martes, 4 de febrero de 2025

Giordano Bruno - Candelero (1582)

Il Candelaio es una comedia de costumbres que critica los vicios y las hipocresías de la sociedad de su época. Escrita en un estilo audaz y mordaz, la obra aborda temas como la avaricia, la corrupción, el fanatismo religioso y la obsesión amorosa, mostrando la aguda capacidad de observación de Bruno y su rechazo a las convenciones sociales. Escrito en 1582, es la única obra de teatro de Giordano Bruno, filósofo y cosmólogo renacentista italiano, conocido por su pensamiento radical y sus desafíos a la ortodoxia religiosa y filosófica de su tiempo. Aunque su obra más famosa se centra en la cosmología y la filosofía hermética, este texto teatral muestra una faceta diferente de Bruno: la sátira.


EL CANDELERO

El título comienza a describirse de esta manera;

''Candelero, comedia de Bruno Nolano, académico de ninguna academia, llamado ''El Fastidiado'''

En la segunda mitad del siglo XVI, pertenecer a una Academia era símbolo de prestigio intelectual y social. Estas instituciones, con nombres refinados y celebrativos, como la Accademia della Crusca o la Accademia degli Umoristi, eran centros donde se promovían las artes y las letras, pero también funcionaban como guardianes del decoro y las normas culturales. Bruno, al declararse fuera de este sistema, cuestiona no solo la autoridad de estas instituciones, sino también su tendencia a imponer límites al pensamiento libre.

La declaración de Bruno no es solo una provocación, sino un aviso al lector: El Candelero es una obra que desafiará las expectativas y las normas establecidas. Este gesto de independencia intelectual está en sintonía con el contenido de la obra, que utiliza la sátira para criticar los valores, costumbres y jerarquías de su época.

Luego comienza el libro con un relato satírico.

El Libro

A  los que beben de la fuente de Hipocrene

Como podemos ver, Giordano se refiere a Hipocrene. El mito de Hipocrene relata la creación de una fuente sagrada de inspiración poética en el monte Helicón. Según la tradición, las nueve Musas derrotaron en un concurso de canto a las hijas de Píero, provocando que el monte Helicón, complacido, comenzara a hincharse, amenazando con alcanzar el cielo. Para detenerlo, el dios Poseidón ordenó al caballo alado Pegaso que golpeara el monte con uno de sus cascos. Como resultado, el monte regresó a su tamaño normal, pero en el lugar del impacto brotó la fuente Hipocrene (Fuente del Caballo). Las Musas, dirigidas por Apolo, danzaban y cantaban alrededor de esta fuente, cuyas aguas se consideraban un manantial de inspiración para los poetas que bebían de ellas.



Vosotros que mamáis de los senos de las musas 

y que nadáis sobre su grasiento caldo, 

si la fe y la caridad os inflama el corazón, escuchad a mi hocico/’ 

Lloro, pido, mendigo un epigrama, un soneto, una alabanza, un himno, 

una oda que me sea colocada en popa o en proa para hacer felices a papá y a mamá. 

¡Ay de mí, que en vano busco ir vestido! 

¿Ay de mí, que voy desnudo como un Bias!

 Y es aún peor: tal vez me convendría, 

¡oh, infeliz! mostrar descubierto a mi Señora mi culo y mi miembro, 

como el padre Adán, cuando estaba bien dentro de su convento. 

Mientras pido unas miserables bragas, 

desde los valles veo aparecer a una gran furia de caballos


La referencia a la fuente de Hipocrene, símbolo de inspiración poética según la mitología griega, es irónica desde el principio. Bruno se dirige a los poetas y artistas que pretenden beber de esta fuente, pero los describe de forma despectiva, como si simplemente se "amamaran" de las musas o nadaran en un "grasiento caldo". 

En la línea "Lloro, pido, mendigo un epigrama...", el hablante se presenta como un mendigo literario, suplicando un reconocimiento que puede tomar cualquier forma, desde un epigrama hasta una oda. Esto satiriza la obsesión de los artistas por la fama y la validación, incluso a costa de perder su autenticidad. El deseo de "hacer felices a papá y a mamá" resalta la necesidad de aprobación no solo del público, sino también de figuras de autoridad o tradición.

La imagen del hablante "desnudo como un Bias" (en alusión al filósofo griego Bias de Priene, símbolo de pobreza y despojo material) enfatiza la vulnerabilidad del personaje. La desnudez física, descrita con un lenguaje crudo al mencionar "mi culo y mi miembro", refuerza la idea de despojo total, tanto material como moral.

La imagen final de "una gran furia de caballos" añade un elemento de caos y dinamismo. Puede interpretarse como una metáfora de la incontrolable fuerza del deseo, la frustración o incluso el cambio social que Bruno busca provocar a través de su obra.


Dedicatoria

En este fragmento, Giordano Bruno dedica su obra a la Señora Morgana, rechazando explícitamente a figuras de poder como papas, reyes o príncipes, y resaltando su decisión de dirigirse a alguien que, según él, ha cultivado y nutrido su intelecto con una "agua divina" nacida de su espíritu. Bruno describe a Morgana como una figura sabia, generosa y capaz de moldear su alma, elevándola por encima de las convenciones y jerarquías tradicionales. La dedicatoria refleja también una separación entre ambos, simbolizada como un "gran caos" que, aunque envidiado por quienes desean su mal, no puede destruir el vínculo que comparten. La candela, símbolo de la obra, se presenta como un puente que trasciende esta distancia, iluminando sombras e ideas tanto en el lugar donde él se encuentra como en la patria de Morgana, permitiendo a otros contemplar su alma y recordando que el tiempo todo lo transforma, pero nada se aniquila. Con un tono filosófico e introspectivo, Bruno concluye reflexionando sobre el paso del tiempo, la espera de un futuro más propicio y la permanencia del amor hacia quien lo inspira, invitándola a conservar la salud y a recordar a quien siempre la ha amado.

La Señora Morgana B., a quien Giordano Bruno, podría haber sido una mujer de Nola, su ciudad natal, o alguien que tuvo un impacto significativo en su vida e intelecto. Según Vincenzo Spampanato en su obra Vita di Giordano Bruno, Morgana B. podría haber sido la esposa de Gian Tommaso Borzello

Argumento y orden 

 Giordano Bruno entrelaza tres temas principales: el amor insípido de Bonifacio, la alquimia codiciosa de Bartolomeo y la pedantería torpe de Manfurio. Estos personajes representan diferentes tipos de vicios humanos, pero sus defectos no son exclusivos: Bonifacio, además de insípido, muestra torpeza y avaricia; Bartolomeo, además de avaro, es insípido y torpe; y Manfurio, aunque principalmente pedante, también exhibe insipidez y sordidez. A través de este "artificioso tejido", Bruno subraya cómo los defectos individuales se entrelazan y reflejan una crítica más amplia a los excesos y debilidades humanas, utilizando el humor y la sátira para explorar estos arquetipos.

Bonifacio

Bonifacio, enamorado de la señora Victoria, busca desesperadamente conquistarla mediante la magia y la ayuda de Scaramuré, un supuesto mago. Mientras tanto, la señora Victoria y su cómplice Lucía manipulan a Bonifacio con la esperanza de obtener dinero y regalos. A su vez, personajes como Sanguino, un pastor de bribones, y Gioan Bernardo, un pintor astuto, urden intrigas que complican aún más la trama. La obra sigue los fracasos de Bonifacio, quien, engañado y burlado repetidamente, se convierte en el centro de las sátiras de los demás personajes.

En cada acto se suceden escenas de malentendidos, engaños y humor grotesco, destacando cómo los defectos de los personajes principales—el amor insípido de Bonifacio, la avaricia de Bartolomeo y la pedantería de Manfurio—los convierten en víctimas de sus propias obsesiones y de la astucia de quienes los rodean. La obra culmina con la humillación de Bonifacio, quien, en su búsqueda de amor y poder, termina siendo burlado, comparado con Acteón, el personaje mitológico que fue transformado en ciervo y devorado por sus propios perros.

A través de una compleja red de situaciones cómicas y críticas sociales, Giordano Bruno utiliza El Candelero para exponer los vicios y defectos humanos, tejiendo una sátira mordaz que combina elementos del teatro clásico con la aguda observación de las costumbres de su época. La obra no solo entretiene, sino que también refleja las contradicciones y debilidades de los individuos atrapados en sus propios deseos.

Bartolomeo

Bartolomeo representa la obsesión por la alquimia y la avaricia, que se convierte en una fuente constante de burla y crítica a lo largo de la obra. Bartolomeo aparece inicialmente en el Acto I, Escena II, donde se mofa del amor de Bonifacio y declara que su verdadera pasión son el oro y la plata. Su dedicación a la alquimia, estudiada bajo la guía de Cencio, un supuesto maestro que resulta ser un embaucador, refleja su búsqueda desesperada de riqueza. La relación de Bartolomeo con su esposa, Marta, añade una dimensión cómica y crítica: mientras él persigue su quimera alquímica, Marta se burla de su ineptitud y demuestra mayor "experiencia" en el arte de amar que él en el de fabricar oro.

En el transcurso de la obra, Bartolomeo justifica su obsesión con la alquimia y discute su nobleza, pero sus esfuerzos se ven frustrados repetidamente, culminando en un episodio humillante en el que es engañado por Sanguino y sus compañeros disfrazados de autoridades, quienes lo despojan de sus pertenencias y lo atan espalda con espalda junto a Consalvo, un cómplice en sus fracasos. Finalmente, ambos son liberados por Scaramuré, quien los envía por caminos separados, completando la burla hacia la arrogancia y codicia de Bartolomeo.

La trayectoria de Bartolomeo en la obra, desde su inicial altanería hasta su humillación final, sirve como un espejo de las críticas de Bruno hacia las ilusiones humanas de control y poder, especialmente cuando estas se centran en fines egoístas como la avaricia. Su figura ridícula pone de manifiesto los límites de la ambición desmedida y la vanidad, temas centrales en la sátira de Bruno.

Manfurio

Manfurio, el pedante de El Candelero, es una figura que representa la presunción y la torpeza intelectual, características que lo convierten en objeto constante de burla y manipulación. Desde su primera aparición (Acto I, Escena V), su comportamiento altivo es reconocido por Sanguino, quien lo percibe como un hombre estúpido y una víctima potencial para ser explotada económicamente. Esta tendencia continúa a lo largo de la obra, donde su obsesión por impresionar con su retórica y erudición lo expone repetidamente al ridículo.

En el Acto II, el señor Octaviano lo engaña halagando y despreciando alternativamente sus poemas, estudiando su reacción para burlarse de él. Más tarde, Manfurio envía una carta de amor a través de Bonifacio, dirigida a su Pollula, pero esta misiva termina en manos de Sanguino y Pollula, quienes la leen con desdén, aumentando su humillación. Su ingenuidad y vanidad se intensifican en el Acto III, cuando, enfurecido por la falta de aprecio hacia sus versos, redacta un poema vengativo contra Octaviano, pero pronto es estafado por Corcovizzo, quien le roba su dinero. En un intento de recuperarlo, se deja convencer por Sanguino y otros bribones para cambiar sus ropas, lo que culmina en su despojo total.

En el Acto IV, Manfurio regresa humillado y mal vestido, lamentándose de sus pérdidas. Mientras reflexiona sobre su desventura, Sanguino y sus cómplices, disfrazados de esbirros, lo capturan y lo llevan a una habitación bajo falsos pretextos. En el Acto V, se le ofrece evitar la prisión eligiendo entre tres castigos: pagar una propina, recibir diez golpes con un palo, o cincuenta latigazos. Inicialmente opta por los diez golpes, pero tras recibir tres, cambia de opinión y elige los latigazos, aunque finalmente termina soportando ambos castigos y, además, pagando lo que le queda de dinero. En la escena final, aparece aún más humillado, vestido con un arnés ridículo, y se retira con un Plaudite, sellando su papel como el blanco definitivo de las burlas en la obra.

Manfurio simboliza la vacuidad del intelectualismo pedante y la desconexión entre la pretensión de saber y la realidad práctica. A través de su caída, Bruno critica la arrogancia y la superficialidad de quienes presumen de un conocimiento vacío, subrayando cómo estos defectos los convierten en presas fáciles de la astucia y el engaño.

Antiprólogo

Bruno, con un tono irónico y exagerado, describe los problemas y desventuras que impiden la realización de la comedia, ridiculizando a los actores, al autor y al propio acto teatral.

El personaje encargado del prólogo se queja de los contratiempos: la actriz que debe interpretar a Victoria y Carubina está enferma, el actor que representa a Bonifacio está borracho y no coopera, y el mismo prólogo es un texto complicado que el orador no logra memorizar. La descripción de la obra como una "barcaza rota" que hace agua por todos lados refleja una crítica velada a la fragilidad y caos del proceso creativo, así como a la falta de preparación o talento de quienes participan.

El autor de la comedia es descrito con burlas mordaces: un hombre abatido, fastidiado, incapaz de encontrar satisfacción, cuya apariencia refleja un espíritu desgastado, casi ridículo. Además, se lanza una crítica general a los filósofos, poetas y pedantes, presentándolos como figuras atrapadas en su pobreza y desconexión con la realidad material, incapaces de atraer riqueza o estabilidad.

Finalmente, el personaje que debía declamar el prólogo, harto de las dificultades y de su situación de hambre y miseria, abandona su responsabilidad y expresa su intención de "hacerse fraile", una salida que también es objeto de ironía. Este monólogo encapsula la capacidad de Bruno para entrelazar humor, crítica social y reflexión sobre los vicios humanos, transformando la misma representación teatral en un espejo grotesco de la vida real.


Proprólogo

La introducción comienza con una burla hacia el prólogo y su orador, quien finalmente no aparece, reflejando el desorden y la imperfección del montaje teatral. Esto da paso a una descripción de la trama, los personajes y sus interacciones, donde se destacan las características grotescas y los vicios de cada uno: el amor insípido y desesperado de Bonifacio, la avaricia de Bartolomeo, la pedantería de Manfurio, y las intrigas de personajes secundarios como Lucía, Gio. Bernardo y Sanguino. El narrador advierte que estas figuras representan un microcosmos de la sociedad, lleno de engaños, codicia, locura y vanidad.

El texto también está cargado de una crítica filosófica y cultural. Bruno ridiculiza a los intelectuales pedantes, a quienes describe con un tono irónico como "escupidores de sentencias" y "maestros de palabras huecas", más interesados en la apariencia y la erudición superficial que en el verdadero conocimiento. Asimismo, presenta las relaciones humanas, especialmente las amorosas, como un cúmulo de pasiones desordenadas, celos, envidias y deseos contradictorios que reflejan la naturaleza irracional del ser humano.

El tono metateatral se intensifica cuando el narrador describe el caos como una barca rota que apenas se sostiene, llena de promesas vacías y errores evidentes, una analogía de la obra misma y de la vida humana. A lo largo del texto, Bruno invita al público a observar las acciones y discursos con una perspectiva crítica, ya sea desde el sentido trágico de Heráclito o el cómico de Demócrito, mostrando que la vida es, en esencia, un teatro donde se entremezclan el absurdo y la profundidad.

Bedel

La introducción comienza con una defensa sarcástica, afirmando que antes de las comedias no había comedias, del mismo modo que las cosas no pueden ser vistas antes de existir. Este razonamiento irónico sirve para legitimar la naturaleza única y peculiar del personaje central. El Candelero es descrito con una serie de epítetos grotescos y despectivos, como "extraordinario idiota", "natural cojón", "moral cojonudo" y "asno anagógico", términos que subrayan su carácter absurdo y satírico, al tiempo que invitan al público a reflexionar sobre su simbolismo.

La presentación culmina con una invitación a observar al personaje, instando al público a hacerse a un lado, no solo para permitir su entrada, sino también para evitar los "cuernos" metafóricos que podrían causar daño. Esta imagen visual y simbólica no solo enfatiza la comedia grotesca del momento, sino que también alude a los temas de engaño y humillación que atraviesan la obra.

ACTO I

Escena primera

En la primera escena del Acto I, Bonifacio da órdenes a Ascanio para que encuentre a alguien y lo traiga rápidamente. Le insiste en que haga el trabajo con rapidez, pero de manera descuidada y sin demasiado esfuerzo, añadiendo instrucciones específicas: evitar entrar en la casa, llamar a la persona desde la ventana y transmitir el mensaje tal como se le indicó.

Ascanio responde con obediencia, prometiendo hacer el encargo de la mejor forma posible. Bonifacio, satisfecho, mezcla sus órdenes con comentarios absurdos, como una referencia a la cola de un asno adorada en Castelio por los genoveses, lo que añade un tono cómico y burlesco al diálogo. Finalmente, Ascanio acepta la tarea y se marcha para cumplir las instrucciones.

Escena segunda

En esta escena, Bonifacio reflexiona sobre su incapacidad para conquistar el amor de una mujer que lo rechaza. Desesperado, decide recurrir al arte mágico, convencido de que esta "oculta filosofía" puede lograr lo que la naturaleza y sus esfuerzos no han conseguido. Habla sobre los poderes atribuidos a la magia, capaces de alterar las leyes de la naturaleza: hacer retroceder los ríos, inmovilizar el mar, cambiar el día por la noche, y hasta transformar los deseos humanos.

Mientras recita un poema que exalta estos prodigios mágicos, menciona a un "Académico de ninguna academia", probablemente una referencia satírica, para reforzar la idea de que la magia puede superar los límites de lo posible. A pesar de sus dudas iniciales, Bonifacio se convence de que estas prácticas pueden ayudarlo en su propósito amoroso, especialmente a partir de las enseñanzas de Scaramuré, a quien considera capaz de realizar maravillas.

Finalmente, Bonifacio observa la llegada de alguien, haciendo un comentario irónico sobre aquellos que "roban la vaca y luego regalan los cuernos", mientras espera recibir noticias que podrían cambiar su situación. La escena refleja su desesperación, su credulidad y su disposición a recurrir a lo extraordinario para obtener lo que desea.

Escena tercera

En esta escena, Bonifacio y Bartolomeo comparten una conversación sobre sus respectivos tormentos amorosos, mientras Pollula y Sanguino escuchan ocultos. Bartolomeo comienza lamentándose del desamor que sufre, describiendo cómo está profundamente atrapado por la persona que ama, mientras ella permanece libre e indiferente a sus sentimientos. Bonifacio, al escucharlo, expresa empatía, señalando que también sufre por una pasión no correspondida y describiendo cómo el amor lo ha transformado y consumido.

Bonifacio relata que, a sus 42 años, en un momento en que el amor debería estar disminuyendo, se vio atrapado por el fuego de una nueva pasión hacia Carubina. Sin embargo, tras apagarse esa llama inicial, su corazón quedó vulnerable a otras pasiones, especialmente por la señora Victoria, de quien se enamoró al cruzar sus miradas durante un paseo por Posillipo. A pesar de estar casado con Carubina, Bonifacio admite su incapacidad para controlar su corazón y sus deseos.

Por su parte, Bartolomeo, casado con una mujer mayor y poco atractiva, confiesa estar igualmente atrapado por otras mujeres, mencionando a la señora Argentería y a la señora Orelia como los objetos de su afecto. La conversación se llena de bromas y comparaciones humorísticas, como cuando Bartolomeo señala que el amor suele atacar a quienes tienen poco en qué pensar o hacer, insinuando que Bonifacio no debería haberse expuesto a ese sentimiento.

Bartolomeo sigue jugando con las declinaciones gramaticales latinas para expresar su obsesión por las señoras Argentería y Orelia, mientras Bonifacio, frustrado, se desespera ante lo que considera un comportamiento ridículo.

Bartolomeo utiliza términos como "dativo" y "vocativo" para dramatizar su pasión, exclamando a las mujeres que ama y reprochándoles su indiferencia. Bonifacio, cada vez más exasperado, le desea maldiciones y lo acusa de burlarse de él. Bartolomeo responde con desprecio, insinuando que Bonifacio ha perdido la razón debido a su obsesión amorosa.

Al final, Bonifacio reflexiona con amargura sobre cómo su conversación con Bartolomeo lo ha llevado a confrontar su propia locura amorosa. Decide regresar a casa para espiar a Lucía, mostrando su desconfianza y celos. Sin embargo, al percatarse de que algunos sinvergüenzas cercanos (Pollula y Sanguino) se ríen, sospecha que han escuchado su diálogo, lo que aumenta su frustración. La escena concluye subrayando cómo el amor y la ira, emociones dominantes en los personajes, son imposibles de ocultar, dejando a Bonifacio atrapado en sus propias pasiones y en el ridículo.

Escena cuarta

En esta escena, Sanguino y Pollula, que han estado escuchando ocultos el diálogo anterior entre Bonifacio y Bartolomeo, se burlan abiertamente de ellos. Sanguino comienza riéndose de Bonifacio, llamándolo de forma sarcástica "búfalo de la India", "asno de Otranto", "carnero de Avella" y "oveja de Arpaia", en referencia a su ingenuidad y facilidad para revelar sus secretos sin ser presionado. Entre risas, comenta lo absurdo de cómo Bonifacio confesó estar enamorado, quién es su "diosa" y todos los detalles de su pasión.

Pollula añade que Bonifacio no necesita invocar la ayuda divina para abrirse, refiriéndose sarcásticamente a la oración “Domine, labia mea aperies” (Señor, ábreme los labios para que pueda hablar). Sugiere que Bonifacio siempre está dispuesto a revelar sus pensamientos sin necesidad de estímulo alguno, lo que lo hace aún más ridículo.

Sanguino menciona que Bonifacio parece arrepentido de haber hablado, pero tranquiliza irónicamente diciendo que, según las Escrituras, "quien peca y se arrepiente será salvado". Finalmente, Pollula, impaciente y exasperada, dice que quedarse allí todo el día no tiene sentido y desea que el diablo le rompa el cuello al "maestro", refiriéndose probablemente a Bonifacio o Bartolomeo.

Escena quinta

En esta escena, Manfurio, Pollula y Sanguino interactúan en un diálogo lleno de pedantería, sarcasmo y confusión lingüística. Manfurio, fiel a su carácter pedante, utiliza un lenguaje extremadamente rebuscado, mezclando términos en latín y referencias eruditas para impresionar a Pollula. Sin embargo, sus intentos resultan absurdos y, en lugar de ser admirado, provoca burlas y confusión en quienes lo escuchan.

Pollula muestra una actitud impaciente y práctica, cortando las divagaciones de Manfurio con respuestas breves y directas, lo que aumenta la frustración de este último. Por su parte, Sanguino se burla abiertamente de la forma de hablar de Manfurio, calificándola de "apestosa" e incomprensible. A pesar de esto, Sanguino intenta congraciarse con Manfurio, simulando respeto y proponiendo una amistad, lo que lleva a un intercambio humorístico lleno de ironía.

Manfurio, inicialmente despectivo hacia Sanguino, comienza a verlo de forma más favorable cuando este utiliza epítetos y términos que considera "civilizados". Sin embargo, el diálogo sigue plagado de malentendidos y exageraciones, lo que refuerza la comicidad de la escena. Finalmente, Pollula y Sanguino se despiden para encontrarse con Gio. Bernardo, dejando a Manfurio divagando sobre etimologías y reflexiones sin sentido, mientras proclama su intención de registrar sus pensamientos en un libro.

Escena VI

En esta escena, Lucía, agotada y hambrienta, reflexiona en voz alta mientras se toma un momento para descansar. Se queja de su situación, comparándose con un "riñón flaco en medio de la grasa", pues ha pasado la noche vigilando sin disfrutar de los banquetes que ha preparado. Sin embargo, al encontrarse sola, decide curiosear en el paquete de regalos que Bonifacio envía a la señora Victoria.

Lucía inspecciona el contenido del envío y descubre una serie de delicias: bizcochuelos rellenos, panes de azúcar acaramelados, confituras y otras exquisiteces. Al fondo del paquete encuentra un billete con un poema escrito por Bonifacio, en el que este declara su amor desesperado por Victoria, lamenta su sufrimiento y expresa que no encuentra consuelo en nada más que en su pasión por ella.

Después de leer el poema, Lucía lo analiza con sarcasmo, burlándose de su falta de habilidad poética y comparando las rimas con el sonido de campanas o el canto de los asnos, ambos monótonos y repetitivos. A pesar de sus críticas, decide aprovechar la situación, llevándose una parte del regalo para disfrutarlo por sí misma, considerando que merece beneficiarse de la locura de Bonifacio.

Escena VII

En esta escena, Bonifacio, solo, reflexiona sobre el poder transformador del amor y su reciente inspiración poética. Maravillado por su propia capacidad de componer versos, se pregunta de dónde ha surgido esa habilidad sin haber recibido enseñanza alguna. Convencido de la originalidad de su creación, asegura que ni Petrarca ni Ariosto han escrito algo similar a su soneto, destacando con orgullo que todos sus versos terminan con la misma rima.

Lleno de esperanza, Bonifacio dirige sus pensamientos hacia Victoria, confiando en que ella ya habrá leído y comprendido sus versos. Cree que, si su corazón no es más duro que el de un tigre, pronto se sentirá conmovida y comenzará a valorar su amor. Sin embargo, su monólogo es interrumpido por la llegada de Gio. Bernardo, lo que añade una expectativa de interacción futura en el desarrollo de la escena.

El monólogo de Bonifacio refleja tanto su ingenuidad como su vanidad, mostrando cómo el amor lo empuja a exagerar sus habilidades y a idealizar sus esfuerzos románticos, mientras sigue atrapado en una fantasía que contrasta con la realidad.

Escena VIII

En esta escena, Gio. Bernardo y Bonifacio entablan un diálogo lleno de ironías y malentendidos, que mezcla cuestiones prácticas con reflexiones absurdas. Gio. Bernardo inicia la conversación con un saludo formal y una pregunta retórica sobre las acciones de Bonifacio. Este, entusiasmado, responde que ha hecho algo extraordinario que jamás había realizado antes.

Gio. Bernardo introduce una reflexión filosófica sobre la unicidad de las acciones y cómo cada día ofrece algo irrepetible, ejemplificando con un retrato que ha pintado. Bonifacio, sin interés en estas divagaciones, lo interrumpe para hablar del retrato que se hizo el día anterior y solicita uno nuevo, mostrándose más centrado en su propia imagen que en los pensamientos profundos de Gio. Bernardo.

El diálogo se torna humorístico cuando Bonifacio pide que el nuevo retrato lo haga más "bello", a lo que Gio. Bernardo responde que si quiere un retrato realista no puede esperar embellecimientos. La conversación continúa con comentarios sarcásticos, en los que Gio. Bernardo sugiere que Bonifacio podría estar cambiando de oficio, de "candelera" a "orfebre", lo que confunde a Bonifacio y genera más confusión.

Escena novena

Bonifacio reflexiona solo sobre una frase que le ha sido dirigida: "De candelera queréis convertiros en orfebre". Mientras intenta comprender su significado, muestra frustración porque siente que todos se burlan de él. Aunque considera que ser orfebre no es algo deshonroso, se muestra confundido por las alusiones que no entiende completamente. Bonifacio comenta sobre el trabajo del orfebre, mencionando que este a menudo implica mojarse las manos en orina, un paso necesario en el proceso de tratamiento de materiales preciosos como el oro y la plata, lo cual parece añadir un tono grotesco a su reflexión. Finalmente, interrumpe sus pensamientos al creer que ve llegar a Ascanio acompañado de Scaramuré, sugiriendo que su espera puede haber terminado.

Escena décima

Bonifacio se encuentra con Scaramuré, un supuesto mago, en busca de ayuda para conquistar el amor de una mujer que lo ha fascinado. Bonifacio expresa su desesperación y confianza en las habilidades de Scaramuré, describiéndolo como su única esperanza para remediar su mal de amores.

Scaramuré, con un tono pretencioso y misterioso, realiza una interpretación astrológica y "científica" basada en datos ambiguos sobre la posición de Bonifacio al enamorarse y su edad aproximada. Habla sobre la fascinación, explicando que es un fenómeno generado por la mirada recíproca entre dos personas, donde "los rayos visuales" de los ojos conectan los espíritus, encendiendo el amor en el corazón. Scaramuré utiliza este lenguaje para reforzar su imagen de erudito y convencer a Bonifacio de su capacidad para resolver su problema mediante la "magia natural".

Bonifacio, impresionado por la explicación, se muestra completamente confiado en que Scaramuré podrá lograr su objetivo y se compromete a ser agradecido si se cumple su deseo. Scaramuré le asegura que hará todo lo necesario y deja en claro que espera gratitud a cambio de su servicio. La escena concluye con Bonifacio alejándose con Scaramuré para evitar encontrarse con una persona que considera molesta, dejando claro que su desesperación lo lleva a huir de cualquier distracción y centrarse únicamente en su objetivo amoroso.

Escena undécima

En esta escena, Cencío, Gio. Bernardo y Bartolomeo discuten sobre los métodos y resultados de la alquimia, mostrando el contraste entre la ilusión de crear oro y la incredulidad que generan estos procedimientos.

Cencío, quien se presenta como un experto en alquimia, expone una elaborada teoría basada en textos clásicos y figuras como Hermes Trismegisto, Avicena y Alberto Magno, explicando la supuesta relación entre los metales y los astros. Sin embargo, su discurso es interrumpido por Gio. Bernardo, quien cuestiona la autenticidad de su conocimiento y lo acusa indirectamente de fraude, argumentando que si supiera realmente cómo hacer oro, no estaría en la pobreza ni necesitaría vender secretos.

Cencío defiende su reputación diciendo que ya ha proporcionado a Bartolomeo todo lo necesario para realizar la transmutación de metales y afirma que este incluso ha encontrado oro puro como resultado de sus experimentos. Sin embargo, Gio y Bernardo lo confrontan con una historia sarcástica sobre un engaño similar, donde alguien ocultó oro en un trozo de madera para simular su creación durante un experimento alquímico. Aunque Cencío niega vehementemente haber engañado a Bartolomeo, su defensa solo incrementa las sospechas.

La escena culmina con Gio burlándose de Cencío y sugiriendo que el verdadero resultado del experimento no será oro, sino otra decepción. Cencío, ofendido, insiste en que el tiempo probará la validez de su trabajo, mientras Gio. Bernardo y Bernardo se despiden con escepticismo, dejando en el aire la pregunta de si todo es un fraude o una fantasía desesperada.

Escena duodécima

En esta escena, Cencío reflexiona solo sobre su engaño a Bartolomeo y muestra su astucia y falta de escrúpulos. Comenta que si Bartolomeo fuera tan perspicaz como Bernardo, su plan no habría tenido éxito. Sin embargo, con satisfacción, asegura que ya tiene atrapado al "pájaro" en su red y que no dejará escapar la oportunidad de hacerse con los escudos prometidos.

Cencío revela que ha preparado un paquete falso, lleno de piedras en lugar del contenido prometido, para engañar aún más a Bartolomeo. Considera que la apariencia del envoltorio será más valiosa que lo que realmente contiene. Además, deja claro que planea huir del reino con el botín antes de que Bartolomeo descubra el engaño y busque el famoso pulvis Christi, clave para continuar con su alquimia.

Finalmente, preocupado por mantener su apariencia discreta, menciona que prefiere evitar ser visto por la esposa de Bartolomeo mientras lleva sus botas de viaje, lo que sugiere que está listo para escapar rápidamente. Esta escena revela la manipulación y el oportunismo de Cencío, quien encarna la figura del charlatán dispuesto a aprovecharse de la credulidad y avaricia de los demás.

Escena decimotercera

En esta escena, Marta, la esposa de Bartolomeo, reflexiona sola sobre la obsesión de su marido con la alquimia y sus esfuerzos por crear la piedra filosofal. Describe cómo su dedicación al horno y a los experimentos lo ha transformado en alguien completamente absorbido por su obsesión, comparándolo con Lucifer por su aspecto ahumado y con ojos ardientes debido al constante contacto con los carbones y el fuego.

Marta detalla cómo Bartolomeo ha dejado de interesarse por cosas básicas como comer o descansar, considerando cualquier actividad fuera de sus experimentos como un desperdicio de tiempo. Su única felicidad parece residir en los instrumentos alquímicos y el horno, a los que trata casi como objetos sagrados. Marta lo observa en secreto y describe una escena cómica y absurda: Bartolomeo, de pie sobre una silla, promete recubrir las vigas del techo con oro macizo y llenar los cofres de riqueza.

Aunque sus palabras tienen un tono de burla, Marta también expresa resignación ante la obsesión de su esposo, viendo cómo esta lo consume al punto de alienarlo de la vida cotidiana. La escena culmina con la llegada de Sanguino, quien probablemente traerá nuevas complicaciones al enredo. Este monólogo satírico resalta la ironía de las ambiciones alquímicas y cómo estas pueden llevar al delirio y al autoengaño.

Escena decimocuarta

Sanguino bromea sobre los oficios humildes que él y el esposo de Marta desempeñan, sugiriendo que este último tiene un trabajo manual que lo marca físicamente (rostro y manos sucias), lo que desata en Marta una preocupación por el qué dirán.

Marta se lamenta por el impacto social que podría tener el trabajo de su marido, temiendo convertirse en el blanco de burlas y chismes. Sin embargo, Sanguino, con su actitud desvergonzada y sus comentarios mordaces, se burla de sus preocupaciones, subrayando lo absurdo de su ansiedad social. Finalmente, añade un toque cómico con la advertencia de que, si Marta se acerca demasiado a su marido, incluso la sopa tendrá gusto a humo.


ACTO II

Escena I

Manfurio se presenta como un "maestro de artes" que domina las letras y la oratoria, pero su manera de expresarse resulta absurdamente compleja y pretenciosa, lo que lo convierte en objeto de burla desde el inicio. Su discurso está plagado de latinismos y referencias cultas, como menciones a Cicerón, Ovidio y la mitología clásica, pero dichas de forma tan enrevesada que parecen carentes de propósito o claridad. Esta pedantería es exagerada a propósito, reflejando una crítica de Bruno hacia los académicos que se obsesionan con la forma, pero descuidan el contenido.

Por ejemplo, Manfurio describe su profesión con una retahíla interminable de calificativos en latín que, aunque suenan impresionantes, no dicen nada concreto. Cuando se le pide que recite uno de sus poemas, su composición está llena de imágenes grotescas y exageradas, como la de un puerco glotón que se revuelca en el fango. Su poema, que pretende ser una sátira de la glotonería y la vida desordenada, se convierte en sí mismo en un ejemplo de ridiculez debido a su tono grandilocuente y su falta de conexión con la realidad.

Por otro lado, Octaviano representa el polo opuesto: es perspicaz, astuto y utiliza la ironía para poner en evidencia las debilidades de Manfurio. Al comienzo, Octaviano halaga de manera exagerada la supuesta elocuencia y sabiduría de Manfurio, llamándolo "fuente de elocuencia", "patriarca del coro apolíneo" y "sereníssimo mar de doctrina". Sin embargo, a medida que avanza la conversación, queda claro que sus palabras están cargadas de sarcasmo, ya que utiliza estos elogios para exacerbar las pretensiones de Manfurio y así exponerlo al ridículo.

Cuando Manfurio recita su poema, Octaviano le hace preguntas cada vez más incisivas, cuestionando la materia, el propósito y la calidad de sus versos. Manfurio, confiado en su ingenio, se enreda aún más en su retórica vacía, tratando de justificar sus ideas con citas innecesarias y referencias a autores clásicos. La repetición constante de palabras en latín y frases pomposas, lejos de impresionarlo, solo refuerzan la impresión de que Manfurio es un personaje caricaturesco, más preocupado por demostrar su erudición que por comunicar algo significativo.

El momento culminante de la escena ocurre cuando Octaviano deja de disimular su burla y empieza a jugar abiertamente con las respuestas de Manfurio. A través de preguntas y réplicas irónicas, Octaviano lo lleva a una especie de espiral de confusión, donde cada afirmación de Manfurio parece refutarse a sí misma. Por ejemplo, cuando Octaviano utiliza la negación ("nequaquam") para rechazar la calidad de los versos de Manfurio, este último, atrapado en su lógica pedante, intenta interpretar la negación como una afirmación implícita ("dos negaciones afirman"). Este intercambio expone lo absurdo de su razonamiento y lo deja en evidencia como un intelectual vacuo.

Finalmente, Manfurio, consciente de que está siendo burlado, intenta retirarse indignado, pero incluso su salida está cargada de humor, ya que Octaviano sigue provocándolo con preguntas que subrayan lo inútil de su pedantería. El diálogo termina mostrando la frustración de Manfurio, quien, a pesar de su fachada de gran erudito, queda como un personaje ridículo y caricaturesco.

Escena II

Manfurio comienza reflexionando sobre lo que ocurrió en la escena anterior, donde fue burlado por Octaviano. A pesar de haber sido objeto de burla evidente, Manfurio interpreta la situación como un acto de "envidia" hacia su supuesta superioridad intelectual. Su razonamiento, cargado de términos en latín y frases grandilocuentes, muestra cómo utiliza su retórica como una defensa para evitar enfrentarse a la realidad de su mediocridad. Pollula, en su papel de discípulo servil, le da la razón sin cuestionarlo, alimentando aún más la autoimagen inflada de Manfurio.

Manfurio, para vengarse de Octaviano, decide recurrir a las "musas" y utilizar su conocimiento para componer una epístola amorosa. Esta carta, escrita a pedido de un tal messer Bonifacio para su amada, se presenta como una oportunidad para que Manfurio demuestre sus habilidades literarias. Sin embargo, el acto de escribirla tiene una intención irónica, ya que pretende convertir el amor, algo emocional y genuino, en un ejercicio mecánico y retórico, reforzando su desconexión con la realidad. Luego, encarga a Pollula la tarea de entregar la carta en secreto, mientras él evita interactuar con dos mujeres que se acercan, mostrando su actitud evasiva y probablemente su incapacidad para relacionarse de manera directa y sincera.

Escena III

Bruno introduce un intercambio entre tres mujeres: Victoria, Lucía y otra dama no identificada, mostrando cómo las relaciones amorosas y las manipulaciones emocionales forman parte del tono satírico y burlesco de la obra. La escena gira en torno a una carta de amor enviada por Bonifacio, un personaje previamente mencionado, y la estrategia que Victoria, con la ayuda de Lucía, planea usar para jugar con los sentimientos del remitente.

Victoria expresa interés por Bonifacio debido a su sumisión y, de manera irónica, a su "bestialidad", lo que sugiere que lo ve como alguien fácil de manejar y que no traerá complicaciones. Su comentario también subraya el tono cínico de la obra respecto a las relaciones amorosas, al mostrar que su atracción por él no está basada en el respeto mutuo, sino en su utilidad y docilidad.

Lucía, quien actúa como confidente y cómplice de Victoria, hace un comentario humorístico al calificar a Bonifacio como alguien de "cerebro húmedo" (una referencia metafórica a su personalidad dócil y tal vez emocionalmente vulnerable), en contraposición a los "locos de cerebro seco", que serían personas de carácter fuerte y difíciles de controlar. Este contraste sirve para reforzar la idea de que Bonifacio es alguien manipulable, lo que lo hace un candidato perfecto para los planes de Victoria.

Victoria instruye a Lucía para que le transmita a Bonifacio una serie de mensajes calculados, diseñados para inflar su ego y reforzar su creencia de que Victoria está profundamente enamorada de él. Ella le pide que exagere detalles sobre cómo supuestamente no puede dejar de leer su carta, cómo la guarda cerca de su corazón, y cómo finge esconderla para aumentar su valor sentimental. Estas "patrañas", como las llama Victoria, son una táctica deliberada para mantener a Bonifacio bajo su control emocional.

Lucía, quien se presenta como una figura astuta y experimentada, responde con confianza, afirmando que es capaz de manejar incluso a reyes y emperadores, y que manipular a Bonifacio será una tarea trivial. Su actitud refuerza la dinámica de complicidad entre las dos mujeres, quienes utilizan su inteligencia y habilidades manipuladoras para controlar la situación.

Escena IV

Victoria reflexiona a solas sobre el amor, la juventud, la vejez y la relación entre las apariencias y la utilidad en las relaciones humanas. Su monólogo es una mezcla de filosofía pragmática y cinismo, que resalta la visión crítica de Giordano Bruno hacia las motivaciones humanas y las dinámicas sociales. Victoria, en sus pensamientos, expone una perspectiva calculadora y utilitaria del amor y las relaciones, alejándose de cualquier ideal romántico o sentimental.

Victoria comienza con una observación sobre la representación clásica del amor como joven y desnudo. Según ella, esta imagen simboliza dos cosas: primero, que el amor parece algo más adecuado para los jóvenes que para los viejos; y segundo, que el amor dota a las personas de una ligereza infantil. Sin embargo, señala que estas características no aplican al hombre al que ella se refiere (probablemente Bonifacio), ya que no tiene ni la gracia de la juventud ni el intelecto que podría ser afectado por el amor. Con esta observación, subraya su desdén hacia este hombre, reduciéndolo a alguien carente de profundidad y dignidad.

Victoria compara a las mujeres con vírgenes prudentes y estúpidas, criticando a aquellas que buscan el amor y el placer de manera superficial, sin considerar el inevitable paso del tiempo y sus consecuencias. Reflexiona sobre cómo la vejez llega sin ser percibida, transformando las relaciones: los amigos se alejan, las arrugas aparecen y el amor de los demás se enfría. Este pensamiento lleva a Victoria a adoptar una postura práctica y calculadora: el tiempo no espera, por lo que ella tampoco debe esperar. Para Victoria, el éxito en las relaciones reside en aprovechar las oportunidades antes de que desaparezcan, reflejando un enfoque utilitario del amor y la vida.

Victoria utiliza la metáfora del pájaro para ilustrar su filosofía: "Mal podrá coger al pájaro que vuela quien no sabe mantener a aquél que está en la jaula". Esta idea refleja la importancia de retener lo que se tiene antes de intentar alcanzar algo mejor. Aplica esta lógica al hombre en cuestión, evaluando sus defectos ("poco cerebro y mala espalda") y virtudes ("una buena bolsa", es decir, su riqueza). Para Victoria, lo único que importa es lo útil que este hombre puede ser para ella, subrayando una visión materialista y calculadora de las relaciones.

Victoria observa que el mundo funciona gracias a la coexistencia de sabios y locos, ricos y pobres. Según ella, los sabios dependen de los locos, y los locos de los sabios. En su visión, si todos fueran iguales, el equilibrio del mundo se rompería. Este pensamiento, aunque pragmático, refuerza la actitud cínica de Victoria, quien acepta y se adapta al orden del mundo tal como es, en lugar de intentar cambiarlo. Este punto resalta una de las principales críticas de Bruno: cómo los roles sociales y económicos perpetúan un sistema desigual, pero estable.

Escena V

El punto central de la escena es una fábula que Sanguino relata sobre un león y un asno que se ayudan mutuamente para cruzar un río, pero que aprovechan sus turnos para causar dolor y humillarse entre sí. En la historia, el león, símbolo de poder y dominio, hiere al asno con sus garras durante el primer cruce, pero al invertirse los roles, el asno somete al león a una experiencia igualmente dolorosa, justificándolo con la necesidad de sostenerse. La fábula es grotesca en sus detalles, con descripciones físicas y situaciones humillantes, pero sirve como una metáfora de la reciprocidad forzada y la justicia poética. A través de esta narración, Bruno explora cómo las dinámicas de poder pueden invertirse y cómo incluso los más fuertes pueden ser vulnerables en ciertas circunstancias.

Sanguino conecta esta historia con Bonifacio, insinuando que este último ha actuado de forma indebida o ha sufrido una humillación que ahora lo deja en una posición incómoda. Sin revelar muchos detalles, Sanguino mantiene a Victoria intrigada al sugerir que hay más por discutir sobre el asunto, preparando el terreno para que la conversación continúe en privado. Victoria, siempre astuta y calculadora, muestra interés en lo que Sanguino tiene que decir, destacando su curiosidad y su disposición para aprovechar cualquier situación en su beneficio.

Escena VI

El diálogo inicia con Barra respondiendo a Lucía sobre sus "trabajos", que él describe de forma metafórica como "el juego de los gitanos", insinuando una relación íntima y clandestina. Su relato se vuelve un monólogo humorístico en el que interpreta los repetidos rechazos verbales de la mujer como señales de consentimiento, basándose en la absurda lógica de que "dos negaciones afirman". Bruno utiliza esta situación para satirizar las justificaciones que algunos hombres inventan para insistir en situaciones en las que no son bienvenidos, subrayando el egoísmo y la falta de respeto inherente en tales comportamientos.

La historia de Barra está plagada de grotescas metáforas y detalles absurdos. Su exageración al describir los intentos de convencer a la mujer, y su reacción ante los insultos y amenazas de ella, transforma lo que podría ser una situación tensa en un ejemplo de humor crudo y absurdo. Lucía, por su parte, se convierte en una espectadora que se burla de Barra y lo provoca con preguntas irónicas, amplificando el tono cómico de la escena.

El clímax del relato se produce cuando Barra afirma que, pese a la resistencia inicial de la mujer, finalmente logró "dominar la situación". Su descripción es exagerada y grotesca, culminando con una comparación entre la mujer y una mula que habría recorrido cien millas si tuviera riendas. La conversación termina con Lucía riéndose de Barra y partiendo para atender sus propios asuntos, dejando a Barra preparado para continuar con otra conversación en un tono similar con un nuevo interlocutor.

Escena VII

Pollula, enviado para entregar una carta compuesta por Manfurio en nombre de Bonifacio, se cruza con Barra, quien inmediatamente se interesa en leer la misiva. La carta está destinada a Victoria, y desde las primeras líneas, Barra reconoce su tono pretencioso y pedante. Al leer en voz alta, se destaca el estilo rebuscado y lleno de referencias mitológicas y latinismos de Manfurio, quien intenta impresionar con un lenguaje elaborado pero desconectado de cualquier emoción sincera.

El contenido de la carta está plagado de alusiones como "el rutilante Febo" y "las ondas estigias", términos que resultan incomprensibles y completamente inapropiados para conquistar a una mujer. Barra no tarda en ridiculizar el tono de la carta, calificándola de "docta estupidez". Observa que el estilo de Manfurio es más apropiado para un "gramático" que para alguien que intenta expresar sentimientos reales. La ironía es evidente: en lugar de acercar a Bonifacio a Victoria, la carta refuerza la desconexión entre ambos, subrayando la ineficacia de utilizar el lenguaje como un instrumento vacío y pomposo.

Pollula y Barra concluyen que las mujeres no buscan este tipo de expresiones pretenciosas, sino algo más directo y práctico. Barra, con su característico humor cínico, afirma que lo que las mujeres prefieren no son palabras elaboradas, sino "cartas redondas", insinuando que valoran más los gestos materiales, como el dinero ("algunos carlinos") o incluso retratos del rey. Esta conclusión refuerza la crítica de Bruno hacia la falta de autenticidad y la desconexión entre las aspiraciones idealizadas de los hombres y las realidades humanas y sociales de su tiempo.


ACTO III

Escena I

Según Bartolomeo, esos filósofos, a pesar de despreciar el dinero y maldecir a los ricos, dependen de estos últimos para subsistir, comportándose como perros que buscan migajas en las mesas de los acaudalados.

El personaje argumenta que el oro y la plata son fundamentales, pues permiten el acceso a todos los bienes y la satisfacción de las necesidades humanas. Los metales preciosos son comparados con los astros del sol y la luna, esenciales para la generación de luz y vida en el universo. Así, Bartolomeo concluye que el dinero no solo otorga acceso a recursos materiales, sino también a la vida misma, incluyendo la posibilidad de alcanzar la salvación eterna a través de actos como la limosna, siempre que se realicen con prudencia.

Escena II

La escena comienza con Bonifacio intentando detener a Bartolomeo, quien se muestra apurado y desinteresado en conversar con él. Bartolomeo lo evita con desdén y le responde con ironía, diciendo que tiene asuntos más importantes que atender que escuchar sobre sus amores. Bonifacio, en tono burlón, insinúa que Bartolomeo también tiene sus propios problemas amorosos.

En ese momento, interviene Lucía, quien pregunta si Bartolomeo está al tanto del enamoramiento de Bonifacio. Este responde de manera despectiva, diciendo que no le importa lo que piense Bartolomeo, pues su único interés es conversar con ella. Entonces, le pregunta sobre Victoria, la mujer de quien está enamorado.

Lucía le informa que Victoria se encuentra en una situación difícil, al punto de haber tenido que empeñar un diamante y una esmeralda. Ante esto, Bonifacio reacciona con sorpresa y preocupación. Lucía le sugiere que sería un gran gesto si él pudiera recuperar las joyas para ella, explicándole que el costo es de diez escudos.

Al principio, Bonifacio parece dispuesto a ayudar y afirma que lo hará. Sin embargo, de manera repentina, cambia de actitud y se excusa diciendo que tiene asuntos más importantes que atender con otro amigo. Se despide apresuradamente de Lucía, dejando en el aire la posibilidad de cumplir con la petición. Lucía, viendo su reacción, simplemente le dice adiós, concluyendo la escena con una nota de incertidumbre sobre las verdaderas intenciones de Bonifacio.

Escena III

En esta escena, Bonifacio se encuentra con Scaramuré, un supuesto hechicero, y con Ascanio, su sirviente. Scaramuré le entrega a Bonifacio una figura de cera hecha en nombre de Victoria y le instruye sobre un ritual mágico. Le indica que debe clavar cinco agujas en distintas partes del muñeco, prestando especial cuidado con una más grande que debe insertar en el pecho sin profundizar demasiado para no matar a la mujer.

El ritual implica el uso de fuego, incienso exorcizado y la recitación de fórmulas mágicas en latín y otras lenguas. Scaramuré advierte a Bonifacio que el proceso debe realizarse correctamente, de lo contrario, la magia no surtirá efecto. Tras recibir las instrucciones, Bonifacio le paga cinco escudos a Scaramuré por los materiales y promete recompensarlo más si el hechizo da resultado. Finalmente, Scaramuré lo insta a actuar rápido, ya que la posición astrológica de Venus es crucial para el éxito del encantamiento.

Escena IV

Scaramuré, ahora solo, se burla de Bonifacio, revelando que solo le ha sacado dinero aprovechándose de su credulidad. Se jacta de haber conseguido siete escudos de este "tonto" bajo el pretexto de los gastos necesarios para la confección del hechizo. Su monólogo evidencia su astucia y su intención de seguir engañándolo.

Escena V

Lucía aparece buscando a Bonifacio y se encuentra con Scaramuré. Le explica que Victoria necesita dinero y que espera que Bonifacio la ayude. Scaramuré se ríe, revelando que Bonifacio ha preferido gastar su dinero en el hechizo en lugar de dárselo a Victoria directamente. Según él, Bonifacio quiere controlar a Victoria con magia en lugar de ofrecerle ayuda económica.

Lucía, sorprendida, le pide más detalles. Scaramuré le propone idear una estrategia junto con Victoria para sacar provecho de la ingenuidad de Bonifacio. Juntos deciden ir a verla para tramar una comedia en su beneficio antes de que alguien más descubra el engaño.

Escena VI

En esta escena aparece Manfurio, un personaje pedante que habla en un latín rebuscado, acompañado por Scaramuré y Pollula. Manfurio declama una larga y pomposa invectiva llena de insultos barrocos dirigidos a un personaje desconocido, usando un lenguaje culto y exagerado para demostrar su erudición.

A medida que avanza la escena, la conversación se vuelve más confusa y absurda, mezclando referencias filosóficas y literarias con expresiones burlescas. Finalmente, se suma Gio. Bernardo, quien, perplejo ante el discurso de Manfurio, se burla de su lenguaje incomprensible y su pretensión de erudición.

Escena VII

La escena muestra a Manfurio, quien mantiene un diálogo con Gio. Bernardo y otros personajes. Manfurio, con su habitual lenguaje pedante y rebuscado, intenta demostrar su erudición al explicar el significado de la palabra "pedante". Su definición es larga, compleja y llena de términos latinos, lo que provoca las burlas de Gio. Bernardo, quien ridiculiza sus explicaciones. Esta escena satiriza la figura de los intelectuales pedantes, presentándolos como figuras ridículas más preocupadas por exhibir su conocimiento que por ser claros o útiles.

Escena VIII

En esta escena, Barra y Marca relatan un incidente ocurrido en una taberna. Narran cómo, junto con otros compañeros, provocaron al tabernero pidiendo alimentos y bebidas innecesarias, creando un caos que terminó en una pelea. Usaron utensilios de cocina como armas y escudos para defenderse. La escena es una sátira sobre los excesos y las situaciones absurdas que pueden surgir del abuso y la arrogancia hacia las clases trabajadoras, como los taberneros.

Escena IX

Sanguino, acompañado de Barra, Marca, y Scaramuré, trama un plan para espiar a Bonifacio mientras visita a Victoria. El grupo planea disfrazarse de guardias nocturnos para capturarlo, prometiéndose entre ellos beneficios económicos o diversión a costa de Bonifacio. Scaramuré, siempre oportunista, se ofrece como intermediario para sacar alguna ganancia de la situación. Esta escena evidencia las intrigas y la manipulación entre los personajes.

Escena X

Barra y Marca discuten cómo implementar su plan de vigilancia. Se disfrazarán de guardias nocturnos, con látigos en mano, y aprovecharán cualquier oportunidad para su propio beneficio. En este momento, aparece Corcovizzo con Manfurio, y Barra y Marca deciden esconderse, anticipando que Corcovizzo podría estar tramando una burla hacia Manfurio. La escena refuerza la tensión cómica y las intrigas constantes entre los personajes.

Escena XI

Corcovizzo engaña a Manfurio mientras este último presume su erudición y da consejos sobre cómo proteger el dinero en un lugar lleno de ladrones. Corcovizzo, aprovechando la distracción, le roba a Manfurio. La escena resalta la ironía: a pesar de su actitud pedante y precavida, Manfurio cae víctima de un ladrón. Esto refuerza el tono satírico de la obra, donde los excesos de confianza y la hipocresía son castigados con ridiculez.

Escena XII

Manfurio, tras ser robado, clama por justicia, lanzando insultos elaborados al ladrón y reprochando la incompetencia de las autoridades. Sin embargo, su propia pedantería le impidió pedir ayuda de manera clara. Barra y Marca lo critican por no hablar en un lenguaje comprensible y por no haber actuado rápidamente para recuperar su dinero. Manfurio, fiel a su carácter, responde con más citas y referencias filosóficas, mientras lamenta su pérdida. La escena subraya la desconexión entre los discursos grandilocuentes de los pedantes y la realidad práctica.

Sanguino asegura conocer al ladrón y promete encontrarlo, sugiriendo que podría estar escondido en un lugar específico. Para evitar que el ladrón sospeche o se oculte, propone que Manfurio cambie su vestimenta. Así, Manfurio acepta desprenderse temporalmente de su toga y sombrero para disfrazarse, lo cual hace con cierto dramatismo y referencias literarias, comparándose con figuras míticas como Aquiles y Júpiter, mostrando nuevamente su pedantería.

Sanguino toma control del plan, organizando a los demás para que actúen de manera discreta. Sin embargo, sugiere que si el ladrón no devuelve el dinero, lo entregarán a la justicia. Manfurio, aunque renuente al principio, accede a colaborar plenamente en el plan. Finalmente, todos se preparan para confrontar al ladrón, mientras Manfurio se compromete a recompensar a sus compañeros con una parte de los escudos recuperados, dejando abierta la posibilidad de conflictos posteriores.


ACTO IV

Escena I

Victoria, sola, reflexiona sobre su situación y la de Bonifacio, quien pretende conquistarla usando magia. Victoria se siente ofendida y burlada al descubrir que Bonifacio, en lugar de ganarse su amor con acciones dignas, busca subyugarla mediante un maleficio utilizando una figura de cera. Ella critica su avaricia y lo considera indigno de su amor, señalando que la pobreza y la mezquindad convierten incluso a los hombres más bellos y nobles en despreciables. Victoria concluye que Bonifacio está dominado por la locura al creer que puede ser amado simplemente por su aspecto físico.

Escena II

Entran Lucía y Victoria, quienes conversan sobre los planes para desenmascarar a Bonifacio. Lucía explica que la esposa de Bonifacio está dispuesta a colaborar para atraparlo en el acto. Proponen un plan donde la esposa de Bonifacio se disfrazará con el vestido de Victoria para engañarlo en la oscuridad, haciendo que crea que está abrazando a Victoria. Aunque Victoria tiene dudas sobre si su voz podría delatarla, Lucía asegura que podrán convencerlo de que hable bajo para evitar ser descubierto por los vecinos.

Escena III

Entra Bartolomeo, quien tiene un enfrentamiento verbal con Lucía. Él la acusa de ser una "celestina" que siempre provoca discordia, mientras ella lo llama insolente. Victoria intenta calmar la discusión, pero Bartolomeo asegura que solo se burla de Lucía porque disfruta verla irritada. La escena muestra el carácter sarcástico y provocador de Bartolomeo y resalta las tensiones entre los personajes.

Escena IV

Bartolomeo, solo, reflexiona sobre la naturaleza del dinero, al que compara con las alas de un pájaro que permite a las personas elevarse y liberarse. Aunque critica a las prostitutas y las considera oportunistas, admite que el dinero es lo que mueve el mundo. Al final, anticipa con sarcasmo que Bonifacio sufrirá cuando vea las consecuencias de sus acciones.

Escena V

Bartolomeo se encuentra con Bonifacio y lo provoca con bromas sobre su situación amorosa. Bonifacio confiesa que está completamente enamorado y que sufre por ello, pero Bartolomeo se burla de su ingenuidad al seguir al dios del amor, Cupido, a quien describe como un niño irracional y dañino. La escena combina humor y crítica hacia la obsesión amorosa de Bonifacio y la lógica burlona de Bartolomeo.

Escena VI

Bonifacio se encuentra con Lucía, quien le informa que Victoria está desesperada y consumida por el amor que siente por él. Lucía utiliza un discurso emocional para manipular a Bonifacio, exagerando los sufrimientos de Victoria para convencerlo de que la visite esa noche. Bonifacio, al principio incrédulo, se deja llevar por las palabras de Lucía y accede a visitarla. Sin embargo, Lucía también le sugiere disfrazarse para no ser reconocido por los vecinos, con lo que Bonifacio acepta y planea buscar una barba postiza y una capa similar a la de otro personaje.

Escena VII 

Bonifacio reflexiona sobre su poder de seducción y cómo ha afectado a una mujer, quien está consumida por el amor. Se da cuenta de que ha llevado las cosas demasiado lejos y teme que la situación se le escape de las manos. Menciona la magia como una ciencia vana.

Escena VIII 

Marta y Bonifacio intercambian insultos y comentarios mordaces. Marta lo llama burro y Bonifacio responde con burlas sobre su edad y la supuesta inferioridad de las mujeres. La conversación se torna más provocadora cuando Marta insinúa que Bonifacio no satisface a su esposa y él, a su vez, le pide ayuda para mejorar su desempeño sexual. Marta le sugiere una receta con ingredientes burlescos.

Escena IX 

Marta reflexiona sobre la riqueza y la felicidad. Se queja de cómo su vida amorosa ha empeorado desde que su marido heredó dinero. Recuerda con nostalgia los juegos eróticos que solían practicar cuando tenían menos recursos y concluye que la preocupación por el dinero ha arruinado su relación.

Escena X 

Bartolomeo está desesperado porque ha perdido algo muy valioso. Mochione intenta explicarle lo que ha ocurrido, pero su explicación no le tranquiliza. Marta, por su parte, se muestra supersticiosa y recita oraciones en busca de protección. Bartolomeo y Mochione salen en busca del objeto perdido.

Escena XI 

Manfurio, un maestro de escuela, ha sido robado y engañado por un grupo de estafadores. Se lamenta de su mala suerte y divaga en latín sobre su desgracia. Confundido y sin dinero, teme que su reputación se vea afectada si alguien lo ve en su estado actual.

Escena XII 

Carubina y Lucía traman una broma cruel para humillar a un hombre. Carubina se hará pasar por otra mujer para engañarlo y luego lo someterá a dolorosas agresiones físicas. Ambas se ríen al imaginar su sufrimiento y planifican cada detalle del engaño.

Escena XIII 

Lucía se muestra emocionada por la trampa que han preparado para esa noche. Se dice a sí misma que el tiempo ha pasado volando por la emoción de lo que está por venir. Luego se dispone a avisar a Gio. Bernardo para coordinar el resto del plan.

Escena XIV

Lucía informa a Gio. Bernardo de que todo está listo: Bonifacio se ha disfrazado, su esposa ha entrado en escena y otros personajes también han asumido sus roles. Gio. Bernardo felicita a Lucía por su astucia y se marcha para evitar que se descubra el engaño antes de tiempo.

Escena XV 

Manfurio observa a dos mujeres sospechosas y deduce que una es prostituta y la otra su proxeneta. Se da cuenta de que se acercan varias personas y decide esconderse para evitar problemas.

Escena XVI 

Sanguino y sus hombres, disfrazados de policías, atrapan a Manfurio, quien intenta defenderse con su latín erudito. Sin embargo, los falsos agentes no le creen y lo arrestan, burlándose de su forma de hablar y de sus conocimientos.

Escena XVII 

Los policías siguen ridiculizando a Manfurio, acusándolo de ser un ladrón. Él intenta probar su inocencia recitando versos de Virgilio, pero los otros lo toman como una excusa absurda. Al final, lo llevan preso, ignorando sus protestas y erudición.


ACTO V

Escena I

Bonifacio está disfrazado de Gio. Bernardo y se divierte con su disfraz, riéndose constantemente y repitiendo "jo jo jo". Lucía lo elogia, diciéndole que su disfraz es tan convincente que casi olvida que está con Bonifacio. Sin embargo, nota que él está temblando y le pregunta si es por frío o por miedo.

Bonifacio responde que su temblor es producto de la emoción amorosa, pues está ansioso por encontrarse con su amante, la "señora Victoria". Lucía se burla y le dice que su deseo es tan fuerte que podría derretir un diamante. Mientras Bonifacio sigue riendo y mostrando impaciencia, Lucía lo insta a controlar su emoción para que el plan no se arruine.

Escena II

En esta escena se desarrolla un conflicto entre Bartolomeo y Consalvo, con Mochione como testigo y observador. Bartolomeo, víctima de un engaño, está fuera de sí al darse cuenta de que ha sido estafado con un supuesto polvo alquímico llamado pulvis Christi. Creyendo que tenía en sus manos una sustancia de gran valor, ahora descubre que ha sido víctima de un fraude: el polvo en realidad era oro pulverizado, combinado con otras sustancias para que no fuera reconocible a simple vista.

Consalvo, quien parece estar implicado en el asunto aunque se presenta como un mero intermediario, se burla de Bartolomeo y le advierte que si sigue protestando se convertirá en el hazmerreír de toda Nápoles. Sin embargo, Bartolomeo no cede ante la burla e insiste en que quiere recuperar lo que ha perdido. Consalvo le recuerda que él solo vendió lo que le pidieron y que el verdadero culpable del engaño es Cencio, un alquimista. Durante la discusión, Bartolomeo entra en una crisis emocional, lamentando su desgracia y amenazando con colgarse. Sin embargo, en un giro irónico, también amenaza con matar a Consalvo antes de suicidarse. Finalmente, la disputa escala hasta la violencia, y los golpes marcan el punto álgido de la escena.

Escena III

La llegada de los guardias liderados por Sanguino introduce un cambio de tono en la obra, pasando de una disputa privada a una intervención oficial. Sin embargo, esta intervención no es símbolo de justicia, sino de un sistema corrupto e interesado en sacar provecho de cualquier situación. Bartolomeo, todavía alterado, afirma que Consalvo no solo lo ha arruinado económicamente, sino también intelectualmente, ya que se siente humillado y ridiculizado.

Sanguino, en lugar de investigar lo sucedido, simplemente ordena arrestar a ambos y llevarlos a la Vicaría. Consalvo intenta defenderse, alegando que Bartolomeo está delirando y que no tiene pruebas de nada. Bartolomeo, resignado, solo espera que la justicia haga su trabajo. Sin embargo, el espectador sabe que la justicia en este contexto es un teatro corrupto donde la verdad importa poco.

Escena IV

Esta escena nos presenta a Mochione, quien se convierte en un narrador reflexivo. A través de su monólogo, se nos muestra cómo las desgracias rara vez vienen solas. Mochione enumera una serie de eventos desafortunados que han llevado a Bartolomeo a su ruina: primero, su relación con Cencio lo llevó a gastar dinero en alquimia; segundo, perdió una gran suma de escudos en un fraude; tercero, invirtió aún más dinero en equipos alquímicos inútiles; cuarto, perdió tiempo y esfuerzo en su obsesión con la transmutación de los metales; quinto, su pelea con Consalvo lo ha llevado a prisión.

Su reflexión resalta la irracionalidad humana y cómo la búsqueda de riqueza rápida a través de métodos dudosos solo conduce al desastre. En este sentido, Bruno critica la credulidad y la obsesión con la alquimia, que en su tiempo era vista por muchos como una ciencia legítima, pero que él consideraba una pseudociencia llena de engaños y falsos profetas.

Escena V

Gio. Bernardo entra en escena y se encuentra con Mochione. Su reacción ante la noticia del arresto de Bartolomeo es de sorpresa y consternación. Se muestra como un hombre con cierto sentido de la moral, aunque su preocupación parece estar más relacionada con el espectáculo del escándalo que con el bienestar real de Bartolomeo.

Este momento sirve para ampliar la perspectiva del espectador sobre los hechos. Mientras que Bartolomeo y Consalvo están atrapados en su conflicto personal, otras personas en la ciudad observan la situación con una mezcla de curiosidad y asombro, pero sin una intención real de intervenir o cambiar el curso de los acontecimientos.

Escena VI

Gio. Bernardo ofrece una reflexión sobre la irracionalidad y las preocupaciones absurdas de la gente. Observa cómo la gente se enreda en problemas sin importancia mientras descuida lo que realmente importa. Su monólogo es una sátira sobre la tendencia humana a obsesionarse con pequeñas disputas y ambiciones sin sentido, olvidando los verdaderos valores de la vida.

Este momento refuerza uno de los temas principales de la obra: la estupidez humana y la falta de racionalidad en la toma de decisiones. A pesar de que Bartolomeo ha caído en la trampa de la alquimia por su avaricia, su reacción exagerada al fraude lo lleva a situaciones aún peores. Así, Bruno nos muestra cómo la gente tiende a caer en espirales de desgracias provocadas por sus propias decisiones.

Escena VII

Los guardias, liderados por Sanguino, muestran su faceta más cínica y cruel. En lugar de tratar a los prisioneros con imparcialidad, se burlan de ellos y los humillan. Comparan su situación con la de un hombre que no sabe dónde le duele, lo que refuerza la idea de que Bartolomeo y Consalvo están atrapados en una situación absurda en la que ni siquiera pueden identificar el origen de su sufrimiento.

A través del sarcasmo y el humor negro, Bruno critica la corrupción y la brutalidad del sistema judicial, donde los guardias disfrutan del sufrimiento ajeno y ven su trabajo como un juego de poder en lugar de una responsabilidad moral.

Escena VIII

Gio. Bernardo aparece nuevamente y conversa con los guardias. Aunque intenta mantener cierta distancia de su corrupción, termina reconociendo que el sistema de justicia es solo otro negocio. Sanguino, por su parte, menciona la corrupción de los papas y la venta de indulgencias, estableciendo un paralelismo entre la Iglesia y el sistema judicial.

Aquí, Bruno introduce su crítica a la Iglesia y su uso del poder para enriquecerse. A través del personaje de Sanguino, el autor sugiere que no hay diferencia entre un capitán de la guardia que se aprovecha de los prisioneros y un papa que vende salvación a cambio de dinero.

Escena IX

La historia cambia de foco hacia Bonifacio y Carubina, una pareja envuelta en una disputa por infidelidad. Bonifacio, vestido con la ropa de Gio. Bernardo, trata de engañar a su esposa, pero es descubierto. Carubina lo enfrenta con furia, y Gio. Bernardo interviene, reprochando a Bonifacio por su traición.

Esta escena introduce el engaño dentro del matrimonio como otro de los temas de la obra. Así como Bartolomeo fue engañado con el pulvis Christi, Carubina ha sido engañada por su esposo. La escena resalta cómo la mentira y la manipulación están presentes en todas las esferas de la vida, desde la alquimia hasta las relaciones personales.

Escena X

Los guardias arrestan a Gio. Bernardo y a Bonifacio, confundidos sobre quién es quién. Carubina intenta aclarar la situación, pero la confusión solo empeora. Finalmente, ambos son llevados a prisión hasta que se resuelva el problema.

Esta escena subraya la ineficiencia y la arbitrariedad de la justicia, donde se detiene a la gente sin pruebas claras y sin preocuparse por establecer la verdad.

Escena XI

Gio. Bernardo y Carubina continúan conversando. Gio. Bernardo trata de convencerla de que el honor no es una cuestión absoluta, sino relativa a la opinión pública. Le sugiere que debe aprovechar las circunstancias para buscar su propia felicidad en lugar de aferrarse a normas impuestas. Carubina, aunque afectada por sus palabras, se resiste a ceder. La escena aborda el tema del honor y la moralidad como construcciones sociales sujetas a manipulación.

Escena XII

Consalvo y Bartolomeo, atados juntos y en completa miseria, siguen peleando. La escena es cómica y absurda: caen al suelo, discuten, se insultan y hasta se muerden. Su incapacidad para cooperar resalta la irracionalidad humana y cómo el orgullo puede llevar a la autodestrucción.

Escena XIII

Scaramuré, un astuto mediador, aparece y los encuentra en el suelo. Burlándose de su situación, los ayuda a desatarse y trata de hacerlos entrar en razón. Sin embargo, la discusión entre Consalvo y Bartolomeo continúa. Scaramuré finalmente los separa y les indica que tomen caminos diferentes para evitar más problemas.

Escena XIV

Scaramuré, en un monólogo, reflexiona sobre cómo Sanguino ha logrado manejar toda la situación con astucia, engañando y manipulando a todos. Reconoce que la corrupción está tan bien organizada que incluso el propio capitán de la guardia no podría haberlo hecho mejor. Su comentario sugiere que la injusticia no solo es común, sino que es casi un arte.

Escena XV

Scaramuré llega a la guarida de los bribones y pide hablar con Sanguino. Los guardias desconfían de él y lo interrogan antes de dejarlo pasar. Durante este proceso, Scaramuré se divierte observando cómo la corrupción tiene sus propios protocolos y reglas, tan organizados como cualquier otra institución.

Escena XVI

Scaramuré intenta negociar con Sanguino para liberar a Bonifacio. Sanguino, aunque inicialmente reacio, finalmente le permite hablar con Bonifacio en privado. La escena resalta cómo las decisiones en este mundo no dependen de la justicia, sino de negociaciones y favores personales.

Escena XVII

Bonifacio, ahora prisionero, lamenta su destino y culpa a Scaramuré por su desgracia. Scaramuré, en cambio, lo reprende por su ingenuidad y le explica que todo el problema surgió porque utilizó los cabellos equivocados para el hechizo de amor. La escena culmina en una revelación: el hechizo falló porque en lugar de usar los cabellos de Victoria, utilizó los de su esposa, causando la confusión. Bonifacio finalmente comprende su error y se resigna a pagar un soborno para salir de la cárcel.

Escena XVIII

Sanguino, el capitán de justicia, se muestra impaciente ante las súplicas de Scaramuré y Bonifacio, quienes intentan persuadirlo para que libere a Bonifacio. Scaramuré argumenta que la confusión causada no aporta ningún beneficio a Sanguino y que su justicia se mantiene firme. Sin embargo, Sanguino se muestra escéptico y decide encarcelar también a Scaramuré. Bonifacio ruega misericordia, mientras Scaramuré intenta apelar a la lógica y la costumbre de permitir la existencia de burdeles en ciudades como Nápoles, Venecia y Roma. Sanguino se burla de estos argumentos, pero permite que sigan hablando.

Escena XIX

Gio. Bernardo y Ascanio discuten sobre el orden de la naturaleza y la fortuna. Bernardo se queja de que la fortuna suele favorecer a los menos dignos, mientras que los hombres de mérito muchas veces son ignorados. Ascanio, por su parte, argumenta que la fortuna es necesaria para que exista el mérito y el esfuerzo. También menciona la importancia de la reconciliación en ciertos asuntos, en referencia al problema de Bonifacio.

Escena XX

Gio. Bernardo se encuentra solo y reflexiona sobre la fortuna y las malas decisiones que llevaron a Bonifacio a su situación actual. Escribe un epitafio burlón sobre los errores de su amigo y recuerda cómo cada acción equivocada ha conducido a consecuencias más graves.

Escena XXI

Ascanio, Scaramuré y Carubina se reúnen para intentar resolver la situación de Bonifacio. Scaramuré busca a Gio. Bernardo y a Carubina para que participen en la negociación. Gio. Bernardo y Carubina se mantienen escépticos, pero aceptan ayudar en la mediación.

Escena XXII

Scaramuré y Gio. Bernardo se presentan ante Sanguino para intentar convencerlo de liberar a Bonifacio. Sanguino, aunque inicialmente reacio, se muestra dispuesto a escuchar una solución si se logra la reconciliación entre Bonifacio, Gio. Bernardo y Carubina. Scaramuré usa su astucia para convencer a todos de que la única manera de resolver el conflicto es mediante la negociación y el perdón.

Escena XXIII

Carubina finalmente perdona a Bonifacio, pero le advierte que no repetirá el error. Gio. Bernardo también concede su perdón, aunque deja claro que no tolerará nuevas ofensas. Sanguino, satisfecho con la resolución del conflicto, permite la liberación de Bonifacio. La obra concluye con una reconciliación entre los personajes, celebrando la paz alcanzada.

Escena XXIV

Sanguino y Ascanio conversan sobre Bonifacio y su locura. Ascanio sostiene que su patrón es un hombre contradictorio: indiferente cuando duerme, triste cuando está despierto y bueno solo cuando está muerto. Luego, cuenta cómo Carubina decidió casarse con Bonifacio siguiendo el consejo de una anciana llamada Angela Spigna, quien usó una mezcla de lógica absurda y supersticiones para convencerla. La anciana aconsejaba tomar o rechazar al pretendiente dependiendo de rasgos triviales, pero al final insistió en que Carubina debía casarse con él porque estaba loco.

Escena XXV

Sanguino y sus compañeros deliberan sobre el destino de Magister Manfurio, quien se encuentra disfrazado y en una situación comprometida. Aunque intenta defenderse con un discurso lleno de latinismos y argumentos retorcidos, no logra convencer a los presentes. Sanguino le da tres opciones: ir a prisión, pagar una propina o recibir un castigo físico. Manfurio intenta resistirse, pero finalmente es golpeado y humillado. Tras una confusión en el conteo de los golpes, intenta cambiar de opción y ofrece su dinero para evitar más castigo. Sanguino, satisfecho, decide dejarlo libre después de despojarlo de su dinero y capa.

Escena XXVI

Ascanio se burla de Manfurio, quien, aún aturdido, trata de recuperar la dignidad con más discursos incomprensibles. Ascanio le pregunta si se ha dado cuenta de que ha sido parte de una comedia, a lo que Manfurio, resignado, lo acepta. Finalmente, se le ordena dar el "Plaudite", el aplauso final de la obra. Manfurio lo hace con una larga y rebuscada despedida, llena de referencias clásicas y latinismos, proclamando su desgracia pero también su erudición. La obra concluye con una sátira sobre el destino, la locura y la hipocresía de la sociedad.

Conclusión

La obra de Bruno sigue siendo relevante porque su crítica a la hipocresía, la corrupción y la irracionalidad humana no ha perdido vigencia. A través de la sátira, el filósofo nos advierte sobre los peligros de una sociedad gobernada por el engaño, la injusticia y la falta de pensamiento crítico. Así, El candelero no solo es un testimonio del ingenio de Bruno, sino también un llamado a la reflexión sobre el poder, la verdad y la condición humana.