En la intersección entre la razón y la fe, la vida de Pietro Pomponazzi se erige como un fascinante relato que desafía las normas de su tiempo. Nacido en una época de agitación intelectual y espiritual, Pomponazzi se convirtió en un pensador audaz que no solo cuestionó las doctrinas establecidas de la Iglesia, sino que también defendió la primacía de la razón en el entendimiento del mundo. Su viaje filosófico no solo refleja las tensiones entre el racionalismo y la religión, sino que también invita a una reflexión profunda sobre la naturaleza de la existencia humana. Veamos su vida.
PIETRO POMPONAZZI
VIDA Y OBRA
Infancia y orígenes
Pietro Pomponazzi nació en Mantua, Italia, en 1462, un tiempo en el que el Renacimiento comenzaba a florecer, desafiando las estructuras de pensamiento medievales que habían predominado durante siglos. Desde sus primeros años, la vida de Pomponazzi estuvo marcada por la curiosidad intelectual y un profundo cuestionamiento de lo que lo rodeaba. Provenía de una familia de clase media acomodada que valoraba la educación y el conocimiento, lo que lo llevó a un camino que, aunque incierto y a menudo polémico, estaba destinado a dejar una huella indeleble en la filosofía y la teología.
El contexto cultural de Mantua, una ciudad que se convirtió en un centro de aprendizaje y arte durante el Renacimiento, tuvo un papel crucial en su formación. Allí, Pomponazzi entró en contacto con pensadores influyentes y obras clásicas que estimularon su intelecto. Sin embargo, su infancia no estuvo exenta de desafíos; las tensiones políticas y las luchas de poder en la región sirvieron como telón de fondo para su crecimiento, proporcionando un contexto de incertidumbre que influyó en su pensamiento crítico sobre la existencia y la divinidad.
La relación de Pomponazzi con su familia también dejó una marca en su desarrollo personal y profesional. A medida que crecía, fue testigo del equilibrio entre las preocupaciones mundanas y la búsqueda espiritual que caracterizaba a sus padres. Este ambiente propició un diálogo interno constante en el joven, quien, desde temprano, se sintió atraído por el estudio del alma y la naturaleza del ser. Sus padres, aunque no eran académicos, fomentaron un amor por la lectura y la exploración intelectual, instándole a buscar respuestas más allá de lo superficial.
El apellido "Pomponazzi", por otro lado, tiene sus raíces en el término latino "Pomponii". Este nombre estaba asociado a la antigua nobleza y a ciertos linajes familiares en Italia, lo que podría implicar una conexión con una historia rica y celebrada. Para Pietro, esta herencia pudo haberle brindado una base cultural que lo impulsaría hacia la exploración de las verdades universales y su consecuente distanciamiento de la dogmática religiosa. Sin duda, este binomio de nombres acarrea una ambigüedad: por un lado, un guiño a la estabilidad y, por otro, a las antiguas tradiciones que comenzaron a ser cuestionadas en su época.
Formación académica
A los veintidós años, en 1484, ingresó en la prestigiosa Universidad de Padua, donde se formó bajo la tutela de grandes maestros. Asistió a las clases de metafísica impartidas por el dominico Francesco Securo da Nardò (cuya fama se la debe al mismo Pomponazzi), a las lecciones de medicina de Pietro Riccobonella y a las de filosofía natural de Pietro Trapolino. También fue compañero de Girolamo Fracastoro con quien discutía sus teorías astronómicas, así como también estudió con Simone Porzio.
En 1487, Pomponazzi alcanzó el título de Magister Artium, un reconocimiento a su brillantez académica a quienes cumplían sus estudios en la facultad de artes. Apenas un año después, en 1488, fue nombrado profesor de filosofía en la misma universidad y, tras la muerte de su maestro Nicoletto Vernia en 1499, asumió la cátedra de filosofía natural, destacándose como una de las voces más influyentes del averroísmo laico. Con el tiempo, Pomponazzi y Nicoletto serian colegas en la misma cátedra
Su paso por Padua no solo marcó el inicio de su carrera docente, sino también el momento en el que publicó su primer tratado, De maximo et minimo, donde desafiaba las teorías de William Heytesbury. Su vida académica, sin embargo, dio un giro en 1496, cuando se trasladó a la corte de Alberto III Pío, príncipe de Carpi, para enseñar lógica. Su fidelidad al príncipe lo llevó al exilio en Ferrara, donde permaneció hasta 1499. En paralelo a su actividad intelectual, Pomponazzi también vivió importantes cambios personales: en 1497 contrajo matrimonio con Cornelia Dondi, con quien tuvo dos hijas, aunque enviudó en 1507, casándose de nuevo con Ludovica di Montagnana.
La ocupación de Padua en 1509 durante la guerra entre la Liga de Cambrai y la República de Venecia provocó el cierre de la universidad, lo que obligó a Pomponazzi a trasladarse nuevamente a Ferrara, donde escribió un importante comentario sobre el De Anima de Aristóteles. Sin embargo, el cierre de la universidad de Ferrara en 1510 lo llevó de regreso a Mantua, hasta que en 1512 fue invitado a ocupar una cátedra en la Universidad de Bolonia. Allí, ya viudo por segunda vez, se casó con Adriana della Scrofa y, durante los años siguientes, escribió sus obras más influyentes, como el Tractatus de inmortalitate animae, De fato y De incantationibus, así como numerosos comentarios a las obras de Aristóteles, que hoy conocemos gracias a las notas de sus estudiantes.
Controversia con la Iglesia
En 1516, su tratado Tractatus de immortalitate animae desató una tormenta de controversias. En él, Pomponazzi argumentaba que la inmortalidad del alma no podía demostrarse mediante la razón, una afirmación que escandalizó a muchos. El libro fue quemado públicamente en Venecia y Pomponazzi fue denunciado por herejía por el agustino Ambrogio Fiandino. Aunque se enfrentó a graves acusaciones, la intervención del cardenal Pietro Bembo lo salvó de un destino fatal, aunque en 1518 fue condenado por el Papa León X. Lejos de retractarse, Pomponazzi defendió su postura con su Apología en 1518 y con el Defensorium adversus Augustinum Niphum en 1519, donde abogaba por la distinción entre la verdad de fe y la verdad de razón, una idea que influyó posteriormente en filósofos como Roberto Ardigò. Más que un ateísmo, a Pomponazzi se lo veía como un naturalista que influyó en otros pensadores más, pero esta fama no lo ayudó contra la iglesia.
Además, Pomponazzi, al igual que Andrea Alciatoy Agrippa von Nettesheim, creían en la magia no como algo vinculado al satanismo, sino que más bien a la naturaleza.
A pesar de las controversias, Pomponazzi continuó escribiendo. En 1520, completó dos tratados importantes: De naturalium effectuum causis sive de incantationibus y Libri quinque de fato, de libero arbitrio et de praedestinatione. Sin embargo, debido a la censura y los problemas teológicos que enfrentaba, estos trabajos no se publicaron hasta mucho después de su muerte, en 1556 y 1557. Para evitar nuevos conflictos con la Iglesia, en sus últimos años publicó obras menos polémicas, como De nutrición et augmentatione en 1521 y De sensu en 1524.
Sufriendo de cálculos renales, Pomponazzi redactó su testamento en 1524 y falleció un año después, en 1525. Aunque algunos, como su alumno Antonio Brocardo, sugirieron que se había suicidado, la verdad sobre su muerte sigue siendo un misterio. Lo que es innegable es que Pietro Pomponazzi dejó una huella profunda en el pensamiento filosófico de su tiempo, desafiando las creencias establecidas y defendiendo con valentía la coexistencia de la fe y la razón en un período de intensos cambios y conflictos intelectuales.
Pensamiento
Aristotelismo
Aristóteles define el alma como el principio vital del cuerpo, con tres funciones: vegetativa (alimentación y reproducción), sensitiva (sensaciones e imágenes) e intelectual (comprensión). Distingue entre el intelecto potencial, la capacidad de comprender, y el activo, que actualiza esa comprensión y es inmortal.
En el Renacimiento, el aristotelismo se dividió en dos corrientes: los averroístas, que defendían un intelecto común para toda la humanidad, y los alejandrinos, que atribuían a cada individuo un intelecto potencial y mortal.
Las diferencias entre los averroístas y los alejandrinos (o alejandristas) se centran principalmente en su interpretación del intelecto según la filosofía de Aristóteles:
Averroístas:
- Siguen las interpretaciones de Averroes, un filósofo árabe influyente en la tradición aristotélica.
- Defienden la unicidad del intelecto. Según Averroes, tanto el intelecto activo como el intelecto potencial no pertenecen a los individuos, sino que son únicos y comunes para toda la humanidad. Es decir, el intelecto es una entidad universal que no se individualiza en cada persona.
- Postulan la inmortalidad de este intelecto único, pero niegan la inmortalidad individual del alma.
Alejandristas:
- Siguen las ideas de Alejandro de Afrodisias, un comentarista griego de Aristóteles.
- Sostienen que aunque el intelecto activo es único y se identifica con Dios, el intelecto potencial es individual y está presente en cada ser humano.
- Para los alejandrinos, el intelecto potencial, y por lo tanto el alma individual, es mortal y perece junto con el cuerpo, diferenciándose de la visión más trascendental de los averroístas.
Mientras los averroístas creen en un intelecto común e inmortal compartido por toda la humanidad, los alejandristas defienden que cada individuo tiene un intelecto propio que es mortal y desaparece con el cuerpo.
Pomponazzi, en su tratado de 1516, desafió la doctrina tomista, argumentando que el alma es mortal, aunque tiene características que la acercan a la inmortalidad. Sostuvo que solo la fe puede afirmar la inmortalidad del alma, y que la virtud es independiente de creencias en recompensas o castigos después de la muerte. En consecuencia, Pomponazzi elegiría la escuela de los alejandristas.
Uno de los recurrentes a las conferencias de Pomponazzi fue Juan Ginés de Sepúlveda.
Alejandristas
El tomismo ortodoxo sostiene que Aristóteles consideraba la razón como una facultad del alma individual, apoyando la idea de la inmortalidad personal. En cambio, los averroístas, liderados por Agostino Nifo, defendían que la razón universal se individualiza en cada alma y luego vuelve a absorber la razón activa, promoviendo una forma de inmortalidad universal.
Agostino Nifo fue nombrado profesor de filosofía en la Universidad de Padua en 1503 y enseñó en varias ciudades, incluyendo Nápoles, Roma y Pisa. Ganó notoriedad por su obra De inmortalitate animae, en la que defendió la inmortalidad del alma frente a las críticas de Pietro Pomponazzi y los alejandristas. Su trabajo fue tan bien recibido que el Papa León le otorgó el título de conde palatino y el derecho a asumir el apellido Medici. Nifo argumentó que, a diferencia de lo que sostenía Pomponazzi, el alma racional es indestructible y se une a un intelecto absoluto, permaneciendo en una unidad eterna tras la muerte del cuerpo.
Por otro lado, los alejandristas, dirigidos por Pietro Pomponazzi, rechazaban ambas interpretaciones. Ellos creían que Aristóteles veía el alma como una entidad material y mortal, que desaparece con la muerte del cuerpo, negando así la inmortalidad del alma.
Entre quienes seguían en esta línea al filósofo fueron Giulio Cesare Vanini.
Milagros
En 1520, el médico Ludovico Panizza cuestionó a Pietro Pomponazzi sobre la existencia de causas sobrenaturales y demonios en los fenómenos naturales, desafiando las ideas de Aristóteles. Pomponazzi argumentó que todos los fenómenos deben explicarse a través de causas naturales y rechazó la intervención de demonios, considerando ridículo buscar explicaciones no evidentes. Afirmó que los espíritus puros no pueden interactuar con lo material y que algunos individuos, malinterpretados como santos o magos, simplemente engañaban a la gente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario