lunes, 29 de julio de 2024

Francesco Petrarca - Sobre el ocio religioso (De otio religioso) (1356)

Escrita al mismo tiempo que De Vita Solitaria, esta obra nos brinda una enseñanza semejante con respecto al ocio y la soledad. El concepto no parece nada nuevo para nosotros, pues otros filósofos como Séneca y Cicerón ya lo han abordado con profundidad. El descanso religioso sumado a la vida contemplativa, son los elementos que Francesco Petrarca necesita para enseñarnos la importancia del ocio y cómo este puede ser el camino que el hombre en busca de la felicidad necesita. 


SOBRE EL OCIO RELIGIOSO

Dedicación preliminar

El poeta laureado de Francisco Petrarca dirige su escrito al hermano cartujo Gerardo, destacando el valor de la vida religiosa y la satisfacción que siente en el servicio a Dios. Agradece el breve pero significativo tiempo que pasó con la comunidad, donde experimentó una profunda devoción y alegría. Aunque la brevedad de su visita le impidió expresar completamente sus pensamientos, reconoce el valor de las enseñanzas y el impacto de la vida espiritual vivida en comunidad.

Petrarca compara su experiencia con la de Jacob, quien sirvió muchos años para obtener a su amada, subrayando que el servicio a Dios, a diferencia del servicio terrenal, promete una felicidad eterna. Destaca que servir a un buen amo divino es una bendición, ya que no se enfrenta a la envidia ni a la calumnia, sino que se experimenta apoyo y satisfacción.


LIBRO PRIMERO

El Descanso

Las aspiraciones terrenales, como la ganancia material, la fama, el placer o el favor popular, resultan ser efímeras e insatisfactorias. Aunque la disciplina aristotélica sugiere que se trabaja para descansar, esta labor a menudo resulta en más esfuerzo y ansiedad, sin llevar al verdadero descanso.

El verdadero descanso se encuentra en la invitación divina a "tomarse su tiempo" y descansar en la presencia de Dios. Este descanso es duradero y ofrece una paz eterna que supera las preocupaciones mundanas. A diferencia de las ocupaciones que son agotadoras y llenas de incertidumbre, el descanso ofrecido por Dios es accesible y proporciona una paz que no se encuentra en los esfuerzos y luchas terrenales.

La vida está llena de ocupaciones y preocupaciones, desde los marineros enfrentando peligros hasta los guerreros soportando condiciones extremas. Estos trabajos, junto con la búsqueda de riqueza, fama o poder, a menudo no llevan a una verdadera paz. La verdadera sabiduría y felicidad se hallan en el descanso prometido por Dios, un descanso simple y accesible para todos.

En lugar de perseguir objetivos efímeros, se ofrece una paz que solo requiere tomarse el tiempo para descansar en la gracia divina. No hay excusa para evitar este descanso eterno. La paz y felicidad que ofrece es más deseable y accesible que cualquier logro terrenal. El mensaje es claro: tomar tiempo para descansar en Dios proporciona una paz y felicidad duraderas que el mundo no puede ofrecer.

Por la gracia natural, la humanidad se queja del mal, como señala Agustín en "Vere religios". Los amigos de este mundo temen tanto separarse de sus placeres que consideran más arduo no trabajar que trabajar mismo. Así, aquellos que buscan satisfacer sus deseos encontrarán en la eternidad un trabajo interminable, sin descanso ni fin. Los impíos, deseando morir sin poder hacerlo, vivirán eternamente en un estado de perpetuo sufrimiento y trabajo.

En contraste, los justos experimentarán una paz y salud completas tras la vida, con la perfección y la tranquilidad que no alcanzan en la existencia temporal. Mientras que aquellos que se regocijan en la lucha y el trabajo, en lugar de en los frutos de estos, se enfrentarán a dificultades y oscuridad. Su vida estará marcada por la contienda y la incapacidad para encontrar paz, siendo atrapados en un ciclo de trabajo sin propósito.

La sabiduría y la paz solo se alcanzarán después de esta vida, cuando el conocimiento y la verdad sean plenos y el cuerpo corruptible se convierta en incorruptible. Los que aman y valoran las cosas visibles y terrenales en lugar de lo espiritual, terminarán siendo alejados de la verdadera paz y sabiduría. Este conflicto y dolor son el resultado inevitable de las malas elecciones en vida, llevándolos a la oscuridad y el tormento perpetuo.

Consejos

En medio de todos los pecados que atormentan y destruyen el alma infeliz, se debe escapar no solo de los recuerdos dañinos del pasado, que reviven pasiones antiguas y extinguidas, sino también de toda memoria de méritos previos que pueden adormecer la conciencia. Más bien, se debe seguir el consejo del Apóstol y olvidarse de lo que queda atrás para avanzar hacia el premio de la llamada celestial de Dios en Cristo Jesús. Así como Antonio, el santo, vivió en constante fervor y dedicación, no calculando los méritos por el tiempo sino por el amor y el servicio, uno debe mantener presente el consejo apostólico y profético de vivir siempre como si el presente fuera el único tiempo de lucha y devoción.

La Escritura ofrece múltiples consuelos y consejos. A los ansiosos se les dice que no se preocupen por el mañana, pues Dios sabe lo que necesitan; a los lujuriosos se les recuerda que quien siembra en la carne cosecha corrupción, mientras que quien siembra en el espíritu cosecha vida eterna. Los orgullosos serán humillados, y los iracundos deben ofrecer la otra mejilla. A los discordiosos se les manda amar a los enemigos y a los supersticiosos se les advierte que el reino de Dios está dentro de ellos. Se les recuerda a los curiosos que no deben buscar lo visible, sino lo invisible, y a todos se les exhorta a no amar el mundo ni las cosas que están en él, pues todo es vanidad.

A los descontentos con la moderación se les advierte contra el deseo excesivo de riquezas, que lleva a tentaciones y perdición. Los que confían en la riqueza serán defraudados, y los que buscan el reino de Dios encontrarán el verdadero tesoro. Se les dice a los perezosos que imiten a la hormiga en la diligencia, y a los tristes que busquen la alegría y la vida en la santidad. Los que buscan la felicidad en el vino se les recuerda que este puede llevar a la ruina si se consume en exceso.

Abandonar las cosas fáciles es una señal de valentía. Sin embargo, la audacia puede ser reemplazada por temor y desesperación. Para evitar estas trampas, sometan sus almas a Cristo, llevando su yugo con devoción; es lo más dulce. La obediencia a Cristo es fundamental, incluso más que la obediencia a los reyes terrenales.

Recuerden los mandamientos y el pacto con Cristo que hicieron cuando dejaron el mundo. Mantengan la promesa y sigan la regla; eso es suficiente. La tentación suele acompañar a la virtud, y quienes se esfuerzan en cualquier tarea, ya sea corporal o espiritual, pueden fatigarse rápidamente. Protejan sus corazones de la constante tentación y eviten lo nocivo.

El peligro está en los placeres mundanos, las tentaciones carnales y los engaños demoníacos. Identifiquen y eviten lo que les ha perjudicado antes, como la ira, la lujuria, el orgullo, la acedia, la avaricia, y la envidia. Mantengan una vigilancia constante, ya que, aunque están en el campamento de Cristo, la seguridad no está garantizada sin una vigilancia continua contra los ataques del enemigo.

No confíen en la seguridad falsa; la verdadera seguridad solo se encuentra al llegar a la patria celestial. En esta vida, la seguridad absoluta no es posible. La verdadera paz y seguridad solo se alcanzan cuando se ha superado la lucha de esta vida y se ha llegado al reino eterno.

Para vencer a los enemigos, sean conscientes de sus tácticas y permanezcan vigilantes. No se dejen engañar por la aparente tranquilidad, pues puede ser una trampa. En la batalla espiritual, resistan al diablo y se acercarán a Dios. La verdadera fortaleza reside en reconocer y defender la fe en medio de las pruebas.

El amor por el dinero

La adoración del dinero, en particular de la plata y el oro, se da con una devoción que supera incluso la que se tiene por Dios mismo. Aunque estos metales no son considerados dioses, a menudo reciben un culto casi tan intenso como el que se ofrece a Dios. Sin embargo, resulta sorprendente que algunos aún esperen la llegada de un mesías o anticristo, en lugar de reconocer a Cristo como el verdadero Salvador. Cristo, quien vino en forma de hombre, ya ha cumplido las profecías, y la espera de un salvador futuro parece ignorar este cumplimiento evidente.

Los judíos, por ejemplo, aún esperan un redentor que ya ha venido y cuya llegada fue profetizada con claridad. La destrucción de Jerusalén y los eventos que se sucedieron confirman la veracidad de las profecías cumplidas. La obstinación en esperar a un futuro mesías en lugar de reconocer a Cristo revela una ceguera que sólo lleva a más sufrimiento.

No se trata solo de la ceguera de los judíos, sino también de otras creencias erróneas que persisten. La esperanza y la fe deben centrarse en Cristo, el único que puede ofrecer verdadero refugio y salvación en esta vida turbulenta. La inmensa misericordia de Dios es la única que puede superar la indignidad humana y ofrecer esperanza real, y no hay nada que esté fuera del alcance de Su poder divino.

Misterio de Dios

El divino se hizo carne y habitó entre los hombres, un misterio incomprensible incluso para los grandes pensadores como Platón y Séneca, revelado únicamente a quienes la divinidad ha iluminado. La unión de la divinidad y la humanidad en una sola persona de Cristo es esencial para la salvación, sin la cual la humanidad habría permanecido siempre enferma y desolada. Esta unión es imposible sin la combinación de ambas naturalezas en Cristo, quien descendió a la tierra para soportar el sufrimiento y la muerte por nuestra salvación.

El misterio del Dios hecho hombre es tan profundo que los humanos no pueden comprenderlo sin fe, y ha llevado a la aparición de muchas herejías. Algunas niegan la divinidad de Cristo, otras su humanidad, distorsionando la verdad de la fe. La verdad ahora es tan evidente que casi ningún error puede engañar a los fieles, y los herejes no tienen éxito. Sin embargo, algunos todavía presentan objeciones, cuestionando la dureza de los mandamientos divinos y la sabiduría de los designios de Dios, argumentando que si Dios quisiera salvar al hombre, le daría más fuerza o mandaría cosas más fáciles.

Contra tales objeciones, se debe clamar a Dios con fervor, pidiendo que libere nuestras almas de la maldad y nos guíe con su sabiduría. La fe debe ser firme frente a los ataques del enemigo, que usa palabras y argumentos engañosos para desviar a los fieles de la verdad. Es vital mantener una vida de oración y contemplación, resistiendo las tentaciones y buscando la guía divina para mantenerse en el camino de la verdad. En medio de las dificultades y las dudas, se debe recordar que el yugo del Señor es ligero y sus cargas son suaves, y que la verdadera libertad se encuentra en servir a Dios con devoción sincera.

La búsqueda de pruebas sensoriales o milagrosas para validar la fe es errónea y peligrosa. La verdadera fe se basa en la autoridad divina y en el testimonio de los apóstoles y mártires, no en la observación de milagros actuales. La insistencia en buscar signos visibles como evidencia de la fe refleja incredulidad y una curiosidad perniciosa, más que devoción genuina. La fe debe descansar en la revelación divina y no en la experiencia sensorial; si la fe solo se basara en lo visible, se perdería el verdadero sentido de la creencia. Es suficiente con aceptar el testimonio de los santos y la Escritura, sin necesidad de buscar señales adicionales o milagros actuales, que solo demuestran una falta de confianza en la revelación ya dada.


SEGUNDO LIBRO

Sentido de la vida

En la búsqueda de lo que realmente perdura, se ha luchado bajo la guía de Cristo contra los ataques del enemigo más grande. Ahora queda erradicar al resto de las ilusiones terrenales, cuyo atractivo externo es engañoso y cuya verdadera naturaleza es dura y corrupta. La vida mundana es efímera y engañosa, prometiendo mucho pero entregando nada sustancial. Los placeres temporales y las ambiciones vanas llevan a una existencia vacía, y toda la riqueza acumulada y el poder ostentoso finalmente se desvanecen en la nada.

En esta reflexión, se observa cómo la acumulación de riquezas y la gloria mundana no ofrecen verdadera estabilidad ni satisfacción. El sabio Salomón también concluyó que todo es vanidad y aflicción del espíritu, ya que el esfuerzo y el trabajo en el mundo no llevan a un destino duradero. La incertidumbre sobre el futuro de los herederos y la fugacidad de los bienes materiales reflejan la inestabilidad inherente de las cosas terrenales.

El sentido de la vida, pues, no puede hallarse en el acopio de riquezas o en la fama efímera. Los antiguos reyes y emperadores, con sus glorias y poder, no lograron evitar el destino de la muerte y el olvido. Las ciudades y sus monumentos, aunque puedan parecer permanentes, también están sujetas a la erosión del tiempo y al cambio constante.

Se invita a los religiosos y a los que buscan la verdad a concentrarse en la vida espiritual y a despreciar las apariencias mundanas. La verdadera gloria y la satisfacción duradera se encuentran en Cristo, y no en las pompas y riquezas del mundo que, al final, son meros espejismos. La vida es breve y llena de transitoriedad; por lo tanto, es sabio centrarse en lo eterno y dejar atrás lo que es vano y efímero.

Evitar las tentaciones

No se debe ofrecer humor en tiempos de sufrimiento, especialmente cuando el mundo está lleno de sufrimiento y penurias. ¿Qué reveló sobre sus sentimientos y temores el que ya no está dispuesto a soportar el dolor? Si la vida de los líderes es así, ¿cómo podemos esperar que sea la de aquellos a quienes ni siquiera se les promete un descanso diario? Sin embargo, las personas prefieren distraerse con fantasías agradables en lugar de enfrentar la amarga realidad. Aunque envejecen en medio de las tribulaciones, siguen esperando la felicidad de una vida que ya consideran perdida. Prefieren esperar lo imposible a enfrentar con fortaleza y prudencia lo que es posible. Muchos se engañan a sí mismos, persiguiendo ilusiones en lugar de enfrentar la verdad dolorosa, y sólo se alejan de estas ilusiones con lágrimas y forzados por la realidad.

Cicerón lo expresó claramente en su obra Tusculanas: “Cada uno espera fortuna para sí mismo”. Es aún más peligroso ignorar la muerte, pues no somos inducidos por la naturaleza ni por numerosos ejemplos a pensar en ella. No se trata de olvidar nuestra mortalidad, sino de evitar ver al enemigo que se acerca. Es preferible enfrentarlo que esperar pasivamente. Todos conocen la fragilidad humana, excepto quienes la niegan: la muerte está siempre a la vista, pero nos engañamos pensando que tenemos tiempo. La brevedad de la vida y la incertidumbre de la muerte están siempre presentes. Por tanto, quienes no piensan en la muerte mientras pueden, pronto se verán forzados a pensar en ella inútilmente, y la verdadera solución es recurrir a Dios, como lo expresa el Apóstol en su lamento: “¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?” La respuesta es la gracia de Dios, quien puede salvarnos del tormento eterno.

En el combate contra el cuerpo y la carne, debemos pedir la asistencia divina para no caer. La sabiduría de Dios es la única ayuda segura en esta lucha, y sólo mediante ella seremos fortalecidos y liberados. La sabiduría divina, como se dice en el libro de la Sabiduría, es un don que guía y protege nuestras acciones. Los hombres, por sí mismos, son incapaces de mantenerse firmes en esta batalla. La sabiduría nos guía, nos conserva y nos conduce a la victoria sobre la corrupción y la debilidad del cuerpo.

Así, al enfrentar la vida y sus tentaciones, es necesario recordar las advertencias del Apóstol y el consejo de los filósofos. En lugar de ceder a las tentaciones de la carne, se debe buscar la santidad y la vida eterna. Cato, en su discurso a los soldados, decía que las acciones virtuosas, aunque difíciles, ofrecen recompensas duraderas, mientras que los placeres fugaces traen arrepentimiento. Por lo tanto, al optar entre la virtud y el pecado, uno debe elegir siempre el camino que lleva a la vida eterna. En esta batalla entre el cuerpo y el espíritu, sólo la ayuda divina puede asegurar la victoria.

En la misma línea, Petrarca explica cómo la veneración de figuras humanas como dioses en la antigüedad surgió a partir de la costumbre de honrar a los muertos y perpetuar su memoria. Inicialmente, los grandes hombres y reyes fueron elevados al estatus divino, un proceso que comenzó con estatuas y rituales y evolucionó hasta convertirse en religiones formales. Autores como Cicerón y Lactancio explican que esta práctica se basaba en la fama y la admiración más que en la realidad de la divinidad. Los poetas y artistas también contribuyeron a esta mitificación, transformando a figuras históricas en deidades a través de la representación artística y la literatura. El mensaje central es que la verdadera virtud y felicidad no se logran a través de la veneración de ídolos, sino mediante el conocimiento y la sabiduría.

Reflexiones sobre Dios

Si alguna vez los hombres reflexionan sobre su vida y su curso, creo que entenderán que se acuerdan de cosas más aparentes que verdaderas. Nuestro Maestro Cristo nos mostró que el camino de las miserias humanas conduce a la felicidad en otro lugar. No me dedico a enumerar las penas de los mortales, que ojalá no nos fueran tan familiares; sin embargo, Cicerón las describió lo mejor que pudo en su "Consolación", y después de él, Agustín con mayor detalle en el último libro de "La Ciudad de Dios".

Voy a tocar un punto breve, pero efectivo para probar lo que se propone. Apuleyo, en su libro "Sobre el dios de Sócrates", escribió acerca de nuestra vida miserable y calamitosa: “Los hombres”, dice, “con razón y elocuencia, con almas inmortales y cuerpos mortales, con mentes inquietas y cuerpos sujetos a la bestialidad, viven en la tierra en medio de muchas miserias y errores.” ¿Hay alguien tan amante de esta vida que lo que escuchan ahora les parezca como la de los felices? Para mí, nada está más lejos de la realidad. Es un grave error pensar que esta vida es feliz; parece haber extraído de la verdad y la naturaleza una especie de desesperación que desearía no fuera verdad, aunque sin duda lo es. Me sorprende más la audacia de aquellos que se atreven a atribuirse algo en este curso tan rápido, incierto y precipitado, donde tanto la muerte como la infelicidad siempre están presentes. 

Creen que la virtud, buscada por el esfuerzo humano, traerá la felicidad, ignorando que no queda lugar para Dios en sus conceptos, a pesar de que Aristóteles dijo: “¿Qué impide decir que alguien es feliz si posee una virtud perfecta y está bien dotado de bienes externos?” Luego, sin embargo, añadió que si decimos que algunos son felices, se refiere a los vivos, no a los muertos. Y la filosofía se convierte en un juego, a pesar de toda la agudeza y los sofismas. No hay verdadera felicidad en la vida mortal, excepto en el error o en la esperanza, y ninguna de estas es completa. Quienes discuten contra esto, si reflexionan interiormente, admitirán que la verdadera felicidad no se encuentra en los logros mundanos, sino en la gracia divina.

Augustino explica que, al morir, San Ambrosio no encontraba consuelo en sus propias virtudes, sino en la bondad del Señor. La verdadera gloria y felicidad no están en las alabanzas humanas, sino en Dios. La gloria humana no tiene valor fuera de la gracia divina y, por lo tanto, las personas que buscan consuelo en sus propios logros están equivocadas. Aunque Cicerón fue un hombre de aguda inteligencia, si hubiera comprendido esto, su alabanza no habría sido para él mismo sino para Dios. Así, el verdadero consuelo y esperanza se encuentran solo en la divinidad, no en los logros humanos, ya que el pecado es lo único que queda del hombre una vez que ha muerto, y la redención y la felicidad solo vienen de Dios.

Exhortación final

Muchos jóvenes son guiados hacia la avaricia y la vanidad, en lugar de encontrar en las Escrituras la verdadera sabiduría. Es una pena que la gracia divina se haya convertido en una mercancía terrenal, mientras que las Escrituras, que deberían ser nuestro verdadero guía, son despreciadas y abandonadas. Aquellos que las abrazan a menudo lo hacen buscando un beneficio personal en lugar de un amor genuino por la verdad.

A medida que uno avanza en la vida, puede comenzar a dudar y a retroceder, especialmente si se encuentra sin una guía clara. Sin embargo, al buscar orientación en los textos sagrados, como las Confesiones de San Agustín, es posible encontrar un despertar hacia un amor verdadero por la sabiduría. Este libro, llegado en el momento adecuado, ofrece una guía hacia un deseo sincero por la verdad, sustituyendo los anhelos dañinos por aspiraciones saludables.

La claridad del pensamiento, la sobriedad del estilo y la riqueza de la doctrina en los escritos de Agustín pueden atraer a quienes buscan una guía verdadera. Aunque al principio el cambio de rumbo puede ser lento, es posible avanzar más rápidamente con el tiempo, encontrando un camino más fructífero y guiado por la gracia divina.

El estudio de otros autores venerables, como Ambrosio, Jerónimo, Gregorio y Juan Crisóstomo, puede llevar a una profunda apreciación de las Escrituras, revelando aspectos que antes se habían desestimado. La necesidad de alabar y celebrar las divinas Escrituras diariamente se vuelve evidente, no para adquirir mayor elocuencia, sino para crecer en virtud y humildad.

Se debe recomendar amar, venerar y frecuentar las Escrituras, no permitiendo que se aparten de las manos ni de la mente. La autoridad de estas Escrituras, dada por el Espíritu Santo, precede a toda literatura secular, ofreciendo un fruto que es la vida eterna, en contraste con las recompensas pasajeras de otras formas de conocimiento.

Considerando la opción entre una matrona virtuosa y una cortesana adornada artificialmente, se hace evidente el valor intrínseco de las Escrituras sobre cualquier otro conocimiento. La verdadera sabiduría y belleza se encuentran en su estudio y aplicación.

Por lo tanto, al abordar la vida en el retiro y el ocio espiritual, se debe mantener la búsqueda de la verdad, evitando las distracciones del mundo y las trampas del demonio. Permanecer firme en esta búsqueda permitirá que la sabiduría de las Escrituras guíe y proteja.


Puedes escuchar esta información en el podcast:




Conclusión

El "ocio religioso" según Petrarca se presenta como un tiempo sagrado y valioso para el crecimiento espiritual y la reflexión profunda. Es un período en el que el individuo puede distanciarse de las distracciones mundanas y centrarse en la búsqueda de la verdad eterna y la perfección moral. Este enfoque no solo enriquece la vida personal, sino que también fortalece la capacidad de enfrentar las pruebas y desafíos con una perspectiva renovada y más profunda.

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