viernes, 6 de octubre de 2023

Martin Lutero - Las Buenas Obras (1520)

 


Ya se ha hablado latamente en la obra de Martín Lutero lo importante que es la fe, pero al fin y al cabo, ¿Cómo actúa un hombre de fe? Ante esta pregunta, podremos ver que Lutero ya nos quiere perfilar la doctrina evangélica por medio de la enseñanza de la conducta cristiana. Sabemos la desconfianza que muestra Lutero por el concepto de ''buena obra'', pero tampoco quiere decir que lo deseche del todo. El futuro reformador, ante todo, quiere darle otro sentido y otro lugar distinto al que le dan los escolásticos. Veamos de qué se trata 


LAS BUENAS OBRAS


Primera buena obra

Martín Lutero comienza diciendo que las únicas buenas obras son aquellas que son mandadas por Dios, y no hay pecados excepto los prohibidos por él. ¿Dónde están estas buenas obras? de acuerdo a Lutero, en los 10 mandamientos:


''Si quieres ser salvo, guarda los mandamientos de Dios''

(Mateo 19:17)


Por lo tanto, no hay más que hacer que seguir los mandamientos. No hay más obras que realizar excepto aquellas. Sin embargo, existen otro tipo de obras llevadas por los hombres, que en verdad no son las obras de las Sagradas Escrituras, sino que la de los hombres mismos. Por ejemplo, ayunar, realizar fundaciones, entre otras. En todo caso, Lutero nos dice que estas personas que hacen estas buenas obras, son, en efecto, gente respetable. No obstante, si se les pregunta que si con esas obras satisfacen a Dios, responden que no saben o que dudan de ello.

En consecuencia, lo que se debe tener principalmente es fe, luego se pueden realizar las obras. 


''Todo lo que no procede de fe o no se realiza en ella, es pecado''

(Romanos 14:23)


Debemos considerar que todas aquellas obras que son llamadas ''buenas obras'', las puede realizar cualquiera, un turco, un pagano o un judío. Una vez que las obras han sido hechas con fe, todas se vuelven iguales, ninguna es mejor que otra. 

Las obras del primer mandamiento (''No tendrás dioses ajenos delante de mí), de acuerdo a Agustín de Hipona son tres: la fe, la esperanza y el amor. En todo caso, Lutero nos dice que lo que va simultáneamente con la fe es el amor porque nadie confiaría en Dios si no le fuera favorable y amoroso. Como se puede ver, la fe no tiene que ver con grandes obras como las que algunos hombres pretenden de alguna forma ''comprar'' o ''hacerse agradables a Dios''. Lutero nos dice que las obras del primer mandamiento son confundidas con las siguientes actividades:

  • Cantar
  • Leer
  • Tocar el órgano
  • Celebrar misa
  • Rezar
  • Adornar iglesias
  • Acumular tesoros
  • Visitar Roma
  • Adorar imágenes
  • Venerar santos

Todas estas cosas nombradas pueden ser realizadas perfectamente por un usurero, un adúltero y en fin, toda clase de pecadores e incluso practicarlo diariamente. Se insiste que lo más importante es la fe, no las obras, por muchas que estas sean, no pueden igualarse a la fe. 

Ahora bien, se puede objetar la necesidad de tantas leyes eclesiásticas para realizar buenas obras. Esto es precisamente porque no todos tienen fe para ejercer dichas obras, pues si todos tuviesen fe, no habría ley alguna. 

A este respecto, existen cuatro clases de hombres según Lutero:

  • Los justos: no necesitan de ley alguna como dice el Timoteo 1:9 ''No hay ley impuesta para el justo''
  • Los perezosos: abusan de la libertad de la fe como dice el Pedro 2:16 ''Viviréis como los que son libres pero no haréis de la libertad cobertura del pecado''
  • Los siempre dispuestos a pecar: hay que obligarlos con leyes eclesiásticas y seculares, de lo contrario, hay que privarlos de la vida por espada secular
  • Traviesos e infantiles en la comprensión de la fe: hay que enseñarles a través de las ceremonias. Sin embargo, algunos gobernantes enfatizan demasiado las obras. 

Un buen cristiano debe solidarizar con ellos y ayudarlos, pero si no quiere tampoco está obligado. En todo caso, lo que debiera hacerse es que los mejores deben enseñarles a los más débiles de fe, y que esto no es porque ellos sean malos en sí mismos, sino que porque han sido enseñados por un mal maestro. 

Un cristiano podría preguntarse ¿cómo puedo saber si mis obras agradan a Dios? Lutero dice que el motivo de esta pregunta es presentar a la fe como otra obra más. 

La fe ha de generarse por la sangre, de las heridas de la muerte y de Cristo. Desde ahí todo proviene de la fe. 

Segunda buena obra

Ya vimos el análisis de las obras a la luz del primer mandamiento, aunque Lutero dice que se podría decir mucho más. Ahora se proponen analizar la segunda obra. 

''Debemos honrar el nombre de Dios''

Como todas las demás, esta se debe realizar por medio de la fe, de lo contrario será simulación y apariencia. Este mandamiento es importante porque exige dos cosas: honrar y no hablar en vano. 

En todo caso, pareciera ser fácil honrar el nombre de Dios por medio de la alabanza. Sin embargo, la alabanza parece malentenderse con las obras, es decir, construir obras o realizar obras creyendo que con ellas se alaba a Dios. Este mandamiento es justamente para todo lo contrario, para que el hombre se evite todo tipo de realización de obras. 

¿Cómo se sigue esta honra a Dios? Lutero nos dice que se necesitan ciertas cosas:

  • Mandamiento de Dios
  • Temor de Dios
  • Complacencia de Dios
  • Fe y confianza a él

Por mucho que el hombre cumpla con todas estas cosas, no debe vanagloriarse de ellas, y si se realizan obras con fe, estas deben solamente considerarse como perfeccionamiento dirigido hacia los demás. Se ensalce a Dios por medio del perfeccionamiento de los demás. Por otro lado, si alguien alaba a este hombre, no debe permitir nunca que se le alaba por sí mismo sino que a Dios. 

Tercera buena obra

Seguimos mediante el segundo mandamiento y la tercera obra:

''Debemos honrar a Dios y no tomar el nombre de Dios en vano''

La tercera obra de este mandamiento es invocar el nombre de Dios en toda clase de desgracia. Dios considera que su nombre es santificado y honrado sobremanera cuando lo llamamos e invocamos en la tentación y en el infortunio.

Existen otros casos en que es importante invocar el nombre de Dios, por ejemplo, la prueba y tentación más peligrosa es precisamente cuando no hay prueba y tentación y cuando todo está bien y anda perfectamente. Es de esperar que en este estado el hombre no olvide a Dios y se torne demasiado libre y abuse del tiempo afortunado. En este caso es diez veces más necesario invocar el nombre de Dios que en la adversidad.

La carne busca gozo y tranquilidad; el mundo aspira a bienes, favores, a poder y gloria; el espíritu maligno tiende hacia la soberbia, la gloria y la complacencia en su persona e induce a menospreciar a los demás. Y todas estas cosas son tan poderosas, que una sola por sí basta para confundir a un hombre, y nosotros no las podemos vencer de manera alguna, sino sólo invocando el santo nombre de Dios en una fe firme.

También corresponde a las obras de este mandamiento que no juremos, maldigamos, mintamos, engañemos, conjuremos y cometamos otro abuso con el santo nombre de Dios. Son cosas muy comunes y conocidas por todos. Esos pecados son casi los únicos que se predican y se señalan con respecto a este mandamiento. En esto está comprendido también que impidamos que otros mientan, juren, engañen, maldigan, conjuren y de otra manera pequen contra el nombre de Dios. Se nos da mucha oportunidad para hacer lo bueno e impedir lo malo.

La obra más grande y más difícil de este mandamiento es defender el santo nombre de Dios de todos los que abusan de él de un modo espiritual y difundirlo entre todos ellos. No basta con que yo lo alabe y lo invoque por mí mismo y en mí mismo en dicha e infor­tunio. Debo ser valiente y, por la honra y el nombre de Dios, tomar sobre mí la enemistad de todos los hombres, como Cristo dijo a sus discípulos:

''Y seréis aborrecidos de todos por mi nombre''

(Mateo 10:22)


Por lo tanto, debemos irritar al padre, a la madre y a los mejores amigos. Debemos oponernos a las autoridades eclesiásticas y seculares y seremos reprendidos por desobediencia. 


El Tercer Mandamiento

El tercer mandamiento es:

''Santificarás el día de reposo''

En el primero se ordena cómo ha de llevarse nuestro corazón frente a Dios en pensamientos; en el segundo, cómo se portará nuestra boca en palabras. En este tercer mandamiento se ordena cómo hemos de conducirnos frente a Dios en obras.

Estos tres mandamientos gobiernan al hombre por el lado derecho, es decir, en las cosas que atañen a Dios y en las cuales Dios tiene que ver con el hombre y éste con Dios sin mediación de criatura alguna. Pero ¿a qué llamamos ''servir''? Lutero nos responde de la siguiente manera:

Es menester que a las misas se asista con el corazón. Las palabras de Cristo son "Tomad, comed; esto es mi cuerpo dado por vosotros", y luego, sobre el cáliz: ''Tomad, bebed de él todos; esto es un nuevo pacto eterno en mi sangre derramada por vosotros y por muchos para remisión de los pecados. Haced esto todas las veces que bebiereis en memoria de mí". 

Por estas palabras Cristo instituyó para sí un día conmemorativo o aniversario para que fuera festejado diariamente en toda la cristiandad y le afianzó un testamento espléndido, opulento y grande, en el cual no se legan y se disponen réditos, dinero o bienes temporales, sino la remisión de todos los pecados, gracia y misericordia para la vida eterna, para que todos los que vienen a este día conmemorativo tengan el mismo testamento.

La predicación no debería ser otra cosa sino el anuncio de este testamento. Esta predicación debe estimular a los pecadores para que sientan sus pecados y para encender en ellos el ansia de poseer el tesoro del evangelio. Por ello es terrible y tremendo ser obispo, párroco y predicador en nuestra época, dice Lutero, puesto que nadie ya conoce este testamento y menos aún lo predica, lo que, sin embargo, es su única y suprema obligación y deber.

Hay que orar, no como es la costumbre contando muchas hojas del devocionario y cuentas del rosario, sino que hemos de exponer alguna adversidad apremiante, ansiar con toda seriedad ser librado de ella y en esto ejercitar la fe y la confianza en Dios de manera que no dudemos de ser atendidos.

De esto resulta que un verdadero adorador jamás duda de que su oración será ciertamente agradable y atendida, aunque no se le dé precisamente lo mismo que él pide.

Así vemos que este mandamiento, lo mismo que el segundo, no ha de ser otra cosa que un ejercicio y una aplicación del primero, es decir, de la fe, fidelidad, confianza, esperanza y amor de Dios que siempre el primer mandamiento es el principal de todos y la fe es la obra suprema y la vida de todas las demás, sin la cual, como queda dicho, no podrían ser buenas.

El orar tampoco debe ser algo innecesario, debe ser una acción honesta y sincera. No es mala la oración larga, pero no es la oración verdadera que puede elevarse en todo tiempo y que sin el ruego interior de la fe no es nada. Debemos cultivar también la oración exterior a su tiempo, máxime en la misa, como exige este mandamiento y cuando es provechosa para la oración interior y la fe.

Volviendo al día de reposo y su santificación, este reposo o interrupción del trabajo es de carácter doble: corporal y espiritual. Por ello también este mandamiento se interpreta en dos sentidos.

El feriado y reposo corporales, como se dijo arriba, consisten en dejar nuestra tarea profesional y trabajo, para reunirnos en la iglesia, asistir a misa, oír la palabra de Dios y rogar en común al unísono.

EI feriado espiritual a que Dios se refiere especialmente en este mandamiento, consiste en esto: que no sólo dejemos el trabajo y la tarea profesional, sino más bien que solamente a Dios dejemos obrar en nosotros y no obremos nada propio con todas nuestras fuerzas. El feriado en que interrumpimos nuestra tarea y que sólo Dios obra en nosotros, se verifica de dos maneras; primero, por nuestra ejercitación propia; segundo, por los ejercicios y los impulsos de otras personas ajenas.

Después siguen los ejercicios de la carne, de mortificar los apetitos groseros y malos, para alcanzar reposo y tener feriado. Los tenemos que apagar y calmar con ayunos, vigilias y trabajos. De esta causa aprendemos cuánto y por qué se debe ayunar, vigilar o trabajar. Por desgracia hay muchos hombres ciegos que practican la mortificación, trátese de ayunar, vigilar o trabajar, por la única causa que creen que son buenas obra; por las cuales se logran grandes méritos.

Por eso se comprometen y algunos de ellos llegan al extremo de arruinar el cuerpo y enloquecer la cabeza.

De este modo, Lutero admite que cada cual elija el día, la comida y la cantidad, como él quiera, con tal que no se limite a eso, sino que cuide su carne. Si es voluptuosa y fatua, le imponga en proporción ayuno, vigilia y trabajo y no más, aun cuando lo hayan mandado el papa, la iglesia, el obispo, el confesor o quien sea. Nadie debe tomar jamás la medida y la regla del ayuno, de la vigilias y del trabajo, considerando la vianda, la cantidad o los días, sino como norma la disminución o el aumento de la voluptuosidad y concupiscencia de la carne. Sólo para apagarlas y calmarlas se instituyeron el ayuno, la vigilia y el trabajo. Si no existiese esa voluptuosidad, comer valdría tanto como ayunar; dormir, tanto como estar de vigilia; estar ocioso, como trabajar. Una cosa sería tan buena como la otra y no habría diferencia.


El Cuarto Mandamiento

El primer mandamiento es:

''Honrarás a tu padre y a tu madre''

La desobediencia es pecado peor que homicidio, deshonestidad, hurto, estafa y lo que está comprendido en ellos. Esta honra no consiste sólo en mostrarla con ademanes. Debemos obedecerles, considerar sus palabras y obras, estimarlas y apreciarlas. Les daremos la razón en lo que manifiestan. Nos callaremos y sufriremos según como nos traten, a no ser que se oponga a los tres primeros mandamientos. Además, si lo necesitan, los proveeremos de comida, vestido y habitación.

Ahora bien, esta honra no se debe confundir con el temor, pues dijo San Gerónimo: 

''Lo que tememos lo odiamos también"

Hay que considerar que los padres también tienen muchas responsabilidades con respecto a este mandamiento. Si los padres: son tan necios que educan a sus hijos mundanamente, éstos no les deben obedecer de manera alguna, puesto que Dios en los primeros tres mandamientos debe estimarse más que los padres. Lutero llama educar mundanamente, cuando los padres les ensenan a no buscar más que el placer, la honra y los bienes o el poder de este mundo. Para el reformador, los padres no pueden merecer más fácilmente el infierno que por sus propios hijos, en su propia casa, cuando los descuidan y no les ensenan las cosas arriba indicadas.

Llevar ornamentos decentes y buscar sostén honesto es necesidad y no pecado. Pero, es preciso que el hijo lamente siempre en su corazón el hecho de que esta mísera vida en la tierra no pueda empezarse ni conducirse, a no ser que se usen más ornamentos y bienes de lo que es menester para cubrir el cuerpo, defenderse del frío y tener alimento.

De la misma manera que se obedece a los padres, también debe obedecerse a la autoridad eclesiástica. Como padres, la autoridad eclesiástica debe cuidar de aquellos quienes están a su cuidado. Sin embargo, en los días de Lutero, la autoridad eclesiástica ha perdido su autoridad, su reconocimiento. La superioridad abandona con tanta desidia sus obras y está pervertida, es la consecuencia natural que abuse de su poder y emprenda obras malas y ajenas, como lo hacen los padres, cuando mandan algo que está en contra de Dios.

Estamos obligados a resistir en la medida de nuestras fuerzas. Debemos proceder como los buenos hijos cuyos padres se han vuelto locas y vesánicos. Los obispos y prelados religiosos no hacen nada; no se oponen o tienen miedo y permiten así la ruina de la cristiandad. Por tanto, primero, imploraremos humildemente a Dios que nos ayude a impedir el abuso. No es justo que alimentemos al papa, a sus siervos, su corte y hasta a sus mancebos y rameras perdiendo y dañando nuestras almas.

Por ello, para los señores será de suma utilidad leer y hacerse leer desde jóvenes las historias de los libros santos y de los paganos. En ellos encontrarán más ejemplos y arte de gobernar que en todos los libros de derecho. Los ejemplos y las historias dan y enseñan siempre más que las leyes y el derecho. Allí enseña la experiencia cierta, aquí instruyen palabras inseguras e inexpertas.

Todo lo que se dijo de estas obras está comprendido en las dos virtudes, obediencia y solicitud. La obediencia corresponde a los súbditos; la solicitud a los superiores. Deben empeñarse en gobernar a sus súbditos, tratarlos con suavidad y hacer cuanto les resulte útil y los ayude. Por otra parte la obediencia corresponde a los súbditos que deben emplear toda su diligencia y su atención para hacer y dejar lo que sus superiores exigen de ellos. De esto no deben dejarse apartar y desviar, hagan otros lo que quisieren.


El Quinto Mandamiento

El Quinto Mandamiento es:

''No matarás''

De lo que se trata este mandamiento, dice Lutero, es sobre el impulso de ira y de venganza. Este mandamiento comprende una obra que abarca mucho y expulsa muchos vicios y se llama mansedumbre. Esta mansedumbre la mostramos a los amigos que nos son útiles y beneficiosos en bienes, honras y favores o a los que no nos agravian ni con palabra ni con obras. Tal mansedumbre tienen también los animales irracionales, los leones, las serpientes, los paganos, los judíos, los turcos, los bribones, los asesinos y las mujeres malas.

Empero, donde hay mansedumbre profunda, el corazón se compadece de todo mal que sufre su enemigo. Son los verdaderos hijos y herederos de Dios y los hermanos de Cristo, quien hizo lo mismo por todos nosotros en la santa cruz. Así vemos que un buen juez da su fallo sobre el culpable con sufrimiento íntimo, puesto que le duele la muerte que el derecho impone al reo.


El Sexto Mandamiento

El Sexto Mandamiento es

''No cometerás adulterio''

Dentro de este mandamiento se encuentra la pureza o castidad. Este mandamiento no se cumple debidamente como cualquiera pudiera pensar, la verdad, dice Lutero, es que este mandamiento se viola por la disposición al hombre a cometer aquello que está prohibido. 

Ante todo, las defensas más eficaces son la oración y la palabra de Dios. Cuando se despiertan los instintos malos, el hombre debe refugiarse en la oración, implorar la gracia y el auxilio de Dios, leer el evangelio y meditar sobre él, mirando el padecimiento de Cristo. Así dice el Salmo 136: 

"Bienaventurado el que tomará los niños de Babilonia y los estrellará contra las piedras"

Una fe fuerte y buena, ayuda en esta obra más eficazmente que en casi ninguna otra. Tanto más fácilmente resistirá a la impureza de la carne. Y en tal fe, de seguro el espíritu le indicará cómo ha de evitar malos pensamientos y cuanto se oponga a la castidad.

Sin embargo, no debemos desesperar si no nos libramos rápidamente de la tentación. De ningún modo debemos imaginamos que nos dejará en paz mientras vivamos. Hemos de considerarla como una incitación y exhortación para orar, ayunar, vigilar, trabajar y para otros ejercicios de apagar la carne y sobre todo para practicar la fe en Dios y ejercitarla. Porque no es castidad preciosa la que se manifiesta por quieto sosiego, sino la que está en guerra con la deshonestidad y está luchando.



El Séptimo Mandamiento

El séptimo mandamiento es:

''No robarás''

En este mandamiento se incluye una buena obra que abarca otras buenas obras: la generosidad. Es una obra que indica que cada cual debe estar dispuesto a ayudar y servir con sus bienes.

No sólo lucha contra el hurto y robo, sino contra todo el menoscabo que uno pueda practicar en los bienes temporales con relación al otro, a saber, avaricia, usura, precios excesivos, engaño, el uso de mercaderías, medidas y pesas falsas. 

La fe nos enseña por sí misma esta obra, puesto que cuando el corazón espera la merced divina y confía en ella, ¿cómo será posible que sea avaro y esté preocupado? Sin dudar, debe estar seguro de que Dios se preocupa por él. Por ello no se pega al dinero, lo usa con alegre generosidad para el provecho del prójimo. 

Por la confianza en Dios el hombre es generoso y no duda de que siempre le alcanzará. En cambio, es avaro y está preocupado, porque no confía en Dios. Como en este mandamiento la fe es nuestro artífice e impulsor de la buena obra de la generosidad, lo es también en todos los demás mandamientos. Sin semejante fe, la generosidad no vale nada, sino es más bien un desidioso derroche del dinero.

El Octavo Mandamiento

El octavo mandamiento es:

''No hablarás contra tu prójimo falso testimonio''

La obra que contiene en sí este mandamiento es decir la verdad y contradecir la mentira cuando haga falta.

Por hablar se quiere decir cuando uno tiene en los tribunales una causa injusta y quiere probarla y promoverla con fundamentos falsos. Con astucia trata de sorprender al prójimo; de proponer cuanto favorece y fomenta su causa; de callar y denigrar todo lo que apoye la buena causa del prójimo. En esto no procede con su prójimo como quisiera que lo tratasen a él. Algunos lo hacen por el lucro; otros, para evitar ignominia y deshonra. Con ello buscan más lo suyo que la observancia del mandamiento de Dios. Se disculpan diciendo: Vigilanti iura subveniunt (el derecho ayuda a quien vigila), como si no tuviesen la misma obligación de vigilar por la causa del prójimo como por la propia. De esta manera, a propósito hacen sucumbir la causa del prójimo, aunque sepan que es justa. 


Los dos últimos mandamientos

Con respecto a los dos últimos dos mandamientos:

''No consentirás pensamientos impuros''

''No codiciarás los bienes ajenos''

Estos deben ser combatidos siempre, pues no hay nadie tan santo que nunca haya tenido estos deseos.



Conclusión

Como podemos ver nuevamente, Lutero argumentó que las buenas obras eran importantes como una manifestación externa de la fe, pero no eran el medio para obtener la salvación. La posición de Martin Lutero sobre las buenas obras y los 10 mandamientos fue un componente esencial de su crítica a las prácticas de la Iglesia Católica de su época y contribuyó significativamente a la formación de la teología protestante. Su enfoque en la gracia, la fe y la primacía de la relación personal con Dios influyó en la manera en que muchas ramas del protestantismo posterior abordaron la cuestión de la salvación y la relación entre la moralidad y la fe.

jueves, 5 de octubre de 2023

Martín Lutero - Alegato contra los turcos (1529)

En 1528, Martín Lutero había escrito un tratado llamado ''La Guerra contra los Turcos'', pero por problemas con la imprenta terminó llamándose ''Alegato contra los Turcos''. Para Lutero, los turcos son un castigo de Dios y ese mismo se estaba recibiendo por las sucesivas invasiones de ellos a varios países. El reformador no quería enfrentarse a ellos como en una especie de cruzada, pues el papa pedía apoyo a los países, al contrario, abogaba Lutero más bien por una defensa nacional. Veamos lo que nos dice Lutero con respecto a los turcos. 


ALEGATO CONTRA LOS TURCOS

A propósito del sitio de Viena, Lutero nos dice que advirtió esta situación hasta el cansancio al pueblo alemán sobre esta invasión, pero nadie lo ha escuchado. De la misma forma le ocurrió numerosas veces al pueblo de Israel que no escuchaba la voz de los profetas, y finalmente, el pueblo nunca tuvo auxilio. 

A causa de esto, Lutero dividirá esta obra en dos aspectos:

Aleccionar las conciencias

Aleccionar a las conciencias servirá para saber con certeza quién es el turco y cómo hay que considerarlo según las Escrituras. De hecho, las Escrituras señalan a dos tiranos terribles que azotarán el mundo:


  • Espiritual: el papa y sus súbditos romanistas
  • Terrenal: los turcos

Como los turcos son los que amenazan terrenalmente, Lutero señala que los turcos son la última gran cólera del diablo contra Cristo. De ellos seguirá rápidamente el juicio y el infierno como lo indica Daniel:

''Pero se sentará el juez, y le quitarán su dominio para que sea destruido y arruinado hasta el fin''
(Daniel 7:26)

Esto no es todo. Daniel describe con detalle los cuatro imperios que se alzarán contra los cristianos (Daniel 7:3 y siguientes). Estas bestias habían salido del mar:

''La primera era como una leona, y tenía alas de águila. La segunda era semejante a un oso, y tenía tres hileras de  dientes en su boca. La tercera semejaba un leopardo, y tenía cuatro alas  y cuatro cabezas. La cuarta era una bestia cruel y extraña, y muy fuerte;  tenía grandes dientes de hierro con los cuales devoraba y despedazaba  a su alrededor, pisoteando lo que sobraba; y tenía diez cuernos. Yo  contemplaba los cuernos y, he aquí que entre ellos salió otro cuerno pequeño, delante del cual fueron arrancados tres de los primeros cuernos. Y ese cuerno tenía ojos como de hombre, y su boca hablaba cosas terribles.

Estuve mirando hasta que se colocaron sillas y se sentó el Anciano.  Se hizo juicio y se abrieron los libros. Yo observaba por causa de las horribles palabras que pronunciaba el cuerno, y advertí que la bestia  había sido muerta y que su cuerpo había sido destrozado y arrojado  al fuego para ser quemado. Y también se había quitado el dominio de las otras bestias.

Me acerqué a uno de los asistentes y le pregunté  la verdad acerca de todo esto. Y él me lo interpretó, dándome la siguiente explicación: 'Estas cuatro bestias son cuatro imperios que se levantarán en la tierra. Pero los santos del Altísimo poseerán el reino eternamente'. Luego quise saber qué era la cuarta bestia, la que era tan cruel y tenía dientes y patas de hierro, y que devoraba y despedazaba, pisoteando las sobras. Asimismo, quise saber qué eran los diez cuernos de su cabeza; y también qué era el otro cuerno delante del cual habían caído tres cuernos; y además qué era aquel cuerno que tenía ojos y una boca que hablaba cosas terribles y que era más grande que los otros. Y seguí observando, y vi que ese cuerno hacía guerra contra los  santos y los vencía hasta que se presentó el Anciano e hizo juicio, junto con los santos del Altísimo, y llegó la hora de que los santos poseyeran  el reino.  Y él me habló así: La cuarta bestia será el cuarto imperio en la tierra, que será más grande que todos los reinos, el cual devorará, destrozará y despedazará todos los países. Y los diez cuernos son diez reyes correspondientes a ese imperio. Después de ellos, se levantará otro cuerno que será más poderoso que los primeros, el cual someterá a tres reyes. Y hablará contra el Altísimo, y quebrantará a los santos del Altísimo. Y se atreverá a cambiar órdenes y leyes, las cuales estarán en sus manos por un tiempo, por algo más de tiempo y otro poco de tiempo. Y entonces  se hará el juicio, para que le sea quitado el dominio, y sea destruido y por último aniquilado. Pero el reino, el dominio y el poder que hay debajo del cielo será entregado a los santos del Altísimo, cuyo reino es eterno,  y todos los reyes les servirán y obedecerán''


Esta profecía ha sido interpretada de la siguiente manera: 

Los maestros como refiriéndose a los siguientes cuatro imperios: el primero es el imperio de Asiria y Babilonia; el segundo, el imperio de los persas y medos; el tercero, el imperio de Alejandro Magno y de los griegos; el cuarto es el imperio romano, el más grande, poderoso y cruel.

Como el último es el imperio romano y en tiempos de Lutero están atacando los turcos, entonces se deduce que los turcos son parte de este cuarto imperio. Por consiguiente, el turco no será emperador ni establecerá un nuevo o propio imperio, como evidentemente pretende. Pero ha de fracasar y fracasará, pues de otro modo Daniel se tornaría mentiroso, cosa que no es posible.

En la profecía, los turcos serían representados por el pequeño cuerno que se menciona después de los diez; del mismo modo, Muhammad sería parte de ese mismo cuerno. Pues surgió de humilde origen, pero ha crecido de tal modo que arrancó y quitó tres cuernos al imperio romano, es decir: Egipto, Grecia y Asia. Pues el sultán y los sarracenos han poseído durante mucho tiempo estos dos cuernos o reinos: Egipto y Asia, permaneciendo en ellos, así como el turco los ocupa hasta nuestros días, habiendo conquistado además el tercer cuerno: Grecia. Ningún otro lo ha hecho, teniendo nosotros a la vista lo que ha sucedido: aquí está el reino de Muhammad, que es sin duda el pequeño cuerno. 

Figura del turco

¿Cómo se considera a los turcos por Martín Lutero?

En primer lugar, habrá de ser un señor poderoso, al conquistar y dominar tres cuernos del reino romano, es decir tres de los mejores reinos: Egipto, Grecia y Asia, con lo cual es más poderoso que ningún otro de los diez cuernos.

En segundo lugar, el cuerno tiene ojos humanos, que es el Alcorán o ley de Muhammad, con la que gobierna. En esta ley no hay ojo divino, sino mera razón humana, sin palabra y espíritu de Dios. Pues su ley no enseña sino lo que la inteligencia y la razón humana pueden aceptar.

En tercer lugar, tiene una boca que habla cosas terribles, que son las blasfemias atroces con las cuales Muhammad no sólo niega a Cristo, sino que lo suprime por completo, afirmando que él es superior a Cristo y más digno delante de Dios que todos los ángeles, todos los santos, todas las criaturas, y aun que Cristo mismo. Cristo es un profeta menor cuyo mandato terminó. 

En cuarto lugar, hace la guerra contra los santos del Altísimo. Esto no necesita glosa ninguna, pues lo hemos visto y experimentado hasta ahora. Pues el turco no es enemigo de ningún pueblo sobre la tierra como de los cristianos; ni lucha contra nadie con tanta sed de sangre como contra ellos, para que se cumpla esta profecía de Daniel.

En quinto lugar, como se ha dicho, tendrá éxito en la guerra contra los cristianos, obteniendo por lo general la victoria y el triunfo. Esta circunstancia torna a los turcos tan orgullosos, obstinados y seguros de su fe que no dudan en ningún momento, considerando que su fe es verdadera y la de los cristianos falsa, ya que Dios les otorga tantas victorias y abandona a los cristianos. Pero no saben que en este pasaje de Daniel se anuncia de antemano que los cristianos serán castigados en esta tierra por sus pecados y que los inocentes serán hechos mártires. Cuando sus enemigos se han encumbrado al máximo, los castiga con el fuego eterno para siempre. 

En sexto lugar, después del reino y furor del turco, vendrá rápidamente el día final y el reino de los santos, como dice Daniel al señalar que la guerra y la victoria del cuerno durarán hasta que llegue el Anciano y se constituya en juez. Los turcos tampoco creen en esta amenaza y terrible juicio, con el cual Dios nos redimirá y los arrojará a ellos al infierno.

Cristianos y turcos

Por estas razones, no debe abrigar dudas de que quien combate a los turcos (si éstos empiezan la guerra) está peleando contra los enemigos de Dios y los detractores de Cristo y, en efecto, contra el propio diablo. De este modo, cuando se mata a un turco no debe preocuparse de que ha derramado sangre inocente o ha matado a un cristiano, sino que ciertamente se ha matado a un enemigo de Dios y detractor de Cristo. 

En el ejército turco no puede haber ningún cristiano, ni adepto a Dios, a no ser uno que niegue y se convierta así también en adversario de Dios y de sus santos, sino que todos pertenecen al diablo y están poseídos por él. No se debe emprender la guerra contra los turcos bajo el nombre cristiano, ni se inicie la lucha contra él como enemigo de los cristianos. No se debe pelear como cristiano, o bajo este nombre, sino dejar que guerreen los soberanos temporales. Bajo su bandera has de ir a la guerra, como súbdito temporal, según el cuerpo, por haber jurado obediencia a tu príncipe con cuerpo y bienes.

Por supuesto, tomando esto en consideración, parece que ir a la guerra como buen cristiano, sin tener ninguna otra opción, y tener certeza de que puede morir en ella, sería algo que Martín Lutero aprobaría. En efecto, es mejor una muerte digna y santa, porque se moriría siguiendo los dictados de Dios. En ese caso, si no es por el mandato de Dios, se muere sólo por sí mismo, consumiéndose en una miserable úlcera o peste; en el otro caso, dice Daniel, mueren contigo muchos santos, tendrás muchos compañeros piadosos, santos y amados que te acompañen. 

Al cristiano solo le basta la gracia de que es cristiano y santo de Dios, por medio de Cristo nuestro señor, como dice Daniel. Y si no es posible de otro modo, dejan que los turcos obtengan la victoria, se jacten y enorgullezcan, mientras que ellos permanecen débiles y se dejan torturar. Pues advierten que al morir ellos sólo hay ángeles que velan por sus almas, mientras que en el ejército turco sólo hay diablos que velan por las almas de los turcos, y que los arrojan al abismo del infierno.

Ahora bien, si la situación se vuelve muy calamitosa, que resistan quienes puedan. La recomendación de Lutero, es altamente drástica: hasta que todos sean muertos, y además que ellos mismos incendien sus casas y propiedades, destruyéndolo todo, de modo que los turcos no encuentren nada más que niños pequeños a los cuales de todos modos acuchillan y despedazan. Será mejor entregarles a los turcos un lugar vacío que lleno.

Ya que en tal caso hay que arriesgar, y no se puede esperar piedad de parte del turco si nos destierra, sino que hemos de padecer todo tipo de desgracia, escarnio y burlas corporales, además del peligro espiritual de estar privados de la palabra, debiendo ser testigos de su escandalosa conducta mahometana, considero que es mejor encomendarse a Dios, y, por la debida obligación y obediencia a la autoridad, resistirse todo el tiempo que fuera posible y por cualquier medio, no dejándose tomar prisionero, sino matar, lanzar y acuchillar a los turcos hasta caer a tierra.

Con respecto a los niños, Lutero dice que los turcos no tendrán piedad con ellos, y tampoco con sus padres. Los llevarán al mercado y los venderán. 

Los turcos han sido un pueblo que ha atacado e invadido a sus enemigos exitosamente. Sin embargo, ¿cómo es posible que es un claro enemigo del cristianismo y por lo tanto de Dios tenga tal éxito? Lutero cree que todo ha sido por el plan divino, de otra forma, por fuerza humana, los turcos no podrían llegar tal lejos. En consecuencia, caen en una soberbia tan desmedida que maldicen e injurian a Cristo y los cristianos, a tal punto que entre sí se jactan y se burlan diciendo que los cristianos son mujeres y que los turcos son sus hombres, como si ellos fueran todos héroes y colosos y nosotros los cristianos meras mujeres. 

Posteriormente, con esta misma soberbia, los turcos tratan de convencer a los cristianos para sumarlos a sus filas. En efecto, existen costumbres entre los turcos que de alguna manera son apreciadas por los cristianos. 


''No beben vino, no se exceden en la comida y en la bebida como nosotros, no se visten con tanta frivolidad ni extravagancia, no edifican con tanta suntuosidad, ni hacen tanta ostentación, no juran ni blasfeman tanto, observan admirable obediencia, disciplina y reverencia para con su rey y señor; han establecido y consolidado su régimen de gobierno como a nosotros nos gustaría tenerlo en los territorios alemanes''


Lutero exhorta y consuela a aquellos cristianos que están en territorio turco y que lamentablemente fueron tomados prisioneros. Que no se dejen convencer por su cultura y sus reglas que parecen más apreciables que las de los cristianos. Por lo demás, Lutero nos dice que no tiene nada de malo que se sirva a un turco, en un contexto de esclavitud, y que por dentro se sea un creyente cristiano. En el propio territorio, a veces, también se sirve a un rey o un funcionario déspota, pero eso no quiere decir que puedan quitar la fe. 



Conclusión

Nuevamente, Lutero nos presenta su visión del momento histórico-político de Alemania, agregando su visión de las consecuencias y causas del porqué se producen estos hechos. Tal como lo harían otros intelectuales, San Agustín, entre otros, esta invasión es básicamente un plan de Dios para dar una lección a los cristianos. Esta no es la primera señal de aquello, pues también lo fue la revuelta de los campesinos. 

lunes, 2 de octubre de 2023

Inventa lege, inventa fraude (Hecha la ley, hecha la trampa)


Inventa lege, inventa fraude

(Hecha la ley, hecha la trampa)


Esta puede ser unas de las frases más famosas relativas a la ley, e incluso tiene gran relevancia en la contingencia de todos los países. En efecto, como se puede apreciar, es un aforismo romano cuya frase completa sería inventa lege, inventa est fraus legis. Es posible que los mismos desencantos que existen ahora hayan dado origen a este aforismo tan transversal. 

Antes de comenzar el análisis de esta oración, debemos entender algunas cosas básicas sobre la ley. Existe la ley humana, la ley divina y la ley natural. Todo está sometido a la ley divina que es la ley de Dios, luego tenemos la ley natural y en último lugar tenemos la ley humana. 

Por cierto que la ley humana está (o debería estar) inspirada por las leyes naturales y divinas (principalmente la divina), pero la verdad es que siempre necesita modificarse. Por lo tanto, la ley humana adolece de vicios que deben ser rectificados mediante la razón. Para ese propósito se necesita recurrir a un concepto que nace con Aristóteles llamado ''Equidad Natural''. La equidad natural servirá como un rectificador del rigorismo legal, pues cuando la ley es extremadamente justa, se vuelve injusta. Recordemos el aforismo de Marco Tulio Cicerón ''summus ius, summus iniuria''. En consecuencia, en términos de lo que debería ser la ley, se debe considerar que ésta debe tener un rigor que se debe cumplir, pero también debe existir el criterio de equidad que la rectifique. 

Estas dos dimensiones pueden darse con respecto a quien hace las leyes como a quien las aplica. Por ejemplo, el legislador intenta crear la ley con rigor, sin lagunas, y por otro lado, también crea la ley de modo que exista equidad en la misma. En cuanto al abogado, este puede posicionarse en un paradigma de legalidad estricta donde se confía en el rigorismo legal, así como también existe la posición de equidad que refiere a los principios y valores jurídicos.

Martín Lutero

Señalando la antigüedad de esta frase, en nuestro blog hemos visto que Martín Lutero la utiliza en su célebre obra ''¿Es posible ser soldado y cristiano?''. Esta confrontación y dualidad del cristiano en tener que ser soldado, obedecer a su señor, pero también cumplir con las convicciones divinas hace que exista un conflicto interno en él. A propósito de esto, Martín Lutero aprovecha de hablar de las leyes y su rigor. 

Lutero no llama a rebelarse contra el señor feudal, a menos que se trate o esté involucrado en un fraude.

Luego, a propósito del señor feudal, con respecto al derecho de guerra, la guerra puede estallar entre personas de igual categoría, es decir, ninguno de los individuos es vasallo del otro o sujeto a él, aunque el uno no sea tan grande, importante y poderoso como el otro. Igual cuando el superior guerrea contra el inferior. Nadie debe guerrear ni luchar contra su superior, porque a la autoridad se le debe obediencia, honra y temor.

Ahora bien, es preciso que el hombre actúe con equidad y con el derecho estricto, que, a veces, en su rigurosidad puede ser muy dañino. Esta es la situación en que una ley es tan rígida que llega a ser absurda, y por lo tanto, esta debe ser corregida con la equidad, lo mismo si en la ley existiera cierta contradicción, la equidad las aclararía y rectificaría. 

Sin embargo, Lutero nos advierte que de todas formas, la equidad podría transformarse en un neutralizador de la ley. En efecto, Lutero nos dice, si el hombre malo escucha que la equidad está por sobre la ley, entonces éste intentará presentar la ley como equidad y de este modo anonadar el derecho. Esto está sobre la base de una frase latina:

''Inventa lege, inventa est fraus legis''
(Hecha la ley, hecha la trampa)

Por cierto que debe existir una equidad con respecto a las fuerzas que pugnan. Pero, por eso mismo, no hay que confiarse de que las leyes son infalibles; todo lo contrario, pues ni el mismo creador de estas lo es. 

Conclusión

Es realmente interesante la visión de Lutero con respecto a este aforismo, pues el reformador no confiaba en absoluto en el derecho cuya experiencia proviene ya de los eruditos de la Iglesia Católica, quienes utilizaban el derecho solamente a su favor. Esta frase es cotidiana y común entre la sociedad actual. Sin embargo, la pregunta que viene es ¿qué hacer, entonces? ¿Vivir en una sociedad sin leyes? Platón decía en la República que el filósofo rey no necesitaba leyes (después se arrepintió), y la biblia dice ''La ley no se ha hecho para el justo sino para el injusto'' 1 Timoteo 1:9.  

Martín Lutero - ¿Es posible ser soldado y cristiano? (1526)



Teniendo como contexto la guerra de los campesinos alemanes de 1525, Martín Lutero escribe esta gran obra como reflexión y como respuesta a dicha situación. Si se toma en cuenta estas variables, la pregunta que tiene esta obra no es fácil de contestar. Ya vimos lo difícil que es para el cristiano blandir la espada, pero ¿qué pasa si se transforma en soldado? ¿es compatible? Si es contra extranjeros como los turcos pareciera ser que sí, pero ¿qué ocurre con los campesinos de un mismo territorio que solo exigen mejoras en su situación? Veamos lo que nos ofrece el reformador. 


¿ES POSIBLE SER SOLDADO Y CRISTIANO?

Dedicado primeramente a Assa Von Kram (mercenario y héroe de guerra, protestante) Lutero nos señala ciertos criterios que se deben considerar:


  • Primero: hay que distinguir entre el oficio y la persona o entre el hecho y el autor. Un oficio o una obra de por sí pueden ser buenos y justos, sin embargo, son malos e injustos, cuando la persona o el autor no son buenos o rectos o no los ejercen correctamente. 
  • Segundo: no se habla de la justicia que vuelve justo ante Dios. Pues esta lo hace sólo la fe en Jesucristo, sin obra o mérito alguno, de mera gracia de Dios donada y dada. Por el contrario, de lo que aquí se habla es de la justicia exterior que consiste en oficios y obras, es decir, para decir bien claramente, aquí, si la fe cristiana, por la cual se es considerado justo ante Dios, es compatible también con el hecho de que se es soldado, se guerrea, mata y hiera, en tiempos de guerra según el derecho de guerra.
  • Tercero: se guerrea para obtener paz y obediencia. Puede parecer contrario llamar a guerrear al cristiano, pero Lutero lo ve necesario para evitar males mayores. De hecho, incluso puede parecer cruel que un hombre mate a otro en este contexto, pero Lutero lo ve como la situación en que un médico debe cortar la mano de su paciente por una enfermedad. El cortar la mano puede parecer cruel, pero con eso está evitando un mal mayor. 


Así se debe considerar también con ojos humanos el oficio de guerra o de espada, porque mata y procede con crueldad. Entonces se verá que es un oficio divino en sí mismo y tan necesario y útil al mundo como el comer y beber. Pero no es culpa del oficio sino de la persona, cuando algunos abusan de él, matan y hieren sin necesidad, de mera petulancia.

Se debe impedirlas con una guerra y espada justas y obligarlos a la paz. Siempre sucede y ha acontecido que sucumbían los que comienzan una guerra sin necesidad. Al fin no pueden escaparse al juicio de Dios, es decir, a su espada. Los halla y los bate al final, como sucedió a los campesinos ahora en la revolución.

La prueba de que el cristiano puede participar en la guerra es esta:

''Si mi reino fuera de este mundo, mis servidores pelearían para 
que yo no fuera entregado a los judíos"
(Juan 18:36)

Si el guerrear fuera injusto, entonces deberíamos condenar a Abraham, Moisés, Josué, David y todos los demás padres santos, reyes y príncipes que han servido a Dios. El guerrear rectamente significa sólo castigar a los malhechores y mantener la paz. 

Pero aducen que los cristianos no tienen orden de pelear y los ejemplos no bastan, porque ellos tienen una enseñanza de Cristo de no resistir al mal sino que deben sufrir todo. Es cierto que los cristianos no pelean ni tienen autoridad secular unos respecto de otros. Su imperio es una jurisdicción espiritual y según el espíritu no están sujetos sino a Cristo. Sin embargo, como el cuerpo y los bienes están supeditados a la autoridad secular y le deben ser obedientes.

Si la autoridad secular los llama a la guerra, deben luchar por obediencia, no en su calidad de cristianos sino como miembros y gente obediente según el cuerpo y bienes seculares.

Derecho de guerra

La guerra puede estallar entre personas de igual categoría, es decir, ninguno de los individuos es vasallo del otro o sujeto a él, aunque el uno no sea tan grande, importante y poderoso como el otro. Igual cuando el superior guerrea contra el inferior. Nadie debe guerrear ni luchar contra su superior, que a la autoridad se le debe obediencia, honra y temor.

Ahora bien, es preciso que el hombre actúe con equidad y con el derecho estricto, que, a veces, en su rigurosidad puede ser muy dañino. Esta es la situación en que una ley es tan rígida que llega a ser absurda, y por lo tanto, esta debe ser corregida con la equidad, lo mismo si en la ley existiera cierta contradicción, la equidad las aclararía y rectificaría. 

Sin embargo, Lutero nos advierte que de todas formas, la equidad podría transformarse en un neutralizador de la ley. En efecto, Lutero nos dice, si el hombre malo escucha que la equidad está por sobre la ley, entonces éste intentará presentar la ley como equidad y de este modo anonadar el derecho. Esto está sobre la base de una frase latina:

''Inventa lege, inventa est fraus legis''
(Hecha la ley, hecha la trampa)

Por cierto que debe existir una equidad con respecto a las fuerzas que pugnan. Los campesinos en la insurrección afirmaban que los señores no querían permitir que se predicase el evangelio y que vejaban a la gente pobre; por tanto había que destruirlos. Pero les respondí que aunque los señores cometiesen una injusticia con esto, no seria equitativo ni justo incurrir también en injusticia, es decir, ser desobediente y destruir el orden de Dios que no es nuestro. Más bien se debería sufrir la injusticia. Donde un príncipe y señor no quisiese admitir el evangelio, tendrían que ir a otro principado donde fuera predicado, como dice Cristo: "Si os persiguen en una ciudad, huid a la otra".

Entonces, se podría preguntar a Lutero, ¿se debe dejar sufrir toda la injusticia? Lutero contesta irónicamente e inmediatamente, entonces haz lo contrario y mata a aquellos que te hacen sufrir. Pero si quieres ser un buen cristiano, entonces sigue estos consejos:

  1. Si ves que la autoridad misma tiene en tan poco la salvación de su alma, que se enfurece y comete injusticia, ¿qué te importa que te arruine tu bien, cuerpo, mujer e hijo? No puede hacer daño a tu alma y hace más perjuicio a sí misma que a ti, puesto que condena ella misma su alma, lo que tiene como consecuencia la destrucción del cuerpo y los bienes. ¿Piensas que la venganza no sea bastante grande? 
  2. ¿Cómo harías, si la misma autoridad tuya estuviese en guerra donde no sólo tus bienes, tu mujer e hijos, sino también tú mismo fueran destrozados, y fueses hecho prisionero, quemado y matado a causa de tu señor? ¿Querrías matar a tu señor por ello? Cuántos hombres buenos han perdido el emperador Maximiliano en guerra durante su vida y, no obstante, no se hizo nada por ello. Si los hubiera matado de manera tiránica, no se habría oído cosa más horrible. Sin embargo, él es la causa de que perecieron, ya que a causa de él fueron matados. Un tirano y hombre sanguinario es lo mismo que una guerra: ambos matan a más de un hombre bueno, probo e inocente. Un tirano malo es más soportable que una guerra perniciosa. Debes reconocerlo cuando consultas con tu propia razón y experiencia. Yo creería que te gusta tener paz y días buenos. Pero, ¿cómo es si Dios te lo impide por guerra y tiranos? Ahora elige y juzga tú mismo, si prefieres guerra o tiranos. Pues has merecido ambas cosas y eres culpable ante Dios. Mas somos unos individuos que quieren ser bribones y permanecer en pecado. Pero queremos evitar el castigo por los pecados. Más bien nos oponemos y defendemos nuestro pecado. 
  3. Si la autoridad es mala, existe Dios quien tiene el fuego, el agua, el hierro, la piedra e innumerables maneras de matar. ¡Cuán pronto puede matar a un tirano! Empero nadie quiere percatarse de que gobierna no por su maldad, sino a causa de los pecados del pueblo. La gente no advierte su pecado propio y opina que el tirano reina a causa de su maldad. Tan ciego, perverso e insensato es el mundo.
  4. Los tiranos están en peligro de que por voluntad de Dios los súbditos se levanten, como se ha dicho, matando y desterrándolos.
  5. Dios tiene todavía otro medio de castigar a la autoridad a fin de que no tengas necesidad de vengarte a ti mismo. Puede hacer intervenir la autoridad extranjera como los godos contra los romanos, los asirios contra Israel, etc. 

Teniendo todo esto en consideración, Lutero se pregunta si un igual puede guerrear a otro igual. Esto lo dice entendiendo el principio de quien inicia una guerra hace mal. Es justo que el que saca el cuchillo
primero, pierda la guerra o sea castigado al fin. Por lo general ha sucedido en todas las ocasiones que han perdido los que empezaron la guerra y raras veces han sido derrotados los que han tenido que defenderse. La autoridad secular no ha sido instituida por Dios para violar la paz y comenzar guerras, sino para mantener la paz y contener a los guerreros. Dios, que no admite injusticia, dispone también que se haga guerra a los que la empezaron como dice el proverbio: "Nadie ha sido tan malo que no haya encontrado a otro peor que él".

De este modo, Lutero aconseja a su lector que se abstenga de iniciar él o ella la guerra, pues sin duda será vencido. Mas, si tiene que enfrentarse, no puede quedarse de brazos cruzados. Los soldados verdaderos que han tomado parte en el juego, no desenvainan la espada ligeramente; hay que cuidarse de ellos. No juegan. Su cuchillo está firme en la vaina. Mas si tienen que sacarlo no vuelve sin sangre. Al contrario, los orates furiosos que planean primeramente la guerra en sus pensamientos y la comienzan perfectamente, se comen al mundo con palabras y son los primeros en sacar el cuchillo. Pero son también los primeros en huir y en envainarlo.

En principio, la defensa es una justa causa para luchar. Por ello, todos los derechos imponen que la defensa propia queda impune y quien en defensa legítima mata a alguien, es inocente ante todos. Esto se ve en diversos ejemplos:
  • Cuando los hijos de Israel quisieron batir sin necesidad a los cananeos fueron derrotados (Números 14:15)
  • Cuando José y Azarías querían luchar para ganar gloria, fueron vencidos (Macabeos 5:55)
  • El rey Acab atacó a los sirios en Ramot y perdió la vida por esto (Reyes 22:2)
  • Los de Efraín querían devorar a Jefté y perdieron 42.000 hombres (Jueces 12:1)

El guerrear no es justo aunque sea entre iguales, a no ser que tenga tal motivo y conciencia que uno pueda decir: Mi vecino me obliga y compele a guerrear. Preferiría evitarla, para que no sólo fuera guerra, sino también se la pudiera llamar debida protección y legítima defensa.

Se debe distinguir entre las guerras, si alguien la comienza por placer y a propósito antes que otro ataque, y si alguien es obligado por necesidad y compulsión después de haber sido agredido por otro. La primera se puede llamar belicosidad, la segunda, guerra obligada. La primera es del diablo. La segunda es un accidente humano.

Nos dice Lutero:

''Cuidaos de la guerra, a no ser que debáis proteger y defender y el oficio que os está confiado os compele a la guerra. En este caso aceptadla y pegad fuertemente. Sed hombres y mostrad que tenéis armas. Entonces no se trata de luchar en pensamientos. La cosa misma se presentará seria. A los perdonavidas airados, insolentes y altaneros, los dientes se volverán embotados de modo que no puedan morder mantequilla fresca''

Por otro lado, no porque se piense que uno está en una posición ventajosa con respecto a la guerra (es decir, está en la posición o pudiera estar en la posición de legítima defensa) debe dar por obtenida la victoria. Es cierto, se tiene una causa justa y buena para luchar y defenderse. Pero no por esto se tiene de Dios la garantía absoluta de que se ganará. Por el contrario, tal presunción puede tener la consecuencia de que se pierda aunque se tuviese una causa justa para guerrear. Dios no tolerará ni orgullo ni presunción, salvo el caso de que alguien se humille delante de él y lo tema. Le agrada mucho que uno no tenga miedo a los hombres y al diablo, que frente a ellos sea audaz y altivo, valeroso e inflexible, cuando comienzan, sin tener razón. Pero no es el caso de que con ello tengamos asegurada la victoria, como si fuésemos nosotros que lo realizamos y seamos capaces para ello. No se debe confundir la libertad con que se lucha con la necesidad que impone Dios en las acciones. 

Una guerra contra un igual debe ser impuesta y se conducirá con el temor de Dios. Mas la obligación existe cuando el enemigo o vecino ataca y comienza la guerra y se niega a que se llegue a un arreglo por medio de un pacto previo, sino que uno debe aguantar y perdonarle toda clase de palabras malas y perfidias, queriendo él imponer a toda costa su voluntad. 

Autoridades

El emperador, cuando se dirige a Dios, ya no es emperador, sino persona individual como los demás ante Dios. Mas cuando se vuelve a sus súbditos, es tantas veces emperador cuantos súbditos tiene debajo de sí. Lo mismo puede decirse también de todas las demás autoridades. Cuando se dirigen a su superior, no tienen autoridad y están desprovistos de ella. Si se vuelven hacia abajo, están munidos de toda autoridad. De tal manera todos se remontan hacia Dios a quien sólo todo pertenece. Pues él es emperador, príncipe, conde, noble, juez y todo y reparte estas funciones como quiera respecto de los súbditos y las anula respecto de sí mismo.

Ningún rey o príncipe puede guerrear. Para ello necesita gente y un ejército que le sirvan. Como tampoco puede administrar el derecho y justicia.

¿Qué pasa si el rey al que se sirve comienza a guerrear? Siempre se debe temer a Dios más que a los hombres. Lutero recomienda en este caso abandonar al señor o al rey al que sirve, y dejar que sucedan las cosas que sucedan, pues Dios después restablecerá y compensará esa acción:

"Cualquiera que haya dejado casa, o finca, o mujer, o bienes, recibirá cien veces más"
(Mateo 19:29)

Ahora bien, puede presentarse la situación en que no se sabe si el señor quiere guerrear o no, es mucho mejor serle fiel a Dios que a los señores. En efecto, no importa que lo llamen traidor o desleal si fue leal a Dios. 

No se debe respetar a ninguna persona, sino que la voluntad de Dios. Por eso, tampoco se puede servir a varios señores que guerrean si el motivo es la codicia, pues recibir un sueldo es algo bueno pero siempre que esté fundado en buenos motivos. 

Conclusión

Es claro, entonces, que el cristiano si puede ser soldado siempre y cuando en su conciencia esté sirviendo a Dios. Lutero busca aconsejar que el cristiano no se involucre en la guerra por motivos externos y mucho menos que la inicie. La legítima defensa, como podríamos llamar, es un aspecto clave en la visión de Lutero. Podríamos decir que él también, así como San Agustín de Hipona y Santo Tomás de Aquino, está de acuerdo con la guerra justa.