jueves, 20 de marzo de 2025

Jean Bodin - Coloquio de los siete sabios sobre arcanos relativos a cuestiones últimas (Libro I)

El Colloquium Heptaplomeres de rerum sublimium arcanis abditis, o Coloquio de los siete sabios sobre arcanos relativos a cuestiones últimas, es una de las obras más audaces y visionarias de Jean Bodin, un diálogo en el que siete personajes, cada uno representante de una tradición religiosa diferente, debaten con profundidad y sin censura sobre Dios, la verdad y la posibilidad de la tolerancia en un mundo dividido por la fe. En una época marcada por la violencia de las guerras religiosas, Bodin se atreve a proponer un encuentro entre católicos, protestantes, judíos, musulmanes y escépticos, demostrando que la búsqueda del conocimiento y la convivencia pacífica pueden ser más poderosas que el dogmatismo y la intolerancia.


Coloquio de los siete sabios sobre arcanos relativos a cuestiones últimas

Libro I

Bodin inicia su relato describiendo su viaje por el Adriático hasta llegar a Venecia, una ciudad que considera un ejemplo de libertad y estabilidad política. Destaca que, mientras otras ciudades sufren por guerras civiles o gobiernos tiránicos, Venecia se distingue por ofrecer inmunidad y tranquilidad a comerciantes, artesanos y personas dedicadas al ocio intelectual. Para Bodin, la ciudad representa un ideal de convivencia donde los individuos pueden vivir sin temor a la opresión estatal.

El protagonista se encuentra con Paulus Coronaeus, un hombre sabio y erudito que ha reunido en su hogar a un grupo de intelectuales de distintas partes del mundo, entre ellos Fridericus Podamicus, Hieronymus Senamus, Diegus Toralba, Antonius Curtius y Salomon Barcassius. Todos ellos, a pesar de sus diferentes especialidades, comparten un interés común por el conocimiento y el debate intelectual. Además, mantienen correspondencia con otras ciudades importantes como Roma, Constantinopla y París, lo que les permite estar al tanto de los acontecimientos y descubrimientos más relevantes.

Coronaeus no solo es un amante del saber, sino que ha creado un pantotheca, un sistema de almacenamiento y clasificación de objetos naturales y científicos que permite organizar el conocimiento. Esta colección incluye desde estrellas y minerales hasta plantas y animales disecados, organizados según principios numéricos y simbólicos. Su estructura representa el orden natural del universo y la interconexión de todas las cosas.

Coronaeus adopta una metodología de aprendizaje basada en la escucha, la reflexión y la conversación, evitando el esfuerzo físico innecesario que pueda distraer la mente. Rechaza los métodos de enseñanza de los Peripatéticos (discusión en movimiento), los Estoicos (debates de pie) y los Académicos (reuniones reclinadas), prefiriendo una postura sentada para fomentar la concentración. Además, evita la escritura excesiva y prefiere desarrollar su memoria a través del análisis y la repetición.

Bodin, como su lector personal, se encarga de transcribir las discusiones del grupo y de recopilar preguntas sobre temas como las leyes, la medicina, la política y la historia. Este método le permite reunir una gran cantidad de conocimiento y participar activamente en los debates.

Uno de los principales debates surge a partir de una lectura del "Fedón" de Platón, donde se menciona la preservación de los cuerpos egipcios y la inmortalidad del alma. Se plantea la cuestión de si el alma es inmortal y si existen castigos o recompensas después de la muerte. Mientras Salomon sostiene que la creencia en la inmortalidad es suficiente sin necesidad de pruebas, Toralba insiste en que es fundamental demostrar racionalmente esta idea para evitar caer en el escepticismo.

El debate se expande a la visión de los epicúreos, quienes, según Senamus, defendían una moral basada en la razón y la virtud, pero negaban la intervención divina y la inmortalidad del alma. Toralba argumenta que, sin la expectativa de castigos o recompensas divinas, la justicia y la fe no tendrían sentido, ya que los hombres solo temerían el juicio humano. Se critica a Epicuro por haber desarrollado una filosofía moral coherente, pero sin un fundamento religioso que la sostenga.

Coronaeus, en respuesta, plantea una analogía: así como un hombre puede volverse eunuco pero nunca recuperar su masculinidad, una vez que se rechaza la fe, es difícil volver a ella. La filosofía materialista, en su opinión, ofrece una vía fácil hacia el escepticismo, pero difícilmente permite un retorno a la virtud.

Octavius, otro de los participantes, interrumpe la discusión filosófica con una anécdota sobre su viaje a Egipto, donde exploró la ciudad de Cairo y las pirámides. Relata cómo fue persuadido por un empirista suizo para robar una momia egipcia, ya que se creía que su carne impregnada de resinas y bálsamos tenía propiedades curativas. Tras abrir un sarcófago, descubren un cadáver envuelto en telas y cubierto de oro. En el interior del cuerpo encuentran una inscripción dedicada a la diosa Isis, lo que sugiere que la momia pertenece a un antiguo sacerdote o noble.

Este relato ilustra la fascinación renacentista por la cultura egipcia, la alquimia y la medicina tradicional. También refleja el interés por la conexión entre la historia antigua y el conocimiento moderno, algo muy presente en el pensamiento de Bodin.

El debate sobre la veracidad de los relatos históricos lleva a una discusión sobre la credibilidad de Heródoto, conocido como el "padre de la historia". Mientras algunos critican sus relatos por incluir mitos y exageraciones, otros defienden su valor como fuente de información. Se menciona la licantropía de los Nervios y la idea de que ciertas prácticas antiguas pueden parecer increíbles, pero con el tiempo se demuestra su autenticidad.

Por otro lado, se habla de los crímenes cometidos en distintas partes del mundo, desde Egipto hasta Francia, donde se reportan casos de necrofilia y violencia extrema. Estas historias muestran la corrupción moral de la humanidad y refuerzan la necesidad de una autoridad soberana y un sistema de justicia sólido, temas centrales en el pensamiento político de Bodin.

Octavius continúa su relato mencionando que, tras robar una momia egipcia de una tumba, planeaba transportarla a Italia. La introdujo en un barco en el puerto de Alejandría, ocultándola en un cofre, y emprendió su viaje con una tripulación compuesta por marineros y comerciantes de diversas nacionalidades y religiones.

Al inicio del viaje, el viento Vulturnus (un viento del este) soplaba favorablemente, lo que permitía una navegación tranquila. Sin embargo, al adentrarse en el mar, un viento opuesto llamado Circius desató una violenta tormenta, haciendo que el barco se tambaleara y poniendo en peligro a toda la tripulación. Esta descripción está llena de referencias a poetas clásicos como Horacio, Virgilio y Homero, quienes también mencionaron vientos similares en sus obras.

A medida que la tormenta se intensifica, el capitán ordena que se alivie la carga del barco para evitar que se hunda. La tripulación, aterrada, reacciona de diversas maneras según su origen y creencias religiosas:

  • Los cristianos comienzan a rezar a distintos santos y a la Virgen María.
  • Los griegos entonan oraciones en su lengua, invocando a Dios con súplicas de salvación.
  • Los judíos recitan el Shema, una plegaria fundamental en el judaísmo.
  • Los musulmanes exclaman “Allah, Allah” y repiten invocaciones en árabe, rindiendo homenaje a Dios y su profeta Mahoma.
  • Un sacerdote veneciano saca la hostia consagrada en una caja de cristal y reza, confiando en su poder salvador.

Este momento es significativo porque Bodin muestra la diversidad religiosa de la época y la tendencia universal de los seres humanos a recurrir a la fe en momentos de desesperación.

Sin embargo, hay un soldado español que, en lugar de rezar, maldice a Dios con insultos blasfemos. Su actitud escandaliza a los demás tripulantes, hasta el punto de que un comerciante sugiere que debe ser castigado para evitar que su impiedad atraiga la ira divina sobre toda la embarcación.

Aquí se introduce la idea de que, en la antigüedad, cuando una tormenta no podía ser calmada con oraciones, los marineros solían echar a la suerte quién debía ser sacrificado o arrojado al mar para apaciguar la ira divina. Se menciona el caso bíblico del profeta Jonás, quien fue arrojado al mar para detener una tormenta enviada por Dios.

El capitán del barco, en lugar de recurrir a la suerte, ordena que cualquier cadáver egipcio a bordo sea arrojado al mar, pues se cree que su presencia es la causa de la tormenta. Octavius, temeroso de ser descubierto, decide deshacerse de la momia en secreto durante la noche.

Tan pronto como lo hace, el viento se calma y la tormenta desaparece, permitiendo que el barco llegue sin problemas a la isla de Creta. Este desenlace refuerza la creencia de que el transporte de momias egipcias trae desgracias, lo cual era una superstición común en la época.

Al llegar a salvo a Creta, un anciano sabio de la tripulación eleva sus manos al cielo y agradece a Dios por haberlos salvado. Inspirado por este gesto, Octavius recuerda su promesa de ofrecer una celebración anual si sobrevivía y compone un himno de alabanza, donde describe la majestuosidad de Dios sobre el mar y los vientos.

Este momento es significativo porque contrasta con la actitud de muchos otros supervivientes, quienes suelen olvidar su gratitud a Dios una vez que el peligro ha pasado. Esta crítica refleja la visión de Bodin sobre la naturaleza humana y su tendencia a recordar a Dios solo en tiempos de crisis.

Octavius pregunta al anciano por qué las momias egipcias son consideradas portadoras de mala suerte en el mar. El anciano responde que, según las leyes náuticas de Egipto, estaba prohibido transportar cadáveres en los barcos, pues se creía que atraían tormentas. Si alguien desobedecía esta norma, debía arrojar la carga al mar y pagar indemnización a los comerciantes.

Este pasaje sugiere dos cosas: La superstición: La creencia de que los cadáveres egipcios causaban tormentas era una superstición arraigada en la cultura marítima de la época. La norma pragmática: Más allá de la superstición, esta ley podía tener un fundamento práctico, pues los cuerpos en descomposición podrían haber representado un riesgo sanitario para la tripulación.

Coronaeus cierra la discusión planteando tres grandes preguntas que se discutirán al día siguiente:¿Por qué las momias egipcias causan tormentas? ¿Es por alguna fuerza sobrenatural o simplemente por superstición? ¿Las tormentas son causadas por demonios o por fenómenos físicos? Aquí se plantea un debate entre una visión religiosa/sobrenatural y una visión científica basada en las explicaciones de la física y la meteorología. ¿Cuáles de todas las plegarias fueron escuchadas por Dios? Dado que en el barco había cristianos, judíos y musulmanes rezando a diferentes deidades, ¿cuál de ellas fue la efectiva para calmar la tormenta?


    Conclusión

El texto de Bodin es una invitación a reflexionar sobre la fragilidad humana frente a lo desconocido, la importancia del saber y la experiencia, y la necesidad de cuestionar tanto las creencias religiosas como las explicaciones científicas. Su obra nos recuerda que, en un mundo de incertidumbre, el mayor valor está en la búsqueda del conocimiento y la apertura al debate.

martes, 18 de marzo de 2025

Giordano Bruno - Sobre el infinito universo y los mundos (Primer Diálogo)

En una época donde se creía que la Tierra era el centro de todo, Giordano Bruno desafió las ideas establecidas con una visión radical: el universo no solo era infinito, sino que existían innumerables mundos habitados más allá del nuestro. En Sobre el infinito, el universo y los mundos (1584), Bruno llevó las teorías copernicanas más lejos de lo que su tiempo podía aceptar, imaginando un cosmos sin fronteras y en constante expansión.

Su pensamiento no solo revolucionó la ciencia y la filosofía, sino que también lo llevó a enfrentarse a la Inquisición, que lo condenó por herejía. ¿Fue un visionario adelantado a su época o un mártir del pensamiento libre? Descubramos su legado.


SOBRE LOS INFINITOS, EL UNIVERSO Y LOS MUNDOS

Personajes

Los principales interlocutores son:

  1. Filoteo: Representa la voz de Bruno y expone las ideas sobre el universo infinito, la pluralidad de mundos y la superación del modelo aristotélico y ptolomaico. Su nombre significa "amante de Dios", reflejando la conexión entre su visión filosófica y una espiritualidad no dogmática.

  2. Elpino: Es un personaje abierto al conocimiento y a las nuevas ideas. A lo largo del diálogo, muestra curiosidad y cierta inclinación por aceptar los argumentos de Filoteo.

  3. Burquio: Representa a los aristotélicos y escolásticos tradicionales. Defiende el cosmos cerrado y la visión geocéntrica, mostrando una postura más conservadora.

  4. Fracastorio: Es un personaje que actúa como intermediario en la discusión. Aunque no se opone radicalmente a Filoteo, tampoco acepta del todo sus ideas, funcionando como un punto de equilibrio en el debate.


Primer diálogo

Los límites

Elpino es el primero en realizar una pregunta fundamental: ¿cómo es posible que el universo sea infinito?

Filoteo argumenta que el infinito no puede ser percibido por los sentidos, ya que estos están limitados a la experiencia inmediata. Una objeción fundamental de la filosofía aristotélica, que sostiene que todo conocimiento parte de la percepción. Bruno, en cambio, defiende que el intelecto es superior a los sentidos y que solo mediante la razón podemos comprender realidades que trascienden la experiencia inmediata.

Burquio, que representa la visión escolástica tradicional, ridiculiza la idea de un universo infinito, argumentando que su mente no puede concebirlo. Su escepticismo no es tanto racional como psicológico: el infinito es incomprensible y, por lo tanto, no puede existir.

Fracastorio actúa como mediador y pide orden en el debate. En su papel más neutral, acepta que, si la verdad de Filoteo se impone, Burquio deberá aceptarla.

El diálogo avanza con un argumento clave: si el universo fuera finito, entonces debería tener un límite, pero cualquier intento de definir ese límite conduce a una contradicción. Filoteo pregunta: "Si el mundo tiene un límite, ¿qué hay más allá?" Aristóteles responde que "no hay nada", pero esto es insatisfactorio, pues si no hay nada más allá, el mundo no puede estar en ningún lugar, lo que lo hace incoherente.

Luego, Filoteo introduce la noción de un espacio infinito lleno de innumerables mundos. Si hay un universo en este espacio infinito, no hay razón lógica para que no existan muchos más. 

Si es bueno que exista un mundo en un espacio, es igualmente lógico que existan muchos más en otros espacios. Con esto, Bruno no solo destruye la cosmología geocéntrica, sino que también ofrece una visión del universo mucho más acorde con la astronomía moderna.

Infinitud

Filoteo argumenta que es absurdo sostener que fuera del cielo no hay nada y que el cielo se contenga a sí mismo. Para él, la idea de un límite absoluto del universo lleva necesariamente a la existencia del vacío más allá de ese límite, lo cual es aún más difícil de concebir que la infinitud misma.

Filoteo sostiene que si el universo fuera finito, habría un vacío más allá de sus límites. Sin embargo, la existencia de un vacío absoluto es problemática, pues no tiene capacidad para contener ni rechazar nada. Dado que donde nada hay, nada impide la existencia de cuerpos, se deduce que el universo no puede tener una frontera absoluta y, por ende, debe ser infinito.

Siguiendo este razonamiento, Filoteo plantea que si el universo es infinito, no hay razón para pensar que solo exista un mundo. Así como nuestro mundo ocupa un espacio dentro de la infinitud, otros mundos pueden ocupar espacios similares. Por analogía con lo que se observa en la naturaleza, es más lógico concluir que hay múltiples mundos en el universo infinito que sostener que existe un único mundo aislado.

Elpino cuestiona si la existencia de múltiples mundos es una necesidad o solo una posibilidad. Filoteo responde que, si es un bien que este mundo exista y llene un espacio, lo mismo se aplica a otros espacios. Así, la existencia de múltiples mundos no es solo posible, sino necesaria, ya que la perfección infinita no puede limitarse a una única manifestación.

La discusión se adentra en la relación entre la infinitud del universo y la divinidad. Filoteo argumenta que, aunque Dios es incorpóreo, su grandeza no excluye la posibilidad de un universo infinito y material. Si Dios es un ser infinito, su creación también debe ser infinita. Así como Dios es infinito en su esencia, el universo debe ser infinito en su extensión, porque de lo contrario, se estaría limitando la capacidad creadora de la divinidad. La idea de que la creación divina se limite a un universo finito es una visión estrecha e inadecuada, ya que la inmensidad del cosmos refleja mejor la grandeza divina que un mundo finito y cerrado.

Innumerables mundos

Filoteo sostiene que el universo no es infinito en términos de una dimensión cuantitativa sin más, sino en función de la dignidad y diversidad de las naturalezas corpóreas. Para él, la grandeza divina se manifiesta mejor en una realidad infinitamente variada y múltiple, en lugar de en una limitada a un solo mundo. Argumenta que la excelencia de Dios debe reflejarse en un cosmos vasto y lleno de innumerables mundos, ya que esto expresa mejor su perfección y plenitud.

Para Filoteo, la existencia de innumerables mundos no es solo una posibilidad, sino una necesidad derivada de la perfección divina. Si Dios es infinito y su capacidad creadora es ilimitada, no hay razón para que el universo sea finito. La idea de un espacio infinito se justifica porque es el único modo de contener una creación que haga justicia a la potencia divina. Además, afirma que el universo es un gran organismo vivo, compuesto por innumerables "grandes animales", dentro de los cuales se encuentran los mundos.

Cuando Elpino intenta refutarlo diciendo que el mundo finito ya contiene toda la perfección necesaria, Filoteo le responde que esta afirmación no puede ser probada. El mundo que conocemos solo abarca un conjunto limitado de seres y cualidades, pero no puede decirse que contenga todas las perfecciones posibles. Si existieran más mundos, en ellos podrían encontrarse otras formas de perfección que no están presentes en el nuestro.

Elpino comienza defendiendo la concepción clásica del universo como un mundo finito y autosuficiente, pero a lo largo del diálogo empieza a dudar de su postura. En un momento clave, reconoce que sostener la finitud del universo lo lleva a afirmaciones contradictorias, como decir que el universo no está en ningún lugar, pues no hay nada fuera de él.

Este problema lo lleva a cuestionar el rechazo aristotélico del vacío. Si el universo tiene límites, debe estar en algún sitio, pero si fuera de él no hay nada, entonces el universo no tiene lugar. La alternativa es aceptar que el universo es infinito, lo que resuelve esta paradoja y evita la necesidad de explicaciones inconsistentes. A medida que avanza el diálogo, Elpino comienza a considerar que la existencia de innumerables mundos en un espacio ilimitado no es solo una posibilidad, sino una solución a muchas dificultades filosóficas.

Elpino concluye que si el universo es esférico y tiene límites, entonces debe estar contenido en un espacio mayor. Y si este espacio no es vacío, entonces debe estar lleno de otros cuerpos celestes, lo que implica que el universo es infinito y contiene múltiples mundos.

Fracastorio adopta un tono más reflexivo y conciliador. Aunque no interviene tanto en la confrontación entre Filoteo y Elpino, su papel es el de exponer con claridad las implicaciones lógicas de lo que se está discutiendo. Advierte que la discusión no debe convertirse en un simple debate para ver quién gana, sino en un esfuerzo sincero por alcanzar la verdad.

Uno de sus aportes más importantes es su defensa de la idea de que todo efecto debe estar a la altura de su causa. Si la causa eficiente del universo es infinita, entonces su efecto no puede ser finito, porque esto implicaría una contradicción en la relación entre el poder divino y su manifestación en la creación. De este modo, Fracastorio señala que un universo infinito no solo es posible, sino necesario, ya que una causa infinita no puede dar origen a un efecto limitado.

En este punto, introduce una crítica a la idea de que Dios tenga una potencia infinita sin que esta se manifieste plenamente en la creación. Si Dios puede crear un número infinito de mundos, ¿por qué habría de limitarse a crear uno solo? Esta sería una restricción sin fundamento. Además, si el universo fuese finito, significaría que la potencia divina es deficiente, lo que es absurdo.

Fracastorio sintetiza las ideas discutidas en dos silogismos que refuerzan la necesidad de un universo infinito. El primero establece que Dios no puede querer hacer algo distinto de lo que quiere hacer y que su voluntad es inmutable. Por lo tanto, si ha creado algo, lo ha hecho con la máxima plenitud, sin restricciones innecesarias. El segundo silogismo refuerza la idea de que negar la infinitud del universo equivale a negar la infinitud de la potencia divina.

Filosofía y teología

El debate entre los personajes no solo trata sobre el tamaño del universo, sino sobre la coherencia del pensamiento filosófico y teológico. La idea de un universo infinito se vincula con la cuestión de la naturaleza de Dios, su acción y su relación con la realidad. La discusión revela las inconsistencias de la cosmología aristotélica, pero también muestra cómo la teología tradicional podría adaptarse a una visión del cosmos sin límites.

Filoteo defiende que la infinitud del universo no contradice la religión ni la moral, sino que las fortalece al hacer justicia a la grandeza de la causa primera. Sin embargo, reconoce que estas ideas pueden ser malinterpretadas y generar confusión en quienes no están preparados para entenderlas correctamente. Advierte que, mal entendida, la idea de una necesidad absoluta en la acción divina podría llevar a errores teológicos y sociales, como la negación de la responsabilidad moral o la corrupción de las costumbres.

Por su parte, Fracastorio apunta que algunos teólogos rechazan estas ideas no porque sean falsas, sino porque temen sus consecuencias en la sociedad. La discusión sobre la necesidad del universo infinito toca cuestiones sensibles como la libertad, la providencia y la justicia divina, temas que han sido fundamentales en las tradiciones filosóficas y religiosas.

Fracastorio señala que los grandes filósofos como Platón y Aristóteles han sostenido tanto la necesidad divina como la libertad moral humana, demostrando que ambas son compatibles. Sin embargo, algunos líderes religiosos han evitado este tipo de expresiones para no confundir al pueblo llano, que podría malinterpretarlas y derivar en conclusiones peligrosas para la estabilidad social. Esta reflexión introduce la idea de que el conocimiento debe ser tratado de manera diferenciada: las verdades profundas pueden ser accesibles a los sabios, mientras que la fe y la religión son necesarias para gobernar a las masas. Aquí, se insinúa la "doble verdad", una postura averroísta que distingue entre la verdad filosófica y la verdad teológica, evitando confrontaciones directas con la doctrina religiosa.

El diálogo continúa con Filoteo, quien desarrolla su argumento a partir de la existencia de una potencia infinita en el primer agente (Dios), lo que implicaría la existencia de un universo infinito con infinitos mundos. Esta idea, que desafía la visión aristotélica del cosmos finito y geocéntrico, es puesta en duda por Elpino, quien plantea una objeción basada en Aristóteles. Según el Estagirita, si la potencia divina fuera infinita y acto y potencia fueran lo mismo en Dios, entonces su acción sería instantánea y el universo se movería de inmediato, lo cual contradice la experiencia. Aristóteles resolvía este problema limitando la potencia de Dios al acto finito de mover el primer móvil con una velocidad determinada. De esta manera, se establece una diferencia entre la infinitud extensiva (Dios puede mover todo en el tiempo) y la infinitud intensiva (Dios podría mover todo instantáneamente, pero no lo hace).

Ante esta objeción, Filoteo rechaza la idea de que Dios imponga límites a su propia potencia y argumenta que el universo, siendo infinito e inmóvil en su totalidad, no requiere un motor externo para moverse. En lugar de ello, cada mundo o astro se mueve por un principio interno, su propia alma, lo que anula la necesidad de un motor extrínseco como el aristotélico "Motor Inmóvil". Esta idea refuerza la concepción panteísta de Bruno, en la que la divinidad no es trascendente sino inmanente, presente en cada parte del universo.

Elpino reconoce que esta idea es racional y no menos lógica que la doctrina tradicional, pero plantea una última duda: si Dios es el alma del universo y está presente en todo, ¿cómo se puede distinguir entre decir que Dios mueve todo y decir que Dios otorga el movimiento a todo? Filoteo responde distinguiendo dos tipos de movimiento: uno finito, generado por el principio interno de cada astro y que ocurre en el tiempo, y otro infinito, relacionado con la divinidad y que ocurre instantáneamente, pero que, al ser absoluto, equivale a la inmovilidad. Este concepto se basa en la identidad de los opuestos en el infinito, una idea dialéctica heredada de Heráclito y que más tarde influirá en Hegel.

Elpino, convencido por la explicación de Filoteo, admite que ha encontrado en sus palabras una gran luz filosófica y expresa su deseo de continuar aprendiendo. La escena cierra con una nota de admiración y respeto por el pensamiento de Filoteo, lo que refuerza la idea de que el conocimiento es una búsqueda continua y de que las verdades profundas solo pueden ser comprendidas por aquellos que tienen la capacidad de elevarse intelectualmente.


Conclusión

El primer diálogo de Bruno no solo es una defensa del universo infinito, sino una revolución filosófica que desafía la cosmología medieval y anticipa la visión del cosmos de la ciencia moderna. Su pensamiento es una combinación de razón, metafísica y teología, donde la infinitud del universo no es solo una hipótesis científica, sino una necesidad lógica y teológica. Al oponerse a la visión aristotélica y escolástica, Bruno establece las bases de una nueva forma de entender la realidad, en la que el cosmos es vasto, dinámico y lleno de posibilidades.

Derecho Romano - La Familia

 

La familia romana (familia) era mucho más que un simple núcleo doméstico; representaba la base de la sociedad romana y un microcosmos de su estructura política y religiosa. En la antigua Roma, la familia no solo se componía de los padres y los hijos, sino también de esclavos, libertos y otros miembros que convivían bajo la autoridad del pater familias. Este sistema familiar reflejaba los valores fundamentales de la Roma clásica: el respeto a la tradición, la jerarquía, la lealtad y el deber.

La importancia de la familia se extendía más allá de la vida privada, ya que sus roles y responsabilidades se vinculaban estrechamente con la vida pública y el bienestar del Estado. En esta entrada, exploraremos la composición, las funciones y los valores asociados a la familia romana, así como su impacto en la estructura social y política de la República y el Imperio. Acompáñanos a descubrir cómo esta institución moldeó el carácter de una de las civilizaciones más influyentes de la historia.

DERECHO ROMANO

La Familia

Originariamente, la palabra familia deriva de la palabra famulus que significa esclavo. De ahí se deriva que la familia son aquellos miembros que están sometidos al paterfamilias.

En principio, la familia no era una institución jurídica, sino que era una institución social. De estas se formaban las gens (clan o linaje) era una forma de organización familiar ampliada que desempeñó un papel importante en los primeros periodos de la sociedad romana. Los miembros de una gens compartían un nombre común, llamado nomen gentilicum (nombre gentilicio), que indicaba su pertenencia al grupo. Por ejemplo, en "Gaius Julius Caesar," "Julius" era el nombre de la gens Julia. Las gens tenían sus propios cultos religiosos familiares, dedicados al antepasado fundador o a deidades específicas. Celebraban rituales y ceremonias que reforzaban la cohesión del grupo.

Como no es una institución jurídica propiamente tal, no es posible hablar de un Derecho de Familia romano, pues, como dijimos anteriormente, es una institución social. Ahora bien, el único efecto que podríamos considerar jurídico es la herencia, quien subyace en el poder del padre que perpetúa su continuidad a sus descendientes. 

La familia es el núcleo inicial de la civitas (comunidad política o ciudadanía romana) que conforma finalmente el populus romanus. Los miembros de la familia eran cada uno un caput, esto es, estatus jurídico de una persona en función de su libertad, ciudadanía y posición familiar. Este estatus se entendía de tres formas:

El status libertatis era el primer y más fundamental elemento, ya que distinguía entre las personas libres (liberi) y los esclavos (servi). Ser libre era un requisito indispensable para tener capacidad jurídica. Los esclavos no eran considerados sujetos de derecho, sino objetos de propiedad, aunque podían obtener la libertad a través de la manumisión. Solo los hombres y mujeres libres podían participar plenamente en la vida jurídica y política romana.

El status civitatis, por su parte, definía si una persona era un ciudadano romano (civis Romanus), un latino (Latinus) o un peregrino (peregrinus). Los ciudadanos romanos gozaban de privilegios importantes, como el derecho a votar, realizar contratos válidos y casarse legalmente bajo el ius civile. Los latinos tenían derechos más limitados, y los peregrinos, al ser extranjeros, carecían de los privilegios asociados a la ciudadanía romana.

Finalmente, el status familiae determinaba la posición de una persona dentro de la estructura familiar romana, que era una unidad jurídica esencial. Una persona podía ser sui iuris (independiente, con plena capacidad jurídica) o alieni iuris (dependiente, bajo la potestad de un pater familias). Los alieni iuris, como los hijos (filii familias) y las esposas bajo manus, no podían actuar jurídicamente por sí mismos y dependían de la autoridad del jefe de familia.

Cuando la condición jurídica de la persona cambiaba, a esta se le denominaba ''Capitisdeminutio''.

La capitis deminutio es un cambio en la capacidad jurídica de una persona, afectando su caput (cabeza). Podía suceder por diversas razones y se clasificaba en tres grados:

  1. Capitis deminutio maxima: Implicaba la pérdida total de la libertad, convirtiéndose en esclavo. Afectaba el status libertatis.
  2. Capitis deminutio media: Supone la pérdida de la ciudadanía romana, aunque la persona seguía siendo libre. Afectaba el status civitatis.
  3. Capitis deminutio minima: Implicaba un cambio en el status familiae, como al salir de una familia por adopción o emancipación.

Estas son las clasificaciones de la capitis deminutio. Vamos ahora con la figura del padre. 

El Padre de Familia

La familia está constituida por un ''pater familias'', es decir, un ''Padre de Familia'', que ejercía su poder en el núcleo familiar. El pater familias tenía poder total sobre los integrantes de su familia (hijos, esposa, esclavos y descendientes), conocido como patria potestas. Este poder incluía decisiones sobre la vida, la muerte, el matrimonio y los bienes de la familia.

Era el único titular de los derechos patrimoniales. Todos los bienes adquiridos por los integrantes de la familia, incluso por los hijos, pertenecían al pater familias.

Aquellos que estaban sometidos a la autoridad del pater familias se llamaban ''alieni iuris'', esto significaba que no podían actuar como sujetos plenos de derecho, ya que sus actos jurídicos requerían la autorización del pater. 

Son alieni iuris:
  • Hijos (filii familias): Los descendientes directos del pater familias, independientemente de su edad, permanecían bajo su autoridad mientras este viviera.
  • Esposa in manu: Si una mujer contraía matrimonio cum manu, pasaba a estar bajo la autoridad del pater familias de su esposo.
  • Esclavos: Aunque no eran considerados sujetos de derecho, estaban igualmente bajo la potestad del pater familias.
Los alieni iuris podían celebrar ciertos actos jurídicos (como negocios en beneficio del pater familias), pero no tenían capacidad patrimonial ni podían actuar de manera independiente en asuntos legales importantes.

Una persona dejaba de ser alieni iuris cuando el pater familias fallecía, momento en el que se convertía en sui iuris (independiente) si asumía la posición de jefe de familia.

En contraposición a esta institución tenemos el ''sui iuris'' quienes eran personas con plena capacidad jurídica, no sometidas a la autoridad de un pater familias. Un sui iuris era dueño de su patrimonio y podía actuar con total independencia en el ámbito jurídico.

Poder del pater familias

En primer lugar examinaremos el poder que tenía el pater familias sobre su cónyuge. 

Naturalmente, como podemos deducirlo, el cónyuge del pater familias es su mujer, pues la institución del matrimonio es fundamentalmente heterosexual. Las practicas homosexuales en Roma eran de amplia aceptación y podían verificarse en la literatura de la época. Con todo, existió una ley en la República Romana llamada la lex Scantinia, que si bien no tenía el propósito de condenar homosexuales, protegía a los niños del delito sexual del estupro. Puede ser que el motivo de esta ley fuera avergonzar a los enemigos políticos que tenían prácticas homosexuales y tratar de vincularlas con el delito. 

Ahora bien, hablando de la mujer, existe una potestad marital llamada ''manus'' que hace que la mujer sea, en la práctica, hija de su marido y hermana de sus hijos. Esta palabra ''manus'' literalmente significa ''mano'', pero en el contexto del Derecho Romano, ''manus'' significa poder, control o autoridad sobre la esposa. Al final esto se entendía como manu maritalis. 

La manus se adquiere mediante la conventio un manu, por la cual, la esposa pasaba de la autoridad de su padre a la autoridad de su esposo, conviertiéndola, como ya hemos señalado, en hija de su esposo (filia familis). 
Como consecuencia, todos sus bienes pasaban a estar bajo el control del esposo, y ella quedaba subordinada jurídicamente a él. 

La manus podía establecerse de tres maneras principales: 

  1. Confarreatio (unión mediante el pan de trigo): A través de un rito religioso solemne. La confarreatio se realizaba en presencia de Flamines mayores (sacerdotes de alto rango) y el Pontifex Maximus, lo que subraya su carácter sagrado. El rito incluía una ofrenda de pan de trigo (far), de donde proviene el nombre "confarreatio". Este pan era compartido por los esposos como símbolo de unión. Este tipo de matrimonio no solo tenía fines jurídicos, sino también religiosos, ya que garantizaba la pureza y legitimidad de los hijos nacidos de la unión. Los hijos de matrimonios por confarreatio podían aspirar a cargos religiosos como el de Flamen Dialis o Vestales. Se requería la presencia de al menos diez testigos, además de los sacerdotes. Solo los patricios podían contraer matrimonio mediante confarreatio, lo que lo convirtió en un símbolo del privilegio y distinción de esta clase social.
  2. Coemptio (compra conjunta): Mediante la mancipatio (contrato real y solemne por el que se transferían las cosas) en la cual la mujer pasaba a estar en el dominio de su marido y que en consecuencia, la mujer sufría una capitis diminutio con respecto a su familia. Era, esta institución, en realidad, una compra simbólica que se realizaba en presencia de cinco testigos, el librepens y el antestador. El marido pronunciaba una formula legal, golpeaba con una moneda de cobre la balanza que sostenía el librepens, y luego dicha moneda se entrega al ''vendedor'' de la mujer, en otras palabras, a su pater familias.
  3. Usus (uso): la manus con respecto al usus se relaciona con una de las formas por las cuales el esposo podía adquirir la autoridad (manus) sobre su esposa en el derecho romano, específicamente mediante la convivencia continuada durante un periodo de un año. Este procedimiento era una alternativa más simple y menos formal que otras formas de adquirir la manus, como la confarreatio o la coemptio. No requería formalidades específicas ni rituales.

    Ahora bien, si la mujer pasaba tres noches consecutivas fuera del hogar del esposo durante el año (una práctica llamada usurpatio trinoctii), el cómputo del tiempo de convivencia se interrumpía y la manus no se adquiría

Con el tiempo, tanto el usus como otras formas de adquirir la manus cayeron en desuso, especialmente en la época clásica del derecho romano, cuando se hicieron más comunes los matrimonios sine manu. En estos matrimonios, la mujer mantenía su independencia jurídica y no quedaba bajo la autoridad del esposo.

Los hijos

Los hijos (o liberi) están sujetos a la patria potestad de los padres, sobre todo si hablamos de los hijos legítimos, es decir, aquellos que nacieron dentro del matrimonio. Se presumía que un hijo había sido concebido durante el matrimonio si nacía entre los 180 y 300 días después de la última relación conyugal, todo esto sobre la base de la duración normal del embarazo. 

Si un hijo alieni iuris (bajo la patria potestad de su padre biológico) era adoptado, pasaba a estar bajo la patria potestad del adoptante, perdiendo todo vínculo legal con su familia anterior. En la Adrogatio, el adoptado era un sui iuris (sin padre vivo) y, al ser adoptado, perdía su independencia y pasaba a estar bajo la patria potestad del adoptante.

Por otro lado existía la adoptio que era otra forma de adopción y se aplicaba exclusivamente a personas que estaban bajo la patria potestad de otro (alieni iuris). Se diferenciaba de la adrogatio, que solo afectaba a personas sui iuris (sin patria potestad).

El proceso de adrogatio comenzaba con la solicitud del adrogante, quien debía ser un ciudadano romano con patria potestad y justificar la necesidad de adoptar al adrogado. En la época republicana, esta solicitud debía ser presentada ante los Comicios Curiados, una asamblea de ciudadanos que tenía la facultad de autorizar o rechazar la adopción. La aprobación no era automática, ya que debía ser supervisada por el Pontífice Máximo, quien verificaba que la adrogatio no tuviera fines ilícitos, como el intento de evadir deudas o perjudicar a herederos legítimos. Si los comicios aprobaban la adopción, el adrogado pasaba legalmente a estar bajo la patria potestad del adrogante, perdiendo completamente su autonomía y su condición de sui iuris.

En la época imperial, con la concentración del poder en manos del emperador, la decisión de aprobar una adrogatio pasó a ser exclusiva del príncipe. En este período, la solicitud se hacía directamente ante el emperador, quien evaluaba la conveniencia de la adopción y la autorizaba mediante un decreto. Esto convirtió la adrogatio en un instrumento clave para la sucesión política, ya que permitió a varios emperadores elegir a sus herederos sin necesidad de vínculos biológicos.

Una vez aprobada, la adrogatio tenía efectos legales inmediatos. El adrogado y todos sus descendientes pasaban a formar parte de la familia del adrogante, perdiendo cualquier vínculo con su familia anterior. Además, todos sus bienes, derechos y obligaciones eran absorbidos por el nuevo paterfamilias, quien se convertía en su representante legal. Esta transferencia total del patrimonio era una de las razones por las que la adrogatio era un proceso tan regulado, ya que podía afectar la economía de grandes familias patricias.

Uno de los casos más famosos de adrogatio fue el de Octavio, quien fue adoptado por Julio César para convertirlo en su hijo y heredero legítimo. Gracias a esta adopción, Octavio pudo asumir el poder tras la muerte de César y convertirse en el primer emperador de Roma bajo el nombre de Augusto. Este ejemplo muestra cómo la adrogatio no solo tenía un impacto familiar y patrimonial, sino que también podía ser una herramienta política para consolidar el poder dentro del Imperio.

El procedimiento de la adoptio era estrictamente formal, ya que implicaba la transferencia de la patria potestad de un padre biológico a un padre adoptivo. Se realizaba en dos fases principales:

Liberación de la patria potestad

  1. El padre biológico vendía al hijo al adoptante en presencia de cinco testigos y un portador de balanza (libripens).
  2. El adoptante lo liberaba inmediatamente después.
  3. Se repetía la venta dos veces más.
Con la tercera venta, la patria potestad del padre biológico se extinguía.

Transferencia de la patria potestad:

  1. Una vez liberado el hijo de la potestad del padre biológico, el adoptante iniciaba un procedimiento ante el pretor o magistrado competente.
  2. Se realizaba la "vindicatio", un acto legal en el que el adoptante reclamaba la patria potestad sobre el hijo, argumentando que ahora debía ser considerado su descendiente legítimo.
  3. El magistrado revisaba la validez del proceso y, si lo aprobaba, otorgaba formalmente la patria potestad al adoptante.


El paterfamilias tenía el poder de decidir sobre la vida de su hijo. En los primeros tiempos de Roma, podía castigarlo, exponerlo (abandonarlo al nacer) o incluso matarlo sin consecuencias legales. Con el tiempo, esta facultad se restringió y en el Imperio ya no podía ejecutarlo sin autorización del Estado.

El padre podía vender a su hijo como esclavo o entregarlo en servidumbre para pagar deudas. Este poder se usaba en tiempos de crisis económicas. Sin embargo, la Ley de las XII Tablas estableció que si un padre vendía tres veces a su hijo, perdía la patria potestad sobre él (lo que facilitó la adoptio).

El paterfamilias podía disciplinar a sus hijos de la forma que considerara adecuada. Esto incluía castigos físicos y restricciones en su libertad. Con el tiempo, este derecho se limitó para evitar abusos.

El hijo no podía tener bienes propios mientras estuviera bajo patria potestad. Todo lo que adquiría pasaba automáticamente al padre, pero con el tiempo se permitieron ciertos bienes propios del hijo:

  • Peculium profecticium → Bienes administrados por el hijo, pero que pertenecían legalmente al padre.
  • Peculium castrense → Bienes adquiridos por el hijo mientras servía en el ejército.
  • Peculium quasi castrense → Bienes obtenidos por el hijo en cargos públicos o religiosos.

El padre decidía con quién se casaban sus hijos y podía anular el matrimonio si lo consideraba inadecuado para la familia.

Si un hijo cometía un delito o causaba daño a un tercero, el padre podía entregarlo al afectado como compensación en lugar de pagar una multa.

Este poder no terminaba automáticamente con la mayoría de edad del hijo, sino que solo se extinguía por causas específicas.

La primera forma de extinción de la patria potestad era por causas naturales, siendo la principal la muerte del paterfamilias (mors patris). Cuando el padre fallecía, sus hijos varones se convertían en sui iuris y, si tenían descendencia propia, pasaban a ser los nuevos paterfamilias de sus respectivas familias. La muerte del hijo (mors filii) también extinguía la patria potestad sobre él de forma inmediata.

Otra forma de extinción era por actos jurídicos voluntarios. Uno de los más comunes era la emancipación del hijo (emancipatio), que ocurría cuando el paterfamilias decidía liberar a su hijo de su autoridad. Para ello, se realizaba un complejo procedimiento que consistía en una triple venta ficticia (mancipatio) del hijo a un tercero, seguido de su liberación. Otro caso frecuente era la adopción (adoptio), donde el hijo pasaba a estar bajo la patria potestad de un nuevo paterfamilias, extinguiéndose la del padre biológico. Una situación especial se daba en la adrogación (adrogatio), que ocurría cuando un paterfamilias era adoptado por otro; en este caso, la patria potestad sobre todos sus descendientes también desaparecía, ya que la familia quedaba absorbida por el nuevo pater.

Además, la patria potestad podía extinguirse por razones políticas o religiosas. Si un hijo era designado para un cargo público o religioso importante, como flamen dialis (sacerdote de Júpiter) o vestal, dejaba de estar bajo la patria potestad de su padre y pasaba a depender del Estado. Del mismo modo, si el hijo adquiría una magistratura superior, como la de senador o cónsul, en algunos casos podía quedar exento de la autoridad paterna.

Por otro lado, también existían causas de extinción derivadas de sanciones legales. Si el paterfamilias o el hijo perdían la ciudadanía romana (capitis deminutio media), la patria potestad se extinguía. Una sanción aún más grave era la pérdida de la libertad (capitis deminutio máxima), que ocurría cuando el padre o el hijo eran condenados a la esclavitud, ya que un esclavo no podía ejercer derechos de familia. Durante el Imperio, los emperadores introdujeron restricciones al poder paterno, permitiendo la revocación de la patria potestad en casos de abuso o negligencia extrema, aunque esto era poco frecuente.

Parentesco

El parentesco en el Derecho Romano era la relación jurídica que unía a las personas dentro de una familia y tenía gran importancia en ámbitos como la sucesión hereditaria, los derechos familiares y los impedimentos matrimoniales. Se distinguían dos tipos principales de parentesco: el parentesco por consanguinidad (cognatio) y el parentesco por afinidad (affinitas).

El parentesco por consanguinidad se refería a la relación de sangre entre personas que descendían de un mismo antepasado. Dentro de este, existían dos formas fundamentales: el parentesco agnaticio (agnatio) y el parentesco cognaticio (cognatio). La agnación estaba basada en la autoridad del pater familias, incluyendo a todos los descendientes varones y sus familias, así como a los hijos adoptivos, pero excluyendo a las mujeres casadas bajo el matrimonio cum manu, ya que pasaban a formar parte de la familia de su esposo. En cambio, la cognación era la relación biológica de sangre y se reconocía tanto por línea paterna como materna. En el período justinianeo, la cognación reemplazó a la agnación en materia sucesoria, estableciendo un criterio más equitativo de parentesco.

Para medir el grado de parentesco cognaticio, se contaban las generaciones desde el antepasado común. Así, los parientes en primer grado eran los padres e hijos, en segundo grado los hermanos, y en tercer grado los tíos y sobrinos. Esta clasificación tenía relevancia en la sucesión y en los impedimentos matrimoniales.

Por otro lado, el parentesco por afinidad (affinitas) era el vínculo jurídico entre un cónyuge y los parientes consanguíneos del otro. Se generaba exclusivamente por el matrimonio y, aunque no creaba derechos hereditarios ni de patria potestad, sí establecía ciertas prohibiciones, como la imposibilidad de contraer matrimonio entre un suegro y su nuera.

El parentesco en Roma tuvo una gran influencia en la organización familiar. En la época más antigua, la sucesión hereditaria se basaba en la agnación, pero con el tiempo, el sistema evolucionó para dar mayor importancia a la cognación, permitiendo una transmisión de bienes más justa. Además, los lazos de parentesco determinaban los derechos y deberes dentro de la familia, así como los impedimentos matrimoniales, asegurando la estabilidad del sistema jurídico romano.

Conclusión

En conclusión, el Derecho de Familia Romano sentó las bases de muchas normas que aún influyen en los sistemas jurídicos modernos. Su evolución muestra una transición desde un modelo absolutista y patriarcal hacia uno más flexible y equitativo, adaptándose a los cambios sociales y económicos de cada época. Este proceso fue clave en la transformación de las relaciones familiares y patrimoniales, dejando un legado jurídico que persiste hasta hoy en distintas legislaciones contemporáneas.

lunes, 17 de marzo de 2025

Avicebrón - La Fuente de la Vida (Fons vitae) (Tratado IV)



Si el mundo sensible es diverso, mutable y compuesto, ¿qué podemos decir del mundo inteligible? ¿Es posible que las realidades puramente intelectuales también estén sujetas a los mismos principios que rigen la materia y la forma? Estas preguntas, lejos de ser triviales, constituyen el corazón del cuarto tratado del Fons Vitae de Ibn Gabirol, donde el filósofo andalusí se aventura en una exploración audaz: demostrar que no solo lo material, sino también lo inteligible, está compuesto de materia y forma.

FONS VITAE

Tratado IV

Libro I

De la investigación de la ciencia de la materia y de la forma en las substancias simples


Hay forma y materia en las sustancias simples

El Maestro comienza estableciendo que en las sustancias compuestas existen materia y forma, una idea clásica en la metafísica aristotélica. Sin embargo, da un paso más al afirmar que también las sustancias simples poseen esta misma composición. Justifica esta afirmación mediante el principio de que lo inferior emana de lo superior, lo que implica que la estructura ontológica debe mantenerse en todos los niveles del ser.

El Discípulo, siguiendo esta lógica, pregunta si las esferas espirituales son similares a las esferas corporales y si ambas contienen materia y forma. El Maestro responde afirmativamente, explicando que las sustancias espirituales comparten una misma materia, pero se diferencian en la forma. La materia de estas sustancias no es corpórea, sino que es una materia espiritual, distinta de la materia física.

Surge entonces una objeción por parte del Discípulo: si el alma es materia y la inteligencia es forma, ¿no implica esto que la primera es inferior y la segunda superior? El Maestro refuta esta idea, argumentando que ni el alma ni la inteligencia pueden reducirse exclusivamente a materia o a forma. La inteligencia es superior al alma, pero ambas están compuestas, lo que indica que no pueden ser absolutamente simples.

El Discípulo intenta otra posibilidad, sugiriendo que quizás estas sustancias no sean más que materia. El Maestro rechaza esta idea porque, si fueran solo materia, no habría distinción entre ellas, y al ser idénticas no podrían desempeñar funciones distintas. Luego, el Discípulo sugiere que tal vez sean solo formas, pero el Maestro señala que las formas no pueden existir sin algo que las sustente, lo que indica la presencia de materia.

El Maestro insiste en que la diversidad entre las sustancias espirituales no puede explicarse sin una composición de materia y forma. La diferencia entre unas y otras no es accidental, sino esencial, lo que prueba la necesidad de la distinción en su estructura. Usa el ejemplo de la luz solar para ilustrar cómo una misma forma puede manifestarse de manera distinta dependiendo del medio en el que se encuentra, sugiriendo que la diversidad en las sustancias espirituales se debe a la materia que las sostiene.

El Discípulo muestra resistencia a aceptar que las sustancias espirituales puedan ser compuestas de materia y forma. El Maestro responde que esta dificultad se debe a la idea errónea de que la espiritualidad implica absoluta simplicidad. Argumenta que, al igual que en los cuerpos hay distintos grados de simplicidad, también en las sustancias espirituales existe una jerarquía en la que unas son más sutiles y perfectas que otras. Esto es un indicio de que también en ellas hay una distinción entre materia y forma.

El Maestro refuerza su argumento con la idea de que lo inferior procede de lo superior, por lo que el orden de las sustancias corporales refleja el orden de las sustancias espirituales. Así como los cuerpos están compuestos de materia y forma, y se dividen en diferentes grados de densidad y sutileza, las sustancias espirituales también poseen distintos grados de espiritualidad y perfección.

El Discípulo plantea la objeción de cómo pueden considerarse simples las sustancias espirituales si, según lo expuesto anteriormente, están compuestas de materia y forma. El Maestro responde que lo simple y lo compuesto son conceptos relativos: lo que es compuesto respecto de algo superior puede ser simple en comparación con lo que le es inferior. 

A continuación, el Discípulo pregunta si la materia de una sustancia puede existir sin su forma, aunque sea por un instante. El Maestro responde que la materia no puede existir sin forma, ya que el ser de las cosas solo se da a través de la forma. Este argumento se apoya en la idea de que el conocimiento humano, tanto a través de los sentidos como de la inteligencia, solo aprehende formas, nunca materia en estado puro. La forma es el principio de inteligibilidad y determinación, mientras que la materia es el principio de potencialidad y receptividad.

El Maestro afirma que las esferas sensibles derivan de las esferas inteligibles, lo que implica que ambas están compuestas de materia y forma. La diversidad entre las sustancias inteligibles solo puede explicarse si se acepta que tienen una materia común pero formas distintas. Si no fuera así, todas serían idénticas, lo cual es contradictorio con la evidencia de que existen diferencias entre ellas.

El Discípulo, en un esfuerzo por comprender más profundamente, pregunta cómo se puede conciliar la idea de que toda sustancia está compuesta de materia y forma con el hecho de que algunas sustancias, como la inteligencia universal, parecen estar más allá de esta dicotomía. El Maestro responde que, al igual que la inteligencia particular está compuesta de materia y forma, la inteligencia universal también lo está. La estructura del ser se mantiene a lo largo de todos los niveles de la realidad, desde lo más alto hasta lo más bajo.

Para reforzar su argumento, el Maestro introduce un principio ontológico fundamental: lo creado no puede ser absolutamente uno, pues solo el Creador es absolutamente simple. Si las sustancias creadas fueran solo materia o solo forma, se asimilarían demasiado a la unidad divina, lo que es imposible. Por lo tanto, deben estar compuestas de ambos principios para mantener la distinción entre el Creador y lo creado.

El diálogo culmina con una demostración de que todo lo existente se resuelve en materia y forma. El Maestro explica que, si todo lo creado se resolviera en una sola raíz, no habría diferencia entre la creación y el Creador. Si, en cambio, se resolviera en dos raíces, solo podrían ser materia y forma, ya que cualquier otra opción llevaría a contradicciones ontológicas. 

Finalmente, el Discípulo reconoce la validez de la argumentación y concluye que no solo en las sustancias inteligibles, sino en toda la creación, no existe nada más que materia y forma. 

Ordenación de las materias

El Discípulo acepta la conclusión de que en el mundo inteligible hay materia y forma universales, pero le pide al Maestro que explique cómo se ordenan y conjugan estas materias y formas. El Maestro percibe que el Discípulo cree que cada forma debe tener una materia separada y que, debido a la diversidad de formas, también debe haber una diversidad de materias. Para corregir esta concepción, el Maestro le recuerda que en el mundo natural y artificial se pueden encontrar múltiples formas sucediéndose sobre una misma materia, lo que sugiere que la relación entre materia y forma no es tan rígida como el Discípulo supone.

El Discípulo objeta que, aunque pueda ver esta dinámica en el mundo sensible, no la observa en la materia de los cielos ni en las sustancias inteligibles. El Maestro entonces introduce un concepto clave: la diferencia entre las formas separables e inseparables de la materia. Explica que la materia de los cielos y la materia de los seres naturales pueden tener distinta forma, pero ello no implica que sean radicalmente distintas en esencia. Luego, lleva este argumento al ámbito de las sustancias inteligibles, sugiriendo que tampoco se debe hacer una distinción esencial entre la materia de los cielos y la de los seres inteligibles.

El Discípulo sigue resistiéndose a esta idea, argumentando que existe una diferencia fundamental entre lo corporal y lo espiritual, lo que lo lleva a suponer que la materia de los cielos y la de los elementos es corporal. El Maestro responde que la corporeidad es una forma, no una materia en sí misma, y que toda forma necesita una materia que la sostenga. Para clarificar este punto, introduce la idea de que existen tres tipos de materia:

  1. Materia simple y espiritual, que no reviste forma y es la más pura.
  2. Materia corporal compuesta, que es la más corpórea.
  3. Una materia intermedia, que está entre la simple y la corpórea.

El Discípulo acepta esta clasificación pero le pregunta al Maestro por qué considera que la primera materia no reviste forma. El Maestro recurre a Platón, quien afirmaba la existencia de una materia pura sin forma. Luego, explica que la cantidad (es decir, la extensión) es la materia que sostiene las formas sensibles como el color y la figura. Sin embargo, la cantidad en sí no es una forma para el cuerpo, sino que actúa como su materia. De la misma manera, el cuerpo desnudo, sin cualidades, es más simple que un cuerpo cualificado, lo que indica que debe ser materia para algo aún más simple que él.

El Maestro concluye con una afirmación fundamental: lo más corpóreo debe ser la forma de lo más simple, lo que lleva a la noción de una materia completamente pura. Esto significa que, en última instancia, la materia simple es el sustrato último de todo lo existente y que todas las formas, incluidas las más corpóreas, dependen de ella.

Materia y forma universales

El Discípulo comienza con una duda fundamental: ¿son la materia de las sustancias inteligibles (espirituales) y la de las sustancias sensibles (corporales) la misma o son distintas? Su confusión proviene de la idea de que la materia de las sustancias simples (como la inteligencia o el alma) debería ser también corpórea, lo cual no parece lógico.

El Maestro le aclara que lo manifiesto es la forma de lo oculto, lo que significa que la materia de las sustancias sensibles (corporales) es una forma de la materia espiritual. Esto es porque lo corpóreo se resuelve en lo espiritual, aunque a la vez sigue siendo materia para lo que es aún más denso. En otras palabras, cuanto más cerca está algo de los sentidos, más se parece a la forma; cuanto más alejado, más se asemeja a la materia.

Esta idea lleva al Discípulo a comprender que las sustancias inferiores son formas de las superiores, y que las superiores son la materia que sostiene a las inferiores. Siguiendo este razonamiento, se llega a la idea de una materia primera universal que subyace a todo.

El Discípulo concluye entonces que hay una sola materia primera que sostiene todas las cosas. El Maestro lo felicita por este entendimiento y le invita a formular lo que se sigue de ello. El discípulo responde que, si todas las sustancias tienen una única materia, la diversidad no proviene de la materia sino de la forma. Así, la diferencia entre las cosas radica en la multiplicidad de formas, mientras que la materia es una y la misma para todo.

El Maestro introduce una idea clave: si el Todo tiene una materia, sus propiedades deben estar presentes en todas las sustancias. La materia primera sostiene todas las formas, desde las más densas hasta las más sutiles, lo que significa que todas las cosas tienden a unificarse bajo esta materia universal.

El Discípulo, convencido de que la materia es única, le pide ahora al Maestro que le explique si también existe una forma universal única, así como han demostrado que hay una sola materia.

El Maestro explica que la forma universal perfecciona la esencia de la materia universal. Es decir, la materia por sí sola no tiene ser, solo lo adquiere a través de la forma. Pero del mismo modo, la forma tampoco puede existir sin materia, ya que su esencia es dar ser a algo. Así, ambas son interdependientes.

El discípulo se pregunta si la materia puede existir sin forma, y el Maestro le responde que no, porque la materia sin forma no tiene ser. Entonces, surge una cuestión clave: si la forma da ser a la materia, ¿por qué la forma misma no es el ser absoluto? Aquí el Maestro introduce la idea de que la forma no es lo mismo que el ser, sino que el ser es una propiedad que surge de la unión de materia y forma.

Para probar que la forma es unidad, el Maestro argumenta que, si la unidad fuera distinta de la forma, tendría que ser o su materia o su forma, lo cual llevaría a una regresión infinita. Por lo tanto, la unidad no es otra cosa que la forma misma. El Discípulo entiende ahora que todas las formas son, en esencia, expresiones de la unidad.

El Discípulo sugiere que, si la forma es la unidad, entonces el número es el origen de todas las cosas. El Maestro le corrige diciendo que no es el número en sí, sino la unidad la que es raíz de todo. Pero no basta con la unidad: también se necesita la materia para que exista algo. De ahí que sea más correcto decir que las raíces de todo son tres: el uno (forma), el dos (materia) y la relación entre ambos.

Para ilustrar esto, el Maestro asocia los principios metafísicos a los números:

  • La inteligencia es como el número uno, porque capta la esencia unitaria de las cosas.
  • El alma racional es como el número dos, porque se mueve entre lo uno y lo múltiple.
  • El alma sensible es como el tres, porque percibe los cuerpos tridimensionales.
  • La naturaleza es como el cuatro, porque opera a través de cuatro fuerzas.

Con esto, el Discípulo comprende que todo en la existencia sigue un orden numérico, donde todas las cosas están bajo la forma de la inteligencia, que es la unidad.

El Maestro finaliza explicando que la forma universal es una impresión de la unidad primera (el Uno Supremo) en la materia. Es decir, hay una unidad trascendental que actúa como principio supremo y, al proyectarse en la materia, da origen a la diversidad de formas. Esta unidad es la que estructura todas las cosas y les da su ser.

El Discípulo tiene una última duda: si la forma es universal, ¿por qué hay tantas diferencias entre las formas? El Maestro le responde que la diversidad de las formas no proviene de la forma en sí, sino de la materia en la que se imprime. Así como la luz que atraviesa vidrios se debilita y cambia según el grosor del vidrio, la forma universal se diversifica según el nivel de materialidad en que se encuentre.

Con esta analogía, el Maestro muestra que la diversidad del mundo no es una prueba de que haya múltiples formas fundamentales, sino que todas las formas provienen de una única forma universal, la cual se modifica al interactuar con diferentes niveles de materia.

Influencia de la materia en la forma

El Discípulo se pregunta cómo es posible que la materia, al obrar sobre la forma, la transforme y la diversifique si en su esencia la forma es una. La respuesta del Maestro es que cuanto más lejos está la luz (símbolo de la forma) de su origen, más débil y densa se vuelve. Esto ocurre porque la luz tiene un principio y, por lo tanto, un fin. Al alejarse de su fuente original, pierde su pureza y fuerza.

El Discípulo nota una aparente contradicción con lo que el Maestro dijo antes: que la luz cambia no por sí misma, sino por la materia. Ahora el Maestro aclara que hay dos maneras en que la luz puede cambiar:

  1. Cuando se une con la materia, lo que la debilita y la diversifica.
  2. En sí misma, sin materia, porque su fuerza depende de qué tan cerca o lejos esté de su origen.

Así, el Maestro explica que la forma no se multiplica por sí misma, sino por su relación con la materia. La materia, al ser diversa, genera múltiples manifestaciones de una misma forma universal.

El Discípulo acepta que todas las materias pueden reducirse a una, porque son formas derivadas de la materia primera universal. Sin embargo, le cuesta aceptar que todas las formas puedan reducirse a una sola forma universal. Aquí el Maestro insiste en una idea clave: las formas inferiores existen dentro de las superiores. A medida que ascendemos en la jerarquía del ser, las formas se vuelven más inclusivas y colectivas.

Para ilustrarlo, el Maestro explica que:

  • Las sustancias más sutiles (como el alma) pueden contener formas más complejas.
  • La inteligencia abarca todas las formas que están por debajo de ella.
  • La materia primera universal sostiene absolutamente todas las formas.

En otras palabras, aunque las formas parecen múltiples y diferentes en el mundo sensible, en realidad todas provienen de una única forma universal. La diversidad de las formas es solo una apariencia generada por la multiplicidad de la materia.

El Discípulo finalmente comprende y se alegra de haber alcanzado esta conclusión.

Mundo corporal y espiritual (jerarquías)

El Maestro introduce una analogía importante: el mundo corporal es un reflejo del mundo espiritual. Las formas materiales que percibimos en la vigilia son ejemplos de las formas anímicas que aparecen en los sueños, y estas, a su vez, son reflejos de formas inteligibles superiores. Así, el mundo sensible no es más que una manifestación degradada de la realidad superior.

El Discípulo reconoce la importancia de esta comparación y la relación entre los diferentes niveles del ser: las formas de las sustancias corporales provienen de las formas de la naturaleza, las formas de la naturaleza provienen del alma, y las del alma provienen de la inteligencia. Todo esto confirma que la realidad se organiza en una estructura jerárquica donde las formas inferiores derivan de las superiores.

Cuando el Discípulo pregunta cómo se puede demostrar que las formas sensibles provienen de las inteligibles, el Maestro señala ejemplos como la variedad de colores y figuras en los seres vivos, que reflejan la influencia de sustancias más sutiles como el alma y la naturaleza. También menciona el arte humano como un reflejo de la racionalidad: si las formas artísticas provinieran solo de los elementos materiales, no habría diversidad en las pinturas y esculturas, pero como son resultado del alma racional, reflejan su capacidad de impresión y conceptualización.

Con esto, el Discípulo deduce que así como las formas sensibles provienen de formas particulares inteligibles, las formas universales sensibles deben derivar de las formas universales inteligibles.

El Discípulo ahora quiere entender cómo las sustancias inteligibles se relacionan entre sí. El Maestro le explica que la clave está en la semejanza de sus acciones: si las acciones de dos sustancias son parecidas, entonces sus formas también lo son, lo que indica que unas proceden de otras.

El Maestro ilustra esto con una serie de correspondencias:

  • La inteligencia conoce todas las formas directamente.
  • El alma racional conoce las formas a través del pensamiento discursivo, en un proceso de movimiento y razonamiento.
  • El alma sensible conoce las formas corporales mediante la percepción y el movimiento físico.
  • El alma vegetativa no razona ni percibe, pero mueve las partes del cuerpo para su nutrición y crecimiento.
  • La naturaleza actúa aún más mecánicamente, organizando la materia sin conciencia.

Cada uno de estos niveles repite la estructura del nivel anterior, pero de manera más limitada y menos perfecta. Por lo tanto, las formas inteligibles no solo se relacionan con las sensibles, sino que entre ellas mismas también hay una gradación de perfección. De esta forma, se demuestra que las formas inferiores han defluido de las superiores.

El Maestro introduce una metáfora poderosa: la forma se infunde en la materia de la misma manera que la luz del sol se infunde en el aire. Pero, al igual que la luz se atenúa cuando atraviesa el aire denso, la forma se debilita a medida que desciende en la jerarquía de la materia. Así:

  • En los niveles más altos, la forma es luz pura y la materia es muy sutil.
  • En los niveles inferiores, la forma se vuelve más apagada y la materia más densa.
  • Este proceso de debilitamiento de la forma continúa hasta llegar al mundo más bajo, donde la forma casi desaparece.

El Discípulo comprende entonces que el cambio en la forma se debe a su alejamiento de su origen, y no a una verdadera multiplicidad esencial.

El Discípulo plantea una duda crucial: si la forma proviene de la voluntad divina, que es infinita, ¿cómo puede haber grados de cercanía o lejanía a un principio que no tiene límites?

El Maestro responde que, aunque la voluntad divina es infinita en su esencia, su acción no lo es. La acción de la voluntad tiene un comienzo y un fin, lo que permite que haya grados dentro de la creación. Por lo tanto, las formas pueden estar más o menos cerca de la voluntad divina en función de su pureza y perfección.

Aquí el Maestro insiste en que no se debe pensar en esta proximidad en términos espaciales, ya que Dios no ocupa un lugar ni tiene límites físicos. La cercanía a Dios debe entenderse en términos de semejanza y grado de perfección.

Finalmente, el Maestro explica que la forma universal tiene tres niveles:

  1. La forma en la esencia de la voluntad divina. No es una forma en el sentido estricto, sino el principio de todas las formas.
  2. La forma unida a la materia en acto. Es la forma de la inteligencia universal.
  3. La forma en potencia, aún no materializada. Es la que existe antes de ser impresa en la materia.

El Discípulo reconoce que, tras todo este proceso, ha comprendido que todas las formas inferiores provienen de las superiores y que, en última instancia, todas las formas derivan de una única forma universal.


Conclusiones

El Libro IV de Fons Vitae es una reflexión sobre la unidad del ser, la jerarquía de las formas y la manera en que la realidad visible está estructurada por principios inteligibles. Ibn Gabirol no solo ofrece una visión metafísica del mundo, sino que también sugiere que el conocimiento es una ascensión hacia la comprensión de la unidad suprema. Su pensamiento, aunque influido por el neoplatonismo, introduce ideas originales que influenciarán tanto la filosofía islámica como la escolástica cristiana y la mística judía.