero que se debe conocer es la verdad, pues ésta es el medio para encontrar a Dios. 

Primero que todo, Razón le pide a Agustín que distinga entre Verdad y Verdadero. A Agustín le parece que son cosas distintas, así como la castidad es diferente de lo casto. En efecto, lo más excelente es la verdad porque no hace lo verdadero a la verdad, sino todo lo contrario. En todo caso, lo que es verdadero, lo es a causa de la verdad. 

No obstante, Razón le pregunta, si un hombre deja de ser casto ¿se acabará castidad? Agustín responde que sí y a ésta respuesta, Razón le dice que entonces la verdad depende totalmente de lo verdadero. Agustín queda asombrado y muy intrigado ante tal argumentación. 

Razón le argumenta que nada hay verdadero sin que exista la verdad. La verdad resiste a todo, pero no se puede alcanzar con los sentidos, ciertamente, la verdad no está en ninguna parte a no ser que se vea con lo inteligible. 

Conclusión

Otra magnífica defensa a la subjetividad y a la verdad interior que subyace en todos los seres humanos. Todos estos argumentos lógicos hablan sobre la verdad de Dios en el hombre, y como éste se debe alejar de las cosas materiales, o por lo menos, no alejarse, pero sí usarlas como un medio y no como un fin (al igual como lo dicen los estoicos. En todo caso, estas ideas de San Agustín no son muy distintas de las planteadas por Cicerón sobre todo cuando se trata del desprecio por las cosas materiales. Quizás, esto sirva como una reafirmación de tales valores para luego integrarlos al cristianismo. 

jueves, 8 de diciembre de 2016

San Agustín de Hipona - El orden (Libro II: El concepto de orden) (386).

En el libro anterior vimos como el orden era aplicado a la providencia, y cómo ésta estaba directamente relacionada con el concepto de orden. Ahora restaría ver el concepto de orden en sí y cómo se aplica en la realidad sensible de nuestro mundo. Sé que algunas preguntas quedaron pendientes del libro anterior y quizás sea hora de resolverlas en este libro hecho por el doctor de la gracia. Sigamos con el pensamiento de este intelectual cristiano del Imperio romano.

Definiciones:

(1) Estulticia: estupidez
(2) Hemistiquio: es la mitad de un verso de un tiempo separado por un silencio; por ejemplo, las derrotas tuyas y las glorias mías.  
(3) Cesura: el silencio que se produce entre dos Hemistiquios.
EL ORDEN

LIBRO I: EL CONCEPTO DE ORDEN


Capítulo I: Exposición del orden

En este capítulo se sigue la afirmación que Licencio había dicho la vez anterior: que Dios era el mismo orden. Recordemos que Agustín los había regañado por tener tal concepto de Dios y ahora el obispo quiere explicar porqué se había molestado. Por supuesto, en toda esta conversación estará presente la madre de San Agustín

Licencio insiste en la concepción de que Dios es el orden en sí mismo y que da orden tanto a las cosas buenas como a las cosas malas. Agustín no parece muy complacido por esta definición.

El orden de las cosas

Agustín continúa la discusión preguntándole a Licencio si las cosas que administra Dios son móviles, y Licencio responde que sí, además, agrega que las cosas inmóviles son las que pertenecen a Dios. Todo lo que está en Dios no se mueve, mientras que todo lo que está fuera de Dios es mutable. 

Las consecuencias de este pensamiento trae a pensar que Dios no está en todas las cosas y por lo tanto, hay cosas que no estarían en el alcance de Dios. Agustín no encuentra viable este parecer porque nada está fuera del alcance de Dios. Si decimos que todo lo mutable no está con Dios , pues entonces Dios no está ahí. 

Capítulo II: ¿Qué significa estar con Dios?

Como a Agustín no le gustó la definición dicha por Licencio, el obispo le ofrece otra definición más exacta. 


''Está con Dios todo lo que entiende a Dios''

Licencio no está del todo de acuerdo con Agustín, pues el sabio es alguien que muta siempre, es alguien que va de acá para allá. Además, el sabio conoce múltiples cosas  y no podemos decir que todas esas cosas que conoce están con Dios. 

En efecto, las cosas sensibles que conoce el sabio no están con Dios, al contrario de las cosas mentales que sí están con Dios; esta sería la única forma de entender a Dios. 

Por otro lado, Trigecio quiso intervenir para agregar que el hombre no tiene percepciones sensibles, sino más bien percepciones inteligibles. Por lo tanto, para Trigecio, la única forma de comprender las cosas es usando la percepción inteligible y no la sensible. 

Agustín acepta esta definición diciendo que el sabio, si bien no necesita muchas cosas, la memoria, la virtud y las demás buenas acciones las necesitará para promoverlas a sus seres queridos y a las personas en general. 

Capítulo III: La ignorancia está con Dios

Un nuevo integrante se suma a la conversación y éste es Alipio quien había prometido hablar sobre el asunto. 

Si el sabio es la persona que entiende a Dios y el sabio entiende la estulticia(1), entonces la ignorancia está con Dios, pues puede llegar a ser entendida. Recordemos que todas las cosas inteligibles que conoce el sabio están con Dios. Alipio no está del todo de acuerdo con este silogismo, y nos dice que el sabio, al estar lejos de la sabiduría (porque ya es sabio), no estaríamos poniendo la ignorancia en Dios. 

Agustín responde a esto inmediatamente, pues el acto de conocer la ignorancia no es un proceso inteligible. Debo ser sabio para saber lo que es la ignorancia porque, cualquier hombre que pueda explicar la ignorancia lo hace porque sabe lo que es. Por lo tanto, el sabio sabe de la ignorancia y Dios está ahí también. 

Trigecio no está en absoluto de acuerdo con esta afirmación diciendo que es justamente la ignorancia lo que hace que el sabio no pueda conocer. Por lo tanto, el hombre cuando es sabio ya no tiene ni comprende la ignorancia. 

Capítulo IV: El mal se hace con orden

La discusión del libro precedente había quedado con la opinión de San Agustín de decir que todo se hace con orden, pues sería ridículo que  el desorden fuera hecho con desorden. Por lo tanto, el ignorante hará sus cosas dentro del orden que corresponde hacer sus cosas. 

Pensemos de la siguiente manera. Todo está sometido a las leyes de la naturaleza o a las leyes humanas. Todas estas leyes están creadas con orden y por lo tanto, incluso el mal para ser mal debe cumplir con ciertas reglas como por ejemplo, ser contrario al bien.

Capítulo V y VI: El orden y el sabio

A pesar de todas las cosas malas que ocurren en el mundo, todas ellas se han hecho con orden y la providencia lo sabe. Sin embargo, en el caso del sabio, este está en el mundo sensible y está amarrado al cuerpo. 

Licencio nos dice una argumentación muy plotiniana, pues nos dice que el alma no está en el cuerpo para que éste (el cuerpo) maneje al alma. No obstante, Agustín le dice que tampoco cree que el caballo está en el jinete de modo que el caballo mande al jinete, pero si el jinete quiere moverse se va a tener que mover con el animal (en el entendido que el jinete sea el alma y el caballo el cuerpo. Al final, Licencio nos dice que en todo caso, el jinete está inmóvil mientras el caballo se mueve, es decir, el alma queda inmóvil mientras que el cuerpo se mueve. 

El movimiento del sabio y el orden

Agustín y Licencio empiezan a discutir sobre esto conviniendo en la argumentación dada anteriormente. El sabio puede moverse mientras su alma está en paz, ahora, si su alma no está en un momento, ¿significa eso que su cuerpo está muerto? Evidentemente, no. El sabio puede estar presencialmente con el cuerpo, pero puede estar ausente de mente. Su cuerpo no se transforma en cadaver porque Dios no lo permite al estar presente en todas partes. 


Capítulo VII y VIII: Antes del mal había orden

¿Habrá siempre existido el mal? esta es la discusión que surgirá ahora entre ellos. Esta pregunta va unida con la siguiente ¿habrá dejado Dios de ser justo? Licencio responde que obviamente no, por lo tanto, el bien y el mal siempre debieron haber existido, puesto que si no hay mal no habría porqué existir justicia. 

Por lo tanto, si Dios siempre fue justo, entonces el mal es y ha sido eterno, si lo negáramos tendríamos que decir que Dios no es eterno. Pero esto representa otro problema, pues si el mal es eterno y Dios también, entonces los dos nacieron al mismo tiempo, lo cual es ridículo. En ese caso, el mal debió existir después del orden de Dios, porque si el mal es orden, para ser mal debe haber existido primeramente orden. Licencio y Santa Mónica adhieren a esta postura sin añadir ningún comentario. 

El orígen del mal no se dio por Dios, pero sí se dio por un orden divino ¿Por qué? es muy fácil. Pensemos en la conjura de Catilina que descubrió Cicerón ¿Acaso podría haberla descubierto sin orden? Por supuesto que no, por eso, el orden existió antes del mal, porque el mal se debe descubrir. 



Capítulo IX y X: Autoridad y razón

El tema cambia a cómo encontrar el conocimiento. Agustín nos dice que son dos: Autoridad y razón. Entre los dos, la razón es mucho más privilegiada que la autoridad, puesto que la autoridad sólo afina el camino para la razón y también precede a este última. 

Esto es muy simple pues todos los incautos pasan a ser cautos mientras se les da autoridad. Los ignorantes pasan a ser sabios, primeramente cuando tienen autoridad y luego puede ver la razón. 

Existen dos tipos de autoridad en este mundo:

  • Divina: la perfecta autoridad manejada por Dios donde ningún hombre podrá perderse. 
  • Humana: la imperfecta autoridad de los humanos que la mayor parte del tiempo es confusa. 

Viendo estas dos posibilidades, obviamente será mejor elegir la autoridad divina frente a la humana. 

Capítulo XI: ¿Qué es la razón?

Una pregunta que era la continuación de los dos capítulos precedentes. Agustín distingue dos conceptos:

Racional: lo que se puede usar con razón
Razonable: lo que está dicho conforme a la razón

La razón procede del alma racional para comunicar cosas razonables. Esta sería la diferencia entre Racional y Razonable.

¿Tendrán los sentidos algo de razón? Agustín nos dice que existen unos que sí y otros que no. Veámoslo ahora mismo:

Vista: imprescindible para poder captar la razón, pues siempre se dice que una cosa (sobre todo cuando aparenta) ''se ve razonable'' o ''es razonable''. Así vemos que la razón siendo sensible, igualmente comparte algo de razón.

Audición: otro sentido imprescindible para conocer la verdad y la razón. Todos decimos que alguna cosa ''nos suena'' razonable o derechamente que lo que dijo alguien ''es razonable''. Por lo tanto, la audición también comparte algo de razón. 

Gusto: no podemos decir que algo nos ''sabe razonablemente'', aunque si podemos decir que un plato está razonablemente dulce. Sin embargo, esto no sería razón propiamente tal, sino más bien una cuestión de gustos. 

Tacto: más difícil es decir que el tacto tenga algo de razón, pues no decimos ''la textura es razonable'', a menos que se haga con propósitos de construir algo. Al igual que el gusto, en el tacto no es posible encontrar razón. 

Olfato: Lo mismo que el tacto y el gusto. No puede haber razón al decir ''me huele razonable'' pues el olfato no tiene propiedades para percibir la razón. 

Podemos preguntarnos ¿y por qué se tiene que determinar por medio de lo que se dice (en el caso de decir ''se ve razonable'' o ''se escucha razonable''? Porque la declaración de lo razonable se tiene que ver a través de algún sentido. Como los tres últimos no perciben razones: la visión y la audición serán los sentidos más cercanos a la razón. 

Capítulo XII y XIII: La razón prima por sobre todo 

Podemos notar la obra de la razón por medio de tres cosas:

  1. Las obras realizadas con un fin: lo que nos dice que se hagan las cosas con mesura y que no se desvíe del fin contemplado. Se relaciona con la cultura que el hombre tenga.
  2. El lenguaje: dart testimonio de la verdad a los demás. Se relaciona con las artes (la oratoria, la retórica, etc.)
  3. El deleite: contemplación final de la propia obra. También se relaciona con el arte. 

Así es como se hacen todas las artes existentes en este mundo y no sólo eso, así se han construído la mayoría de los razonamientos incluyendo la dialéctica y la oratoria. 

Capítulo XIV: Música y poesía

La razón, al ver que podía hacer más inventó las palabras y la armonía de aquellas. De aquí que nacieran cosas como la gramática, la retórica y la dialéctica. De aquí que la razón se sirviera de la audición para conformar y diferenciar los distintos sonidos que surgen de los seres vivos:

Animal: el sonido que viene de todos los animales. 
Viento: que se puede producir con las flautas.
Percusión: que se puede producir con los golpes.

Obviamente, el hombre se dio cuenta que no era suficiente solamente guiarse por los sonidos, sino que también buscó como ordenarlos y armonizarlos. Así, el hombre buscó ayuda en la escritura agregando acentos y silencios para crear dicha armonía; de aquí que surgiera el hemistiquio(2) la cesura(3). Luego se creó el verso completo junto con el ritmo y ambos formarían lo que conocemos hoy como música. 

Capítulo XV: Geometría y astronomía

El hombre, al verse deleitado por las cosas de las matemáticas, decidió ver si estas se podían aplicar a la naturaleza y a los planetas que lo rodeaban. Así, éste descubrió que todo podía extrapolarse; por ejemplo, las figuras geométricas a la naturaleza de lso planetas. De esta manera nació lo que hoy llamamos como astronomía

Capítulo XVI y XVII: Los ignorantes no deben dedicarse a problemas arduos

Como es de esperar, la enseñanza que se les debe hacer a los que recién están aprendiendo un arte, debe ser lenta y progresiva. Los ignorantes no puede aprender un idioma o a tocar un instrumento de manera rápida y difícil, sino que debe ser de manera gradual para que con el tiempo se perfeccione. 

Capítulo XVIII: El alma y la unidad

Lo único que necesita el hombre para conocerse a sí mismo es alcanzar la unidad. De hecho, nada es concebible sin la unidad; todas las cosas son unidas y son posibles gracias a la unidad. Nosotros mismos necesitamos unidad para ser seres humanos así como también las cosas necesitan unidad. Los grupos de personas necesitan unidad para llamarse ''pueblo'' o ''tribu''. 

Capítulo XIX: Superioridad del hombre

Los seres humanos construyen casas y es así que los seres humanos valen más que las casas porque son ellos quienes la construyen. Más no sólo por construirla es superior, sino que es superior porque conoce las proporciones de una casa. Sin embargo, los pájaros también construyen nidos, así como los hombres construyen casas ¿son habilidades comparables? la verdad es que no, puesto que los pájaros no conocen las proporciones de un nido, ellos sólo se dejan guiar por los impulsos de la naturaleza. así, el hombre es superior al pájaro porque conoce las proporciones. 

¿Hay algo que pueda ser inmortal? aparte del alma, la razón también es inmortal, pues 1+1 siempre será 2 pase lo que pase. Este mundo se puede acabar y destruir, pero la razón de 1+1 siempre va a ser 2. Por lo tanto , ¿qué será mejor? ¿guiarse por lo inmortal o por lo que perece? Siempre será mejor estar con las cosas inmortales pues estas estarán con nosotros siempre. 

Capítulo XX: Epílogo y exhortación a la vida honesta

Finalmente todos le quedan muy agradecidos a Agustín al resolver el problema del orden y Dios. San Agustín nos dice que a Dios no se le debe pedir riquezas o bienes, sino más bien cosas que nos hagan mejores cada día como personas. 

Conclusión

¿Qué más podemos decir que quedar totalmente agradecidos, al igual que lo estuvieron sus alumnos? De verdad fue un tema interesante el orden visto desde la perspectiva agustiniana. Quizás hubiera sido bueno ver en detalle lo que significa el desorden, pues al tener el orden la hegemonía de todas las cosas, falta que se nos relate y explique de manera precisa qué es el desorden. De cualquier manera, da que pensar el concepto de orden frente a una sociedad tan desordenada, pero esperen, el desorden también cabe dentro del orden...

martes, 6 de diciembre de 2016

San Agustín de Hipona - El orden (Libro I: La providencia) (386)

Ya lo había dicho Plotino. El bien es la correcta medida de las cosas pues es el mal el que no tiene forma y por esa razón es infinito y desmedido, por eso también se encuentra en los extremos según la lógica aristotélica. Es de esperar que el dios de San Agustín sea el sumo bien y por lo tanto el que marque el orden establecido en la naturaleza y en la humanidad. Ya algunos filósofos habían hablado de la providencia, pero ninguno lo había hecho en pos de la autoridad cristiana, ya que ésta autoridad aún no hacía peso en el gran Imperio Romano. 

EL ORDEN

LIBRO I: LA PROVIDENCIA


Dialogantes:

  • San Agustín
  • Trigecio
  • Licencio
  • Alipio
  • Navigio
  • Santa Mónica

Capítulo I: Todo lo dirige la divina providencia

Cuando pensamos en la providencia nos surgen muchas preguntas, como por ejemplo, si existe la providencia ¿cómo es que existe el mal? Entre los más escépticos pareciera existir dos opciones:


  • La providencia existe e ignora los hechos humanos
  • La providencia existe y es la artífice de los males

Para Agustín, el último parecer es uno de los más graves de pensar porque no podemos decir que Dios, que es principio del bien, pueda tener alguna similitud con el mal. 

Capítulo II: Dedicación a Cenobio

San Agustín recomienda a Cenobio que siempre esté al lado de las cosas interiores de los seres humanos, es decir, al lado del alma. Sólo en el interior podemos tener la verdad, pues es ahí donde está Dios. 

Nada se hace con desorden y sin medida a menos que la providencia no esté, pues como dijimos en el libro anterior, la providencia es la perfecta medida. 

Capítulo III: La disputa

La primera disputa del día comienza cuando San Agustín se pregunta si es posible que algo pase fuera del orden. Ciertamente, es difícil discernir si las cosas pasan dentro de un orden o fuera de él. En la vida cotidiana siempre pasa que algunas cosas nos parecen dentro de un orden y realmente nos impresionan mucho, aquellas cosas que pasan fuera del orden. 

San Agustín dice que esto que pasa ''fuera'' del orden son sólamente cosas aparentes, no es verdad que algo pase fuera del orden, pues la providencia lo hizo todo con la medida correcta. 

Capítulo IV: Nada se toma por cierto sin razón

Uno de los dialogantes como lo era Trigecio asentía con las argumentaciones de Agustín, aunque declaró también que tenía sus dudas. 

Los dialogantes estaban en una especie de jardín discutiendo el tema, cuando San Agustín ve como corre el agua por unos acueductos de madera. Si el agua que corre es utilizada justamente para el uso del ser humano, entonces diremos que esto ocurre con orden porque de otra manera no podríamos usarlo. Sin embargo, ¿qué ocurre con las hojas que caen de un árbol? ¿hay orden en esa caída o en el trayecto de la hoja?

Licencio se pregunta si en verdad la naturaleza basa todo por casualidad, y los árboles están donde están producto del azar, o si en realidad la naturaleza tiene un orden para todo lo que crea. 

Capítulo V y VI: Dios y el orden

Todo se hace con un orden en la opinión de San Agustín. Es así como darnos cuenta de cómo caen las hojas, cómo fluye el agua en los acueductos, todo eso cae en un orden porque podemos pensar en ese orden. Si no tuviéramos razón no podríamos ver ni pensar en aquellos fenómenos. Para percibir estos fenómenos nuestra mente tiene que estar en orden, y para que ellos pasen también debe existir cierto orden. 

Si iniciamos una búsqueda de la verdad nos daremos cuenta que todas las cosas tienen un orden, pues la misma probabilidad de que pase tiene un orden. Sin embargo, aquí podríamos pensar que el desorden no existe, puesto que todo estaría dominado por el orden. 

Capítulo VII: El mal pertenece al orden

Trigecio dice que si es así, Dios quiere el mal porque el orden tendría que estar dentro de él, en el supuesto de que el orden es la totalidad de las cosas. Por lo tanto, bien se puede decir que de Dios provienen los males, que además quiere aquellos males. 

Licencio irrumpe en la conversación diciendo que el mal ciertamente está dentro del orden, pero tiene un orden distinto al que Dios ama. Dios no quiere el mal, pero no se puede decir que el mal no tiene orden porque de lo contrario, no existiría el mal en este mundo lo cual no es correcto. Es sólo que es un orden distinto y alejado del orden que quiere Dios.

Además, añade Licencio, Dios le da a todos según sus méritos y bondades. A los buenos les dará beneficios y a los malos perjuicios, puesto que ese sería un buen concepto de justicia. La distribución de la justicia hecha en este sentido corresponde un orden. 

Capítulo VIII: Artes liberales

Licencio era un adherente a las ideologías del academicismo, pero ahora, tras el argumento que construyó anteriormente vemos que está totalmente convertido en agustiniano. 

Licencio dice que a medida que se ha vuelto cristiano ha dejado las artes liberales tales como la poesía (que por cierto era un buen poeta). pero San Agustín le dice que no las deje, pues son estas las que nos llevan a abrazar con más ahínco la verdad y todas las creaciones de Dios. 

Capítulo IX y X: El orden nos lleva a Dios

Sigue Licencio con el argumento del orden (aunque de manera ciertamente arbitraria por San Agustín), diciendo que Dios es el mismo orden. Esto se debe al concepto de la Santísima Trinidad que entendían los católicos en ese tiempo. Esto se estableció en el concilio de Constantinopla autorizado por Teodosio I

Si Jesús era orden porque tenía razón, entonces Dios al ser Jesús y Jesús al ser Dios tendremos que la razón es Dios mismo. 

Capítulo XI: La madre de San Agustín: Santa Mónica

Agustín había reprendido gravemente a Licencio y a Trigecio por la discusión que estaban sosteniendo, diciendo que aún en ellos tenían el pecado y la ignorancia. Luego, en la escena de la discusión entra la distinguida Santa Mónica: la madre de San Agustín.

Santa Mónica queda un tanto sorprendida por jugar un papel en estos escritos, pues muchos filósofos soberbios dicen que las mujeres no deben acercarse a la filosofía. San Agustín reprueba esto y dice que las mujeres si pueden llegar al conocimiento, y su madre es un ejemplo de ello. Es más, Agustín admite que su madre ha llegado aún más lejos, al señalar que el amor que tiene su madre a la filosofía es mucho más profundo que el que tiene a su hijo. 

La conversación termina cuando Santa Mónica le dice a Agustín que jamás había oído decir tamañas mentiras; esto quizás en respuesta a decir que Santa Mónica si amaba más a San Agustín que a la filosofía. 

Conclusión

Interesante discusión sobre el orden donde Dios está y que nada puede concebirse sin él. Me llama la atención porque en la segunda guerra mundial se discutía si el holocausto nazi era un hecho humano o de otra naturaleza, y la verdad es que fue un hecho totalmente humano. Para hacer la tortura se debe tener razón, ciencia y reflexión independiente de que esta sea buena o mala. En ese sentido, la razón puede estar tanto al servicio del bien como del mal. Veamos qué otras cosas nos tiene San Agustín en el siguiente libro sobre el orden, quizás ahí veremos que dirá San Agustín a la reprimenda de Licencio y de Trigecio. 

lunes, 5 de diciembre de 2016

San Agustín de Hipona - Sobre la vida feliz (386)

No podía faltar en un cristiano el consejo de cómo llevar una buena vida en este mundo, para luego obtener el descanso eterno. Bueno, en realidad no es una cosa sólo de Cristianos, pues los filósofos más extraordinarios también hablaron de cómo llevar una buena vida, sin necesariamente recurrir a Dios. No hemos visto nada de cómo el cristianismo nos puede dar una buena vida en este blog, por lo que podríamos decir que es una nueva forma de ver la filosofía de vida. Veamos que nos tiene deparado el Doctor de la gracia en los siguientes apuntes de filosofía. 

SOBRE LA VIDA FELIZ


Capítulo I: Exhortación a la filosofía cristiana

Este es un libro dedicado a alguien llamado Teodoro (seguramente su discípulo), a quien Agustín exhorta y pide por favor guiarse por el rumbo de la filosofía. 

Primero le explica que hay tres clases de hombres que se acogen a la filosofía:

Primer hombre: los primeros son aquellos que apenas llegan a la edad apropiada de la lucidez, comienzan a integrarse a la filosofía por medio del estudio común de todos los ciudadanos, no necesitan mucho esfuerzo para captar la filosofía. 

Segundo hombre: los que se dejan llevar por la ''buena bonanza'' y creen que no necesitan nada más que su fortuna. Suele ser difícil despertar a estos a que sigan las lecturas de los grandes filósofos. 

Tercer hombre: este es uno que está en medio de los dos, por ejemplo, un adolescente que está perdido y no sabe si guiarse por el placer o la sabiduría. 

Estos hombres son llevados por distintas razones al estudio de la filosofía. Cada uno tendrá su modo de verla y sentirse atraído, pero lo mejor es que se vean así atraídos. 

El mismo Agustín fue uno de los primeros hombres, ya que en su lectura del Hortensio de Cicerón pudo conocer lo increíble que era la filosofía. Eso sí, Agustín reconoce que tuvo muchas dificultades para llegar a la verdad, pero las ganas y el ánimo de encontrarla a través de la filosofía siempre siguió. 

Finalmente, Agustín le dice a Teodoro que siga el camino de la filosofía si quiere conseguir la verdad, pues nadie quiere saber lo falso, sino lo verdadero. 


Capítulo II: El alma y la felicidad


En este capítulo encontramos a un nuevo personaje llamado Navigio quien es nada más ni nada menos que el hermano de Agustín

El alimento del cuerpo y del alma

Para empezar esta discusión, Agustín les pregunta si todo ser humano está hecho de cuerpo y alma, a lo que todos responden afirmativamente excepto Navigio, quien no cree que exista algo más allá del cuerpo. Para despejar las dudas de éste, Agustín pregunta si el alimento está relacionado con la parte del cuerpo que nos hace crecer. Se responde afirmativamente a esta cuestión, pues siempre vemos que el cuerpo crece y decrece con la ingesta del alimento. 

La gran pregunta está en pensar si el alma es la que tiene algún tipo de alimento. Uno de los discípulos responde que por un lado, el alma se alimenta de la ciencia, mientras que un conocido Trigecio nos dice que también se nutre de la imaginación y el pensamiento. 

Más que estas dos posturas que son bastante probables, Agustín nos da el punto de partida contrario diciendo que cuando el alma no se alimenta, esta se pone viciosa y crea hombres sin beneficio. Es decir, la maldad crece en ellos al no tener el alimento que necesita su alma. Entonces ¿Cuál es el alimento del alma? su alimento indudablemente es la virtud. 

La felicidad en el hombre

El siguiente tema es la felicidad del hombre en cuanto al deseo ¿Es feliz el hombre si tiene todo lo que desea? probablemente no, pues dar rienda suelta a los deseos puede acabar en un desastre. Sin embargo, un hombre que no tiene ninguna cosa, tampoco podríamos decir que es feliz. ¿Quién podrá ser feliz entonces? 

Seguramente, el hombre feliz será aquel que posea cosas imperecederas en vez de cosas perecederas. Ahora, el único que es imperecedero es Dios y por lo tanto, quien tenga a Dios en su interior podrá ser el hombre más feliz del mundo. 

Capítulo III: La castidad como cercanía a Dios

Este capítulo se hizo al día siguiente del libro anterior y comienza con una pregunta sobre el tema anterior ¿Quién tiene a Dios en su interior? Agustín responde que lo tendrá quien siga sus órdenes y tenga un corazón puro. 

El espíritu impuro se inicia en cada uno de nosotros de dos maneras; cuando el alma está comenzando a ser invadida por el frenesí y el furor (los sacerdotes tienen que exorcizar) y cuando ya está invadida de vicios y errores. Es muy difícil tratar de evitar esto y por esta razón, la castidad será la solución para no tener el espíritu impuro.

Dicha y aprobación 

Ahora, podemos preguntarnos ¿qué pasará con aquellos que buscan a Dios y que por lo tanto no lo tienen? Agustín asegura que no es que no lo tengan, pero están sin él. En todo caso, los que buscan a Dios serían propicios a él, pero no serían dichosos. En cambio, quien sí lo encontró es dichoso.

Tenemos tres clases de hombres según la dicha

Quien tiene a Dios: propicio y dichoso a Dios
Quien busca a Dios: no es dichoso, pero es propicio a Dios
Quien no busca ni tieneno es dichoso ni propicio a Dios

Con todo esto falta sólo una cosa por resolver y esa es si un hombre puede ser feliz teniendo a Dios, pero viviendo en la miseria. 


Capítulo IV: La miseria y el sabio

¿Será el miserable feliz? Lo que afirma Agustín es que el hombre que no tiene necesidad es feliz, mientras que el que tiene necesidades no lo es. 

Miserabilidad 

Un ejemplo de hombre dichoso y sin necesidades era Marco Tulio Cicerón quien lo tuvo todo en la vida, pero nunca necesitó o quiso más de lo que tuvo. Licencio estuvo de acuerdo parcialmente porque podría pensarse que Cicerón, al ser un hombre muy inteligente, sabía que sus bienes eran caducos. Agustín le responde inmediatamente que fue la misma ciencia lo que hizo que Cicerón, en este sentido, no fuera del todo feliz pues quien teme que sus bienes sean arrebatados no puede ser feliz. 

Eso sí, en este caso no se puede hablar de necesidad porque Cicerón no temía por necesitar bienes, sino de perder los que ya tenía. Lo que sí podríamos decir es que Cicerón era un necio. Sí, ¿en qué sentido? en el sentido que teniendo necesitaba y el necio no puede ser feliz, sino más bien desgraciado. Es mucho más miserable carecer de sabiduría que carecer de bienes. 

Concepto de ''tener''

El más desgraciado de los hombres sería aquel que necesita y encima es necio, pero, como no hay un término para ese concepto, San Agustín se refiere a ellos como ''los que tienen el no tener'', es decir, los que necesitan. 

Por otro lado, los que tienen el no tener lo tienen porque son necios, y los necios son desgraciados, por lo tanto, todo miserable es indigente (necesita cosas) además de infeliz. Por otra parte, también hay un hombre que lo desea todo excesivamente por lo que tenemos dos extremos: la avaricia y la miseria

Siguiendo un razonamiento ciceroniano, Agustín opta por calificar la a virtud y a la sabiduría en la moderación (o plenitud), pues esta está en medio de las dos cosas nombradas anteriormente:

Avaricia: extrema necesidad
Plenitud: sin necesidad
Miseria: extrema necesidad

Más ¿cómo podremos vincular a Dios en estas premisas? Agustín nos dice que la verdad debe ser medida. La verdad es la justa medida de las cosas y no extremos; por lo tanto, al ser moderados estamos más cerca de Dios, pues Dios es la verdad y la verdad es la justa medida. 

Conclusión

Creo que los últimos razonamientos obedecen al pensamiento aristotélico, ciceroniano y además plotiniano (más que propiamente platónico). Aquí vemos la apología al cristianismo en su máxima expresión, añadiendo algunos matices de la filosofía clásica. Yo pensé que un principio diría que los miserables sí eran felices al abrazar los principios cristianos, pero la verdad es que me sorprendió el revés filosófico que dio San Agustín. Siendo uno de sus primeros escritos, el obispo de Hipona nos muestra una vez más por qué se necesita adorar a Dios y no sólamente quedar en el lado de la filosofía. 

domingo, 4 de diciembre de 2016

San Agustín de Hipona - Contra los Académicos (Libro III: Sabiduría y felicidad) (386)

No es que no hayamos hablado de la felicidad, pero no la hemos tratado en cuanto a la sabiduría. San Agustín de Hipona parte así la tercera parte de ''Contra los Académicos'', tratando de refutar el escepticismo de estos al postular que la verdad no se puede encontrar. Lo que el doctor de la gracia intenta hacer en este escrito es defender la verdad a toda costa, pues si no hay verdad no puede existir Dios. ¿Será tan así en todo caso? ¿Será que al igual que la verdad Dios también es inaccesible para nosotros?


CONTRA LOS ACADÉMICOS

LIBRO III: SABIDURÍA Y FELICIDAD

Capítulo I: Exhortación a la verdad

Agustín insiste en que la verdad es algo que se debe alcanzar y que no podemos tener esa actitud de decir que como no se  puede encontrar la verdad es mejor concentrarse en lo probable (lo que encuentra reprobable).

Capítulo II: Sabiduría y fortuna

Para seguir desarrollando la teoría de la verdad, Agustín propone poner el perfil del sabio. El sabio no necesita nada, dice Agustín, pero antes de ser sabio, el hombre necesita servirse de la fortuna para luego alcanzar la sabiduría. 

Trigecio está de acuerdo con esta máxima de Agustín pues es obvio que una vez siendo sabio no necesitará ningún bien o fortuna superflua. 

Alipio se muestra reticente a este teoría del sabio y dice que si la fortuna me aleja de la sabiduría, entonces ¿para qué necesitaré fortuna previamente? Alipio cree que para ser sabios no es necesario buscar la fortuna ni tampoco temer sus reveses.

Capítulo III y IV: El sabio conoce la sabiduría

Alipio le pregunta a Agustín cuál es la diferencia entre el sabio y el filósofo. Éste le contesta que el sabio es quien posee la sabiduría y el filósofo el que está en constante búsqueda. ¿Qué significa esto? que los dos: el sabio y el filósofo poseen la verdad, pues uno no puede empezar a buscar la verdad si no creyera que es justamente la verdad. 

Alipio acepta (con ciertas dudas) esta proposición de Agustín y admite que en este aspecto los Académicos están derrotados.

Capítulo V: Inconsistencias del academicismo

La inconsistencia es clarísima. Si estos dicen que el sabio no puede conocer nada porque no tiene acceso a la verdad, entonces sería absurdo llamar a un sabio sabio, pues no conoce ni posee la verdad. Por otro lado, si la verdad no se alcanza, entonces el sabio es aquel que no conoce la verdad lo que es igual de absurdo. 

Capítulo VI: Necesidad de un debido socorro para conocer la verdad

La verdad es que los mismos Académicos dicen que si el hombre pudiera conocer la verdad, éste tendría que hacerlo a través de una entidad divina, es decir, los dioses. Agustín está de acuerdo con esto y al decir que los dioses son la verdad, y que tanto el sabio como el filósofo buscan la verdad, entonces los dos comprenden la verdad, en otras palabras: a Dios. 

Capítulo VII, VIII y IX: La definición de Zenón

Decíamos en los libros anteriores que Zenón decía que el hombre no puede conocer la verdad porque sólo puede percibir la ''verdad'' porque estas tienen en común algo con lo verdadero. 

Agustín llama a esto ''pereza espiritual'' al no aportar nada a la investigación filosófica, entendiéndose como la búsqueda de la verdad. Si es así, la sabiduría o la verdad quedarían reducidas a nada y por lo tanto a cosas inútiles porque ¿qué caso habría buscar la verdad si es incognoscible para nosotros?

Capítulo X: Otras objeciones académicas

Otro académico que fue totalmente extremo fue Carnéades quien dijo que absolutamente nada puede percibirse. Sin embargo, esto sigue llevando al mismo error planteado anteriormente pues ¿se puede dudar de que uno siendo hombre no lo sea? ¿o de que siendo mujer no sea? Negarlo siendo que es verdad sería totalmente ridículo. 

Capítulo XI: Certeza y verdades matemáticas

Una de las objeciones clásicas de los Académicos es ¿cómo sabes que tienes la verdad si los sentidos te engañan? Está bien, puede ser que los sentidos nos engañen. Sin embargo, si nada se me aparece, entonces nunca podré errar porque yerra quien toma por cierto lo que es aparente. Si esto fuera así, entonces tampoco podré ver lo que es aparente porque lo que se parece tiene un tanto de verdad. 

Alipio pregunta inmediatamente ¿qué hay sobre los sueños? Agustín dice que no hay ningún problema con ellos, pues, estos en nada afectan al mundo como es. Por más que se sueñe, la tierra y la vida seguirá siendo la misma con las mismas reglas que tiene. 

Percepciones distintas

Se puede refutar con buena razón que los gustos son diferentes, es decir, gustos diferentes en cuanto a probar un tipo de fruta; por ejemplo, que una manzana parezca más dulce que otra en uno y otro hombre. ¿Quién tiene la verdad si dos hombres prueban la misma manzana y cada uno tiene una opinión distinta? ¿dónde está la verdad?

Agustín recurre aquí al argumento de decir que cada uno tiene certeza de lo que prueba. Si el otro hombre encuentra que la manzana no es tan dulce esa será su certeza y el otro tendrá otra certeza. Por lo tanto, los dos tienen la verdad en cuanto a que tienen certezas de sus gustos. 

Capítulo XII: Certeza y sentidos

Agustín continúa la argumentación de que el sabio y el hombre en general puede tener la verdad dentro de sí. Incluso si se trata de los sentidos, pues una vez que despierte desechará lo que no le agrado, y abrazará lo que sí le agrade. 


Capítulo XIII: Certeza y dialéctica

Nadie puede llamarse sabio si no ha alcanzado la verdad, o en otras palabras, si no tiene la verdad dentro de sí. Una de las ''técnicas'' o disciplinas que nos ayudan a averiguar la verdad es la dialéctica. Por supuesto, hay un solo sol y no dos, estamos conscientes de que estamos despiertos y no dormidos, dos es dos y no uno, dos más dos son cuatro. Todas estas son certezas que se alcanzan con la dialéctica (y muchas otras solo con el sentido común). 

Recordemos que la dialéctica es una especie de diálogo donde dos personas intentan alcanzar la verdad por medio de razonamientos y argumentos.

Capítulo XIV: El sabio y la certeza

Si el sabio ya tiene la verdad ¿de dónde la sacó? San Agustín nos dice que la verdad del sabio está en su interior. Podría decirse que el sabio ignora que tiene la sabiduría dentro de él, pero eso nos haría caer en un mal planteamiento que sería decir que el sabio ignora la sabiduría. 

Capítulo XV: Peligro de la probabilidad

Vimos que lso Académicos sólo aprobaban la probabilidad y no la verdad de las cosas. Esto pareciera ser peligroso, pues para los Académicos el escoger el camino de la verdad sería engañarse puesto que no existe. Lo más apropiado, según los Académicos, sería seguir la probabilidad y no la verdad. ¿Dónde está el peligro? justamente en la vida práctica. 

Imaginemos que en la vida no sigamos la verdad y sólo sigamos lo que parece verdadero. Si no seguimos el camino verdadero entonces podremos perdernos sin remedio, pues no seguiríamos el camino correcto al ser verdadero. 

Capítulo XVI: Consecuencias del academicismo

Agustín ya nos anunció el peligro de aceptar las doctrinas académicas en el ámbito práctico, pero aún más peligroso es en el ámbito moral para los jóvenes. 

Los profesores no podrán enseñar de la manera adecuada porque los alumnos se guiarán por lo probable y no por lo verdadero. Esto es por no decir todos los crímenes y vejaciones que podrían ocurrir al guiarse por la probabilidad y no por la verdad de las cosas. 

Capítulo XVII:  La doctrina platonica

Para Platón las cosas eran muy simples debido a que dividía la realidad en dos: el mundo inteligible y el mundo sensible. En el primero estaban todas las cosas divinas y por lo tanto verdaderas, mientras que en el sensible están las humanas y aparentes. 

Agustín está absolutamente de acuerdo con el paradigma platónico, más no con lo que desarrolló después porque recordemos que la Academia promovía las enseñanzas platónicas. Para Agustín, Zenón y Carnéades pervirtieron toda la escuela introduciendo la teoría de la probabilidad contra el mundo inteligible; para ellos no había más que un mundo que era el sensible porque Dios también era cuerpo (solo fuego). 

Capítulo XVIII y XIX: División en la Academia

Al presentar los argumentos anteriores es posible deducir que los académicos estaban divididos por las idea de Platón y de Zenón. Agustín no comprende cómo es que se pudo cambiar tanto la doctrina platónica, diciendo que el mundo es sólo sensible y no inteligible. La unión de estos dos mundos, al estilo plotiniano, es la respuesta de San Agustín a esta disputa. 


Capítulo XX: Conclusión

Agustín acuerda que el hombre es llevado al razonamiento y al entendimiento por una entidad mucho más allá de éste mundo. Una entidad que es capaz de imprimir el recuerdo de la verdad, y que con esto el hombre sea capaz de buscarla. La única autoridad para hacer esto es Cristo. 

Para llegar a esta autoridad divina debemos conducirnos por las ideas platónicas. En otras palabras: Platón conduce a Cristo. 

Finalmente, Alipio acepta la gran refutación de San Agustín en contra de los Académicos, y le hace una pequeña alabanza con la cual los demás defensores de los académicos quedan algo impresionados. 

Conclusión

La gracia de Dios ha revelado la respuesta y todo será a favor del platonismo, y del innatismo si queremos entenderlo de otra manera. La verdad es que es un gran punto a favor de la subjetividad decir que no se puede investigar la verdad, sin saber previamente qué es. Es primera vez en este blog que vemos una defensa tan sólida al cristianismo en términos de argumentación. Ya lo decía en todo caso el gran Arthur Schopenhauer: ''El platonismo es cristianismo para masas'' y es que las dos perspectivas comparten un nicho común entre sí.