Sensus Divinitatis
El sensus divinitatis es un concepto teológico y filosófico que se refiere a una percepción o conocimiento innato de Dios en los seres humanos. La idea principal es que todos los humanos poseen una predisposición natural para reconocer la existencia de lo divino, incluso sin una revelación especial o un proceso racional elaborado. Este concepto está fuertemente vinculado con Juan Calvino, quien lo desarrolló en su obra Institución de la religión cristiana (1536).
Calvino argumenta que el conocimiento de Dios no depende exclusivamente de la enseñanza o la instrucción religiosa, sino que está impreso en la naturaleza humana. En otras palabras, es algo innato, una parte fundamental de la condición humana. Para Calvino, este sentido de lo divino es una manifestación de la imago Dei (imagen de Dios) en el ser humano.
En su Institución, específicamente en el Libro I, capítulo 3, Calvino expone que la creencia en Dios es tan universal que incluso aquellos que afirman ser ateos, en el fondo, no pueden escapar completamente de esta impresión natural de lo divino. Según él, aunque algunos puedan intentar sofocar esta creencia o corromperla mediante idolatría, supersticiones o escepticismo, el sensus divinitatis sigue existiendo como testimonio interno de la existencia de Dios.
Busca de la verdad
El concepto de sensus divinitatis en Calvino tiene una estrecha relación con la noción de conocimiento innato de Dios en San Agustín. Ambos sostienen que el ser humano tiene una inclinación natural hacia lo divino, aunque su capacidad para percibirlo puede verse oscurecida por el pecado. En este sentido, la teología reformada de Calvino hereda muchas ideas de la tradición agustiniana, aunque con ciertas diferencias clave en su desarrollo y aplicación.
San Agustín argumenta que el alma humana está orientada hacia Dios porque Él es la fuente última de la verdad y la felicidad. En Las Confesiones, expresa su famosa idea de que el corazón humano permanece inquieto hasta que encuentra descanso en Dios. Para él, el deseo de Dios es inherente a la naturaleza humana, y el conocimiento de lo divino no es algo que deba aprenderse desde afuera, sino que está inscrito en la estructura misma del alma. Sin embargo, el pecado original ha distorsionado esta percepción, haciendo que los seres humanos se alejen de Dios y busquen la verdad en cosas transitorias.
Calvino desarrolla esta misma idea bajo el concepto de sensus divinitatis, sosteniendo que todos los seres humanos poseen un sentido innato de la existencia de Dios. No obstante, enfatiza que, debido a la corrupción del pecado, este conocimiento suele ser suprimido o deformado en idolatría y superstición. En su Institución de la religión cristiana, argumenta que incluso aquellos que se proclaman ateos no pueden escapar completamente de la impresión de lo divino, pues esta es una característica universal de la humanidad. Mientras que San Agustín ve el ateísmo como una forma de ignorancia o desorden del alma, Calvino lo percibe como un acto de represión consciente del sensus divinitatis.
Epistemología
El sensus divinitatis, entendido como un conocimiento innato de Dios, tiene profundas implicaciones epistemológicas tanto en la teología reformada de Calvino como en la filosofía de San Agustín. Desde una perspectiva epistemológica, este concepto puede verse como un fundamento del conocimiento religioso, basado en la idea de que la mente humana está estructurada de tal manera que naturalmente reconoce la existencia de Dios. En este sentido, la fe se convierte en una forma de conocimiento que no depende exclusivamente de la razón o la evidencia empírica, sino que se basa en una autoridad superior: Dios mismo.
San Agustín desarrolla una epistemología que otorga a la fe un papel central en el proceso de conocimiento. En su famosa frase “nisi credideritis non inteligetis” (“Sin creer no se puede entender”), sostiene que la fe es una condición previa para el verdadero conocimiento. Para Agustín, el ser humano no puede alcanzar la verdad última por medio de la razón sola, ya que su entendimiento está limitado por el pecado y la finitud. La fe, en cambio, permite acceder a un conocimiento más profundo, pues se fundamenta en la revelación divina y en la autoridad de Dios. En este punto, el sensus divinitatis se alinea con su pensamiento, ya que implica que el conocimiento de Dios está inscrito en la naturaleza humana y no depende únicamente del razonamiento o de la experiencia empírica.
Este enfoque epistemológico también se conecta con la teoría agustiniana de la iluminación. San Agustín sostiene que todo conocimiento verdadero proviene de Dios, quien actúa como la luz que permite a la mente humana percibir la verdad. En su obra De Magistro y en De Trinitate, explica que el conocimiento humano no se adquiere de manera autónoma, sino que siempre depende de la iluminación divina. Esta idea refuerza la noción de que la fe en la autoridad de Dios no es irracional, sino que es el fundamento mismo del conocimiento. Así, la autoridad divina no solo es la fuente de la fe, sino también el principio epistemológico que hace posible el conocimiento verdadero.
El pensamiento agustiniano sobre la fe como autoridad y el sensus divinitatis tiene una clara influencia en la teología de Calvino. Ambos sostienen que el conocimiento de Dios es universal y que está impreso en la naturaleza humana. Sin embargo, Calvino enfatiza más el aspecto de la depravación humana: debido al pecado, el sensus divinitatis se encuentra distorsionado y no puede conducir al conocimiento pleno de Dios sin la gracia especial. En contraste, San Agustín concede un papel más activo a la razón iluminada por la fe, permitiendo que la mente humana, aunque caída, pueda ser guiada por Dios hacia la verdad.
Conclusión
En conclusión, el sensus divinitatis no solo representa una base teológica para la creencia en Dios, sino que también plantea un desafío filosófico sobre la naturaleza del conocimiento religioso. Su vinculación con la fe como autoridad en San Agustín y Calvino refuerza la idea de que la comprensión de lo divino no depende exclusivamente de la razón o la experiencia empírica, sino que se enraíza en la estructura misma del ser humano. Este concepto sigue siendo relevante en el debate actual sobre la relación entre fe, razón y conocimiento, y su impacto en la teología y la filosofía de la religión.
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