Del Sol de Marsilio Ficino es una obra que se inserta en la tradición platónica al reflexionar sobre la luz y su relación con el Bien, que para Ficino representa a Dios. En este tratado, el filósofo renacentista retoma la analogía platónica entre el Sol y la Bondad divina, explorando cómo la luz física del Sol es una imagen de la luz espiritual que ilumina el intelecto y el alma. Ficino introduce una visión teológica en la que el Sol no solo es fuente de vida en el mundo natural, sino también símbolo de la inteligencia y la gracia divina, destacando así la relación entre lo visible y lo metafísico.
LIBRO SOBRE EL SOL
Prefacio
En el prefacio, Marsilio Ficino explica que está trabajando en una nueva interpretación de Platón, iniciada bajo el patrocinio de Piero de' Medici. Al llegar al pasaje en el que Platón compara al Sol con Dios, Ficino decide desarrollar este tema de forma más completa, influenciado también por Dionisio el Areopagita. Ficino extrae este fragmento de su obra mayor y lo presenta como un regalo simbólico a Piero, esperando que ilumine su comprensión de la futura interpretación completa de Platón, animándole a profundizar en su amor por el filósofo.
Capítulo 1: sobre el carácter alegórico y anagógico de este libro, más que dogmático
Marsilio Ficino señala que, según un precepto pitagórico divino, los misterios y asuntos divinos no deben discutirse sin luz. Este consejo implica no aventurarse en temas divinos sin la iluminación de Dios y también sugiere que debemos acercarnos a la luz oculta de lo divino solo mediante la luz manifiesta. Ficino aclara que este libro no está basado tanto en argumentos racionales, sino en correspondencias simbólicas con la luz. Advierte al lector que, aunque la obra tiene un enfoque alegórico y místico, no debe excluirse un contenido más serio y dogmático. Así como las Musas no discuten con Apolo, sino que cantan, Ficino invita a abordar este libro de manera lúdica pero adecuada, confiando en la inspiración divina para avanzar en la comprensión.
Capítulo II: Cómo la luz del Sol es similar a la Bondad misma, es decir, a Dios
Marsilio Ficino sostiene que nada se asemeja más a la naturaleza de la bondad que la luz. Primero, la luz es pura y elevada en el mundo de los sentidos. Segundo, se irradia fácilmente y se extiende rápidamente. Tercero, toca todo sin causar daño, penetrando de manera suave y placentera. Cuarto, lleva consigo un calor nutritivo que da vida y movimiento. Quinto, aunque está presente en todo, no se mezcla ni se corrompe. De manera similar, la bondad se extiende ampliamente, acaricia todo sin forzar, y emana amor, atrayendo todas las cosas hacia sí.
Ficino explica que, al igual que la luz, la bondad penetra en lo más íntimo de las cosas sin mezclarse con ellas. Tanto la bondad como la luz son indescriptibles e inefables, reconocidas pero también desconocidas. Cita a Iámblico, quien describió la luz como una imagen activa de la inteligencia divina. Según Iámblico, la luz no es solo un fenómeno físico, sino una representación de la energía vital y la sabiduría de lo divino. Ficino utiliza esta idea para afirmar que el rayo que emana del ojo es una imagen de la visión, y sugiere que la luz podría ser la manifestación de la visión del alma celestial, que actúa sobre las cosas exteriores sin dejar de estar en el cielo, y sin mezclarse con lo externo. En esta interpretación, la luz no solo ilumina, sino que también refleja la inteligencia divina que gobierna el cosmos.
La luz puede considerarse como la visión del alma celestial, actuando desde la distancia sin abandonar los cielos ni mezclarse con lo externo, viendo y tocando simultáneamente.
Ficino sugiere que al estudiar, se puede postular la existencia de muchas mentes angélicas más allá del cielo, como luces ordenadas en relación con Dios, el padre de todas las luces. En lugar de seguir largos caminos de investigación, insta a mirar hacia el cielo, cuya orden perfecta manifiesta a Dios como su creador. A través de los rayos de las estrellas y especialmente del Sol, es posible entender la gloria de Dios, su virtud y divinidad, ya que el Sol, con su luz, es el signo más claro de Dios.
Capítulo III: El Sol, dador de luz, señor y moderador de las cosas celestiales
Marsilio Ficino describe al Sol como el señor del cielo, que gobierna y modera todas las cosas verdaderamente celestiales. Aunque no menciona su tamaño gigantesco (supuestamente 160 veces mayor que la Tierra), destaca su papel en la infusión de luz en las estrellas, ya sea que tengan una pequeña luz propia o ninguna en absoluto. El Sol, al pasar por los doce signos del zodíaco, es considerado "viviente" por pensadores como Abraham y Haly, y el signo que el Sol vivifica parece estar "vivo". Además, el Sol otorga gran poder a los dos signos adyacentes, conocidos por los árabes como los "ductoria" o campo solar, donde los planetas que pasan adquieren un poder especial, especialmente si los planetas superiores se encuentran antes del Sol y los inferiores después de él.
El signo donde el Sol está exaltado, Aries, se convierte en la cabeza de los signos y representa la cabeza en cualquier ser vivo. Leo, el signo domiciliado del Sol, es el corazón de los signos, y por tanto gobierna el corazón en los seres vivos. Cuando el Sol entra en Leo, extingue las epidemias en muchas regiones. La fortuna anual del mundo depende de la entrada del Sol en Aries, ya que marca la naturaleza de la primavera, mientras que el verano, otoño e invierno son juzgados por la entrada del Sol en Cáncer, Libra y Capricornio, respectivamente.
El Sol distingue las cuatro estaciones del año a través de los signos cardinales y, cuando regresa a su lugar en la carta natal de una persona, revela su fortuna anual. Según Aristóteles, el movimiento del Sol, siendo el primero y principal de los planetas, es muy simple, sin desviarse del medio del zodíaco ni retroceder como otros planetas.
Capítulo IV: Las condiciones de los planetas con respecto al Sol
Marsilio Ficino describe cómo el Sol marca ciertos espacios específicos en el cielo que afectan el movimiento y la naturaleza de los planetas cuando pasan por ellos. Cuando Saturno, Júpiter y Marte se encuentran en una tercera parte del cielo respecto al Sol, en un aspecto de trígono, cambian repentinamente de dirección: retroceden si están al este del Sol (orientales) y avanzan si están al oeste (occidentales). Venus y Mercurio, por otro lado, tienen límites más cercanos al Sol, ya que Venus no se separa más allá de 49° y Mercurio más allá de 28°.
La Luna también cambia su apariencia y naturaleza según su aspecto con el Sol, y tiene cuatro fases que representan las cuatro estaciones del año. Cada vez que la Luna se une al Sol, predice la naturaleza del mes siguiente. Cuando cualquier planeta toca el "corazón" del Sol, domina a los demás planetas, y los planetas cercanos al Sol alteran sus cualidades habituales: Saturno abandona su rigidez y Marte su ferocidad.
Los planetas superiores ascienden cuando se acercan al Sol y descienden cuando se separan. En conjunción con el Sol, están en el punto más alto de su epiciclo; en oposición, en el más bajo; y en cuadratura, en una altitud media. Venus y Mercurio también alcanzan su punto más alto en conjunción con el Sol si están directos, pero si están retrógrados, están en su punto más bajo.
Ficino explica que los planetas no pueden completar sus circuitos sin volver a la conjunción con el Sol, que consideran su "señor". En conjunción, los planetas son más fuertes y directos porque están en armonía con el Sol, pero en oposición, retroceden y están en su punto más débil.
Finalmente, Ficino señala que la Luna no tiene luz propia, sino que refleja la luz del Sol, y en su armonía perfecta con él, absorbe los poderes celestiales que luego transmite a la Tierra, como menciona Proclo.
Capítulo V: El poder del Sol en la generación, las estaciones, el nacimiento y en todas las cosas
Marsilio Ficino describe cómo el Sol juega un papel crucial en la astrología y en la vida misma. En una carta natal, la posición de la Luna revela al "Señor de la natividad" y el momento de la concepción. Además, la conjunción u oposición del Sol y la Luna antes del nacimiento revela la verdad y la fortuna del individuo. Los astrólogos antiguos consideraban que la parte del cielo donde cae la "parte de la fortuna" era significativa para toda la vida, influenciada por el movimiento del Sol y la Luna, y proyectada desde el Ascendente.
El Sol no solo determina el tiempo, como los días, noches, meses y años, sino que, con su luz y calor, genera, mueve y da vida a todo lo que estaba oculto. Marca el paso de las estaciones, y las regiones alejadas de su influencia también están alejadas de la vida. La primavera, que comienza en Aries (el reino del Sol), es la mejor estación, mientras que el otoño, que comienza en Libra (la caída del Sol), es la peor.
El Sol es especialmente importante en una carta natal diurna, mientras que la Luna lo es en una nocturna. Los astrólogos asignan la novena parte de la carta al Sol y la tercera a la Luna, llamándolos "Dios" y "Diosa", respectivamente, y les atribuyen dones como la sabiduría, la fe y la gloria eterna. El Sol simboliza la verdad, la profecía y la realeza.
Cuando el Sol asciende al medio cielo, fortalece los espíritus vitales y animales, mientras que cuando desciende, debilita esos espíritus. Ficino destaca cómo el sol naciente inspira y revive el espíritu, llamando a las personas a cosas sublimes. También menciona que la Luna, llamada el "pequeño Sol" por Aristóteles, tiene un efecto similar, restaurando el espíritu cuando asciende y debilitándolo cuando desciende. Además, cuando la Luna está llena de luz solar, trae salud a todas las cosas.
Ficino también alude a cómo las virtudes celestiales descienden al cuerpo humano a través de los movimientos del Sol y la Luna, afectando los tratamientos médicos que deben prepararse en momentos específicos. Este tema ya lo había abordado en su "Libro de la vida".
Capítulo VI: Los elogios de los antiguos al Sol, y cómo todos los poderes celestiales se encuentran en el Sol y derivan de él.
En este capítulo, Marsilio Ficino expone cómo el Sol ha sido venerado por los antiguos filósofos y teólogos debido a su poder y centralidad en el cosmos. Orfeo, por ejemplo, llamó a Apolo "el ojo vivificante del cielo", y en sus himnos se refiere al Sol como el "ojo eterno que todo lo ve", gobernante del cielo y de la tierra, y moderador de todas las cosas celestiales y mundanas. Según Orfeo, el Sol es el “Júpiter inmortal”, y la Luna, en tanto reina de las estrellas, está “embarazada de las estrellas”.
Ficino también menciona una inscripción en los templos de Minerva en Egipto que decía: "Soy todas aquellas cosas que son, que serán y que han sido. Nadie ha vuelto a mi velo. El fruto que he dado es el Sol", lo que sugiere que el Sol es el fruto de la inteligencia divina, es decir, Minerva.
Los teólogos antiguos, según Proclo, afirmaban que la justicia emanaba del trono del Sol y gobernaba todo, lo que convierte al Sol en el moderador de todas las cosas. Jamblico compartía la creencia egipcia de que todo bien deriva del Sol, ya sea directamente de él o a través de otros medios. El Sol es el señor de todas las virtudes elementales, y la Luna, gracias a su luz, es la dama de la generación.
Astrologers, como Albumasar, afirmaban que el Sol y la Luna infunden vida en todas las cosas, y Moisés pensaba que el Sol era el señor de los cielos durante el día y la Luna, un "Sol nocturno", lo era durante la noche. Según los caldeos, el Sol ocupa una posición central entre los planetas, mientras que los egipcios lo colocan entre dos mundos: los cinco planetas superiores y los cuatro elementos de la tierra y la Luna por debajo.
Además, Ficino destaca la importancia del Sol para la vida en la tierra. La colocación del Sol cerca de la Tierra por providencia permite que el espíritu y el fuego del Sol nutran la materia terrestre, el agua, el aire y la Luna. También explica cómo los planetas superiores como Saturno, Júpiter y Marte respetan la autoridad del Sol, lo que fortalece sus influencias, mientras que los planetas inferiores como Venus y Mercurio siempre permanecen cerca del Sol, sirviendo como sus compañeros.
Los antiguos, como Heráclito, llamaban al Sol "la fuente de la luz celestial", y muchos platonistas ubicaban el alma del mundo en el Sol, que, al llenar la esfera solar, distribuía vida, movimiento y sentimiento por todo el universo a través de sus rayos. Algunos astrólogos creen que, al igual que Dios da el alma intelectual, esta llega bajo la influencia del Sol durante el cuarto mes después de la concepción.
En resumen, el Sol, junto con sus planetas acompañantes, como la Luna, Venus y Mercurio, actúa como una fuente vital de luz y calor, distribuyendo las virtudes celestiales y generando la vida en la tierra. Las estrellas, al recibir la luz del Sol, adquieren sus propias virtudes, lo que refleja la enorme variedad de influencias que el Sol tiene sobre el universo.
Capítulo VII: Disposiciones de los signos y planetas alrededor del Sol y la Luna.
En este capítulo, Marsilio Ficino describe cómo la disposición de los signos del zodiaco reafirma el estatus del Sol como rey y de la Luna como reina de los cielos. Señala que Leo, el lugar del Sol, y Cáncer, el lugar de la Luna, están próximos, al igual que Aries (exaltación del Sol) y Tauro (exaltación de la Luna). Los demás planetas ocupan sus posiciones alrededor del Sol y la Luna, en una jerarquía que refleja su relación con estas dos luminarias.
Ficino menciona a su amigo Bindanio Recasolano, quien observa que la misma disposición de los signos se repite en torno a Saturno, lo que lleva a Ficino a reflexionar sobre la importancia de Saturno, ya que es el planeta que menos se aparta del camino del Sol. Esta observación subraya la conexión entre la disposición de los planetas y la autoridad del Sol.
Cada uno de los cinco planetas principales tiene dos domicilios: uno occidental al Sol y otro oriental a la Luna. El Sol abarca los signos de Leo, Virgo, Libra, Escorpio, Sagitario y Capricornio, mientras que la Luna rige Acuario, Piscis, Aries, Tauro, Géminis y Cáncer. Se menciona que Cáncer se considera "la puerta de los hombres" porque el Sol parece descender allí, mientras que Capricornio se ve como "la puerta de los dioses" por su ascenso.
Ficino también destaca los signos cardinales (Aries, Cáncer, Libra y Capricornio) como puntos clave donde el Sol determina las estaciones del año. Este ciclo desde Aries a Libra, conocido como el "Círculo de Minerva" en la tradición egipcia, simboliza la sabiduría y la justicia. La organización del cosmos, argumenta Ficino, sugiere que el mundo no está regido por la fortuna, sino por una providencia divina.
Finalmente, el capítulo enfatiza la reverencia de todas las cosas hacia el Sol, el moderador del universo, instando a las almas humanas a ser igualmente obedientes a esta fuente de luz y autoridad.
Capítulo VIII: Los planetas son afortunados cuando están en concordancia con el Sol y la Luna, y desafortunados cuando están en discordancia. Cómo pueden rendir respeto al Sol y a la Luna.
Ficino explora la relación de los planetas con el Sol y la Luna, estableciendo que son autores de la vida: la Luna favorece el crecimiento y la vitalidad, mientras que el Sol se relaciona con la conciencia. Jupiter y Venus son considerados planetas benéficos porque están en armonía con estas luminarias, mientras que Saturno y Marte son considerados desfavorables, especialmente Saturno con respecto al Sol.
Ficino describe cómo los planetas obtienen un nuevo vigor cuando se alinean o "saludan" al Sol y la Luna, un fenómeno que los árabes llamaban almugea. Esto ocurre cuando un planeta se encuentra en una posición específica en relación con el Sol o la Luna, dependiendo de su distancia en el zodiaco. Por ejemplo, Saturno "saluda" al Sol cuando está en el sexto signo desde él, mientras que Jupiter lo hace en el quinto signo, y así sucesivamente.
La armonía de los planetas con el Sol y la Luna determina su fortuna. Jupiter y Venus, al estar en aspecto favorable (trino o sextil), son considerados afortunados, mientras que Marte y Saturno, que están en aspectos desarmoniosos (cuadratura y oposición), son considerados desafortunados, con Saturno siendo el más desafortunado de todos. Esta dinámica resalta la idea de que las mentes en armonía con la voluntad divina experimentan felicidad, mientras que las discordantes sufren.
Ficino concluye que el reconocimiento y el respeto hacia el Sol y la Luna, así como la búsqueda de la armonía con ellos, son clave para la fortuna y el bienestar en la vida.
Capítulo IX: El Sol es la imagen de Dios. Comparación del Sol con Dios.
Platón describió el Sol como el hijo visible de la Bondad, un símbolo de Dios para que todos lo admiren. Los antiguos teólogos veían al Sol como divino, y su salida encarna la vida y la renovación. El Sol, al igual que Dios, genera luz y conocimiento, conectando los reinos inteligible e intelectual. Platón consideraba que el Sol era superior a todas las cosas visibles, de manera paralela a la trascendencia de Dios. La luz del Sol representa la verdad y la comprensión, que, al igual que el amor divino, purifica y eleva el alma. Así como el Sol revive la naturaleza después del invierno, simboliza la resurrección y el despertar espiritual. Platón sugiere que hay un Sol incorpóreo (el intelecto divino) que es superior al Sol físico, reflejando así la trascendencia de Dios. Por lo tanto, el Sol sirve como una poderosa metáfora de la presencia divina en el mundo.
Capítulo X: El Sol fue creado primero y colocado en el Medio Cielo.
Este capítulo explora la creación del Sol como la primera y más poderosa obra de Dios. Según Moisés, Dios creó primero la luz, que es lo más cercano a la naturaleza divina, pues emana directamente de la luz divina o inteligible. La luz se manifiesta en dos formas: la luz inteligible en el mundo incorpóreo y la luz sensible en el mundo corpóreo, representada por la luz solar. En su proceso de creación, la luz primero iluminó, luego adquirió calor y energía, y finalmente se propagó en la materia. En el cuarto día, la luz tomó su forma esférica en el Sol, reflejando la inteligencia divina. Moisés distinguió entre la luz creada en el primer día y la luz del Sol creada en el cuarto día. Platón también reconoce esta dualidad del Sol en su obra "Timeo," donde lo presenta como un astro entre los planetas y como una entidad divina con una luz milagrosa. Se destaca que la creación del mundo comenzó bajo la autoridad del Sol, situado en el horizonte en Aries, considerado su reino. Finalmente, se menciona que Cristo, fuente de vida, resucitó en el día del Sol, conectando así la luz visible del Sol con la luz inteligible y divina que Cristo nos devolverá.
Capítulo XI: Las dos luces del Sol. El don de Apolo. Los grados de las luces. El Sol hace divinas todas las cosas.
Este capítulo explora la naturaleza dual de la luz del Sol, sugiriendo que en su origen el Sol tenía una luz natural menor que la que posteriormente adquirió. A diferencia de su tamaño, que no es mucho mayor que el de otros planetas, su luz es inmensamente superior, lo que indica que esta luz proviene de una fuente superior añadida al Sol. La luz del Sol, en su primera etapa, era innata pero limitada, y luego adquirió una luz divina que lo hace similar a la inteligencia divina.
Platón y los teólogos antiguos consideraban que el Sol no solo poseía una luz natural, sino que recibía una segunda luz divina que se reflejaba en su entorno. Esta dualidad se asemeja al don de Dios a las mentes humanas: una luz natural y otra añadida por gracia divina, que eleva y bendice las almas. El Sol, como representante de Dios, transmite esta segunda luz a las estrellas y al mundo, actuando como intermediario divino.
El Sol fue identificado con Apolo, el creador de la armonía y guía de las Musas, porque ilumina no solo el mundo físico, sino también las mentes, conduciéndolas hacia la comprensión y el conocimiento divino. Esta luz, que desciende del bien supremo, atraviesa todos los niveles de existencia, desde el intelecto divino hasta el mundo material, iluminando y vivificando todas las cosas. Los platónicos identifican tres principios: el bien supremo, el intelecto divino y el alma del mundo, todos representados y manifestados por la luz. El Sol, situado en el medio del cielo, simboliza estos principios y actúa como canal de la luz divina, que ilumina tanto a los ángeles como a las almas en diferentes grados, según su capacidad de recepción.
Capítulo XII: Semejanza del Sol con la Trinidad Divina y los nueve órdenes de Ángeles, y de los nueve espíritus en el Sol y las nueve Musas alrededor del Sol
En este capítulo se explora la analogía entre el Sol y la Trinidad Divina. Se argumenta que el Sol, en su sustancia única, posee una triple manifestación que se asemeja a la Trinidad: una fecundidad natural oculta que representa al Padre, una luz manifiesta que emana de esta fecundidad y representa al Hijo, y un calor que simboliza al Espíritu Santo. Alrededor de esta Trinidad solar, se identifican tres jerarquías de ángeles, cada una con tres órdenes, en paralelo con los nueve espíritus del Sol y las nueve Musas que lo rodean.
El Sol, en su triple naturaleza, también genera tres fecundidades: en la naturaleza celestial, en la simple naturaleza de los elementos, y en la naturaleza de las cosas mixtas. Además, el calor vital del Sol da origen a tres órdenes de vida: la vegetal, la que responde pero no se mueve (zoófitos), y la que responde y se mueve intencionalmente (animales). También se derivan tres tipos de luz: blanca, roja y mixta, que corresponden a diferentes sentidos y niveles de percepción.
El texto hace una analogía entre la luz del Sol y la inteligencia pura, sugiriendo que así como la luz penetra todo y revela las cosas, la inteligencia pura también ilumina y revela, manteniéndose indivisible. Además, se propone que los antiguos identificaron en el Sol a diversas divinidades, asignando a cada una aspectos de la sustancia y poderes del Sol, como Júpiter y Juno para la fecundidad, Apolo y Minerva para la luz, y Venus y Baco para el calor.
Finalmente, se aborda la presencia de las nueve Musas alrededor del Sol, que representan nueve tipos de divinidad Apolínea distribuidos a través de las esferas del cosmos. Las Musas, como espíritus solares, presiden sobre el conocimiento, la poesía, la música y otras artes. Se concluye reflexionando sobre la importancia del Sol en la vida humana y cómo su regalo divino debería ser objeto de mayor admiración y gratitud, como sugirieron los platónicos Iámblico y Juliano.
Capítulo XIII: Que el Sol no debe ser adorado como Autor de todas las cosas
En este capítulo, se argumenta que aunque el Sol es una manifestación significativa en el universo, no debe ser adorado como el autor de todas las cosas. La reflexión comienza con una anécdota sobre Sócrates, quien, durante su servicio militar, solía observar el amanecer en un estado de asombro y éxtasis. Aunque algunos platónicos podrían interpretar este comportamiento como una veneración del Sol, se propone que Sócrates, inspirado por su demonio interior (un genio o ángel), no adoraba al Sol visible, sino que contemplaba un Sol superior, uno supracelestial.
Platón describió al Sol no como Dios mismo, sino como el "hijo de Dios", aunque no el primer hijo, sino uno visible y secundario. Sócrates, al ser despertado por el Sol celestial, intuyó la existencia de un Sol supracelestial y dirigió su admiración hacia la majestad de este Sol superior, que representa la bondad incomprensible del Padre, quien es llamado por Santiago el Apóstol como el "Padre de la luz". Esta luz es superior a la luz celestial, ya que es inmutable y no sujeta a sombras.
La discusión prosigue afirmando que, aunque el Sol y las estrellas tienen un papel importante en la creación y en la distribución de la luz y la vida, los dones intelectuales y espirituales más elevados no provienen del Sol, sino de un origen aún más alto, del Padre de la luz. Santiago advierte que no debemos admirar y adorar en exceso al Sol, la Luna y las estrellas, ni venerarlos como creadores y fuentes de dones intelectuales, ya que el origen del universo no puede ser un cuerpo, alma o intelecto, sino algo infinitamente más elevado.
Concluye que aunque el Sol es un regulador del cielo y una manifestación de la ley divina, no es el primer principio del universo. Este primer principio, que es Dios, opera siempre, en todo lugar y en todas las cosas, mientras que el poder del Sol es limitado, restringido por obstáculos y circunscrito a su esfera. Por tanto, se insta a adorar al verdadero principio del universo, al cual incluso los cuerpos celestiales se remiten, siguiendo el ejemplo de la adoración celestial hacia el Sol.
Conclusión
''Sobre el sol" es una obra que fusiona la filosofía neoplatónica con la teología cristiana, utilizando el simbolismo solar para meditar sobre los misterios de la existencia, la naturaleza de Dios, y el orden del cosmos. Ficino invita al lector a ver más allá del mundo sensible y a contemplar las realidades espirituales superiores que, según él, se reflejan en el Sol y en toda la creación. Sin embargo, Ficino también advierte contra la idolatría del Sol. Aunque es una manifestación poderosa y vital en el cosmos, el Sol no debe ser adorado como el creador o el principio supremo. En su lugar, Ficino señala que el verdadero origen de toda luz y vida es Dios, el "Padre de la luz", que está más allá de cualquier entidad celestial o material.
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