martes, 7 de febrero de 2017

San Agustín de Hipona - Sobre las dos almas del hombre (391).

¿Qué quiere decir que el hombre tenga dos almas? San Agustín de Hipona nos ha dicho que el alma proviene de Dios, al ser éste último mucho más divino que la misma alma. En todo caso, este no es un libro que responde a una duda que San Agustín tuviera eventualmente, sino que más bien es una crítica a sus adversarios religiosos de siempre: los maniqueos. Recordemos que San Agustín ya nos decía en otros libros que el bien no podía tener contrarios porque de ser así, entonces Dios no sería omnipotente. Por el contrario, los maniqueos consideran que el bien y el mal son dos sustancias que se enfrentan continuamente. Veamos cómo el santo de Hipona puede acabar nuevamente con el maniqueísmo. 

SOBRE LAS DOS ALMAS DEL HOMBRE

Capítulo I: Definición del pecado y de la voluntad

De acuerdo con la religión maniquea, el alma de los hombres está creada en parte por Dios, en parte por las tinieblas. Así, todo lo que es carne en el ser humano proviene del diablo y el alma pura viene de Dios. 

Para San Agustín, esto ni siquiera podría ser posible porque el mal proviene de la voluntad del hombre. El pecado no se encuentra en lugar alguno, salvo cuando el hombre obra con deliberación. Ahora, ¿qué entiende San Agustín por voluntad? lo siguiente:


''La voluntad es un movimiento del alma, exento de toda coacción, dirigido a no perder o a conseguir algo''

De ahí que Adán y Eva no tuvieran otra razón de pecar que su propia voluntad. Nadie puede ser forzado a pecar ni siquiera por otro hombre, porque que exista la presión del pecado, no significa que el hombre debiera ceder a él.

San Agustín también define el pecado de la siguiente manera:

''Pecado es la voluntad de retener o conseguir algo que la justicia prohíbe y de lo que hay libertad para abstenerse''

De aquí sacamos que el pecado sigue estando en la voluntad del hombre y no en otro hombre. Esto es una refutación a los maniqueos quienes decían que el mal o el pecado eran fuerzas extrañas a la naturaleza del hombre, que lo hacían pecar sin el hombre poder contenerse. 



Capítulo II: Las almas de Dios


El error de los maniqueos es poner el alma ''mala'' como obra de Satanás y no como obra de Dios. Sin embargo, ¿cómo es posible asentir que Dios es la creación de todo y no la creación de esa ''alma mala''? Sin duda que sería algo ridículo. 

Además, todas las cosas que tengan vida las tienen por Dios. Si ésta alma mala tuviera que existir, entonces necesitaría vida; por lo tanto, todo lo que tiene vida está hecho por Dios. 

Alma y sentidos

Así como lo aseguraba Platón en su momento, San Agustín nos dice también que los sentidos están por debajo de las cosas que nos ayudan a percibir el alma. Estas cosas son la inteligencia y la mente. Esto es lo que San Agustín llama ''vida'', es decir, la combinación entre inteligencia y mente. 

Lo contrario de esta ''vida'' que llama San Agustín sería justamente el pecado. De ahí que San Pablo diga:


''La viuda que vive entre deleites está muerta''
(1-Timoteo 5:6)


Aquí tenemos el mejor ejemplo de cómo, a pesar de que la mujer está ''muerta'', ella vive porque el pecado necesita estar vivo para ser tal.  Por lo tanto, cualquier cosa ya sea material o inteligible proviene de Dios. 

El alma mala de los maniqueos

La teoría de este tipo de alma caería en un error si se le preguntara a un maniqueo cómo es que esta alma se puede percibir.  Si dicen que es con la mente, entonces esta alma mala es muy superior a todas las cosas corpóreas de este mundo, incluyendo a la luz. 

Los maniqueos adoran mucho la luz y la consideran sagrada por frente de muchas cosas. No obstante, Agustín dice que incluso si la mosca tuviera un alma, ésta sería mejor que la luz que ellos adoran, pues lo inteligible siempre está por encima de lo sensible. 

Pero hay un problema que puede surgir a todas estas argumentaciones. El vicio sería muy superior también a todas las cosas carnales de este mundo, ya que los vicios son inteligibles y no sensibles. 


Capítulo III: Dios y el origen del pecado

San Agustín apoya la teoría de Dios todo creador con esta cita de Juan:

''Todas las cosas fueron hechas por él y sin él no se hizo nada''
(Juan 1:3)

Por otro lado, en contra respuesta bien puede citarse otro verso que contradice el primero en el mismo evangelio de Juan. 

''Vosotros no sois de Dios''
(Juan 8:47)

Para aclarar esto, debemos pensar en algunas cosas previas. Recordemos lo dicho por San Agustín hace un momento; estamos vivos pero si pecamos estamos muertos. Nuestra vida depende de Dios, pero el pecado depende de nosotros, es decir, no somos pecadores por Dios, sino que por el pecado mismo. 

¿Qué quiere decir entonces que no seamos de Dios? No somos de Dios cuando pecamos porque ya que el pecado se hace voluntariamente, voluntariamente nos alejamos de Dios, y es ahí cuando no pertenecemos a él.

El hombre y el pecado

La lógica de los maniqueos para encontrar el origen del mal es básica e intuitiva. Si el mal proviene del pecado ¿de dónde proviene el hombre? si el mal proviene del ángel ¿de dónde provienen los ángeles? Todas estas preguntas nos llevarían a Dios directamente, con la intención de decir que el mal proviene de Dios, pero San Agustín no aprueba esto. 

Recordemos que todo el mundo se hizo a partir del bien y éste bien es Dios mismo. Por lo tanto, debemos decir que el supremo bien es Dios. La verdad es que, como se ha dicho anteriormente, el pecado no puede existir sin voluntad.  

Capítulo IV: El problema del pecado

Uno de los problemas es ¿qué ocurre cuando estamos obligados a pecar? a veces se entiende erróneamente esto de ''obligación'' veamos algunos ejemplos:

  • Si sabemos que alguien nos hará daño y lo recibimos voluntariamente, entonces estaría pecando aquel que sabe que lo van a herir.
  • Si quien quiere pecar no lo logró, bastará la sola voluntad para que se le considere pecador. 

Lo único que podría estar fuera de pecado es que a alguien se le obligue a pecar, pues estará coartado de toda libertad. 

Capítulo V: Definición de pecado


San Agustín define de la siguiente manera el pecado:

''El pecado de la voluntad de retener o conseguir algo que la justicia prohíbe y de lo que hay libertad para abstenerse''

De acuerdo a los maniqueos, el pecado pertenecería al mal y a Dios con el bien. En el principio estaban las dos sustancias separadas y ahora resulta que están mezcladas la una con la otra. Ahora ¿de dónde provino esta mezcla? San Agustín nos dice que es difícil creer en dicha mezcla, es decir, ¿acaso el alma mala se quiso hacer buena mezclándose con la mala?

Existe una contradicción definitiva, pues ¿cómo las almas que pertenecen al sumo mal van a conocer el bien? si quisieron mezclarse con el bien entonces la conocían y por lo tanto, las almas malas conocían el sumo bien lo cual es absurdo, porque pertenecen al sumo mal. Por otro lado, el sumo mal es ausencia de todo bien y la existencia es un bien; por lo tanto, el sumo mal ni siquiera podría moverse o más bien, ni siquiera podría existir. Finalmente, el alma mala de los maniqueos no existe. 

Las almas no son malas por naturaleza

Todo hombre tiene la capacidad de arrepentirse, y el arrepentimiento siempre conviene en cualquier aspecto de la vida. El alma es la que se arrepiente de los pecados y si tiene ésta capacidad, entonces el alma no tiene maldad por naturaleza; por lo demás, si fuera mala por naturaleza, entonces todo lo malo estaría justificado. 

Conclusión

Este es otro de los ataques de San Agustín en contra de la secta maniquea. Por otra parte, también es una obra que trata de completar la definición del pecado que ya en otro libro podría definir. En todo caso, esta alma de la que habla San Agustín va mucho más allá de refutar un concepto maniqueo, junto con esto también supera al viejo Platón quien también concebía dos almas en el hombre en el mito de Fedro. Por otro lado, San Agustín no deja de lado las sagradas escrituras para seguir refutando a quienes no quieren aceptar los mandamientos divinos. Sólo nos queda afirmar que sólo tenemos un alma y ésta es buena. 

jueves, 2 de febrero de 2017

San Agustín de Hipona - Sobre la utilidad de creer (391)

Hay incluso estudios científicos que demuestran que quienes creen pueden aumentar su umbral del dolor, es decir, creyendo se puede resistir mucho más el dolor. Un gran ejemplo de ello fue Juana de Arco, quien estaba convencida que fue guiada por Dios para combatir en la batalla. En una de las cuantas batallas una flecha atravesó su cuerpo hiriendola muy gravemente. Se dice que pudo sobrevivir gracias a la fe que tenía en seguir adelante, y gracias también a que Dios le concedió seguir con vida. Sin embargo, San Agustín de Hipona no conoció a Juana de Arco y aún así establece que la creencia es un aspecto fundamental en la vida humana. Veamos lo que nos tiene el doctor de la gracia.

Referencias:

(1) En la época de San Agustín, si bien había muchas disensiones y ''cismas'' sobre la religión católica, ésta tenía el poder suficiente como para imponer su verdad frente a las otras. 

SOBRE LA UTILIDAD DE LA CREENCIA


Capítulo I: Dedicación a Honorato

¿Quién era Honorato? Honorato era un amigo de San Agustín que de hecho, fue uno de los pocos amigos que continuó siendo maniqueo. 

San Agustín comienza este libro explicando a Honorato la definición de hereje. El hereje se define como ese hombre que, buscando el mando y los honores trata de elaborar doctrinas que le permitan conseguirlo, de alguna manera, es un hombre que actúa por su propio provecho. 

Todos los hombres caen en herejía y creen haber alcanzado la verdad, pero San Agustín advierte a Honorato que ésto no es tan fácil como lo hacen ver. Eso es básicamente porque el hombre cree encontrar la verdad por medio de los sentidos del cuerpo, lo cual es incorrecto. 

En la secta maniquea

San Agustín aprovecha de relatar cómo cayó en la religión maniquea (junto con honorato), y nos dice que fue porque creía en las promesas dadas por los maniqueos, así como también estos se apartaban de la autoridad de todos, dando a entender que era una especie de secta secreta y dueña de la verdad. Pero lo que más convenció a San Agustín de entrar en la secta fue la elocuencia que cada uno de sus discípulos tenía. Podían refutar a todos los adversarios que se le presentaban. 

Capítulo II: El ataque de los maniqueos al Antiguo Testamento

El ataque de los maniqueos siempre ha sido el mismo, tomar literalmente el Antiguo Testamento y compararlo erróneamente con el Nuevo Testamento para ver inconsistencias. Esto ya ha sido visto en otros apuntes como por ejemplo ''Sobre el génesis contra los maniqueos'', donde San Agustín refuta todos los argumentos literales de parte de los maniqueos. 

Capítulo III: Los cuatro puntos de vista del Antiguo Testamento

Hay cuatro formas de estudiar el Antiguo Testamento:

  1. Histórica: explicación de los hechos y de la realidad.
  2. Etiológica: explicación de las causas de las cosas. 
  3. Analógica: comparación del Antiguo y Nuevo Testamento
  4. Alegórica: interpretar las escrituras y no tomarlas literalmente

Si podemos dar un ejemplo de estas cosas, en el histórico veremos como los apóstoles hablan sobre cuando Jesús se enfrentó con los fariseos. En el etiológico, cuando Jesús dice que se debe repudiar a la mujer a no ser en caso de fornicación porque se vienen los tiempos del hombre nuevo. En el analógico, Agustín no cree necesaria mayor explicación a no ser que las comparaciones de los dos Testamentos se tome literal. Finalmente, en el alegórico, es más claro aún con las interpretaciones que hemos visto del filósofo; recordemos que las Sagradas Escrituras no deben pensarse en un sentido sensible, sino más bien inteligible. Así es como dice el mismo apóstol San Pablo:

''La letra mata, pero el espíritu da vida''
(2-Colosenses 3:6) 

Lo que quiere decir a modo de interpretación (porque tomada literalmente sería absurdo) que la lectura literal del Antiguo Testamento no es posible, mientras que la que se hace alegóricamente sí. 

Capítulo IV: Otros errores para los lectores del Antiguo Testamento

San Agustín dice que existen tres errores en la creencia a primera vista:

  1. Tomar por verdadero lo que es falso
  2. Tomar por falso lo verdadero a causa del autor
  3. Cuando en la lectura se tomen verdades que el lector no se percató.

En el primer caso tenemos un hombre que lea una leyenda o mito y luego la tome por verdadera; por ejemplo, que alguien creyera que Radamanto es quien ve y juzga a los muertos. En todo caso, el error aquí es doble pues una cosa es que toma por verdadero lo que es falso, y además piense que justamente ese era el pensamiento del autor. En el segundo tenemos a un hombre que cree en la autoridad de un hombre sólo por su título; por ejemplo, que creamos que los átomos no existen porque Aristóteles lo dijo. En el tercer caso tenemos a un hombre que creyendo a Epicuro dice que es bueno porque pone el bien como la virtud, pero sin embargo no se da cuenta que para Epicuro la virtud es el mismo placer.

Capítulo V: Tres clases de escrito

Hay tres clases de escritos así como también hay tres clases de interpretación sobre dichos libros:

  1. El buen escrito que el lector no es capaz de apreciar
  2. El buen escrito que el lector si es capaz de comprender
  3. El buen escrito donde el lector haya mejores bienes, incluso bienes en contra de lo que el autor dijo. 

San Agustín dice que los primeros escritos no la censura, mientras que de la tercera se cuida. ¿Por qué no censura la primera? básicamente porque el escrito no tiene la culpa de que se le malinterprete.  

Capítulo VI: Las interpretaciones de los herejes

No es difícil darse cuenta que si queremos adherir a una religión o podemos servirnos de la opinión de los enemigos, pues ellos ya tiene una imagen prefigurada y por lo demás, beligerante a los otros. La idea siempre es mirar la base del autor y desde ahí criticarlo, sería absurdo criticar al autor sin leer lo que escribió y más aún guiándose por lo que dicen sus enemigos, que obviamente inducirán a los demás contra el autor. 

Capítulo VII: Busquemos la verdadera religión

Es indudable que el alma existe y por tanto, si la religión tiene como fundamento el alma, entonces cada vez más se acerca a la verdadera religión. 

San Agustín le propone a Honorato emprender los primeros pasos para encontrar la religión. Lo primero que propone el filósofo será pretender ser totalmente ignorantes de una religión. De aquí se desprenden las siguientes reglas para conocer y reconocer la verdad en una religión:

1era regla: conocer a los adeptos

Lo primero que se debe hacer es conocer a quienes adhieren a dicha religión. El problema estribará en que, si dichos hombres tienen diferentes puntos de vista de la misma religión, entonces es muy cuestionables que estén cerca de la verdad(1). Sin embargo, si en la religión todos están de acuerdo con una sola verdad, entonces se estará mucho más cerca de la verdad.

2nda regla: guiarse con un maestro sobre los escritos 

Por supuesto, no será nada sensato guiarse por las personas contrarias a dicha religión que queremos conocer. Primero deberemos instruirnos en los escritos de aquella religión, y además guiarnos con un maestro de tal religión; quien ojala sea piadoso y docto a la vez. 

3era regla: someterse a la autoridad

Nadie sigue a las minorías en cuanto a que el estudio de cosas pequeñas nunca podrá llevarnos a la verdad. Un estudio completo de las cosas estará mucho más cerca, que un grupo reducido de personas. Lo mismo pasa con el estudio formal porque, nadie preferirá estudiar a Áurico o Cecilio en vez de Cicerón que es el maestro de la retórica. Siempre lo mejor será someterse a la autoridad de los mejores, porque de otra manera, nunca podremos ver la razón si vamos en contra de la autoridad. 

4ta regla: la verdadera religión no tiene disensión 

La religión católica es una sola y por lo tanto abarca a todos los seres humanos; por otro lado, los herejes son muchos y diversos. Todos ellos tienen distintos nombres y hasta distintos dioses que siempre están en conflicto los unos con los otros. 

Capítulo VIII: Abrazando la religión católica

Agustín fue dejando la secta maniquea, pero no porque quisiera entrar en la religión católica; de hecho, ni siquiera sabía que hacer una vez dejando la secta maniquea. San Agustín aún no conocía la religión católica y cuando dejó la secta maniquea se preguntó ¿Cómo encuentro la verdad? ¿Cómo la busco? 

Fue solamente cuando conoció al obispo de Milán que era San Ambrosio que sacudió todos los prejuicios de San Agustín sobre el Antiguo Testamento (que tanto atacaban los maniqueos). 

Capítulo IX: La Iglesia Católica es fe y la herejía es razón

Para San Agustín es ridículo que todos tengan la verdad y que pretendan enseñarla. Los herejes son justamente así, pretenden tener la verdad y además de eso la enseñan a todos. No se someten a ninguna autoridad pues ellos mismos son su autoridad si tienen la verdad. 

La palabra creer

Honorato alguna vez le dijo a San Agustín que la creencia no es buena, puesto que de había viene la palabra ''crédulo'' la cual no tiene una connotación positiva. Sin embargo, a muchas palabras se les puede separar y rescatar connotaciones tanto positivas como negativas; por ejemplo, podemos usar la palabra estudioso que esa una palabra con una buena connotación, pero que no puede usarse en todos los contextos; por ejemplo, ¿podríamos llamar a un estudioso a alguien que quiere saber cómo está su familia? ciertamente no, aunque el estudioso tiene muchas ganas de conocer y saber de cosas y no obstante no podemos llamar estudioso a quien quiere saber sobre su familia. 

Lo mismo pasa a la palabra creyente y crédulo, pues las dos se separan; la primera va por obediencia a la autoridad; y la segunda por ingenuidad del sujeto. 

Capítulo X: La creencia

Por supuesto que no hay religión si no se cree en aquella y menos aún si no se cree en los maestros quienes la profesan. Nadie puede llegar a la verdad (cualquiera que esta sea), sino comienza creyendo en la cosa que se le está presentando. 

Finalmente, nada puede asegurarse si no se cree en la religión, y por lo tanto, aquel hombre que no cree estará siempre sometido a la opinión de los demás y nunca podrá llegar a la verdad, porque el primer ''requisito'' para llegar a la verdad es justamente creer en ella. De lo contrario, sólo podrá alcanzarse la opinión. 

Capítulo XI: Creencia y opinión

Puede ser que existan hombres que prometan la razón misma y creerles podría ser un error. En efecto, así ha sido en la antigüedad con los griegos, pues los sofistas afirmaban tener la razón, y la prometían y cobraban por ella; no obstante, con el tiempo y con el razonamiento de otros hombres como Platón y Aristóteles pudieron descubrir que más que enseñar engañaban a sus adeptos. 

En nuestra alma existen tres operaciones que nos ayudan a encontrar la verdad:

  1. Entender
  2. Creer
  3. Opinar

Si la tomamos aisladamente veremos que el entender estaría libre de todo defecto, pues sería la verdad absoluta. La segunda que es el creer tiene alguna falta y la tercera es una imperfección segura. Sin embargo, en la creencia, si lo que yo creo tiene algo de malo que yo nunca supe, entonces ese creyente está exento de culpa. 

Por otro lado, ¿cómo puedo creer en los hechos históricos del pasado? uno no tiene ninguna prueba de ello; por ejemplo, de la conjura que reveló Cicerón en contra de Catilina. En efecto, San Agustín no estuvo ahí y no puede asegurar que fue así. 

Caeríamos así en una especie de paradoja porque si sólo utilizamos la razón, el hecho de Cicerón no podremos conocerlo nunca porque no se puede retroceder el tiempo. ¿Y qué pasa si leemos sobre la conspiración? ¿Acaso eso no es un modo de conocer el hecho y ocupar mi razón en ello? Ciertamente sí, pero esa información, si la quiero conocer, primero la tengo que creer. Si uso exclusivamente la razón para conocer hechos pasados, entonces nunca podré conocer nada porque todo podría ser cuestionable, al no poder nunca conocer el hecho en sí. Por lo tanto, para evitar este innecesario problema, será mejor someterse a la autoridad de los escritos y de los maestros. 

Así, todo lo que comprendemos es gracias a la razón, todo lo que creemos se lo debemos a la autoridad, y todo lo que conjeturamos se lo debemos al error. De aquí surge la utilidad de la creencia.  

Capítulo XII: La fe y la vida social

Es dificilísimo creer sólamente por nuestros propios sentidos porque hay cosas que justamente escapan a él. Un caso podría ser el de nuestros propios padres; ¿cómo podríamos saber que nuestros padres son realmente nuestros padres? no podemos hacerlo meramente con la razón o con los sentidos, pues, nuevamente, tendríamos que volver el tiempo atrás y ver cómo nos concibieron y todo. ¿Quién vive con esas dudas? nadie ¿por qué? porque el ser humano tiene la facultad de creer y vivir sin este obstaculo que sería vivir sólo de la razón. 

Capítulo XIII: El necio no puede ser sabio si no cree en la sabiduría

Este quizás sea el problema más complicado porque el necio no siempre es apto para ver la sabiduría, y si la ve puede que caiga en un engaño. 

No obstante, hasta el más obtuso puede tener fe y por lo tanto puede creer en que existe algo mejor de lo que ya tiene. La única forma de encontrar la sabiduría es creyendo que existe, de otro modo, no se estará buscando nada y el necio se quedará con lo que es propio de él que es la necedad (aunque teniendo la facultad de poder conocer la sabiduría). 


Capítulo XIV: La negación de la creencia implica la negación de la religión

La negación de la creencia en cierto sentido es absurda porque de ese modo no podría creer en nadie, ni siquiera en quienes le dice que no crea lo que debiera creer. 

Ahora, es verdad que debe creerse antes de llegar a la razón, pero también es un error creer sin razón. Ni la creencia ni la razón pueden darse por separado, aunque el orden que se debe establecer en ellas es la creencia. Por lo tanto, una vez que se cree lo dicho se deben buscar las razones, si no se encuentran, entonces será mucho más difícil creer. 

Capítulo XV: Sólo con la sabiduría de Dios se llega a la religión

Dios es la verdad y si todos queremos conocerla pues debemos acercarnos a Dios. El mayor problema será que los ignorantes y los necios puedan creer en Dios, pues primero deben someterse a la autoridad de los hombres doctos y sabios. 

El mismo Cristo ganó nuestra confianza al mostrar total conciencia y total compromiso con Dios al cumplir todos los preceptos y estar libre de pecado. 

Capítulo XVI: La autoridad de Dios

Todas las cosas tienen cierta belleza que parecer ser inexplicable y que sólo se puede explicar bajo una autoridad que va más allá de los sentidos. 

Existen dos formas en las que se puede llegar a Dios:

  1. Milagros
  2. La multitud de adeptos

La primera forma en la que se llega a Dios es la más fácil de llegar o ''conocer'' a Dios. Los ignorantes sólo se fían de sus sentidos para conocer las cosas que los rodean y como los milagros son cosas que se aprecian con la vista, entonces los ignorantes pueden contemplar la gracia de Dios a través de ellos. Para el sabio no es necesario buscar a Dios pues sabe qué debe hacer, pero a los ignorantes hay que mostrarles lo sorprendente del milagro. 

Los leprosos quedaban limpios, los ciegos podían ver, los muertos revivían y los que no podían caminar caminaban. Esto podía demostrar a los ignorantes las grandes cosas del maestro y por eso se puede atraer a estos. 

Existe una pregunta válida ¿Por qué no existen milagros hoy en día para conseguir que más necios se unan a la religión? porque si los milagros se hicieran habituales, entonces estos ya no serían milagros. 

Capítulo XVII: Las costumbres y la autoridad

Otra de las maneras de corregir a los necios e ignorantes de la religión será imponer la autoridad en las costumbres. Esto no será difícil porque las costumbres se rebaten poniéndolas, ya que el orden es lo bueno. Si el orden es lo bueno y lo que conviene ¿quién podrá elegir costumbres malas y que no convienen? Las costumbres de la Iglesia Católica tienen relación con la búsqueda de la verdad en Dios. 

Capítulo XVIII: Exhortación a Honorato

En el cariño infinito que San Agustín le tenía a su amigo Honorato, con este último capítulo lo exhorta a que se acerque al catolicismo. En esta exhortación, Honorato seguía perteneciendo a los maniqueos y San Agustín le dice que salga de esa secta de ''infelices charlatanes''. Uno de los mayores que tenían los maniqueos era explicar el mal, pues ellos lo tomaban como una sustancia o como un contrario al bien, lo cual San Agustín ya ha refutado. 

Conclusión

Aquí se ve el principio epistemológico (si es que podemos decirle así) de San Agustín. El conocimiento, para el filósofo, nace a través de la creencia, es decir, primero creemos y después conocemos. Lo que justamente decía el santo en latín era: Nisi credideritis, non intelligetis (sin creer no se conoce). Me parece totalmente verosímil que se establezca este tipo de epistemología, y que para probarlo lo haya hecho de manera tan simple; separando la razón de la creencia ¿Qué puede hacer la razón sin la creencia? ni siquiera podríamos avanzar; sin embargo, la creencia sin razón también es perjudicial, pero la creencia debe ir primero. 

martes, 31 de enero de 2017

San Agustín de Hipona - Sobre la verdadera religión (389).

El título de este libro trae a la vez una pregunta muy importante ¿cuál es la verdadera religión? Puede parecernos una eterna búsqueda porque implicaría hacer una revisión de todas las religiones existentes. En este libro San Agustín de Hipona ataca a todas las disciplinas que van en contra de la religión, incluso ataca a la filosofía griega y, como podría esperarse, a la religión y filosofía maniquea. No veremos aquí una descripción de todas las religiones como bien podríamos pensar, sino que veremos cómo debería ser una verdadera religión. Veamos cómo puede lograr algo tan difícil el doctor de la gracia.

Referencias:

(1) En ese tiempo habían religiones como la maniquea, donatista, judía, apolinarista, arrianista y otros paganos. No existía aún la religión evangélica y mucho menos los testigos de Jehová (aunque en realidad estos eran los antiguos arrianos). 
(2) Algunas tribus de Escandinavia se convirtieron al cristianismo por este mismo hecho. 


SOBRE LA VERDADERA RELIGIÓN

Capítulo I: Contra la filosofía griega

Los filósofos sólo creían en dioses que representaban una creencia popular colectiva y de hecho, algunos no creían en ellos a pesar de que todo el pueblo sí. 

Uno de los más grandes filósofos de la historia fue el mismísimo Sócrates, quien siempre mantuvo que las cosas creadas por la naturaleza eran mucho más valiosas que las creadas por el hombre. 

Luego Platón diría que el hombre debía acercarse mucho más a las cosas inteligibles que a las sensibles. Ya habíamos visto con San Agustín que todo y absolutamente todo está bajo el ojo de la divina providencia, incluso las cosas materiales porque al tener ellas forma, ellas también participan del bien. Las ideas de Platón contra el mundo sensible hacen que el hombre se harte justamente del mismo mundo. Lo que pasa, es que si el hombre rechaza el mundo sensible, está rechazando al mismo tiempo la creación de Dios. 

Por lo demás, Agustín nos dice que si Platón o Sócrates existieran hoy, lo más probable es que fueran igual de católicos que él, pues muchos de sus seguidores (los académicos por ejemplo) se han convertido al catolicismo sin problemas. 


Capítulo II: La verdadera religión es la católica

San Agustín asegura que la filosofía y la religión son la misma cosa, pues una es la búsqueda de la sabiduría y la sabiduría como dijimos en otras partes es Dios mismo. 

La Iglesia Católica difiere de las otras religiones(1) en cuanto que ésta es la más espiritual de todas. El paganismo siempre tiene confusiones con su doctrina al adorar múltiples dioses, pero ellos no son solamente los que se alejan de Dios, sino que también aquellos que son monoteístas pero adoran a Dios de otra forma; por ejemplo, los judíos. Según San Agustín, los judíos solo buscan el premio de los bienes temporales cuando adoran a Dios, y no los espirituales como sí lo hace la Iglesia. En todo caso, Agustín nos dice que incluso hasta estas religiones que no son católicas, pero sí son monoteístas, consultan a la Iglesia Católica pues ni ellas pueden darse a entender. 

Capítulo III: Las otras religiones

Uno de los primeros que habló sobre las herejías fue San Pablo al decir:

''Conviene que haya muchas herejías, para que los probados ya se manifiesten entre nosotros''
(1-Colosenses 2:19)

Los herejes para la Iglesia Católica son útiles pues esto les ayuda a estar alertas de las argumentaciones que ellos pueden tener en contra de los católicos. 

Los errores que evitan que el ser humano pueda adorar a Dios es justamente cuando el hombre o ama sólo el alma, o sólo el cuerpo, o solo su imaginación, o al conjunto de alguna de las tres cosas. Agustín recomienda ir más allá de todas estas cosas y creer en Dios más que en las cosas que son inferiores a él. 

Capítulo IV: La vida del hombre

Cuando el hombre se une a la vida terrenal y carnal no vive una vida feliz. El amor por las cosas que perecen tarde o temprano lo volcará a la tristeza porque las cosas corporales perecen; de hecho, en esto consiste justamente los dolores del alma, en añorar las cosas que están sometidas al cambio. 

Los hombres no se corrompen exteriormente, son ellos mismos los que voluntariamente eligen el mal. De aquí que San Agustín establezca que el pecado es un mal absolutamente voluntario. De hecho, no podríamos decir que el pecado fuera un mal si no tiene voluntariedad, pues lo que se hace por necesidad (obligación) no podemos decir que es bueno ni malo. Por otro lado, el hombre no está totalmente perdido cuando comete el pecado, pues al mismo tiempo es capaz de arrepentirse y enmendar lo hecho. 

Sólo un hombre fue capaz de retirarse de las cosas carnales y de las pasiones que esta conlleva y este fue Jesús. Todos los hombres adoraban las cosas carnales y terrenales mientras él las despreció todas. Resistió toda clase de castigos y no quiso rebelarse jamás contra sus enemigos, sino que todo lo contrario llevó a cabo su destino. 

Dios y sus creaturas

Es normal que el hombre tenga reproches sobre las distintas desgracias que le ocurren. Muchas de ellas debemos aceptar que nacen de su propia voluntad, o de la voluntad de otro hombre. Es necesario preguntarse ¿por qué Dios creó al hombre? simplemente para que fuese y fuese sobre todo bueno, pues no hay nada en ser nada. ¿De dónde creó Dios el hombre? lo creó de la nada, pues no necesita de nada para crear lo que quiera. 

No obstante, todas las cosas son buenas incluso aunque sean vicios o la misma muerte porque todo tiene que tener existencia para ser, y como lo que existe es lo verdadero y lo verdadero es bueno, entonces todas las cosas que existen son verdaderas y buenas. 


Capítulo V: Los vicios de la vida

Como dijimos en el capítulo anterior que incluso hasta lso vicios pertenecen al bien, tenemos que el mal no está por ninguna parte. Es más, cuando los hombres pecaron no lo hicieron desde el mal, sino que cambiaron los bienes inteligibles por los bienes sensibles. 

Ni siquiera el árbol de la sabiduría sería malo porque lo verdaderamente malo es el mandato transgredido, y lo malo proviene justamente cuando vemos lo superficial y no lo esencial de las cosas. 

El vicio por otros hombres

Eran muchos los que en tiempos de San Agustín trataban de persuadir a los hombres a que se unieran a una religión politeísta. Sin embargo, el hombre debe quedarse con la religión monoteísta, porque de la unidad comienza todo. Además, los hombres que son politeístas siguen creyendo por lo menos en una unidad de dioses que los sirven. 

Por otro lado, la religión católica ya probó que es la única y verdadera a través de los milagros realizados por Jesús. En efecto, ¿en qué religión se pudo revivir a los muertos? ¿en qué religión un hombre pudo revivir al tercer día? de las otras se dice que ninguna pudo hacer tal cosa(3)

¿Por qué ahora no existen los milagros como fue en el tiempo de Jesús? La providencia lo hizo con la intención de que el hombre no siguiera dependiendo de lo que ve o de lo que oye. El hombre, a base de estos milagros realizados, debe creer en Dios y que el milagro puede ocurrirle a él siempre y cuando esté con Dios. 

Capítulo VI: El conocimiento de Dios

El alma es capaz de caer en el vicio y por lo tanto en el mal, aunque también puede reivindicarse. ¿Cómo? la única forma de que sea elevada es que pueda ser instruida con los ojos de la mente. Debe alejarse de la adoración a las cosas sensibles y contemplar sólo la unidad. En efecto, Dios es la unidad misma y si el hombre tiende a esta unidad podrá instruir su alma y vivir una vida feliz. 

La unidad

La unidad es un término inconcebible y a la vez está en nosotros siempre. En efecto, nuestro cuerpo está hecho de partes, pero la unidad permite que estas partes se unan y puedan hacer lo que hacen. 

La pluralidad es lo más básico de captar, pero la unidad nunca podremos verla porque la unidad no tiene cuerpo. El cuerpo sólo puede ser posible por la pluralidad y la unidad, pero la unidad no la podremos ver. 

Problemas con los sentidos

Agustín creía al igual que Aristóteles que habían sentidos ''privilegiados'', ellos son la vista y la audición, pues los otros son más bien complementarios a otros. Sin embargo, no por eso quiere decir que nos ''engañen'', pues de repente vemos cosas que no son como deberían ser. Por ejemplo, cuando un remo se introduce en el agua, su forma cambia completamente y cuando se saca su forma es otra (o más bien la original). Si nosotros nos dejamos engañar por el agua, esto no quiere decir que el ojo nos engañó sino que nuestra mente es la que nos engaña. 

Por eso, San Agustín tampoco cree en los fantasmas, pues estas serían imágenes mentales que corresponden a un mal juicio. Si tenemos a un fallecido y sabemos que su cuerpo está aquí, es una incongruencia que su cuerpo esté nuevamente en este mundo. 

Adorar a Dios

Buscar la razón es buscar a Dios. El medio por el cual debemos alcanzar a la providencia, es guiarse por el mismo creador y no por las obras que él hace. Por supuesto, siempre será más importante el creador de cosas hermosas que las mismas cosas hermosas. 

Cuando ponemos la felicidad en el lugar de las cosas sensibles y perecibles, entonces tendremos que estar conscientes de que sufriremos en cualquier momento por la pérdida de aquellas. Por lo tanto, cuando ponemos la felicidad en estas cosas pues nunca seremos felices. 

Capítulo VI: El amor a Dios

Ya sabemos que San Agustín consideraba que el pecado más grave de todos era la soberbia. No debemos despreciar ninguna cosa de este mundo, por más terrenal que ésta sea porque hasta esa misma cosa tiene la oportunidad de elevarse y ser mucho más de lo que es. 

Recordemos que este desprecio por las cosas materiales viene dada por Platón en su teoría de la alegoría de la caverna; esta idea abraza las cosas inteligibles y desprecia las sensibles de modo que el hombre pueda alcanzar la autosuficiencia. Sin embargo, para San Agustí, despreciar las cosas sensibles sería un acto horrible de soberbia. 

Deseo de invencibilidad 

Todos los hombres quisieran ser invencibles para vivir siempre con sus seres queridos. Para San Agustín, vivir bajo los preceptos divinos es vivir de manera inmortal, pues los preceptos son cosas divinas y todo lo divino es inmortal. ¿Cómo podría ser esto? veamos una de las cosas que dijo Cristo sobre los enemigos. 

''Pero yo os digo; amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen''
(Mateo 5:44)

Lo primero que podría decirse de esto es que no tiene ningún mérito odiar a los enemigos, cualquiera puede hacerlo sin problemas, pero es mucho más difícil (y por lo tanto más meritorio) amar a los enemigos. Además, si yo amo a mis enemigos, seré más que invencible porque nadie podrá hacerme daño si considero que todos son ''amigos''. 

Amor al prójimo 

Nadie es autosuficiente a los ojos de Dios y es por eso que el hombre necesita a su prójimo, no sólo en momentos de dificultad sino que en todo momento. El hombre usa del prójimo para practica su solidaridad y generosidad, así como también practica con los enemigos la paciencia. 

Capítulo VII: El estudio de las Sargadas Escrituras

Lo primero para el estudio de las Sagradas Escrituras es tener la curiosidad necesaria. Lo otro es tener en cuenta que mucho de las Sagradas Escrituras son alegorías que pretenden aleccionarnos en el estudio de Dios. 

Muchos han abortado el estudio de las Sagradas Escrituras considerándola muy difícil de comprender, o de que cada uno entiende por sí sólo cada palabra; sin embargo, la verdad es que esto ocurre por la simple falta de curiosidad de saber la verdad porque es mucho más fácil tener una propia interpretación de las cosas más que conocer realmente la verdad. 

Eso sí, todos los hombres son capaces de acercarse a las Sagradas Escrituras y más aún podrán entenderlas porque el entendimiento procede del bien, y de acuerdo con la idea de que todo es verdadero porque existe, y todo lo que es verdadero es bueno, entonces todos podemos entender las Sagradas Escrituras. 

Capítulo VIII: Exhortación a la verdadera religión

San Agustín nos invita a abrazar una religión donde no se adore a las cosas terrenales, ni mucho menos a las cosas que son artificiales, es decir, aquellas que son creadas por el hombre. Sin embargo, tampoco se debe adorar a los hombres artífices de las cosas hechas, como tampoco a los animales ya que estos son inferiores al hombre más ignorante que exista. 

Finalmente, adoremos al Dios omnipotente que hizo que todas las cosas fueran totalmente buenas y que, aunque exista la maldad en el sentido sensorial todas estas cosas tienen la oportunidad para ser buenas. 

Conclusión

San Agustín arrasa con este tratado a todas las religiones de su tiempo, incluyendo la filosofía griega por la manos de Sócrates y Platón. Todas estas cosas son superadas una vez que se adora y se alcanza el conocimiento divino de Dios. Aquí vemos las enseñanzas clásicas de la biblia que, aparte de que nos lleve a adorar a Dios, también nos llevan a mirar al otro y quererlo a través de la misericordia o piedad. Ciertamente que todas estas enseñanzas de San Agustín son tan difíciles como seguir los preceptos platónicos de la filosofía, pues, ¿cómo podemos desligarnos de todo lo sensible cuando ya estamos tan acostumbrados? La verdad es que debemos tener mucha voluntad para superarlo.

jueves, 26 de enero de 2017

San Agustín de Hipona - El Maestro (389).

Aquí podremos ver como el santo de Hipona enseña a su pequeño hijo Adeodato las cosas referentes a la maestría. Aunque pudiera parecer en libro pedagógico, más allá de eso podríamos decir que es una exhortación a cómo enseñar a ver a Dios dentro de nuestro interior. Por otro lado, también es un importante libro que influenció el campo más significativo en la lingüística: la semiótica. la lingüística  San Agustín de Hipona espera contestar quién es el verdadero maestro y quién realmente enseña, pues una cosa es que el hombre nos enseñe quién es Cristo y otra cosa es que el mismo Cristo se nos manifieste para enseñarnos. Lo sé, parece otro trabajo de exhortación, pero la verdad es que tiene mucha filosofía en su contenido, sobre todo cuando se habla del significado y el signo. Veamos que nos trae el libro ''De magistro'.

Referencias:

(1) Contrario a lo dicho por Platón quien aseguraba que lo malo es involuntario. El acto de pensar es totalmente voluntario y en el pensamiento plotiniano el bien se hace voluntariamente. En el caso de San Agustín, el bien se hace tanto voluntariamente como involuntariamente; el mal sólo puede ser voluntario. 

EL MAESTRO


Introducción


Antes de leer este libro debemos explicar que el aporte que éste tiene a la lingüística es fundamental. Lo que discuten aquí San Agustín y su hijo Adeodato es la relación que las cosas tienen con el signo y el significado. Llamaremos ''signo'' a todo medio que nos ayude a expresar una cosa (palabras o gestos), mientras el significado (o como le dice Agustín significable) será la definición o descripción de las cosas. 


Capítulo I: Finalidad del lenguaje

Agustín le pregunta a Adeodato si hablar es lo mismo que enseñar, a lo que Adeodato responde negativamente. En efecto, el hombre puede cantar, orar y hablar sólo muchas veces por lo que eso no implica enseñar.

Sin embargo, para que alguien pudiera aprender debe escuchar la oración y la correcta acentuación de lo dicho. Ahora, claro, lo que se enseña realmente en la oración, más allá de las palabras es el significado de cada una de ellas. Es así que las palabras se convierten en signos. 

Capítulo II: Las palabras expresan el significado

En este sentido, siguiendo la lógica anterior podríamos decir que las palabras son signos. Veámoslo en el siguiente ejemplo:


''Si nihil ex tanta superis placet urbe relinqui''
(Si es del agrado de los dioses no dejar nada de tan gran ciudad)

Si aquí hay ocho palabras entonces hay ocho signos, ahora, cada palabra en sí expresa algo porque toda palabra tiene un signo:

Si: significa duda

Nihil: significa nada, pero Agustín le dice a Adeodato que la nada no puede ni siquiera significar; por lo tanto, no hay signo en esta palabra. Sin embargo, Adeodato le dice con razón que nada puede pronunciarse en vano. Si decimos ''nada'' queremos expresar justamente la carencia de la palabra, por lo tanto, la nada igual quiere decir ''algo''.

Agustín respondiendo a Adeodato dice que eso es justamente una contradicción, pues lo que es nada no puede llegar a ser algo. No obstante, ¿será posible demostrar la nada? No, por lo tanto, podríamos decir que la palabra ''nihil'' sólo es demostrable audiblemente y no gestualmente. 

Ex: en español significa ''de'' lo que quiere decir que es una especie de preposición. Aunque, según Adeodato, en latín la palabra ''ex'' también puede significar ''desde'' a lo que San Agustín no está de acuerdo porque ''desde'', sólo se puede explicar en otros contextos, lo que conduciría a otra contradicción. 

Ahora si lo pensamos en español, la palabra de puede reemplazarse por ''desde'' en los siguientes ejemplos:

El viene de Chile
El viene desde Chile

A pesar de todo esto, Agustín le dice que se siga con la investigación de las palabras aceptando que algunas palabras puedan tener dos significados. 

Capítulo III: ¿Existen cosas sin signos?

El capítulo de ahora quiere decir si es posible que las cosas se puedan representar sin signo alguno. Adeodato dice que puede ser posible que una palabra se demuestre sin ser dicha; por ejemplo, si solamente te muestro una cosa (piedra) sin decir su nombre, ya se sabrá qué es, sin necesidad de pronunciar la palabra. 

Ahora, claro, cuando recurrimos a esa demostración necesitamos que la piedra sea visible, es decir, el cuerpo debe ser visible para ser demostrado. Sin embargo, Agustín nos dice que no es necesario que la cosa sea visible para que sea demostrada, así es como hablan los sordos que pueden expresar muchas cosas sin decir palabra alguna, sólo con la gesticulación.

Por lo tanto, no es necesaria la palabra para demostrar el significado de alguna palabra, pues, si quiero decir la palabra ''levantarse'', y no pudiera hacerlo mediante las palabras, entonces lo deberé hacer a través de la mímica; y en ese caso, no estoy expresando ninguna palabra. 


Capítulo IV: Cómo los signos representan otros signos

Cuando hablamos estamos usando signos, pues toda palabra es un signo porque designa nombres. Un nombre puede demostrar otro nombre ¿cómo es así? por ejemplo, cuando tratamos de definir una palabra por medio de un sinónimo. Si esto es cierto, entonces un signo puede mostrarse por otro signo. De hecho, si lo pensamos bien, la palabra escrita es un signo, y la palabra interior es otro signo que tenemos; la palabra escrita explica la palabra en sí. 

Tipos de signos

¿Las palabras son los únicos signos que existen? hay palabras como ''gesto'' o ''letra'' que son signos y que a la vez significan algo, más lo que ellas significan no es un signo:

Signo: la palabra piedra.
Significado: material duro de elevada consistencia.

Sin embargo, los signos no sólo se representan con palabras audibles (como dijimos en el capítulo anterior), sino también con palabras escritas. ¿Por qué? porque los signos tienen dos modos de recepcionarse: el oído (palabra) y la vista (gestos). 

Signos y significables

Hay nombres que significan múltiples cosas; por ejemplo, la palabra Rómulo:

Rómulo: Roma, virtud, emperador, río etc. 

Todas estas palabras biens son signos, pero la definición de ellas no lo son, pues estas se llaman significables.

Diferencia entre palabras y nombres

Todas las cosas que se pueden pronunciar con la articulación de la boca se llaman palabras. Es así que los nombres también son palabras, pues también parten desde la articulación de la pronunciación. Por ejemplo, cuando un señor le dice a su siervo ''Quiero buenas palabras'' si bien pide palabras, para decir las palabras necesita los nombres. 

Por lo tanto, cuando decimos un nombre decimos también una palabra (verbum), así, podríamos decir sin problemas que el signo de la palabra es el nombre. 

El impacto del nombre o la significación que da este a las cosas es de suma importancia para comprender, sin embargo, hay cosas que el nombre no puede alcanzar y la palabra sí. Por ejemplo, si recordamos la cita de Adeodato (Si nihil ex tanta superis...), la palabras ''Si'' y ''ex'' no son nombres, pero sí son palabras. Por lo tanto, todos los nombres son palabras, pero no todas las palabras son nombres

Todas las cosas que significan algo llamamos signo (porque son inseparables del significable), más no todo signo es palabra. ¿Por qué? veamos las insignias militares o los logotipos de una tienda. Estos son signos pero no necesitan palabras para ser expresados. 


Capítulo V: Signos recíprocos

San Agustín se pone a examinar las palabras que tienen más de un significado; por ejemplo, la palabra latina ''coniunctio'' (que en español significa conjunción). Esta palabra significa 6 cosas al mismo tiempo:

  1. Si (condicional)
  2. O (alternativa)
  3. Pues
  4. Sino
  5. Luego
  6. Porque

Sin embargo, ninguna de estas palabras significa el cuatrisílabo ''coniunctio''. 

¿Las palabras y los nombres son lo mismo?

Habíamos afirmado en el capítulo anterior que todo nombre es una palabra, pero que no toda palabra es un nombre. Ahora San Agustín parece retractarse y demostrar otra opinión. 

Primero comienza con la etimología de la palabra pues la palabra ''palabra'' proviene del latín verbum y que a su vez ésta proviene de verberare que significa ''herir''. Nombre proviene del latín nomen que se deriva de noscere que significa a su vez ''conocer''. 

Palabra: viene de herir
Nombre: viene de conocer

De Aquí que San Agustín nos diga que la palabra ''hiere'' al oído para luego ser comprendida y retenida en la memoria. La palabra nombre que viene de ''conocer'' más que de una cosa sensible, proviene del espíritu. 

Todas las cosas se nombran y al nombrarse debemos utilizar nombres. Si todas las palabras son nombres, entonces todos los nombres son igualmente palabras. Incluso si nombramos una conjunción como ''luego'', ''pero'' o ''entonces'', las cuales dijimos que no eran palabras, tendremos que nombrarlas para que existan. Si todas las palabras las podemos preguntar de la siguiente manera:

¿Cómo se llama?

¿Qué es eso?

Todas estas preguntas implicarán usar el nombre de cada cosa que se pregunta. La acción de nombrar cosas necesita de nombres para darle una identificación a las cosas. 

Capítulo VI: Signos que significan a sí mismos

Para San Agustín, no sólo la palabra y el nombre son idénticos, sino que también lo son los vocablos. En efecto, si los vocablos pertenecen a los mismos nombres. 

El nombre en sí mismo sería un signo y además puede significarse a sí mismo en cuanto nombre. Si digo ''la casa está lejos'' cada una de estas palabras es un nombre y esto es lo que todos tienen en común.  En otras palabras, cuando se nombra una cosa se dice el nombre de aquella y por otro lado la debo nombrar, es decir, la palabra ''nombre'' se entiende por sí misma como también se entiende por otras cosas ''nombre del perro''.

Así, como las palabras son signos y los signos son palabras, los signos son nombres, como los nombres son signos y finalmente, los signos significan a sí mismos, tanto con los nombres se significan a sí mismos. 

Capítulo VII: Resumen de lo anterior



Aquí resumimos todas las cosas recién aprendidas:


  • El lenguaje sirve para enseñar.
  • Las palabras son signos y los signos palabras.
  • Existen signos audibles y gestuales.
  • Un signo se demuestra por otro signo.
  • Un signo no sólo demuestra signos, sino también significables.
  • Las palabras son nombres y los nombres son palabras.
  • La única diferencia entre nombres y palabras son sus sonidos al pronunciar.

Hasta ahora esto ha sido lo que por resumen hemos visto sobre el lenguaje y sus especificaciones. 

Capítulo VIII: El juego dialéctico


Agustín le asegura a Adeodato que este ''juego de palabras'' es aún más serio y dialéctico de lo que parece. Si bien los signos pueden referir a otros signos, es también cierto que los signos y sus significables son inconfundibles, aunque a veces confundieran. Veamos la siguiente frase:


''El hombre es hombre''

Si bien puede parecer una tremenda obviedad, el primer concepto de hombre es un signo, mientras el segundo es un significable. Pa hacerlo más claro, veamos el siguiente ejemplo:

''El hombre es animal''

Aquí vemos la diferenciación más clara. La palabra ''hombre'' es sólo un nombre y por lo tanto un signo y animal se diferenciaría del signo ''hombre'' al ser éste último el significable. Por lo tanto, si se pregunta qué es un hombre, bien se podría decir que es tanto un nombre (de alguna cosa) como también decir su significable que es animal-mortal-racional. 


Capítulo IX: ¿Qué es más importante? ¿el signo o el contenido de los signos?

Por supuesto, para Agustín es mucho más importante el contenido de los signos (que en este caso sería el significable) que el signo mismo. En efecto, ninguna cosa se nombra a no ser por el significado que de ésta se tenga. 

De esta forma, podríamos decir que el lenguaje es mucho mejor que las palabras porque finalmente, las palabras son el medio de aprendizaje del lenguaje. El hombre tiene la necesidad de hablar justamente para enseñar todo lo que sabe. 

Sin embargo, Adeodato agrega una duda razonable al planteamiento de su padre. ¿Qué acaso el conocimiento de la palabra es menos importante que el conocimiento de lo que significa? Para Adeodato hay cuatro cosas en el lenguaje:
  1. Nombre
  2. Cosa
  3. Conocimiento del nombre
  4. Conocimiento de la cosa

Si la primera es superior a la segunda, ¿por qué no ha de ser la tercera mejor a la cuarta? Agustín le responde que eso traería muchos problemas, pues ¿acaso es mejor que la palabra vicio (vitium) sea conocida como palabra y no como significado? obviamente es mucho más importante el conocimiento de la cosa que su significado. Lo mismo pasaría con la palabra virtud, ¿será mejor conocerla solamente como palabra o como cosa? 

Capítulo X: ¿Es posible enseñar sin signos?

Adeodato acepta que el signo sí se puede enseñar correctamente a través de las cosas audibles, más no se puede enseñar correctamente con gestos. 

Adeodato pone como ejemplo el enseñar a través de gestos cómo caminar. La persona que quisiera enseñar esto tendría que pararse y caminar, sin embargo, ¿cómo podrá el profesor decir que exactamente ése es el correcto caminar? la persona que está aprendiendo podrá engañarse porque puede pensar que solamente es caminar lo que el profesor le dijo en ese específico momento, nada más.
Agustín comienza el análisis de la duda de Adeodato de la siguiente manera. ¿Será lo mismo enseñar que significar? En realidad, los profesores usan los signos para enseñar y no usan la enseñanza para hacer signos. Sin embargo, la enseñanza es imposible si no se realiza por signos

Si bien se ha demostrado algo importante, la duda de Adeodato aún no ha quedado respondía en cuanto al aprendizaje por gestos con la lección de caminar. El giro de lo que viene es sorprendente porque San Agustín se retracta de lo dicho anteriormente, es decir, de que ''la enseñanza es imposible si no se realiza por signos''. ¿Cómo? con el siguiente ejemplo:

  • Imaginemos que un ave ve que un cazador furtivo mata a un halcón con una escopeta. El ave apenas vea a un cazador aprenderá inmediatamente que no debe acercarse al cazador. 

¿Qué signos ocupó el ave para aprender que no debe acercarse al cazador? ninguno. De este modo, los signos no son necesarios para aprender. La experiencia puede dar sin necesidad de instrucción, el aprendizaje necesario. 

Los signos no enseñan nada por sí mismos

En efecto, en nada me sirve saber solamente el nombre de las cosas si no sé lo que significan. El conocimiento de la palabra es la que nos hace valorar después la palabra misma; por lo tanto, el significable sigue siendo aún más importante que el signo. 


Capítulo XI: La importancia de la verdad

El conocimiento de las cosas aumenta el conocimiento de las palabras. De ahí que San Agustín afirme que oyendo palabras ni palabras se aprenden. 

Ahora, para aprender hay que creer, pues si no se cree en la autoridad entonces nunca se podrá alcanzar la razón. La razón no es una cuestión independiente, y es por eso que se necesita empezar por la creencia de las cosas. Siempre se parte con que uno cree todo lo que entiende, pero no puede entender todo lo que cree. 

Si primero creemos, luego razonamos, entonces el ''último'' paso sería reconocer la verdad que existe en todo. La forma de conocerla es viendo al hombre interior que habita en cada uno de nosotros, y ese es Cristo. 


Capítulo XII: El espíritu en el lenguaje

No podemos referir el lenguaje solamente a los sentidos, pues estos no son lo único que nos hace comprender el lenguaje. La mente también juega un papel importante, sobre todo en lo significable de los signos. 

Otra cosa es cuando nos preguntan de las cosas que alguna vez hemos sentido. Es ahí cuando trabaja la memoria que trata de rescatar esas imágenes que alguna vez tuvimos impresas en nuestra mente. Ahora, si dicha persona nunca ha visto o oído alguna palabra, pero sin embargo hay algo que le dice que la conoce; entonces tenemos un caso de ''fe'' en creer que alguna vez conoció una palabra. 

En todo caso, cuando a alguien se le dice algo existen tres opciones:


  1. Ignorar que es verdadero.
  2. No ignorar que es falso.
  3. Sabe que es verdadero. 

En la primera hipótesis la persona dudará u opinara; en la segunda, la persona niega y contradice; y en la tercera, la persona confirma. Si vemos la última opción, cuando la persona afirma significa que nunca aprende

Capítulo XIII: Las palabras no manifiestan el espíritu

Sólo quien es capaz de ver su voz interior no podrá nunca equivocarse porque quien lo hace sabe de lo que habla. En cambio, quien sigue las palabras de otro no está guiándose por su voz interior, y puede caer en error. 

De ahí que las palabras no tengan ningún valor, pues nunca sabremos si la persona que dice algo guiándose por su voz interior, o por la voz de alguien más. 

Problemas del lenguaje

San Agustín nombra diversos problemas que suceden en el lenguaje:

  • Error del pensamiento y lenguaje: muchas veces el hombre dice palabras que no piensa. Esto ocurre cuando el hombre pronuncia palabras aprendidas de memoria, y que se reemplazan por otras; por ejemplo, cuando no se aprende correctamente una canción.
  • Poco discernimiento entre verdad y mentira: Debido al error anterior no se puede saber si el hombre dice la verdad o no, aunque se debe saber muy que la mentira se piensa(1).
  • Consecuencia entre lo hablado y lo pensado: Otro de los problemas planteados es que muchas personas no dicen lo que piensan a las personas que deberían escuchar. Estas personas, cuando se encuentran con las personas de las cuales tienen cierta opinión, se guardan su opinión y no se sabe si en verdad tienen algún problema con dicha persona. 

Como vemos, los problemas del lenguaje que habla San Agustín no son ''físicos'' o ''lógicos'', sino más bien, si es que podemos decirlo de esta manera, moralmente. 

Capítulo XIV: Cristo enseña dentro y el hombre advierte afuera

Es ridículo que los padres envíen a los niños al colegio para aprender la opinión del maestro. Los niños aprenden las asignaturas que el profesor imparte, y luego los niños juzgan si lo dicho es verdad una vez que ponen en práctica lo aprendido. 

El aprendizaje de los alumnos no ocurre cuando el maestro habla, sino que ocurre cuando los alumnos experimentan lo que habló el maestro. De aquí que podremos distinguir la palabra interior y la exterior en el aprendizaje:

  • Palabra exterior: la palabra del maestro
  • Palabra interior: la apropiación del contenido por parte del alumno. 

Esta palabra interior siempre ha existido y es justamente la de Cristo. La palabra exterior no es la que verdaderamente enseña, pues un mortal no puede dar algo tan divino como es el aprendizaje del alma. Sólamente Cristo, a través de nuestra voz interior (porque Cristo es el bien) puede realmente enseñarnos. 

Conclusión

La importancia de este libro es fundamental en el estudio de la comunicación o más precisamente en la semiótica. De aquí en adelante nos quedarán las palabras más destacadas de este libro ''signo'' y ''significable''. No contento con eso, gracias a San Agustín, hemos visto también los problemas del lenguaje a nivel moral, pues toda comunicación trae una consecuencia ya sea positiva o negativa en otro ser humano. Finalmente, es infaltable que todo esto se relacione con la religión Católica, al tratar de justificar el lenguaje de manera innata.