domingo, 2 de noviembre de 2025

San Isidoro de Sevilla - Etimologías (Libro IV: Sobre la medicina)

El Libro IV de las Etimologías de San Isidoro de Sevilla está dedicado a la medicina, disciplina que para el autor no solo cura el cuerpo, sino que también refleja el orden y la armonía de la creación divina. En esta sección, Isidoro recopila nociones sobre la salud, las enfermedades, el cuerpo humano, los humores y los médicos, combinando saberes de la tradición grecorromana con la visión cristiana de la naturaleza. Su objetivo es mostrar cómo el conocimiento médico contribuye al bienestar humano y cómo la observación del cuerpo ilumina, a su vez, el propósito y la sabiduría de Dios en la creación.


ETIMOLOGÍAS

LIBRO IV: ACERCA DE LA MEDICINA

1. Sobre la medicina

Define la medicina como la ciencia que protege o restaura la salud del cuerpo, entendiendo su campo de acción tanto en las enfermedades como en las heridas. San Isidoro amplía esta visión señalando que la medicina no se limita a los remedios aplicados por los médicos, sino que incluye también factores como la alimentación, la bebida, el vestido y el abrigo: todo aquello que resguarda al cuerpo frente a amenazas externas. 

Desde la perspectiva contemporánea, esta formulación anticipa ideas centrales de la medicina moderna y de la salud pública. Hoy reconocemos que la salud no se reduce a la curación de enfermedades, sino que depende de determinantes sociales, ambientales y conductuales. La alimentación adecuada, el acceso a agua segura, el abrigo, el entorno higiénico, la vivienda digna y el ejercicio son pilares reconocidos para prevenir patologías y sostener el equilibrio físico y mental. La noción actual de well-being y los modelos biopsicosociales encuentran eco en este enfoque isidoriano, al igual que el énfasis contemporáneo en la prevención, la promoción de la salud y los cuidados integrales.

Asimismo, la referencia isidoriana a la medicina como defensa ante “ataques y peligros externos” puede leerse hoy a la luz de fenómenos como las pandemias, el cambio climático, los riesgos ambientales y las enfermedades emergentes. Su idea de protección se relaciona con las políticas de vacunación, la bioseguridad, la higiene pública y la educación sanitaria.

2. Sobre su nombre

San Isidoro reflexiona sobre el origen del término medicina, relacionándolo etimológicamente con medida o moderación. Para él, el arte de curar no actúa mediante grandes cantidades o fuerzas abruptas, sino a través de intervenciones graduales y prudentes. La naturaleza —dice— se perturba con los excesos, mientras que encuentra bienestar en lo comedido. Desde esa premisa, advierte que incluso los remedios y antídotos usados en exceso pueden volverse dañinos, concluyendo que todo exceso, lejos de generar salud, conduce al peligro de perderla.

Este pasaje puede leerse hoy como una intuición temprana del principio hipocrático primum non nocere y de conceptos modernos como la dosis terapéutica y la toxicidad. La idea de que “la dosis hace al veneno”, expresada siglos después por Paracelso, ya está aquí insinuada: incluso lo que cura puede dañar si se aplica en demasía. A la vez, la apelación a la moderación conecta con nociones contemporáneas de medicina basada en evidencia y uso racional de fármacos, que buscan evitar la sobremedicación, la automedicación, el abuso de suplementos y la medicalización de problemas que requieren enfoques preventivos o sociales.

3. Sobre los inventores de la medicina

San Isidoro señala a Apolo como fundador de las artes médicas y a su hijo Esculapio como quien las perfecciona, destacando su dedicación. Tras la muerte de Esculapio —relatada como castigo divino por desafiar el orden natural al devolver la vida a los muertos— la medicina habría sido prohibida y olvidada durante siglos, hasta ser recuperada finalmente por Hipócrates, descendiente del linaje divino y figura histórica reconocida como padre de la medicina racional.

La lectura contemporánea de este fragmento revela varios aspectos significativos. Por un lado, evidencia cómo en la Antigüedad tardía la medicina se comprendía enmarcada en relatos míticos y religiosos que legitimaban su nobleza y antigüedad. La mención de Esculapio fulminado por osar curar demasiado puede interpretarse como un recordatorio simbólico de los límites del saber humano y del riesgo de transgredir límites percibidos como divinos: un eco temprano de la reflexión ética sobre el poder médico.

4. Sobre las tres escuelas médicas

San Isidoro distingue tres escuelas médicas según la tradición antigua. La primera, la metódica, atribuida a Apolo, unía fármacos con conjuros, reflejando un estadio donde el arte de curar combinaba prácticas terapéuticas con elementos rituales o mágicos. La segunda, la empírica, asociada a Esculapio, se basaba exclusivamente en la experiencia y en la observación directa de los síntomas, sin especulación causal. La tercera, la lógica o racional, representada por Hipócrates, buscaba comprender las enfermedades mediante el razonamiento y la identificación de causas, articulando observación y análisis.

Isidoro subraya las diferencias metodológicas: los empíricos confiaban solo en la experiencia; los lógicos sumaban razón a esa experiencia; los metódicos, en cambio, no consideraban ni síntomas ni circunstancias, limitándose a la constatación de la enfermedad. Aunque su descripción no coincide plenamente con la clasificación histórica moderna de las escuelas médicas helenísticas (metódica, dogmática y empírica), capta la tensión intelectual que ha marcado la medicina: ¿curar por costumbre y experiencia?, ¿por explicación racional?, ¿o mediante prácticas que trascienden lo observable?

5. Sobre los cuatro humores del cuerpo

San Isidoro describe la salud como equilibrio y la enfermedad como desbalance, vinculando cada humor a un elemento, a cualidades físicas (caliente/frío, seco/húmedo) y a tipos de enfermedades (agudas o crónicas). Afirma que la sangre da suavidad y amabilidad, la bilis genera agudeza y fuego interior, la melanconía se asocia a lo oscuro y la tristeza, y la flema al frío y a estados lentos o prolongados.

A primera vista, estas ideas parecen superadas. Sin embargo, examinadas críticamente revelan intuiciones que resuenan en la medicina contemporánea bajo otros lenguajes. La búsqueda del equilibrio interno recuerda la homeostasis, concepto central en fisiología moderna: el cuerpo mantiene rangos óptimos de temperatura, PH, glucosa, hormonas e inflamación. Cuando estos sistemas se desregulan —ya sea por exceso o carencia— surgen patologías, igual que en el modelo humoral. La distinción entre enfermedades “agudas” (oxéa) y “crónicas” (khronía) también sobrevive, aunque hoy se base en criterios biofisiológicos, no en fluidos corporales.

La asociación antigua entre estados emocionales y corporales, aunque basada en una metafísica distinta, anticipa la comprensión actual del vínculo mente-cuerpo. La medicina psicosomática, la neurociencia afectiva o la psiconeuroinmunología muestran cómo el estrés crónico, la depresión o la ansiedad modulan nuestro sistema inmunológico y metabólico. En ese sentido, la “melancolía” y la “bilis” no eran simplemente supersticiones: eran metáforas pre-científicas para observar que el estado emocional y el fisiológico se retroalimentan.

6. Sobre las dolencias agudas

San Isidoro está convencido de que el nombre revela la naturaleza del mal. Así, oxéa proviene del griego oxýs (agudo, rápido), y khronía de khrónos (tiempo), estableciendo un contraste lingüístico y clínico que, pese a su antigüedad, sigue siendo correcto: enfermedades súbitas frente a prolongadas.

Isidoro asocia fiebre y fervor (del latín fervere, hervir) para subrayar la imagen de calor interno excesivo. El frenesí lo vincula con phrénes (diafragma/órganos del pecho), pues se creía que allí residían las pasiones y alteraciones mentales. La cardiaca deriva de kardía (corazón), señalando que el dolor o angustia profunda que le acompaña proviene del centro emotivo y vital del cuerpo. De manera similar, synanché (angina) viene de syn (con) + anchéin (estrangular), capturando la sensación de ahogo. Phlegmone de phlegma (flema), asociada al frío y la supuesta acumulación en el cuerpo; pleuritis de pleurá (costado), pneumonía de pneúmon (pulmón), apoplejía de apoplēssō (golpe súbito), tétanos de teínein (tensar), e hidrofobia de hydor (agua) + phóbos (miedo), evidenciando cómo el nombre busca reproducir el síntoma dominante.

En este paisaje lingüístico, las etimologías funcionan como herramienta diagnóstica: nombrar es conocer. Aunque hoy el método científico no descansa en la etimología, muchas de sus explicaciones son sorprendentemente exactas y nos recuerdan que gran parte del vocabulario médico moderno sigue teniendo raíces griegas y latinas. La nomenclatura anatómica y clínica actual aún bebe de la intuición isidoriana: cardiología, neurología, pleuritis, hemorragia, trauma, síncope.

No obstante, otras etimologías revelan el límite del modelo. La asociación moralizante de ciertos términos (como el carbunco vinculado al fuego y al castigo, o las “locuras” como invasión interna) muestra la convivencia de observación empírica y cosmovisión religiosa. Donde él ve “corrupción del humor”, hoy vemos patógenos, inflamación, toxinas, derrames vasculares o alteraciones neurológicas.

7. Sobre las enfermedades crónicas

Se denomina crónica a la enfermedad que dura largo tiempo, y San Isidoro lo explica recurriendo a la raíz griega chrónos, que significa “tiempo”. Para él, el nombre expresa la esencia de estas dolencias: no se definen por la violencia del ataque, sino por la permanencia. De este modo, enfermedades como la podagra o la tisis se caracterizan no por lo súbito, sino por lo prolongado y desgastante, una intuición que aún guía la distinción moderna entre cuadros agudos y crónicos, aunque hoy basada en criterios fisiológicos más que lingüísticos.

Entre las enfermedades que nombra, la cefalea proviene de kephalé, “cabeza”, y describe el dolor que afecta esa región del cuerpo; la etimología sigue siendo precisa y útil. El escotoma, entendido como una “sombra” en la visión, revela la percepción de manchas oscuras o áreas sin vista. El vértigo, ligado a la idea de girar, expresa con exactitud la sensación de movimiento rotatorio que el paciente experimenta. La epilepsia, derivada de epilambanein, “asir” o “apoderarse”, muestra la concepción antigua de la crisis como una fuerza que toma al cuerpo; aunque hoy se entiende como una descarga eléctrica cerebral, el nombre conserva ese trasfondo de sacudida y pérdida de control. Bajo la misma lógica, caduca describe al que cae, representando fielmente la pérdida súbita de conciencia y tono muscular.

Isidoro continúa con manía, término que asocia a exaltación y furia, idea que aún persiste en el lenguaje psiquiátrico cuando hablamos de episodios maníacos, aunque hoy con un significado clínico mucho más delimitado. Melancolía proviene de melas (negro) y cholé (bilis), atribuyendo la tristeza profunda a la bilis negra; aunque la teoría humoral ha sido superada, el término sobrevivió y fue adoptado en la psicología moderna antes de que “depresión” se impusiera. Tifos, asociado a confusión y fiebre, aparece ligado a estados febriles intensos; la palabra subsiste en nombres como “tifus”. Catarrho, “fluir hacia abajo”, refiere al goteo de mucosidad y sigue vivo en nuestro “catarro”. Del mismo modo, pleuritis, de pleurá, costado, nombra la inflamación de la pleura, estructura que aún recibe ese nombre. Coriza describe el flujo nasal, asma remite al jadeo y dificultad respiratoria, y ronquera señala la pérdida de voz.

Otras etimologías revelan observación clínica refinada. Hemoptisis, “sangre escupida”, define con exactitud el síntoma; tisis, consunción del cuerpo, se asocia históricamente a la tuberculosis; empiema, “pus dentro”, identifica una colección purulenta; hígado se vincula con hepar, raíz que pervive en hepático y hepatitis. También menciona hidropesía, acumulación de líquidos (hydor, agua), y pústula, elevación cutánea llena de pus. Parálisis, “aflojamiento”, expresa la pérdida de movimiento; cálculo, “piedrecilla”, describe formaciones duras en riñones o vesícula; stranguria remite a la dificultad urinaria; satiriasis evoca el exceso sexual atribuido a los sátiros; diarrea significa “fluir a través”, y disentería, “mal del intestino”; cólico, del kólon, indica dolor intestinal. Incluso haima, sangre, aparece como raíz de nuestro lenguaje hematológico.

9. Sobre los remedios y las medicinas

San Isidoro se detiene ahora en los remedios y medicinas, y nuevamente emplea la etimología como vía para comprender su naturaleza y su uso. Parte legitimando los medicamentos con ejemplos bíblicos, recordando que incluso el apóstol Pablo recomienda vino a Timoteo como medicina, lo que refuerza la idea de que los remedios no contradicen la fe sino que acompañan la providencia divina. Luego distingue tres procedimientos terapéuticos: la farmacia, del griego pharmakeía, entendida como la curación mediante medicamentos; la cirugía, que define como operación manual (cheír, mano), donde el contacto físico y el instrumental son necesarios; y la dieta, de diaita, régimen u orden de vida, que implica observación del sistema y regulación de hábitos. Estas tres vías —dietetica, farmacéutica y quirúrgica— resumen para él los caminos del arte de curar, y sorprende su continuidad conceptual en la medicina moderna.

Explica después que la farmacia cura con fármacos, la cirugía con instrumentos y la dieta con el buen orden del vivir. Añade la idea antigua de que los remedios se basan en contrarios: lo frío cura lo caliente y viceversa, principio hipocrático que luego influirá en Galeno. De allí deriva la noción contraria contrariis curantur, que Isidoro presenta como tradición consolidada. También menciona el término hierá, que asocia a “divino”, para aludir a ciertos preparados medicinales reputados sagrados por su eficacia. Su mención de arteriaca alude a un medicamento para garganta y arterias, mientras triaca (triaca) es el antídoto universal contra venenos, palabra relacionada con la idea de “remedio triple” o mezcla compuesta, célebre en la Antigüedad.

Isidoro continúa con una serie de ejemplos donde explica cada medicina por su nombre. Llama catarsis a los purgantes por limpiar el cuerpo; catapotia, a las píldoras que se tragan; diamoron, remedio hecho con moras; diacodio, preparado con adormidera; diaspermation, compuesto a base de semillas. El electuario se toma por vía oral; el trocisco, pastilla que se disuelve; el colirio, para limpiar los ojos; el epítima, aplicación tópica; el emplasto, lo que se implanta o fija sobre la piel; y la malagma, maceración suavizante. Enema, del griego ennaein, “introducir”, se refiere a los lavativos; el pesario se introduce en cavidades corporales; la cataplasma designa una preparación blanda aplicada sobre la piel. Cada término, más que rotular, explica el modo de administración o la acción del remedio.

Isidoro señala además que los médicos deben conocer los días críticos, días en que se juzga la evolución de la enfermedad, eco de la teoría hipocrática sobre momentos decisivos en el curso de los padecimientos. Curiosamente, menciona la medicina de los centauros, atribuyéndola a Quirón, maestro de Asclepio, lo que refleja cómo los mitos servían para legitimar conocimientos curativos. Incluso el término cheirourgos —cirujano, “el que trabaja con las manos”— permanece vivo en cirugía.

10. Sobre los libros de medicina

El aforismo, dice, es una frase breve que condensa el sentido completo de un tema. El término proviene de aphorismós, que alude a la “delimitación” o “definición” de un pensamiento. En este caso, el nombre no solo describe la concisión del formato, sino también su función pedagógica: enseñar al médico, en pocas palabras, principios esenciales para el diagnóstico o el tratamiento. La tradición hipocrática confirma esta visión, pues los Aforismos de Hipócrates constituyeron un manual de sentencias médicas claras y memorables.

El pronóstico, por su parte, proviene de praenosco, “conocer de antemano”. Isidoro subraya que el buen médico debe saber leer el pasado y observar el presente para anticipar el curso de la enfermedad. Con esta etimología, no solo define el término, sino que revela el ideal clínico heredado del mundo antiguo: el médico como aquel que posee discernimiento temporal, capaz de prever las crisis y desenlaces. La palabra conserva hoy ese mismo sentido en medicina, donde pronosticar implica estimar la evolución y desenlace probable de un cuadro clínico.

Luego menciona la dinamidia, palabra que deriva de dynamis, “fuerza” o “virtud”. Se refiere al poder de las hierbas y sus propiedades. Este término expresa la convicción de que en las plantas reside una fuerza natural, y que conocerla equivale a conocer el remedio. Los textos que reúnen estas virtudes se llaman dinamidia, anticipando lo que en la tradición posterior será la farmacopea o los tratados de materia médica. La etimología revela un mundo en que la naturaleza es vista como depósito de energías curativas que el saber médico debe catalogar y aplicar.

El recorrido concluye con el botánico o herbario, libro donde se registran y describen las plantas. Isidoro señala que su función es catalogarlas, y el término herbario —relacionado con herba, “hierba”— conserva aún ese sentido. En estas breves líneas vuelve a aparecer la idea fundamental de su proyecto: el lenguaje ordena el conocimiento. Clasificar los libros médicos y nombrar sus géneros es, para San Isidoro, ordenar el acceso al saber terapéutico. Así como el cuerpo se explica a través de sus nombres, también los textos que lo estudian encuentran su naturaleza en la raíz etimológica que los designa.

11. Sobre los instrumentos médicos

San Isidoro aborda ahora los instrumentos médicos y, fiel a su método, vuelve a explicar cada uno por su nombre. La lanceta recibe el nombre de enchiridion porque se toma “en la mano” (en cheiri), destacando su manipulación directa y la idea de instrumento pequeño y portátil. El flebótomo, bisturí para incisiones venosas, proviene de phléps (vena) y tomé (corte), y se justifica por la acción que realiza: abrir las venas para extraer sangre. También menciona el anistrum o escalpelo, y la spathomele, otro tipo de cuchilla quirúrgica, señalando que la diferenciación lingüística corresponde a variantes en forma o uso.

La ventosa, llamada por los latinos cucurbitula (“calabacita”) por su forma, se utiliza para hacer salir sangre o humor mediante succión. Isidoro la describe calentada al fuego para generar vacío y aplicada sobre la piel, detallando un procedimiento que persistió siglos en la medicina humoral. Después explica el clister o lavativa, término que proviene del griego klyzein, “lavar”, confirmando cómo el nombre indica la función purgativa.

Introduce luego la pila o mortero, que también se llama pisana porque sirve para pisar, es decir, triturar las sustancias. Al hablar de pigmenta, menciona jarabes y preparados que se majan en morteros (pilum o almirez), observando que el conjunto de instrumentos para triturar y mezclar recibe su nombre de la acción de machacar (pigmenta ligado a pigere, “aplastar”). Cita a Varrón para conectar la palabra pilumno con el acto de moler y con los pistores (panaderos), mostrando cómo los instrumentos de cocina y los médicos comparten terminología por la semejanza funcional.

El mortero, del latín mordere, “morder”, toma su nombre de la reducción de semillas a polvo, y recuerda que los egipcios empleaban morteros en prácticas funerarias, aludiendo a su uso en embalsamamiento. Por su parte, la coticula o mortero pequeño sirve para disolver colirios mediante fricción circular; Isidoro insiste en que debe ser de material duro para resistir el movimiento y no quebrarse, señalando una preocupación práctica que acompaña su explicación etimológica. 

El bisturí “corta”, la ventosa “succiona”, el mortero “tritura”, el clister “lava”. En esa lógica, la medicina aparece como arte manual y lingüístico: las manos ejecutan lo que la palabra indica.

12. Sobre perfumes y unguentos

San Isidoro se detiene ahora en los perfumes y ungüentos, y vuelve a revelar el sentido profundo de las cosas a través de la etimología. El olor —odor— proviene, dice, de aer, aire, porque el aroma se difunde en él y llega al olfato suspendido en el ambiente. El thymiama o incienso recibe su nombre del thymum, planta aromática, y Virgilio confirma esta relación evocando el tomillo. El incienso mismo —incensum— se llama así porque “se quema” al ser ofrecido en el fuego. En la misma línea, explica la tetraidos, variedad de incienso cuya forma alargada presenta cuatro colores, derivando su nombre de téttara, “cuatro”, y eidos, “forma”. La stacte, esencia de mirra, procede de stakté, “destilada” o “goteada”, señalando el proceso de extracción por presión. El mirobálano se extrae de una bellota fragante, y así lo atestigua Horacio. El óleo es aceite puro, mientras el ungüento es aceite mezclado con otras sustancias para sostener y realzar el aroma: una definición que distingue claramente la materia base de la elaboración aromática compuesta.

Hay ungüentos que llevan el nombre de su lugar de origen, como el telino, producido en la isla de Telo y recordado por Julio César. Otros toman su nombre de quien los inventó, como el amaracino, ungüento asociado al relato de Amaraco, quien al caer derramó perfumes distintos y generó accidentalmente una fragancia superior, símbolo de que la mezcla puede elevar lo simple. También existen ungüentos nombrados por la sustancia de la que proceden, como el rosáceo, de rosas, o el ciprino, de la flor cypros. Según Isidoro, los ungüentos “simples” provienen de una única sustancia y su olor coincide con su nombre, mientras los compuestos —mezclas diversas— desprenden un aroma indefinible, pues su fragancia ya no refleja un origen único sino una combinación.

13. Sobre los principios de la medicina

San Isidoro responde aquí a quienes preguntan por qué la medicina no figura entre las artes liberales, y lo hace mediante una defensa que eleva esta disciplina al rango más alto del saber antiguo. Explica que las artes liberales —gramática, retórica, dialéctica, aritmética, geometría, música y astronomía— se ocupan de materias particulares, mientras que la medicina las abarca todas. Para él, el médico debe dominar la gramática para comprender y exponer lo que estudia; la retórica, para argumentar con firmeza y convencer en casos complejos; y la dialéctica, para indagar racionalmente las causas de las enfermedades y los remedios adecuados. Asimismo, sostiene que necesita la aritmética para medir la duración y periodicidad de las fiebres, y la geometría para atender a las regiones y condiciones físicas que afectan la salud.

Sorprende su mención de la música como herramienta terapéutica, citando ejemplos bíblicos y médicos: David calmando el espíritu atormentado de Saúl, y Asclepíades tratando la locura por medio de melodías. La astronomía también tiene cabida, porque el médico debe comprender los ciclos celestes y su relación con los cambios corporales, reflejando la antigua visión cosmológica según la cual el cuerpo humano es un microcosmos influido por el macrocosmos. Esta concepción anticipa la idea medieval del vínculo entre ritmos naturales, estaciones y fisiología.

El argumento culmina en una afirmación decisiva: la medicina es “segunda filosofía”, porque ambas disciplinas abarcan al ser humano entero. La filosofía cura el alma, la medicina cura el cuerpo, y ambas requieren conocimiento profundo, observación, juicio y virtud. El pasaje muestra cómo, en la visión isidoriana, la medicina no es un oficio técnico aislado, sino una ciencia total apoyada en el lenguaje, el razonamiento, la medida y la armonía del cosmos. Desde la modernidad esto suena amplio y simbólico, pero revela una intuición vigente: la práctica médica exige cultura, claridad en el lenguaje, razonamiento crítico, atención a ritmos biológicos, e incluso sensibilidad hacia el efecto de lo sensorial —como la música— sobre el ánimo y la salud. En esta síntesis luminosa, Isidoro sitúa la medicina en el cruce entre ciencia y humanismo, recordando que curar implica comprender no solo el cuerpo, sino al ser humano completo.

Conclusión

En estos pasajes del Libro IV de las Etimologías, San Isidoro presenta la medicina como un saber total donde la palabra revela la naturaleza de las cosas: enfermedades, instrumentos, remedios y ungüentos se explican a través de su nombre, porque comprender el lenguaje es comprender el cuerpo. Aunque hoy la ciencia ha superado las teorías humorales y los simbolismos antiguos, permanece vigente la intuición central: curar exige cultura, razón, observación y sensibilidad. La medicina aparece así como “segunda filosofía”, un arte que abarca al ser humano entero y recuerda que, antes de la técnica, el conocimiento comenzó nombrando, interpretando y vinculando cuerpo, mundo y lenguaje.

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