El Diálogo Tercero de La expulsión de la bestia triunfante trata del análisis y reordenamiento del cielo a través del juicio y disposición de los dioses, quienes continúan desplazando a las figuras alegóricas que simbolizan los vicios y estableciendo en su lugar virtudes verdaderas que puedan regir el mundo desde las constelaciones. El diálogo muestra cómo Sofía, Mercurio y Saulino observan y discuten la labor de los númenes en este proceso, en el cual se destacan nuevas virtudes como la Diligencia, la Penitencia y la Simplicidad, mientras se denuncia la corrupción causada por la Arrogancia, la Disimulación y la Avaricia.
Asimismo, se introduce una crítica a los conflictos políticos contemporáneos, como la represión religiosa y las ambiciones de poder en Nápoles, evidenciando la influencia destructiva de la Discordia y la necesidad del retorno de la Concordia. Todo el diálogo está atravesado por una sátira filosófica que expone los errores del mundo terrenal, proponiendo como modelo un orden celeste basado en la virtud, la justicia y la razón divina.
Referencias:
(1) Aunque el Reino de las Dos Sicilias no fue formalmente establecido hasta 1816, tras el Congreso de Viena, el término "Dos Sicilias" tiene una historia mucho más antigua, que se remonta a las complejas divisiones políticas de la Edad Media.
(2) Es decir, el círculo serviría como medida de las demás figuras geométricas.
La Expulsión de la Bestia Triunfante
(Tercer Diálogo)
Primera parte
Sofía nos dice que luego de terminar todo lo concerniente a Diligencia (o Solicitud), hubo una reunión entre sus consejeras y ministras, donde estaba el mismo Perseo.
Apenas esta virtud ha tomado su posición —representando el esfuerzo constante, la lucha contra la pereza y la conquista de todo por medio del trabajo y la voluntad— aparecen dos figuras antitéticas: el Ocio y el Sueño, que surgen como consecuencia natural de su contraria, la Diligencia, al haberse ausentado del mundo.
Momo, el dios de la crítica y el sarcasmo, al ver aparecer al Ocio y al Sueño, exclama preocupado, anticipando más conflictos tras los anteriores desalojos de figuras heroicas como Hércules y Perseo. Júpiter, sin embargo, responde que estas nuevas apariciones no son activas en sí mismas, sino que aparecen por virtud privativa, es decir, no porque tengan un mérito propio, sino porque han sido provocadas por la ausencia de su opuesto.
Aquí se introduce un argumento muy interesante: el Ocio comienza su defensa, afirmando que, al igual que la Fatiga o la Diligencia puede ser dañina si es excesiva, el Ocio no siempre es negativo, y que, de hecho, muchas veces es bueno y provechoso.
Ocio
Este elogio del Ocio no es simplemente una invitación a la pereza, sino una defensa de la vida contemplativa, del ocio entendido como libertad interior, como tiempo para la filosofía, el arte y el cuidado del alma. En ese sentido, el Ocio representa una forma superior de existencia frente a la alienación del trabajo servil o de la acción movida solo por el afán de lucro o de fama.
Sin embargo, la intervención de Momo, dios de la burla y la crítica mordaz, desencadena una serie de eventos que culminan con la expulsión del Ocio. La diosa Bellaquería, personificación de la astucia mezquina, toma cartas en el asunto y, junto con sus hijos Morfeo, Icilón y Fantaso (deidades de los sueños, las pesadillas y las ilusiones), lleva al Ocio a un lugar de oscuridad perpetua cerca de los Cimerios, un reino asociado con el olvido y el letargo. Este destierro no es casual: Bruno, inspirándose en Ovidio, describe un paisaje sombrío de nieblas eternas y silencio, simbolizando cómo la sociedad relega la contemplación y el reposo, tachándolos de inútiles o peligrosos.
El Ocio, abandonado y humillado, presencia cómo sus argumentos son rechazados con violencia por la asamblea divina, que representa los valores establecidos. La Risa, como cómplice de este orden hipócrita, restaura una falsa armonía, mientras las ideas del Ocio son literalmente destruidas: algunas "revientan", otras quedan con "el cuello roto". Bruno emplea un lenguaje grotesco para denunciar cómo la razón crítica es aplastada por la fuerza y el ridículo. La escena revela la ironía trágica de un sistema que, mientras se cree virtuoso, se basa en la represión de aquello que cuestiona sus fundamentos.
El exilio del Ocio al reino del Sueño no es solo un castigo, sino una metáfora del destino de la sabiduría en un mundo dominado por la acción ciega y la superficialidad. Los Cimerios, pueblo mítico que vivía en tinieblas, representan la condición a la que se condena la humanidad al desterrar la reflexión filosófica. Morfeo, Icilón y Fantaso simbolizan las ilusiones y pesadillas que remplazan la verdad cuando el pensamiento crítico es silenciado. Así, Bruno critica una civilización que, en nombre del progreso y la diligencia, destruye su propia capacidad para alcanzar una auténtica armonía, sustituyéndola por un orden basado en la opresión y el engaño.
Un defensor anónimo - posiblemente la Razón o la Sabiduría personificadas - se dirige al Ocio para calmar sus temores, presentándose como "abogado de los pobres", lo que sugiere que el Ocio representa a los marginados por el sistema establecido. Al interpelar a Júpiter, el defensor señala que el padre de los dioses no comprende plenamente la verdadera naturaleza del Ocio, sus dominios y su séquito. Aquí Razón introduce una idea clave: si Júpiter realmente conociera al Ocio en su esencia, no lo rechazaría, sino que le concedería un lugar entre las estrellas o al menos lo reconciliaría con su supuesto opuesto, el Quehacer.
La respuesta de Júpiter es reveladora: aunque como figura de autoridad debe mantener una postura crítica hacia el Ocio, reconoce en privado que tanto dioses como mortales disfrutan y necesitan del reposo. Esta admisión expone la hipocresía del poder que públicamente condena lo que secretamente anhela. Júpiter se muestra dispuesto a escuchar argumentos a favor del Ocio, pero con la condición de que estos sean lo suficientemente convincentes según sus propios criterios. Esta condición refleja cómo los sistemas de poder establecen los términos en los que las ideas alternativas pueden ser aceptadas, neutralizando así su potencial subversivo.
Momo expone sus argumentos señalando que Ocio debería tenerse aún más en consideración, pero este lo hace en un tono tal que dilata la conversación, hablando de varios personajes que no serían nada si el ocio no estuviese, entre ellos, los escolásticos y gramáticos. Minerva le dice a Júpiter que lo haga callar para avanzar en la conversación.
Júpiter responde a Momo para defender la dignidad del Ocio frente a las críticas que lo presentan como una condición pasiva y sin mérito. Aquí, Júpiter introduce una distinción fundamental entre dos tipos de ocio: uno loable y otro vil, argumentando que el verdadero Ocio, aquel que es digno de elogio, es el que sigue a un esfuerzo diligente y significativo.
Júpiter afirma que el Ocio no es simplemente una ausencia de actividad, sino una pausa merecida, necesaria para que la fatiga tenga sentido. Sin este equilibrio, incluso las acciones diligentes pierden su valor, pues la reflexión que surge del ocio es necesaria para que las obras sean verdaderamente valiosas. Esta visión rechaza la idea de un ocio inerte, que se entrega a la pereza sin haber conocido antes el esfuerzo.
Además, Júpiter introduce una reflexión sobre la relación entre el ocio y la senectud. Desea que aquellos que envejecen puedan mirar atrás sin arrepentimientos, con la satisfacción de haber dejado huellas dignas. Aquellos que llegan a la vejez sin haber hecho un uso significativo de su tiempo, según Júpiter, enfrentarán el tormento del arrepentimiento, una carga más pesada que cualquier trabajo físico.
Saulino apoya esta reflexión citando a Tansillo, quien recuerda que el arrepentimiento por lo que se pudo hacer y no se hizo es una de las mayores penas que un alma puede sufrir.
Sofía recuerda las palabras de Júpiter para condenar a los "ocios inútiles", diferenciándolos claramente del ocio productivo y digno que había defendido previamente. Aquí, Júpiter establece una crítica directa a las ocupaciones que, aunque aparentan ser importantes, en realidad no contribuyen al bien común ni al perfeccionamiento del ser humano.
Júpiter desea que los logros de estos esfuerzos inútiles sean tristes y sin recompensa, marcando una clara distinción entre el ocio reflexivo que surge de un esfuerzo noble y las ocupaciones vacías que solo alimentan la vanidad o las fantasías sin propósito. Este tipo de ocio, caracterizado por ser "inútil y pernicioso", es condenado a habitar en el infierno, lejos de las moradas celestiales, en compañía de los ministros de Plutón, el dios del inframundo.
La crítica de Júpiter se extiende a aquellos que, en su pereza intelectual, creen que las acciones justas no mejoran a la humanidad o que los vicios no degradan el espíritu. Esta es una alusión a las doctrinas que minimizan la importancia de las acciones humanas y que separan radicalmente la fe de las obras, algo que podría interpretarse como una crítica a ciertas tendencias religiosas o filosóficas que desprecian las virtudes activas en favor de una fe pasiva.
Segunda parte
Saturno insta a Júpiter a acelerar el proceso de distribución de las sedes para las diversas virtudes y figuras divinas, ya que la noche se aproxima y el tiempo para deliberar es limitado. Esta urgencia introduce una tensión temporal que contrasta con las discusiones más filosóficas y simbólicas que dominan otros pasajes del texto.
Ceres toma la palabra para proponer que su protegido, Triptolemo, sea enviado a las "dos Sicilias"(1) para establecer su residencia. Esta referencia a Triptolemo conecta el diálogo con las antiguas tradiciones agrícolas y los cultos de misterios, dado que Triptolemo, según el mito, fue el primer maestro de la agricultura humana, encargado por Deméter (Ceres en la mitología romana) de enseñar a los hombres a cultivar la tierra tras haber recibido el conocimiento de las espigas de trigo.
Júpiter responde con aprobación, permitiendo a Ceres que haga lo que desee con su protegido, pero añade una reflexión importante: que Filantropía, o Humanidad, debería ocupar el lugar de Triptolemo cuando este parta, sugiriendo una conexión simbólica entre el cultivo de la tierra y el cultivo de las virtudes humanas. Aquí, Filantropía es vista como el modelo perfecto de servicio al bien común, un principio que, según Júpiter, fue ejemplificado por Triptolemo en su misión de alimentar y civilizar a la humanidad.
Momo observa que Baco y Ceres producen buena sangre y buena carne en los hombres, algo imposible en los tiempos primitivos de las castañas, habas y bellotas, simbolizando el avance de la civilización. Sugiere que el carro de la Humanidad debe tener como ruedas el Consejo a la izquierda y la Ayuda a la derecha, con la Clemencia y el Favor como los dragones que lo impulsan, representando la prudencia y la solidaridad. Luego, Momo pregunta qué hacer con el Serpentario, considerando que podría ser útil para Marso charlatán, por su habilidad para manejar serpientes, o para Apolo y sus hechiceros como Circe y Medea para preparar brebajes, o para los médicos como Esculapio, símbolo de la curación. Luego sugiere que Minerva podría usar la serpiente para vengarse de enemigos renacidos como Laocoonte, evocando el poder de la justicia divina.
El gran patriarca, cansado del debate, declara que cualquiera que desee quedarse con el Serpentario y la serpiente puede hacerlo, siempre que despejen el lugar para que sea ocupado por la Sagacidad, virtud admirada en las serpientes por su astucia. Los dioses aceptan rápidamente, afirmando que la Sagacidad es tan digna del cielo como su hermana la Prudencia, capaz de expulsar la Grosería, la Desconsideración y la Imbecilidad, y de inspirar actos sabios y prudentes. Momo, sin embargo, sigue divagando y menciona la Saeta, sin preocuparse de quién sea su dueño, ya sea Apolo, que mató al monstruo Pitón; Venus, cuyo hijo Cupido hirió a Marte; Hércules, que venció a las aves estinfálides; o incluso la diosa Diana, conocida por sus flechas certeras.
Júpiter ordena que junto con la Saeta se alejen también la Insidia, la Calumnia, la Difamación, la Envidia y la Maledicencia, dejando en su lugar a la Atención, la Observancia, la Elección y la Concertación de regulada intención, virtudes necesarias para el buen juicio y la acción correcta. Luego, decreta que el Águila, símbolo heroico y emblema del Imperio, se establezca en Alemania, donde será venerada en estatuas, escudos y armaduras, tantas como estrellas en el cielo. Sin embargo, aclara que las compañeras de la Águila, como la Ambición, la Presunción, la Temeridad, la Opresión y la Tiranía, no tienen lugar allí, pues ese país es más conocido por su amor a la bebida que por las guerras: donde los escudos son cazuelas, los yelmos son ollas, las espadas son huesos envueltos en carne salada, las trompetas son jarros y toneles, y los campos de batalla son mesas para comer y beber, llenas de tabernas y cantinas más numerosas que las mismas casas.
Entonces Momo, interrumpiendo a Júpiter, comenta que no es necesario enviar a la Ambición, la Presunción, la Temeridad, la Opresión y la Tiranía a Alemania, ya que, según él, estas ya reinan allí de forma natural. Describe cómo la Ambición se manifiesta en la glotonería, la Presunción en el deseo desmedido de llenarse, la Temeridad en la incapacidad de digerir lo que se consume rápidamente, la Opresión en el peso que aplasta los sentidos y la Tiranía en la dominación de los instintos más bajos sobre la razón. Mercurio responde que estos vicios no son características del Águila, que es un ave noble, ligera, de mirada aguda y vuelo elevado, muy diferente de la naturaleza pesada y torpe que describe Momo para los alemanes, a quienes compara con criaturas más aptas para la vida terrestre y glotona que para las alturas majestuosas del cielo.
Júpiter, continuando con su distribución de virtudes, sugiere que el Águila se presente en carne y hueso en Alemania para que inspire con sus retratos y símbolos, pero no como si estuviera prisionera allí, sino libre para elevarse espiritualmente junto a otras virtudes más dignas, como la Magnanimidad, la Magnificencia y la Generosidad, que pueden ocupar su lugar. Luego, Neptuno pregunta qué hacer con el Delfín, proponiendo que se instale en el Mar de Marsella, donde pueda nadar libremente entre las corrientes del Ródano y visitar el Delfinato. Momo, siempre burlón, sugiere que esto se haga rápidamente, recordando el verso de Horacio que critica los errores de representación, como pintar un delfín en los cielos o un jabalí en las olas, haciendo una comparación irónica sobre la incongruencia de colocar símbolos fuera de su contexto natural.
Júpiter, en respuesta a Neptuno, acepta que el Delfín se retire a donde desee, y en su lugar coloca a la Dilección, la Afabilidad y la Cortesía, acompañadas de sus compañeros y ministros, símbolos de la interacción armoniosa entre los seres. Minerva, por su parte, pide que el caballo Pegaso, libre de las veinte relucientes pecas y de la Curiosidad, regrese a la Fuente Cabalina (Hipocrene), que ha sido corrompida por la presencia de bueyes, puercos y asnos, para que con sus patas y dientes limpie sus aguas y permita que las musas, viendo el manantial puro, regresen para inspirar a los mortales. Neptuno, tomando la palabra, sugiere liberar a Andrómeda, encadenada al escollo de la Obstinación por la Ignorancia y amenazada por la ballena de la Perdición, confiándola a las manos diligentes y valientes de Perseo, para que, liberada de tan indigno cautiverio, ascienda a su propia digna conquista. Júpiter decide entonces que en su lugar ascienda la Esperanza, fuerza que, al encender los ánimos con la expectativa del fruto de sus obras, permite superar cualquier dificultad. Palas apoya esta elección, describiendo a la Esperanza como el escudo del pecho humano, el fundamento de toda bondad y el refugio seguro de la Verdad, citando el ejemplo de Estilpón, quien, al ver su ciudad, hogar y familia consumidos por las llamas, declaró tenerlo todo consigo, pues poseía la Fortaleza, la Justicia y la Prudencia que le permitían despreciar incluso los mayores sufrimientos.
Momo, impaciente, sugiere dejar de lado los ornamentos y concentrarse en decidir el destino del Triángulo o Delta. Palas responde que sería apropiado confiarlo al cardenal de Cusa, para que, con su principio de la coincidencia de los opuestos y la conmensurabilidad entre las figuras máximas y mínimas, resuelva la antigua y frustrante cuestión de la cuadratura del círculo, problema que ha desconcertado a los geómetras durante siglos. Propone trazar un triángulo dentro de un círculo que lo contenga y otro círculo contenido dentro del triángulo, estableciendo así una relación entre las líneas que van del centro al vértice del triángulo y al punto de coincidencia con el círculo interno, cumpliendo finalmente con esta misteriosa cuadratura.
Minerva se levanta para ofrecer a los geómetras un regalo aún más grande que el delta del cardenal de Cusa, algo que, según ella, merece no solo una, sino cien hecatombes en agradecimiento. Este método, que fue revelado primero al Nolano (Giordano Bruno) y difundido por él, se basa en la equidad entre el máximo y el mínimo, lo exterior y lo interior, el principio y el fin. Minerva propone un camino más amplio y seguro para igualar no solo el cuadrado al círculo, sino también cualquier figura poligonal, haciendo equivalentes líneas, superficies y cuerpos sólidos. Saulino, asombrado, lo describe como un tesoro inestimable para los cosmómetras, y Sofía añade que esta innovación podría revolucionar toda la geometría, creando una vía más breve, rica y precisa para comprender las proporciones de todas las formas.
Minerva explica que para lograr esto, primero se debe trazar un círculo dentro de un triángulo y otro círculo fuera de él, tocando sus vértices, para encontrar un punto medio que permita igualar las líneas y superficies de diferentes figuras. Así, en lugar de buscar directamente la cuadratura del círculo, se deben identificar las relaciones intermedias entre las figuras máximas y mínimas, creando equivalencias que permitan medir y comparar cualquier forma poligonal con el círculo, estableciendo así una "medida de las medidas"(2). Esto, según Minerva, es un camino más simple y fecundo para resolver problemas geométricos que han desconcertado a los sabios durante siglos.
Sofía confirma que este método no solo permite igualar cualquier figura con el círculo, sino también establecer proporciones precisas entre diferentes figuras, usando el círculo como referencia universal. Esto incluye cualquier cuerda o arco, permitiendo calcular fácilmente las relaciones entre formas complejas. Júpiter, impaciente, pide decidir rápidamente quién ocupará el lugar recién liberado, y Minerva propone que sean la Fe y la Sinceridad, sin las cuales toda confianza y convivencia se vuelven imposibles. Minerva advierte que la pérdida de estos principios ha llevado al mundo a una crisis moral, donde se justifica la traición y la falta de palabra bajo pretextos políticos o religiosos, recordando que si todos adoptaran esta lógica, el mundo caería en el caos, como si cada ser humano se comportara como lobos, serpientes o venenos.
Fe
Júpiter, como padre y supremo legislador, establece un principio fundamental para la virtud de la Fe. Insiste en que esta debe ser encomiada sin reservas, pero con una condición clara: no debe romperse simplemente porque la otra parte haya faltado a su compromiso. Esto es presentado como una norma contraria a las prácticas de ciertos pueblos considerados bárbaros y distantes del ideal heroico de los griegos y romanos. Para Júpiter, romper la Fe es una ofensa que degrada tanto al traidor como a quien traiciona, y refleja una visión profundamente arraigada en la noción clásica de honor y deber.
Saulino refuerza esta idea al afirmar que no hay ofensa más grave que traicionar la confianza de otro, especialmente cuando esa confianza se ha construido sobre la presunción de honor y virtud. Esta traición es presentada como un acto indigno de misericordia, porque socava la base misma de la relación humana, transformando el vínculo de confianza en una herida abierta que deshonra tanto al traidor como al traicionado. El énfasis aquí está en la reciprocidad moral y la justicia retributiva, donde el daño causado al defraudar la confianza es visto como un pecado contra el orden natural.
Sofía, en su intervención, eleva el discurso hacia una dimensión cósmica, proponiendo que la Fe sea glorificada en el cielo para que su valor se reconozca plenamente en la Tierra. Para simbolizar esta virtud, recurre a la imagen del triángulo, una figura geométrica que, por tener el menor número de ángulos, es más estable y menos movible que otras formas. Esta asociación refuerza la idea de permanencia y firmeza que define a la Fe. La descripción del cielo con sus trescientas sesenta estrellas, clasificadas en diferentes tamaños y niveles de brillo, añade un sentido de orden matemático y armonía, sugiriendo que la Fe, al igual que el cosmos, debe ser constante e inmutable.
Ciclo Natural
Momo reflexiona sobre el destino adecuado para el "primer padre de los corderos," una figura que simboliza el liderazgo natural y la fuerza primigenia que guía a las multitudes. Esta figura es descrita como alguien que, al inicio del año, hace brotar de la tierra las plantas descoloridas y cubre el mundo con un manto nuevo y florido, encarnando así el poder regenerador y renovador de la primavera. Seguramente, se refiere al Ciclo Natural.
Júpiter duda sobre el lugar apropiado para este líder natural. Considera enviarlo a Calabria, Apulia o Campania, regiones conocidas por sus paisajes fértiles pero también por sus climas extremos, donde el frío invernal o el calor abrasador pueden ser letales para las criaturas frágiles. Rechaza también las llanuras y montes africanos, donde el calor excesivo provoca la muerte prematura. Finalmente, decide que el lugar ideal es la región cercana al Támesis, que describe como un territorio perpetuamente verde y florido, protegido por el inmenso Océano y libre de los peligros de los depredadores como lobos, leones y osos.
Esta elección se justifica no solo por el clima moderado y el terreno fértil, sino también porque este entorno es simbólicamente adecuado para un líder. El cordero, como figura arquetípica del guía y conductor, refleja tanto las cualidades de un príncipe como las de un pastor, siendo capaz de liderar a su rebaño en movimientos colectivos y de inspirar a sus seguidores con su ejemplo.
Júpiter añade que este líder debe estar acompañado de virtudes hermanas como la Emulación, la Ejemplaridad y el buen Consentimiento, que fortalecen la unidad del rebaño y aseguran la armonía en la comunidad. Estas virtudes se presentan como antídotos contra fuerzas corruptoras como el Escándalo, el Mal Ejemplo, la Prevaricación y la Enajenación, que desvían a las multitudes y destruyen la cohesión social.
Tauro
Los dioses, satisfechos con las decisiones de Júpiter, respondieron al unísono aprobando su mandato. En ese momento, Juno, como esposa de Júpiter y reina de los dioses, interviene para preguntar sobre el destino de su propio símbolo celestial, Tauro, el poderoso buey asociado con la fuerza, la fertilidad y la estabilidad. Este animal es descrito como el "consorte del santo Pesebre," una referencia que lo vincula con los ciclos de la naturaleza y la vida pastoral, esenciales para la agricultura y la economía de las primeras civilizaciones.
Júpiter responde que, si Tauro no quiere dirigirse a las frías regiones alpinas, donde los inviernos son rigurosos y los pastos escasean, podría encontrar un hogar más adecuado cerca del río Po, en la metrópolis del Piamonte. Este lugar es identificado como la ciudad de Taurino, llamada así en honor al propio Tauro, estableciendo una conexión simbólica entre la geografía y los mitos fundacionales. Esta tradición de nombrar regiones y ciudades según animales, héroes o características distintivas es una práctica común en muchas culturas antiguas, que buscaban reflejar en sus topónimos los rasgos esenciales de su entorno.
Júpiter menciona otros ejemplos de esta práctica, como Bucéfalo, cuyo nombre se perpetuó en la ciudad de Bucefalia, fundada en honor al famoso caballo de Alejandro Magno; las islas cercanas a Parténope, que toman su nombre de las cabras; Corveto, nombrada por los cuervos; Mirmidonia, conocida por las hormigas que, según el mito, fueron transformadas en los valientes guerreros que acompañaron a Aquiles; Delfinato, asociado al delfín; Aprusto, vinculado a los jabalíes; y Oxonia, cuyo nombre permanece en misterio, aunque posiblemente relacionado con alguna especie local.
Finalmente, Júpiter concluye que, si Tauro prefiere, puede unirse al vecino Carnero, cuya carne es altamente valorada por su calidad, resultado de los frescos pastos que crecen en las tierras templadas.
Ira
Saturno, al preguntar quién sucederá al buey, recibe una respuesta que revela la naturaleza simbólica de este animal como arquetipo de las virtudes asociadas con la resistencia y la fortaleza. Se le presenta como un símbolo de la Paciencia, la Tolerancia, el Sufrimiento y la Indulgencia, cualidades que lo convierten en un emblema de la capacidad para soportar adversidades sin sucumbir al dolor o la desesperación. Esta asociación refleja la visión clásica del buey como un animal capaz de soportar largas jornadas de trabajo sin quejarse, encarnando así una especie de estoicismo natural.
Sin embargo, se reconoce que, aunque generalmente paciente y resistente, el buey puede ser provocado a la ira. Este aspecto dual se refleja en la lista de pasiones que a veces lo acompañan: Ira, Indignación y Furor, presentadas como fuerzas peligrosas que pueden surgir cuando la paciencia es llevada al límite. La Ira, en particular, es descrita como una hija nacida de la percepción de la Injusticia y la Injuria, una criatura herida y vengativa que busca castigar el desprecio y la humillación.
Marte, interviniendo en defensa de la Ira, presenta un argumento en su favor, destacando que, aunque a menudo se considera una pasión destructiva, también puede ser una virtud necesaria. Según Marte, la Ira es a veces un impulso esencial para la justicia, una fuerza que refuerza la Ley, da vigor a la Verdad y afila el Ingenio, permitiendo el surgimiento de virtudes que no encuentran lugar en almas apacibles y tranquilas. Esta perspectiva reconoce el papel dual de la Ira, no solo como un peligro a ser evitado, sino como un motor de acción en momentos críticos, donde la pasividad sería una forma de traición al deber.
Júpiter, sin rechazar completamente esta idea, responde con una advertencia: si la Ira ha de ser considerada una virtud, solo podrá hacerlo bajo la guía del Celo y con la luz de la Razón para moderarla. Esta condición refleja una visión clásica donde las pasiones pueden ser útiles siempre que estén reguladas por la razón, evitando que se transformen en furia descontrolada y destructiva. Aquí, Júpiter delimita el uso legítimo de la Ira, subordinándola a un principio superior que asegure su propósito justo y su expresión equilibrada.
Cuando Momo pregunta sobre el destino de las siete hijas de Atlante, las Pléyades, Júpiter responde que estas deben partir con sus siete lámparas para iluminar un "santo casamiento nocturno y de medianoche." Esta referencia parece aludir a una unión mística, un ritual simbólico que requiere luz para disipar las sombras de la noche, evocando las bodas alquímicas donde la unión de elementos opuestos produce una transformación espiritual. Júpiter advierte que estas lámparas deben estar bien provistas de aceite, simbolizando la necesidad de virtud constante para que no se apague su luz, una clara referencia a la parábola de las vírgenes prudentes y necias, donde la preparación y la vigilancia determinan el destino final.
Júpiter continúa describiendo el tipo de comunidad que debe ocupar el lugar que las Pléyades dejan vacío. En lugar del caos y la confusión, este espacio debe llenarse con las virtudes de la Conversación, la Sociedad, el Matrimonio, la Confraternidad, la Asamblea, la Convivencia, la Concordia, el Acuerdo y la Confederación, todas unidas por el vínculo de la Amistad. Sin esta última, las relaciones humanas se corrompen y degeneran en Monopolios, Conspiraciones y Turbas, formas sociales perversas que, aunque llevan nombres similares, carecen de la verdadera sustancia de la unidad y el entendimiento mutuo.
Júpiter concluye subrayando que estas virtudes no pueden florecer donde no hay rectitud, y que, aunque a veces se usurpan sus nombres, no pueden existir verdaderamente entre los malvados, cuyo propósito es siempre corrupto y egoísta.
Destino de los jóvenes
Sofía relata un diálogo entre dioses mitológicos que discuten el destino de dos jóvenes: Cupido sugiere entregarlos al Gran Turco (sultán otomano, posiblemente como esclavos o sirvientes), Febo prefiere que sean pajes de un príncipe italiano, Mercurio los quiere como cubicularios (ayudantes de cámara), y Saturno propone que sirvan a un viejo prelado o a él mismo, lo que provoca una mordaz réplica de Venus, quien le recuerda su fama de devorar a sus propios hijos, acusándolo de parricida y antropófago.
Mercurio advierte del peligro de que Saturno, en un arranque de ira, use su guadaña contra los jóvenes, además de señalar que, si estos permanecen en la corte divina, lo más probable es que acaben bajo el dominio de Saturno, un dios anciano y peligroso conocido por devorar a sus propios hijos. Ante esto, Júpiter decreta que en el futuro no se admitirán pajes ni sirvientes en el Olimpo a menos que sean maduros, juiciosos y barbudos (una ironía, pues la barba simboliza sabiduría, pero también evoca la hipocresía de quienes aparentan virtud). Además, para evitar acusaciones de favoritismo, decide que los sirvientes se asignen por sorteo, fingiendo neutralidad en un sistema que, en realidad, perpetúa el azar corrupto.
Saulino celebra esta decisión como un modo de evitar conflictos, pero su comentario es claramente irónico, pues el sistema establecido por Júpiter no resuelve nada, sino que encubre la injusticia con una falsa imparcialidad.
Sofía, por su parte, relata cómo Venus intercede para que, en lugar de sirvientes humanos, la corte de los dioses esté poblada por alegorías como la Amistad, el Amor, la Paz, junto con sus acompañantes (el Beso, el Abrazo, las Caricias), todos vinculados a Cupido. Los dioses aprueban esta propuesta, y Júpiter la ratifica con un "Hágase", en un tono que parodia la omnipotencia divina.
El destino del Cangrejo y del León
Los dioses deliberan sobre el destino de las constelaciones del Cangrejo (Cáncer) y el León (Leo), utilizando su discusión como vehículo para una aguda crítica política y social. El Cangrejo, descrito como quemado y enrojecido por el sol - más parecido a un condenado del infierno que a una figura celestial - es asignado por Juno al mar Adriático, cerca de la República de Venecia, con una irónica comparación entre los cangrejos (que caminan de lado) y Venecia, cuya decadencia política la hace "retraerse de oriente a occidente".
Júpiter añade que en el lugar de Cáncer deben reinar virtudes correctivas como la Conversión y la Enmienda, opuestas a vicios como el Mal Progreso y la Obstinación. Al abordar el destino del León, Júpiter advierte que no siga al Cangrejo hacia Venecia, pues allí encontraría un rival superior - clara alusión al León de San Marcos, símbolo veneciano que combina poder terrenal, marítimo y espiritual (representado por sus alas y condición de figura "canonizada y de letras").
En su lugar, el León es enviado a los desiertos libios, donde Júpiter sitúa valores como la Magnanimidad y la Generosidad heroica, capaces de dominar vicios como la Soberbia y la Presunción. Este diálogo mitológico funciona como una sátira política: Venecia aparece como lugar de decadencia (el Cangrejo) y poder corrupto (el León alado), mientras las verdaderas virtudes son exiliadas al desierto, reflejando la crítica bruniana a la corrupción del poder establecido y la hipocresía de los Estados que combinan fuerza militar, poder económico y autoridad religiosa. La mención a Libia podría aludir tanto al exilio de las virtudes como a la necesidad de regeneración en tierras lejanas a la corrompida Europa.
El destino de la Virgen
Sofía introduce el destino de la Virgen (posiblemente la constelación de Virgo o una figura alegórica de la pureza), cuya ubicación es cuestionada por Diana, la diosa casta. Júpiter propone que la Virgen se convierta en superiora de conventos europeos no afectados por la peste o en guía de las damas de la corte, para evitar su corrupción moral.
Dictina (otro nombre para Diana/Dictina, diosa virginal) rechaza volver a su lugar de origen, sugiriendo un trauma o rechazo hacia su pasado, lo que lleva a Júpiter a ordenar que permanezca en el cielo pero con la advertencia de no caer ni ser seducida, reflejando la fragilidad de la virtud en un mundo corrupto. Momo aporta un comentario cargado de ironía: propone que la Virgen mantendrá su pureza solo si evita a "animales racionales, héroes y dioses" —una clara alusión a que la corrupción moral proviene de la civilización y no de la naturaleza salvaje—, pero expresa dudas sobre cómo resistirá la influencia de virtudes como la Magnanimidad, la Afabilidad y la Virilidad, que, al "montarla" (término con connotaciones sexuales y de dominación), podrían transformar su esencia.
Júpiter afirma que la virginidad "no tiene valor por sí misma", sino que adquiere significado solo cuando está acompañada por otras virtudes como la Castidad, la Pudicia o la Honestidad. Estas cualidades, al oponerse a vicios como la Lujuria o la Impudicia, son las que verdaderamente dotan de mérito a la abstinencia sexual. La idea central es que la virginidad, en aislamiento, es éticamente neutra: ni virtud ni vicio.
Júpiter enfatiza que el verdadero valor de la abstinencia radica en su contribución a las relaciones humanas y a la "honesta satisfacción de los demás". Esto sugiere que la virginidad solo es laudable cuando está al servicio de una armonía social —por ejemplo, en sacerdotes o filósofos que renuncian al placer para dedicarse a fines superiores—, nunca como fin en sí mismo.
El destino de las Balanzas (la constelación de Libra)
Júpiter ordena que las Balanzas recorran todos los ámbitos de la vida humana para asegurar que cada aspecto de la sociedad se rija por principios de equilibrio y justicia. Este mandato refleja una concepción integral de la armonía cósmica aplicada a la vida social y política, donde cada persona y situación debe ser evaluada según su naturaleza, capacidades y méritos reales.
Primero, se menciona la importancia de las Balanzas en la vida familiar, permitiendo a los padres discernir las inclinaciones naturales de sus hijos, ya sea hacia las armas, las letras, la agricultura o la religión, evitando así asignar tareas incompatibles con las habilidades y vocaciones de cada individuo. Esta es una crítica implícita a las expectativas rígidas que a menudo se imponen sin considerar las aptitudes personales.
En el ámbito académico, las Balanzas se utilizan para pesar a los maestros y académicos, asegurando que quienes enseñan realmente posean el conocimiento y la autoridad necesaria, en lugar de ser simples repetidores de doctrinas vacías. Esto también implica que aquellos que asumen roles de liderazgo intelectual deben ser evaluados constantemente para evitar la corrupción del saber.
En las cortes y repúblicas, el uso de las Balanzas tiene como objetivo distribuir cargos y honores no según el linaje o la riqueza, sino según las verdaderas virtudes de quienes los ocupan. Esto sugiere una visión de justicia que prioriza el mérito sobre los privilegios heredados, promoviendo un orden social basado en la capacidad y el esfuerzo.
Finalmente, Júpiter extiende esta metáfora a la política internacional y la guerra, donde las Balanzas deben medir cuidadosamente las fuerzas y las intenciones de los Estados antes de embarcarse en conflictos. Esto implica un análisis realista de los riesgos y beneficios, evitando decisiones impulsivas basadas en deseos egoístas o evaluaciones superficiales.
Palas, la diosa de la sabiduría y la estrategia, plantea la pregunta de quién ocupará el lugar de las balanzas, lo que da pie a una serie de respuestas que reflejan los ideales de justicia y virtud que deberían guiar tanto a los dioses como a los humanos.
Primero, se sugiere que en lugar de las Balanzas deben ocupar su lugar principios como la Equidad, la Justa Retribución y la razonable Distribución. Estos ideales representan una justicia que no es meramente formal o matemática, sino profundamente ética, reconociendo las diferencias entre individuos y situaciones sin caer en la rigidez.
Luego, Apolo interviene para exigir la eliminación de un "gusano infernal" que asocia con la tragedia de su hijo Faetonte. Aquí, el mito de Faetonte, que perdió el control del carro solar y causó el caos cósmico, es utilizado como una metáfora para aquellos que, al carecer de verdadera dirección y control, generan desorden y destrucción. Apolo aboga por la eliminación de esta fuerza destructiva, que simboliza el descontrol y la arrogancia juvenil.
Artemisa, la diosa virgen, también conocida como Diana, interviene para reclamar al Escorpión, su criatura, enviándolo de regreso a su lugar de origen en el monte Kelipo. Con esta acción, se busca restaurar el orden al retirar del cielo esta figura asociada con el veneno, la traición y la perfidia, dejando en su lugar las virtudes contrarias como la Sinceridad y el Cumplimiento de las promesas.
Finalmente, se discute el destino de un arquero que, por temor a errar, nunca se atreve a disparar su flecha. Esta figura representa a aquellos que, aunque dotados de cierta habilidad para calcular y medir, carecen del coraje para actuar. El patriarca sugiere que este personaje solo sería útil como un espantapájaros, un recordatorio de la inutilidad de la habilidad sin la acción.
Por lo tanto, no hay un reemplazo de la balanza por un ser mitológico concreto, sino que un conjunto de principios.
El destino de Capricornio
Momo introduce una reflexión crítica sobre el simbolismo del Capricornio, describiéndolo como un ser heroico y venerable, pero no sin ciertas sombras. Capricornio es presentado como un aliado fundamental en las antiguas batallas cósmicas, un compañero de los dioses que, mediante la astucia y la capacidad de transformación, ayudó a vencer a enemigos formidables como los gigantes que surgieron del monte Tauro para desafiar el orden divino en Egipto.
Sin embargo, Momo no deja pasar la oportunidad de señalar una ambigüedad moral: el mismo Capricornio, al enseñar a los dioses a “transformarse en bestias” para enfrentar a sus enemigos, también sembró la semilla de un culto más tarde adoptado por los egipcios, quienes comenzaron a adorar a los dioses en forma animal, un rasgo cultural que, para muchos en la tradición clásica, representaba una corrupción o degradación de lo divino.
Cuando Momo menciona que “ningún bien está desprovisto de algún fastidio o sinsabor”, está señalando la naturaleza dual de las acciones heroicas, que a menudo conllevan consecuencias no deseadas o efectos colaterales, incluso para los mismos dioses. Esta es una reflexión típicamente renacentista sobre la ambigüedad moral del poder y la dificultad de actuar de manera pura en un mundo intrincado y contradictorio.
Júpiter, sin embargo, defiende a Capricornio, afirmando que “los animales y las plantas son vivos efectos de la naturaleza”, es decir, expresiones del poder divino manifestado en el mundo físico. Esto introduce una visión panteísta en la que lo divino no se separa de lo natural, sino que se manifiesta plenamente en cada aspecto del cosmos, una idea que resuena profundamente con las filosofías naturalistas de la época.
Júpiter argumenta que algunos dioses se manifiestan más plenamente en ciertos elementos naturales que en representaciones artificiales como estatuas o pinturas. Por ejemplo:
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Marte se encuentra de manera más intensa en criaturas venenosas como la víbora o el escorpión, así como en plantas de fuerte olor como el ajo y la cebolla, que en una estatua inanimada.
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El Sol se expresa en el azafrán, el narciso, el heliotropo, el gallo y el león, símbolos de luz, poder y vitalidad.
Esto sugiere que la naturaleza es un reflejo directo de las fuerzas divinas, una manifestación viva de las potencias cósmicas que estructuran el universo. Esta perspectiva está claramente influenciada por la "anima mundi" de la filosofía neoplatónica, donde el mundo es visto como un ser vivo impregnado de la divinidad en todos sus niveles.
Júpiter continúa su reflexión señalando que así como la divinidad desciende al mundo a través de la naturaleza, es posible para los seres humanos ascender a lo divino mediante un entendimiento profundo de estos mismos principios naturales. Este proceso de ascenso es tanto espiritual como intelectual, una forma de conectar lo terrenal con lo celestial a través del conocimiento de las correspondencias simbólicas.
Momo, aunque inicialmente escéptico, reconoce que esta conexión con lo divino es posible, y señala que los antiguos sabios usaban estos principios para crear vínculos íntimos con los dioses, logrando incluso obtener oráculos y visiones. Sin embargo, Momo también expresa su desdén hacia aquellos que, sin verdadero entendimiento, "buscan la divinidad en los excrementos de las cosas muertas e inanimadas", criticando a los idólatras que confunden los símbolos con las realidades espirituales a las que apuntan.
Isis, que entra en la conversación, introduce una nota de aceptación cósmica, recordando a Momo que la alternancia entre luz y oscuridad es parte del orden del universo, algo inevitable y necesario para el equilibrio del cosmos. Sin embargo, Momo sigue preocupado por aquellos que, en su ignorancia, "tienen por cierto que están en la luz", resaltando el peligro de la falsa sabiduría y la superficialidad espiritual.
Isis sostiene que los verdaderos sabios no se limitaban a pronunciar palabras vacías o a realizar gestos sin sentido, sino que comprendían que los dioses no se comunican a través de palabras humanas, sino mediante "voces de efectos naturales". Esto implica que los rituales no eran solo símbolos externos, sino actos que, correctamente realizados, podían resonar con las fuerzas divinas latentes en la naturaleza. Así, las ceremonias no son meros signos arbitrarios, sino "actos ceremoniales" que tocan una realidad espiritual profunda.
Estos sabios entendían que la divinidad está latente en la naturaleza, manifestándose de diferentes maneras en diferentes seres y objetos. Por ejemplo:
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Júpiter Magánimo se manifiesta en el águila, símbolo de poder y victoria.
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Júpiter Sagaz se refleja en la serpiente, símbolo de sabiduría y astucia.
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Júpiter Amenazante se encuentra en el cocodrilo, símbolo de fuerza y peligro.
Estas correspondencias reflejan un entendimiento profundo de las afinidades ocultas en el universo, donde cada criatura y elemento físico es visto como una expresión específica de una potencia divina. Este conocimiento era la base de lo que Isis describe como un "mágico y eficacísimo saber", una ciencia que va más allá de la simple repetición de fórmulas, buscando en cambio establecer un vínculo real y efectivo con las fuerzas que estructuran el cosmos.
El punto central de la reflexión de Isis es que el verdadero lenguaje de los dioses es el de las "voces de efectos naturales" y no el de las palabras humanas. Como ejemplo, compara esta incomprensión con la de un "tártaro a un sermón griego", señalando que sin el conocimiento de los símbolos correctos, los humanos serían "sordos a sus ruegos".
Nombre de los dioses
Saulino cuestiona a Sofía por usar el nombre Júpiter, un dios de origen claramente griego y romano, para describir una realidad espiritual que, según los egipcios, no tenía ese nombre ni estaba asociada a las mismas historias y atributos. En esencia, su pregunta apunta a una incongruencia histórica y cultural: si los egipcios no conocían a Júpiter, ¿cómo pueden sus antiguos ritos haber estado dedicados a él?
Sofía comienza negando que Júpiter, o cualquier otro dios del panteón clásico, sea realmente la divinidad en sí. Los nombres, afirma, son postizos: designaciones convencionales impuestas a realidades espirituales. Incluso reconoce que muchas de estas figuras —como Júpiter (rey cretense) o Venus (reina chipriota)— fueron personas mortales. Pero lo crucial es que no se les adoraba por ser quienes fueron, sino por lo que representaban: la manifestación concreta y temporal de cualidades divinas en una figura humana excepcional. Sofía le explica:
“Adoraban a la divinidad como si estuviera en Júpiter…”
Esta idea remite al principio de epifanía teológica, donde lo divino se manifiesta en lo humano y lo natural sin agotarse en ellas. No es una adoración del objeto sensible (el hombre, el animal o la planta), sino del principio divino que se revela a través de él.
Cada dios, en esta lectura, nombra una cualidad de la divinidad que se hace presente en un tiempo y un sujeto determinado. Así:
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Mercurio no es un dios autónomo, sino la expresión de la sabiduría, el lenguaje, la interpretación divina.
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Júpiter encarna la justicia, la magnanimidad, el orden soberano.
Del mismo modo que en la historia de Hechos de los Apóstoles (14:11-12), Pablo es llamado Mercurio y Bernabé Júpiter —no por creerse que sean literalmente dioses, sino por las virtudes divinas que reconocen los pueblos en ellos.
Sofía corrige la malinterpretación de los cultos egipcios que Momo ridiculizaba antes. No se adoraban directamente a los animales o vegetales, sino a la presencia divina manifestada en ellos. De este modo, un gallo podía ser símbolo del Sol, un cocodrilo de la vigilancia, una cebolla de la vitalidad, etc. Lo que se adoraba era la vida divina irradiando desde esos sujetos, como soporte físico de una realidad espiritual.
Sofía concluye afirmando que hay una sola divinidad, una fecunda naturaleza que resplandece bajo múltiples formas, adaptándose a cada cultura, cada época, cada tipo de criatura. Esta unidad múltiple permite que las personas accedan a lo divino por distintos caminos, según los dones o potencias con los que han sido dotados.
Y remata con una poderosa metáfora:
“De otro modo en vano se intenta contener el agua con las redes y pescar los peces con la pala.”
Es decir, quien busca atrapar lo divino sin comprender sus formas simbólicas y naturales, fracasa por completo en su búsqueda espiritual.
Las siete luces
Sofía comienza su explicación recordando que los antiguos egipcios entendían la realidad según dos razones fundamentales, que probablemente corresponden a los principios de Unidad del Ser: La comprensión de que todo es una manifestación de una única divinidad, una "unidad absoluta" que se despliega en formas diversas sin perder su esencia fundamental. Diversidad de las Manifestaciones: El reconocimiento de que esta divinidad única se expresa en múltiples formas, dependiendo de las cualidades y capacidades de los seres a través de los cuales se manifiesta.
Luego, Sofía detalla cómo esta unidad se diversifica en siete razones secundarias, que son las siete luces errantes o planetas clásicos de la astrología antigua:
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Saturno: Profundidad, sabiduría, melancolía.
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Júpiter: Justicia, expansión, poder.
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Marte: Fuerza, conflicto, energía.
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Sol: Vida, claridad, autoridad.
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Venus: Belleza, amor, armonía.
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Mercurio: Intelecto, comunicación, cambio.
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Luna: Ciclos, cambio, crecimiento.
Estas luces son vistas como "principios originales" y "causas fecundas" que generan las diferencias en "plantas, animales, piedras, influjos", y otros géneros de seres. Esta estructura refleja una concepción profundamente jerárquica y simbólica del universo, donde cada tipo de ser tiene su lugar en un esquema cósmico que abarca todos los niveles de existencia.
Uno se podría preguntar que todo ello en realidad es diversidad. Sin embargo, Sofía enfatiza que esta diversidad no contradice la unidad fundamental de la divinidad. Esta única divinidad, aunque se manifiesta de innumerables maneras, sigue siendo una en su esencia, y por lo tanto recibe innumerables nombres según las culturas y las épocas.
Sofía define este conocimiento profundo de las relaciones ocultas en la naturaleza como magia, y distingue tres niveles:
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Magia Divina: Relacionada con principios elevados y sobrenaturales, que trascienden el plano físico.
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Magia Natural: Centrada en los secretos de la naturaleza física y sus procesos.
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Magia Mediana o Matemática: Ubicada en el horizonte entre lo corporal y lo espiritual, conectando lo material con lo intelectual.
Esta clasificación refleja una visión holística del cosmos, donde las fuerzas naturales, las almas y los principios divinos interactúan constantemente. La magia, en este sentido, es una ciencia integral que abarca tanto el mundo visible como el invisible, permitiendo al mago actuar en ambos planos.
Sofía cierra su explicación señalando que todos estos númenes, aunque diversos, se refieren a un númen supremo, una "fuente de las ideas sobre la naturaleza" que es a la vez el origen y el destino de todas las cosas. Esta noción recuerda al "Uno" de Plotino y al "Intelecto Divino" de las tradiciones neoplatónicas, una fuente inagotable de formas y significados que, sin embargo, permanece siempre más allá de cualquier definición o comprensión limitada.
La Cábala egipcia
Saulino introduce una conexión entre la cosmología egipcia descrita por Sofía y la Cábala hebrea, sugiriendo que esta última es una evolución o adaptación de las antiguas ideas egipcias transmitidas a los hebreos a través de Moisés. Sofía responde ampliando esta relación y defendiendo la lógica interna de esta estructura mística, apoyándose en una cita de Hermes Trismegisto para reforzar su argumento.
Saulino describe la Cábala como un sistema profundamente estructurado que refleja la organización del cosmos, de acuerdo con un principio de emanación que se despliega en diferentes niveles:
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El Nombre Inefable: El principio absoluto, origen de toda realidad, que permanece innombrado y desconocido.
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Los Cuatro Nombres Secundarios: Que representan las cuatro letras del Tetragrámaton (YHWH), el nombre sagrado de Dios en la tradición hebrea.
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Los Doce Nombres Terciarios: Que simbolizan las doce tribus de Israel o los signos del zodiaco.
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Los Setenta y Dos Nombres Cuaternarios: Que reflejan las fuerzas angélicas, a veces relacionadas con las combinaciones del Tetragrámaton en secuencias de tres letras.
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Los Ciento Cuarenta y Cuatro Nombres: Que se forman al duplicar esta estructura, reflejando un principio de expansión geométrica que conecta las partes con el todo.
Saulino sugiere que esta estructura se extiende indefinidamente, reflejando el carácter infinito de la divinidad y su capacidad de multiplicarse sin perder su unidad esencial. Este proceso es análogo a cómo la luz se refleja en innumerables espejos sin perder su fuente original, una metáfora que resuena tanto en la Cábala como en la filosofía neoplatónica.
Sofía confirma esta conexión y añade una dimensión filosófica. Dios como la Naturaleza de la Naturaleza: Sofía afirma que este principio supremo "no tiene nada que ver con nosotros" en su estado absoluto, pero se comunica con el mundo a través de sus manifestaciones naturales. Es más íntimo para estas manifestaciones que la misma naturaleza, como el alma para el cuerpo.
Sofía desarrolla esta idea con una metáfora práctica:
"Si alguien quiere pan, va con el panadero; si quiere vino, con el tabernero..."
Este ejemplo sugiere que para recibir ciertos dones divinos, uno debe acercarse a las especies que los canalizan. Esta lógica refleja la estructura de los antiguos rituales egipcios, donde los sacerdotes sabían cómo acceder a las diferentes manifestaciones divinas mediante símbolos, imágenes y actos ceremoniales que resonaban con las potencias cósmicas correspondientes.
Ella sostiene que los egipcios "contemplaban a la divinidad en todas las cosas", no como una mera superstición, sino como una comprensión profunda de las correspondencias cósmicas. Esta idea es reforzada por la cita de Hermes Trismegisto a Asclepio, donde se describe a Egipto como una "imagen del cielo", un reflejo perfecto del orden divino.
En este pasaje, Hermes lamenta la pérdida de este conocimiento sagrado, prediciendo que en el futuro, Egipto será abandonado por los dioses y dominado por bárbaros sin religión, llevando al mundo a una era de tinieblas donde el verdadero conocimiento será olvidado. Esta visión apocalíptica es típica del pensamiento hermético y refleja una profunda nostalgia por una "edad de oro" perdida.
Calumniadores del culto de Egipto
Sofía responde a la invitación de Saulino para retomar la discusión entre Isis y Momo sobre el culto egipcio, enfocándose en las críticas al uso de animales y símbolos naturales en los rituales religiosos. Sofía no solo defiende estas prácticas, sino que expone la hipocresía de quienes se burlan de ellas mientras realizan actos similares en sus propias tradiciones religiosas y culturales.
Sofía comienza recordando que la divinidad se manifiesta en todas las cosas, no solo en los grandes fenómenos cósmicos como el Sol y la Luna, sino también en los seres más pequeños y aparentemente insignificantes. Este es un principio fundamental del panteísmo: la idea de que "sin cuya presencia nada tendría el ser, porque aquélla es la esencia del ser desde el primero hasta el último". Es decir, lo divino no se limita a las grandes fuerzas de la naturaleza, sino que penetra y sostiene toda la realidad, desde los dioses olímpicos hasta los más humildes insectos y piedras.
Sofía pasa luego a cuestionar la coherencia de aquellos que critican el culto egipcio mientras ellos mismos adoran figuras animales. Menciona dos ejemplos bíblicos:
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El Becerro de Oro (Éxodo 32): Cuando los hebreos, desesperados en el desierto, construyeron y adoraron un becerro de oro para calmar su ansiedad espiritual en ausencia de Moisés.
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La Serpiente de Bronce (Números 21:9): Cuando Moisés, siguiendo instrucciones divinas, erigió una serpiente de bronce para salvar a los israelitas de una plaga de serpientes venenosas.
Estos ejemplos son usados para mostrar que, incluso quienes afirman rechazar la idolatría, recurren a símbolos animales en momentos de crisis, reflejando la misma comprensión simbólica que criticaban en los egipcios.
Sofía extiende esta crítica recordando que Jacob, al bendecir a sus doce hijos, utilizó nombres de bestias para describir sus cualidades y destinos:
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León (Judá)
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Asno (Isacar)
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Serpiente (Dan)
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Ciervo (Neftalí)
Esto demuestra que incluso el "pueblo elegido" utiliza imágenes animales para representar sus propias virtudes y defectos. Esta tradición de asociar clanes y tribus con animales es común en muchas culturas, reflejando una forma de "totemismo" simbólico que conecta a los seres humanos con fuerzas cósmicas y naturales.
Sofía luego menciona cómo los símbolos animales persisten en las tradiciones cristianas:
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León renovado (Cristo como símbolo de fuerza y resurrección).
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Águila volante (símbolo de los evangelistas y la visión profética).
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Pelícano ensangrentado (símbolo del sacrificio de Cristo, que se decía que alimentaba a sus crías con su propia sangre).
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Cordero inmolado (imagen central del sacrificio redentor en el Apocalipsis).
Esta lista refuerza el argumento de que todas las culturas recurren a símbolos animales para expresar sus ideas religiosas más profundas, aunque luego pretendan elevarse por encima de otras tradiciones que hacen lo mismo.
Sofía también señala que el mismo Dios cristiano se representa a sí mismo como un pastor, y a sus seguidores como ovejas o corderos. Incluso Cristo es identificado como el Cordero de Dios, una imagen intensamente simbólica que conecta al Salvador con los rituales de sacrificio animal de las culturas pastoriles.
Finalmente, Sofía señala que incluso las "generaciones ilustres" y las "casas nobles" de la antigüedad hasta la Edad Media usaban animales en sus escudos de armas y estandartes, a veces no como bestias completas, sino como partes (patas, colas, cabezas) para representar cualidades específicas. Este fenómeno refleja la misma lógica simbólica que los egipcios aplicaban a sus dioses y rituales, demostrando que el uso de imágenes animales es una constante cultural que atraviesa las eras y las religiones.
Sofía concluye con una observación mordaz: muchos que se burlan de los egipcios por su "idolatría" no dudan en vestirse como bestias para expresar sus propias cualidades guerreras o animales. Desde pieles de lobo hasta plumas en los sombreros, estas prácticas reflejan el mismo impulso simbólico que conecta a los humanos con las fuerzas de la naturaleza.
Damas nobles
Saulino describe cómo muchas damas de la alta sociedad, que "quieren aparentar grandeza", dedican más atención y cuidado a sus mascotas que a sus propios hijos. Esta inversión de valores se convierte en una forma de idolatría doméstica, donde las "damas nobles" actúan como sacerdotisas devotas de sus pequeños ídolos peludos.
El contraste es deliberadamente exagerado:
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El Niño: Abandonado a los cuidados de "siervas, criadas e ignorantes nodrizas", expuesto a "hedor" y "suciedad", condenado a una existencia precaria que podría terminar en muerte prematura por descuido o contaminación.
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El Animal: Tratado con una "solicitud mayor", recibido en el mismo lecho que su dueña, adornado con oro esmaltado, diamantes y perlas si llega a morir, convertido en una "divina reliquia" que puede ser exhibida con orgullo en eventos sociales.
Esta comparación es diseñada para exponer la hipocresía de estas nobles, que consideran a sus mascotas "más nobles" que sus propios descendientes, a pesar de que sus hijos son, en teoría, los herederos de su linaje y su fortuna.
El pasaje se vuelve aún más sarcástico cuando Saulino describe el tratamiento del cadáver del animal, que es embalsamado y perfumado, adornado con piedras preciosas, y convertido en un objeto de veneración que acompaña a la dama en sus salidas públicas. Esta práctica refleja una forma de idolatría secular que, en el contexto del texto, recuerda las mismas críticas que los cristianos y otros monoteístas dirigen a los "idólatras" de otras religiones.
Saulino introduce una imagen final cargada de simbolismo, describiendo cómo las damas llevan a estos animales colgando "alargado hacia las faldas" para crear un efecto estético que sugiere perspectiva. Esta referencia a la perspectiva es una crítica a la superficialidad de estas prácticas, donde la posición y la apariencia importan más que el significado real del vínculo.
Al poner en evidencia esta relación invertida entre los humanos y los animales, Saulino indirectamente refuerza el argumento de Sofía sobre la hipocresía de quienes critican los rituales egipcios mientras practican formas similares de adoración simbólica en su vida diaria. Esto conecta con la idea más amplia de que "todos los hombres son idólatras" en cierto sentido, adorando símbolos y fetiches sin reconocer siempre las fuerzas más profundas que estos representan.
Príncipes y religiosos
Sofía regresa a una reflexión más seria después de las observaciones irónicas de Saulino sobre las damas nobles y sus mascotas. Ahora, Sofía aborda cómo incluso los príncipes y líderes religiosos participan en el uso de símbolos animales para expresar poder y autoridad, destacando cómo estas prácticas no son exclusivas de los antiguos egipcios, sino universales en las culturas humanas.
Sofía comienza observando que los "más grandes príncipes", que buscan demostrar su "poder y divina preeminencia", a menudo se adornan con coronas que, en su forma, "no son otra cosa más que la representación de tantos cuernos". Esta afirmación es provocativa, ya que sugiere que las mismas élites que podrían ridiculizar a los egipcios por adorar animales, adoptan voluntariamente símbolos que imitan las características físicas de las bestias para significar autoridad.Sofía luego detalla cómo estos símbolos se vuelven más elaborados y prominentes a medida que se asciende en la jerarquía del poder:
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Condes y marqueses tienen coronas más pequeñas y menos elaboradas.
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Duques usan coronas más grandes para marcar su superioridad.
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Reyes se adornan con símbolos aún más ostentosos.
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Emperadores portan las coronas más grandes y elaboradas.
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Papados alcanzan el extremo con la "tiara triple", símbolo del sumo poder espiritual.
Esta estructura refleja la misma lógica de gradación jerárquica que se encuentra en las antiguas cosmologías, donde los seres más elevados tienen símbolos más complejos y poderosos que los seres inferiores.
Sofía no se limita al Occidente cristiano, sino que también menciona a:
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Los pontífices, con sus "mitras puntiagudas con dos cuernos".
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El dux de Venecia, cuyo sombrero tiene una forma de cuerno en la parte media de la cabeza.
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El gran Turco, que usa un turbante coronado por una forma piramidal que sobresale en alto, imitando la estructura de un cuerno.
Estos ejemplos refuerzan la idea de que la iconografía animal no es simplemente un residuo de supersticiones primitivas, sino una forma universal de expresar el poder y la autoridad.
Para cerrar su argumento, Sofía presenta un ejemplo particularmente impactante: Moisés, el legislador del pueblo hebreo, descrito en la tradición como "doctorado en todas las ciencias de los egipcios". Al bajar del Monte Sinaí con las tablas de la ley, Moisés es representado "con un par de grandes cuernos que le ramificaban sobre la frente".
Este detalle se refiere a una interpretación tradicional del pasaje en Éxodo 34:29-35, donde el rostro de Moisés "resplandecía" después de hablar con Dios. Sin embargo, en la Vulgata Latina, la palabra hebrea "qaran" (que puede significar "resplandecer" o "tener cuernos") fue traducida como "cornuta" (cornudo), lo que dio lugar a representaciones artísticas de Moisés con cuernos, como la famosa escultura de Miguel Ángel en la Basílica de San Pedro en Roma.
Sofía también menciona que Moisés "se cubrió el rostro con un velo" para evitar asustar a los israelitas, que no podían soportar la visión de su "divino y más que humano aspecto". Esta acción refleja una idea común en la filosofía mística, donde las realidades divinas son "veladas" para proteger a los seres humanos de su poder abrumador.
Saulino responde a la reflexión de Sofía sobre los símbolos de poder, ampliando la discusión hacia las prácticas religiosas que, aunque a menudo critican el culto a los animales de los egipcios, siguen haciendo uso de símbolos animales en sus propios rituales.
Saulino luego introduce un ejemplo más local y específico, mencionando a los religiosos de Castello en Génova. Estos monjes, según el relato, muestran brevemente una "cola velada" que, afirman, es una reliquia de la burra que cargó a Jesús durante su entrada triunfal a Jerusalén, conocida como el Domingo de Ramos (Mateo 21:1-11). Esta burra es considerada un símbolo sagrado, y su cola se venera como una reliquia santa, con las siguientes instrucciones:
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"No toquéis, besad": un gesto de reverencia que imita las prácticas de adoración hacia las reliquias de los santos.
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"Ofrecedle limosna": una invitación a hacer donaciones, con la promesa de recibir "cento veces más" y la "vida eterna", reflejando una interpretación literal de la promesa evangélica en Mateo 19:29.
Saulino utiliza este ejemplo para subrayar la hipocresía de los cristianos que critican el "culto a los animales" de los egipcios, mientras ellos mismos adoran y veneran partes de animales en sus propios rituales. Esto expone una doble moral que Saulino y Sofía han estado desmontando a lo largo del diálogo, mostrando que la idolatría no es exclusiva de las culturas paganas, sino una constante humana.
Símbolo del cuernoSofía responde a la pregunta de Saulino sobre el significado simbólico de los cuernos y su conexión con el poder, tanto en las tradiciones religiosas como en las estructuras políticas. Sofía desarrolla una defensa filosófica de los símbolos animales, argumentando que estos no solo son representaciones legítimas de la fuerza y la autoridad, sino que también tienen una dignidad intrínseca que trasciende las convenciones humanas.
Sofía comienza señalando que, en las tradiciones hebreas, la unción con aceite para consagrar a un rey se realiza usando un cuerno como recipiente. Esto no es casual, sino una forma de mostrar que el poder divino "conserva, difunde y da a luz la regia majestad" a través del símbolo del cuerno. Este gesto ritual refleja la creencia en que los cuernos son emblemas naturales de fuerza, vitalidad y dominio, atributos necesarios para gobernar.
Sofía refuerza su punto citando varios pasajes bíblicos que conectan los cuernos con la potencia divina y el castigo:
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Jeremías 48:25: "Cercenado es el cuerno de Moab..."
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Salmos 75:10: "Y todos los cuernos de los pecadores serán cortados."
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Amós 3:14: "Serán amputados los cuernos (altares) y caerán a tierra."
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Lucas 1:69: "El Señor Dios ha levantado un cuerno de salvación para nosotros."
Estos textos muestran que los cuernos no solo representan poder, sino también la gloria y fortaleza de los justos, y el castigo para los transgresores. Esto refuerza la idea de que el cuerno es un símbolo ambivalente, asociado tanto con la exaltación como con la humillación, dependiendo del contexto.
Saulino interviene para preguntar por qué, si los cuernos son un símbolo de poder, llamar "cornudo" a alguien se considera un insulto. Sofía responde con una lógica irónica: Así como los "ignorantes porcinos" pueden usar la palabra "filósofo" como un insulto, aunque sea uno de los títulos más elevados para un sabio, también se puede usar "cornudo" para menospreciar a alguien por "envidia o ironía".
Sofía concluye su argumento volviendo al tema del Capricornio, el signo zodiacal representado como una bestia cornuda. Ella sostiene que, aunque Capricornio ha sido despreciado por su forma animal, este símbolo tiene un profundo significado filosófico:
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Los egipcios, al adorar a bestias vivas, plantas vivas y estatuas inspiradas, estaban penetrando a la divinidad a través de símbolos naturales, ascendiendo espiritualmente a través de las formas materiales.
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En contraste, quienes adoran a "hombres mortales, ineptos, infames, estúpidos", no están accediendo a una forma de divinidad superior, sino descendiendo a un nivel inferior, más cercano a las bestias que tanto desprecian.
Sofía se dirige a Júpiter, lamentando que incluso él considere a las bestias "indignas del cielo", a pesar de que, como ella ha demostrado, los animales representan principios cósmicos dignos de veneración y son, en muchos sentidos, más cercanos a lo divino que muchos de los seres humanos a los que se rinde culto.
Pero Júpiter responde a Sofía al afirmar que "no es por ser bestias" que algunos seres han sido excluidos del cielo. De hecho, los dioses mismos no han desdeñado las formas animales, como demuestran las innumerables metamorfosis que ellos mismos han experimentado a lo largo de la mitología. Esto refuerza la idea de que las formas animales no son en sí mismas indignas, sino que, al igual que los seres humanos, pueden ser símbolos de virtudes y potencias cósmicas.
Júpiter hace dos puntos importantes aquí:
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Los Animales como Figuras de Virtud: Incluso las criaturas con connotaciones negativas, como la Osa y el Escorpión, no son absolutamente malas, sino que "no carecen de virtud divina" cuando se consideran en el contexto adecuado. Esto refleja una visión del cosmos donde nada es puramente maligno, sino que "todo es relativo" y depende de las circunstancias.
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Capricornio como Excepción: Júpiter recuerda a Sofía que el Capricornio fue específicamente exceptuado de la expulsión celestial. Este signo no solo conserva su lugar en el cielo, sino que también se asocia con "la Libertad de espíritu", que puede ser cultivada en contextos como el monaquismo, la ermita y la soledad. Esto es un reconocimiento de que el aislamiento y la concentración espiritual son a veces necesarios para alcanzar las alturas de la sabiduría y la virtud.
Tetis interviene para preguntar sobre el destino de Acuario, a lo que Júpiter responde con una reflexión compleja sobre el diluvio universal. Aquí, Júpiter parece usar a Acuario como un símbolo del agua y del cambio catastrófico, pero con un toque de escepticismo histórico: El Mito del Diluvio Universal: Júpiter niega que el diluvio haya sido universal, afirmando que "es imposible que el agua del mar y de los ríos" haya cubierto ambos hemisferios al mismo tiempo. Esto es una crítica a las narrativas tradicionales que sitúan el diluvio en lugares específicos como Armenia o Sicilia, rechazando las explicaciones simplistas en favor de una visión más geográficamente precisa. El Nuevo Mundo y las Cronologías Alternativas: Júpiter menciona que el "Nuevo Mundo" (América) ha sido descubierto recientemente, a pesar de que las tablas de Mercurio y las tradiciones druídicas afirman que existen desde hace más de veinte mil años. Esto es una referencia a las cronologías alternativas que circulaban en la época de Bruno, que cuestionaban la historia bíblica en favor de una antigüedad mucho más profunda para la humanidad.
Júpiter termina con una advertencia a Acuario para que no se deje atrapar por las "malditas razones" de los glosadores estériles que tratan de explicar estos misterios con cálculos literales. En cambio, le aconseja "negar audazmente" cualquier contradicción, afirmando que es más razonable confiar en los "edictos y bulas" de los dioses que en las explicaciones humanas, que siempre son "embusteras" y "limitadas".Momo interrumpe con la idea de que los habitantes del "nuevo mundo" (probablemente refiriéndose a los pueblos indígenas de América, recientemente descubiertos en la época de Bruno) no deberían considerarse parte de la humanidad tradicional, aunque compartan ciertas similitudes físicas con los europeos.
Mercurio critica la idea de Momo de excluir a los habitantes de América del linaje humano para proteger las historias tradicionales. En lugar de aceptar esta solución, Mercurio propone una alternativa igualmente absurda: que esos humanos fueran transportados a otros continentes por "soplos de viento" o incluso por ballenas que los tragaron y luego los vomitaron en otros lugares. Por otro lado, Mercurio introduce una idea muy interesante al nombrar a Deucalión y Noé: Si se acepta que estos pueblos no son descendientes de los mismos ancestros que los europeos (como Deucalión o Noé), entonces se rompe la narrativa universal de la humanidad restaurada después del diluvio.
Deucalión, en la mitología griega, y Noé, en la tradición bíblica, son figuras que repoblaron la Tierra después de un gran diluvio. Ambos son considerados "restauradores" de la humanidad, es decir, los padres de todas las generaciones humanas posteriores. Sin embargo, si se excluyen a los pueblos indígenas de América de esta línea genealógica, entonces estos restauradores no serían realmente los "padres" de toda la humanidad, sino solo de una parte de ella.
Mercurio advierte que esta exclusión podría llevar a una contradicción: si los dioses griegos (como Júpiter) y las figuras bíblicas (como Noé) solo restauraron a algunos humanos y no a todos, entonces la idea de una humanidad universal queda en duda.
Ante esta disyuntiva, Júpiter señaló lo siguiente:
si el verdadero patriarca de la humanidad después del diluvio es:
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Noé, el personaje bíblico que sobrevivió al diluvio y que, según el Génesis, repobló la tierra con su descendencia.
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Deucalión, el héroe griego que, junto con su esposa Pirra, repobló la tierra después de un gran diluvio lanzando piedras que se transformaron en humanos.
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Osiris, la figura central de la mitología egipcia, asociado con la muerte y la resurrección, y a veces vinculado a la fertilidad y la regeneración.
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Otrio, que posiblemente sea una confusión con Ogiges u Ogigo, otro personaje griego relacionado con un gran diluvio que afectó la antigua Tebas.
Júpiter señala que no pueden ser historias verdaderas al mismo tiempo, ya que implican eventos similares pero con personajes y contextos distintos. Por ejemplo:
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Noé se asocia con el episodio bíblico en el que, ebrio de vino, fue descubierto desnudo por su hijo Cam, lo que dio lugar a una serie de maldiciones y bendiciones para sus descendientes.
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Deucalión y Pirra restauraron la humanidad arrojando piedras sobre la tierra, un simbolismo que conecta el vientre de la madre Tierra con la regeneración de la vida.
Júpiter exige que se defina cuál de estas historias es la fábula y cuál es la historia verdadera, o si ambas son fábulas, cuál es la "madre" y cuál es la "hija", es decir, cuál es la más antigua y cuál es una reinterpretación posterior.
El Padre, Júpiter, expresa un fuerte rechazo hacia la idea de que las antiguas tradiciones mágicas, como la magia caldea, puedan derivar de la cábala judaica, pues los judíos extrajeron todo de Egipto. Concluye que Egipto es la verdadera fuente de la sabiduría antigua, mientras que los hebreos son presentados como una cultura sin raíces propias, definida por el exilio y la dependencia cultural.
Volviendo a la conversación que tiene Saulino y Sofía, éste le dice:
"Esto, oh Sofía, lo dice Júpiter por envidia;"
Saulino comienza criticando a Júpiter, sugiriendo que su deseo de imponer el orden civil no proviene de un sentido puro de justicia, sino de envidia hacia aquellos que son más cercanos a lo divino y celestial. Para Saulino, estas almas superiores no pertenecen completamente a este mundo, sino que son herederas de una realidad más elevada.
Pero Sofía le dice a Saulino "No nos apartemos del tema, oh Saulino." Sofía identifica las virtudes que deben ocupar un lugar central en la organización de las sociedades humanas:
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Templanza: Moderación y control de los deseos.
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Civilización: El proceso que transforma lo salvaje en lo civilizado, creando sociedades ordenadas y justas.
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Urbanidad: El refinamiento y la cortesía que caracteriza a las relaciones humanas en una comunidad desarrollada.
Estas virtudes se oponen a los vicios de la Incontinencia, Exceso, Rudeza, Salvajismo y Barbarie, que son vistos como fuerzas disgregadoras y caóticas que destruyen la armonía social.
Saulino cuestiona cómo dos virtudes (Templanza y Urbanidad) tan diferentes pueden ocupar el mismo espacio. Sofía responde con una metáfora familiar. ''Como la madre puede habitar con la hija''. Esto implica que la Templanza, como principio moderador, es la fuente de la Urbanidad. Sin la capacidad de controlar los impulsos (Templanza), no puede surgir la cortesía y el refinamiento que definen a las sociedades avanzadas (Urbanidad). Es una relación jerárquica y genealógica, donde la madre (Templanza) es la causa de la existencia de la hija (Urbanidad).
Sofía sugiere que la Templanza no solo es una virtud personal, sino también un principio cósmico que ordena y estructura el universo: Reforma y orden porque sin Templanza, las sociedades colapsan, las relaciones humanas se desintegran y el caos prevalece. Existe unidad y estabilidad porque el principio que mantiene juntas a las familias, las repúblicas y las sociedades, previniendo la disolución en el caos de la incontinencia.
Peces
Sofía introduce un nuevo momento en el proceso de purificación cósmica, esta vez relacionado con los Peces, una constelación que simboliza tanto el ciclo de las aguas como los misterios de la creación. La madre de Cupido, identificada con Afrodita (Venus), se levanta para hablar en nombre de sus padrinos, que según el mito, depositaron un gran huevo en la orilla del río Éufrates, donde fue empollado por una paloma, dando origen a su misericordia. Esta imagen evoca tanto las antiguas tradiciones babilónicas y fenicias del huevo cósmico, como las narrativas cristianas del Espíritu Santo como paloma, reflejando el sincretismo característico de Bruno.
Júpiter, respondiendo a este gesto, ordena que estos padrinos regresen a su lugar de origen y les concede un privilegio particular: que los sirios no puedan comérselos sin ser excomulgados, reforzando una conexión simbólica con los tabúes y las prohibiciones rituales del mundo antiguo. Sin embargo, también advierte que se mantengan vigilantes para que ningún "caudillo Mercurio" (una probable referencia al ángel Rafael del Libro de Tobías, quien utilizó las entrañas de un pez para curar la ceguera del padre de Tobías) vuelva a crear una nueva metáfora de misericordia a partir de sus entrañas. Esto implica que el poder simbólico de estos seres debe ser preservado, sin permitir nuevas reinterpretaciones que puedan transformar su significado.
Júpiter se muestra particularmente preocupado por el posible despertar de Cupido, el dios ciego del amor, que en su estado actual hiere a todos sin distinción. Si se le devolviera la vista, su poder podría volverse aún más peligroso, liberando una fuerza amorosa incontrolable y caótica que podría alterar el equilibrio cósmico.
Finalmente, Júpiter ordena que el Silencio y la Taciturnidad tomen su lugar, personificados en la imagen de Píxide, la figura egipcia y griega que aparece con el dedo sobre los labios, señalando la necesidad de contención y control en el orden universal. Este movimiento de purificación también incluye la expulsión del Chisme, la Habladuría y la Locuacidad, fuerzas que dispersan y fragmentan la armonía del cosmos. Momo, el dios de la burla y la crítica, añade su propia intervención al exigir que se retire también la Cabellera de Berenice, una constelación que representa la ofrenda de cabello de la reina egipcia, quizás como una metáfora del rechazo a la vanidad y los adornos innecesarios.
Tercera parte
En esta tercera parte, Júpiter y mencionando a uno de los seres más imponentes de su dominio: la Ballena.
La ballena, descrita por Momo como el "gran animalucho" de Neptuno, es tratada de forma ambigua, combinando elementos de mitología griega, tradición cristiana y leyendas populares. Momo hace una referencia directa al relato bíblico de Jonás, que fue tragado por un gran pez (generalmente interpretado como una ballena) y permaneció en su vientre durante tres días antes de ser vomitado en tierra firme. También se menciona a Perseo, que en la mitología griega rescató a Andrómeda de las fauces de un monstruo marino (Ceto), un episodio que se asocia con las constelaciones de Cetus y Andrómeda.
Momo señala que, aunque es uno de los "grandes secretarios de la república celestial", no tiene idea de qué hacer con esta criatura inmensa, salvo enviarla a Salónica, una ciudad que, en la imaginación medieval, estaba asociada con misterios y leyendas.
De todas maneras, Júpiter destaca de la ballena que esta también puede ser signo de Tranquilidad.
Como una virtud digna de ser elevada al cielo, destacando su capacidad para ofrecer constancia y fortaleza frente a las injurias de la fortuna y los desafíos del destino. Esta virtud, según Júpiter, es la que une a los hombres contra la inestabilidad mundana, liberándolos de las preocupaciones de las administraciones humanas, alejándolos de la vanagloria y permitiéndoles enfrentar la muerte sin temor ni perplejidad. Es, en cierto sentido, una virtud estoica que preserva la serenidad del espíritu incluso en las circunstancias más adversas.
A continuación, Neptuno introduce a Orión, su "bello predilecto", un gigante mítico que, según algunos relatos, fue creado cuando Zeus, Poseidón y Hermes orinaron sobre la piel de un buey sacrificado, dando lugar a su nombre (del griego ouron, orina). Esta historia juega con un doble sentido, ya que en griego ouranós significa cielo, sugiriendo una conexión entre Orión y las fuerzas celestiales. Neptuno parece preocupado por el destino de Orión, sabiendo que su naturaleza desafiante podría representar un peligro para el orden cósmico.
Momo, el dios de la burla, interviene con una propuesta provocadora: enviar a Orión entre los hombres para confundir sus sentidos y pervertir su percepción de la realidad. Describe un mundo donde Orión podría hacerles creer a los humanos que "lo blanco es negro", que la naturaleza es una ramera, que la ley natural es una chapucería y que la ignorancia es la más bella ciencia del mundo. Esta es una crítica feroz al dogmatismo y al fanatismo, donde se celebra la ignorancia como virtud y se niega la posibilidad de una armonía entre la naturaleza y la divinidad.
Momo teme que, si se le da a Orión demasiado poder, podría terminar por subvertir incluso a los dioses, haciendo que los hombres "crean que el gran Júpiter no es Júpiter, sino que Orión es Júpiter". Esto refleja un temor profundo a que las figuras revolucionarias y desafiantes puedan cambiar el orden establecido, destruyendo las jerarquías divinas en el proceso. Para evitar esta amenaza, Momo sugiere que es más seguro mantener a Orión alejado de los asuntos humanos, para que no inspire a los mortales a desafiar a los dioses y a cuestionar las bases del poder celestial.
Minerva responde con firmeza a la propuesta irónica de Momo sobre enviar a Orión entre los hombres para confundirlos y pervertir su percepción de la realidad. Minerva critica duramente la sugerencia de Momo, argumentando que los dioses no deben buscar la aprobación de los mortales a través de engaños y artificios, ni rebajarse a competir por el respeto de aquellos que son fácilmente manipulados por la ignorancia y la superstición.
Minerva comienza señalando que es absurdo que los dioses, seres inmortales y superiores, se preocupen por las opiniones de los mortales, especialmente cuando esas opiniones se basan en la ignorancia y la bestialidad. Para ella, el verdadero honor y dignidad de los dioses no depende de los aplausos humanos, sino de su propia naturaleza intrínsecamente elevada. Incluso si un ser vil y abyecto es adorado como un dios por los hombres, esto no le añade ninguna dignidad real, sino que simplemente revela la locura y bajeza de aquellos que lo veneran. Minerva enfatiza que, aunque un malhechor sea temporalmente exaltado como un dios, esto no cambia su esencia corrupta y despreciable, sino que simplemente refleja la ceguera y estupidez de quienes se dejan engañar.
A esto, Júpiter responde con una resolución firme: enviará a Orión "abajo", privándolo de todos sus poderes para crear ilusiones y engaños. Júpiter rechaza la idea de permitir que un ser corrupto como Orión pueda perturbar el orden cósmico, subvirtiendo la verdadera excelencia y dignidad de las cosas que sostienen el equilibrio del mundo. Reconoce que los seres humanos son fácilmente engañados y propensos a la corrupción, pero insiste en que no permitirá que la reputación divina dependa de las acciones de un ser tan vil y caótico.
Con esta decisión, Júpiter establece un límite claro: los dioses no deben permitir que la ignorancia se convierta en sabiduría, ni que la villanía sea confundida con nobleza. Esta es una defensa del orden cósmico contra las fuerzas del caos y la corrupción, reafirmando la jerarquía natural que separa a los dioses de los mortales y protegiendo la integridad del universo frente a las ilusiones y falsedades.
Minerva responde a la decisión de Júpiter de enviar a Orión lejos del cielo, proponiendo que su lugar sea ocupado por virtudes más nobles y constructivas. Minerva sugiere que en lugar de dejar espacio para seres corruptos y engañosos, se debe hacer lugar para la Industria, el Ejercicio bélico y el Arte militar, virtudes que, en su visión, son esenciales para preservar la paz y la autoridad de la patria.
Minerva explica que estas virtudes son necesarias para reducir a la vida civil a los bárbaros y suprimir las religiones, sacrificios y leyes que considera inhumanas, salvajes y bestiales. Esta es una visión claramente civilizadora, que asume que la sabiduría sola no es suficiente para reformar a los pueblos incivilizados, sino que es necesario el uso de la fuerza para imponer el orden. Minerva admite que, debido a que los "viles ignorantes y perversos" son más numerosos que los "nobles sabios", su sabiduría sola no basta para transformar el mundo sin el apoyo de la violencia organizada y el poder militar.
Júpiter, sin embargo, responde con un tono más optimista, recordándole a Minerva que las costumbres bárbaras y las supersticiones tienden a desaparecer por sí mismas con el tiempo, desgastadas y devoradas por el paso de los siglos. Para Júpiter, estas fuerzas de ignorancia y brutalidad tienen "un fundamento fragilísimo", que inevitablemente se desmorona sin necesidad de intervención constante.
Minerva, sin embargo, no se muestra tan confiada. Ella insiste en que, aunque el tiempo eventualmente puede destruir estas prácticas degradantes, es necesario resistir activamente para evitar ser destruidos por estas fuerzas antes de que puedan ser reformadas. Esto refleja una tensión entre una visión estoica del cambio gradual y una visión más militante que enfatiza la necesidad de acción directa para proteger el orden civilizado.
Río Eridano
Júpiter comienza reconociendo la naturaleza ambigua y paradójica del río Eridano:
"Que está en la tierra y que está en el cielo, mientras las demás cosas, de las cuales estamos tratando, haciéndose en el cielo, dejaron la tierra."
Es simultáneamente terrestre y celestial, habitando tanto las profundidades del mundo físico como las alturas del firmamento. Es una entidad ubicua, presente en múltiples niveles de la realidad, lo que lo convierte en una figura que desafía las distinciones entre lo alto y lo bajo, lo adentro y lo afuera, lo presente y lo ausente.
Júpiter confiesa que no sabe cómo tratar al Eridano, ya que es diferente de las otras entidades que han sido ordenadas en el cielo. Mientras que otros elementos se han alejado de la tierra para ocupar posiciones celestes, el Eridano sigue fluyendo tanto en el mundo superior como en el inferior, desafiando la lógica de la jerarquía cósmica que Júpiter intenta establecer.
Momo ofrece una solución sarcástica:
"Me parece cosa digna... que lo hagamos estar por doquiera que sea imaginado, nombrado, llamado y considerado..."
Momo sugiere que, dado que el Eridano puede estar en muchos lugares a la vez, se debería permitir que exista dondequiera que sea imaginado o invocado, sin importar las limitaciones físicas.
Sin embargo, Momo lleva esta idea al extremo, proponiendo que aquellos que "coman de sus peces" o "beban de sus aguas" lo hagan como si no comieran ni bebieran, creando una paradoja que revela la futilidad de tales fantasías.
De manera similar, aquellos que "tengan la compañía de sus nereidas y ninfas" deberían ser considerados tan solos como aquellos que están completamente aislados, subrayando la irrealidad de estas relaciones imaginarias.
Finalmente, Júpiter acepta la propuesta de Momo de dejar que el Eridano ocupe un lugar en el cielo, pero solo como una imagen o idea, sin realidad física.
La liebre
Júpiter pasa luego a considerar el lugar de la Liebre en el cosmos, asignándole un simbolismo más complejo:
"Proveamos ahora a la Liebre, la cual deseo que sea considerada ejemplar del temor por la Contemplación de la muerte...''
Pero Júpiter también asocia a la liebre con la esperanza y la confianza, virtudes que, aunque opuestas al temor, comparten con él una raíz común en la anticipación de lo desconocido. ara Júpiter, tanto el temor como la esperanza son "materia de las virtudes" si se derivan de la Consideración y sirven a la Prudencia.
Júpiter distingue entre el temor útil, que puede ser transformado en virtud, y el temor vano, la cobardía y la desesperación, que son fuerzas destructivas y paralizantes. Estos deben ser expulsados a los reinos inferiores, donde pueden atormentar a las almas estúpidas e ignorantes, sin corromper el orden superior del cosmos. Júpiter define los límites del verdadero temor filosófico, que no teme a la muerte misma, sino solo a perder la perfección humana y la semejanza con la naturaleza superior.
Momo interviene con su característico tono sarcástico, sugiriendo que quien coma de esta "liebre celeste" se transformará en algo hermoso y atractivo, independientemente de su forma original.
Momo termina quejándose de que Júpiter ha colocado a un perro mastín en el cielo, persiguiendo eternamente a una liebre, mientras la zorra que una vez fue su presa ha sido dejada en la tierra, convertida en piedra. Mientras que otros dioses pueden reconocer sus errores y cambiar de opinión, Júpiter actúa con una infalibilidad que, según Momo, es más tiránica que divina.
Júpiter responde a Momo acusándolo de generalizar a partir de casos específicos, sugiriendo que el comportamiento de un dios en particular no debe ser usado para juzgar a toda la divinidad. Esta es una defensa de su derecho a gobernar sin ser cuestionado, y una crítica a la tendencia de Momo a sacar conclusiones amplias de ejemplos aislados.
Momo intenta suavizar su crítica, argumentando que su comentario se refería a casos específicos y no a toda la especie divina. Esta es una maniobra retórica para evitar una confrontación directa con Júpiter, y refleja la habilidad de Momo para maniobrar en debates filosóficos.
Saulino apoya a Momo, señalando que es válido hacer distinciones entre casos similares sin implicar necesariamente una crítica universal.
Sofía, interviniendo con una mezcla de ironía y crítica, sugiere que Júpiter tiene el poder de transformar incluso las pasiones más salvajes en virtudes, si así lo desea. Esto es una burla a la capacidad de los dioses (y por extensión, de los gobernantes humanos) de redefinir lo que es virtuoso y honorable según su conveniencia. Sofía plantea que la cacería, una actividad que puede parecer cruel y bárbara, podría ser elevada a la categoría de virtud si se enmarca como un servicio a la justicia o una forma de religión.
Júpiter, sin embargo, hace una distinción entre carniceros, verdugos y cazadores:
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El carnicero es despreciable porque se dedica a sacrificar animales domésticos para satisfacer la gula humana, una actividad que considera baja y antinatural.
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El verdugo es una figura más ambigua, porque a veces administra justicia y cumple un papel necesario en el orden social, aunque sigue siendo despreciado en muchas culturas.
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El cazador, sin embargo, es elevado a un estado superior, porque su actividad se enmarca en la lucha contra las fuerzas salvajes y caóticas, representando una forma de control y dominio sobre la naturaleza que Júpiter considera noble y digna de honor.
Sacerdotes de Diana
Momo describe, con un tono claramente irónico, los rituales sangrientos de los sacerdotes de Diana, quienes, tras cazar y sacrificar a un animal, realizan una serie de gestos solemnes que imitan los ritos sacerdotales:
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Reverencia teatral: Los cazadores se arrodillan y se descubren la cabeza, como si estuvieran participando en un acto sagrado.
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Sacrificio ritual: Truncan la cabeza del animal, extraen su corazón y continúan con las ceremonias, imitando las prácticas de los sumos sacerdotes en el Sanctasanctórum.
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Falsa espiritualidad: Momo critica esta práctica como un espectáculo hipócrita, donde la violencia y la brutalidad son disfrazadas de piedad religiosa.
Momo sugiere que estos cazadores se ven a sí mismos como "sumos sacerdotes", los únicos dignos de tocar lo sagrado, mientras que los demás solo pueden observar con "fingido asombro", manteniéndose a una distancia reverencial.
Momo introduce un giro aún más irónico al señalar que estos mismos cazadores, mientras persiguen a sus presas, a veces son "convertidos en cervatillo doméstico" por la misma Diana que adoran, a través de rituales mágicos que incluyen el uso de agua de fuente y fórmulas rituales:
"Si videbas feram,
Tu currebas cum ea;
Me, quae iam tecum eram,
Spectes in Galilea;"
Esta fórmula es una mezcla de versos latinos y referencias bíblicas, incluyendo una posible alusión al Salmo 49:18 y al Evangelio de Mateo (28:7), donde se menciona la aparición de Cristo en Galilea. Esto sugiere que los mismos sacerdotes que persiguen a las bestias pueden ser transformados en "bestias domésticas", invirtiendo el orden jerárquico que ellos mismos buscan imponer.
Momo se burla del hecho de que los cazadores, que se ven a sí mismos como héroes y sacerdotes, en realidad no son más que verdugos que se han elevado a sí mismos a una posición sagrada a través de rituales sangrientos. Esta es una crítica a la forma en que las élites justifican su violencia y brutalidad como una "virtud heroica", cuando en realidad no son más que "carneadores" disfrazados de santos.
Júpiter concluye que, aunque ser carnicero es una práctica vil, asociada con la matanza de animales domésticos para satisfacer la gula desordenada de los hombres, y ser verdugo implica una forma de brutalidad incluso cuando se administra justicia, ser cazador debe ser considerado una virtud heroica. Justifica esta decisión al señalar que los cazadores no solo enfrentan a las bestias salvajes, sino que simbólicamente se entrenan para combatir a los enemigos de la patria y proteger el orden civilizado. Para Júpiter, la caza representa un ejercicio de disciplina marcial y una forma de heroísmo que, aunque sangrienta, tiene un propósito más noble que el simple sacrificio de animales domésticos. Esta práctica, aunque violenta, es vista como una forma de purificación cósmica, una lucha constante contra las fuerzas caóticas y salvajes del mundo, lo que justifica su elevación a la categoría de virtud y gloria.
Júpiter decide que ser verdugo de hombres debe ser considerado "infame", ser carnicero debe ser "vil", pero ser cazador debe ser visto como "honor, buena reputación y gloria". Esta es una defensa de la fuerza brutal y la violencia ritualizada como una forma de virtud, reflejando la capacidad de los poderosos para definir lo que es honorable y lo que es vil según su propia conveniencia.
Los canes
Momo, Venus, Minerva y Júpiter continúan con el reordenamiento cósmico, asignando nuevos lugares a diferentes símbolos y personificaciones que representan aspectos tanto nobles como corruptos de la naturaleza humana. Momo sugiere reemplazar al Can Cazador con virtudes más civilizadas y políticas, como la Predicación de la Verdad, el Tiranicidio, el Cuidado de la Patria, la Vigilancia y la Procuración de la República, reflejando un deseo de purificar el cosmos de los instintos más primitivos y brutales. Esto marca un intento de transformar las fuerzas agresivas de la caza en principios más elevados y racionales, asociados con el buen gobierno y la defensa de la libertad.
Luego, Venus interviene para pedir que se le conceda la Cachorra, argumentando que su compañía es esencial para alegrar los corazones en tiempos de recreo y vacaciones, con su gracioso meneo y afectuosos gestos. Júpiter acepta, pero añade que junto a la Cachorra deben partir también las pequeñas Lisonja y Adulación, así como los eternamente despreciados Celo y Desprecio, para dejar espacio a virtudes más puras como la Familiaridad, Afabilidad, Apacibilidad, Gratitud, Obsequio sencillo y Servidumbre afectuosa. Venus acepta esta condición, señalando que sin su cachorrita no se puede vivir felizmente en la corte, en una clara alusión a las delicadezas y placeres de la vida cortesana.
Finalmente, Minerva introduce un nuevo elemento en la conversación al preguntar qué destino se le dará a la Ballena, esa "habitación móvil" y "fiera errante" que, como el monstruo que devoró a Jonás, puede tragar cuerpos vivos y escupirlos en las costas más lejanas y desconocidas. Los dioses, sin dudarlo, responden que la Ballena debe irse con las fuerzas más corruptas y detestables del mundo: la Avaricia, el Mercado vil, la Piratería desesperada, la Depredación, el Fraude y la Usura, desterrando así las fuerzas que consideran perniciosas para el equilibrio cósmico.
Sin embargo, Minerva insiste en que esta criatura debe ser asignada a alguien, y finalmente decide que la Ballena debe servir a los "solícitos portugueses" o "avidos británicos", para que continúen su búsqueda de nuevos mundos y tierras inexploradas. Esta es una clara referencia a las exploraciones coloniales y marítimas del siglo XVI, donde las grandes potencias europeas, impulsadas tanto por la curiosidad científica como por la codicia, se lanzaron a descubrir y explotar los continentes más lejanos, expandiendo los límites del mundo conocido y transformando radicalmente las relaciones económicas y políticas del planeta.
Saturno
Tras terminar Minerva con su intervención, Saturno, descrito como "triste, reacio y melancólico", toma la palabra para abogar por la permanencia de la Hidra en el cielo, junto a las constelaciones de los Asnos, Capricornio y Virgo. Saturno defiende a la Hidra como una criatura que, aunque temida y despreciada, ha servido a los dioses al "reivindicarlos" contra las pretensiones humanas de inmortalidad. Saturno relata un antiguo mito en el que Prometeo, el "audaz y curioso" titán, intenta conceder a los humanos la inmortalidad, transportando odres llenos de vida eterna en el lomo de un asno. Sin embargo, en su camino hacia los hombres, el asno, agotado por el calor y la sed, se detiene a beber en una fuente profunda, donde al agacharse para alcanzar el agua, deja caer los odres, derramando su contenido en el suelo. En ese momento, la Hidra, siempre astuta y atenta, recoge para sí una parte de esta vida eterna, privando a los hombres del don de la inmortalidad y asegurando su lugar en el cielo.
Saturno interpreta este acto como una victoria simbólica para los dioses, que de esta manera mantienen su superioridad sobre los mortales, evitando que los humanos se conviertan en sus iguales. Los hombres, condenados a la mortalidad y la miseria, deben ahora enfrentar las penurias de la existencia, mientras que el asno, traicionado por su propia torpeza, es castigado para siempre con "eternas penurias y fatigas", convirtiéndose en un símbolo de la ignorancia y la necedad. Saturno concluye que, gracias a esta intervención, los humanos siguen siendo conscientes de su fragilidad y limitaciones, recordando siempre que, aunque mortales, deben respetar el poder de los dioses.
Júpiter responde aprobando esta interpretación, y todos los dioses acuerdan que la Hidra debe permanecer en el cielo, reconociendo su papel como símbolo de la astucia y la preservación del orden divino frente a las ambiciones humanas.
Expulsión de seres
Júpiter ordena una nueva separación cósmica, expulsando del cielo a una serie de fuerzas negativas como la Envidia, la Maledicencia, la Insidia, la Mentira, la Injuria, la Contienda y la Discordia, dejando solo las virtudes contrarias que pueden convivir con la Sagacidad y la Cautela.
Sin embargo, Júpiter decide que no puede tolerar la presencia del Cuervo en el cielo y ordena que Apolo se lo lleve, dado que fue su mensajero fiel en el pasado, pero cuya presencia ahora resulta inaceptable. Apolo responde con una serie de sugerencias sarcásticas, proponiendo que el cuervo podría encontrar un hogar más apropiado en Inglaterra, entre las mil legiones, o en lugares desolados como Montecorvino, cerca de Salerno, donde podría disfrutar de su naturaleza solitaria. También menciona que, si el cuervo es goloso de cadáveres, podría encontrar abundante alimento en los caminos entre Roma y Nápoles, lugares asociados con ejecuciones públicas y violencia durante el Renacimiento.
Júpiter agrega que, junto con el cuervo, también deben ser expulsadas fuerzas negativas como la Infamia, la Irrisión, el Desprecio, la Locuacidad y la Impostura, para hacer espacio a virtudes más misteriosas y profundas como la Magia, la Profecía y la Adivinación, que serán juzgadas por sus efectos buenos y útiles.
A continuación, Saulino pregunta a Sofía sobre el significado del cuervo, notando que este símbolo aparece tanto en las tradiciones egipcias como en las hebreas y griegas, aunque con variaciones significativas. Los egipcios y griegos ven al cuervo como un mensajero que, distraído por su gula (ya sea por higos o cadáveres), no cumple su misión y regresa tarde, mientras que los hebreos lo asocian con el arca de Noé, donde, según la narrativa bíblica, el cuervo no regresa porque se queda alimentándose de los cadáveres del Diluvio.
Sofía responde que estas historias aparentemente contradictorias pueden reconciliarse si se interpretan como metáforas de la misma realidad simbólica. Explica que el cuervo que parte del arca elevada sobre el monte más alto es equivalente al cuervo que parte del cielo, y que los seres humanos que habitan estas alturas pueden ser considerados dioses debido a su naturaleza más espiritual y elevada. Para Sofía, las diferencias en las narraciones reflejan solo variaciones culturales de un mismo tema, donde el cuervo simboliza el deseo que nos distrae de nuestros deberes espirituales, llevando a la pérdida de nuestro propósito y conexión con lo divino.
Copa y Jarra
Mercurio pregunta qué destino se le dará a la Copa y a la Jarra, símbolos que representan los placeres del vino y la embriaguez. Momo, con su característico tono sarcástico y provocador, sugiere que estos símbolos sean concedidos "iure successionis, vita durante" (por derecho de sucesión, de por vida) al mayor bebedor que pueda encontrarse en Alemania, una región que describe como un lugar donde la Gula y la Embriaguez son celebradas como virtudes heroicas y atributos divinos.
Momo pinta una imagen grotesca y exagerada de la Embriaguez, vistiéndola con pantalones bombachos y una gran bragueta que parecen hechos para "arietar el paraíso", una referencia a la lascivia y el exceso que caracteriza a los bebedores más infames. Esta figura no camina, sino que embiste su camino a través de la vida, golpeando contra todo obstáculo, acompañada de un séquito de miserias físicas como la Indigestión, la Náusea, el Vómito, el Delirio y la Porquería, simbolizando el precio que se paga por los excesos.
Además, Momo describe el carro triunfal de la Embriaguez, tirado por cuatro puercos de diferentes colores (blanco, rojo, multicolor y negro), cada uno con nombres burlescos como Grungarganfestrofiel, Sorbillgramfton, Glutius y Strafocazio, que parecen personificar diferentes aspectos de la gula y la voracidad. Este carro está conducido por personajes célebres por su relación con el vino, como Noé, Lot, Sileno y otros bebedores legendarios, que han quedado encadenados al destino de la embriaguez eterna, convertidos en símbolos vivientes de los excesos humanos.
Sin embargo, Júpiter, buscando restablecer el equilibrio cósmico, ordena que en lugar de esta procesión grotesca sean instaladas la Abstinencia y la Templanza, junto con sus propios ministros, marcando una transición de los excesos a la moderación. Momo promete continuar su relato satírico en otra ocasión, pero antes de que el tono se vuelva más solemne, el viejo Saturno interviene para recordarle a Júpiter que el Sol está por ponerse, sugiriendo que no se demoren en despachar a los últimos personajes antes de que termine el día, un gesto que refleja su carácter melancólico y meditativo.
Centauro
Momo cuestiona la naturaleza del centauro, ese ser híbrido que combina lo humano y lo bestial, planteando una reflexión irónica sobre la naturaleza compuesta de ciertos seres. Momo describe al centauro como una criatura en la que "dos naturalezas concurren en una hipostática unión", una referencia a la teología cristiana que describe la unión de la naturaleza divina y la naturaleza humana en la figura de Cristo. Sin embargo, Momo lleva esta idea a un extremo burlesco, sugiriendo que, en lugar de crear algo superior, esta unión puede resultar en una entidad degradada, más cercana a un monstruo que a un dios.
Momo se pregunta si la combinación de un "pedazo de bestia con un pedazo de hombre" realmente produce un ser más noble, o si, por el contrario, genera algo inferior a cualquiera de sus partes. Utiliza la metáfora de un jubón (una prenda de vestir ajustada) y unos calzones para ilustrar su punto: "Jamás provenga vestimenta mejor que jubón o calzones, ni menos así de buena, como ésta o aquélla." Para Momo, mezclar elementos incompatibles no produce una síntesis superior, sino un compromiso mediocre que carece de la pureza y perfección de sus componentes originales.
Júpiter, sin embargo, responde con severidad, insistiendo en que el "misterio de esta cosa es oculto y grande", y que Momo no tiene la capacidad para comprenderlo. Esta es una defensa clásica del misterio religioso, donde ciertos dogmas se consideran "elevados" y más allá del alcance de la razón humana. Sin embargo, Momo, fiel a su naturaleza crítica, se niega a aceptar esta ignorancia forzada, y responde con sarcasmo, afirmando que, si ha de aceptar que un ser incompleto es superior a un ser completo, necesita al menos una "bella manera" de ser convencido.
El intercambio culmina con Momo afirmando que, aunque "a su propio despecho", está dispuesto a "creer que una manga y un calzón valen más que un par de mangas y un par de calzones", y que un ser imperfecto es superior a uno completo, siempre y cuando se lo presente con una lógica convincente.
Los dioses, impacientes por avanzar en su tarea de reordenar el cosmos, piden a Júpiter que decida rápidamente sobre el destino del Centauro. Júpiter, habiendo silenciado a Momo tras su provocadora intervención, declara que, aunque pudo haber tenido reservas sobre los centauros en el pasado, Quirón es una excepción digna del cielo. Reconoce que Quirón no es un centauro común, sino un ser "justísimo" que, a diferencia de otros de su especie, se dedicó a enseñar habilidades elevadas como la astrología y la música a héroes como Hércules y Aquiles, además de sanar enfermos y mostrar cómo alcanzar las estrellas.
Júpiter describe a Quirón como un sacerdote cósmico, "el único sacerdote" en este templo celeste, que sostiene en su mano una bestia de ofrenda y lleva una botella de libación colgada a su cintura, simbolizando su papel como mediador entre los dioses y los mortales. Esta es una referencia a su rol como sanador y maestro, funciones que lo elevan por encima de la brutalidad y violencia de otros centauros. Júpiter concluye que, dado que "el altar, el templo y la capilla" no tendrían sentido sin un administrante, Quirón debe permanecer en el cielo como un símbolo de sabiduría y sacrificio eterno, a menos que el destino decida lo contrario.
Momo, fiel a su estilo irónico, elogia esta decisión, pero no sin una nota de sarcasmo, señalando que Quirón es un sacerdote ideal porque, si alguna vez necesita un sacrificio, siempre podrá ofrecerse a sí mismo como "sacerdote y bestia", combinando en su persona ambos aspectos del rito sacrificial. Esto es una referencia a la dualidad inherente al centauro, que es tanto hombre como bestia, capaz de ocupar simultáneamente los roles de sacrificador y sacrificado.
Finalmente, Júpiter decreta que, en el lugar del Centauro, deben expulsarse las fuerzas más oscuras y corruptas, como la Bestialidad, la Ignorancia y la Fábula inútil, para ser reemplazadas por Simplicidad justa y Fábula moral, valores que reflejan la dimensión más elevada y espiritual de Quirón. Del mismo modo, el Altar debe ser purificado de Superstición, Infidelidad e Impiedad, para ser ocupado por la Religión verdadera, la Fe no estulta y la Piedad sincera, consolidando así el papel de Quirón como un símbolo de la sabiduría práctica y la devoción cósmica.
Tiara
Apolo pregunta qué se debe hacer con la Tiara o Corona, a lo que Júpiter responde identificándola como la Corona Austral, destinada al "invictísimo Enrique III" de Francia. Júpiter describe a Enrique III como un monarca justo y pacífico, digno de esta tercera corona que se suma a las que ya posee, la de Francia y la de Polonia. Este pasaje refleja tanto un elogio político como una sátira velada, ya que, aunque se presenta como una alabanza, el tono y las referencias pueden interpretarse como una crítica sutil al carácter y las políticas de Enrique III.
Júpiter declara que esta tercera corona no es simplemente un símbolo de poder terrenal, sino una recompensa celestial reservada para aquellos que, como Enrique III, evitan la ambición desmedida y se dedican a preservar la paz y la justicia. Invoca el lema "Tertia coelo manet" (la tercera permanece en el cielo), una frase que asocia la moderación y el pacifismo con una recompensa eterna, en contraste con la inestabilidad y la violencia de los tiránicos y ambiciosos gobernantes que buscan constantemente expandir sus territorios.
Júpiter elogia a Enrique como un rey que prefiere la tranquilidad espiritual a la conquista militar, alguien que no se deja seducir por los estruendos de la guerra ni por las tentaciones de los territorios extranjeros. Sin embargo, este retrato de Enrique III como un monarca cristiano idealizado contrasta con la realidad histórica, donde su reinado estuvo marcado por conflictos internos, guerras religiosas y conspiraciones políticas. De hecho, esta misma descripción podría interpretarse como una ironía dirigida a un rey que, aunque se presenta como piadoso y pacificador, en realidad se enfrentó a continuas rebeliones y luchas por el poder.
los dioses, satisfechos con las decisiones tomadas hasta ahora, piden a Júpiter que resuelva rápidamente el destino del Pez Austral, el último elemento que queda por asignar en su gran reordenamiento cósmico. Júpiter, con un tono claramente burlesco y desenfadado, ordena que el pez sea sacrificado para su cena, dividiendo su carne en diferentes preparaciones culinarias:
"Pronto, quítese de ahí ese Pez, y no quede otra cosa de él más que su retrato; y que él, en sustancia, sea cogido por nuestro cocinero, y que luego luego, fresco fresco, sea metido para la celebración de nuestra cena..."
Esta descripción es una parodia del sacrificio ritual, donde un ser celestial es reducido a alimento para los dioses hambrientos, reflejando tanto el carácter irónico de Bruno como su crítica a las jerarquías cósmicas que convierten a los seres vivos en meros objetos de consumo para las deidades. Júpiter describe cómo el pez será dividido en diferentes platillos:
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Una parte a la parrilla
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Otra guisada en salsa
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Otra al vinagre
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Y otra sazonada con salsa romana
Esta diversidad de preparaciones refleja la fragmentación simbólica de la realidad en las múltiples perspectivas y significados que los dioses asignan a las cosas del cosmos. Además, Júpiter añade con humor que esta cena no es solo una comida, sino una forma de purgar al pez de la esfera celeste, transformando su existencia física en nutrimento para las deidades inmortales.
Los dioses, entusiasmados con esta resolución final, responden al unísono "¡Bien, bien, muy bien!", aprobando esta última purificación del zodiaco, que ahora queda libre para ser habitado por fuerzas más nobles y espirituales como la Salud, la Seguridad, la Utilidad, el Júbilo, el Descanso y el sumo Placer, vistos como las recompensas de las virtudes y los esfuerzos humanos.
Con esta última acción, los dioses se retiran alegremente, habiendo completado su gran purgación cósmica y restaurado el orden en el universo, liberando al espacio zodiacal de trescientas dieciséis estrellas señaladas que ahora brillan con un nuevo esplendor.
El pasaje concluye con un toque personal, donde Saulino se retira a su cena, mientras Sofía se prepara para sus "nocturnas contemplaciones", marcando el final de esta extraña y profunda comedia cósmica, donde los dioses, como los humanos, deben finalmente alimentarse y reflexionar sobre las misteriosas fuerzas que rigen el universo.
Conclusión
El Tercer Diálogo de La Expulsión de la Bestia Triunfante culmina el proceso de purificación cósmica iniciado por los dioses, quienes reorganizan el cielo para expulsar las fuerzas caóticas y corruptas que amenazan con perturbar el orden divino. Esta fase final incluye la eliminación de símbolos negativos como el Cuervo y el Pez Austral, reducidos a sacrificios para restaurar la armonía celeste. Sin embargo, Bruno utiliza este acto de purificación para criticar las jerarquías rígidas y los dogmas que restringen la libertad espiritual, recordando que incluso los dioses pueden ser caprichosos y ambivalentes. Al final, el diálogo se convierte en una alegoría filosófica que desafía las estructuras estáticas del poder y celebra un cosmos en constante movimiento y transformación.