"Manual de
Confesores y penitentes" de Martín de Azpilcueta, también conocido como el
"Doctor Navarro", es una obra fundamental en el campo de la teología
moral y la práctica sacramental en la tradición católica. Escrito en el siglo XVI,
este tratado ofrece una guía detallada para confesores y penitentes sobre cómo
abordar adecuadamente el sacramento de la confesión y la penitencia.
MANUAL DE CONFESORES Y PENITENTES
Capítulo 1: De la
contrición. Primera parte del Sacramento de la penitencia y su definición
declarada
La contrición, según los antiguos y los modernos, se define como un arrepentimiento voluntario, doloroso y profundo, por haber pecado, considerando que esto es una ofensa a Dios sobre todo, con la intención, al menos implícita, de no pecar más mortalmente, confesar y satisfacer.
Este arrepentimiento se distingue de otros conceptos como dolor o vergüenza, siendo el arrepentimiento la negación de haber pecado, según el cardenal de San Javier.
Martín de Azpilcueta reconoce cuatro componentes distintos en la contrición:
- La virtud de la penitencia
- El deseo de castigar los pecados
- El arrepentimiento y
- La aceptación del sufrimiento.
La
contrición debe ser voluntaria y dolorosa, pero no necesariamente intensa, ya
que lo crucial es preferir sufrir todas las penas del mundo antes que haber
pecado mortalmente. Se puede considerar tanto el arrepentimiento de los pecados
pasados como de los presentes, pero no de los ajenos o futuros. Es importante
que el pesar del pecado provenga de haber ofendido a Dios, más que de cualquier
otro motivo.
La contrición implica un arrepentimiento voluntario y profundo, con la intención de no volver a pecar mortalmente, de confesar y satisfacer por los pecados cometidos. Esta intención debe abarcar todos los pecados pasados, presentes y futuros. No es necesario que el penitente crea que nunca pecará mortalmente, pero sí debe querer y proponer no pecar más con la ayuda divina.
Aunque la contrición perdona los
pecados en cuanto a la culpa, no exime de la obligación de confesarlos. El
perdón obtenido por la contrición no libera de la obligación de realizar la
confesión formal en el tiempo y lugar adecuados. La contrición es más una causa
del dolor que el dolor en sí mismo, aunque se le llame así en términos comunes.
Muchos se equivocan al
creer que cualquier muestra de dolor o arrepentimiento superficial es
suficiente para obtener el perdón de los pecados mortales. Para que la
contrición sea válida, se requiere un arrepentimiento genuino y cualificado.
Aunque algunas señales externas de arrepentimiento pueden presumirse al morir
en pecado mortal sin confesión, como pedir la confesión o mostrar señales de
contrición, estas no garantizan un verdadero arrepentimiento ante Dios si no se
experimentó internamente de acuerdo con los estándares mencionados.
Es necesario que quien se
arrepiente y busca la contrición aborrezca el pecado más que cualquier otra
cosa y se proponga evitarlo más que cualquier otra cosa evitable, al menos
virtualmente. Además, quien verdaderamente se arrepiente está dispuesto a sufrir
cualquier pena antes que pecar mortalmente, porque el verdadero arrepentimiento
implica un amor y deseo más profundo hacia Dios que hacia uno mismo. Sin
embargo, nadie está obligado a preferir una pena específica sobre otra en
particular. Sería inapropiado que un confesor sugiera preferencias extremas de
sufrimiento físico antes que pecar.
El arrepentimiento
auténtico implica aborrecer el pecado más que cualquier otra cosa y estar
dispuesto a sufrir cualquier pena antes que cometerlo. Sin embargo, no es
necesario preferir una pena específica sobre otra. Se insta al confesor a
evaluar si el penitente muestra suficiente arrepentimiento y, si no es así, a
animarlo a alcanzar un arrepentimiento más profundo. Se discute la diferencia
entre el pesar por no tener contrición y el deseo genuino de alcanzarla, lo
cual es esencial para recibir la absolución. Se critica el comportamiento de
aquellos que confiesan o comulgan mientras aún mantienen la voluntad de cometer
pecados graves, lo cual se considera una falta de arrepentimiento genuino.
El arrepentimiento genuino siempre ha sido necesario para el perdón de los pecados, incluso antes de la ley de gracia y el sacramento de la penitencia. Se debate si el arrepentimiento puede alcanzarse solo con fuerzas naturales o si requiere la gracia divina. Se enfatiza la importancia de arrepentirse de los pecados, aunque no se obliga a repetir el arrepentimiento por un pecado ya confesado. También se menciona que es saludable recordar los pecados para arrepentirse de ellos, pero se aconseja no enfocarse demasiado en aquellos que puedan incitar a nuevos pecados.
El arrepentimiento
imperfecto, llamado atrición, es aquel no cumple con todas las cualidades de la
contrición. Se divide en dos tipos: uno donde se arrepienten pero no se
determinan a evitar el pecado completamente, y otro donde se arrepienten y
deciden no pecar más, aborreciendo el pecado y queriendo evitarlo. Se menciona
que este tipo de arrepentimiento, aunque imperfecto, puede ser considerado
atrición. Sin embargo, se argumenta que este tipo de arrepentimiento, aunque no
sea suficiente para obtener el perdón por sí solo, puede llevar a la gracia
divina. Se destaca que no es necesario concebir el pecado como lo más
aborrecible del mundo para obtener el perdón. Además, se argumenta que la
Confesión es valiosa y segura para aquellos arrepentidos.
Capítulo 2. De la confesión, segunda parte de la
penitencia, de su definición, calidades y origen.
La segunda parte del
sacramento de la penitencia es la confesión vocal y sacramental, definida como
la acusación secreta de los pecados al sacerdote propio para recibir la
absolución sacramental. Es importante que sea secreta, dirigida al sacerdote, y
específica de los pecados del confesante. Esto excluye otras formas de
confesión que no tienen el propósito de acusarse ante el sacerdote para obtener
el sacramento de la penitencia. Las confesiones públicas, a terceros o para
otros fines no son sacramentales. Por lo tanto, las alabanzas al Señor u otras
expresiones no constituyen una confesión sacramental.
La confesión sacramental
no fue introducida por el derecho natural, sino por Jesucristo, siendo parte
esencial del sacramento de la penitencia. No se encontraba en el paraíso
terrenal ni fue instituida por figuras bíblicas como Josué o Santiago, sino por
Cristo mismo. Se deben cumplir 16 cualidades para que la confesión sea
legítima, incluyendo la sinceridad, la humildad y la disposición para obedecer
al confesor. No hay un tiempo determinado por la ley divina para confesarse,
pero el derecho canónico humano establece la obligación de confesarse al menos
una vez al año. Es necesario confesarse antes de comulgar, en casos de muerte
inminente, y cuando la conciencia lo exige. El Concilio de Trento declaró que
la confesión sacramental es necesaria para la salvación después del pecado
mortal y que no confesar todos los pecados mortales es una falta grave.
Capítulo tres: De la
satisfacción, tercera parte de la penitencia.
La satisfacción se
entiende de dos maneras: amplia y estrechamente. En general, incluye la
restitución. Es la compensación por la ofensa a Dios por el pecado, con el
propósito de no volver a ofenderlo. Se realiza mediante ayunos, oraciones y
limosnas. Esta satisfacción puede hacerse también con obras debidas o con
sufrimientos aceptados pacientemente. La satisfacción mandada por el confesor y
aceptada por el penitente es preferible, ya que es más satisfactoria y se
considera válida incluso si se realiza en pecado mortal. El Concilio de Trento
desautoriza la idea de que el perdón de la culpa implica automáticamente el
perdón de toda la pena temporal, estableciendo que las satisfacciones tienen
eficacia gracias a los méritos de Jesucristo.
Capítulo 4: Del poder,
saber, y bondad del confesor.
El confesor debe tener
poder y autoridad para confesar correctamente. Esto implica ser presbítero con
jurisdicción, ya sea ordinaria o delegada, que cubra los pecados que le
confiesan. No todos los sacerdotes son aptos para esto, ya que se requiere esta
jurisdicción para absolver válidamente. Solo en casos de extremaunción
cualquier sacerdote puede absolver. Además, el confesor debe tener conocimiento
suficiente de teología, cánones y leyes para determinar adecuadamente los
pecados y las penas necesarias. El confesor debe vivir una vida virtuosa, ya
que confesar o absolver en pecado mortal es en sí mismo un pecado mortal. Por
último, el Concilio de Trento declara hereje a quien niegue la naturaleza
sacramental de la absolución del confesor o quien considere válida una
absolución dada sin verdadero arrepentimiento o burlando el sacramento.
Capítulo 5: De lo que el confesor debe preguntar al penitente, y de que prudencia ha de usar acerca de ello.
A continuación, Azpilcueta nos deja varios puntos sobre el confesor en esta materia:
El texto destaca varias pautas importantes para el confesor durante la confesión:
- El confesor debe realizar sus preguntas sin excesiva curiosidad, cumpliendo con su deber sin indagar más allá de lo necesario.
- Es crucial que el confesor interrogue al penitente de manera prudente, buscando obtener una confesión completa y fructífera, sin dejar de lado lo que el penitente puede ignorar o pasar por alto por vergüenza u olvido.
- El confesor debe respetar ciertas pautas: no preguntar sobre pecados que no son comunes a la condición del penitente, limitarse a los pecados habituales conocidos por todos y evitar indagar demasiado en los detalles de los pecados carnales para no incitar a la lujuria.
- Al abordar pecados de naturaleza sexual, el confesor debe ser discreto y utilizar un lenguaje apropiado, evitando mencionar explícitamente lo que es obsceno de escuchar.
Para fundamentar esto, decimos, en primer lugar, que la circunstancia del pecado, según la mente del derecho canónico, es un accidente de aquello que es pecado. La circunstancia no constituye la esencia del pecado en sí mismo, sino que modifica la naturaleza del acto. Es un accidente de aquello que es pecado porque, en muchas ocasiones, la acción en sí misma no es pecaminosa, sino que adquiere ese carácter debido a la circunstancia en la que se realiza.
Además, las circunstancias se pueden clasificar en siete tipos distintos: ¿Quién?, ¿Qué?, ¿Dónde?, ¿Con qué medios?, ¿Por qué?, ¿Cómo? y ¿Cuándo? Estas categorías fueron mencionadas por Santo Tomás de Aquino y son útiles para comprender las diversas formas en que una acción puede estar contextualizada.
Es importante destacar que no todas las circunstancias deben ser necesariamente confesadas, sino solo aquellas que convierten una acción en pecado mortal o cambian su gravedad de una especie a otra. La confesión de estas circunstancias es esencial para que el confesor pueda juzgar adecuadamente el caso del penitente.
No obstante, hay circunstancias que no es necesario confesar, como el día de la semana en que se cometió el pecado o el lugar donde ocurrió, a menos que estas circunstancias cambien la naturaleza del pecado. Por ejemplo, el hurto de un objeto sagrado o en un lugar sagrado convierte el pecado en una falta más grave debido al contexto especial.
Asimismo, la confesión de
circunstancias que agravan el pecado, como pecar con confianza en el perdón
posterior, es opcional, aunque se considera loable hacerlo. Por otro lado, las
circunstancias que atenúan el pecado no necesitan ser confesadas.
A propósito de la confesión sacramental y las circunstancias que rodean este sacramento, Azpilcueta señala los siguientes puntos.
- No revelar la identidad de quienes participaron en el pecado: Según la ley divina natural, está prohibido infamar a otros revelando sus pecados. Por lo tanto, el penitente no debe mencionar a las personas con las que pecó.
- El confesor debe evitar la infamación: Si el penitente intenta revelar las personas involucradas en el pecado, el confesor debe detenerlo para evitar el pecado de infamación.
- Priorizar la mayor ley: Cuando hay conflictos entre leyes, se debe priorizar la ley de mayor importancia. En este caso, la ley que prohíbe la infamación debe prevalecer sobre la de confesar todos los detalles.
- No escandalizar al confesor: Si el penitente cree que revelar ciertos pecados o circunstancias escandalizaría o haría pecar al confesor, no está obligado a confesarlos.
- Procurar confesarse con desconocidos: En casos donde revelar la identidad podría causar problemas, el penitente debe buscar confesarse con alguien que no lo conozca o intentar permanecer desconocido para el confesor.
- Confesar todos los pecados excepto aquellos que podrían causar daño al confesor: Si revelar un pecado o circunstancia podría dañar al confesor, el penitente debe callarlo y confesarlo más adelante cuando encuentre un confesor adecuado.
- Confesar al propio confesor si se cree que beneficiaría: Si se cree que confesar un pecado o circunstancia al propio confesor podría beneficiarlo, se puede hacer siempre que se acompañe de una corrección fraternal y no haya esperanza de enmienda.
- No es justificación evitar confesar al propio párroco: El temor de que el párroco sea más vigilante o pierda la buena opinión no es una razón válida para evitar confesarse con él, a menos que esta vergüenza ponga en peligro la confesión de un pecado necesario.
Por lo tanto, se establece la importancia de la confesión completa, el respeto a la privacidad de los demás y la priorización de la ley divina en situaciones conflictivas.
Por otro lado, hay algo difícil de restablecer que es justamente la fama ¿cómo se restituye la fama?
Azpilcueta comienza afirmando que la fama, por sí sola, puede ser más valiosa que la riqueza material. Luego establece una comparación directa entre la riqueza y la fama, concluyendo que una gran cantidad de riqueza es más valiosa que una pequeña cantidad de fama. Esta idea se apoya en una analogía con los metales preciosos: mientras que el oro es inherentemente más valioso que el plomo, una gran cantidad de plomo supera en valor a una pequeña cantidad de oro. Esto sugiere que, aunque la fama pueda ser importante, en términos prácticos y tangibles, una gran riqueza material es más beneficiosa y valiosa que una pequeña cantidad de fama.
Aquel que deshonra a una
familia ilustre o a una persona acusándola falsamente de acciones vergonzosas,
como ser traidor o hereje, está moralmente obligado a reparar el daño causado
devolviéndole su buena reputación, incluso si esto significa enfrentar consecuencias
graves como la pérdida de la vida. Esto resalta la importancia de la reputación
y la honra en la sociedad, así como la severidad de las consecuencias de
difamar a alguien, especialmente a personas de alta posición o estatus.
Capítulo 8: Del sello de la confesión
En primer lugar, establece que el sello de la confesión es una obligación de mantener en secreto lo confesado, comparándolo metafóricamente con un sello que oculta lo que está sellado. Se menciona que esta obligación es tanto de la ley natural como de la ley divina positiva.
Se discuten las implicaciones de romper este sello, destacando que el confesor no solo está obligado a guardar secreto, sino también aquellos que escuchan o conocen la confesión de manera legítima o ilegítima. Se establece que esta obligación persiste incluso después de la muerte del penitente.
Se detallan varias situaciones en las que se podría quebrantar el sello, como revelar indirectamente detalles de la confesión o hablar sobre ella sin mencionar nombres específicos. Además, se advierte sobre la imprudencia de algunos confesores al discutir las confesiones o alentar prácticas que podrían sugerir el contenido de las confesiones.
Capítulo 9: En que casos se ha de iterar la confesión
Para raíces de lo que en esto se dirá, decimos lo primero que conclusión es recibida de todos los católicos: que lo bien confesado una vez no es necesario confesarlo otra vez, atenta la ley divina y canónica. Ni aun se puede hacer ley humana alguna que a ello a nadie sin su consentimiento obligue, según la más verdadera opinión de Santo Tomás y otros muchos. Lo segundo, que así como las otras sentencias de los jueces regularmente valen aunque sean injustas, y dejan de valer solamente cuando la falta es substancial. Así, por la misma razón, la absolución del sacerdote regularmente vale, aun cuando sea injusta, cuando no hay en ella falta substancial.
Lo tercero, que aunque es pecado dar al descomulgado sacramentos pero verdaderos y válidos son, si se los dan, como lo afirmamos. Pues la profesión hecha por el descomulgado, el matrimonio contraído, la eucaristía consagrada, la confirmación y la orden tomadas, todas valen, por lo que allí alegamos.
Lo cuarto, que lo que comúnmente se dice, que por una de cinco faltas pueden dejar tanto de ser bien confesados los pecados, que cumple otra vez confesarlos, conviene saber, por falta del penitente, del confesor, de la contrición, de la confesión y de la satisfacción, se ha de entender cuando la falta es substancial, y no cuando es accidental.
De estas raíces salen muchos ramos. El primero, respecto a las faltas de parte del penitente, que la absolución de los pecados dada al descomulgado de mayor o menor descomunión, comunmente vale, por lo dicho, porque no es falta substancial. Aunque quien se la da y el que la toma (sabiéndolo) comete pecado de sacrilegio, como lo probamos.
Y por más fuerte razón vale la dicha absolución cuando el descomulgado no sabía o no advertía que estaba descomulgado, hora la ignorancia o inadversión fuese justa, hora no, con tal que cuando se absolviese no creyese, ni advirtiese que en tomar la absolución pecaba. Como cuando alguien está descomulgado y, sin saberlo o advertirlo, confiesa sus pecados de buena fe y recibe la absolución.
Y por más fuerte razón valdría la absolución si la descomunión era injusta. Pues como el que está descomulgado nulamente (según todos) se puede justamente absolver, así el descomulgado válida, pero injustamente, se puede absolver de sus pecados en el foro de la conciencia y para con Dios.
El segundo, que no vale nada la absolución del descomulgado que aún sabe que es pecado mortal recibir o procurar la absolución de los pecados antes de absolverse de la descomunión, porque esta falta de la absolución es substancial. No por dársela a descomulgado que se sabía ser tal, sino porque hace que su confesión no sea entera.
Y aunque fuese entera, ¿cuál sería si también confesase aquel que comete en querer aquella absolución? Tampoco valdría nada, porque no es acompañada de la debida contrición o atrición, como lo afirmamos.
El tercero, que con algunos otros siguientes toca las faltas de parte del confesor, es que la absolución del confesor que para ello no tiene jurisdicción ordinaria ni delegada no vale nada y la confesión se ha de reiterar. Porque esta falta del poder es substancial para esta y para otra cualquiera obra, según todos. Ni basta la ratificación hecha por el propio y ordinario confesor, aunque se confesase confiando que él lo aprobaría y lo ratificaría. Porque ninguna ratificación hace que sea sacramento lo que al comienzo no lo fue.
El cuarto, que como la absolución del confesor que no tiene poder alguno para absolver al penitente no vale nada, así la del que tiene para absolverlo de algunos pecados y otros no, por ser los unos reservados y los otros no, o por otra razón, vale cuanto a los unos por no haber falta substancial cuanto a ellos, y no cuanto a los otros por haberla tal cuanto a ellos. Y por esto el confesor no puede absolver de la descomunión cuando no tiene poder para ello, aunque tenga para absolver de todos los otros pecados.
El quinto, que la absolución del confesor no puede valer aunque tenga poder para ello, ni aun cuando el penitente, sin advertirlo, se absolviese de pecados, o lo hiciese con la ignorancia de quien no entiende ni sabe que para ello se requiere más poder del que el confesor tiene.
Y aunque fuese entera, no valdría, como no vale la confesión de quien quiere pecar mortalmente en confesarse, ni la de quien quiere hacer todo lo que pueda por ello. Ni valdría aunque el confesor tuviese el poder que quiere el penitente, aunque el penitente no le requiriese para la absolución más poder de aquel que el confesor tiene, porque al confesor se le requiere siempre más poder que el que él tiene, que es de común acuerdo.
Concluimos que no puede
valer la absolución del confesor aunque el penitente tenga el poder que quiere
el penitente, o tenga el confesor más poder que el penitente, o que no tenga el
confesor poder para absolver de algunas cosas y otras sí, y el penitente quiera
ser absuelto de ellas todas, o no quiera serlo de ellas todas, o que le
requiera al confesor para la absolución más poder que el confesor tiene o no se
lo requiera.
Capítulo 10: Cómo debe comportarse el confesor en
relación con sí mismo y con el penitente, y qué debe preguntar al principio.
El confesor, al ser solicitado para escuchar al penitente, debe realizar ciertas acciones con prudencia. En primer lugar, elevar su corazón a Dios en humildad y con versos piadosos. Luego, recibir al pecador con amabilidad y grave seriedad, animándolo a revelar sus pecados. A continuación, instruirlo sobre los actos exteriores adecuados para la confesión. Posteriormente, indagar si hay impedimentos para la absolución, como relaciones ilícitas o beneficios eclesiásticos incompatibles.
También debe evaluar si el penitente necesita reiterar
confesiones pasadas y, en caso afirmativo, aconsejarle sobre cómo hacerlo.
Además, verificar si muestra un arrepentimiento adecuado y, si no es así,
exhortarlo a que lo aumente. Finalmente, guiarlo en la declaración de sus
pecados de manera completa y sin omitir detalles, animándolo a acusarse a sí
mismo sin temor.
Capítulo 11: Del primer
mandamiento del Decálogo, que consiste en honrar a Dios correctamente. Y del
mandamiento de amarlo correctamente. Y el de creer en Él correctamente: que son
otros dos mandamientos que todos los del Decálogo dan por sentado, como sus
principios fundamentales.
En primer lugar, los diez mandamientos son fundamentales para la fe y la práctica cristiana,
junto con el Credo y la Oración del Señor. La vida de los
cristianos y cómo el incumplimiento de cualquiera de ellos constituye un pecado
grave, a menos que ciertas condiciones lo excusen. El amor
a Dios sobre todas las cosas es el mandamiento principal y que su cumplimiento
es fundamental para aquellos en estado de gracia. El
consentimiento en el pecado, ya sea de forma explícita o implícita, constituye
un pecado mortal, incluso si no se lleva a cabo la acción pecaminosa en sí
misma.
El odio deliberado hacia
Dios, siendo contrario al amor divino, es considerado el mayor pecado por Santo
Tomás de Aquino. Este odio va en contra del mayor mandamiento y aparta
directamente de Dios, como explicó Santo Tomás. Si uno deja de amar a Dios sobre
todas las cosas, o ama más firmemente a sí mismo o a otras criaturas que a
Dios, no necesariamente comete un pecado contra este mandamiento, a menos que
lo haga directamente y naturalmente. Amar a Dios solo por los beneficios que
proporciona, como lo material o lo espiritual, también es cuestionable. El
Concilio de Trento considera hereje a aquel que obra bien solo por recompensa,
si desprecia o minimiza el valor de esa recompensa.
Creer en una enseñanza contraria a la fe católica, consciente de su error, conlleva la consideración de herejía y la excomunión de la Iglesia. Diferencia entre creer obstinadamente, sin intención de corregir el error, y creer sin obstinación, lo que permite la corrección una vez que se conoce la verdad. Además, la ignorancia sobre aspectos de la fe puede ser excusable en ciertos casos, como la falta de educación. Algunas creencias erróneas pueden ser perdonadas si se deben a la ignorancia, aunque no eximen del pecado.
A continuación, Azpilcueta nos habla de aquellas conductas que se consideran supersticiosas:
- Creer firmemente en la eficacia de nombres para evitar ciertos eventos, como la guerra, la peste, la muerte súbita, etc.
- Portar amuletos, breves, conjuraciones u otros objetos con ciertas características específicas.
- Realizar acciones consideradas vanas o supersticiosas en días específicos, como recoger hierbas en ciertas fechas.
- Creer que los sueños pueden revelar el futuro o recibir mensajes del demonio a través de ellos.
- Realizar rituales, como conjurar al demonio para obtener ayuda o consejo.
- Creer en la virtud sobrenatural de objetos o prácticas, como las hierbas, la música o la astrología.
- Practicar la adivinación a través de medios como el lanzamiento de dados, las cartas, los libros de adivinación o el estudio de la astrología.
- Seguir prácticas supersticiosas relacionadas con la salud, como orinar en ciertas hierbas o realizar acciones inútiles para curar enfermedades.
- Creer que las acciones o palabras tienen un poder sobrenatural, como pronunciar ciertas palabras para obtener un resultado deseado.
- Consultar adivinos, como gitanos, para conocer el futuro o recibir consejo.
- Realizar acciones consideradas supersticiosas para evitar males, como saltar por encima de obstáculos, calzar un pie antes que el otro, etc.
- Buscar el consejo o la orientación de los astros o las constelaciones para tomar decisiones importantes.
- Recurrir a la adivinación para obtener información sobre eventos futuros o secretos mediante el uso de objetos o rituales específicos.
- Participar en prácticas supersticiosas relacionadas con la religión, como la adoración de imágenes sin respeto por los santos que representan.
- Creer en la virtud mágica de ciertos objetos o prácticas, como las reliquias o los encantamientos.
Capítulo 12: Del segundo mandamiento "No tomarás
el nombre de Dios en vano".
No solo se toma en vano
el nombre de Dios al jurar o al cumplir mal un juramento, sino también al votar
mal o al pronunciar blasfemias e injurias contra Dios o los santos. Se
considera jurar cuando se afirma o niega algo invocando a Dios como testigo de
ello, ya sea de manera explícita o implícita. Además, se menciona que jurar
equivale a un acto de adoración y religión, ya que se atribuye a la divinidad
la condición de testigo infalible y verdad primaria. También se discute que
todo juramento debe cumplir con tres requisitos: verdad, justicia y discreción,
y que la falta de alguno de ellos constituye un pecado, siendo mortal cuando
falta la verdad o la justicia de manera significativa. Además, se distinguen
dos formas de juramento: uno para afirmar lo presente o pasado, y otro para
prometer lo futuro.
Los votos religiosos se caracterizan por ser compromisos deliberados y solemnes hechos a Dios de seguir ciertos principios y reglas específicas, como la pobreza, la castidad y la obediencia. Estos votos son considerados obligatorios y vinculantes para quienes los hacen, y romperlos se considera un grave pecado. Los votos religiosos son vistos como una expresión de dedicación total a Dios y al servicio de los demás dentro de la tradición religiosa correspondiente.
Se mencionan dos tipos de juramentos:
Juramento solemne: Es
aquel que se formaliza mediante una profesión expresa o implícita en una
religión reconocida o a través de la recepción de una ordenación sacra. Este
tipo de juramento implica un compromiso más fuerte y su quebrantamiento puede
acarrear mayores consecuencias, como el pecado mortal y el escándalo.
Juramento simple: Se
refiere a cualquier otro tipo de juramento que no cumple con los criterios del
juramento solemne. Puede ser tanto público como privado. Aunque romper un
juramento simple también es considerado pecado, generalmente se entiende que el
quebrantamiento de un juramento solemne tiene consecuencias más graves.
Luego se habla sobre la dispensación, la
conmutación y la anulación de votos en el contexto eclesiástico. Se presupone
que estos actos son diferentes: la dispensación se refiere a la eliminación
parcial o total de un voto con una causa justa, la conmutación implica cambiar
el objeto del voto por algo igual o mejor, y la anulación es la revocación
total del voto. Se menciona que solo los prelados eclesiásticos tienen poder
para dispensar o conmutar votos, mientras que otros, como padres, tutores o
esposos, pueden anular votos bajo ciertas circunstancias. También se discute
quién puede anular los votos de religiosos y menores de edad. Además, se
menciona que los votos hechos por religiosos son válidos hasta que sean
anulados por sus superiores. Finalmente, se aborda el tema de la ratificación
de votos y la importancia de la voluntad consciente del votante.
Capítulo 13: Del tercer
mandamiento de observar las festividades.
Las festividades son establecidas por el derecho humano y no por mandato divino. Se argumenta que, aunque el derecho natural y divino nos obliga a honrar a Dios, no especifica los días en que debemos hacerlo, dejando esa determinación al derecho humano.
Se señala que las festividades cristianas no se guardan con la misma rigidez que el sábado judío, permitiendo ciertas actividades en los domingos que estarían vedadas en el sábado antiguo. Además, se distingue entre el culto exterior y el interior, indicando que el mandamiento de guardar las fiestas se refiere principalmente al culto exterior.
Se establece que en las fiestas no todas las obras están vedadas, sino solo aquellas serviles, relacionadas con el trabajo para otros. Se enumeran siete tipos de obras permitidas en las fiestas, incluyendo el culto divino, obras espirituales, y aquellas necesarias para la salud y el bienestar.
Se discute también qué obras pueden realizarse por razones de necesidad o piedad, concluyendo que todas las obras necesarias por razones de urgencia son permitidas, pero no todas las que podrían considerarse piadosas. Se hace una distinción entre el concepto de piedad entendido como honrar a Dios y como misericordia hacia los demás.
El texto también aborda
la cuestión de la influencia de la costumbre en la observancia de las fiestas,
señalando que las prácticas locales prevalecen sobre las normas generales. Se
discuten casos específicos, como el de los trabajadores que se desplazan a
otras tierras donde las festividades son diferentes.
Capítulo 14: Del cuarto mandamiento de
honrar al padre y madre, y de amar al prójimo.
Ahora el tema se centra en el cuarto mandamiento, que se refiere al deber de honrar a los padres y amar al prójimo. En él, se discute la relación entre estas virtudes y la justicia, especificando tres virtudes en particular: la religión, la piedad y la observancia.
Primero, se destaca la diferencia entre piedad y misericordia. La piedad se define como el deber de honrar a los padres y parientes, así como a la patria y amigos, considerándolos principios secundarios de nuestro ser y conservación. Por otro lado, la misericordia está vinculada a la caridad y se refiere a ayudar graciosamente en las necesidades.
Luego, se menciona la observancia, que se refiere al respeto hacia aquellos que están constituidos en dignidad, como principio de la gobernación. Se establece una jerarquía en estas virtudes, donde la religión está por encima de la piedad, y esta a su vez está por encima de la observancia.
Se distingue entre los mandamientos relacionados con la religión y los relacionados con la piedad, ubicándolos en la primera y segunda tabla de los mandamientos, respectivamente. Se argumenta que el mandamiento de honrar a los padres y amar al prójimo se incluye en la segunda tabla, y que su cumplimiento deriva tanto de la virtud de la piedad como de la observancia.
Además, se aclara quiénes son considerados "padres" en este contexto, no solo aquellos que nos engendraron, sino también parientes, patria, amigos y gobernadores. Se enfatiza que honrar a los padres implica amar, obedecer y respetar, sin ponerlos por encima de Dios.
También, se explora el
concepto de amor hacia el prójimo, distinguiendo entre el amor humano natural y
el amor caritativo divino. El amor caritativo implica amar al prójimo como
capaz de participar en la bienaventuranza divina, mientras que el amor humano
se divide en amor de concupiscencia (motivado por el propio beneficio) y amor
de amistad (motivado por el bien del prójimo). Se destaca la importancia de
expresar deseos benévolos hacia el prójimo y cómo esto puede reformar y
refrenar el amor humano honesto entre hombre y mujer.
Ahora bien, también hay que bordar las responsabilidades parentales y las posibles transgresiones en su cumplimiento. Los padres deben proporcionar a sus hijos lo necesario para su bienestar, tanto físico como espiritual, orientarlos en decisiones religiosas y matrimoniales, corregir su comportamiento y disciplinarlos cuando sea necesario, así como velar por la honestidad en sus relaciones. La falta en estas responsabilidades, como la negligencia en la crianza o la promoción de conductas impropias, puede considerarse un pecado. Además, se discute la permisibilidad de ciertos gestos físicos en relaciones matrimoniales comprometidas, señalando la importancia de actuar con prudencia y discernimiento en estas situaciones.
Capitulo 15: Del quinto mandamiento, No mataras.
Azpilcueta reflexiona profundamente sobre el mandamiento de no matar, abordando diversas situaciones y matices éticos relacionados con este precepto. Por ejemplo, destaca que el simple deseo de causar daño a alguien, incluso si no se lleva a cabo, también constituye una transgresión moral. Además, se discute la idea de que matar puede ser justificable en ciertos contextos, como la legítima defensa propia o de otros, la guerra justa o la protección de la vida. Sin embargo, se enfatiza que estas acciones deben ser proporcionales y moderadas, evitando un uso excesivo de la fuerza. También se profundiza en el concepto de injuria y la relación entre la defensa personal y la dignidad humana, argumentando que la honra y la integridad personal son valores superiores a la propiedad material.
Asimismo, se plantea la cuestión de la responsabilidad moral en casos
específicos, como el del esposo que mata a su esposa adúltera, considerándolo
un pecado grave independientemente de las consecuencias legales. En resumen, se aborda no solo la prohibición de matar, sino también las circunstancias
en las que esta acción puede ser justificada o condenada, ofreciendo una
reflexión ética profunda sobre el valor y la dignidad de la vida humana.
Capitulo 16: Del sexto mandamiento, No adulteraras, o no fornicaras.
Azpilcueta verifica los aspectos éticos y morales relacionados con el sexto mandamiento, que prohíbe el acto sexual fuera del matrimonio. Comienza estableciendo claramente que cualquier tipo de relación sexual fuera del vínculo matrimonial es considerada un pecado mortal, lo que implica una transgresión grave de los principios morales religiosos. Esta prohibición se aplica tanto a personas solteras como a aquellas que están casadas, subrayando la gravedad de la falta independientemente del estado civil.
También aborda la cuestión del consentimiento y la responsabilidad moral en casos de violación o coerción, argumentando que la mera ausencia de consentimiento no es suficiente para eximir de culpa moral. Se destaca la importancia de resistir a la coerción y no ceder a los deseos ilícitos, incluso en situaciones de amenaza o miedo. Aunque alguien pueda ser forzado o amenazado para participar en una relación sexual extramatrimonial, se advierte que incluso en esas circunstancias, es importante resistir y mantener la integridad moral. La idea es que el individuo debe priorizar su responsabilidad moral y evitar comprometer sus principios éticos, incluso en situaciones de miedo, amenaza o presión externa.
Además, se discute el papel del deseo y del pensamiento en relación con la lujuria, enfatizando que el deseo y la complacencia en pensamientos impuros también constituyen pecados graves. Se enumeran y se exploran en detalle seis categorías de pecados relacionados con la lujuria, desde la simple fornicación hasta los actos sexuales contra natura, destacando la diversidad y gravedad de estas transgresiones.
A continuación las enumeramos:
- Fornicación simple: relaciones sexuales entre solteros que no están unidos por el matrimonio.
- Adulterio: relaciones sexuales extramatrimoniales, ya sea de uno o ambos cónyuges.
- Incesto: relaciones sexuales entre parientes o afines, incluyendo casos donde uno de los participantes es religioso, profeso o de orden sagrado, o situaciones como compadrazgo o padrinos con ahijadas.
- Estupro: relaciones sexuales forzadas con una persona virgen.
- Rapto o robo: sacar a alguien de su hogar contra su voluntad, ya sea para casarse o para tener relaciones sexuales.
- Pecado contra natura: relaciones sexuales que van en contra del orden natural establecido para la copulación carnal, como la homosexualidad, la bestialidad y otras prácticas sexuales consideradas abominables.
También aborda el tema
específico de la violación de monjas, calificándolo como una ofensa
particularmente grave y abominable a los ojos de Dios y de la moral religiosa.
Se hace un llamado a la reflexión sobre la seriedad de esta falta y se expresa
la esperanza de que la divina bondad proteja contra la proliferación de tales
actos y sus consecuencias.
Se advierte sobre el
peligro de profundizar demasiado en las preguntas relacionadas con esta área de
la moralidad sexual, tanto para el confesor como para el penitente, y se
sugiere que se aborden solo los aspectos necesarios sin adentrarse en detalles
excesivos, debido al riesgo de generar complicaciones o confusiones. En
conjunto, Azpilcueta ofrece una visión integral y detallada de las implicaciones
éticas y morales del sexto mandamiento desde una perspectiva religiosa.
Con respecto a la mujer que ha sido violada y debe restituirse su daño de algún modo. Establece que si un hombre tuvo relaciones con una mujer en fama de virgen y ella lo hizo voluntariamente o fue persuadida levemente, sin engaño, no está obligado a nada en su conciencia, incluso si ella era realmente virgen. Sin embargo, en el ámbito exterior, si se demuestra que la mujer estaba en fama de virgen y fue engañada, el hombre puede ser condenado a casarse con ella o a pagar una dote, incluso si niega su virginidad y ella no puede probarlo. Además, si el hombre engañó a la mujer con importunaciones o falsas persuasiones sin prometer matrimonio, puede ser obligado tanto a casarse con ella como a compensarla. Si hubo una promesa de matrimonio, el hombre está obligado a cumplirla, a menos que haya grandes desigualdades en posición social o económica. Además, debe satisfacer al padre de la mujer por la injuria causada. Se plantea que quien corrompió a una virgen por engaño debe compensar el daño, incluso si la mujer habría logrado un buen matrimonio estando virgen. Por último, si un hombre infamó a una mujer que estaba en fama de virgen, aunque no está obligado a nada en su conciencia por quitarle la virginidad, sí puede ser responsable por el hecho.
Capitulo 17: Del séptimo mandamiento, No hurtaras.
Las circunstancias que
pueden eximir de culpa en el contexto del hurto incluyen:
- Ignorancia probable de que la cosa era ajena.
- Gran necesidad, según el juicio de una persona prudente.
- La creencia razonable de que el propietario aprobaría la toma del objeto.
- La condición justificativa, como tomar algo si Dios no lo hubiera prohibido.
- El propósito de devolver lo tomado al dueño legítimo, especialmente si no se puede hacer sin escándalo.
- El intento de evitar que el objeto sea utilizado para cometer pecados o dañar a otros.
Luego tenemos el hurto justificado que se refiere a tomar algo que no es propio bajo circunstancias específicas que pueden eximir de culpa. Estas circunstancias incluyen la necesidad extrema, donde la persona no tiene otra opción para sobrevivir o evitar daños graves; el consentimiento implícito o presunto del propietario; la intención de restituir el objeto o usarlo para el beneficio del propietario; y la prevención del pecado o daño al evitar que el objeto sea utilizado de manera perjudicial. Sin embargo, se establece que estas justificaciones pueden estar sujetas a condiciones adicionales, como la gravedad de la necesidad, la razonabilidad de la creencia sobre el consentimiento del propietario, y la proporcionalidad de la acción tomada para prevenir el daño.
Restitución
La restitución, como obra de justicia conmutativa, se
define como el acto de devolver lo ajeno al dueño o compensar al acreedor por
bienes materiales, espirituales o de honor.
La buena fe del poseedor es determinante para establecer sus obligaciones de restitución:
- Si el poseedor actuó de buena fe, creyendo que la cosa le pertenecía, no está obligado a restituir si la perdió o dañó sin engaño, a menos que se haya enriquecido con ella.
- Si el poseedor actuó de mala fe, sabiendo que la cosa era ajena, está obligado a restituir la misma cosa o su valor, incluso si se perdió sin culpa suya.
La presunción de buena fe de las víctimas es importante en procesos de restitución de tierras:
- El Estado debe presumir la buena fe de las víctimas y flexibilizar la carga de la prueba que se les exige.
- Esto evita desconocer o transgredir derechos fundamentales en la aplicación rígida del principio de buena fe.
El momento en que se pierde la buena fe del poseedor
es debatido:
Algunos autores sostienen que se pierde con la
notificación de la demanda, no con el inicio del proceso.
Esto implica que el poseedor ya no puede tener la
convicción absoluta de su derecho que supone la buena fe.
¿Quién está obligado a restituir?
Quienes tienen algo ajeno o su valor, deben por contrato o cuasicontrato, por ordenanza o ley justa que obligue la conciencia, por sentencia justa o última voluntad, o por delito o cuasidelito. Esto incluye al malhechor, quien siempre está obligado a restituir, y a quienes consintieron de alguna de las nueve maneras descritas (mandar, aconsejar, consentir, alabar, recoger, participar, callar, no estorbar, no manifestar), pero solo cuando su consentimiento fue causa del daño. También están obligados los jueces y autoridades que tienen el deber de hacer cumplir la justicia, aunque con ciertos límites cuando implica peligro para su propia vida o estado. Finalmente, el confesor que absuelve sin mandar la restitución, estando el penitente dispuesto a ello, queda obligado a restituir por haber causado que el dañificado no recibiera lo suyo.
¿Qué se debe restituir?
Lo que se debe restituir es la misma cosa ajena, su valor, o lo que se debe por contrato, cuasi contrato, ordenanza, ley justa, sentencia justa, última voluntad, delito, o cuasi delito. Se debe restituir aquello que se ha tomado injustamente, ya sea por daño a la propiedad ajena, a la persona, a la honra, fama, o hacienda. La obligación de restituir abarca diversas situaciones, desde deudas contractuales hasta daños causados por delitos como homicidios, hurtos, o daños a la honra.
¿Cuánto se debe restituir?
La cantidad que se debe restituir se determina en
función de lo que es necesario para igualar la deuda o el daño causado. Si la
cantidad es cierta, se debe restituir una cantidad equivalente. En casos de
incertidumbre sobre la cantidad exacta, como en daños por injurias, heridas,
frutos pendientes, sementeras, intereses, pérdidas o ganancias omitidas, se
debe restituir la cantidad que un buen varón arbitre considerando todas las
circunstancias del caso. Esta regla establece que la restitución debe ser
suficiente para equiparar lo que se debe o el daño causado, ya sea una cantidad
específica o una cantidad arbitrada por un buen varón en situaciones de
incertidumbre sobre la cantidad exacta a restituir.
¿A quién se debe restituir?
La restitución debe hacerse a aquel que es el legítimo
propietario de lo ajeno, su valor, o lo que se debe por contrato, cuasi
contrato, ordenanza, ley justa, sentencia justa, última voluntad, delito, o
cuasi delito. La regla establece que la restitución debe dirigirse a quien
tiene derecho sobre lo tomado injustamente, ya sea por daño a la propiedad
ajena, a la persona, a la honra, fama o hacienda. Esta norma abarca una amplia
gama de situaciones, desde deudas contractuales hasta daños causados por
delitos como homicidios, hurtos, o daños a la honra. En resumen, la restitución
debe ser devuelta a aquel que es el legítimo dueño de lo tomado injustamente,
ya sea una cosa específica, su valor, o una deuda contraída.
¿Dónde se debe restituir?
La restitución debe realizarse en el lugar donde
la cosa ajena está poseída de buena fe, y lo debido por contrato o cuasi
contrato debe restituirse en el lugar designado o donde se solicita, siempre y
cuando no cause daño ni al acreedor ni al deudor al pagar fuera del lugar
señalado. En el caso de la restitución debida por delito o cuasi delito, debe
hacerse en el lugar donde el señor no sufra ningún daño, ya sea donde se tomó,
donde se encuentra el señor, o en otro lugar donde el señor la hubiera transferido,
asegurando que no incurra en costos adicionales a los que tendría si no se
hubiera tomado la cosa. La restitución busca devolver la cosa a su estado
original, sin generar más gastos para el señor, y siempre es suficiente si el
acreedor está satisfecho. Por lo tanto, la restitución debe realizarse en el
lugar donde la cosa se posee de buena fe o donde se acordó pagar, garantizando
que no haya perjuicio para ninguna de las partes involucradas.
¿Cómo se debe restituir?
La restitución debe realizarse de acuerdo con la
naturaleza del contrato, delito o última voluntad, ya sea directamente por el
obligado o a través de un tercero. En casos de delitos ocultos, la restitución
también debe ser discreta. Es importante que cuando se realice de forma
indirecta, el intermediario no se beneficie de ello. Para el fuero de la
conciencia, es suficiente que el destinatario reciba la oferta de restitución
de manera libre y voluntaria, pudiendo aceptarla o perdonarla. Se destaca la
importancia de que el perdón sea sincero y provenga de alguien con la capacidad
de perdonar, como un señor de su hacienda. Se menciona que el pobre obligado a
restituir al rico debe ser tratado con compasión y se le debe pedir perdón en
lugar de exigir la restitución, para evitar dificultades.
Orden de restitución
En primer lugar, se deben saldar todas las deudas si
es posible, y si no, se debe priorizar el pago de las deudas ciertas sobre las
inciertas. Se destaca la importancia de devolver primero lo que pertenece al
dueño legítimo, como depósitos, objetos hurtados o robados que aún conservan su
forma y especie. Posteriormente, se debe satisfacer a los vendedores por lo
vendido que esté en posesión del deudor. En caso de bienes adquiridos por
título oneroso, se debe considerar el valor excedente para otras deudas. Se menciona
la relevancia de respetar las ordenanzas locales en caso de bancarrotas, y en
ausencia de estas, se sigue el derecho común que prioriza a ciertos acreedores
sobre otros.
El que impide el bien ajeno
Sólo está obligado a
restituir quien impide a otro el acceso a algo que ya era suyo por derecho
perfecto (ius in re) o que le era debido por justicia al tener un derecho
imperfecto (ius ad rem). La mera intención de dañar no genera obligación de
restituir, a diferencia de impedir el acceso mediante fuerza, mentira o engaño.
Los oficios y beneficios
no son bienes comunes que deban repartirse de forma estricta según la justicia
distributiva. Por ello, quien los reparte mal o impide su acceso no está
necesariamente obligado a restituir, a menos que se haya impedido el acceso a
algo que ya era propio del impedido.
Cuando los beneficios,
oficios o cátedras se otorgan por oposición al más merecedor, quien impide que
se den a los legítimos opositores sí está obligado a restituir, pues éstos
tenían un derecho imperfecto a que se les adjudicara. Quienes votan por el menos
digno, aunque pequen más, no están obligados a restituir.
Tampoco está obligado a
restituir quien, sin fuerza, mentira ni engaño, impide que alguien acceda a un
beneficio que aún no era suyo ni se le debía. En cambio, si se utilizaron
medios ilícitos como mentira, engaño o fuerza, sí habría obligación de restituir.
Restitución de los bienes inciertos
Los bienes inciertos, que deben ser restituidos pero cuya cantidad o destinatario no se conocen, se consideran difíciles de retener justamente. La restitución de estos bienes se debe hacer a los pobres, aunque algunos sugieren que esta responsabilidad debería reservarse a los obispos. Sin embargo, la opinión común es que el deudor puede hacer la restitución sin necesidad de intervención episcopal, excepto en ciertos casos específicos.
Además, se argumenta que un confesor puede absolver a aquellos que deben bienes inciertos sin necesidad de restitución inmediata, y si el deudor es pobre, puede decidir retener parte o todo el bien incierto. No se le exige al deudor realizar más oraciones o buenas obras por las almas a las que se les debe, aunque sí queda obligado a lo mismo que otros pobres.
Sería adecuado que los más necesitados sean elegidos como receptores de estos bienes inciertos, aunque no es estrictamente necesario. Por "pobres" se entienden no solo individuos, sino también instituciones eclesiásticas que necesitan recursos para varios propósitos. Los bienes eclesiásticos pueden utilizarse para otros fines piadosos además de la asistencia a los pobres, como ornamentos, luminarias o edificaciones, según la opinión generalizada.
De los participantes
En el amplio espectro de transgresiones contra el Séptimo Mandamiento, se explora con minuciosidad cómo diferentes acciones, intenciones y omisiones pueden llevar a la obligación de realizar restituciones. Desde el robo en grupo hasta el silencio cómplice ante un delito, se desentrañan las complejidades morales que rodean la propiedad y la responsabilidad individual.
De los padres que toman lo de los hijos
Se distinguen cuatro categorías principales: los bienes castrenses, los casi castrenses, los advenedizos y los proféticos. Los bienes castrenses son aquellos adquiridos por el hijo en el contexto de la guerra o actividades militares, y pertenecen exclusivamente al hijo. Los bienes casi castrenses son los obtenidos por el hijo en el ejercicio de un cargo público o eclesiástico, y también se consideran de su propiedad. Los bienes advenedizos son aquellos adquiridos por el hijo por herencia, donación de terceros o su propio trabajo, y su propiedad es del hijo, pero su usufructo pertenece al padre mientras este viva. Por último, los bienes proféticos son aquellos obtenidos por el hijo a través de la herencia o donación directa del padre, y en estos casos tanto el dominio como el usufructo pertenecen al padre.
Se discute la validez y las condiciones de las donaciones entre padres e
hijos, destacando que estas donaciones no son válidas si no se hacen en
circunstancias específicas, como en casos de remuneración por servicios
prestados o por causas de matrimonio. Se enfatiza que la donación del padre al
hijo es equiparable a la donación entre cónyuges en muchos aspectos, y se
analizan diversas situaciones en las que estas donaciones pueden ser válidas o
revocadas. Además, se establece que si un hijo sirve más al padre que sus
hermanos, no tiene derecho automático a una compensación adicional, a menos que
haya acordado previamente con el padre una recompensa por sus servicios.
Un aspecto crucial es el papel del consejero, cuyas palabras pueden tener un impacto significativo en las decisiones de otros. Se destaca cómo incluso un consejo bienintencionado pero equivocado puede constituir una falta grave que exige reparación. Además, se profundiza en la responsabilidad del testigo, señalando que su silencio ante un delito puede implicar una complicidad moral y, por lo tanto, la obligación de rectificar el mal causado.
Se analiza detenidamente la conducta de aquellos que tienen la responsabilidad de proteger los bienes ajenos, como los tutores o los jueces, y cómo su negligencia o participación en el delito los hace moralmente responsables y sujetos a restitución.
Además, se examinan las
circunstancias que pueden modificar la gravedad del pecado y la obligación de
restituir. Por ejemplo, se diferencia entre el hurto realizado sin intención de
causar un daño significativo y aquel que se comete con la intención de acumular
un perjuicio considerable. Estas sutilezas reflejan una comprensión profunda de
la ética moral y religiosa en relación con la propiedad y la responsabilidad
individual.
Los bienes que la esposa toma del marido y el marido de la esposa
Los casos en los que el esposo toma bienes paraphernales de la esposa sin
permiso incluyen situaciones en las que utiliza significativamente esos
recursos para sí mismo o para otros, usurpando lo que no le pertenece. Por otro
lado, la esposa puede tomar bienes del esposo sin su consentimiento en
circunstancias como extrema necesidad, costumbres locales que permiten la
limosna, para evitar daño temporal o espiritual al esposo, en ausencia o falta
de razón del esposo, asignación específica de sustento que puede ahorrar para
limosnas, bienes paraphernales propios o dote suficiente y habilidades para
ganarse la vida. Estas excepciones se justifican en el cuidado del bienestar
familiar y la protección de la esposa en situaciones específicas, mientras se
respeta el derecho de cada cónyuge sobre sus propios recursos.
Los hijos toman contra los padres
los hijos cometen pecado si toman para sí bienes pertenecientes a sus padres, incluso si estos son adquiridos por el padre después del nacimiento del hijo. Si el hijo se apropia de bienes del padre sin su consentimiento, debe restituirlos, especialmente si esa acción causa daño a otros herederos legítimos.
Además, hay que considerar diversas circunstancias y
excepciones, como cuando los bienes son adquiridos por el hijo con el
consentimiento del padre o cuando son adquiridos por respeto al padre. También
está el caso en el que el padre proporciona recursos al hijo para su estudio
o necesidades personales, y el hijo no cumple con compartir o rendir cuentas
por esos recursos después de la muerte del padre. En resumen, analiza las
obligaciones morales y legales de los hijos en relación con los bienes
paternos, enfatizando la importancia del respeto y la integridad en las
relaciones familiares.
Falsearios
Falsificar es un pecado grave contra el séptimo mandamiento, ya sea falsificando moneda en su sustancia o forma, pesos, medidas o sellos. Quien comete este acto debe restituir el daño causado. Si la falsificación afecta la sustancia de la moneda, como alterar su metal o peso, la obligación de restituir es clara. Si la falsificación solo afecta la forma, como alterar la impresión sin afectar la sustancia, la obligación de restituir depende de si el acto causó daño al prójimo. Además, si alguien falsifica escrituras, documentos o sellos, debe restituir el daño causado, y si se trata de sellos papales, puede incurrir en excomunión. Lo mismo se aplica a la falsificación de pesos, balanzas o medidas. En resumen, cualquier acto de falsificación conlleva la obligación de restituir el daño causado, ya sea en moneda, documentos o instrumentos de medición.
Diferencia entre el préstamo y la usura
Ahora se aborda la definición y la condena de la usura, así como las distintas formas en las que puede manifestarse. Se menciona que la usura es la ganancia estimable obtenida por prestar dinero, ya sea de manera clara o encubierta, y que el pecado de usura consiste en tomar o desear esta ganancia. Se afirma que la usura es considerada un pecado mortal, condenado tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, y se destaca que la intención de obtener beneficio económico a través del préstamo constituye usura. También se aborda la distinción entre usura mental y real, y se menciona que la usura está ampliamente condenada en la Cristiandad, aunque históricamente no haya sido tan censurada entre los Gentiles Romanos. Además, se discuten casos específicos relacionados con la usura, como el préstamo con interés simoniaco, el préstamo con fines de amistad o el cobro de intereses en diversas transacciones comerciales.
A continuación, Azpilcueta nos señala algunos casos en que existe la usura:
Préstamo a interés:
Se considera usura si se
presta dinero con la expectativa de recibir más de lo prestado como ganancia,
ya sea de manera explícita o implícita.
Cambios en las
condiciones del préstamo:
Si el prestamista cambia
las condiciones del préstamo después de haber sido otorgado (por ejemplo,
aumentando el interés), se considera usura.
Prestar con garantía o
prenda:
Se discute si prestar
dinero con la condición de que el deudor deje una prenda y, si no puede pagar,
el prestamista pueda tomarla como compensación, constituye usura.
Préstamo con beneficios
adicionales:
Si el prestamista recibe
beneficios adicionales más allá del préstamo inicial (por ejemplo, si el deudor
trabaja para el prestamista), se considera usura, a menos que estos beneficios
sean proporcionales al préstamo inicial.
Préstamos condicionales:
Si el préstamo está
sujeto a ciertas condiciones, como la muerte del prestatario, y se espera un
retorno duplicado en tales circunstancias, se considera usura.
Préstamos con
expectativas de servicios:
Si se otorga un
préstamo con la expectativa de que el prestatario realice ciertos servicios
adicionales, como orar por el prestamista, enseñar, etc., y estos servicios se
valoran monetariamente, se considera usura.
Ahora veamos lo que no constituye usura:
Prestar bienes sin
expectativa de ganancia: Si alguien presta dinero u otros bienes que se dan por
cuenta, peso o medida y no exige que le devuelvan otros de igual valor y
calidad en el momento adecuado, no se considera usura, siempre que el acreedor
no consienta expresamente o tácitamente en ello.
Prestar inicialmente por
caridad: Si al principio se presta por caridad y luego se espera una ganancia,
no se considera usura.
No exigir más de lo
debido al deudor al finalizar el plazo de pago: Si llegado el momento de la
devolución, el prestamista no exige más que lo acordado inicialmente, no se
considera usura.
Establecer penas por
incumplimiento del plazo de pago: Si se establecen penas por incumplimiento del
plazo de pago, pero estas no exceden lo razonable y se aplican justamente, no
se considera usura.
Préstamo con prenda: Si
se presta sobre una prenda y se permite al deudor hacer uso de ella, y si el
prestamista recibe beneficios proporcionales a los gastos hechos en coger y
conservar la prenda, no se considera usura.
Contrato de seguro
relacionado con el préstamo: Si se presta dinero con la condición de que el
deudor asegure el préstamo, no se considera usura, siempre y cuando el costo
del seguro sea razonable.
Préstamo condicional: Si
se presta con una condición justa y no usuraria, como liberar al deudor si
muere dentro de un cierto tiempo, no se considera usura.
Préstamo con pacto de realizar servicios: Si se presta con la condición de que el deudor realice ciertos servicios, no se considera usura siempre que el valor del servicio no sea desproporcionado al préstamo.
Lo que NO constituye usura |
Lo que SÍ se considera usura |
Prestar sin esperar ganancia |
Prestar con pacto de recibir ganancia estimable a dinero |
Prestar inicialmente por caridad |
Prestar con intención de ganancia después de haber prestado por
caridad |
No exigir más de lo debido al finalizar el plazo de pago |
Establecer penas excesivas por incumplimiento del plazo de pago |
Prestar con prenda y permitir al deudor hacer uso de ella |
Prestar sobre prenda con pacto de beneficio unilateral para el
prestamista |
Préstamo con condición justa, como liberar al deudor si muere dentro
de cierto tiempo |
Préstamo con condiciones que resultan en ventaja injusta para el
prestamista |
Contrato de seguro relacionado con el préstamo, siempre que el costo
sea razonable |
Préstamo con pacto de seguro desproporcionado o injusto |
Prestar con condición de realizar servicios proporcionales al valor
del préstamo |
Prestar con pacto de realizar servicios desproporcionados al valor del
préstamo |
Azpilcueta aborda el concepto de precio justo en el contexto de transacciones comerciales y financieras. En este sentido, se establece que es considerado usura comprar algo por menos del precio justo o venderlo por más de su valor real. Se hace hincapié en la importancia de respetar el justo precio, ya sea riguroso, bajo o medio, para evitar caer en prácticas injustas. Se menciona que, aunque pueda parecer justo vender algo por el precio al que se adquirió, esto puede no ser así si los gastos fueron desproporcionados o si el valor del bien se vio afectado por factores externos, como la competencia en el mercado. Asimismo, se destaca que el vendedor tiene derecho a obtener una ganancia justa por su trabajo y esfuerzo, pero no debe aprovecharse de la necesidad del comprador para obtener un beneficio excesivo. Por lo tanto, el precio justo se define no solo en función del valor intrínseco del bien, sino también en relación con la equidad y la honestidad en la transacción comercial.
El préstamo con pacto de
retrovendo se refiere a un acuerdo en el que el comprador se compromete a
devolver la compra al vendedor en cierto plazo o bajo ciertas condiciones. Este
tipo de contrato se considera lícito siempre y cuando se cumplan ciertas condiciones,
como que no haya simulación ni engaño, y que no se establezca un pacto en el
que al devolver la compra, se reciba algo más de lo que se dio inicialmente. No
es necesario que el comprador acepte el pacto solo para complacer al vendedor,
ni que desee que la compra no se devuelva, ni que se imponga un plazo después
del cual ya no se pueda devolver. Lo importante es que tanto el comprador como
el vendedor actúen con transparencia y sin imponer condiciones injustas.
Siempre que se respeten estos principios, el préstamo con pacto de retrovendo
se considera una práctica lícita.
Usura en el contrato de compañía
En el contrato de compañía se establece que los involucrados pueden compartir ganancias y pérdidas, siempre y cuando se cumplan tres condiciones: que el trato sea lícito, que el dinero esté en riesgo para quien lo aporta y que se mantenga la equidad en todo momento. Este tipo de contrato permite que aquellos que ponen dinero, trabajo o industria compartan la ganancia de manera proporcional a su contribución. Además, se argumenta que es legítimo asegurar el capital aportado en compañía y hasta la ganancia, siempre y cuando se respete la proporción y se evite la usura.
Se puede acordar que quien aporta el trabajo asuma la pérdida de su inversión, mientras que quien aporta dinero asuma la pérdida de este. Sin embargo, es importante que las pérdidas y ganancias sean compartidas de manera justa, según lo convenido. Además, se discute la posibilidad de asegurar el capital y la ganancia mediante contratos específicos, siempre y cuando se evite cualquier tipo de fraude o simulación.
En cuanto al tema de prestar dinero para que se realicen servicios religiosos, se argumenta que es lícito, siempre y cuando se haga con la intención de obtener una ganancia justa y se tomen medidas para evitar cualquier sospecha de usura. Además, se propone que el dinero prestado se invierta en garantías seguras y que se informe a las autoridades eclesiásticas para evitar malentendidos.
Capítulo 18: Del
octavo mandamiento - No dirás falso testimonio.
El mandamiento que prohíbe dar falso testimonio judicial o mentir, se basa en la idea principal de evitar el daño al prójimo. Esto incluye diversos pecados relacionados con las palabras, como mentir, romper promesas, injuriar, entre otros. Además, según Santo Tomás, la gravedad de estos pecados depende de la intención detrás de las palabras y acciones. El falso testimonio se considera pecado por tres razones: quebranta el juramento, causa injusticia y es una mentira. Mentir va en contra de la virtud de la verdad, y hay diferentes tipos de mentira, algunas más graves que otras.
Además de las mentiras verbales, también existen las mentiras por acción, como la simulación y la hipocresía. La simulación es hacer que las acciones parezcan verdaderas cuando no lo son, mientras que la hipocresía es mostrar bondad siendo malo o mejor de lo que realmente se es. Otro origen de la mentira es el juicio temerario, que consiste en juzgar a otros sin suficiente base.
Capítulo 19: Del noveno mandamiento: No codiciarás
las cosas de tu prójimo.
El deseo desordenado de
posesiones ajenas es un pecado mortal cuando va en contra de la justicia. Se
discute el pecado relacionado con el juego, señalando que aquellos que juegan
principalmente por ganancia pecan. También se detallan las circunstancias que
pueden hacer que el juego sea pecaminoso, como la falta de recreación, el deseo
desmedido de ganar y la violación de leyes o normas sagradas. Sin embargo, se
especifica que jugar por recreación no es pecado mortal, siempre que no viole
otras circunstancias morales. Además, se aborda la cuestión de la restitución
de las ganancias del juego, concluyendo que, en algunos casos, no es necesaria.
Capítulo 20: Del décimo mandamiento: No codiciarás la
mujer ajena, y de los consejos evangélicos.
Este mandamiento no es igual al sexto, ya que en aquel se prohíbe expresamente la acción exterior de la lujuria, mientras que en este se refiere a la interior. Sin embargo, debido a que aquí se prohíbe tácitamente lo que en aquel se expresa, y viceversa, en aquel se abordaron las cuestiones del uno y del otro. Como ya mencionamos en el capítulo anterior, cuando el pensamiento, el deleite y el consentimiento verdadero o interpretativo son mortales y cuándo veniales, aquí no profundizaremos más en esta cuestión.
¿Se puede desear deliberadamente ser amado con amor carnal lujurioso mortal por algunas personas y tener enamorados o enamoradas de esta manera, o alegrarse al ver que son amados así, aunque el individuo en cuestión no ame de esa manera ni desee ser amado de esa manera por alguien? Porque al consentir en un pecado mortal, propio o ajeno.
Pecados mortales
Azpilcueta aborda los conceptos de virtud y vicio, así como los siete vicios considerados capitales o mortales. Se parte de la premisa de que la virtud y el vicio son opuestos, como el blanco y el negro. La virtud se define como un buen hábito del alma que inclina a hacer lo correcto, mientras que el vicio es un hábito malo que lleva a hacer lo incorrecto.
Se mencionan diferentes tipos de virtudes, como las intelectuales y las morales, así como los vicios que las contrarrestan. Se detallan las cuatro virtudes cardinales: prudencia, justicia, fortaleza y temperancia, junto con otras virtudes asociadas.
Los vicios se consideran contrarios a las virtudes, y se dividen en especies opuestas. Se explica que cada virtud tiene dos vicios contrarios, que representan los extremos de la falta y la exageración.
Se discute cómo se adquieren las virtudes y los vicios, y se menciona que los pecados mortales son siete, aunque algunos pueden ser veniales. Se argumenta que la soberbia no es uno de los siete vicios capitales, sino que es la reina de todos ellos.
Se propone una dicción
alternativa para recordar los siete vicios capitales, utilizando la palabra
"Sauligia", que incluye la soberbia como la primera letra, seguida de
vanagloria y los otros seis vicios capitales.
Primer pecado mortal: la soberbia
La soberbia es un vicio
bien platicado pero mal entendido. Diferencia de la ambición, presunción, y
vanagloria en que su definición es el amor desordenado de la propia excelencia,
incluyendo el menosprecio de la sujeción divina. Esto la hace el mayor pecado,
ya que pretende apartarse de Dios, lo que no sucede con otros pecados mortales
que solo lo hacen por una consecuencia indirecta.
La soberbia tiene cuatro
especies. La primera es creer que los bienes naturales y de fortuna son
propios, no recibidos de Dios. La segunda es creer que los bienes recibidos de
Dios son debido a los propios merecimientos. La tercera es atribuir a sí mismo
bienes que no posee, como virtudes o habilidades. La cuarta es despreciar a los
demás y querer que sean sujetos, aunque sean más excelentes.
Estas especies no son directamente soberbia, sino efectos de ella. La soberbia se caracteriza por amar desordenadamente su propia grandeza y excelencia, lo que la corrompe y hace que juzgue falsamente. Esto puede ocurrir cuando se juzga deliberadamente o por pasión, siempre que contenga un menosprecio de la sujeción divina o injuria del prójimo.
Segundo pecado mortal: la avaricia
La avaricia, uno de los vicios capitales, se presenta en dos formas contrarias: una que va en contra de la justicia, consistente en desear y retener lo ajeno de manera indebida, lo cual se considera un pecado mortal por ir en contra de la caridad hacia el prójimo; y otra que va en contra de la liberalidad, caracterizada por un afán excesivo de retener la propia riqueza, lo cual se considera un pecado venial según Santo Tomás de Aquino.
Por otro lado, la prodigalidad se opone a la avaricia
y la liberalidad, siendo un exceso en el gasto que va en contra de la virtud de
la liberalidad. Aquí, encontramos dos formas de prodigalidad: una que va en
contra únicamente de la liberalidad, donde se gasta sin razonar pero sin
perjudicar a terceros, y otra que va en contra tanto de la liberalidad como de
la justicia, implicando un gasto irresponsable que perjudica a otros.
Hijas de la avaricia
La avaricia es un vicio fundamental y grave, según las
enseñanzas de Santo Gregorio y Santo Tomás de Aquino. Este vicio da lugar a
otros siete pecados relacionados, como la falta de misericordia hacia los
pobres, la búsqueda obsesiva de adquirir riqueza, el uso de la violencia, el
perjurio, la falacia, el fraude y la traición. La dureza de corazón y la
inquietud del alma son dos de estos pecados derivados de la avaricia, y pueden
llegar a ser mortales en ciertas circunstancias. Por ejemplo, si una persona
teniendo recursos no ayuda a los pobres cuando debería hacerlo bajo pena de
pecado mortal, o si su deseo descontrolado de obtener riqueza lo lleva a
descuidar deberes religiosos u obligaciones morales esenciales.
Del fraude, hijo de la avaricia
La prudencia, como virtud cardinal, se opone a la astucia y al engaño, que buscan alcanzar lo que parece bueno de manera incorrecta. La astucia se manifiesta a través del engaño en palabras y acciones, mientras que el fraude se centra únicamente en las acciones engañosas. En cuanto al precio justo de las mercancías, este no es fijo, sino que varía según factores como las regulaciones gubernamentales, el tiempo, el lugar y la oferta y demanda. Se destaca que el precio justo no es solo el que se establece comúnmente en un lugar, sino también el que se puede obtener en una transacción específica. En ausencia de regulaciones, cada individuo puede fijar un precio adecuado para sus productos considerando su esfuerzo, gastos y riesgos asociados. Es importante evitar prácticas fraudulentas como la manipulación de precios para obtener beneficios injustos en el mercado.
En el comercio, aquel que no guarda el justo precio peca mortalmente, ya sea por ignorancia, deliberadamente o por deseo de lucro. La transacción no se deshace fácilmente por esta falta. Quien quebranta una tasa justa peca de manera grave. Esto también aplica a los clérigos que venden sus productos por encima del precio establecido por el Rey o el Príncipe secular.
Si uno compra algo valioso a un precio menor de lo que valía para el vendedor, está obligado a restituir la diferencia. Lo mismo aplica si se vende deliberadamente un producto por otro, como estaño por plata, conociendo la diferencia de valor.
Es pecado grave vender alimentos perecederos sin advertir al comprador sobre su durabilidad. Del mismo modo, vender armas para un propósito injusto o veneno a sabiendas de su uso indebido es un grave pecado.
Siendo alguacil, tesorero o receptor de una comunidad, pecas si manipulas el dinero que manejas para tu beneficio personal, especialmente si perjudicas a terceros o pones en peligro los fondos. Sin embargo, no pecas al comerciar con ese dinero si no hay perjuicio para nadie más.
En el caso de vender personas esclavizadas, si el
vendedor conocía o debía conocer que el individuo era libre o tenía necesidad
extrema, está obligado a liberarlo. Si no hubiera necesidad extrema, como en el
caso de los paganos que venden a otros paganos para salvar sus vidas, se
justifica la esclavización.
Sobre la simonía
El concepto de simonía radica en la voluntad de
comerciar con aspectos espirituales o vinculados a ellos. Esta práctica se
desglosa en tres modalidades: simonía mental, convencional y real, según si la
intención es meramente mental, si se pacta explícita o implícitamente, o si el
acuerdo se lleva a cabo entre las partes.
Se distinguen tres clases de simonía:
- Simonía mental: Se refiere a la intención de realizar un intercambio indebido de bienes espirituales, como sacramentos o beneficios eclesiásticos, sin que este intercambio llegue a concretarse. Es decir, la simonía mental ocurre cuando alguien desea comprar o vender algo espiritualmente valioso, pero no llega a hacerlo efectivo.
- Simonía convencional: En este caso, además de la intención, hay un acuerdo explícito o implícito entre las partes para llevar a cabo el intercambio de bienes espirituales por beneficios temporales o materiales. Aunque el acuerdo se haya establecido, si no se lleva a cabo la transacción, se considera una forma menos grave de simonía que la real.
- Simonía real: Es la forma más grave de simonía, ya que implica que el intercambio de bienes espirituales por beneficios temporales o materiales se ha consumado efectivamente. Aquí, ambas partes han completado el acuerdo y han intercambiado los bienes en cuestión. La simonía real puede acarrear consecuencias más severas, como la excomunión y la nulidad de los títulos o beneficios obtenidos mediante este medio.
La lujuria, un vicio grave, engendra otros siete pecados relacionados y ocho hijas infernales, según las enseñanzas de Santo Gregorio y Santo Tomás de Aquino. Estas hijas incluyen la ceguera del entendimiento, la precipitación, la inconsideración, la inconstancia, el amor propio, el desprecio a Dios, la atracción por el mundo y el temor al más allá. La lujuria lleva a errores graves y a una pérdida de perspectiva sobre el bien y el mal. Se recomienda especialmente a los contemplativos, letrados y líderes gubernamentales evitar este vicio, ya que afecta su capacidad para discernir correctamente y actuar con prudencia y constancia, ya que ellos tienen un mayor nivel de responsabilidad en la sociedad.
Cuarto pecado mortal: la ira
La ira es una pasión especial del alma, asentada en la potencia irascible, que no tiene una pasión contraria como otras potencias. Como vicio capital, la ira es un vicio que inclina a querer desordenadamente la venganza, siendo el pecado de ira ese querer desordenado, ya sea contra quien no la merece, mayor de lo que merece, sin el orden debido, o con demasiado fervor. Los tres primeros casos son pecado mortal, a menos que falte la deliberación o sea poca la venganza deseada, mientras que el exceso de fervor es pecado venial, salvo que haga quebrantar algún mandamiento.
La ira es un vicio capital del que nacen otros siete vicios,
como indignación, hinchazón, vocería, blasfemia, contumelia, riña, y otros.
Será pecado mortal desear o querer tomar una venganza notable de quien no la
merece, o una venganza notablemente mayor de la que es razonable, incluso si se
hace por autoridad divina o de la justicia, así como tomarla por propia
autoridad, contra el orden del derecho, o con mala intención hacia el castigado
y no principalmente para conservar la justicia.
Quinto vicio mortal: la envidia
La envidia es un vicio
que lleva a entristecerse por el bien ajeno, considerándolo una disminución de
la propia excelencia. Se diferencia del odio, temor e indignación. Es un vicio
capital que da origen a otros cinco vicios, como el odio, la murmuración, la
detracción, la alegría por las desgracias ajenas y la tristeza por las
prosperidades ajenas.
El pesar por el bien
notable del prójimo deliberadamente es considerado pecado mortal, ya que va en
contra de la caridad que nos hace alegrarnos por el bien del prójimo.
Deliberadamente entristecerse por no tener tantos bienes temporales como otros,
por motivos malos, también es pecado mortal. En cambio, entristecerse por no
tener las virtudes que ven en otros es algo loable según la enseñanza de Santo
Tomás.
Si alguien se entristece
deliberadamente porque Dios da bienes a los malvados, cuestionando la
providencia divina, es considerado pecado por la mayoría. Sin embargo, si se
entristece por los bienes de los malvados sin cuestionar la providencia divina,
no se considera pecado. Deliberadamente proponer imitar a los malvados en sus
pecados mortales para obtener prosperidad temporal es considerado pecado.
Sexto pecado mortal: la gula
La gula es un vicio que
inclina a comer o beber de manera desordenada, sabiendo o debiendo saber que es
así. Es pecado mortal cuando se pone el fin último en ella, se transgreden
mandamientos divinos o humanos por ella, o se causa un daño notable a la propia
salud o la del prójimo.
La gula tiene cinco
especies según San Gregorio: comer o beber antes de tiempo, con exceso, con
demasiado ardor, con demasiada prisa, o con manjares demasiado elaborados o
caros. La gula es un vicio capital que da origen a cinco hijas: embotamiento de
la razón, alegría desordenada, parlería excesiva, truhanería y suciedad.
Será pecado mortal de
gula si se pone el fin último en comer y beber, si por ello se quebranta algún
mandamiento, si se llega a vomitar por comer en exceso, o si se come o da de
comer algo que cause un daño notable a la salud. También será mortal comer manjares
muy preciosos dejando de pagar deudas u obligaciones, o comer carne en días o
lugares donde no se acostumbra, a sabiendas. Igualmente, si se bebe a sabiendas
de que se va a emborrachar, o si se come carne humana sin gran necesidad.
En cambio, comer carne en
lugares donde se acostumbra, aunque no se pueda en la propia tierra, no es
pecado. Tampoco lo es beber con la intención de vomitar sin daño, o comer algo
que se sabe que hará daño, pero sin creer que será grave.
Séptimo pecado mortal: la pereza
La acedia o pereza es un
vicio diabólico que inclina a aborrecer y entristecerse del bien espiritual y
divino en cuanto es propio. Se diferencia del odio general, que se entristece
del bien de Dios y del prójimo en cuanto es de ellos, y de la envidia, que se
entristece del bien ajeno en cuanto disminuye la propia excelencia.
Este vicio es de suyo un
gran pecado mortal, muy cercano al odio que es el supremo de todos los pecados,
pues se entristece del bien espiritual y divino que consiste en la amistad con
Dios. Sólo deja de ser mortal por falta de deliberación o de advertencia. En
cambio, entristecerse del bien espiritual de otras virtudes no es pecado de
acedia, sino del vicio contrario a esa virtud.
La acedia es un vicio
capital que da origen a seis hijas: desesperación de alcanzar el fin supremo,
pusilanimidad que aparta de los medios arduos, pereza del alma para los medios
preceptivos, indignación contra quienes invitan a los bienes espirituales, malicia
que hace aborrecer los bienes espirituales, y evagación a cosas ilícitas por
entristecerse en las divinas.
Será pecado mortal de acedia dejar de cumplir lo mandado o entristecerse de haberlo cumplido por la tristeza de los bienes divinos y espirituales. También lo será deliberar no aprender los artículos de la fe, el Credo, el Padrenuestro, o los mandamientos, si se tiene obligación de saberlos por el oficio o estado. En cambio, no saber de memoria estas oraciones y verdades, sabiendo su contenido, sólo sería pecado venial por derecho humano.
Cinco sentidos y obras de misericordia, espíritu y corpóreas
Los sentidos exteriores,
como el ver, oír, tocar, gustar y oler, son como ventanas por donde lo externo
entra en nuestras almas. El uso de estos sentidos puede ser virtuoso, pecado
mortal o venial. Es virtud cuando se cumplen todas las circunstancias necesarias
para una acción virtuosa, pecado mortal cuando el fin es malo o dañino, y
venial cuando falta alguna circunstancia y no causa daño notable.
Se considera pecado
mortal si se ve, oye, huele, toca o saborea algo prohibido bajo pena de pecado
mortal, o si se pone en peligro de pecado mortal. También si se incumple una
ley que obliga a pecado mortal, o se causa un daño notable a la salud, honor o
propiedad ajena, o a la propia salud o alma.
Misericordia
Azpilcueta nos habla
sobre las obras de misericordia, tanto corporales como espirituales, destacando
que son obras de caridad y nacen de la virtud de la misericordia, que a su vez
es hija de la caridad. Se menciona que la limosna, ya sea espiritual o
corporal, puede ser de precepto o de consejo, dependiendo de la necesidad
extrema del receptor y de la disponibilidad del donante. Se enfatiza que las
obras de misericordia son muy aceptas a Dios y que la limosna espiritual se
considera mejor que la corporal en ciertas circunstancias.
Además, se discute la
obligación de dar limosna en casos de extrema necesidad, la diferencia entre lo
necesario y lo superfluo, y la importancia de no juzgar fácilmente a alguien
por tener más de lo que aparentemente necesita. Se destaca que las obras de
misericordia son esenciales y que quien las practica bien no muere mal,
subrayando la importancia de no postergar las limosnas para después de la
muerte y de no acumular bienes superfluos sin hacer obras de caridad en vida.
Preguntas particulares de algunos estados
Los Reyes
Los reyes pecan
gravemente si buscan ganar o aumentar sus territorios de manera injusta o los
gobiernan mal. Esto puede manifestarse en la mala gestión de sus vasallos en
tiempos de paz y guerra, la falta de recursos naturales o artificiales, la
acumulación de riquezas con agravios, el gasto excesivo de sus rentas, la falta
de fortalecimiento de sus fuerzas, el descuido de los caminos y la provisión a
los pobres, la imposición de guerras sin justificación razonable, la creación
de leyes para beneficio personal, la dispensación injusta de las leyes divinas
o humanas, la usurpación de bienes comunales, la adquisición de bienes de sus
vasallos sin justa causa, la conducción de guerras injustas o justas con malas
intenciones, la obstaculización de la visita a las monjas, y la imposición de
tributos sin necesidad pública. Además, designar oficiales incompetentes,
permitir la corrupción, mantener malas costumbres, consentir monedas falsas, y
condenar sin pruebas justas son acciones igualmente graves. Los reyes deben
buscar su recompensa en el cielo, juzgar según las leyes, y evitar estos
pecados para cumplir con su deber sagrado y gobernar con justicia y virtud.
Jueces y otros señores superiores
Señores pecan al igual que los jueces, ya que un juez puede cometer un pecado mortal si asume un gobierno o judicatura sin ser competente para ello. Un juez peca cuando juzga injustamente, debiendo entonces restituir lo que es justo, y si está suspendido. También peca si toma algo por juzgar bien o mal, si juzga mal por falta de jurisdicción, o si tiene otros defectos judiciales. Peca cuando admite apelaciones indebidas o las rechaza cuando debería admitirlas, o cuando retrasa sin causa el despacho de los casos. Peca si modifica la pena establecida por la ley sin tener la autoridad para hacerlo, o si perdona sin el consentimiento de la parte perjudicada, en detrimento de la República.
Peca si ejecuta una
sentencia nula de su superior, si ordena arrestos injustos, si omite condenar
en costas, si no estudia lo necesario, o si no toma los consejos adecuados.
Peca si condena por venganza personal o si no defiende a las personas
miserables. Peca si desobedece al juez eclesiástico, si manda celebrar actos en
tiempo de interdicto, si ordena arrestar al juez eclesiástico por
descomulgarlo, si obtiene absolución por miedo, o si impide la compra o venta a
clérigos. Peca si toma bienes de la Iglesia, si ordena sacar a alguien de un
lugar sagrado, si permite falsedades o engaños de sus oficiales, si juzga sin
parte o acusador, si no permite confesar o recibir el sacramento a quien manda
ejecutar, si no provee de abogados iguales a las partes, si no visita la
cárcel, si admite al descomulgado en juicio, si no remite a los clérigos a su
juez, si realiza actos judiciales en días feriados, si cobra más de lo debido
por el sello, si finge motivos para hablar con una mujer, si omite la visita
general, si interroga de manera indebida en investigaciones, o si obliga a un
malhechor a delatar a sus compañeros en casos no debidos.
Abogados y procuradores
Un abogado o procurador peca mortalmente si no tiene el conocimiento necesario, o si sabe que el pleito es injusto y aún así lo defiende. Además, comete pecado si pierde el pleito por negligencia notable o ignorancia, si causa perjuicio al adversario en un caso justo, o si recurre a tácticas indebidas como demoras injustificadas, sobornos de testigos, o revelación de secretos al adversario. También pecan si no asisten a los pobres que necesitan ayuda, si cobran salarios excesivos o injustos, o si ayudan a la parte adversa. Estos profesionales deben tener especial cuidado en actuar con justicia y evitar cualquier conducta que pueda dañar a las partes implicadas.
Asimismo, un abogado prevaricador es aquel que ayuda a la parte adversa, sin importar el salario justo y moderado, acorde con el trabajo realizado, la complejidad del caso, y las costumbres de la región. Si el abogado descubre que la causa que defiende es injusta, debe dejar de apoyarla y aconsejar a su cliente en consecuencia. No debe engañar ni utilizar tácticas deshonestas para ganar el caso. Si comete errores graves por negligencia o ignorancia, está obligado a restituir todos los daños causados. Además, las circunstancias en las cuales un abogado puede aceptar honorarios y cómo estos deben ser acordados para evitar el pecado y la corrupción.
Del autor, acusador, denunciador y guarda
Es un pecado mortal para el acusador continuar un pleito injusto, usar una sentencia injusta, o abandonar un caso sin justificación. También peca si acepta dinero para no acusar, jura en falso, miente en su pleito, o no acusa cuando debería. El denunciador peca mortalmente si hace denuncias infundadas o por malos fines, o si no denuncia lo que debe.
Guardias, alguaciles y merinos pecan si no acusan a los que encuentran cometiendo delitos, no informan de los daños o no restituyen lo debido. Si un acusador persiste en un pleito injusto o acepta dinero para desistir, debe restituir el daño causado. Si usa falsos testimonios o documentos en un pleito justo, no está obligado a restituir, aunque mentir sin motivo mortal es solo un pecado venial.
No acusar a alguien
cuando su delito causa gran daño espiritual o temporal también es un pecado
mortal, al igual que jurar no acusar futuros delitos. Denunciar con mala
intención o no denunciar delitos graves es pecado mortal, incluso si se había
jurado no hacerlo. Guardias y alguaciles que no cumplen con su deber de acusar
a los infractores también pecan mortalmente y deben satisfacer a los
perjudicados.
Del reo, el acusado y el preso
Un reo, acusado o preso, peca mortalmente si defiende una causa injusta, niega la verdad cuando se le pregunta con todos los requisitos legales, no delata a sus cómplices, no responde a cartas de excomunión, huye de la cárcel o ayuda a otros a hacerlo, se defiende con mentiras o perjurios, o apela una sentencia justa.
Los confesores de los reos deben tener cuidado de no absolverlos sin asegurarse de que cumplan con estas obligaciones, y los jueces pecan al preguntar a los reos con juramento sin seguir las debidas formas.
Huir de la cárcel es pecado mortal si se resiste o daña a los oficiales de justicia. Si el reo huye sin violencia, no es considerado pecado mortal. También peca mortalmente el reo que se defiende con perjurios o mentiras juradas, o que apela una sentencia justa solo para retrasar su ejecución, y está obligado a restituir los daños causados.
De los testigos
Los testigos deben
corregir cualquier testimonio erróneo lo antes posible y pueden recibir
compensación solo por los gastos relacionados con su testimonio, no por
testimoniar falsamente. Además, hay ciertas personas, como familiares cercanos
y aquellos con información confidencial, que generalmente están exentas de
testificar, aunque pueden ser obligadas en ausencia de otros testigos. Si un
testigo perjudica a alguien con su testimonio falso, está obligado a restituir
el daño causado. La obra subraya la importancia de la honestidad y la
obligación de los testigos de ofrecer su testimonio en casos de extrema
necesidad, para prevenir daños mayores.
De los escribanos o tabeliones
Los escribanos deben
jurar cumplir con seis obligaciones fundamentales y pecan gravemente si actúan
en contra de alguna de ellas, o si cometen actos como hacer escrituras falsas,
romper las verdaderas, omitir o añadir cláusulas, no entregar los documentos,
no informar adecuadamente, trabajar en días festivos, exigir dinero a los
pobres, realizar instrumentos usurarios o ilícitos, o cobrar salarios
excesivos.
Primero, según Hostiense
y otros, los escribanos juran: hacer instrumentos de lo que vean u oigan y se
les requiera, sin ocultar la verdad ni mezclar falsedades; no revelar lo
encomendado en secreto sin justa causa; no hacer instrumentos sobre contratos usurarios
o ilícitos; mantener un registro de todos los instrumentos que otorguen; ser
leales a aquellos que los nombraron notarios y avisarles si algo les perjudica;
y no dejar de cumplir fielmente su deber por codicia, odio o temor.
Si el escribano incumple
alguna de estas obligaciones, es perjuro y debe restituir el daño causado. Esto
incluye hacer escrituras falsas, esconder o romper las verdaderas, notar
maliciosamente testamentos o instrumentos, no poner las cláusulas necesarias,
omitir formalidades esenciales, negarse a dar un instrumento solicitado, o no
informar adecuadamente sobre la renuncia de un derecho.
Asimismo, si el
escribano, por codicia, trabaja en días festivos sin necesidad, o si se niega a
escribir o entregar documentos a los pobres en extrema necesidad, incurre en
falta grave. También, si realiza instrumentos usurarios o ilícitos, compila
estatutos en favor de la usura, no retiene los registros necesarios, hace
testamentos para personas sin juicio, recibe salarios excesivos o cobra por
escribir cartas de órdenes teniendo salario público, debe restituir el daño
causado y corregir su conducta conforme a lo estipulado.
Maestros y doctores
Los doctores y graduados
cometen faltas mortales si solicitan grados inmerecidos, buscan el grado
principalmente por honor, enseñan teología en pecado mortal notorio, no
expulsan a excomulgados ni corrigen malas conductas adecuadamente, admiten
religiosos sin autorización a clases de leyes o medicina, enseñan o predican
por gloria personal, aprueban o reprueban incorrectamente en exámenes, enseñan
falsedades o dejan de enseñar lo útil, buscan puestos de rector o lector sin
merecerlo o promueven a otros injustamente, enseñan en días festivos impidiendo
oír misa, cobran salarios privados teniendo uno público, reciben beneficios con
la condición de enseñar, castigan cruelmente, o menosprecian a los simples
buenos.
Estudiantes
Es una falta mortal
estudiar con un fin incorrecto. También lo es no cumplir con los mandatos
justos y obligatorios de la universidad, a menos que haya una causa justa
comúnmente aceptada. Quebrantar los estatutos sin licencia, justa causa o voto,
o hacer que otro lo haga, también es grave. Aprender ciencias prohibidas o
supersticiosas, quitar oyentes a otros profesores, ser extremadamente
negligente en los estudios, especialmente cuando se financian con recursos
familiares o beneficios, gastar esos recursos en actividades indebidas,
contender contra la verdad conocida, no pagar a los maestros pudiendo hacerlo o
pretender tener grados no obtenidos, son todas faltas mortales.
Médicos y cirujanos
Los médicos y cirujanos
pecan mortalmente si no poseen el conocimiento suficiente para curar, no siguen
las reglas de su práctica, son negligentes en estudiar o visitar a los
enfermos, administran medicamentos dudosos, abandonan al paciente prematuramente,
realizan procedimientos sin la habilidad necesaria, no seleccionan
adecuadamente los medicamentos, o prolongan la enfermedad para ganar más
dinero.
Cometen falta si no
inducen al paciente a confesarse en situaciones necesarias, aconsejan pecar
para mejorar la salud, dan licencias indebidas para comer carne o no ayunar, no
informan al enfermo sobre su gravedad, exigen salarios excesivos, hacen comprar
medicinas innecesarias, no curan gratuitamente a los pobres en necesidad
extrema, o hablan mal de otros médicos para atraer pacientes.
Debe evitarse el uso de
la medicina sin el conocimiento adecuado, y cualquier error que cause daño debe
ser resarcido. Los médicos deben advertir al enfermo sobre la gravedad de su
estado y no deben aconsejar acciones contrarias a la salud del alma. Además, es
imprescindible actuar con ética en todas las recomendaciones y tratamientos,
evitando cualquier práctica que ponga en riesgo al paciente o desvirtúe la
medicina.
Ejecutores de testamentos
Los ejecutores testamentarios cometen pecado mortal si no pagan las deudas y mandas del difunto, especialmente las piadosas, cuando la herencia es suficiente para cubrir todo. También pecan si priorizan el pago de mandas sobre las deudas, sabiendo o creyendo que no hay suficiente para ambos. Las deudas incluyen los votos reales del difunto.
Una viuda o viudo usufructuario de los bienes del cónyuge, condicionado a vivir castamente, peca si comete adulterio y sigue disfrutando de los bienes. En tales casos, deben restituir lo indebido.
Un ejecutor testamentario
también peca mortalmente si demora significativamente en cumplir el testamento.
En obispado donde las constituciones exigen el cumplimiento dentro de un
tiempo específico bajo pena de excomunión, el ejecutor que no cumple a tiempo y
no hace caso de la excomunión reincide en la falta si, tras ser absuelto,
vuelve a incumplir. Esto es comparable al inquisidor que, por negligencia, no
procede contra quienes debe investigar, cayendo en excomunión nuevamente si
reincide en su negligencia tras ser absuelto.
Tutores y curadores
Los tutores y curadores, que juramentan proteger a sus pupilos, cometen pecado mortal si son negligentes en resguardar a sus pupilos de vicios o en administrar adecuadamente sus bienes. Un tutor es designado para menores de catorce años y un curador para aquellos entre catorce y veinticinco años, o para personas incapacitadas.
Pecan si no protegen los bienes del pupilo, los enajenan sin necesidad, o pierden el dinero por negligencia. Deben convertir los bienes muebles en bienes raíces productivos cuando sea posible, y si no lo hacen, tienen la obligación de restituir los daños.
Además, incurren en usura si invierten el dinero de los huérfanos de manera indebida, con la obligación de restituir si el menor no lo hace.
Las madres que se casan de nuevo o viven de manera lujuriosa y persisten en ser tutoras de sus hijos también pecan mortalmente.
Administradores y proveedores de hospitales
El hospitalero peca
mortalmente si no administra fielmente las rentas del hospital para el
propósito para el que fueron otorgadas, si las deja perder o las utiliza para
otros fines. También peca si no toma medidas para adquirir las propiedades del
hospital ocupadas o usurpadas por otros, o si, por negligencia, no realiza
reparaciones en las casas y edificios del hospital, lo que resulta en su
deterioro o colapso, con la obligación de restituir el daño causado.
Los Clérigos
Azpilcueta comienza enumerando una serie de circunstancias en las cuales la ordenación de un clérigo podría ser considerada inválida o irregular, como la simonía, la ilegitimidad, la ordenación fuera de tiempo o la falta de dispensación para casos específicos. También se aborda el tema de los clérigos que pecan al administrar sacramentos en estado de pecado mortal o al realizar acciones impropias para su estado.
Se detallan las penas y dispensaciones correspondientes a cada situación, como la suspensión, la excomunión o la necesidad de dispensación papal. Azpilcueta también explora casos específicos, como la ordenación de frailes menores en un solo día o la validez de ciertas acciones litúrgicas realizadas por clérigos en estado de pecado.
Además, se discuten
cuestiones relacionadas con la conducta moral de los clérigos, como el pecado
de fornicación, la conducta irregular en la celebración de la misa o el trato
con mujeres. Se enfatiza la importancia de la penitencia y el arrepentimiento para
aquellos que han incurrido en pecado mortal.
Se discuten temas como la
licitud de celebrar en lugares no sagrados bajo ciertas circunstancias, las
condiciones para la validez de la consagración de pan y vino, la aceptabilidad
de la celebración en momentos específicos del día y en situaciones particulares,
las irregularidades que pueden llevar a la invalidación de los sacramentos
administrados por el sacerdote, la simonía relacionada con la recepción de
compensación monetaria por celebrar misas, y la aplicación de las intenciones y
los beneficios de las misas según la voluntad del oferente. En conjunto,
proporciona directrices detalladas sobre la práctica litúrgica y la integridad
ética que se espera de los sacerdotes en su ministerio.
Los clérigos que tienen beneficio
Un clérigo beneficiado es
un sacerdote que ha sido asignado a una parroquia o tiene un beneficio
eclesiástico, que le proporciona ingresos.
Primero, se aborda la
simonía, que es la compra o venta de bienes espirituales, y se describe en sus
tres formas: mental (pensamiento), convencional (acuerdo) y real (acción). La
simonía es un pecado grave que puede resultar en la pérdida del beneficio eclesiástico
y la obligación de devolver los ingresos obtenidos injustamente.
El texto también menciona
otros pecados graves, como obtener beneficios sin un título legítimo, pagar
sobornos para evitar problemas, redimir pensiones de manera ilícita y rezar
incorrectamente por el beneficio. Todos estos actos son considerados faltas graves
y pecados mortales.
Además, se discuten las
consecuencias de renunciar a beneficios o expectativas por dinero, de mantener
beneficios después de casarse y de no residir en el beneficio sin una razón
válida, como estudiar teología o servir al Papa. Se enfatiza que los clérigos
deben devolver los ingresos obtenidos injustamente y cumplir con sus deberes,
como celebrar misas y rezar las horas canónicas.
El uso adecuado de los
recursos del beneficio también es un tema importante. Los clérigos deben
administrar estos recursos de manera justa y moral. Se señala que es ilegítimo
recibir beneficios antes de los veinticinco años sin una dispensa papal, y se detallan
las condiciones bajo las cuales un obispo puede otorgar dispensas.
No están obligados a
devolver los frutos del beneficio por haber estado en pecado mortal oculto o
notorio, aunque se debatió si esto era así. También se abordan temas como la
licitud de tomar varios beneficios, las consecuencias de no cumplir con los deberes
clericales, y las condiciones bajo las cuales se pueden gastar las rentas de la
Iglesia en fines personales o comunitarios. Azpilcueta subraya que los clérigos
deben priorizar sus responsabilidades y sólo pueden justificar ciertos
comportamientos y usos de recursos bajo circunstancias específicas y justas,
siempre con el objetivo de servir a la comunidad y mantener la integridad y el
propósito de la Iglesia.
Sobre los predicadores
El predicador peca mortalmente si predica sin la autoridad adecuada, en estado de pecado mortal, o si difunde mentiras, historias falsas, y milagros inventados. También peca si predica cosas inútiles, por gloria personal, sin un propósito final, o por dinero.
El predicador también incurre en pecado si desacredita abiertamente a los prelados o predica bajo circunstancias que equivalen a hacer lo mismo. Si es un religioso que disuade el pago de diezmos, comete un grave error.
Predicar es un acto peculiar del evangelista. Predicar sin la licencia legítima de un obispo o un párroco es ilícito, ya que solo estos tienen el poder ordinario para delegar esta autoridad. Además, un predicador no debe predicar si está consciente de estar en pecado mortal sin haber hecho contrición previamente.
Un predicador peca mortalmente si, a sabiendas, miente en el sermón sobre la doctrina de la fe, la moral, las historias de santos, milagros o profecías, presentando estas mentiras como la palabra de Dios. Dios no necesita nuestras mentiras y cualquier mentira en el sermón que cause escándalo es un pecado mortal.
Predicar cosas inútiles, como cuestiones especulativas de teología, derecho canónico, poesía, filosofía o historias de los romanos, va en contra del mandato de predicar el Evangelio. Si se hace conscientemente y en exceso, es pecaminoso.
Predicar por vanidad o por dinero, poniendo en ello el fin último, también es un pecado. Es un pecado venial si se predica principalmente por gloria o dinero sin que sea el fin último. Predicar exclusivamente por amor a Dios y para la mayor gloria del evangelio es lo más meritorio.
Mezclar fábulas y bromas en el sermón para entretener a los oyentes es generalmente un pecado venial, según San Antonino y Caetano, por falta de reverencia a la palabra de Dios.
Si un religioso desacredita en sus sermones a los prelados eclesiásticos y sacerdotes, especialmente para agradar a los laicos que suelen ser contrarios a ellos, no solo no beneficia a nadie sino que también daña y escandaliza a los eclesiásticos y disminuye la devoción de los laicos hacia los sacramentos.
El Papa León X, en el
concilio Lateranense, prohibió a los predicadores que prediquen falsos
milagros, profecías no aprobadas por la sagrada escritura, o desacrediten a los
prelados de la iglesia. Hacer lo contrario incurre en penas según el derecho y
en excomunión, que solo puede ser levantada por el Papa, salvo en el caso de
muerte inminente. Además, un religioso que disuade a los seglares de pagar los
diezmos también incurre en excomunión.
Confesor y penitente
Los pecados mortales son
aquellos de una gravedad extrema que implican una ruptura significativa con la
ley moral divina. Estos pecados son conscientes, deliberados y graves en su
naturaleza, y su comisión supone una separación radical entre el individuo y
Dios. Por otro lado, los pecados veniales son acciones menos graves que no
implican una ruptura total con la gracia divina. Aunque aún son pecaminosos, no
implican un rechazo total de Dios ni una pérdida de la salvación, ya que no
comprometen la relación fundamental del alma con Dios de la misma manera que
los pecados mortales. La distinción entre ambos tipos de pecados es crucial en
la ética católica para discernir la gravedad moral de las acciones y guiar el
arrepentimiento y la reconciliación con Dios a través del sacramento de la
confesión.
Penitencia del confesor al penitente
Los pecados mortales, de
extrema gravedad, suponen una separación radical entre el individuo y Dios.
El confesor debe corregir
al penitente si este está equivocado en su entendimiento sobre lo que es pecado
y lo que no lo es, especialmente en asuntos donde el penitente está obligado a
saberlo. También debe instruir al penitente sobre las censuras eclesiásticas si
es necesario. Dependiendo de las características y necesidades del penitente,
el confesor puede exhortarlo a mayor contrición, consolarlo, persuadirlo a la
humildad, darle esperanza en Dios, alabarlo por su diligencia en la confesión,
etc. Si hay discrepancias entre el confesor y el penitente sobre la gravedad de
un pecado, el confesor debe proporcionar razones claras y demostrativas para su
posición. Si el penitente se aferra a su opinión a pesar de las razones del
confesor, este último no debe absolverlo. Si el penitente debe realizar alguna
restitución o satisfacción, el confesor debe inducirlo a hacerlo lo antes
posible y advertirle sobre los peligros de retrasarlo. El confesor debe
administrar la absolución adecuadamente, siguiendo los pasos y las palabras
prescritas. Es importante tener en cuenta las condiciones específicas de cada
situación, como la descomunión o los pecados reservados. Si el confesor no
tiene la autoridad para absolver ciertos pecados, debe remitir al penitente a
alguien que sí la tenga, como un superior religioso o un confesor con la
facultad adecuada.
Aquellos que están en artículo de muerte
Cualquier sacerdote
católico, no excomulgado ni cortado de la Iglesia, puede absolver de cualquier
pecado, incluso grave, sin necesidad de penitencia externa, siempre y cuando el
penitente esté consciente y se confiese. Si el penitente está próximo a la
muerte y no puede hablar o está inconsciente, se considera capaz de recibir los
sacramentos pertinentes. Sin embargo, si está consciente y se niega a confesarse,
no debe ser absuelto. Si el penitente debe realizar alguna restitución o
satisfacción, el confesor debe instarlo a hacerlo lo antes posible y advertirle
sobre los peligros de retrasarlo. El confesor puede conceder al penitente las
indulgencias de sus bulas si las tiene. La absolución se administra
adecuadamente, siguiendo los pasos y las palabras prescritas, y se otorga
incluso por bula si se da fuera de la confesión. El confesor debe absolver al
penitente de las censuras eclesiásticas, lo que le permitirá recibir un
entierro adecuado.
Aquellos que hacen testamento
Azpilcueta enfatiza la importancia de hacer un testamento en momentos de salud o al inicio de una enfermedad, antes de que surjan impedimentos externos, como la influencia de los parientes. Hacerlo en este momento garantiza que la voluntad del testador se pueda llevar a cabo sin interferencias indebidas. Se destaca que es crucial estar en estado de gracia al momento de testar, ya que esto garantiza que las disposiciones hechas sean válidas y efectivas espiritualmente. Si se hace en estado de pecado mortal, las disposiciones pueden no tener valor en términos de gracia o gloria, incluso si el testador se arrepiente después.
Además, se menciona que aquellos que no tienen hijos ni padres, pero tienen parientes pobres, deben considerar dejarles parte de su herencia, especialmente si están en una situación de extrema necesidad y no tienen otros parientes cercanos que puedan ayudarlos. Esto se considera una obligación moral importante, que refleja el deber de ayudar a los necesitados, especialmente cuando no hay otros recursos disponibles para ellos.
Prohibiciones y censuras de la iglesia
¿Qué es la descomunión?
La descomunión es una forma de censura eclesiástica que priva a una persona de la participación en los sacramentos y de la comunión con la comunidad religiosa. Se divide en varios tipos: mayor y menor, donde la descomunión mayor priva tanto de los sacramentos como de la comunión con la comunidad, mientras que la descomunión menor solo priva de la participación pasiva en los sacramentos; general y especial, donde la descomunión general se establece por ley eclesiástica o por decisiones de la autoridad religiosa, mientras que la especial es impuesta por el juicio de un individuo; y justa e injusta, donde la descomunión justa es aquella impuesta adecuadamente y por las razones correctas, mientras que la injusta se impone incorrectamente.
La descomunión injusta puede ser válida o
nula, siendo válida cuando se aplica correctamente pero injustamente, y nula
cuando se aplica de manera incorrecta o injusta. Esta última puede ser nula en
cinco casos: cuando la persona que la impone no tiene autoridad sobre el
individuo, cuando se contradice el tenor de los privilegios concedidos, después
de una apelación legítima, cuando contiene un error intolerable (como castigar
a alguien por hacer el bien), o cuando no se realizó correctamente el
procedimiento de notificación a otros participantes.
Quien puede descomulgar
El Papa, los jueces ordinarios y delegados con jurisdicción eclesiástica en el ámbito externo pueden descomulgar. Sin embargo, los obispos no pueden hacerlo fuera de su diócesis, y los laicos, mujeres y nadie pueden hacerlo por sí mismos. La costumbre también puede descomulgar a aquellos suspendidos o bajo interdicto. Quien descomulga sin autoridad, injustamente o sin procedimiento adecuado, peca. La descomunión puede ser causada por autoridades eclesiásticas, pero no por abades, rectores o párrocos de iglesias simples. Se discute la autoridad para descomulgar en casos específicos, como en el caso de obispos y laicos. También se mencionan las condiciones en las que se puede descomulgar y las penas asociadas.
Razones para descomulgar
Se establece que la descomunión mayor solo debe aplicarse por contumacia mortal o por pecado venidero, y que el derecho solo la impone por pecado mortal. Se discute el notable daño que justifica esta medida. El "daño notable" se refiere a un nivel de perjuicio o daño significativo que justifica la aplicación de la descomunión mayor. Se enfatiza que la causa material de la descomunión mayor es el pecado mortal, y que esta medida se aplica a aquellos que se niegan a abandonar un pecado pasado o a obedecer un mandato justo. Se menciona que nadie incurre en descomunión mayor a menos que peque mortalmente.
Maneras de descomulgar
De acuerdo con Azpilcueta, las maneras de descomulgar son las siguientes:
Con Monición: En algunos casos, se requiere una advertencia previa antes de aplicar la descomunión. Esto implica informar al individuo sobre su situación y darle la oportunidad de corregirse antes de imponer la pena.
La monición es una
advertencia formal que se da a alguien antes de aplicar una sanción
eclesiástica, como la descomunión. Es una notificación oficial que informa al
individuo sobre su situación y le da la oportunidad de corregirse antes de que
se imponga la pena.
Sin Monición: En otros casos, la descomunión puede ser inmediata, sin necesidad de advertencia previa. Esto puede ocurrir cuando se comete un pecado grave sin arrepentimiento o cuando se violan las normas establecidas por el canon o el estatuto.
Con Intención y Sentencia Justificativa: Es crucial que el individuo que impone la descomunión tenga la intención adecuada y que haya una sentencia justificativa previa. Esto implica que la descomunión debe ser aplicada con conocimiento de causa y de acuerdo con los procedimientos establecidos.
Uso de Palabras
Adecuadas: Aunque no hay una fórmula específica de palabras para aplicar la
descomunión, se requiere que las palabras utilizadas reflejen la voluntad
presente del individuo que la impone. Esto significa que las palabras deben
expresar claramente la intención de descomulgar al individuo.
Quien puede ser descomulgado y quien queda fuera de la descomunión
De acuerdo con Azpilcueta los que pueden ser descomulgados son los siguientes:
- Hombre bautizado y mortal que tenga un superior: Se establece que la excomunión puede aplicarse a aquellos que son bautizados y mortales (es decir, que están vivos y pueden cometer pecados mortales) y que tienen un superior eclesiástico con autoridad sobre ellos. Esto implica que la excomunión se reserva para aquellos que son parte de la comunidad cristiana y están bajo la autoridad de la Iglesia.
- Aquellos que hayan incurrido en herejía, aunque con ciertas consideraciones específicas: Aunque se menciona que el Papa no puede ser descomulgado por herejía, se sugiere que otras personas pueden ser excomulgadas por este motivo, pero bajo ciertas condiciones particulares. Por ejemplo, se hace referencia a que la descomunión por herejía es de naturaleza divina, y no necesariamente una acción que pueda ser llevada a cabo por una autoridad humana.
- Aquellos que puedan ser responsables de acciones pecaminosas y estén sujetos a la jurisdicción eclesiástica: La excomunión se aplica a aquellos que, estando dentro de la comunidad de la Iglesia y bajo su autoridad, hayan cometido acciones consideradas como graves pecados o faltas graves contra la fe o la moralidad, y que por lo tanto sean sujetos a la disciplina eclesiástica de la excomunión.
Por otro lado, quienes quedan fuera de la descomunión son los siguientes:
- Ángeles y almas separadas del cuerpo: Estas entidades no están sujetas a la autoridad terrenal de la Iglesia ni son responsables de acciones pecaminosas, por lo que no pueden ser descomulgadas.
- El Papa: Como líder supremo de la Iglesia Católica, no tiene un superior terrenal que pueda excomulgarlo. Además, se considera que su autoridad emana directamente de Dios y que está protegido por la infalibilidad papal en ciertas cuestiones de fe y moral, lo que lo exime de ser descomulgado.
- Langostas u otros animales irracionales: Al igual que los ángeles, estos seres no son moralmente responsables de sus acciones y, por lo tanto, no pueden ser objeto de medidas disciplinarias como la descomunión.
- Judíos, musulmanes o paganos no bautizados: Al no pertenecer a la fe cristiana y no haber sido bautizados, no están sujetos a las leyes eclesiásticas de la descomunión.
- Hombres resucitados: Después de la resurrección, ya no son mortales y, por lo tanto, no están sujetos a las leyes terrenales o eclesiásticas, incluida la descomunión.
- Quienes no tienen un superior que pueda excomulgarlos: La descomunión requiere la autoridad de un superior que ejerza jurisdicción sobre el individuo, y si no hay tal autoridad, la descomunión no puede aplicarse.
Que obra la descomunión
Aparta al individuo de
los sacramentos de la Iglesia, tanto en su recepción como en su administración,
y lo priva de los beneficios espirituales de los sufragios y las oraciones
comunitarias. Además, lo excluye de participar en los servicios religiosos y la
oración conjunta en la Iglesia. Esta medida también implica la pérdida de la
participación en diversas formas de interacción y comunión social y espiritual,
como compartir comidas, participar en la oración comunitaria y el saludo mutuo.
La descomunión menor implica principalmente la privación de la
participación en los sacramentos de la Iglesia, pero permite al individuo
ejercer su jurisdicción y realizar actividades eclesiásticas como la
administración de sacramentos y la celebración de la misa. No impide la
asistencia a la misa ni la recepción de la paz, y un simple sacerdote puede
absolver de esta forma de descomunión. Esta descomunión se incurre
principalmente al participar con alguien que está descomulgado de manera más
grave, y se levanta una vez que se absuelve de ella. También se explica que
ciertas circunstancias, como la ignorancia del estado de descomunión de
alguien, pueden eximir de su aplicación.
Participación en la descomunión
Aquellos que participan con un excomulgado de mayor descomunión generalmente no cometen pecado mortal, a menos que sea en seis casos específicos que se mencionan. Además, especifica que la participación activa o pasiva en los sacramentos o en los oficios divinos constituye una comunicación principalmente prohibida y puede resultar en pecado mortal. También menciona que la descomunión dada por el juez contra quienes participan con el excomulgado sin una monición canónica especial es nula.
En cuanto a la oración
por el excomulgado, el texto sugiere que orar por él en oración privada siempre
es lícito, y aun en oración pública, a menos que sea notorio o esté denunciado,
con ciertas consideraciones. Sin embargo, indica que orar públicamente por el
excomulgado denunciado puede resultar en una menor descomunión.
Absolución de la comunión
La absolución puede ser
dada por quien tiene el poder de hacerlo, aunque no se sigan estrictamente
todas las normas establecidas. Por otro lado, la excomunión injusta no causa
daño real, mientras que la absolución injusta puede ser beneficiosa para la
conciencia y ante Dios. Sin embargo, difieren en que la excomunión injusta no
causa daño en la conciencia, mientras que la absolución injusta sí puede ser
útil. Además, la excomunión dada por una causa falsa puede ser válida, mientras
que la absolución no. Aunque algunos sostienen que ambas pueden ser válidas si
se dan con la intención de que lo sean, ya sea que las causas sean verdaderas o
falsas. Sin embargo, hay dudas sobre el valor de la excomunión, mientras que la
absolución parece tener más certeza en su validez, al menos en lo que respecta
a la conciencia.
Quién puede absolver
Cualquier sacerdote
puede absolver de una excomunión menor, incluso si no es el cura del individuo,
siempre que no se trate de pecados mortales. Para la excomunión mayor, el
prelado del individuo puede absolver si tiene la autoridad para ello,
incluyendo al Papa, obispo u otro prelado con jurisdicción episcopal. Sin
embargo, si la excomunión fue impuesta por un hombre o un juez, solo aquellos
con la autoridad específica para ello pueden absolver, como el mismo que impuso
la excomunión, su sucesor, superior o delegado. Además, se discute la
obligación de satisfacer antes de ser absuelto, especialmente en casos de
enfermedad grave o impedimento justificado. La necesidad de presentarse ante la
autoridad competente para recibir la absolución es enfatizada, y se discute la
posibilidad de delegar la autoridad para absolver. Se aclara que aquellos que
son absueltos con la condición de presentarse ante la autoridad competente
deben hacerlo lo antes posible, o de lo contrario recaerán en la excomunión.
Figuras de la descomunión
El descomulgador peca
al imponer una excomunión injusta, mientras que el descomulgado peca
mortalmente al recibir sacramentos o participar en actividades religiosas.
Además, aquellos que participan con el descomulgado en cualquier capacidad
también cometen pecado. Se establece que absolver a alguien de la excomunión
sin autoridad, sin cumplir condiciones, sin satisfacer, o por menosprecio,
también constituye pecado. Por otro lado, el absuelto peca si busca o recibe la
absolución de manera ilícita o por motivos falsos, sabiendo o debiendo saberlo.
Descomunión por derecho
Estas descomuniones
pueden ser tanto del Decreto como de las Decretales, y se destacan las
reservadas al Papa, que son numerosas y variadas. Se sugiere una posible
reducción de estas descomuniones y una mayor claridad en su aplicación. Además,
se discute cómo estas descomuniones se interpretan y se aplican en diferentes
situaciones, con ejemplos específicos sobre quién está sujeto a ellas y bajo
qué circunstancias. También se menciona la multiplicación de estas
descomuniones a lo largo del tiempo, así como las discrepancias en su
interpretación y aplicación.
La "bula de la
Cena" es una referencia a una serie de disposiciones emitidas por el Papa
Julio II. Estas disposiciones están destinadas a condenar y descomulgar a
diferentes grupos de personas por una variedad de delitos y acciones
consideradas contrarias a la doctrina y la autoridad de la Iglesia católica. La
bula aborda cuestiones como la herejía, la práctica de la magia, el robo, la
interferencia con la autoridad eclesiástica y otras acciones que se consideran
pecaminosas.
Estas
descomuniones abarcan desde la condena de herejes y practicantes de artes
mágicas hasta aquellos que impiden el castigo de Martin Lutero, pasando por
ladrones marinos, cobradores ilegales de impuestos y falsificadores de
documentos eclesiásticos. La bula también descomulga a quienes impiden la ayuda
a Roma, roban a peregrinos, ocupan tierras de la sede apostólica y retienen
reliquias eclesiásticas. Además, incluye medidas contra aquellos que absuelven
a los condenados por estas descomuniones. La bula se extiende incluso a acciones
como el impedimento de llevar suministros a Roma y el apoyo a enemigos de la fe
cristiana. Se ofrecen aclaraciones sobre el alcance y las condiciones de estas
descomuniones, así como ejemplos históricos de su aplicación.
Exentos de la excomunión que hieren a un clérigo
No incurre en excomunión
quien hiere a un clérigo en los siguientes casos: si la herida ocurre durante
un juego o broma sin intención de injuriar; si el atacante no sabe que la
víctima es clérigo debido a la falta de señales visibles como la tonsura, especialmente
de noche; si el clérigo no lleva hábitos clericales pese a ser amonestado tres
veces; si el clérigo lleva armas o está involucrado en asuntos seglares tras
ser amonestado; si el clérigo ha abandonado sus hábitos y tonsura para realizar
actos graves sin ser advertido; si el clérigo es bígamo o está casado con una
mujer corrupta; si ha sido degradado o depuesto verbalmente y es incorregible;
si el clérigo pierde su privilegio clerical; si ha ejercido como juglar,
tabernero o carnicero y ha ignorado amonestaciones; si la herida es infligida
por corrección moderada de un superior como maestro o padre; en defensa propia,
de la propiedad o del honor; si se recupera la propiedad robada antes de que el
clérigo tenga posesión pacífica de ella; si se retiene al clérigo para que
pague una deuda o sea presentado a su superior; si el oficial de justicia lo
arresta en flagrante delito; si se le desarma para evitar un mal inminente; si
se encuentra al clérigo en acto deshonesto con una mujer cercana; si se detiene
al clérigo sospechoso que conversa con la esposa tras haber sido advertido; si
una mujer se defiende de un ataque del clérigo para proteger su castidad; si la
herida es tan leve que no sería pecado si se tratase de un laico; si un
superior prende o hiere al clérigo para un castigo justo según su juicio; si el
clérigo interrumpe los oficios divinos estando excomulgado; si alguien expulsa
de la silla papal a quien la ocupa sin elección canónica; si se toman medidas
contra los cardenales para que elijan papa; y si solo se amenaza al clérigo sin
herirlo.
Cualquier sacerdote puede absolver en peligro de muerte a quienes hayan incurrido en excomunión por herir gravemente a un clérigo. Fuera de ese contexto, los obispos pueden absolver a mujeres, personas con discapacidades, enfermos incurables, menores de 14 años, ancianos, jóvenes en peligro por el viaje, pobres que no puedan ejercer su oficio, quienes tengan enemigos peligrosos o justas razones para no viajar, hijos bajo patria potestad y esclavos, siempre que no puedan ir a Roma y satisfagan lo posible jurando presentarse ante la Sede Apostólica cuando cese el impedimento, excepto los menores de 14 años; los muy poderosos o delicados deben consultar primero al Papa.
Los clérigos que viven en
común colegialmente (el obispo, no el superior), los religiosos (su prelado), y
el portero, merino u otro oficial que sin intención de injuriar pone manos en
un clérigo al retenerlo o guardar una puerta (si la injuria es enorme, solo el
Papa absuelve). También pueden ser absueltos quienes incurren por herida
pequeña y leve, pero no por mediana, excepto las personas privilegiadas
mencionadas.
Descomunión por las Clementinas
Las Clementinas son una colección de documentos legales y canónicos que
forman parte del Derecho Canónico de la Iglesia Católica. Estas constituciones
fueron compiladas por el Papa Clemente V en el siglo XIV y posteriormente
revisadas por el Papa Clemente VIII en el siglo XVI. Las Clementinas abordan
una variedad de temas legales y eclesiásticos, estableciendo normas y
regulaciones para la disciplina y gobierno de la Iglesia.
En las Clementinas, se establecen diversas excomuniones reservadas en
orden, abordando situaciones como la negligencia de inquisidores en casos de
herejía, la administración de sacramentos por religiosos sin autorización, la
imposición de sepulturas, la obligación de celebrar en lugares entredichos,
entre otros. Por ejemplo, se menciona la excomunión de inquisidores que dejan
de proceder contra la herejía por motivos injustos, la descomunión de
religiosos que administran sacramentos sin permiso, y la excomunión de nobles
que obligan a celebrar en lugares interdictos, con la necesidad de ser
amonestados por el sacerdote para salir de la iglesia durante los oficios
divinos.
Descomuniones reservadas por las extravagancias impresas
Las descomuniones incluyen: absoluciones incorrectas por confesores,
manipulación de cadáveres, transacciones por ingreso a monasterios, simonía en
órdenes y beneficios, y cambios no autorizados entre órdenes mendicantes y no
mendicantes. Además, se mencionan otras faltas como la apelación contra el
Papa, divulgación de secretos del consistorio y la publicación de milagros
falsos. También se abordan las exenciones por costumbre, las licencias
necesarias para ciertos actos, y las condiciones bajo las cuales no se incurre
en descomunión.
Descomuniones reservadas al Papa y a los obispos
Las condiciones bajo las cuales las descomuniones descritas en el texto son aplicables son las siguientes:
Herida leve a un clérigo o monje: La descomunión es aplicable si alguien hiere levemente a un clérigo o monje. Solo el obispo puede absolver esta descomunión, no un inferior, aunque los religiosos que hieren a otros de su monasterio pueden ser absueltos por su abad.
Descomunión impuesta por el obispo: Si el obispo impone una descomunión por su estatuto, reservándose la absolución para sí mismo.
Descomunión papal en peligro de muerte: Esta descomunión, generalmente reservada al Papa, puede ser absuelta por el obispo en casos de peligro de muerte o impedimento justo, pero no por un inferior, a menos que no sea posible recurrir al obispo.
Complicidad en el crimen: La descomunión aplica a aquellos que, sabiendo que una persona está descomulgada por un crimen, comunican con ella en el mismo crimen, después de saber que está descomulgada, y dándole consejo, favor, o ayuda. También es necesario que la descomulgación haya sido denunciada específicamente.
No presentarse para ser absuelto después del peligro: Aquellos que,
habiendo sido absueltos por alguien en peligro de muerte o por otro justo
impedimento, no se presentan al superior para ser absueltos nuevamente cuando
el peligro cesa. Esto incluye a quienes son absueltos por la Sede Apostólica o
sus Nuncios y no se presentan a los ordinarios o jueces para cumplir sus
mandatos y satisfacer a los injuriados.
Descomuniones que a nadie son reservadas
Azpilcueta describe varias descomuniones no reservadas específicamente al Papa. Incluye a seglares que no hacen justicia a eclesiásticos; quienes participan en elecciones papales ilegítimas; obispos que asumen cargos sin la debida autorización; estudiantes de la Universidad de Bolonia que alquilan sin permiso; autoridades que imponen tributos indebidos a eclesiásticos; religiosos que estudian leyes o medicina sin regresar a sus monasterios; clérigos que ocupan cargos seglares; cismáticos; personas que se apropian de bienes de náufragos sin devolverlos; y quienes aplican, crean o permiten estatutos contra la libertad eclesiástica.
Se enumeran diferentes
causas de excomunión no reservadas, como influir secretamente en la elección
del Papa, agraviar a los electores, usurpar bienes de iglesias vacantes,
dirigir mal la elección de monjas, obtener absoluciones mediante coacción,
fingir situaciones para influir en testimonios judiciales, compeler a
eclesiásticos a someter bienes a laicos ilegalmente, inventar nuevas órdenes
religiosas sin permiso, imponer tributos a eclesiásticos y obstruir la justicia
eclesiástica. También se incluyen excomuniones por abandonar temerariamente el
hábito religioso, enseñar leyes a religiosos sin autorización, enterrar
herejes, permitir la usura y conceder represalias contra eclesiásticos. Las
declaraciones asociadas a cada descomunión explican condiciones específicas y
excepciones para incurrir en cada una.
Azpilcueta habla sobre las causas de suspensión de clérigos, que se dividen en tres tipos: del oficio y beneficio, solo del oficio, y solo del beneficio. Las suspensiones pueden ser impuestas por derecho o por autoridad humana. Algunas causas incluyen: notoria fornicación, elección ilegítima de obispos, ordenación sin licencia, edad o tiempo legítimos, aceptar desafíos, excomulgar sin amonestación previa, tomar bienes durante la vacancia de una sede, emitir sentencias injustas, y admitir a sacramentos o sepulturas eclesiásticas a excomulgados. Cada causa tiene sus especificaciones y excepciones.
Suspensión de la descomunión
la suspensión de la excomunión detalla minuciosamente las condiciones y los procedimientos para imponer y levantar suspensiones en el ámbito eclesiástico. Aquí está una versión más desarrollada:
Quien puede suspender y
ser suspendido
La suspensión puede ser impuesta por cualquier persona que tenga la autoridad para excomulgar. Esta autoridad generalmente recae en ciertos oficiales eclesiásticos, como obispos y superiores de órdenes religiosas. A diferencia de la excomunión, que puede afectar a cualquier cristiano, la suspensión se aplica exclusivamente a personas eclesiásticas. Es decir, solo los clérigos pueden ser suspendidos.
Requisitos y
Procedimiento
Para que una suspensión sea válida, debe cumplir con varios requisitos:
- Advertencia Previa (Monición): Antes de imponer una suspensión, generalmente se debe advertir al clérigo, especialmente si la suspensión es por contumacia o rebeldía.
- Escrito: La suspensión debe ser formalizada por escrito, similar a la excomunión.
- Pecado Mortal: Cualquier pecado mortal puede ser motivo de suspensión, y en algunos casos, incluso un pecado venial puede justificar una suspensión leve.
Implicaciones de la
Suspensión
La suspensión puede abarcar diferentes aspectos del ministerio del clérigo:
- Jurisdicción: Puede ser suspendido de su capacidad para ejercer autoridad en la iglesia.
- Órdenes: Puede ser suspendido de realizar ciertas funciones sacramentales.
- Beneficios: Puede ser suspendido de recibir los beneficios económicos asociados a su cargo.
Es importante notar que una suspensión en un área específica no necesariamente implica una suspensión en otras áreas. Por ejemplo:
Un clérigo suspendido de
su jurisdicción aún podría realizar ciertas funciones sacramentales, y
viceversa.
Un clérigo suspendido de
sus beneficios puede continuar realizando sus deberes eclesiásticos si la
suspensión no lo prohíbe explícitamente.
Absolución de la
Suspensión
La absolución de la suspensión puede ser específica o general:
- Específica: Se absuelve explícitamente al clérigo de la suspensión mediante una declaración formal.
- General: La suspensión puede levantarse automáticamente una vez que se cumple el período estipulado o se realiza el acto necesario.
Además, la absolución puede ser otorgada por diferentes autoridades, dependiendo del tipo de suspensión:
- Suspensión por Contumacia: Puede ser absuelta por un obispo o su delegado.
- Suspensión por Delito: Requiere un proceso específico y no puede ser absuelta simplemente por un obispo.
Pecado Mortal e
Irregularidad
Violar una suspensión puede ser considerado pecado mortal, especialmente si el clérigo realiza actos de los cuales está suspendido, como celebrar misas o administrar sacramentos. Sin embargo, no todas las violaciones implican irregularidad, un estado que afecta la capacidad de realizar funciones eclesiásticas en el futuro.
Participación con el
Suspenso
Participar en actividades prohibidas con un clérigo suspendido, especialmente en oficios divinos, es considerado pecado mortal si se conoce la situación del suspendido. Esta participación puede incluir asistir a misas celebradas por el suspendido o recibir sacramentos de él.
El entredicho y su definición
El "entredicho" es una censura eclesiástica que prohíbe ciertos actos religiosos y sacramentos. Se diferencia de la excomunión y la suspensión en varios aspectos: la excomunión priva de la comunión, la suspensión impide el ejercicio del oficio eclesiástico, y el entredicho prohíbe los sacramentos y oficios divinos.
El entredicho puede ser local, personal o mixto, afectando lugares, personas o ambos. No incluye a todo el pueblo ni a toda la clerecía automáticamente; su aplicación puede ser específica. Solo quien puede excomulgar o suspender puede imponer un entredicho. Además, puede afectar a más personas que la excomunión, incluyendo a inocentes en ciertos casos.
El entredicho se divide
en tres tipos principales: local, personal y mixto. El entredicho local puede
ser general, afectando lugares universales como un reino, provincia, obispado,
ciudad, villa, aldea o parroquia, o especial, afectando lugares específicos
como una iglesia particular, e incluso múltiples lugares particulares dentro de
una región mayor. El entredicho personal puede ser general, afectando a una
comunidad de personas como el pueblo de un reino, provincia, ciudad, villa,
colegio o aldea, o especial, afectando a individuos o grupos específicos que
han cometido ciertos actos. El entredicho mixto afecta tanto a un lugar como a
las personas en ese lugar; por ejemplo, si se impone un entredicho a una
persona y al lugar donde reside, el lugar permanece bajo el entredicho mientras
la persona esté presente allí. Cada uno de estos tipos puede subdividirse en
simple (general o especial) y mixto (combinación de general y especial).
Existen casos en los que el entredicho se aplica automáticamente (ipso facto), y hay diversas razones por las que se puede imponer, como por impagos ilícitos o impedir la entrada de un nuncio apostólico.
Cosas que se vedan o permiten en el entredicho
Se mencionan diversas disposiciones, incluidas las relacionadas con los oficios divinos, los sacramentos y la sepultura eclesiástica. Se destacan las excepciones a estas prohibiciones, como la posibilidad de celebrar misas de forma limitada, el uso de agua bendita y la realización de ciertos actos religiosos bajo ciertas condiciones.
Sobre la irregularidad
La irregularidad es un
impedimento establecido por el derecho canónico que impide recibir o ejercer
órdenes eclesiásticas, incluso después de realizar penitencia completa. A
diferencia de la excomunión, suspensión o entredicho, la irregularidad se
distingue porque afecta directamente el ejercicio de las órdenes en sí y no
simplemente su comunicación o los sacramentos relacionados.
Existen cinco tipos de
irregularidades derivadas de diferentes faltas: sacramentales, corporales, del
alma, de letanía perfecta y de delito. Ninguna irregularidad se causa
únicamente por intención sin un acto, y aunque alguien puede ser juzgado
irregular internamente, externamente no debe considerarse así en caso de duda.
El poder de absolver
pecados no incluye el de dispensar irregularidades, y las bulas papales que
permiten la absolución de pecados no se extienden generalmente a las
irregularidades. Solo en casos expresamente mencionados por el derecho, alguien
puede incurrir en irregularidad.
Primera irregularidad: bigamia
La bigamia es una
irregularidad que impide recibir órdenes eclesiásticas. Se introduce por cuatro
razones principales: la incapacidad para simbolizar la unión única de Cristo
con la Iglesia, la excelencia del sacramento del orden, su señal de incontinencia,
y la falta de audacia para predicar la castidad.
Existen tres tipos de bigamia:
- Verdadera: Casarse y conocer carnalmente a dos mujeres distintas, una tras la muerte de la otra.
- Interpretativa: Casarse con una viuda, una mujer desflorada por otro, o tener matrimonio inválido con una o ambas mujeres.
- Similitudinaria: Casarse y tener relaciones sexuales mientras se tiene un orden sagrado o voto religioso.
La bigamia no se incurre
solo por relaciones extramaritales, incluso si son múltiples, ni por casarse
con una mujer comprometida que sigue siendo virgen. La bigamia es una invención
del derecho humano y puede ser dispensada por el Papa, aunque generalmente no
se dispensa la verdadera bigamia. Los obispos pueden dispensar la
similitudinaria si la mujer es virgen.
Segunda irregularidad: falta de la corporalidad
Las irregularidades de la
segunda especie surgen por defectos corporales o del alma. Estas
irregularidades incluyen:
Pérdida de Miembros: La
pérdida de cualquier miembro principal por culpa propia genera irregularidad,
incluso si el miembro es oculto o su pérdida no impide ejercer la orden. Esto
incluye partes del cuerpo mutiladas por uno mismo o por otros debido a sus
acciones.
Flaqueza
o Pérdida de Miembro sin Culpa: La debilidad o pérdida de un miembro sin culpa
propia no genera irregularidad. Ejemplos incluyen pérdidas por consejo médico,
accidentes o acciones de enemigos, y defectos de nacimiento.
Deformidades
Notables: La notable deformidad de un miembro puede causar irregularidad, como
en el caso de deformidades visibles que no generan horror o escándalo.
Bastardía:
Todos los bastardos, públicos y secretos, son irregulares. Solo el Papa puede
dispensar esta irregularidad para órdenes sagradas y dignidades, mientras que
el obispo puede dispensar para órdenes menores.
Edad:
La falta de edad adecuada también causa irregularidad. Hay edades mínimas
establecidas para cada orden eclesiástica, desde siete años para la primera
tonsura hasta treinta años para ser obispo. Solo el Papa puede dispensar
irregularidades por falta de edad.
Enfermedades:
Enfermedades como la lepra y otras que causan notable escándalo también generan
irregularidad. Epilepsia, posesión demoníaca, locura y ser hermafrodita también
causan irregularidad. El Papa es el único que puede dispensar estas
irregularidades.
Servidumbre:
Un esclavo necesita la licencia de su señor para ser ordenado y queda libre si
es ordenado con permiso. Si es ordenado sin permiso, sigue siendo esclavo a
menos que se ordene en órdenes menores.
Infamia
y Consumo de Vino: La infamia, tanto de hecho como de derecho, causa
irregularidad, y solo el Papa puede dispensar. Aquellos que no pueden beber
vino sin vomitar son irregulares y requieren una dispensa papal para comulgar
bajo ambas especies.
Las irregularidades de la
tercera especie en el derecho canónico derivan de defectos del alma y
comprenden la falta de ciencia, juicio y fe. Un idiota que no sabe leer es
irregular; para órdenes menores, se considera idiota a quien no sabe leer, y
para órdenes mayores, a quien no comprende el idioma de los oficios divinos. El
Papa rara vez dispensa esta falta directamente, aunque puede hacerlo
indirectamente al dispensar sobre la edad necesaria para adquirir el
conocimiento. La falta de fe también causa irregularidad: los no bautizados,
herejes convertidos, y sus descendientes hasta la segunda generación por línea
masculina y la primera por femenina son irregulares, así como los moros,
judíos, gentiles y neófitos recién bautizados. Sin embargo, aquellos convertidos
hace más de 10, 20, 30 o 40 años y sus hijos no son considerados irregulares.
Solo el Papa puede dispensar estas irregularidades, excepto en casos de locura
continua o falta de bautismo, que son indispensables por derecho natural o
divino.
Cuarta irregularidad: falta de perfecta lenidad
Azpilcueta define la
irregularidad por falta de lenidad (mansedumbre) y describe quiénes son
considerados irregulares: jueces, acusadores, testigos, notarios, abogados, y
otros oficiales que causen la muerte de alguien por justicia. También se
menciona que no existe irregularidad mental. Se aclara que no es irregular el
que da armas para una guerra justa o anima en la batalla, salvo que haya
intención directa de matar. Asimismo, el texto discute la irregularidad en
casos de defensa personal o de la patria, destacando que solo se exime a quien
deforma a otro por necesidad ineludible de defenderse. Finalmente, se exponen
situaciones específicas, como llevar leña para quemar herejes o proporcionar
instrumentos para ejecutar sentencias, donde se incurriría en irregularidad si contribuyen
directamente a la muerte o deformación del condenado.
Quinta irregularidad: delitos
La irregularidad en relación a los delitos se define como una condición que impide a una persona, especialmente un clérigo, realizar ciertos actos sacramentales debido a la comisión de delitos graves como homicidio, mutilación, uso indebido de órdenes, oficiar bajo censura, violar interdictos o cometer pecados notorios que infaman de derecho. Esta irregularidad se puede dar por la comisión voluntaria de estos actos, ya sea directa o indirectamente, y se clasifica según las causas y tipos de deformación involucradas. No se considera irregularidad en situaciones de defensa propia o necesidad imperiosa, y existe la posibilidad de dispensación por parte del Papa, aunque los obispos tienen facultades limitadas para dispensarla. Excepciones incluyen acciones inevitables o justificadas legítimamente, y la aplicación de esta irregularidad está sujeta a reglas y excepciones específicas según cada caso.
Se mencionan casos como la ordenación de personas que saben que están descomulgadas o la toma de múltiples órdenes en un solo día. También se aborda la irregularidad de quien se ordena de un obispo que renunció a su cargo, así como la de quienes se ordenan bajo ciertas condiciones específicas, como sin tener la edad adecuada o sin licencia. Se discute la irregularidad de quien toma una orden superior antes que la inferior y el uso indebido de una orden que no se tiene. Se detallan las posibilidades de dispensación por parte del obispo o el Papa según cada caso específico.
Irregularidad de oficiar estando descomulgado o suspenso
El descomulgado
(excomulgado) de excomunión mayor, entredicho o suspenso que celebra oficios
divinos, realizando alguna obra propia de su orden sagrada solemnemente, como
ordenado de tal orden, o la autoriza, es irregular. Esto no aplica si lo hizo
por ignorancia probable, sino que incluye al que lo hizo por ignorancia crasa.
Se considera celebrar
oficios divinos rezar horas canónicas, cantar responsos de difuntos sobre las
tumbas, salmos en el coro, llevar cirios u otros actos propios de órdenes
menores que suelen hacer los laicos. Pero sí aplica si se hace solemnemente,
como el hebdomadario que como sacerdote preside en el coro. También aplica al
prelado o señor que hace celebrar delante de sí al excomulgado.
Solo el Papa puede
dispensar de esta irregularidad. La excomunión es una pena medicinal que busca
la enmienda del delincuente. Su remisión queda supeditada a que el fiel cese en
su contumacia delictiva.
Irregularidad que hace de iterar el bautismo
La irregularidad en el
ámbito eclesiástico abarca acciones como el rebautismo, la violación de
prohibiciones eclesiásticas, la comisión de pecados graves notorios y la
celebración de ritos en lugares impuros. Se considera irregular a quien,
sabiendo que fue bautizado, permite ser rebautizado o rebautiza a otro, a menos
que exista una excusa justificada. Además, se define la impureza de una iglesia
en casos específicos como presencia de sangre, semen, entierros de excomulgados
o infieles, consagración de obispos excomulgados o reparaciones en las paredes.
La dispensación de la irregularidad puede ser otorgada por el obispo en casos
de pecado notorio y por el confesor a través de bulas. Existe debate sobre la
repetición de sacramentos como la confirmación y la ordenación, donde algunas
corrientes teológicas discrepan en la necesidad de repetirlos.
Irregularidad del delito, de violar el entredicho, cometer pecado notorio
Se considera irregular al
clérigo que transgrede un entredicho general o especial al realizar acciones
como enterrar, administrar sacramentos o celebrar oficios divinos de manera que
involucren obras propias de una orden. Esta irregularidad no aplica a los
laicos, incluso si violan el entredicho. Además, se menciona que la
irregularidad se da en casos de crímenes notorios que merecen la deposición,
como el adulterio, amancebamiento continuado, estupro de virgen, entre otros.
El obispo puede dispensar de la irregularidad en casos menores, mientras que en
casos mayores solo el Papa, a menos que el derecho conceda a los obispos esa
facultad. Por último, se destaca que la irregularidad solo se da en casos
expresamente establecidos por el derecho, por lo que no aplica a situaciones
como decir misa estando suspendido por el confesor o celebrar en una iglesia
impura.
Casos de la iglesia poluta
La iglesia se considera
impura en varios casos específicos que requieren reconciliación antes de
celebrar en ella. Estos casos incluyen: derramamiento de sangre humana de forma
injuriosa dentro de la iglesia, derramamiento de semen humano voluntariamente,
entierro de excomulgados, entierro de infieles, consagración por un obispo
públicamente excomulgado, y reconstrucción total de las paredes. Se detallan
condiciones específicas para cada caso, como la necesidad de que la sangre sea
de un humano, el derramamiento sea voluntario, y la importancia de la
reconciliación según la situación. Además, se menciona que la impureza de la
iglesia afecta también al cementerio adyacente en ciertos casos.
Los casos son los siguientes:
Cuando dentro de la iglesia se derrama sangre humana de forma injuriosa, ya sea por causa natural o muerte. Se especifica que no es suficiente que la sangre se derrame sobre el techo o bajo alguna cueva, sino que debe ser dentro del recinto de la iglesia. Además, se detalla que la sangre debe provenir de una herida mortal, y no basta con heridas que no causen la efusión de sangre, ni aquellas provocadas por razones como justa defensa, juego o burla.
Cuando se derrama voluntariamente semen humano en la iglesia. Esto incluye cualquier tipo de semen, ya sea de hombre o mujer, clérigo o lego, fiel o infiel, y que se derrame en contra o fuera del curso natural, como en el acto de la cópula conyugal.
Cuando se entierra en la
iglesia a un excomulgado o a un infiel. En este caso, no solo se requiere la
reconciliación de la iglesia, sino que también se debe raspar las paredes del
recinto.
Casos reservados
Se destaca que no existe un caso
reservado por derecho divino y que no se trata de una censura, sino de pecados
cuya absolución está prohibida al presbítero por derecho humano. Se aclara que
no hay casos reservados al Papa, ya que cualquier pecado reservado al Papa
implica una censura reservada a él, y al levantarse la censura papal, se
elimina la reserva. Se menciona la diferencia entre un caso reservado al obispo
y una censura reservada a él, detallando que hay casos reservados al obispo por
derecho, costumbre o constituciones sinodales. Se discuten casos específicos
reservados al obispo, como el pecado del clérigo con irregularidad, incendios
provocados intencionalmente, penitencias solemnes por pecados graves y
escandalosos, absolución de blasfemias públicas, entre otros. Además, se
menciona que la absolución de los casos reservados al obispo no implica
necesariamente la absolución de descomuniones reservadas a él, y se detallan
casos reservados por costumbre general o constituciones especiales de obispados,
como la herejía, blasfemia pública, hechicería, homicidio voluntario, entre
otros.
Presentación de los frailes confesores
La primera implica seguir
todo lo requerido por el derecho común, la segunda se basa en el consentimiento
de los prelados, y la tercera se rige por un privilegio papal. Se detallan
aspectos como quiénes pueden presentar a los frailes, a quiénes se presentan,
cómo pueden los prelados negar la licencia, y la autoridad de los confesores
presentados. Se menciona que si los prelados niegan la licencia sin causa
legítima, se pueden nombrar otros en su lugar, y que los confesores presentados
pueden actuar incluso si se les niega la licencia sin justificación. Además, se
destaca que los confesores presentados pueden actuar en el lugar para el que
fueron presentados mientras el prelado esté vivo, y que no pueden absolver
casos reservados al obispo. También se menciona un privilegio papal que permite
a los confesores oír confesiones fuera de su lugar de presentación, bajo
ciertas condiciones.
Este privilegio se
refiere a la tercera forma de presentación de frailes para confesar, la cual se
debe seguir guardando de acuerdo con lo establecido en dicho privilegio.
Reglas de confesores y penitentes
Determinar si un pecado
es mortal o no es peligroso. Algunas acciones que no son mortales se vuelven
tales por la intención, y viceversa. Hay dos cosas que excusan un pecado
mortal: no tener consentimiento verdadero o interpretativo de la voluntad y no
tener contrición. Una confesión hecha sin contrición o al omitir algo puede
evitar el castigo. La Iglesia no castiga lo que es malo solo en el interior o
por relación con acciones internas. Una confesión sin absolución a veces puede
ser beneficiosa.
El hacer una acción
pecaminosa no otorga gracia ni gloria, pero puede servir como excusa para un
nuevo pecado mortal. Dios nos ilumina más rápido cuando confesamos, ganamos
virtudes y hábitos buenos, evitamos reincidir, alegramos el corazón, mantenemos
cerca a nuestros ángeles, obtenemos bienes temporales y evitamos el castigo
inmediato de Dios.
La ciencia, fe, opinión,
duda y escrúpulo son definidos y pueden coincidir o diferir en varias formas.
La conciencia cierta o dudosa nos obliga a actuar según nuestras creencias, y
los escrúpulos pueden mitigarse confiando en Dios.
Confesar todos los
pecados es necesario para evitar la excomunión, pero callar uno, si se
satisface con la penitencia asignada, puede evitar la pena. Sin embargo, no
cumplir completamente con el precepto divino no exime de la pena eclesiástica,
aunque puede prevenir la penalidad del concilio.
Se aborda cómo la conciencia escrupulosa puede ser perjudicial, llevando a la inconstancia y la perturbación del alma. Se mencionan diversas causas de esta condición, como la predisposición natural, la enfermedad mental, la influencia demoníaca y el exceso de ayunos y vigilias.
Se ofrecen varias "medicinas" para tratar
los escrúpulos, incluida la confesión y el consejo de personas sabias. Además,
se discute la importancia de entender correctamente la autoridad y las
enseñanzas de figuras como San Agustín y Santo Tomás de Aquino para encontrar
la paz interior.
Estas medicinas son las siguientes:
Confesión y consejo sabio: Se sugiere buscar la orientación de confesores o personas sabias para recibir consejos sobre cómo abordar los escrúpulos.
Confiar en la autoridad y las enseñanzas: Se destaca la importancia de comprender correctamente las enseñanzas de figuras como San Agustín y Santo Tomás de Aquino para encontrar la paz interior y superar los escrúpulos.
Humildad y confianza en
la gracia divina: Se enfatiza la necesidad de reconocer la propia debilidad y
confiar en la ayuda de Dios para superar los escrúpulos y servirle
adecuadamente.
Conclusión
En conclusión, el
"Manual de Confesores y Penitentes" de Martín de Azpilcueta es una
obra fundamental que ofrece una guía detallada para la labor pastoral de los
confesores y el proceso de penitencia de los fieles. A lo largo de sus páginas,
Azpilcueta aborda una amplia gama de temas relacionados con la moralidad y la
ética cristiana, proporcionando directrices claras y consejos prácticos basados
en la doctrina católica.
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