martes, 27 de junio de 2023

Martín Lutero - Lutero en la Dieta de Worms (1521)

 


Era el 17 o 18 de abril de 1521 cuando Martín Lutero se presenta en la Dieta de Worms, donde se enfrentaría a las preguntas formuladas por la comisión frente al Emperador Carlos V. Es un escrito realizado por sus amigos que describe lo que sucedió ese tenso día. Se le pidió que se retractara de todos sus escritos, pero Lutero no quiso y finalmente destacó por su defensa. Veamos los detalles


LUTERO EN LA DIETA DE WORMS

La audiencia con el emperador

Entra Martín Lutero en Worms el 16 de abril de 1521 llamado por el emperador Carlos V. Hace tres años, Lutero había publicado en Wittenberg, Sajonia, para una disputación algunas tesis contra la tiranía de Roma. Estas no fueron refutadas, pero sí destruidas y quemadas, pero el asunto empezó a escalar en un tumulto cuando el pueblo defendía al Evangelio contra los clérigos. 

De este modo, se citó a Lutero por medio del heraldo imperial, además de letras de salvoconducto extendidas para este fin por el emperador. Se hospedó en la casa de los Caballeros de Rodas donde lo atendieron muy bien. Al día siguiente, 17 de abril, fue a visitarlo Ulrico von Pappenheim, mariscal del imperio quien le mostró a Lutero una orden para presentarse ante el emperador para un audiencia. Lutero aceptó con prontitud.

Una vez frente al emperador, se le dijo que no dijese nada sin ser preguntado. En ese momento, se produjo el interrogatorio contra Lutero 


  • Juan Eck: La Majestad Imperial te ha citado aquí, Martín Lutero, por estas dos causas: primero, para que reconozcas públicamente en este lugar si son tuyos los libros divulgados hasta ahora bajo tu nombre; segundo, una vez que los hayas reconocido, si quieres que todos sean considerados tuyos o si deseas revocar algo de ellos".
  • Jerónimo Schurff (abogado de Lutero): Que se lean los títulos

Se recitaron nominalmente los libros de Lutero como por ejemplo, Comentario a los Salmos, Las Buenas Obras, El Comentario al Padre Nuestro, entre otros folletos cristianos no contenciosos. 

  • Martín Lutero: "La Majestad Imperial me propone dos preguntas: primero, si quiero que todos los libros que llevan mi nombre se consideren como míos; segundo, si tengo la intención de mantener su contenido o de revocar en efecto algo de 10 que hasta ahora he publicado. A estas dos preguntas responderé breve rectamente, según pueda: primero, no puedo dejar de incluir entre los míos los libros ya nominados, ni jamás negaré algo de ellos. En cuanto a la próxima cuestión, si mantengo por igual todo o si revoco lo que se considere dicho sin un testimonio de las Escrituras, se trata de un asunto de la fe y de la salvación de las almas y concierne a la Palabra Divina. No hay nada más sublime tanto en el cielo como en la tierra y con razón todos debemos venerarla. Por ello, seria temerario y  a la vez peligroso afirmar algo que no estuviese bien pensado. Sin meditación previa podría aseverar menos de lo que al asunto demanda, como asimismo más de lo que a la verdad corresponde. En ambos casos yo caería bajo la sentencia enunciada por Cristo, cuando dijo: 'A cualquiera que me niegue delante de los hombres, yo también le negaré delante de mi Padre que está en los cielos'. Por esta razón, ruego y suplico a Vuestra Majestad que se me conceda tiempo para reflexionar, a fin de que en la interrogación pueda contestar satisfactoriamente sin incurrir en una ofensa a la Palabra Divina y sin caer en un peligro para mi alma".

  • Juan Eck: Martín, aunque por la orden imperial hubieses podido comprender suficientemente para qué te han citado y por esta causa no mereces que se te dé más tiempo para pensar, no obstante la Majestad Imperial, por clemencia innata te concede un día para meditar, con el fin de que mañana a la misma hora comparezcas ante él bajo la condición de que no presentes tu declaración por escrito, sino que la expongas oralmente"


Luego de esto, el heraldo condujo nuevamente a Lutero a su albergue. Muchas personas lo amonestaron en el transcurso, pero llegó sano y salvo.

Al siguiente día, 18 de abril, el heraldo lo visitó nuevamente y lo llevó a la corte del emperador. Comenzaría el oficial hablando:

  • Juan Eck: la Majestad Imperial te fijó esta hora, Martín Lutero, puesto que admi­tiste públicamente que los libros ayer nombrados eran tuyos. Además, en cuanto a la cuestión de que si querías que algo de ellos fuera tenido por írrito o si aprobabas todo lo que publicaste, pediste un plazo para reflexionar que ha expirado ahora, aunque por derecho no hubie­ras debido solicitar más tiempo para pensar, puesto que con tanta anti­cipación sabías a qué habías sido citado. Además, todos están de acuerdo con que la cuestión de la fe es tan cierta que cuando se le pregunta a cualquiera en alguna oportunidad, puede dar segura y constante razón de ella y más aún a ti, tan grande y tan docto profesor de teología. ¡Adelante, entonces! Responde al requerimiento de Su Majestad, cuya benignidad notaste al pedir un plazo para meditar. ¿Quieres defender todos los libros que reconociste como tuyos o deseas retractarte de algo?

  • Martín Lutero: Serenísimo Señor Emperador, Ilustrísimos Príncipes, Clementísimos Señores: a la hora que se me fijó anoche comparezco obediente y su­plicando por la misericordia de Dios que Vuestra Serenísima Majestad y Vuestras Ilustrísimas Senorías se dignen escuchar clementes esta causa que es justa y recta tal como yo lo espero y perdonar benigna­mente si no le hubiera dado a alguien por impericia los títulos que le corresponden o si de alguna manera hubiera pecado contra las cos­tumbres y el ceremonial de la corte, puesto que no soy hombre acos­tumbrado a  ella, sino a las celdas del convento. No puedo declarar sobre mí otra cosa sino lo que hasta ahora he ensenado y escrito con simplicidad de corazón, teniendo en vista sólo la gloria de Dios y la sin­cera instrucción de los fieles cristianos.

    Serenísimo Emperador, Ilustrísimos Príncipes, Vuestra Serenísima Majestad me propuso ayer dos preguntas, a saber, si yo reconocía como míos los libros nombrados y editados bajo mi nombre y si quiero per­severar en ellos defendiéndolos o si deseo revocarlos. Di una respuesta pronta y clara a la primera y en esto persisto hasta ahora y persistiré eternamente, es decir, estos libros son míos y yo los publiqué bajo mi nombre, a no ser que hubiera sucedido en el ínterin por casualidad que alguno de mis émulos, ya sea por astucia o por sagacidad importuna, hubiese cambiado algo en ellos o sacado taimadamente una parte, puesto que plenamente no reconozco nada que no pertenezca a mí solo y no haya sido escrito por mí mismo con exclusión de toda interpretación sutil de cualquiera.

    Hay, pues, algunos en los cuales he expuesto la fe religiosa y la moral de una manera tan sencilla y evangélica que los mismos adversarios se ven compelidos a admitir que son útiles, inofensivos y claramente dignos de ser leídos por cristianos. Incluso la bula, si bien es impetuosa y cruel reconoce que algunos son inocuos, aunque los condene también con un criterio verdaderamente monstruoso. Por lo tanto, si yo empezase a revocarlos, os ruego: ¿qué haría sino condenar como único entre todos los mortales esta verdad que amigos y enemigos por igual confiesan pugnando solo frente al criterio concorde de todos?

    Otra clase de libros la componen aquellos que atacan al Papa y a los asuntos de los papistas en cuanto que sus doctrinas y sus pésimos ejemplos han devastado al mundo cristiano mediante un mal que afecta tanto al cuerpo como al espíritu. Nadie puede negarlo o disimularlo, porque la experiencia de todos y las quejas universales atestiguan que por las leyes del Papa y por doctrinas humanas las conciencias de los fieles fueron enredadas, vejadas y torturadas en la forma más horrible, mientras la increíble tiranía devoró los bienes y el patrimonio, sobre todo en esta ínclita nación alemana y aún sigue devorándolos sin cesar hasta el día de hoy por medios indignos, mientras ellos mismos por sus propios decretos (como disto 9  y 25, g. 1  y 2) advierten que las leyes y las doctrinas del Papa han de tenerse por erróneas y réprobas cuando se oponen al Evangelio y  a las sentencias de los Padres. Por consiguiente, si yo revocara también estos libros no habría hecho otra cosa que for­talecer más la tiranía y abrir ya no las ventanas, sino las puertas a tanta impiedad que robaría más amplia y más libremente de lo que se ha atrevido a hacerlo jamás hasta este momento. Y por el testimonio de esta revocación mía, el reino de su maldad muy licenciosa y del todo impune se hará completamente intolerable para el mísero vulgo y, no obstante, quedaría fortalecido y consolidado, principalmente si divul­gasen la noticia de que yo lo hice en virtud de la autoridad de Vuestra Serenísima Majestad y de todo el Imperio Romano. ¡Oh Dios mío, qué tapujo sería yo para la malignidad y tiranía!

    EI tercer género lo componen los libros que escribí contra algunas personas privadas y (como ellos dicen) distinguidas, es decir, las que se empeñaban en defender la tiranía romana y en aniquilar la piedad que yo ensenaba. Confieso que he sido más acerbo de lo que corresponde a mi estado de monje profeso. No quiero tampoco pasar por santo ni estoy disputando sobre mi vida, sino sobre la doctrina de Cristo. No es correcto tampoco que revoque estos escritos porque, debido a semejante retractación, nuevamente podría acontecer que bajo mi patrimonio rei­nasen la tiranía y la impiedad y se ensañaran contra el pueblo de Dios de una manera más violenta que nunca.

    Sin embargo, como soy hombre y no Dios, no puedo defender mis libritos con otra protección que con aquella que el mismo Señor mío Jesucristo defendió su doctrina. Cuando ante Anás lo interrogaron sobre su doctrina y un criado le dio una bofetada, dijo: "Si he hablado mal, testifica en qué está mal". Si el mismo Señor que sabía que no podía errar, no obstante, no se negó a escuchar un testimonio contra su doc­trina, ni siquiera por el siervo más vil cuánto más yo que soy una vez capaz sólo de errar, debo desear y esperar que alguien quiera dar tes­timonio contra mi doctrina. En consecuencia, Vuestra Serenísima Majestad ilustrísimas Senorías, ruego por la misericordia de Dios, que cualquiera, en fin, ya sea el más alto o el más bajo, con tal que sea capaz, de testimonio, me convenza de mis errores y los refute por medio de escrituras proféticas y evangélicas. Estaré del todo dispuesto, si me convencen, a renunciar a cualquier error y seré el primero en arrojar mis libros al fuego.

    Creo que por mis declaraciones queda patente que he considerado y examinado bastante los riesgos y peligros como asimismo las pa­siones y disensiones que se produjeron en el mundo con ocasión de mi doctrina y de los cuales me amonestaron ayer grave y fuertemente. Pero el aspecto más agradable en estos asuntos lo constituye para mí el ver que surgen pasiones y disensiones a causa de la Palabra de Dios. Es, en efecto, el camino, la oportunidad y el resultado de la Palabra Divina, como Cristo dice: "No he venido para traer paz, sino espada. He venido para poner en disensión al hombre contra su padre, etc.". Por ello, hemos de pensar cuán maravilloso y terrible es nuestro Dios en sus consejos para que aquello que aplicamos con el objeto de aplacar las pasiones no se transforme por ventura más bien en un diluvio de males intolerables, si empezamos a condenar la Palabra. Y hay que pro­curar que no resulte infeliz y desafortunado el gobierno de este adoles­cente óptimo, el Príncipe Carlos (en el cual después de Dios se cifra gran esperanza). Podría ilustrar esta afirmación con abundantes ejemplos tomados de las Escrituras: el faraón, el rey de Babilonia, los reyes de Israel se arruinaron completamente cuando trataban de pacificar y estabilizar sus reinos mediante consejos sapientísimos. Es el mismo Dios que "prende a los sabios en la astucia de ellos" y que arranca los montes antes que se den cuenta". Por tanto, es menester temer a Dios. No digo esta porque jefes tan altos necesiten de mi enseñanza y admo­nición, sino porque no debería sustraerme a la debida obediencia a mi Alemania. Y con estas palabras me encomiendo a Vuestra Majestad Serenísima y a Vuestras Señorías, rogando humildemente que no tole­réis que por los celos de mis adversari0s sin causa alguna quede abo­rrecible para vosotros. He dicho.

    Después de este discurso el orador del Imperio dijo en tono de repro­che que yo no había respondido a la pregunta y que no debía cuestionarse lo que ya anteriormente se había condenado y definido en los concilios. Por ello lo que se me pedía era una respuesta simple, no ambigua, si quería revocar o no.

    Entonces yo contesté: Como, pues, Vuestra Serenísima Majestad y Vuestras Señorías pedís una respuesta simple, la daré de un modo que no sea ni cornuda ni dentada. Si no me convencen mediante testimonios de las Escrituras o por un razonamiento evidente (puesto que no creo al Papa ni a los concilios solos, porque consta que han errado frecuentemente y contradicho a sí mismos), quedo sujeto a los pasajes de las Escrituras adu­cidos por mí y mi conciencia está cautiva de la Palabra de Dios. No puedo ni quiero retractarme de nada, puesto que no es prudente ni recto obrar contra la conciencia.

  • Juan Eck: "Martín, contestaste con más inmodestia de lo que corresponde a tu persona y además no respondiste a la pregunta propuesta. Hiciste varias distinciones entre tus libros, pero de una manera que todo ello no facilita en nada la investigación. Si te retractases de aquellos en los cuales consta buena parte de tus errares, indudablemente Su Majestad Imperial por clemencia innata no toleraría que se persiguiesen los demás que son buenos. Pero re­sucitas errares ya condenados por el concilio general de Constanza compuesto por toda la nación alemana y quieres que se te refute por las Escrituras. En eso estás delirando gravemente; ¿Qué objeto tiene suscitar una nueva discusión sobre asuntos ya condenados a través de tantos siglos por la Iglesia y el concilio?, a no ser que acaso se deba rendir cuenta a cualquiera de todo asunto. Si alguna vez se impusiera la norma de que cualquiera que contradijese a los concilios y a los pensamientos de la Iglesia debiera ser refutado por pasajes de las Escri­turas, no tendríamos nada cierto o determinado en la cristiandad. Y esta es la causa por la cual Su Majestad Imperial te exige una respuesta simple y clara, ya sea negativa o afirmativa; ¿Quieres defender todos tus libros como católicos? ¿o quieres revocar algo de ellos?"


Después de esta exposición, Lutero rogó a la Majestad Imperial que no fuera compelido a retractarse de sus escritos sin claros fundamentos.

  • Martín Lutero: ''¡Qué Dios me ayude!''

Al día siguiente, 20 de abril, el Emperador se reuniría con príncipes, duques y demás estados para dar una declaración.

  • Carlos V: "Nuestros antepasados, que eran también príncipes cristianos, fueron, no obstante, obedientes a la Iglesia Romana que ahora impugna el Doctor Martín. Y como éste se ha propuesto no ceder ni un ápice en sus errores, no podemos apartarnos con decoro del ejemplo de nuestros mayores y hemos de proteger la antigua fe y prestar ayuda a la Santa Sede. Por ello, perseguiremos a Martín y sus correligionarios con la proscripción y con otros medios cualesquiera para cerrarle el camino"


A pesar de esta declaración, Carlos V tenía en consideración el salvoconducto que le darían a Lutero, ya que fue una promesa dada desde el principio. 

El 22 de abril, Juan Eck le dijo a Lutero que se presentase ante él a la hora sexta del próximo miércoles en la residencia del arzobispo de Tréveris. 

Entre los muchos doctores que asistieron, el doctor Vehus declaró que la obra de Lutero destruía toda la institución de la Iglesia. Existía un libro en particular llamado ''La Libertad Cristiana'' que el vulgo utilizaba como liberación y desobediencia. Si bien Lutero tiene otras buenas obras como ''Justicia Triple'', debe tener cuidado porque el árbol no se conoce por la flor sino que por sus frutos. Finalmente, dijo que si Lutero no se retractaba de sus escritos, entonces los tendrían que desterrar. A esto, Martín Lutero responde:

  • Martín Lutero: "Clementísimos e ilustrísimos príncipes y señores, lo más humildemente que puedo os doy gracias por esta clementísima y benignísima voluntad a que se debe esta admonición. Reconozco, pues, que soy un pobre hombre demasiado vil para ser amonestado por tan grandes príncipes. No he criticado todos los con­cilios sino sólo el de Constanza y principalmente porque condenó la Palabra de Dios, lo cual queda evidente por este artículo de Juan Hus que allí fue desaprobado: "La Iglesia de Cristo es la universalidad de los predestinados". Esta proposición la condenó el concilio de Cons­tanza y con ella este artículo de fe "Creo en una Santa Iglesia Católica".

Cuando todo el asunto terminó, Juan Eck llamó a Lutero a su comedor. Ahí se encontraban otros doctores como Cocleo, Jerónimo Schurff y Nicolás Amsdorf. Eck le dijo que las herejías siempre nacían de las Sagradas Escrituras; por ejemplo, ''El Padre es mayor que yo'' indujo a Arrio a dudar de la Santísima Trinidad.

Luego, Cocleo dijo a Martín que se abstuviera de su propósito y que no enseñara más. No solo eso, luego le trató de persuadir que renunciara al salvoconducto y que debatiera públicamente con él. Lutero no aceptó. 

Finalmente, el salvoconducto se hace efectivo y Lutero puede volver a su domicilio, con la condición de que no altere al pueblo con sus discursos durante el viaje. A esto Lutero contestó:

  • Martí Lutero: "Como a Dios le plugo, así sucedió. Bendito sea el nombre del Señor". Ante todo, muy humildemente doy las gracias a la Serenísima Majestad Impe­rial, a los príncipes electores, a los príncipes y demás estados del Imperio por la audiencia tan benigna y clemente, como asimismo por el salvoconducto que se ha observado y se observará. En todo este asunto he deseado sólo una reforma conforme a las Sagradas Escritu­ras y en ella he insistido con toda urgencia. En lo demás toleraré todo por parte de la Majestad Imperial y del Imperio: vida y muerte, fama e infamia. No me reservo absolutamente nada para mí sino el solo derecho de confesar y testimoniar libremente la Palabra del Señor. Con toda humildad me encomiendo y me someto a la Majestad Imperial y a todo el Imperio".

De esta forma, el 26 de abril, Lutero sale de Worms para dirigirse a Wittenberg acompañado con escolta. 

Conclusión

Puede ser que este texto no tenga la objetividad clara debido que es muy probable que lo hayan escrito sus amigos. Sin embargo, el hecho claro es que Martín Lutero sí pasó por esta situación, si tuvo que enfrentarse a la corte del rey Carlos V y no se retractó de sus escritos por mucho que lo incitaran y amenazaran con ello. No obstante, si bien esto termina bien, no es el fin del camino para Martín Lutero, aún quedan otras asperezas. 

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