Sexto Empírico fue un filósofo y médico griego del siglo II d. C., considerado el último gran representante del escepticismo antiguo. Perteneciente a la corriente pirrónica, su obra busca suspender el juicio sobre toda afirmación dogmática para alcanzar la ataraxia o tranquilidad del alma. En sus escritos principales, Esbozos pirrónicos y Contra los matemáticos, Sexto examina críticamente las pretensiones de verdad de las distintas escuelas filosóficas y de las ciencias de su tiempo, mostrando que para cada argumento existe otro igualmente convincente en sentido contrario. Su pensamiento influyó profundamente en el escepticismo moderno, especialmente en Montaigne y Descartes, al situar la duda como un camino hacia el conocimiento y la libertad intelectual.
SEXTO EMPÍRICO
Vida y obra
Orígenes
No se conserva información fiable sobre la ascendencia ni la familia de Sexto Empírico. De hecho, los datos biográficos sobre él son muy escasos.
Ahora bien, algo podemos saber por su nombre. “Sextus” era un nombre común en el mundo romano, usado frecuentemente como prenombre por ciudadanos o residentes del Imperio, sin indicar necesariamente un linaje noble. Sin embargo, el elemento “Empiricus” no corresponde a un apellido o cognomen familiar, sino que designa su adscripción a la escuela médica empírica (Ἐμπειρικοί). Por lo tanto, más que un nombre completo en sentido civil, “Sextus Empiricus” debe entenderse como una descripción funcional: “Sexto, el médico empírico”. Esta práctica era habitual en la Antigüedad, cuando los filósofos y médicos eran designados según la escuela o doctrina a la que pertenecían —como ocurre con Diógenes el Cínico o Aristóteles el Peripatético—.
En cuanto a su origen geográfico y cultural, las fuentes antiguas no son explícitas, pero su formación y lenguaje indican un ambiente griego helenístico, probablemente oriental. Algunos eruditos lo sitúan en Alejandría, dado su dominio de la tradición médica y filosófica, y la importancia de esa ciudad como centro intelectual del mundo grecorromano en el siglo II d.C. Otros sostienen que habría ejercido en Roma, donde la medicina empírica tenía gran prestigio entre los médicos griegos que atendían a la élite romana. También se ha propuesto Asia Menor —especialmente Esmirna o Pérgamo— como cuna probable, debido a la presencia de escuelas médicas afines y al uso del griego en sus textos.
Sexto Empírico habría nacido, según la mayoría de los estudios modernos, hacia mediados del siglo II d.C., en pleno Imperio Romano, en un momento de intensa actividad intelectual y científica en el Mediterráneo helenístico. No existen testimonios directos sobre su lugar de nacimiento, pero el contexto cultural permite ubicarlo dentro de la tradición griega de las ciudades orientales del Imperio, como Alejandría, Esmirna o Pérgamo, donde florecían tanto la medicina como la filosofía escéptica. Estas ciudades eran auténticos centros de saber, donde convivían médicos, astrónomos, gramáticos y filósofos, y donde las bibliotecas y academias mantenían viva la herencia de Aristóteles, Hipócrates y los escépticos pirrónicos.
Contexto
El siglo II d.C. fue una época marcada por la pax romana, es decir, un largo período de estabilidad política y prosperidad bajo emperadores como Antonino Pío y Marco Aurelio. Esta paz permitió la expansión de la cultura griega dentro del Imperio, en lo que se conoce como la Segunda Sofística, un movimiento de renovación del arte retórico y filosófico. En ese marco, la medicina se había convertido en una profesión prestigiosa, especialmente entre los griegos que trabajaban en Roma o en las provincias orientales, donde las escuelas médicas —dogmática, metódica y empírica— competían entre sí por la autoridad intelectual y práctica.
El escepticismo pirrónico, al cual perteneció Sexto, también vivía un renacimiento durante esta época. Tras siglos de predominio del estoicismo, la filosofía escéptica reapareció como una forma de resistencia intelectual frente a los sistemas dogmáticos. En este ambiente de debate, Sexto Empírico desarrolló su pensamiento, combinando su práctica médica con una profunda reflexión filosófica sobre los límites del conocimiento. Su figura pertenece, por tanto, a una etapa en que la filosofía se mezclaba con la ciencia y la experiencia, y en la que los sabios griegos servían como puentes entre la tradición helénica y el racionalismo romano.
Estudios
Como dijimos, Sexto fue un médico formado en la escuela empírica (ἐμπειρικοί), una de las tres grandes corrientes médicas de la Antigüedad junto con la dogmática y la metódica. La escuela empírica sostenía que la medicina debía fundarse exclusivamente en la observación de los hechos, en la experiencia acumulada y en la analogía con casos anteriores, rechazando toda especulación teórica sobre las causas ocultas de las enfermedades.
En segundo lugar, fue un filósofo pirrónico, es decir, seguidor del escepticismo de Pirrón de Elis. Su formación filosófica debió incluir el estudio de los tres grandes sistemas helenísticos —estoicismo, epicureísmo y escepticismo—, ya que sus escritos muestran un conocimiento profundo de sus argumentos y doctrinas. Sexto se formó en la dialéctica, la lógica y la teoría del conocimiento, no para construir un sistema propio, sino para mostrar las contradicciones internas de los dogmatismos filosóficos. En sus obras, como Esbozos pirrónicos y Contra los profesores (Adversus mathematicos), demuestra un manejo erudito de la literatura filosófica y científica de su tiempo, lo que revela una educación muy completa en las artes liberales, propias de un intelectual del siglo II d.C.
Su formación, en suma, lo convirtió en un hombre de ciencia y de razón crítica. Como médico, confiaba en la experiencia empírica; como filósofo, desconfiaba de las certezas absolutas. Esta doble vertiente educativa —la observación médica y la duda filosófica— le permitió desarrollar un pensamiento que combina la precisión del clínico con la cautela del escéptico. Su educación, más que una lista de disciplinas, fue un camino de búsqueda constante, guiado por la idea de que el verdadero saber consiste en saber que no se sabe.
Muerte
No se conoce con certeza cuándo ni dónde murió Sexto Empírico, y las fuentes antiguas son completamente silenciosas sobre este punto. Los estudios modernos sólo pueden ofrecer hipótesis basadas en deducciones indirectas. Se sabe que vivió probablemente entre fines del siglo II y comienzos del siglo III d.C., época en la que ejercía como médico y filósofo escéptico, tal vez en Alejandría o Roma, los dos principales centros culturales donde se formaban y enseñaban los médicos griegos del Imperio Romano. Sin embargo, ninguna fuente menciona las circunstancias de su muerte, ni edad, ni discípulos directos que hayan dejado testimonio. Esta ausencia de datos se explica por el carácter discreto de su vida: Sexto no fue un político ni un maestro de escuela pública, sino un pensador que escribió tratados técnicos de medicina y filosofía, sin dejar rastro personal fuera de sus textos. De ahí que su figura haya llegado a nosotros envuelta en un cierto silencio biográfico: un escéptico cuya existencia se conoce solo por sus obras, y cuya muerte, como su pensamiento, quedó suspendida en la incertidumbre.
Pensamiento
El pensamiento de Sexto Empírico es la exposición más completa del escepticismo pirrónico que conservamos. No propone una doctrina positiva sobre cómo son las cosas, sino un método de investigación que busca mostrar que, ante cualquier pretensión de verdad definitiva, pueden oponerse razones de igual fuerza (isostenia). Cuando los argumentos se equilibran, el sabio suspende el juicio (epoché) y, como efecto colateral, alcanza ataraxia (tranquilidad de ánimo). No es indiferentismo: es una práctica rigurosa de crítica que evita afirmar cómo son las cosas “en sí”.
Sexto distingue entre dogmáticos (estoicos, epicúreos, aristotélicos), que creen haber encontrado la verdad; académicos, que afirman que la verdad es inalcanzable; y escépticos pirrónicos, que no afirman ni niegan de modo definitivo, sino que siguen investigando. Su lema práctico es el ou mallon (“no más esto que aquello”): ante tesis contrapuestas, no hay motivo concluyente para preferir una sobre la otra. Esta “terapia” del dogmatismo no destruye la vida práctica, sino que la libera de angustias metafísicas.
Para mostrar la fragilidad de nuestras pretensiones de verdad, Sexto recurre a los modos escépticos. Retoma los diez modos atribuidos a Enesidemo (diversidad de animales y humanos, de sentidos, de estados, de costumbres, de lugares, de mezclas, de cantidades y relaciones, de frecuencia/rareza, etc.) para evidenciar que lo que aparece depende de condiciones variables; y recoge los cinco modos de Agripa (discrepancia, regreso al infinito, relatividad, hipótesis gratuita, circularidad) para atacar la justificación de cualquier criterio. Con ellos socava tanto los datos de los sentidos como los fundamentos lógicos que pretenden garantizarlos.
Una parte central de su crítica es contra el “criterio de verdad”. Si el criterio se justifica con razones, éstas piden a su vez un criterio, y caemos en regreso al infinito o en petición de principio. Si se lo adopta sin prueba, es hipótesis gratuita. Sexto también cuestiona la noción de causa y la teoría de los signos: rechaza los “signos indicativos” que pretenden revelar entidades ocultas (p. ej., causas internas), y sólo admite, en la práctica, signos conmemorativos (correlaciones observadas) útiles para orientarnos sin comprometer una metafísica.
Lejos de promover paralización vital, Sexto explica cómo el escéptico vive sin dogmas siguiendo cuatro guías: las apariencias (lo que se da de hecho: hambre, frío), los impulsos naturales (búsqueda espontánea de placer, huida del dolor), las leyes y costumbres de la comunidad (convención lingüística y jurídica), y las técnicas (téchnai) como la medicina. Así armoniza su práctica médica empírica con el escepticismo: el médico actúa por experiencia y analogía sin postular causas ocultas.
En obras como los Esbozos pirrónicos y Contra los profesores (Adversus mathematicos), Sexto extiende la crítica a varias disciplinas: gramática, retórica, geometría, aritmética, astronomía/astrología y música, mostrando que ninguna ofrece fundamentos incontrovertibles. No niega su utilidad práctica; niega que sus principios estén justificados de modo infalible. Su meta no es destruir el saber, sino curarnos del afán de certeza absoluta que produce conflicto y perturbación.
Educación
Para Sexto el aprendizaje no consiste en la transmisión dogmática de verdades, sino en el ejercicio constante de la investigación (zētēsis). Educar, en su perspectiva, no es inculcar certezas, sino formar el juicio crítico mediante la exposición a diferentes argumentos de fuerza equivalente. El educando debe aprender a suspender el juicio (epoché) cuando los razonamientos se equilibran, evitando caer en la precipitación de afirmar lo incierto. Esta actitud no genera pasividad, sino prudencia intelectual, que conduce a la serenidad (ataraxia).
En segundo lugar, su pensamiento implica que la educación debe fundarse en la experiencia directa (empeiría), no en teorías abstractas. Así como el médico empírico aprende observando casos, el discípulo filosófico aprende a través de la práctica del razonamiento y la confrontación de opiniones. Por eso, su método es dialógico y comparativo: se aprende contrastando perspectivas, más que siguiendo una autoridad. En este sentido, la enseñanza escéptica es una formación en la libertad del pensamiento, porque enseña a vivir sin depender del dogma ni de la opinión dominante.
Finalmente, la educación según Sexto Empírico debe tener un fin ético y terapéutico: liberar al alma de la perturbación que causan las falsas creencias. Así como la medicina cura el cuerpo, la filosofía escéptica cura el espíritu de la arrogancia intelectual y de la angustia ante lo desconocido. El maestro no transmite doctrina, sino que guía hacia la tranquilidad a través de la duda metódica. En este sentido, la educación es un camino hacia la sabiduría práctica, no hacia el conocimiento absoluto.
Contra estoicos
La crítica de Sexto Empírico a los estoicos es una de las más profundas y sistemáticas de toda la filosofía antigua. En sus obras, especialmente en Adversus Mathematicos y Esbozos pirrónicos, Sexto dedica extensos pasajes a refutar los fundamentos del estoicismo, al que considera la expresión más clara del dogmatismo filosófico: la pretensión de conocer la verdad con certeza. Su ataque no es personal ni moral, sino metodológico: busca mostrar que las afirmaciones estoicas, pese a su rigor lógico, no pueden sostenerse racionalmente sin caer en contradicción o en presupuestos indemostrables.
En primer lugar, Sexto critica la teoría del conocimiento estoica. Los estoicos sostenían que el alma recibe “representaciones comprensivas” (kataleptiké phantasía), percepciones tan claras y distintas que aseguran la verdad del objeto percibido. Sexto responde que ninguna impresión sensorial garantiza su veracidad, porque los sentidos engañan y las apariencias varían según las circunstancias. Dos percepciones contrarias —por ejemplo, la de quien sueña y la de quien vela— pueden parecer igualmente convincentes, de modo que no existe un criterio seguro para distinguir lo verdadero de lo falso. Por tanto, la supuesta “representación comprensiva” no es más que una creencia subjetiva, no una evidencia objetiva.
En segundo lugar, critica su concepto de razón universal (logos). Los estoicos afirmaban que el cosmos está ordenado racionalmente y que la virtud consiste en vivir conforme a la naturaleza. Sexto, fiel a su escepticismo, responde que esta idea es una suposición indemostrable: no hay modo de probar que el universo obedece a un plan racional, ni que lo que llamamos “naturaleza” tenga una finalidad moral. La idea de logos cósmico no es una verdad empírica, sino una hipótesis metafísica, incompatible con el método escéptico que se basa en la observación y la suspensión del juicio.
Otro punto esencial de su crítica es el ataque a la ética estoica. Los estoicos enseñaban que el sabio debía alcanzar la apatheia, o ausencia total de pasiones, mediante la razón. Sexto considera este ideal psicológicamente imposible y filosóficamente confuso: suprimir las pasiones equivale a negar la naturaleza humana, y pretender vivir guiado solo por la razón es tan dogmático como creer en una verdad absoluta. Frente a la apatheia, el escéptico aspira a la ataraxia, la tranquilidad que surge no de dominar las pasiones, sino de no perturbarse por las disputas dogmáticas.
Por último, Sexto refuta el determinismo estoico, que afirmaba que todo ocurre según el destino (heimarméne). Si todo está determinado, dice Sexto, no hay lugar para la responsabilidad moral ni para la deliberación racional; si no lo está, entonces la noción de destino carece de sentido. Además, el propio intento de probar el destino parte de premisas que no pueden verificarse empíricamente.
Contra epicúreos
Aunque Sexto reconoce que el epicureísmo es una doctrina práctica orientada a la felicidad, considera que sus fundamentos teóricos —especialmente su física atomista, su teoría del conocimiento y su ética del placer— carecen de justificación racional suficiente y se apoyan en simples conjeturas.
En primer lugar, Sexto rechaza la teoría del conocimiento de Epicuro. Los epicúreos afirmaban que todo conocimiento deriva de las sensaciones y que éstas son siempre verdaderas, puesto que proceden directamente de los “átomos” que emanan de los cuerpos. Según Sexto, esta tesis es contradictoria, porque las sensaciones se contradicen entre sí: un mismo objeto puede parecer dulce a una persona y amargo a otra, grande a quien está cerca y pequeño a quien está lejos. Si todas las sensaciones son verdaderas, se sigue que lo verdadero puede ser contradictorio, lo cual destruye toda posibilidad de conocimiento fiable. El escéptico, por tanto, suspende el juicio, pues no puede determinar cuál de las apariencias es más verdadera.
En segundo lugar, Sexto dirige su crítica contra la física atomista. Epicuro enseñaba que el universo está compuesto de átomos y vacío, moviéndose eternamente en el espacio. Para Sexto, esta teoría no es producto de la observación, sino una hipótesis arbitraria: nadie ha visto jamás los átomos ni el vacío, por lo que afirmar su existencia es un acto de fe filosófica. Además, la idea del “desvío” o clinamen —el leve desvío de los átomos para permitir el libre albedrío— es, para el escéptico, un intento de salvar el sistema mediante una suposición indemostrable, y por tanto, un ejemplo típico de dogmatismo.
En el plano ético, Sexto también discrepa de los epicúreos. Estos sostenían que el placer es el fin natural de la vida y que la felicidad consiste en la ausencia de dolor (aponía) y de perturbación (ataraxía). Sexto acepta que la serenidad es un bien, pero objeta que no puede derivarse de una teoría que afirma conocer la naturaleza última del bien y del mal. Para el escéptico, toda afirmación de que algo es “por naturaleza” bueno o malo presupone un conocimiento que el ser humano no posee. Así, mientras el epicureísmo busca la tranquilidad a través del placer racionalmente ordenado, el escepticismo la alcanza mediante la suspensión del juicio, es decir, renunciando a definir qué es el placer en términos absolutos.
Finalmente, Sexto critica la teología epicúrea. Aunque Epicuro reconocía la existencia de dioses, los consideraba seres indiferentes al mundo humano, lo que hacía innecesario el temor religioso. Sexto observa que esta postura es incoherente: si los dioses son indiferentes y no perceptibles, no hay motivo para afirmar su existencia, y si se afirma, ello constituye otra forma de dogmatismo metafísico.
Obras
Las obras de Sexto Empírico constituyen la fuente principal del escepticismo pirrónico antiguo y uno de los testimonios filosóficos más importantes del pensamiento helenístico. Aunque no se conserva todo lo que escribió, lo que ha llegado hasta nosotros permite reconstruir su sistema con gran detalle.
La obra más conocida es Esbozos pirrónicos (Πυρρώνειοι ὑποτυπώσεις, Pyrrhōneioi hypotypōseis), dividida en tres libros. En ella Sexto presenta de manera ordenada los principios del escepticismo pirrónico: la distinción entre dogmáticos, académicos y escépticos; el método de oposición entre los razonamientos; la suspensión del juicio (epoché); y la tranquilidad del ánimo (ataraxía) como consecuencia natural de dicha suspensión. También expone los diez modos de Enesidemo y los cinco modos de Agripa, que sirven para mostrar la imposibilidad de alcanzar una verdad firme. Esta obra es una especie de manual filosófico destinado a quienes desean comprender o practicar la actitud escéptica.
La segunda gran serie de textos se agrupa bajo el título Adversus Mathematicos (“Contra los matemáticos”), aunque el término mathematicos debe entenderse en su sentido antiguo de “sabio” o “erudito”. Consta de once libros, de los cuales los seis primeros son una refutación de las disciplinas liberales —gramática, retórica, geometría, aritmética, astronomía y música—, mientras que los cinco últimos, también conocidos como Adversus Dogmaticos (“Contra los dogmáticos”), se dirigen contra las escuelas filosóficas de su tiempo: lógicos, físicos y éticos, especialmente estoicos, epicúreos y peripatéticos. En ellos, Sexto aplica su método escéptico para mostrar que ninguna de esas disciplinas puede ofrecer conocimiento cierto ni criterio de verdad seguro.
Es posible que haya existido otra obra hoy perdida, mencionada en fuentes antiguas, titulada Sobre el alma (Περὶ ψυχῆς), así como otros escritos médicos o comentarios a los dogmáticos, pero no han llegado hasta nosotros.
Conclusión
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