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viernes, 6 de enero de 2017

San Agustín de Hipona - El libre albedrío (Libro III: Presencia y existencia) (391).

Hemos visto las constantes interrogantes que Evodio le hacía a San Agustín de Hipona, preguntas que no son para nada inocentes ni evidentes. Puede ser que este sea el tema más difícil a desarrollar porque no por nada siempre fue le gran interrogantes de San Agustín: ¿por qué existe el mal? Ya nos ha quedado claro en los libros precedentes que es total responsabilidad del hombre, pero necesitamos ver muchas otras cosas más para dejar a Dios más alejado de dicha realidad. El hombre al ser imperfecto pertenece en gran parte al mal, aunque puede redimirse si comienza a ver la razón y la realidad máxima que en este caso sería la verdad.

Referencias:

(1) Sí, parece absurdo, pero es lógico que una opción que signifique ''nada'' ni siquiera es una opción.
(2) No se toma en cuenta el abuso que el hombre ejerce sobre los animales a propósito. 

SOBRE EL LIBRE ALBEDRÍO


LIBRO III: PRESENCIA Y EXISTENCIA


El movimiento culpable de la maldad


Si el mal pertenece al libre albedrío, entonces el mal estaría fuera de culpa porque pertenecería a la naturaleza del hombre. Sin embargo, ¿pertenece verdaderamente a la naturaleza? Pensemos. 

Agustín apuesta que la inclinación del hombre hacia el mal no es natural, y por lo tanto, dicha inclinación sería netamente por voluntad. Aquí Agustín va en contra de lo dicho por Platón cuando éste decía que ''el mal era involuntario'', Agustín dirá que el mal es una voluntad del hombre y por consiguiente no es natural. Finalmente, el hombre no es exculpado del mal pensando en que es natural a él. 

Libertad del hombre y la presencia de Dios

Mucho se discute este tema incluso en nuestros tiempos donde la presencia de Dios se considera nula, o que si en realidad existe la presencia de Dios, entonces éste no hace nada para salvar a la humanidad. 

Evodio se pregunta lo siguiente, si Dios está presente, entonces sabe que el hombre peca y por lo tanto, el hombre peca necesariamente. ¿Por qué? porque bajo la presencia de Dios no debería pecar, entonces, como no debería pecar Dios hace que el hombre peque necesariamente. 

Según la opinión de Evodio, todo se hace por necesariedad de Dios, es decir, unos son necesariamente felices y tristes bajo la potestad de Dios. Sin embargo, Agustín nos dice que esas cosas son las que pasan por voluntad no por necesariedad. Ser feliz o triste no es una necesariedad, sino que más bien una voluntad. Las cosas necesarias serían la muerte y el envejecimiento. 

Nuestra voluntad refiere a todas las cosas que están en nuestro poder modificar. Eso es lo que nos hace libres, pues pretender manejar lo que no podemos no es vivir libre. Finalmente, somos libres bajo la presencia divina y somos libres al usar la voluntad con las cosas que sí podemos manejar. 

La predicción de Dios y el mal


Así concluímos que nada nos obliga a pecar y que no hay necesidad para ello; es sólo nuestra propia voluntad la que nos lleva a pecar. 

A Evodio le parece que la libertad del hombre es incompatible con la presencia de Dios, es decir, no se puede pecar y tener a Dios para ver ese pecado al mismo tiempo, siendo que Dios es divino. 

Agustín dice que Dios no puede obligar a un hombre a pecar, así como tampoco otro hombre podría obligar a pecar a otro. Dios no obliga a nadie a pecar, pero puede predecir que alguien peca. De este modo, Dios no es autor de todo lo que prevé, pero sí es autor de castigar posteriormente a quien hace el mal. 

Dios y los pecadores

¿Podríamos decir que sería mejor no haber existido al ser el hombre susceptible de sufrimiento? Se puede pensar fácilmente que o el hombre sufre y es miserable irremediablemente, o es mejor que no exista. 

Agustín dice que pensar de esa forma sería una iniquidad, pues el hombre al desear ser como otros seres superiores no tiene más que el pecado de la envidia

¿Sería preferible no existir o ser desgraciado?

Muchas personas dicen querer no existir si van a ser desgraciados, pero quien dice que no quiere ser desgraciado es porque quiere existir. Sólo quiere dejar de ser desgraciado y para eso sólo basta la voluntad. 

La miserabilidad, dice Agustín, sólo depende del mismo hombre y de nadie más: su voluntad lo hará libre de ser desgraciado. 

La tendencia innata al ser

En efecto, si un hombre pudiera elegir entre no existir y tener una vida desgraciada, probablemente elegiría la primera pues nadie quiere ser desgraciado en la vida. 

Sin embargo, aquel desdichado siempre tendrá la oportunidad de ser más de lo que es, a causa de la voluntad. Puede ser que no sea mejor que los bienaventurados, pero será mejor que la materia y los animales que no conocen la felicidad y que nunca podrán. Sólo la voluntad podrá concedernos la felicidad (así como también la miserabilidad). 

Por otro lado, la persona que prefiere no existir a ser infeliz, entonces no le queda más remedio que ser un miserable, pues al no ser no será nada y en este sentido será inferior a las cosas materiales que sí existen. 

El suicidio

Es incluso absurdo querer no-ser, pues es inferior a todo lo existente y además nadie puede elegir no-ser porque ya lo estaría transformando en algo, y el no-ser no es algo sino que nada. En otras palabras, quien elige nada está eligiendo nada(1)

Error en el concepto de suicidio

Es claro que quien se suicida está queriendo decir ''nada''', pero ¿es realmente así? El suicida, cuando piensa en la muerte, no está deseando la nada, al contrario, desea ser algo después de la muerte. Ya desee estar en paz o cualquier otra cosa, no quiere no ser nada. Si quiere ''descansar'' de este mundo entonces está eligiendo algo y de ese algo espera otra cosa. 

¿Por qué el suicidio no está libre de la nada? porque el suicidio significaría dos cosas: reposo o movimiento. Estos dos conceptos son necesarios para existir y no se puede dar sin existencia. Por lo tanto, si el suicida quiere morir encontrará ese reposo. 

El suicida no quiere llegar al aniquilamiento total (porque es imposible llegar a la nada), sino más bien quiere el descanso. 


Pecado y orden

Si los pecados existen y son probables en el hombre al elegirlos ¿podríamos decir que los pecados contribuyen al orden perfecto del universo? Si decimos que Dios lo dispuso todo en orden, entonces los pecados sí contribuyen al orden. 

Sin embargo, Agustín nos dice que los pecados no son necesarios para el orden universal. Los pecados no son seres como los humanos, sino más bien estados alterados de éste. Si el hombre eligiera el pecado por su voluntad, entonces ahí existiría el desorden. Por lo tanto, no es que los pecados sean los que contribuyan (porque entonces estaría bien cometer pecados), sino que son las mismas almas las que contribuyen. 

El hombre tiene dos orígenes del pecado: 
  1. Por pensamiento
  2. Por influencia ajena

El más terrible de los dos es el primero, aunque tampoco exime del todo al segundo. Es así que la primera persuasión al pecado la inició el diablo para que el hombre finalmente fuera expulsado del Edén. 

Todas las criaturas contribuyen al orden

Absolutamente todas las criaturas contribuyen al orden y sus pecados no alteran en nada el orden establecido. Toda criatura que peca no lo hace con libertad, sino que con voluntad pues el ser humano es libre cuando hace las cosas que puede y debe.

San Agustín comenta que la bondad de las cosas está en su naturaleza. La naturaleza en sí es pura bondad y es incorruptible, ya que proviene de la sustancia divina que es Dios. Eso sí, lo que sí puede ser corrupto son las cosas que van en contra de la naturaleza: los llamados ''defectos''. 

No toda corrupción es reprobable

La violencia que ocupara el juez para castigar al malhechor será justa en la proporción de su mal acto cometido. No podemos decir que los ojos son corruptos porque no pueden resistir la luz del sol directamente. Aunque si los sentido se pueden corromper, hay contextos en los que no se les puede culpar. Por lo demás, los órganos de los sentidos no son viciosos, pueden ser corruptos pero no viciosos. El único que puede ser vicioso es el hombre. 

Dios no es cómplice del pecado

Si decimos que el autor del pecado es Dios, entonces estamos justificando todos los pecados de todos los pecadores pues bien se pueden excusar diciendo ''Dios es todopoderoso y un hombre no puede hacer nada contra él''. San Agustín insiste en que el pecado y el mal del hombre se origina de su propia voluntad. 

Evodio pareciera aún no estar convencido del todo sobre el orígen del mal. Agustín nos dijo ya que la causa era justamente la voluntad del hombre, sin embargo, lo que Evodio quiere saber el origen de dicha voluntad pecadora. 

Agustín le dice a Evodio que si es así, entonces ¿más adelante preguntaría sobre el origen del origen de la voluntad? Eso sería ridículo pues ninguna investigación (en opinión de Agustín) puede ir de origen en origen hasta el infinito. En esa instancia, el santo de Hipona le recuerda un extracto de Timoteo 6:10
''La raíz de todos los males es la avaricia''


¿Qué quiere decir San Agustín con esto? que Evodio no debería investigar más allá de lo que debe. Ahora, si Evodio va y ve que la causa de la voluntad de pecar es tal, entonces tendríamos que decir que la voluntad del hombre no es la que peca sino que otra cosa. ¿Podríamos sostener algo así entonces?

La obra de Dios como lo mejor

Los hombres nacen con ignorancia, pero esto no debería ser considerado algo malo, pues Dios, así como les dio la ignorancia, también les dio la oportunidad para crecer y entender el entorno que les rodea. De hecho, nadie tiene excusa de ser ignorante por largo tiempo porque está claro que el hombre puede quitársela a través del estudio de las cosas. 

Ningún ser fue creado inútilmente pero ¿qué podemos decir de los recién nacidos que mueren en un parto o poco después del mismo? sin duda es una respuesta difícil para Agustín. Estos sufrimientos se deben a la pecaminosidad de los padres que lo engendraron, así mientras más pecaminoso sea el padre, sus descendientes heredarán como es de esperar las atrocidades. 

Los animales también se ven expuestos al sufrimiento y distintas vejaciones. San Agustín las justifica diciendo que como todo animal mortal son susceptibles a este tipo de sufrimiento. No podemos pretender que los animales no sufran, pues es una condición natural a todo ser vivo(2).

El primer estado del hombre

Ni el primer hombre (Adán) ni todos los hombres que vinieron después nacieron sabios o ignorantes. Todos ellos nacieron con un estado intermedio entre estos dos conceptos, pues no podemos decir que el niño es ignorante, así como tampoco sabio. La naturaleza los deja en un estado intermedio que luego van desarrollando poco a poco. 

Por otro lado, contestando de otro modo la pregunta que hacía Evodio ¿Cuál es el origen de la voluntad mala del hombre? Agustín en este último apartado nos dice que si bien es la voluntad y nada más, quizás ésta pueda ser movida por las imágenes o estímulos que recibe del entorno. Si pudiéramos hablar de un origen, el hombre para hacer el mal debe tener una imagen de lo que va a hacer, y ésta imagen no la da más que los sentidos. 


Conclusión

¿Qué más podríamos agregar? es evidente que el hombre no puede excusarse del mal que le acongoja. Si quiere liberarse de este tendrá que ser por el mismo y de nadie más. Quizás podemos estar aquí en presencia de una cierta meritocracia bíblica que San Agustín quiere hacer aún más clara a sus lectores. Por otro lado, también vemos una contradicción contra la teoría de Platón quien decía que el mal era involuntario (basándose en la ira y los impulsos), pues San Agustín nos dice todo lo contrario: el mal se hace por voluntad y no por naturaleza.  

domingo, 1 de enero de 2017

San Agustín de Hipona - El libre albedrío (Libro II: Voluntad, razón y sentido) (391).

Aquí presenciaremos la respuesta de San Agustín de Hipona a Evodio quien se preguntaba si Dios era el verdadero responsable del mal en el hombre. Siendo esta pregunta verosímil, la respuesta que nos de el santo de Hipona será aún más impactante; por otro lado, no sólo esta pregunta estará dispuesto a responder San Agustín, sino también aquellas que continúan dando que preguntar y debatir en el libre albedrío. Veamos que más nos propone San Agustín con su amigo Evodio quien lo ha acompañado en todas estas discusiones. 

SOBRE EL LIBRE ALBEDRÍO


LIBRO II: VOLUNTAD, RAZÓN Y SENTIDO


Con la libertad podemos pecar ¿por qué nos la ha dado Dios?

De Dios recibimos la voluntad de pecar al dejarnos con el libre albedrío. De lo contrario, si estuviéramos sin libertad no podríamos pecar. 

Dios puede darnos el castigo cuando obramos mal, mientras que puede premiarnos si hacemos el bien. Ahora ¿es exactamente así? ¿el castigo nos viene directamente de Dios? para Agustín no es precisamente así, pues el hombre hace el mal desde el libre albedrío y no desde Dios. 

El libre albedrío fue dado para vivir rectamente, no para pecar. ¿Pero cómo? ¿Acaso no es debido a la libertad del libre albedrío que podemos pecar? No, el libre albedrío no fue hecho para que el hombre pueda pecar; fue dado para hacer el bien porque de otro modo ¿cómo podría castigarse a un hombre por pecar si el libre albedrío le da esa capacidad? por lo tanto, el libre albedrío se ha hecho para hacer el bien. 

Cuando un hombre peca Dios le dice: 


''¿Por qué no usaste del libre albedrío para hacer el bien?''

Por otro lado, sin el libre albedrío ¿cómo sería el hombre capaz de obrar bien? Sin el libre albedrío no habría obra buena ni mala en el mundo, pues la voluntad es lo que hace el bien y el mal. 

Quien vive, quien existe y quien entiende


Agustín le pregunta a Evodio si él realmente existe a lo que responde naturalmente que sí. Por lo tanto, si existe vive y si vive entiende; una conclusión bastante obvia pero que servirá incluso para probar la existencia de Dios.

¿Cuál de esas tres verdades es la mejor? para Evodio la más importante es el entender, pues el que vive ciertamente existe, pero no por eso entenderá. Veámoslo de la siguiente manera las características de tres seres y sus verdades:

Animal salvaje: existe y vive
Cadáver: existe
Hombre: existe, vive y entiende

El hombre es entiende porque tiene la facultad de la razón que además le hace entender su entorno. Los sentidos no pueden sentirse a sí mismo, ni mucho menos verse, por lo tanto, la razón les debe dar sentido a las cosas que los sentidos percibe. 

El sentido común (o sentido interno)

Este sentido interno es el que nos hace huir de las cosas como también abrazarlas. Ahora, este sentido interno es inferior a la razón ¿por qué? porque este sentido también es común a las bestias porque ellas también huyen y abrazan las cosas según la situación. 

Sin embargo, Evodio sostiene que este sentido interno es sólo para los humanos y no para los animales, eso se debe a que los animales no pueden juzgar sus sentidos. Los únicos que pueden juzgar dichos sentidos son los humanos y más específicamente el sentido interior humano. 

Razón y sentido interior

La razón está por sobre todo pero no por sobre Dios. El sentido interior comanda los sentidos exteriores, mientras que la razón comanda los sentidos internos. La razón puede verse modificada de alguna manera, pero el único que se mantiene siempre tal cual es es Dios. 

Convergencia en sentidos

¿Podrá ser que todos sintamos exactamente lo mismo? Agustín nos dice que a pesar de tener nuestros propios sentidos, las cosas que percibimos son las mismas y nos entregan las mismas impresiones.

Con el sentido del gusto quizás sea diferente, no por el gusto que se tenga, sino más bien por la cantidad de comida de un alimento. Si estoy compartiendo con alguien más un tipo de alimento, la cantidad que sentiré yo no será la misma que la de mi compañero.  

Sin embargo, con el tacto es distinto. Si yo toco una parte de mi cuerpo en específico, quien quiera tocar esa parte no podrá sentir lo que yo siento, puesto que esa parte estará ocupada por mi tacto. Esto quiere decir que hay partes que podemos percibir internamente, pero otras que podemos percibir ''comúnmente''. 

Pero esto en realidad también pasa con la alimentación porque la parte que yo he comido y tragado, nadie podría probarla. Por lo tanto, hay cosas que podemos percibir y sentir privadamente, mientras que hay otras que se hacen comúnmente. 

Los números son superiores a la inteligencia

Los números no son percibidos por los sentidos, sino más bien por la razón. La razón o la mente puede comprender los números pòr unidad y los sentidos también los percibe, pero solamente por pluralidad. 

Agustín quiere decir que el cuepro no puede concebir ni reducir todo a una unidad, sólo puede ver pluralidad pues pareciera ser que no estamos hechos para concebir la unidad a no ser por nuestra mente. Sin embargo, los números son mejores que la inteligencia puesto que nuestra mente no puede abarcarlos a todos en la mente, así como tampoco puede imaginarse la vida sin ellos. 


Sabiduría y felicidad

Cuando uno más yerra en la vida, mucho más se aleja en el camino de la felicidad. Todos sabemos cómo ser más sabios y sólo constara en que nos instruyamos sobre la verdad y los principios de cada cosa. Como todos saben como llegar, quien empieza a errar por el camino hacia la felicidad está ignorando la sabiduría (y lo hace voluntariamente). 

Es natural que incluso antes de ser sabios queramos la felicidad para nosotros. Algo en nuestro interior nos dice que busquemos la felicidad y nadie renegaría de ser sabio. El hombre sólamente será dichoso al encontrar la verdad y no antes. 

La sabiduría es como el sol, alumbra a todos los bienes materiales, pero ella en sí misma es una. Por lo tanto, si queremos alcanzar la felicidad, la cual está más allá de los bienes materiales entonces debemos alcanzar la sabiduría (el sol).

Sabiduría y número

Para Evodio la sabiduría es mucho más valiosa y superior que el número porque hay más calculadores y matemáticos que hombres sabios. 

San Agustín nos dice que los números están en todas partes hasta en las cosas más pequeñas de este mundo. Sin embargo, rebatiendo a Evodio, Agustín dice que la noción de unidad está en todos nosotros, y es por eso que hasta los hombres más necios pueden contar, y en consecuencia, se prefiera mucho más la sabiduría a los números. 

El filósofo le dice a Evodio que no se deje convencer por esos hombres que dicen que la sabiduría es más que los números, pues los hombres en general prefieren el oro a la luz de una vela. Para Agustín la sabiduría y el número son exactamente la misma cosa, además de ser inconmutablemente verdaderos. 

La verdad está por encima de nosotros

La verdad está por encima de todas las cosas que conocemos en el mundo. Sin ella no podríamos juzgar por lo tanto está por encima de nosotros y no nosotros encima de ella. Por supuesto, nadie puede cuestionar la verdad en las cosas; por ejemplo, 2 + 2 siempre serán 4 y nadie podrá cambiar esa realidad. De este modo, la verdad también estaría más allá de la inteligencia. 

Con mucha más razón el hombre que abrace la verdad será feliz, puesto que no hay hombre que le guste la falsedad. Aparte, la verdad y la sabiduría no se pueden perder, mientras que los bienes materiales, que todos hemos reunido por nuestra voluntad, si perecen. 

¿Quién puede estar por encima de nosotros y ser superior a nosotros? Nadie más que Dios y por lo tanto tendremos que decir que Dios es la verdad eterna. Sólo Dios es quien puede dar forma y perfección a los seres una vez que los crea y no de manera contraria. Es decir, los seres con forma no pueden darse forma a sí mismos, debe haber una perfección más allá de ellos que se las de.



La libertad del hombre

Evodio está de acuerdo con todo lo dicho por Agustín sobre Dios, admitiendo que él gobierna por sobre todas las cosas del universo. 

La discusión se vuelve a averiguar si dentro de los bienes podemos contar la libertad del hombre. Ya habíamos dicho que el libre albedrío se lo dio Dios al hombre para que hiciera el bien, pero Agustín añade además que el mismo libre albedrío es un bien. 

Esto se debe a que la voluntad del libre albedrío es lo único que nos lleva al bien. Sin él el hombre no podría actuar nunca correctamente, pero si el libre albedrío sirviera para el mal, entonces todo mal estaría permitido lo que va en contra de lo que quiere Dios para nosotros. 

Por lo tanto, ¿qué será mejor? ¿vivir sin eso que nos hace obrar correctamente? ¿o vivir sin aquello? Evodio responde que siempre será mejor vivir con el libre albedrío. Recordemos que la razón es totalmente buena y que ningún hombre malo puede modificar eso, pues lo divino no se puede modificar. 

Las clases de bienes

Dios fue quien hizo los grandes bienes de este mundo ey estos se clasifican en tres:

Grandes bienes: Virtud
Medianos bienes: Libertad
Pequeños bienes: Cuerpos y materiales

La voluntad o libertad del ser humano es un bien común del que pueden disponer todos. Cuando dicha voluntad se aparta del bien común se vuelve pecadora y mala ¿cómo se aparta del bien? cuando piensa en sí misma y no en el bien común. 

Una de las formas en que puede llegarse a esta voluntad privada es apropiarse de los bienes de los demás, pues ahí no se está pensando en los otros. Así, Dios distribuye las cosas en su lugar dando las cosas a cada uno según sus méritos. 

Por lo tanto, el mal no consiste en lo que anhelan las almas pecadoras, más bien el mal radica en la aversión de los bienes inmudables el cual se lleva a cabo volitivamente. 


La voluntad hacia el mal

Pese a toda la explicación anterior de San Agustín, a Evodio sigue rondando la misma pregunta ¿Por qué algunas veces el hombre escoge el mal a pesar de que el libre albedrío es bueno? De Dios no puede venir el mal, puesto que no hay bien que no proceda de Dios. 

Todo lo que sea medida, número y orden pertenece a Dios porque si estas tres cosas se sustraen entonces no quedaría absolutamente nada. Por lo tanto, el mal tendría que producirse de la nada, aunque el mal es un movimiento potestativo del hombre. 

Conclusión

Podríamos tomar este libro como el homólogo de La República de Platón, solamente en el aspecto de que aquí se nos presentan los niveles de conocimiento de acuerdo con San Agustín. Me da la impresión de que el tema del libre albedrío no queda del todo terminado, aunque los dos dialogantes siguen acordando otra discusión más adelante sobre el mismo tema. Lo que sí queda claro es que la maldad es exclusiva responsabilidad del hombre y que el libre albedrío no está hecho para hacer el mal. De todas formas, Agustín sigue manteniendo que se debe investigar sobre el tema. 

lunes, 26 de diciembre de 2016

San Agustín de Hipona - El libre albedrío (Libro I: El origen del mal) (388).


Tenemos una versión hablada de este apunte. Sólo dale play al audio y listo.

Hemos hablado suficiente sobre las bondades y las verdades de la vida desde la cosmovisión de San Agustín de Hipona. Es hora de que hablemos de un tema que inquieta tanto a creyentes como a ateos. Todos nos preguntamos sobre el mal y su origen ya sea de manera particular o manera general porque es lo que pareciera prevalecer en este mundo. ¿Qué hace Dios con el mal? ¿Acaso tiene consciencia de él y lo ignora? ¿O sabiendo que existe no le importa lo que pase? Ya habíamos visto que Dios lo sabe todo porque mientras el orden esté presente, él también lo estará. Veamos este diálogo que San Agustín tuvo con su amigo Evodio. 

SOBRE EL LIBRE ALBEDRÍO


LIBRO I: El origen del mal

Antes de comenzar con este tratado es preciso señalar que cada libro del tratado del libre albedrío fue hecho en años distintos, pero aquí en el blog lo veremos de forma continuada. 

¿Es Dios el autor del mal?


Evodio le pregunta con mucha curiosidad a Agustín quien es el autor del mal; no obstante, Agustín primero le hace unas aclaraciones. Hay dos tipos de males:

  1. El que está hecho por el hombre
  2. El que sufre el hombre
Es indudable que no pongamos en el mal a Dios, puesto que la perfección no puede obrar mal. Si algún hombre sufre un mal, esto no es para nada injusto. Nadie es castigado injustamente. 

El mal es hecho por alguien y ese alguien no es Dios porque este castiga las malas acciones. En todo caso, las malas acciones son siempre hechas con la voluntad

Evodio acepta todo esto con muy buena gana, pero se pregunta a todo este respecto que si Dios no es el causante del mal, entonces ¿quién nos enseñó a pecar? Agustín le pregunta si aprender es un mal o un bien, a lo que Evodio responde naturalmente que es un bien porque si se aprendieran cosas malas, entonces el aprendizaje no sería un bien. De hecho, de acuerdo con Agustín, el ser humano aprende a evitar el mal y no a hacerlo. Obrar el mal es alejarse del aprendizaje.

Sin embargo, Evodio ahora tiene otro modo de pensar diciendo que puede aprenderse tanto el bien como el mal. Pero para aprender se debe ser inteligente, y ser inteligente es bueno; por lo tanto, para aprender se necesita ser bueno (inteligente) y no malo (ignorante). 

¿Qué debemos creer acerca de Dios?

Evodio insiste en preguntar quién es el autor del mal, a lo que Agustín le comenta su breve interés por los maniqueos, filosofía que finalmente abandonó por considerarla llena de fábulas y que estaba alejada de la verdad. 

Si se quiere buscar el origen del mal se debe atender a una de las premisas más claras del Salmo 13,1; 52,1:

''Nisi credideritis, non intelligetis''
(Si no creéis, no entenderéis)

Es muy fácil asociar el origen del mal a Dios, pues todos los seres humanos están hechos de almas y el alma es algo hecho por Dios. Evodio dice que es justamente esa duda la que quiere resolver, pero Agustín le dice por ahora que la única obra de Dios ha sido el Hijo (Jesús), pues todo lo demás fue creado de la nada. 

La concupiscencia, el origen del mal

Para empezar Agustín le dice a Evodio qué entiende él por mal para empezar la discusión. Evodio dice que el mal se presenta en ejemplos como el adulterio, los homicidios y los sacrilegios.

En el caso del adulterio, este está prohibido por la ley no porque esté en contra de la ley, sino porque la ley prohíbe lo que es malo. Sin embargo, ¿qué pasaría con un hombre que deja que su mujer cometa adulterio? ¿se le podrá condenar a ese hombre que permite que exista el delito? En la lógica de esos tiempos no sería un crimen, pues el hombre permite que se le dañe y sin embargo lo que hace es tremendamente reprobable. Entonces, en ese sentido el adulterio no sería un mal a la luz de las leyes (siempre y cuando el hombre esté dispuesto a permitirlo).

Así, no todo lo que las leyes dictan sería un mal y de hecho, se han condenado a hombres por sus buenas acciones. Ahí Agustín le deja a Evodio el ejemplo de Jesús quien fue condenado. Por lo tanto, el adulterio no sería malo por efecto de las leyes, sino más bien sería malo por la libidine de los hombres y mujeres. 

Primera objeción: El homicidio cometido por miedo

Dicha acción que lleva al hombre a cometer adulterio, homicidio y sacrilegio es llevada por la pasión y la pasión es intrínsecamente concupiscencia

¿Habrá alguna diferencia entre la concupiscencia y el miedo? Evodio dice que son dos cosas distintas porque el hombre se entrega a la concupiscencia, mientras que con el miedo escapa de una situación. ¿Qué pasaría con el hombre que por temor mata a otro? tendríamos que decir que es un acto deplorable, pero por otro lado el hombre quiere vivir sin temor. Por lo tanto, no toda pasión es mala porque el miedo, al ser una pasión nos libra del mal de otros hombres.

¿Qué pasaría si un siervo mata a un señor? la ley castiga al hombre que mata a conciencia e incluso por concupiscencia. Sin embargo, si dicho siervo vivió en el temor por el señor ¿no sería una forma de justicia que lo matara? El hombre bueno es aquel que vive sin miedo; pero también hay dos tipos de concupiscencia:

Concupiscencia del hombre malo: matar por resguardar sus bienes. 
Concupiscencia del hombre bueno: matar por su seguridad e integridad.

El mal puede proceder de los dos, pero con la diferencia que uno estaría justificado y el otro injustificado. 

Segunda objeción: La muerte del agresor injusto

Agustín y Evodio acuerdan decir que el soldado debe matar a su enemigo, así como el hombre debe dar muerte al ladrón que lo dañará. En todo caso, el soldado no tendrá ningún problema en matar a su enemigo, pues la ley le ha permitido hacerlo. Es así que para Evodio, la ley siempre permite males menores para evitar los mayores. 

De alguna manera, Evodio justifica la acción de dar muerte a los malvados diciendo que así se evitan males mayores. Matar al enemigo estaría justificado al ser un mal menor. No obstante, San Agustín le pregunta que cómo podría Evodio justificar a alguien fuera de la ley. Además, la ley si bien puede dirigir un pueblo, no puede controlar lo que es considerado mal por la providencia. Una cosa sería respetar las leyes humanas y otra las leyes de Dios.

La ley eterna es moderadora de la vida humana

Agustín le pide a Evodio hacer una distinción entre ley temporal y ley perenne:

Ley temporal: ley justa que se modifica a través del tiempo.
Ley eterna (o inmutable): ley justa que no se modifica a través del tiempo

La segunda sería por supuesto la ley de Dios, mientras que la primera sería una ley humana. Obviamente, la ley temporal extrae sus propios principios de la ley eterna o inmutable. Por lo tanto, la verdadera ley que guía o debería guiar a los hombres es la ley eterna e inmutable, mientras que la primera es sólo una modificación de la segunda. 

¿Qué es mejor? ¿Vivir o saber?

¿Sabrá el ser viviente que está viviendo? Evodio responde que quien sabe que vive tiene que vivir primero para saberlo. Pero San Agustín advierte que esto no siempre es así, pues los animales no tienen razón pero viven; por lo tanto, no todo ser viviente sabe que existe. 

El ser humano sabe que existe porque tiene la razón, en cambio, quienes no la tienen no pueden saber que es la existencia ya que sólo usarán el instinto. Para Agustín, la experiencia no significa nada sin la razón y además, la experiencia no es totalmente buena, pues podemos experimentar cosas tanto malas como buenas y en cambio la razón siempre es buena. 

El hombre necio y el hombre sabio

Todos los animales se procuran placeres y además se alejan de los dolores. Nosotros los seres humanos compartimos algo de eso, sumado a que tenemos la razón que puede controlarlos. 

Los hombres sabios son aquellos que pueden controlar todos su sentidos y a la vez todas sus pasiones. Por lo tanto, la razón siempre será la mejor en la mente del hombre, mucho más que las pasiones que regularmente lo llevan a la ruina. 

Razón y pasión 

La mente y por lo tanto la razón es lo más poderoso del mundo inteligible. Evodio y Agustín acuerdan que la razón está por sobre la pasión, así como ningún vicio puede superar a ninguna virtud; siempre será preferible la virtud antes que el vicio. 

Podríamos decir que San Agustín desarrolla la siguiente dicotomía:

Razón - Pasión
Inteligencia - Sentidos
Sabiduría - Necedad
Alma - Cuerpo
Virtud - Vicio
Justicia - Injusticia

Por supuesto que un hombre sensato va a elegir las primeras del lado izquierdo y no las del lado derecho. 

Cuando la mente se entrega a cuestiones pasionales

Aunque la razón es invencible con las pasiones, el hombre sigue (algunas veces) cayendo en éstas últimas a pesar de contener la razón en su interior ¿por qué recurre a ellas? Este lo hace cuando quiere que el placer se vuelva cómplice con su mente por medio de la voluntad y el libre albedrío

Para Evodio es difícil pensar que un hombre que ya está en el lado de la sabiduría y la razón, baje a las profundidades de las pasiones por su propia voluntad. 

El castigo de las pasiones (voluntad, fortaleza y templanza)

Todos queremos una vida recta y feliz y para eso debemos seguir la buena voluntad. Los hombres que son apegados a los bienes materiales son justamente los que no tienen esta buena voluntad porque su voluntad está unida a cosas que se destruyen, no a cosas eternas. 

Ahora, este hombre que resiste los placeres del cuerpo, no será necesario solamente una buena voluntad, sino que también necesitará fortaleza para alejarse de estos. También deberá ser mesurado y prudente ante la adquisición de bienes. Por otro lado, dicho hombre también necesitará lo que es opuesto a la concupiscencia que en este caso sería la templanza. Finalmente, para que dicho hombre esté completo y libre de todo vicio y maldad, necesitará la justicia. Estas por supuesto, no son más que las cuatro virtudes cardinales que Platón explicó en su libro La República.

Lo que quiere decir San Agustín con todo esto, es que la voluntad es tanto la herramienta para alcanzar la felicidad como también es la herramienta para ser infelices, pues los que usan la voluntad para las cosas malas será débil, irascible, imprudente e injusto.  


Todos deseamos la felicidad pero muy pocos la consiguen

Si todos los hombres pueden y desean ser felices ¿por qué sólo algunos lo logran? Esta palabra es lógica porque si todos tienen la voluntad de ser buenos como de ser malos, entonces, ¿la gente es miserable por su propia voluntad? 

El hombre de mala voluntad no quiere una vida bienaventurada, no porque no la quiera en sí, sino que los medios para alcanzarla le son despreciables. En cambio, el hombre de buena voluntad quiere la vida bienaventurada y la alcanza a través de los medios apropiados, por eso siempre será más felices que el hombre de mala voluntad.

Ley eterna y ley temporal

La vida bienaventurada se dará como premio al hombre de buena voluntad. Ese hombre obviamente amará las cosas eternas y no las temporales que están sujetas a la modificación. Los infelices son aquellos que viven miserablemente porque se siguen por las cosas perecibles y los placeres del cuerpo, todas estas cosas son temporales. 

Luego Agustín le comenta las características que hacen que el hombre se entregue a la mala voluntad:

  1. Los bienes del cuerpo que son la belleza, la salud perfecta, la agudeza de los sentidos, la fuerza entre otros. 
  2. La libertad para hacer y deshacer
  3. La familia y los bienes materiales

Las leyes temporales no castigan a los hombres que se procuran bienes, pero si castiga a los hombres que se procuran bienes de forma injusta. Obviamente, los hombres al estar atorados en la adoración de sus bienes, una vez que un hombre injusto o una ley injusta y temporal se los quita estos se sienten miserables e infelices. 

En cambio, cuando el hombre se acerca a las leyes eternas y adora las cosas eternas, entonces nunca podrá sufrir mal y será feliz, ya que no podrá lamentar ninguna pérdida de cosas que no perecen. Por otro lado, Agustín reconoce también que las cosas y placeres del cuerpo se pueden utilizar siempre y cuando sean para el bien y no para el mal. 

Origen del mal moral


Pareciera ser que todo el origen del mal existe nada más ni nada menos que en el hombre mismo. 

Cuando este se dirige a los placeres verá su miseria y su infelicidad, pues la razón no tiene nada que ver con la voluntad del hombre, a menos que esta voluntad vaya hacia ella. La razón al ser perfecta no puede volcarse a los placeres, pues ya no sería ni divina ni perfecta si lo hiciera. Por lo tanto, lo único que nos queda es decir que es el hombre el origen del mal cuando utiliza su voluntad para las cosas más viles. 

Antes de retirarse, Evodio le pregunta algo realmente importante que está relacionado con la responsabilidad del mal, ya que si el hombre es el responsable del mal y Dios creó al hombre, entonces Dios es el responsable del mal, pero esto lo dejan para la segunda parte de este libro. 

Conclusión

Sorprendente, aunque también una esperada conclusión de aquellos que defienden la voluntad de Dios diciendo que la responsabilidad del mal yace en el hombre. Aquí queda para la posteridad la filosofía platónica al rechazar los placeres y seguir prefiriendo la razón por sobre todas las cosas. El libre albedrío siempre estará vinculado con el mal debido a las cosas malas que han ocurrido a lo largo de la historia. Si hay libre albedrío, pero por otro lado Dios existe y se supone que  es un Dios de amor ¿Cómo es que el mal sigue imperando casi impunemente en el mundo? sin duda una cuestión difícil incluso para San Agustín

viernes, 23 de diciembre de 2016

San Agustín de Hipona - La dimensión del alma (388).

¿De verdad podemos hablar sobre la medida que tiene el alma? Ya habíamos visto con Aristóteles que si el alma tiene alguna medida, entonces podría destruirse con el cuerpo sin más remedio. Sin embargo, ¿cómo podrá sostener San Agustín de Hipona lo de Aristóteles si ya ha probado que el alma es inmortal? Sin duda es un tema complicado determinar las medidas del alma ¿o será que no tiene medida y ese es el tema de ahora? No especulemos más y veamos el concepto del alma de San Agustín de Hipona.

La dimensión del alma


Capítulo I: Origen del alma


Agustín conversa aquí con su gran amigo Evodio quien tiene muchas cosas que objetar y que preguntar sobre el alma. 

Las primeras cuestiones que discuten es sobre el origen del alma ¿de dónde proviene ésta? la respuesta es fácil para Agustín pues proviene de Dios, lo difícil es determinar la sustancia del alma que no está hecha de ninguna sustancia corporal. No puede estar construida de agua, ni de fuego, ni de tierra ni de aire, porque estos son los elementos de todas las cosas; por otro lado, Agustín reconoce que tampoco puede explicar el origen de cada uno de los elementos. 

En resumen, el hombre está hecho de cuerpo y alma; el cuerpo está hecho de los cuatro elementos, pero el alma no sabemos de qué está hecho. Evodio se sorprende pues le pregunta ¿cómo es posible que no sepas si me acabas decir que de Dios? No es contradicción decir que todo lo superior forma a lo inferior, pero no podría decirse cuál es exactamente dicha sustancia. 

Capítulo II: Naturaleza del alma

Según San Agustín, el alma tiene la misma naturaleza de Dios, pero si tiene la misma naturaleza ¿cómo puede ser el alma semejante a Dios si el alma fue creada y Dios no? San Agustín responde que si acaso para Dios hay algo imposible crear algo semejante a sí mismo como es el alma. Evodio nos dice que si fuera así, si el alma fuera creación de Dios y es inmortal, entonces si el hombre es creación de Dios también éste debiera ser inmortal.

Sin embargo, Agustín le dice que esa es la imagen que él tiene del cuerpo que obviamente no es inmortal. Nuestra imagen del cuerpo no es exactamente el cuerpo mismo, así como la imagen que tenemos del alma tampoco es exactamente la misma alma. 

Capítulo III: Dimensión del alma

Evodio con mucha razón le pregunta a San Agustín cuáles son las medidas del alma. Agustín responde que esto es imposible establecerlo, no porque no sea posible, sino porque el concepto de medida pertenece a las cosas corpóreas. Decimos que el alma tiene medidas porque estamos acostumbrados a hablar así de los cuerpos (creyendo que el alma es un cuerpo también).

Agustín nos asegura que el alma no es ancha ni larga ni mediana ni pequeña. Es difícil imaginar algo sin magnitud, pero Agustín le dice a Evodio que será capaz de explicar por qué el alma no tiene magnitud pero que al mismo tiempo es algo.  

Capítulo IV: El alma, aunque no tenga dimensiones, es algo

Los dos se encuentran frente a un árbol y Agustín le pregunta si este árbol es algo, a lo que naturalmente Evodio responde que sí. Luego, ¿será la justicia mejor que éste árbol? Evodio responde que por supuesto que sí, y sin embargo la justicia no se puede ver ni tocar y no obstante, tampoco podemos decir que la justicia es nada. 

¿Es ancha la justicia? ¿es larga o pequeña? a estas preguntas Evodio responde que no. Por lo tanto, la justicia es algo y además no tiene ningún tipo de dimensión. ¿Se podrá aplicar la misma característica al alma?

Capítulo V: El alma tiene fuerza infinita

Sin duda que el alma está en el cuerpo ¿pero cómo está? ¿acaso estará dentro del cuerpo como agua dentro de una vasija? ¿O estará envolviendo al cuerpo desde el exterior? Evodio nos dice que desde el exterior, pues es por esa razón que podemos sentir el aire y todas las cosas externas. 

Mas ¿será esto posible? San Agustín le dice si la memoria se encuentra en un cuerpo o se encuentra en el alma, a lo que Evodio dice que se encuentra en el alma. ¿Por qué? porque nada puede recordarse con el sólo cuerpo, quizás podamos ver un lugar, pero una vez que este lugar desaparece de la visión, lo único que nos queda es recordarlo. ¿Cómo es posible que podamos recordar el color, la distancia y la longitud de los lugares? Es porque dichos lugares los miramos con los ojos del alma y no son los del cuerpo; por lo tanto, como dicha memoria se encuentra en el interior. Por lo tanto, el alma se encuentra en el interior del cuerpo. 

A San Agustín le surge una duda ¿cómo es que el alma puede recordar cosas mucho mayores al cuerpo? ¿Dónde el alma retiene esas imágenes que son más grandes que la propia extensión del cuerpo? ¿Acaso hay una inmensidad en el cuerpo que es más grande que él que puede abarcar todas las cosas? Evodio queda sin respuesta para estas preguntas, y no le queda más que asumir que el alma no tiene extensión ni medida ni dimensiones. Su fuerza es totalmente infinita e insuperable. 

Capítulo VI: La longitud pura y simple

Todos los seres humanos podemos inteligir las medidas y dimensiones. Pero cuando nosotros hacemos esta acción no lo hacemos con el cuerpo, sino más bien con el alma. El cuerpo no puede conocer o concebir ninguna medida si no que el alma lo hace. 

Por lo tanto, la medida de todas las extensiones las tenemos en el alma y no en el cuerpo. 


Capítulo VII: Autoridad y razón

El camino más fácil para comprender las cosas es por medio de la autoridad, porque es fácil acatar la autoridad sin hacer ningún esfuerzo por comprenderla. El camino de la razón es más trabajoso y representa el esfuerzo máximo del hombre por comprender las cosas que le rodean. 

Por supuesto, hay personas ignorantes que se verán en la entera necesidad de ser guiados por alguien y es ahí cuando la autoridad cobra un valor importante. Todo eso es válido con la condición de que su propio camino lo emprenda por manos de la razón. 

Capítulo VIII y IX: Las figuras perfectas

La forma primera de construir una figura geométrica es con tres líneas. Estas formarán como es esperado tres ángulos que al mismo tiempo serán todos iguales. Ninguno de estos ángulos pueden ser desiguales y si lo fueran no podría existir. 

Ahora con cuatro líneas se puede hacer también una igualdad perfecta en líneas y en ángulos. Por tanto, esta figura de cuatro líneas sería aún más perfecta que aquella figura con solo tres líneas. No obstante, Evodio le dice que es posible que estos ángulos puedan ser desiguales, pues de un cuadrado se pueden hacer dos ángulos agudos (menos de 90º) como dos obtusos (más de 90º). 

En este figura geométrica puede verse claramente la equidad, la igualdad y por lo tanto la justicia. En la figura triangular (tres líneas) podemos ver la igualdad sin contrarios porque no admite otros ángulos, mientras que la figura cuadrangular (cuatro líneas) tiene igualdad de contrarios a causa de los ángulos distintos. 

En resumen, la justicia puede verse en sí misma como la primer figura, y también cuando se quiere ver cierto tipo de desigualdad como en la cuarta figura. 


Capítulo X y XI: La figura que no se divide


De acuerdo con la conversación, Agustín y Evodio dicen que la máxima figura será aquella que no puede ser dividida. ¿Cómo es alguna que no puede ser dividida? el círculo no tiene partes y no tiene fin. Lo que no tiene fin es indivisible y por lo tanto la figura perfecta es el círculo. 

Ahora, se podría decir que el círculo puede dividirse con un radio y un diámetro, pero no son las líneas lo que hace que el círculo sea eterno, sino que más bien su centro. 

Capítulo XII: La importancia del punto

Y el centro del círculo es el punto. Es ahí donde empiezan y terminan las líneas y no admite de ningún modo la división (por eso es que ahí terminan las líneas). Si el punto es el comienzo de las líneas, entonces también será el comienzo de la latitud, la longitud y la altura, pues estas son incomprensibles sin la construcción de líneas. 

Capítulo XIII y XIV: El alma y lo incorpóreo

Es imposible notar el punto con los ojos de la carne, pues es una estructura inteligible que sólo se ve con los ojos del alma. El alma tiene sustancia propia, y dicha sustancia la otorgó Dios para que el alma sea sólo alma y no algo más. Lo mismo hizo con todos los elementos corpóreos, que no deben ser más que elementos corpóreos. 

Evodio le pide por favor una definición de alma, y San Agustín le dice lo siguiente:


''Es una sustancia dotada de razón destinada a regir el cuerpo''

Como habíamos dicho anteriormente, el alma carece de medición y de todas las características con que se le puede describir como si fuera un cuerpo. En cierto modo, el alma sería como un punto. Si lo podemos comparar, podríamos decir que el cuerpo es una línea, y el alma es el punto de esa línea y así podríamos decir que el cuerpo empieza desde el alma.

Capítulo XV y XVI: El alma no crece con el cuerpo

Concepción aristotélica

Esta era una duda que Aristóteles ya tenía en sus tratados acerca del alma. Según el estagirita, el alma tiene facultades nutritivas, discursivas, móviles y sensitivas. Esto significa que el alma, para Aristóteles, es muy similar al cuerpo porque es la que crece junto con el cuerpo, así como también se encarga de todas las otras facultades del cuerpo. Por último, recordemos que Aristóteles creía que el alma perecía con el cuerpo y no sobrevivía. 

Para Evodio es natural pensar como Aristóteles y decir que el alma crece junto al cuerpo, al ser evidente que el cuerpo se extiende a medida que se alimenta. Así es muy claro que la razón crece a medida de que el hombre crece, pues cada vez se vuelve más inteligente. 

Respuesta de San Agustín 

San Agustín nos dice que se debe diferenciar entre las cosas que son mejores y mayores. Por supuesto, lo mejor siempre será mejor que lo mayor, pues una cosa es que el hombre sea mayor pero lo más sublime es que sea mejor. El cuerpo lo único que puede hacer es crecer y nada más, pues la parte inteligible pertenece al alma. Por lo tanto, el cuerpo siempre se hace mayor y por otro lado, el alma es la que se hace mejor. ¿Cómo es que el alma se hace mejor? se hace mejor siempre por medio de la virtud, mientras el cuerpo se hace mayor por medio de la alimentación. 

Evodio objeta a Agustín que para que el alma tenga virtud necesitará razón y la razón se logra con tiempo. Si bien no crece como dijo Agustín sino que se hace mejor ¿cómo es entonces que necesita la extensión del tiempo? De alguna manera, se puede decir que mientras más razón tenga el alma, más grande es (no en el sentido del cuerpo sino que en el sentido inteligible) mientras tenga virtud. Por lo tanto, si bien no hay una ''medida'' corporal, sí hay una especie de extensión en el alma. 

Capítulo XVII: Crecimiento metafórico

Agustín dice que no tanto por el tiempo es que logramos la ''magnitud'' del alma. Con razón vemos gente que es mucho menos inteligente que otra, a pesar de tener mucha más edad y además ser mucho mayores. Los niños son generalmente más sagaces que los abuelos; por lo tanto, no es que se haga mejor con el tiempo. Dicho ''crecimiento'' de la razón se debe a que las personas se hacen mejores sin importar la edad. 

Por lo demás, cuando hablamos de que alguien es justo, ¿quiere decir que ese alguien tiene alguna magnitud por ser justo? No realmente. El crecimiento del alma se debe entender metafóricamente para que el concepto entre en nuestro intelecto. 

Capítulo XVIII y XIX: La facultad de hablar en los niños

Terminando el tema del crecimiento del alma, Evodio le pregunta ¿cómo es que los niños pueden desarrollar un lenguaje y hablarlo? La pregunta en sí es muy fácil para Agustín diciendo que los niños hablan el lenguaje que les es facilitado por los adultos. 

Así es que San Agustín conoció a un joven en Milán que sólo podía comunicarse en lenguaje de señas (era un sordomudo). Evodio al principio nos decía que sería difícil pensar que un niño en cuyo ambiente crece sin oír palabras sería inimaginable. Sin embargo, el mismo joven sordomudo creció sin oír ninguna palabra de sus padres. 

El aprendizaje innato y adquirido

Ahora, si los padres de un niño con audición normal fueran sordomudos y además fueran alejados de la sociedad, viviendo solamente los tres ¿qué aprendería el niño? seguramente aprendería los ademanes de los padres para comunicarse. Todo lo que es aprendido se considera arte, por lo tanto si el niño aprende las gesticulaciones de los padres, entonces se desarrolló un arte. 

Sin embargo, si esto es así, entonces el niño no aprendió las cosas mediante el alma sino que al arte. Por lo tanto, se formaría una contradicción porque es del alma que aprendemos y no por un arte. Para solucionar esto, Agustín le dice a Evodio que existen dos tipos de aprendizajes: el que se aprende por otras personas (adquirido) y el que se aprende por observación (innato). 

Crecimiento y decrecimiento del alma

Nuevamente, Agustín nos dice que debemos mirar este crecimiento o decrecimiento de manera metafórica y no literal. Cuando el alma recibe virtudes es cuando cree, y cuando recibe vicios es cuando decrece, obviamente, debido a su inmortalidad no puede perecer. Sin embargo, sí puede verse vista en la más ignominiosa de las situaciones. 

Capítulo XX y XXI: Las fuerzas y el crecimiento del alma

Evodio trae otra duda razonable a Agustín. El alma habíamos dicho que es la que comanda al cuerpo y es capaz de ordenarle a su antojo. Por lo tanto, podemos pensar que las acciones que realizan los niños con conducidas por el alma y por la fuerza que ésta ejerza sobre los cuerpos. No obstante ¿qué pasa con los abuelos que ya tienen sus fuerzas gastadas? ¿acaso las fuerzas del alma ya no son las mismas? 

Agustín responde a estas dudas diciendo que todas las fuerzas tienen un fin. A medida que vamos envejeciendo, vamos prefiriendo otras actividades que no tienen que ver tanto con la fuerza bruta, sino más bien con el intelecto. Otros también dedican sus fuerzas a otro tipo de ejercicios. Agustín nos dice que un luchador olímpico se cansa mucho más rápido de andar que un mercader. Siempre las cosas que tienen relación con las fuerzas deben contextualizarse debidamente. 

Capítulo XXII: Origen de las fuerzas del cuerpo

Todo cuerpo tiene un peso determinado de acuerdo con la contextura del mismo. Los cuerpos con más peso tendrán siempre más fuerza que los pequeños, pero el origen de dicha fuerza no está en realidad en los pesos de los cuerpos. Ésta se encuentra en el alma y más principalmente en la voluntad de la misma. 

En cuanto a los términos de crecimiento, si el alma creciera paralelamente al cuerpo, entonces cuando pierde fuerzas también perderá virtud y razón lo cual es ridículo. 

Capítulo XIII: El sentir del alma

¿Sé podrá ver todo lo que los ojos sienten? Es más, los ojos pueden sentir cuando al cuerpo se le está golpeando o tocando? En efecto, los ojos no pueden ver donde están ni pueden ver lo que tienen, puesto que la vista está proyectada hacia afuera. 

Así, los ojos experimentan donde no están, todo lo que no está en ellos, lo pueden ver. Esto prueba que aunque el alma pueda sentir igual que el cuerpo, no por eso es sensible ni y tampoco tiene la extensión del cuerpo, ya que la sensación es algo exterior. 

Capítulo XIV y XV: Definición de sensación

¿Podremos conocer todo lo que vemos? Parece una respuesta obvia, pues cuando vemos humo sabemos que proviene del fuego, aunque no veamos dicho fuego. Es así que puede diferenciarse el ver del conocer. 

En efecto, todos sabemos que envejecemos, pero nadie lo siente en verdad; sin embargo, al alma no se la puede engañar y puede notar que el cuerpo está viejo. 

El concepto y la definición de sensación

La definición de una palabra es siempre proporcional a lo justo; por ejemplo, decir ''Todo hombre es animal mortal'' es una definición defectuosa al pretender tener más de lo que debería, pues no todo animal mortal es hombre (de ser así tendríamos que decir que el hombre es también bestia lo cual es ridículo). Por otro lado, también podría career diciendo que todo hombre es gramático porque no todos los hombres pueden ser gramáticos. Así, la definición siempre debe ser justa. Entonces la definición quedaría así: ''Todo animal racional mortal es hombre''. 

¿Cómo podríamos definir la sensación entonces? Podría ser de la siguiente manera: ''Toda experiencia del cuerpo percibida por el alma es sensación''. 

Capítulo XXVI y XXVII: Ciencia y razón

La ciencia se dice que es un medio para llegar a la razón; sin embargo, ¿se puede llegar a la razón sin razón? Si decimos que con la ciencia llegamos a la razón, entonces decimos que no hay razón en la ciencia.  Esto trae un problema al ver si la ciencia se encuentra en los animales por lo cual tenemos dos opciones:

''Sólo hay ciencia con razón''
''Hay ciencia sin utilizar la razón''

Evodio queda un tanto confundido, pero cree más verosímil la segunda proposición que le da a elegir a Agustín.

Razon y raciocinio

Evodio sostiene una tesis refutable que sería decir que la ciencia es algo que ya se conoce; por lo tanto, al hombre que tiene ciencia sólo le falta encontrar la razón. ¿Pero qué pasa cuando el hombre pasa de lo conocido a lo desconocido? ¿cómo llega a la razón si todavía necesita de ella para lograrla?

A estas preguntas, Agustín le dice a Evodio que hay algo en nosotros que nos hace reproducir la ciencia y llegar a la razón; eso es el raciocinio. El raciocinio sería la investigación a la cual la ciencia se aproxima para llegar a la razón completa. 

Capítulo XXVIII: Los animales y la ciencia

No se puede negar que los animales tienen sentidos muchos más agudos que los nuestros, pero que no les fue concedido a diferencia de nosotros la razón. Dios puso al hombre por encima de los animales al poner la razón y la ciencia en el hombre. 

Capítulo XIX y XXX: Ciencia y sensación

Todo lo que sabemos es porque usamos la razón y todo lo que sentimos lo usamos con los sentidos y los órganos de los sentidos. Por otro lado, no todo es diferencia con el alma y el cuerpo o con la razón y la sensación, pues estas pueden coincidir en que las dos son las que perciben los estímulos externos

Capítulo XXXI y XXXII: División del cuerpo ¿y el alma?

Evodio, quien aún no está convencido de inconmensurabilidad del alma, le pregunta a Agustín qué pasa con esos animales que una vez muertos siguen moviéndose; como los gusanos y las lagartijas. Agustín responde con una anécdota que tuvo con su amigo Alipio. 

Dos niños habían cortado a una especie de gusano en dos y les llevaron estas dos partes a Agustín y a Alipio. Todos estaban impresionados pues las partes aún seguían vivas y se movían por doquier. 

¿Cómo puede explicar esto San Agustín sin derribar la teoría de que el alma no está dividida por partes (y por lo tanto que tenga magnitud)? La verdad es que Agustín no tiene una respuesta para esto... No obstante, Agustín insta a Evodio a que esto se investigue del todo y que no se de por cierto todo lo que es visible. Nada puede tomarse por cierto si no se investiga bien y detenidamente. 

El alma no se divide

Agustín trata de reafirmar su postura poniendo una analogía sobre las palabras. En el sonido, cada palabra tiene letras, y estas letras por sí solas no significan nada a menos que estén unidas y formen una palabra. De no hacerlo, no podríamos saber su significado. Lo mismo pasa con el alma y el cuerpo, cuando el cuerpo está unido con todas sus partes comprendemos que es el alma el que une dichas partes. Pero cuando las partes están separadas unas de otras, entonces no podríamos decir que eso es obra del alma, sino más bien del cuerpo.

Capítulo XXXIII: La potencia del alma

San Agustín describe la potencia del alma en grados:

Primer grado: Puede comandar el cuerpo para que este tenga un debido funcionamiento en todas sus áreas: salud, nutrición, fuerza,etc. 

Segundo grado: Los sentidos están a su total disposición, sin ella ser parte de ellos. 

Tercer grado: Tiene la capacidad de almacenar recuerdos y aprendizajes en la memoria para luego utilizarlos cuando sea conveniente. 

Cuarto grado: Una vez que tenga la memoria podrá alcanzar la virtud tan deseada por los hombres. De nada más que la virtud puede nacer la justicia y la rectitud; por lo tanto, será también uno de los grados más importantes. 

Quinto grado: Ya que está limpia de toda impureza que traen los vicios que son contrarios a la virtud, entonces el alma debe procurar dicha pureza, es decir, sostenerla en el tiempo. 

Sexto grado: Por este grado podemos entender la pureza de las cosas divinas y despreciar rectamente las cosas viciosas y carnales del mundo sensible.

Séptimo grado: Finalmente, en este grado podemos contemplar la verdad revelada por Dios, sin que nos falte ninguna otra cosa. 

Capítulo XXXIV y XXXV: Dios es mejor que el alma

El alma no debería adorar a ninguna cosa que sea sensible, pero sí debería adorar a Dios en toda su inmensidad. Ni siquiera si existiera un hombre muy sabio se le debería adorar, pues aunque su inteligencia sea magnánima, sigue perteneciendo a este mundo como mortal y amar las cosas mortales nos aleja de Dios. Como dice Mateo 4:10

Al Señor tu Dios adorarás y a él sólo servirás

De esta forma hay que ayudar a las demás almas extraviadas para que se conduzcan por el buen camino. No hay que odiar a los viciosos sino que al vicio mismo que es el causante de los pecados. 

Servir a Dios es la práctica misma de la libertad en todo sentido, pues con Dios no podemos estar atados a nada. Todo esto se debe hacer siguiendo los siete grados del alma que hemos explicado anteriormente. 

Capítulo XXXVI: ¿Cuál es la verdadera religión?

La verdadera religión siempre será aquella que nos haga mirar el alma y aún más la que nos haga apreciar la bondad y verdad de Dios. Todas las otras religiones que apunten a los placeres del cuerpo son las que no nos llevan a Dios; de ahí que se deben evitar inmediatamente. 

Conclusión

Increíble tratado sobre el alma. Mucho más de lo que realmente podría esperar del doctor de la gracia. Aristóteles ya había dejado algunas cosas a examinar sobre el alma, otras quizás no pertenecieron a sus estudios pero San Agustín las completa con mucha lógica y sabiduría. En mi opinión, el punto donde más se puede criticar la postura de San Agustín es cuando justamente habla de las dimensiones. Creo que la razón esta vez la tenía Evodio, quien a mi parecer no queda del todo convencido del alma; de hecho, en una de las primeras partes de la lectura sobre el habla Evodio le dice a San Agustín: ¿Qué importa adquiera el hablar o el gesticular con el desarrollo, si ambas cosas pertenecen al alma, cuyo crecimiento no queremos confesar? Me parece que para defender que el alma no tenga dimensiones debemos servirnos de algo más que metáforas...