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domingo, 2 de abril de 2017

San Agustín de Hipona - Las confesiones (Libro II: Adolescencia y concupiscencia) (397).

Seguimos ahondando en la vida de San Agustín de Hipona y sus reflexiones sobre la vida y la divinidad. Puede que la adolescencia sea una de las etapas más difíciles no sólo para el niño, sino que también para los adultos que están con él: una etapa de rebeldía y quejas pero no exenta de percepción y filosofía. Puede ser que en este período el hombre se vea obnubilado por las apetencias de la carne y es ahí cuando se aleja de las reflexiones espirituales de la vida. Veamos que nos trae San Agustín en el segundo libro de ''Las Confesiones''. 


Las Confesiones

LIBRO II: Adolescencia y concupiscencia

Recuerdos de la adolescencia y sus apetencias

San Agustín pecó mucho en su adolescencia entregándose a los placeres más bajos que podría encontrarse en la provincia de Tagaste. No debemos olvidar que en el contexto de dicha provincia, la lascivia era algo cotidiano en las noches, sobre todo con los adolescentes que tenían un poco más de dinero. Así lo decía Agustín:

''Se ajó mi hermosura y quedé hecho podredumbre ante tus ojos buscando agradarme a mí y complacer a los ojos de los hombres''

En efecto, Agustín buscaba a través de esos placeres bastarse a sí mismo y bastar a la mirada de los hombres. Una de las cosas más contrarias que aparece en el N.T. 

''Maldito el hombre que pone fe en el hombre''
(Jeremías 17:5)

Nada es más complaciente para el hombre carnal que desear la aprobación de otros hombres. Por supuesto, Agustín experimentó esto aún más cuando fue retor en Roma defendiendo muchos casos, pero a la vez preguntándose si era ético defender a quien sea. 

Amor y lujuria

Amor y lujuria estaban en San Agustín en esa época adolescente, pero ¿dónde estaba Dios para Agustín en ese tiempo? Dios estaba en completo silencio, esperando que el joven Agustín se diera cuenta de las cosas. No obstante, esto no quiere decir que Dios estuviera lejos de Agustín, pero el orgullo y la soberbia del santo no dejaban apreciar exactamente la gracia de Dios; recordemos que la soberbia es el peor de los pecados. 

Una de las cosas que desvió a Agustín de preocuparse tanto de sí mismo fue justamente el nacimiento de su hijo, y la vida que tuvo con su primera esposa; sin embargo, esto no significaba que estuviera consciente de Dios, pues así lo dicen las escrituras:

''El que está sin mujer piensa en las cosas de Dios y en cómo le ha de agradar; pero el que está ligado con el matrimonio piensa en las cosas del mundo y en cómo ha de agradar a la mujer''
(1 Colosenses 7:32-33)

Agustín tenía 16 años de edad y ya estaba casado. De acuerdo con el relato de Agustín, éste dice que los adultos nunca se preocuparon de este acontecimiento, ya que lo único que querían de él era que aprendiera a leer y escribir, y a persuadir a otros con la palabra (cita textual).

En esta parte de las confesiones se ve una exhortación de San Agustín a cumplir con una vida abstemia y casta. ¿Por qué? esto puede parecer una teoría que proviene de Plotino, pero la biblia también lo dice así cuando se declara que el hombre debe alejarse de la carne. El hombre que ama a Dios jamás se verá afectado por la tristeza, pero quien pone fe en la carne (sea hombre, mujer o animal) tendrá que estar dispuesto a sufrir, a menos que a ellos los ame por Dios y no por ellos mismos. 

De ahí que el celibato sea la forma más sagrada de adoración a Dios, porque suspende todo acto carnal por una vida totalmente espiritual y casta.  

Sobre los estudios

Como habíamos dicho en la biografía, San Agustín no tenía una opinión totalmente buena de su padre, aunque este se preocupaba mucho de él, pues le costeó los estudios en una ciudad vecina a Tagaste: Madaura. 

San Agustín se queja de su padre en esta parte de las confesiones diciendo que nunca le enseñó el camino hacia el catolicismo. Siempre estuvo preocupado de que fuera mejor en sus discursos, pero San Agustín estaba vacío por dentro. Más tarde, en unos cuantos meses Agustín se vio obligado a dejar la escuela y comenzó a quedarse en casa de sus padres. 

De acuerdo con Agustín, Dios no estaba con su padre (?), pero sí estaba con su madre, a quien Agustín dice ''edificabas un templo en ella para que me llevara por el buen camino''.  

La tentación de las materialidades

La vida como adolescente fue ruin y despreciable. Comenta que un día se robó unas peras no para comérselas, sino que para dársela a los puercos. De aquí Agustín hacía el mal ni siquiera para sacar provecho, sino que para sentir el placer del mal en sí mismo. 

En efecto, la acción de robar tenía un placer único cuando se roban objetos hermosos. Dichos objetos son hermosos, pero además Agustín buscaba la aprobación de sus amigos y demases hombres. No se puede negar el deleite que tienen las cosas sobre el cuerpo, pero el deleite más digno es la verdad de Dios más que cualquier otra cosa. 

Pero ¿qué tiene el mal que nos deleita tanto? ¿qué hace que uno tenga que robar o matar a otro? Nada más ni nada menos que la superioridad frente a otro, o la superioridad interior, es decir, la soberbia. Los ladrones roban porque quieren tener abundancia, pero nada es más abundante que Dios; los asesinos matan por justicia, pero no hay nada mejor que la justicia de Dios. El hombre a través del mal busca un privilegio o algo bueno, lo cual le hace caer en un abismo de mal. 

De alguna forma, el hombre quiere imitar a Dios cuando es soberbio. Cree que puede tener todas las cosas que quiere, y además estar por sobre los demás cuando quiere. En todo caso, esto demuestra aún más el hecho de la existencia de Dios, pues el hombre imita al todopoderoso. 

Conclusión

La concupiscencia adolescente podría ser la peor de las etapas por superar. San Agustín llegó de ser un ladrón a ser un santo, obispo y doctor de la Iglesia Católica, en una época donde no habían recursos para tener una situación siquiera igual a la que existe ahora. No obstante, aunque tenemos todos los medios para tener estudios, un trabajo, una buena familia, el ser humanos sigue estando bajo el dominio de los objetos materiales, dedicándose a ellos, sufriendo por ellos y amándolos como si fueran personas. Sin duda que las confesiones de San Agustín son un testimonio que pervivirá por toda la vida.