martes, 10 de septiembre de 2024

Marsilio Ficino - Sobre la religión cristiana (La religione cristiana) (1475)

 


La obra que tenemos en frente es otra de aquellas que intenta conciliar la filosofía con la religión. "Sobre la religión cristiana" de Marsilio Ficino es una obra monumental que busca reinaugurar la alianza entre filosofía y religión, tal como Ficino percibía que existió en la antigüedad, y ofrecer un análisis de su disgregación a lo largo de la historia. Además, en esta obra, Ficino intenta restaurar el matrimonio ideológico entre la sabiduría antigua y la revelación cristiana, abordando la religión no como una simple creencia popular, sino como una ley divina, un conjunto de principios morales eternos e inmutables.


SOBRE LA RELIGIÓN CRISTIANA

Capítulo 1 – La religión, sobre todo, es particular del ser humano y verdadera

En el primer capítulo de "Sobre la religión cristiana", Marsilio Ficino argumenta que la religión es una característica única del ser humano, diferenciándonos de los animales, que no muestran signos de devoción religiosa. Ficino sostiene que la capacidad para elevar la mente y el cuerpo hacia Dios es intrínsecamente humana, haciendo que la religión sea una manifestación natural de la perfección humana, similar a cómo ciertos comportamientos son naturales para otros animales.

Ficino establece que, si bien algunos podrían sugerir que los animales tienen un tipo de veneración, los platonistas argumentarían que cualquier aparente adoración animal no es consciente ni verdaderamente intencional. A diferencia de los animales, que actúan por instinto, el ser humano, al ser el más perfecto de los animales mortales, tiene la capacidad de unirse a lo divino a través de la religión.

La religión, según Ficino, no solo define la perfección del ser humano, sino que también ofrece una explicación de por qué el sufrimiento y el sacrificio en la vida pueden tener sentido si se considera la vida futura y la justicia divina. Si la religión fuera vacía y sin fundamento, el ser humano sería la criatura más desdichada, por lo que la presencia y la influencia de la religión demuestran su verdad y la perfección del ser humano.

Además, Ficino argumenta que la religión es verdadera porque ha sido implantada en el ser humano por Dios, el autor de nuestra naturaleza. La religión persiste a lo largo de la historia y en diversas culturas, y la devoción compartida hacia Dios y la creencia en una vida después de la muerte apoyan la verdad de la religión. A través de la religión, que persiste a pesar de los cambios en las creencias y costumbres humanas, se revela una verdad universal que no puede ser simplemente una ilusión.


Capítulo 2 – La Divinidad del Alma a Través de la Religión

En el segundo capítulo de "Sobre la religión cristiana", Marsilio Ficino explora la divinidad del alma humana a través de la religión. Ficino se basa en Platón para argumentar que la capacidad del ser humano para reconocer y desear a Dios es una prueba de su naturaleza divina. Al igual que la vista no puede experimentar la luz sin la presencia de la luz misma, el alma humana no puede conocer a Dios sin estar iluminada por Él. La alma, llena de la presencia divina, se eleva hacia Dios, reconociéndolo y deseándolo con ardor.

Ficino destaca que, al ser el alma el templo de Dios, este espacio divino en el ser humano no puede ser destruido. La devoción diaria y la expresión de adoración hacia Dios en diversos aspectos de la vida humana (como la mente, el corazón, y el cuerpo) son indicios de una conexión intrínseca con lo divino. Dios, siendo la máxima sabiduría y bondad, no puede ser ignorante ni desconsiderado. En consecuencia, el hecho de que el ser humano busque y adore a Dios es una manifestación de la verdad de la religión. Esta búsqueda de lo divino y la adoración universal demuestran que la religión es verdadera y que el alma humana, al estar conectada con Dios, participa en una realidad trascendental.

Capítulo 3 – La Prudencia Juvenil en Cuestiones de Religión

En el tercer capítulo, Ficino advierte a los jóvenes sobre la imprudencia de ofrecer opiniones sobre religión sin una maduración adecuada. Aunque los niños nacen con una inclinación natural hacia la religión, la razón, al desarrollarse en la adolescencia, exige causas y explicaciones para todo. Esta búsqueda de razones puede llevar a los jóvenes a cuestionar la religión, especialmente si confían solo en su propio juicio sin una profunda comprensión de los motivos divinos.

Ficino reconoce que la verdadera comprensión de la religión requiere una mente purificada y un largo proceso de estudio y reflexión. Los jóvenes pueden caer en el error de considerar la religión como algo meramente anecdótico si no tienen una perspectiva madura. Para evitar esta trampa, Ficino sugiere que los jóvenes se apoyen en las leyes y en la sabiduría de los mayores hasta que la experiencia y el tiempo les brinden una visión más clara. La sabiduría no viene con la juventud, y la imprudencia en cuestiones de religión puede ser peligrosa. La sabiduría verdadera requiere tanto conocimiento como una comprensión profunda, algo que se desarrolla con el tiempo y la experiencia.

Ficino concluye que, aunque se han tratado brevemente estos temas en relación con la religión compartida, la providencia divina y la divinidad del alma, es esencial continuar explorando el misterio de la religión cristiana con la profundidad que merece.


Capítulo 4 – Toda Religión Tiene Algún Bien, Siempre que Esté Orientada hacia Dios; El Cristianismo es Impecable

En el cuarto capítulo, Ficino argumenta que todas las religiones tienen algún valor, siempre y cuando su adoración esté dirigida hacia Dios, el Creador de todas las cosas. Según Ficino, lo que más desagrada a Dios es el desprecio y lo que más le agrada es la adoración sincera. Dios, en Su providencia divina, ha permitido diversas formas de adoración en diferentes tiempos y lugares, lo cual puede contribuir a la belleza del universo. Sin embargo, la adoración más aceptable para Dios es aquella que se realiza con la mayor sinceridad y pureza, conforme a la naturaleza humana.

Ficino compara la aceptación de diferentes formas de adoración por parte de Dios con la de Alejandro Magno, quien aprobaba diversas formas de honor, aunque prefería algunas sobre otras. Del mismo modo, Dios prefiere ser adorado de cualquier manera que sea humana y adecuada, en lugar de no ser adorado en absoluto. Aquellos que adoran a Dios con sinceridad y amor, siguiendo el ejemplo de Cristo y Sus enseñanzas, lo hacen de manera perfecta. Por tanto, Ficino considera que el cristianismo, al seguir las enseñanzas de Cristo, es la religión que adora a Dios de la manera más correcta y pura.

Capítulo 5 – Los Discípulos de Cristo Nunca Engañaron a Nadie

En el quinto capítulo, Ficino defiende la integridad de los discípulos de Cristo, argumentando que nunca intentaron engañar a la humanidad. Según Ficino, si los discípulos hubieran buscado introducir una ficción para engañar a las personas, lo habrían hecho de una manera más persuasiva y conveniente. En cambio, ellos se dedicaron a una misión extremadamente difícil de creer y de llevar a cabo, en tiempos y lugares complicados y en contra de grandes adversidades.

Ficino señala que los discípulos eran pocos, sin poder, y carecían de los recursos y la cultura para influir poderosamente en el mundo. A pesar de estas desventajas, perseveraron valientemente en su misión y enfrentaron sufrimientos y peligros sin prometer recompensas materiales. La disposición de los discípulos a sufrir y morir por su fe, y la forma en que proclamaron su mensaje de manera abierta y valiente, refuerza la idea de que creían genuinamente en la verdad de su enseñanza.

Ficino también menciona que los apóstoles como Pablo y Pedro trabajaron incansablemente y soportaron grandes sufrimientos por la propagación del evangelio, lo cual sería incongruente si no creyeran verdaderamente en lo que predicaban. Su dedicación a la verdad y su rechazo de las ceremonias judías y los dioses paganos demuestran su compromiso con la autenticidad del cristianismo.


Capítulo 6 – en qué estado de ánimo se esfuerzan los discípulos de cristo

Pablo describe el estado de ánimo de los discípulos de Cristo en la Carta a los Romanos, afirmando que nada puede separarlos del amor de Cristo, a pesar de las tribulaciones, angustias, persecuciones, hambre, desnudez, peligro o espada que enfrentan. Pablo se regocija en sus sufrimientos, viéndolos como una prueba de su fe y compromiso con Cristo. Destaca que soporta las dificultades de buena voluntad, creyendo que estas pruebas producen paciencia, prueba y esperanza, que a su vez fortalecen su fe. Pablo y los apóstoles enfrentaron numerosas adversidades, incluyendo azotes, encarcelamientos y naufragios, pero consideraron estas luchas como parte de su misión de difundir el evangelio. Su perseverancia y sufrimiento son presentados como esenciales para su fe y ministerio.

Capítulo 7 – nadie engañó a los discípulos de cristo

Los discípulos de Cristo, al haber presenciado y experimentado milagros profundos, mostraron un nivel de dedicación y perseverancia que supera lo común. El notable compromiso de estos primeros seguidores, a pesar del escepticismo inicial y la dificultad de aceptar a una figura humilde y crucificada como divina, refleja su genuina convicción. La transformación de Pablo, de perseguidor a defensor del cristianismo, a pesar de las numerosas adversidades, refuerza que los primeros cristianos no fueron engañados, sino que fueron genuinos en su creencia y sacrificio. La disposición de muchos a sufrir y morir por su fe, como lo atestiguan los primeros Padres de la Iglesia como Tertuliano y Orígenes, confirma aún más que el mensaje cristiano fue aceptado con un compromiso y sacrificio sincero, no con engaño.


Capítulo 8 – la fundamentación divina de la religión cristiana

La religión cristiana, a diferencia de otras, no se basa en poder humano, erudición o placeres mundanos. Surge de manera inesperada y se expande por todo el mundo gracias al poder divino. Las cartas de Pablo y las afirmaciones de Juan destacan que la fe en Dios y en Cristo es la verdadera victoria sobre el mundo (1 Juan 5:4). Cristo y Sus discípulos predijeron y describieron con precisión eventos futuros, desde la persecución hasta la destrucción de los judíos y la propagación del cristianismo.

La enseñanza cristiana, marcada por la humildad y el sacrificio, logró convencer a grandes hombres. Los profetas y apóstoles hablaban con una autoridad y claridad que reflejan la inspiración divina, sin necesidad de adornos humanos. Esta revelación divina se manifiesta en la coherencia y profundidad de las Escrituras, y en la fortaleza y perseverancia de los primeros cristianos.

Testimonios como los de Juan, Santiago, Pedro y Pablo en sus epístolas evidencian la verdad y la firmeza de la fe cristiana, destacando la sabiduría, la esperanza y el poder divino. La doctrina cristiana, basada en la revelación de Dios a través de Cristo, supera todas las adversidades y demuestra su autenticidad y fuerza espiritual.

 

 Capítulo 9 – la autoridad de cristo no proviene de las estrellas sino de dios

La religión cristiana no se basa en la astrología, los hombres o el destino, sino en Dios y la naturaleza humana. La llegada de Cristo fue profetizada como divina desde el principio del mundo por profetas y Sibilas, inspirados por lo divino, no por astros. Los astros, como causas universales, a menudo no favorecen a los cristianos, quienes sufrieron adversidades durante trescientos años, como se menciona en los Hechos de los Apóstoles y en las obras de Tertuliano.

La ley cristiana no busca placer o ambición, ni se ocupa únicamente de asuntos cívicos, sino que condena y trasciende estos intereses, adorando solo a Dios. La fe cristiana ha inspirado a innumerables personas a enfrentar la muerte por la bienaventuranza divina, algo que no se puede atribuir a la influencia astral. Si la religión cristiana fuera una creación del destino estelar, los destinos de los seguidores deberían ser similares. Sin embargo, la realidad muestra que la enseñanza cristiana ha persistido y se ha expandido a pesar de la oposición.

Eusebio destaca la improbabilidad de que personas de diversos lugares y tiempos, guiadas por las estrellas, eligieran la misma doctrina nueva y desafiante. La religión cristiana, que no depende de los astros sino de la inmovilidad eterna de Dios, ha resistido persecuciones y adversidades durante siglos. Esta religión, defendida por Dios, no puede ser destruida, y su fortaleza se demuestra en su capacidad para crecer y perfeccionarse a través de las adversidades.

Capítulo 10 – La Autoridad de Cristo y los Milagros

Los milagros de Cristo son fundamentales para confirmar Su autoridad, y su escasez o número no debe afectar la percepción de su autenticidad. Orígenes y otros autores antiguos destacan que los milagros de Cristo, como el eclipse solar y el terremoto durante Su crucifixión, fueron ampliamente documentados y confirmados incluso por fuentes no cristianas.

Los paganos, judíos y musulmanes reconocen los milagros de Cristo, y testigos de la época, como Dionisio el Areopagita y Apolofanes, atestiguaron fenómenos astronómicos inusuales que coinciden con la crucifixión de Jesús. Estos eventos, como el eclipse solar, son considerados milagros y no meras coincidencias astronómicas.

El testimonio de diferentes fuentes, incluyendo escritos antiguos y observaciones astronómicas, confirma la singularidad y la veracidad de los milagros de Cristo. La magnitud de estos milagros, como la influencia de Cristo en el mundo y el testimonio universal de Su resurrección, resalta Su posición única y Su autoridad sobre todos.

Estos testimonios apoyan la idea de que Cristo, a través de Su vida, muerte y milagros, ha sido exaltado por encima de todos, siendo reconocido incluso por aquellos que no eran cristianos.

Capítulo 11 – la autoridad de cristo entre los paganos

Este capítulo explora cómo el cristianismo fue reconocido y respetado por diversos paganos y emperadores a pesar de las críticas. A pesar de intentos de atribuir los milagros de Cristo a demonios, se argumenta que una religión que derrotó el culto demoníaco no podría haber surgido de él. 

¿Pero cómo puede ser que la religión que condenó y derrocó la adoración de los demonios, y que los hizo huir y aún los mantiene alejados, haya surgido de los demonios? Casi todo el mundo empezó de repente a adorar a Cristo y continúa adorándolo, con excepción de unos pocos prestamistas errantes, completamente dominados por la avaricia y que no son capaces de juzgar correctamente sobre los asuntos divinos. De hecho, todos los paganos coincidieron en que Jesús era ya sea Dios o al menos divino. Cuando se consultó al Apolo milesio, éste alabó a Cristo diciendo: “Él era mortal en cuerpo, sabio, productor de señales, pero bajo el liderazgo de los caldeos, fue arrestado por las armas y sufrió una amarga muerte a base de clavos y varas.” Porfirio, en su libro Sobre las Respuestas, dice que los dioses declararon que Cristo era el más piadoso y afirmaron que Él se había hecho inmortal, dando así testimonio favorable sobre Él; Porfirio añade que la diosa Hécate, al ser preguntada sobre el alma de Cristo, respondió: “Esa alma pertenece a un hombre de la más destacada piedad; lo adoran, es ajeno a la severidad,” y después de mucho más, Hécate añadió: “Cristo mismo, siendo piadoso, ha ascendido al cielo, como hacen los piadosos.” 

Figuras como Apolo de Mileto y Porfirio elogiaron a Cristo como divino o piadoso, y algunos emperadores como Adriano y Antonino Pío mostraron admiración o intentaron integrar el cristianismo en la religión oficial. En contraste, los emperadores que persiguieron a los cristianos, como Nerón y Domiciano, enfrentaron trágicos destinos. La fe cristiana, a pesar de las críticas de filósofos y las persecuciones, demostró ser poderosa y auténtica, prevaleciendo sobre la sabiduría humana y ganando respeto en el mundo pagano. 


Capítulo 12 – la autoridad de cristo entre los mohamedanos

Los musulmanes, aunque heréticos al seguir a los arrianos y maniqueos, reconocen que Jesucristo es el poder, sabiduría, mente, alma, espíritu y palabra de Dios, nacido por una inspiración divina de María, la eterna virgen. Aceptan que realizó muchos milagros con poder divino, que era superior a todos los profetas hebreos y que no habría profeta después de Jesús. Mohammad colocó a Jesús por encima de todos los hombres y a María por encima de todas las mujeres, afirmando que el cuerpo incorrupto de Jesús ascendió al cielo y que los cristianos son superiores a los judíos, a quienes detesta. 

En el Corán, se menciona que la perfección requiere obedecer tanto el Antiguo y Nuevo Testamento como el Corán, que es visto como la unión y manifestación de ambos. Aunque Mohammad atribuye una gran divinidad a Cristo, comete dos errores principales: primero, parece considerar la divinidad de Cristo como distinta y menor a la del Dios Supremo, un concepto aprendido de los arrianos; y segundo, cree que Jesús fue llevado al cielo secretamente por Dios, y que otro hombre fue crucificado en lugar de Cristo, una idea tomada de los maniqueos. A pesar de estos errores, todas las sectas, incluidos paganos, judíos y musulmanes, reconocen que la ley cristiana es la más excelente de todas. Aunque cada grupo prefiere su propia herejía, colocan la religión cristiana por encima de todas las demás, salvo la suya. Por lo tanto, al ser juzgada objetivamente, la religión cristiana es indiscutiblemente preferida.

Capítulo 13 – sobre la generación del hijo de Dios en la eternidad

Ahora Ficino trata sobre la generación interna de la descendencia, tanto en seres vivos como en entidades divinas. El concepto se ilustra a través de comparaciones entre diferentes formas de vida: vegetativa, sensitiva, racional y angélica. Cuanto más elevada es la forma de vida, más profundamente genera su descendencia dentro de sí. Por ejemplo, la vida racional produce progenie internamente mediante la razón antes de externalizarla a través del habla o la acción. Este patrón culmina en la vida divina, donde Dios, a través de su perfecto entendimiento de Sí mismo, genera a su Hijo internamente. El Hijo es la imagen perfecta de Dios, compartiendo la misma esencia, pero distinguido por una relación única. Los teólogos llaman a esta relación la Trinidad, compuesta por el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, unificados en naturaleza divina pero diferenciados por sus roles.

 

Capítulo 14 – el orden de los cielos, ángeles y almas alrededor de la trinidad es como el orden de las esferas alrededor del centro

Este capítulo compara el orden celestial con las jerarquías angélicas y las almas de los bienaventurados. Por encima de los cuatro elementos sujetos al cambio están los siete cielos planetarios, cada uno con cualidades cambiantes. El cielo octavo, más ordenado, está por encima de ellos, seguido por el cielo cristalino, cuya simpleza de movimiento y cualidad refleja el orden divino. Sobre todos ellos está el cielo empíreo, inmutable y lleno de luz, en consonancia con la Trinidad.

Los nueve cielos restantes corresponden a los nueve órdenes de ángeles, organizados en tres jerarquías. Según Dionisio Areopagita, cada jerarquía tiene tres órdenes, y cada uno contempla diferentes aspectos de la Trinidad. La primera jerarquía contempla al Padre, la segunda al Hijo y la tercera al Espíritu Santo, pero todos ven la Trinidad en su totalidad. Las órdenes superiores reciben su claridad directamente de la Trinidad, mientras que las inferiores lo hacen indirectamente.

Las funciones de los ángeles también varían: los Serafines contemplan la bondad divina, mientras que los Querubines se centran en la esencia de Dios y los Tronos en su soberanía. Otros órdenes, como los Dominaciones, Virtudes y Potestades, tienen funciones más activas, moviendo los cielos y protegiendo el orden divino. Las órdenes inferiores, como los Principados, Arcángeles y Ángeles, supervisan los asuntos humanos, desde gobernantes hasta individuos.

Asimismo, las almas de los bienaventurados están organizadas en nueve órdenes, ascendiendo a través de las jerarquías según sus virtudes. Aunque las almas en los cuerpos habitan bajo la Luna, su naturaleza racional les permite ascender o descender según sus acciones, lo que les otorga una libertad única en el cosmos. El capítulo cierra con una referencia a la mitología, donde las almas atraviesan el Estigia y los Campos Elíseos en su viaje tras la muerte.


Capítulo 15 – la generación del hijo en la eternidad y su manifestación en el tiempo

Antes de la creación del mundo temporal existía un mundo eterno, que es el modelo de este mundo. Este mundo eterno es el Verbo de Dios, el cual siempre ha existido con Dios y es Dios mismo. El Verbo fue el medio por el cual el mundo fue creado y todo fue formado a través de él. Aunque la humanidad cayó en el pecado y no pudo elevarse de nuevo por sí sola, Dios decidió reformar al ser humano mediante el mismo Verbo que lo había creado. Esto ocurrió cuando el Verbo asumió la naturaleza humana a través de la encarnación de Cristo. Así, Cristo se convirtió en una unión de divinidad y humanidad, permitiendo que el hombre pudiera ser iluminado y perfeccionado a través de su unión con Dios.

Capítulo 16 – es apropiado que Dios se haya unido al hombre

Dios se hizo hombre para que el hombre pudiera elevarse hacia Dios. La creación más perfecta debía ser una combinación de lo creado y lo no creado, y esto se logró en la unión de la divinidad con la humanidad en la figura de Cristo. El alma humana, que comparte tanto lo temporal como lo eterno, es una representación de toda la creación. Por lo tanto, era adecuado que Dios se uniera a la naturaleza humana, ya que ésta abarca todas las cosas. La unión de Dios con el hombre no disminuyó la divinidad, sino que elevó la humanidad, permitiendo que la creación entera se vinculara con Dios a través del ser humano.

 Capítulo 17 – La naturaleza de la unión entre Dios y el hombre

En este capítulo, Ficino explora la naturaleza de la unión entre Dios y el hombre, enfatizando que esta unión ocurrió según la persona divina, más que la naturaleza divina. Por lo tanto, no es correcto afirmar que el Padre o el Espíritu Santo se unieron de la misma manera al hombre. Aunque las personas de la Trinidad comparten la misma naturaleza, difieren en sus propiedades individuales.

Ficino explica que así como la Trinidad consiste en tres personas en una naturaleza divina, Cristo es una persona en tres naturalezas: Dios, alma y cuerpo. Esta unión hace que el hombre sea comparable a Dios, de manera similar a cómo la mano se relaciona con el alma o la lengua con el intelecto. Dios no se convierte en la forma de un hombre natural, sino que el hombre se convierte en el instrumento a través del cual Dios realiza sus obras.

El autor aclara que en Cristo no hay dos personas, una divina y otra humana, sino una sola persona, el Verbo, que está unido con la naturaleza humana. Esta unión se compara con cómo el alma racional habita en el cuerpo, dándole vida. Del mismo modo, el Hijo de Dios eleva la naturaleza humana.

Mediante la metáfora de las palabras concebidas en la mente y luego hechas perceptibles cuando se pronuncian, el autor ilustra cómo el Verbo de Dios, invisible en la eternidad, se hizo visible al asumir forma humana. Cristo, el Verbo, encarna la voluntad de Dios y la transmite a aquellos que son capaces de recibirla. Los mandamientos que Cristo dio, resumidos en amar a Dios y al prójimo, son las enseñanzas centrales.

Capítulo 18 – La conveniencia de la unión entre Dios y el hombre

Ficino sostiene que reformar lo que está deformado es tan significativo como crear algo desde la nada, y ser bueno es tan importante como simplemente existir. Por lo tanto, fue adecuado que Dios, como creador, perfeccionara lo imperfecto a través del Verbo, quien se hizo perceptible para la humanidad.

El capítulo enfatiza el poder, la sabiduría y la benevolencia de Dios al restaurar el mundo. Dios demostró estas cualidades al asumir la forma de un siervo (Cristo) para redimir a la humanidad. Al hacerlo, mostró que nada en el mundo es inherentemente deformado o despreciable.

Dado que los seres humanos habían caído de su estado divino original, necesitaban que Dios extendiera su mano desde lo alto para elevarlos. Dios se hizo visible, adorable e imitable a través de Cristo, quien era tanto Dios como hombre. Esto permitió a los humanos conocer, amar e imitar a Dios de manera más fácil y diligente. Cristo actuó como mediador entre Dios y la humanidad, cerrando la brecha creada por el pecado.

Capítulo 19 – La venida de Cristo y los dones de la fe, la esperanza y el amor

En este capítulo, Ficino explica que no se puede alcanzar la bienaventuranza divina sin un amor ardiente hacia Dios, el cual se basa en la esperanza y la fe. La fe, el fundamento del conocimiento, surge al presenciar a Dios hecho carne y sus milagros. Esta creencia, a su vez, da esperanza de que Dios proveerá todas las cosas.

La unión de la divinidad de Cristo con su humanidad muestra que el alma humana puede unirse con Dios, ofreciendo la máxima bienaventuranza. Dado que Dios tomó forma humana, es posible que los humanos aspiren a la bienaventuranza divina al amar, imitar y unirse a Dios. El autor insta a las personas a dejar de desesperarse por su naturaleza divina y a venerarse a sí mismos como capaces de ascender a Dios.

Capítulo 20 – La venida de Cristo y el alivio del pecado

Aquí, Ficino describe la relación entre el cuerpo, el alma y Dios. El alma es la vida del cuerpo, y Dios es la vida del alma. El pecado rompió el orden natural, con el cuerpo rebelándose contra el alma y el alma rebelándose contra Dios. Este pecado original es la fuente de todos los males, y fue transmitido de Adán a toda la humanidad.

Para remediar esto, Dios se hizo hombre en Cristo, quien, siendo tanto Dios como hombre, pudo sufrir por los pecados de la humanidad y restaurar la relación entre la humanidad y Dios. El poder infinito de Cristo como Dios y su sufrimiento como hombre eran necesarios para expiar la culpa infinita de la humanidad, redimiéndola así de las consecuencias del pecado.

Capítulo 21 – Cristo cumplió el tipo perfecto de instrucción

La providencia divina no quiso omitir ningún tipo de instrucción para sus hijos. Esta instrucción es doble: mediante la enseñanza y el ejemplo. La enseñanza es perfecta, y no se puede dudar de ello, ya que hay un consenso en que tal enseñanza está enraizada únicamente en Dios. Por lo tanto, Dios Padre envió al hombre un instructor que era tanto Dios, para evitar dudas sobre su enseñanza, como hombre, para cumplir con todos los deberes humanos y completar los trabajos del hombre en favor de Dios. Con este ejemplo, Cristo instruyó perfectamente hacia la virtud.

Ficino subraya que en la educación moral, que se orienta hacia la acción, las obras son más inspiradoras que las palabras. Los milagros de Cristo demostraron su divinidad, y sus sufrimientos humanos probaron que también era hombre. Así, no queda lugar para excusas: si rechazamos su enseñanza como falsa, sus milagros lo contradicen; si la rechazamos como demasiado difícil, su vida como hombre muestra que es posible para los humanos.

Cristo también envió al mundo algo similar a una espada y fuego, para cortar y quemar los vicios materiales que nos apartan de las cosas espirituales. Además, soportó voluntariamente todo lo que otros temen, como el hambre, la pobreza y la muerte, mostrando que lo que consideramos "malo" no es verdaderamente malo, ni lo que consideramos "bueno" es verdaderamente bueno. Al final, Cristo enseñó que nada material tiene valor fuera de Dios.

Capítulo 22 – Cristo expulsó el error y reveló la verdad

Antes de la venida de Cristo, se adoraban muchos dioses en todo el mundo, que en realidad eran demonios o sacerdotes malvados. Filósofos como Oenomaus reconocieron que estos dioses no se preocupaban por la purificación de las almas y solo exigían cosas materiales. Cristo, sin armas, derrotó a estos demonios, eliminando su poder sobre los hombres.

Ficino menciona que Plutarco y otros filósofos señalaron que, durante el reinado de Tiberio, muchos demonios habían perecido. Esto coincidió con la entrada de Cristo al Limbo y su resurrección. Porfirio, aunque enemigo del cristianismo, reconoció que desde que la gente comenzó a adorar a Jesús, ya no se obtenían respuestas útiles de los dioses.

Tertuliano, hablando ante jueces romanos, demostró que los demonios confesaban ser falsos dioses ante la presencia de un cristiano. Lactancio también relata que, en su tiempo, los demonios no podían predecir el futuro en los sacrificios cuando un cristiano estaba presente.

Cristo, con su luz, destruyó las supersticiones que habían corrompido a los griegos y romanos. Antes de su llegada, muchas naciones seguían leyes injustas y cometían actos bárbaros, como sacrificios humanos y antropofagia. Estas prácticas fueron erradicadas por la predicación de Cristo y sus discípulos, lo que también redujo la posesión demoníaca y el suicidio.

Ficino concluye mencionando que Cristo y sus discípulos enseñaron cómo penetrar en los significados profundos de la mente divina, superando las interpretaciones superficiales de la ley de Moisés.

Capítulo 23 – Cristo es la idea y el ejemplar de las virtudes

Cristo es presentado como la manifestación viviente de la filosofía divina y el ejemplo perfecto de las virtudes. Se le describe como un "libro viviente" enviado desde el cielo para enseñar sabiduría, justicia, grandeza de espíritu, moderación, y amor a la humanidad. Cristo, quien vivió sin posesiones y dedicó su vida a Dios y a los hombres, enseña la verdadera justicia y reverencia hacia el Padre celestial y el amor a los hermanos. Su vida y sus acciones son el ejemplo más claro de humildad, al haberse igualado a los más humildes, siendo Él el más alto. Sus milagros y enseñanzas son confirmados por los evangelios escritos por Mateo, Marcos, Lucas y Juan, quienes, aunque escribieron en diferentes tiempos y lugares, coinciden en la verdad de la vida y obra de Cristo. Estos textos se consideran de origen divino y han sido corroborados por la tradición y la multitud de testigos que lo imitaron.

Capítulo 24 – la autoridad de las sibilas

Las Sibilas, profetisas antiguas, jugaron un papel importante en la historia religiosa. Según el filósofo Varrón, los romanos guardaban cuidadosamente los libros sibilinos en un santuario, y solo sacerdotes designados podían consultarlos. Estos libros profetizaron sobre Cristo, y escritores como Lactancio y San Jerónimo los mencionan en sus escritos. Virgilio, en sus Églogas, parece haber hecho referencia a las profecías de la Sibila Cumea sobre el nacimiento de un niño divino, aludiendo a Cristo. Aunque Virgilio interpretó esas profecías en relación con personajes de su tiempo, la descripción del niño nacido de una virgen y el retorno de la Edad de Oro se ajustan claramente a la figura de Cristo y a su obra redentora. La profecía también menciona la destrucción del mal, simbolizado por la serpiente, y el inicio de una nueva era de justicia.

Capítulo 25 – los testimonios de las sibilas sobre Cristo

Los romanos preservaban los libros sibilinos, y Lactancio, amigo del emperador Constantino, leyó en ellos profecías que apuntaban a Cristo. La Sibila Eritrea proclamó a Dios como el creador y alimentador de todo, y otra Sibila afirmó: “Conoce que tu Dios es el Hijo de Dios”. Lactancio compiló otros testimonios que describían la resurrección de los muertos, milagros como el de los ciegos viendo y los cojos caminando, y prefiguraciones de la crucifixión y resurrección de Cristo. También describió la multiplicación de los panes y peces, el caminar sobre el agua, y su sufrimiento en manos de los incrédulos. La Sibila predijo la oscuridad al mediodía durante la crucifixión y la resurrección tras tres días. Estas profecías también fueron encontradas en autores como Mercurio Trismegisto y Platón, quien sugirió la venida de una figura sagrada que revelaría la verdad. San Agustín menciona canciones de la Sibila Eritrea que anuncian la resurrección, el juicio y las recompensas eternas.

Capítulo 26 – sobre la autoridad de los profetas, la nobleza del antiguo testamento y la superioridad del nuevo testamento

Dionisio Areopagita escribió que varias civilizaciones antiguas, como los persas y egipcios, reconocían los milagros divinos, similar a los hebreos. Autores como Beroso el Caldeo y Manetón el egipcio mencionan hechos asombrosos confirmados por historiadores paganos, demostrando la antigüedad y sabiduría de los hebreos. Clemente de Alejandría, Eusebio y Aristóbulo afirmaron que los paganos adoptaron enseñanzas y misterios judíos, transformándolos en relatos poéticos. Platón y otros filósofos griegos fueron influenciados por la tradición judía, al punto de que algunos lo llamaron “un Moisés hablando en griego”. Incluso Pythagoras y Zoroastro fueron influenciados por la tradición hebrea. Orígenes, Porfirio y otros filósofos paganos elogiaron la devoción y sabiduría de los judíos, particularmente la secta de los esenios. Escritores como Estrabón, Plinio y Cornelio Tácito también comentaron sobre la antigüedad y grandeza de los judíos. Se narra cómo la Biblia fue traducida al griego en tiempos de Ptolomeo Filadelfo, lo que demuestra el respeto que se tenía hacia las Escrituras hebreas.

Esta evidencia resalta la conexión entre las antiguas tradiciones paganas y judías, mostrando cómo el Antiguo Testamento sirvió como fundamento para muchas enseñanzas filosóficas y religiosas. 

  • Capítulo 27 – los testimonios de los profetas sobre Cristo

En este capítulo, se centra en los testimonios de los profetas sobre la divinidad de Cristo. Jesús, según el Evangelio de Juan, insta a que se busquen las Escrituras, ya que ellas testifican acerca de Él. Jesús, con plena confianza, señala que las Escrituras contienen abundante evidencia de su divinidad, accesible para quien lo solicite. Advierte, sin embargo, que no deben quedarse en la superficie de los oráculos divinos, sino profundizar en su significado más profundo.

Dios había anunciado a través de los profetas: “Abriré mi boca en parábolas. Proferiré cosas ocultas desde la fundación del mundo.” Los judíos poseían dos conjuntos de textos sagrados: uno en hebreo y otro en caldeo, ambos escritos con caracteres hebreos. Según los rabinos Salomón y Moisés el Egipcio, nadie ha osado contradecir el texto caldeo, lo que otorga igual autoridad a ambos textos. Aunque lo que es conciso u oscuro en uno de los textos, es más detallado y claro en el otro.

El mismo principio se aplica a las Escrituras Sagradas entre los cristianos, traducidas al griego por setenta y dos judíos y luego nuevamente por San Jerónimo del hebreo y el griego al latín.

Entre los testimonios de los profetas, Jeremías predice: “He aquí que vienen días, dice el Señor, en que levantaré a David un renuevo justo, y reinará un rey sabio que ejercerá el juicio y la justicia en la tierra.” Más adelante, añade: “Y este será su nombre: el Señor nuestra justicia.” En hebreo se utiliza "David", mientras que en caldeo se menciona "Mesías". Esto indica que la venida del Mesías ocurriría poco después de Jeremías, y sería falso afirmar que aún está por venir. Además, se revela que el Mesías sería Dios, pues donde nuestra traducción dice “Señor”, los hebreos usan el Tetragrámaton, el nombre de cuatro letras, venerado por encima de todos los demás nombres divinos.

En el libro Tren, al ser preguntado por el nombre del Mesías, Abba el judío responde: “Su nombre es Adonay”, utilizando este término en lugar del Tetragrámaton y añadiendo la cita de Jeremías: “Este es el nombre por el cual nuestro justo Señor lo llamará.” Sin embargo, no es “él lo llamará” (vocabit) sino “ellos lo llamarán” (vocabunt), como enseña la traducción caldea y la de los Setenta.

Ahora, Ficino nos provee  de una serie de profecías del Antiguo Testamento que los autores cristianos interpretan como referencias a la llegada del Mesías, identificado con Jesús. Aquí hay una síntesis de los puntos principales:

1. Isaías (9:6): El pasaje habla de un niño que nacerá y cuyo gobierno será espiritual y eterno. Se considera que esta profecía se refiere a Jesús como el Mesías, un reino espiritual que no tiene fin. La interpretación cristiana destaca que el niño será llamado "Consejero Maravilloso, Dios Fuerte", subrayando la divinidad de Cristo.

2. Miqueas (5:2): La profecía sobre Belén dice que de esta pequeña ciudad surgirá un gobernante en Israel, con existencia desde la eternidad. Esto se entiende como una referencia a la naturaleza divina de Cristo, quien nacería en Belén como un hombre, pero ya existía desde siempre como Dios.

3.   Zacarías (9:9-10): El pasaje describe la llegada de un rey justo y humilde, montado en un asno. Los intérpretes cristianos ven esto como una profecía que anuncia la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, simbolizando un reino espiritual y de paz.

4.   Génesis (49:10): Jacob profetiza que el cetro no será quitado de Judá hasta que venga el que debe ser enviado, el Mesías. Los textos hebreos y caldeos refuerzan esta interpretación, señalando que Jesús es ese Mesías que vino cuando el poder real de los judíos fue quitado.

5.   Oseas (3:4): Oseas profetiza que Israel estaría sin rey ni sacrificio durante muchos días. Esta condición de los judíos es interpretada por los cristianos como una señal de que el Mesías ya había venido, y el sistema sacrificial judío había terminado.

6.   Hageo (2:7-9): El profeta predice que la gloria del Segundo Templo será mayor que la del primero, lo que se interpreta como la llegada de Cristo al Segundo Templo. Se argumenta que Jesús, al visitar ese templo, trajo la gloria que superaría cualquier magnificencia anterior.

7.   Malaquías (3:1-2): Habla de un mensajero que preparará el camino del Señor, que es visto como una referencia a Juan el Bautista, quien anunció la venida de Cristo.

8.   Daniel (9:24): Daniel predice un período de 70 semanas para la llegada del "Santo de los Santos", que los cristianos interpretan como una referencia al Mesías. Se cuenta este tiempo desde la reconstrucción del Templo hasta la llegada de Cristo, con quien se cumpliría la justicia eterna.

En conjunto, este análisis presenta un enfoque cristiano de las profecías bíblicas, que interpretan que todas ellas apuntan hacia la figura de Jesús como el Mesías esperado, y resaltan la diferencia entre un reino terrenal y uno espiritual, siendo el de Jesús un reino que trasciende el tiempo y el espacio.

Ficino presenta una serie de perspectivas sobre la llegada del Mesías según diversas opiniones de los eruditos judíos. Jose de Seder Olam y Akiba ofrecen cálculos distintos sobre el cumplimiento del tiempo del Mesías, pero ambos se ven refutados por eventos históricos. Otros textos, como el Libro de Jueces Ordinarios, sugieren que el Mesías debería haber llegado ya de acuerdo con sus cálculos, mientras que Rab y Saʿadiah opinan que los límites temporales esperados ya han pasado. Moisés el Egipcio y Moisés Gerondi también ofrecen fechas que sitúan la llegada del Mesías antes del presente, alineándose con las expectativas pero desfasadas con la realidad actual.

 

1.Jose de Seder Olam: Explica que las setenta semanas mencionadas en las profecías se han cumplido.

2.Akiba: Según su cálculo, el Mesías debería haber llegado después de la destrucción del Segundo Templo. Creyó que un líder llamado Ventozara (o Bar-Kokhba) era el Mesías, pero fue derrotado por el emperador Adriano.

3.Libro de Jueces Ordinarios: Establece que el mundo tendría seis mil años, divididos en dos mil para el vacío, dos mil para la ley y dos mil para el Mesías. Según este cálculo, los dos mil años desde Jesús indicarían que el Mesías ya ha llegado.

4.Rab: Afirma que los límites temporales para la llegada del Mesías ya han pasado y que la redención depende solo del arrepentimiento.

5.Saʿadiah: Calcula que el límite temporal para la llegada del Mesías ya se había pasado hace 340 años.

6.Moisés el Egipcio: Basado en tradiciones antiguas, calcula que el Mesías nacería en el 4,474 después de la creación del mundo, lo que se situaría 760 años antes del tiempo actual.

7.Moisés Gerondi: Sostiene que el Mesías aparecería en el 5,118 año después de la creación del mundo, que está más allá de nuestra época actual.

Los judíos han esperado en vano al Mesías y que, tras la llegada de Jesús, deberían haber reconocido el cumplimiento de las profecías. Se mencionan líderes y profetas falsos durante y después de la época de Jesús, cuya incapacidad para cumplir con las expectativas mesiánicas contrasta con el cumplimiento de las profecías cristianas en Cristo. Además, se sugiere que las rebeliones y las expectativas de un Mesías militar reflejan una falta de comprensión del reino espiritual representado por Jesús.

Los poetas y profetas bíblicos abordan la llegada del Mesías y su impacto en la humanidad desde varias perspectivas:

  • Isaías menciona que el Mesías será una piedra de tropiezo y un obstáculo para las casas de Israel, pero también una fuente de santidad para aquellos que crean en Él. Destaca que el Mesías sería Dios y que su llegada significaría la caída de las casas reales y sacerdotales de Israel, y que muchos tropezarían con Él. También profetiza un signo milagroso: una virgen concebirá un hijo llamado Emmanuel, lo que indica que el Mesías sería tanto hombre como Dios.

  • Jeremías profetiza que, tras la llegada del Mesías, las ceremonias y oficios del Antiguo Testamento cesarán, ya que estos eran solo imágenes de los sacramentos futuros. Además, critica a los sabios y escribas que rechazan la palabra del Señor y no reconocen el juicio de Dios.

  • Daniel describe una visión en la que el Mesías, representado como el "Hijo del Hombre", recibe un reino eterno que no será destruido. Esta visión es interpretada como la promesa de un reino espiritual y eterno, dirigido por Dios en forma humana.

  • Oseas predice que Dios llamará a los gentiles "mi pueblo" y a los que no eran amados, amados, mientras que los judíos obstinados serían rechazados.

  • David en los Salmos, refiere a la piedra rechazada por los constructores que se convierte en la piedra angular, simbolizando a Jesús como el fundamento para tanto gentiles como judíos que creen en Él.

  • Malaquías anuncia la aceptación de los gentiles y el rechazo de los rituales judíos, mientras que Moisés profetiza que el pueblo de Dios será una luz para las naciones.

  • Isaías también habla de cómo el Mesías traerá juicio a las naciones, será una luz para los gentiles y cómo los seguidores del Mesías serán principalmente no israelitas, que serán llamados por otro nombre (cristianos). También se menciona que los judíos se opondrán al Mesías y sufrirán las consecuencias.

  • Finalmente, Jeremías predice la destrucción de ídolos y la adoración de Dios en todos los rincones del mundo, como se cumple en la obra de Cristo, que derrumba la adoración a ídolos sin el uso de la fuerza humana.

En conjunto, estos textos subrayan la figura del Mesías como una figura divina y salvadora, cuya llegada transformará tanto la práctica religiosa como la estructura del pueblo de Dios, extendiendo la salvación a los gentiles y estableciendo un reino eterno.

Aparte de esto, Isaías nos ofrece variadas señales sobre la profecía, y Ficino lo contrasta con la práctica que han realizado los judíos. 

  1. Primer signo: A pesar de la opresión que sufren, los judíos no padecen por los pecados de las naciones para que éstas obtengan perdón de Dios mediante el sufrimiento de los judíos. Más bien, los judíos esperan venganza de Dios contra las naciones. Por lo tanto, el siervo de Dios mencionado por Isaías, que lleva las iniquidades de otros y por cuyas heridas son sanados, no puede ser el pueblo judío, ya que su sufrimiento no trae salvación a otros sino castigo.

  2. Segundo signo: Isaías dice que el siervo de Dios no cometió iniquidad ni hubo engaño en su boca. En contraste, los judíos están entregados a la avaricia, la usura y el pecado, y reconocen que su miseria proviene de sus pecados. Si se arrepienten, creen que podrían ser liberados. Sus maestros buscan entender la causa de su miseria, mencionando diversas explicaciones.

  3. Tercer signo: Isaías afirma que el siervo de Dios intercede por los transgresores. Sin embargo, los judíos invocan maldiciones contra el Imperio Romano, la Iglesia de Cristo y otras naciones, y son instruidos en el Talmud a dañar a los cristianos en la medida de lo posible.

  4. Cuarto signo: La enseñanza y disciplina de paz atribuidas al siervo de Dios por Isaías no se corresponden con el comportamiento del pueblo judío, que se describe como ignorante y torcido.

  5. Quinto signo: La idea de que el pueblo judío es superior al ángel de Dios contradice el consenso antiguo de que el siervo de Dios era una figura distinta.

  6. Sexto signo: Isaías dice que el siervo de Dios fue llevado a la muerte por las iniquidades del pueblo. Esto sugiere que el siervo es distinto del pueblo, ya que si el pueblo tuviera pecado, Isaías estaría hablando falsamente sobre el siervo y el pueblo.

Isaías describe al siervo de Dios en doce conclusiones:

  1. Exaltación y humildad: El siervo es exaltado pero de origen humilde.
  2. Desprecio y sufrimiento: Fue despreciado y considerado indigno.
  3. Sufrimiento por iniquidades: Fue herido por nuestras iniquidades y boreó las de muchos.
  4. Inocencia: Aunque sufrió, era inocente.
  5. División de despojos: Tras entregar su vida, dividiría los despojos de los fuertes.
  6. Reputación injusta: Fue considerado injusto.
  7. Limitación del alcance del sufrimiento: Aunque soportó mucho, no limpió los pecados de todos, sino de muchos.
  8. Amor y oración: Mostró gran amor al orar por sus enemigos y transgresores.
  9. Exceso de poder natural: Lo narrado sobre él supera las capacidades naturales del entendimiento.

Estas características se aplican exclusivamente a Jesús de Nazaret.


Capítulo 28 – Resolviendo Dudas Sobre las Profecías

Es necesario aclarar algunas palabras de los profetas que, si no se entienden correctamente, dan a los judíos obstinados y necios la oportunidad de no admitir que Jesús era el Mesías, es decir, el verdadero Cristo.

Isaías menciona que en los últimos días, al final de la era de los profetas, del sacerdocio y del reino judío, se levantará "la montaña de la casa del Señor", que no debe interpretarse literalmente, sino como una metáfora de la supremacía espiritual de Jerusalén y los milagros realizados por Jesús allí. Además, dice que “todas las naciones fluirán hacia ella”, indicando la llegada de muchos de cada nación. La paz universal prometida no debe entenderse como una paz eterna, sino como una paz prolongada que comenzó con la época de Jesús. Las profecías de Isaías, que hablan de la paz y la armonía entre animales salvajes, se refieren alegóricamente a la paz espiritual alcanzada a través de Cristo, no a un cambio literal en el mundo natural.

Moisés en Deuteronomio, predice que Dios reunirá a los judíos dispersos, lo cual se cumplió con el retorno de los judíos del exilio babilónico. Esta profecía se refiere a una liberación espiritual y no a una recolección literal en un lugar físico por el Mesías.

Jeremías también habla de la salvación bajo el Mesías, pero no como un regreso a un reino terrenal antiguo. La verdadera salvación ofrecida por Cristo es la liberación del pecado y la vida eterna en el cielo. El “Judá” y “Israel” mencionados en sus profecías se refieren a la humanidad que sigue la verdadera adoración, no solo a un grupo étnico específico.

Zacarías predice que el Mesías construirá un templo al Señor, lo cual no debe entenderse como un templo físico, sino como la edificación espiritual del cuerpo de Cristo. Jeremías menciona que en los días del Mesías, Judá será salvada y Israel vivirá con seguridad. Esta salvación se refiere a la liberación espiritual y no al retorno a un reino terrenal.

Daniel habla de la visión del Hijo del Hombre viniendo en las nubes, lo que los judíos interpretan como un Mesías majestuoso, pero que en realidad se refiere al juicio final y al regreso glorioso de Cristo. La primera venida de Jesús fue humilde, pero la segunda será majestuosa.

David e Isaías prometen una simiente y un reino eterno para el Mesías, que no será temporal como el de Salomón, sino eterno, con un sacerdocio según el orden de Melquisedec. Este reino es espiritual y no físico.

Finalmente, Mohammad en el Corán confirma la visión cristiana del Mesías como el Verbo de Dios, enviado para ser la guía de todas las naciones en esta vida y en la próxima. Esto resalta la comprensión de que el reino de Cristo es espiritual y eterno, en contraste con las interpretaciones literales o terrenales de algunos profetas.

La relación entre el reino de Jesús de Nazaret y las profecías bíblicas, subrayando que, aunque Su reino no es terrenal, dejó a sus sucesores pontificios una autoridad espiritual. Esta autoridad, según el texto, se extiende a asuntos temporales debido a la herencia de Constantino, aunque esto no afecta la verdadera autoridad espiritual del pontífice. 

La crítica se dirige a las interpretaciones judías que consideran que el Imperio Romano, descrito como el cuarto reino en las visiones de Daniel, sería destruido por el Mesías, y que la Iglesia sería una continuación impía del Imperio Romano. El texto argumenta que esta visión es incorrecta, ya que la regla cristiana es inmortal y distinta de la romana, y que el "cuerno pequeño" mencionado en Daniel, que hablará contra Dios, se refiere al Anticristo, no a Jesús ni a Su vicario. Además, el texto sugiere que el "cuerno pequeño" podría simbolizar la tiranía de Mahoma, comparándolo con el Anticristo. Finalmente, se establece que el fin de la tiranía mundial coincidirá con la segunda venida de Cristo.


Capítulo 29 – Contra los judíos: que son desgraciados en la venganza de Cristo

En este capítulo 29 se discute la idea de que la tragedia que sufrieron los judíos, especialmente la destrucción de Jerusalén y el exilio, es un castigo divino por haber rechazado a Jesús como el Mesías y haberlo matado. Ficino sostiene que a lo largo de la historia, los judíos solo enfrentaron graves desgracias cuando cometieron crímenes serios, como la idolatría y el asesinato de profetas. La destrucción de Jerusalén y el sufrimiento subsecuente se interpretan como un castigo por el asesinato de Jesús, que se considera más grave que los pecados anteriores.

Ficino critica las leyes del Talmud, argumentando que los judíos continúan hostigando a los cristianos a pesar de haber sido dispersados por los romanos, no por cristianos. La desdicha de los judíos se ve como una manifestación de la justicia divina contra su rechazo a Jesús y su crueldad hacia los cristianos. Se mencionan fuentes históricas y profecías, incluyendo a Flavio Josefo y el propio Jesús, para subrayar la idea de que la calamidad que enfrentaron los judíos fue un cumplimiento de predicciones divinas sobre el castigo por sus pecados.

Además, se argumenta que la persistencia en la persecución de cristianos y la obstinación de los judíos en su rechazo de Jesús contribuyeron a su continua miseria. Ficino sugiere que la venganza de Cristo, como predicho, es la razón detrás de la severidad de las calamidades que los judíos han enfrentado.

 

 Capítulo 30 – Confirmación de nuestro material a partir de fuentes judías contra los judíos respecto a los libros sagrados

Ficino defiende la autenticidad de las Escrituras cristianas y los milagros de Jesús utilizando fuentes judías y testimonios históricos. Los libros hebreos de los profetas validan las profecías cristianas y se destaca la traducción al griego realizada por setenta y dos judíos como evidencia de la veracidad cristiana. Ficino refuta las afirmaciones de que Jesús y sus apóstoles practicaron magia, citando a Justino y Tertuliano para demostrar que el valor y el martirio de los cristianos confirman la verdad de su fe. Además, se mencionan a Juan Bautista y a Flavio Josefo como testigos de la autenticidad de Jesús, quien, según Josefo, fue resucitado y reconocido como el Mesías. Finalmente, se critica la teoría de que los discípulos robaron el cuerpo de Jesús y se afirma que la resurrección fue confirmada por numerosos testigos, desestimando las alegaciones de falsificación.

Capítulo 31 – Confirmación de la Trinidad Divina y de la Divinidad de Cristo según los Judíos

El capítulo 31 defiende la doctrina cristiana de la Trinidad y la divinidad de Cristo utilizando interpretaciones de textos del Antiguo Testamento y comentarios judíos. Argumenta que pasajes como los del Salmo 50, que menciona a Dios tres veces, y Génesis 1:1, que usa el plural "Elohim" con un verbo singular, sugieren una pluralidad dentro de la unidad divina. La interpretación de Proverbios 8:22-30 se presenta como evidencia de la Sabiduría eterna, que los cristianos identifican con la segunda persona de la Trinidad, y el Salmo 2:7, que menciona al "Hijo de Dios", refuerza la idea de un Hijo eterno de la misma naturaleza divina.

Además, se argumenta que pasajes como Génesis 1:26, que usa el plural "Hagamos al hombre", y las palabras de David en los Salmos, muestran distinciones entre las personas divinas (el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo) sin negar su unidad esencial. Estas interpretaciones sugieren que la pluralidad y la distinción dentro de la divinidad ya estaban presentes en las escrituras hebreas, confirmando así la doctrina cristiana de la Trinidad y la divinidad de Cristo.


Capítulo 32 – Confirmación del Sufrimiento del Mesías Según Fuentes Judías

La llegada del mesías, dice Ficino, se tiene que producir una vez el mesías sufra, pero la justicia y la misericordia son fundamentales en la teología del sacrificio de Cristo. La justicia divina exige una compensación adecuada por el pecado para restablecer el equilibrio moral, y el sacrificio de Cristo cumple esta demanda al expiar los pecados de la humanidad de manera perfecta. Al mismo tiempo, la misericordia de Dios busca perdonar y reconciliar a la humanidad con Él, ofreciendo una solución redentora sin imponer la condena completa. El sacrificio de Cristo, por tanto, integra ambas cualidades: satisface las exigencias de la justicia divina y manifiesta la misericordia al ofrecer perdón y reconciliación, demostrando que ambas cualidades no están en conflicto sino que se complementan en la redención.


Capítulo 33 - Confirmación del pecado original y del sufrimiento del mesías desde fuentes judías

Ficino defiende la noción cristiana del pecado original y la necesidad del sufrimiento del Mesías utilizando fuentes judías. Se argumenta que el pecado de Adán, según Isaías, contaminó a sus descendientes, quienes heredaron tanto la culpa como las consecuencias de su transgresión, como se indica en Génesis con las maldiciones impuestas a Adán y Eva. Esta culpa, que afectaba a toda la humanidad, requiere redención, la cual el Mesías, en su doble naturaleza de Dios y hombre, ofrece a través de su sacrificio. Antes de la venida de Cristo, los patriarcas y justos esperaban en limbo, una condición que Cristo, mediante su sufrimiento, redimió y les permitió entrar en el paraíso. Se utiliza Isaías para interpretar que el agua y el Espíritu Santo mencionados en el Antiguo Testamento simbolizan el bautismo y la gracia cristiana. 


Isaías 43:27-28: “Tu primer padre pecó, y tus intérpretes han prevaricado contra mí; y he profanado los príncipes santos, y he entregado a Jacob al anatema, e Israel al oprobio.”

Isaías 43:24-25: “Tú me has hecho servir con tus pecados... Yo soy el que borra tus rebeliones por amor de mí mismo, y no me acordaré de tus pecados.”

Isaías 44:2: “Así dice Jehová que te hizo y te formó desde el vientre, el cual te ayudará: No temas, oh Jacob, siervo mío, y tú, Jesurún, a quien escogí.”

Isaías 44:3: “Porque derramaré agua sobre el sequedal, y torrentes sobre la tierra seca; derramaré mi Espíritu sobre tu generación, y mi bendición sobre tus renuevos.”

Isaías 53:6: “Todo nosotros nos descarriamos como ovejas; cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros.”

Isaías 35:10: “Y los rescatados de Jehová volverán, y vendrán a Sion con alegría, y gozo perpetuo será sobre sus cabezas; tendrán gozo y alegría, y huirán la tristeza y el gemido.”

A pesar de que el sacrificio de Cristo eliminó la culpa del pecado original, las consecuencias físicas, como el trabajo arduo y el dolor, permanecen para recordar la gravedad del pecado y fomentar la virtud. Ficino también aborda objeciones, argumentando que el pecado original es un defecto universal transmitido a toda la humanidad, a diferencia de los pecados individuales que no se heredan de la misma manera. El sacrificio de Cristo resolvió el problema del pecado original, abriendo el acceso al paraíso y ofreciendo redención a las almas justas que esperaban en limbo.


Capítulo 34 – prueba contra los judíos, a partir de fuentes judías, de que los rituales del antiguo testamento han sido completados y cumplidos con la llegada del nuevo testamento

Si el reino, la profecía, el sacerdocio y el sacrificio del Antiguo Testamento debían ser sustituidos con la llegada del Nuevo Testamento, como hemos demostrado previamente, es lógico que incluso los rituales menores también terminaran. Las profecías que predecían eventos cristianos se han cumplido, haciendo obsoletos los antiguos rituales. A pesar de esto, los judíos persisten en mantener estos rituales, interpretando erróneamente las palabras de Moisés en Deuteronomio, que estaban destinadas a sus seguidores inmediatos y no a modificar los mandamientos divinos. La profecía de Jeremías sobre un nuevo pacto apoya que las antiguas leyes serían reemplazadas por una nueva ley escrita en los corazones de las personas, significando un nuevo y perdurable acuerdo.

Jeremías y Pablo afirman que el antiguo pacto ahora está desactualizado, ya que el nuevo pacto fue establecido con Jesús, quien cumplió y perfeccionó las antiguas leyes. La nueva ley se considera superior por varias razones: es espiritual y eterna, universal y promete recompensas espirituales. Transita de las virtudes cívicas a las virtudes purgativas, preparando a la humanidad para un estado más alto de perfección. El Rabino Moisés, comentando sobre Deuteronomio, anticipó que un nuevo profeta, como Jesús, reformaría y perfeccionaría las leyes antiguas, indicando que las antiguas leyes eran preparatorias y serían cumplidas en la nueva ley.

La Distinción entre los Mandamientos de Moisés

Los principales mandamientos de Moisés son los que se encuentran en el Decálogo. Estos fueron dados directamente por Dios a todos los pueblos en tablas de piedra y se guardaron de manera eterna en el Arca de la Alianza, en el Lugar Santísimo. Los otros mandamientos, aunque importantes, fueron dados a través de Moisés, escritos por él y colocados fuera del Lugar Santísimo. Entre estos, algunos son simples instrucciones morales que imitan la ley natural y son casi eternas, mientras que otros son juicios que variaban según el principio de equidad y las costumbres legales. También hay mandamientos ceremoniales de menor importancia, que sirven para simbolizar algo más, como los símbolos pitagóricos. Por ejemplo, la prohibición de comer cerdo simboliza evitar comportamientos indeseables, y el descanso sabático representa la contemplación.

Estas prácticas han sido perfeccionadas por Cristo, quienes han restaurado su sentido original. Los principios morales y naturales, como los sacrificios y la restitución por robos, deben mantenerse siempre. Sin embargo, los detalles rituales y judiciales, como el tipo de sacrificio o la cantidad de restitución, son modificables según el lugar, el tiempo y las personas. Cambios similares se vieron desde la antigüedad: inicialmente, Dios permitió solo plantas como alimento, pero después del Diluvio, se permitió comer animales, según Génesis. Así, se predice en Bereshith Rabbah que en la era del Mesías, las costumbres menores del pasado serán abolidas.

Los profetas también anticipan esta transformación: Malaquías menciona un nuevo testamento con el Mesías, prometiendo paz y una nueva ley; Nahúm predice la caída de ídolos y la culminación de las ceremonias antiguas; Miqueas señala que la nueva enseñanza vendría desde Sión y no desde el Sinaí, aboliendo instituciones anteriores; y Jeremías, junto con otros textos, señala que la circuncisión del corazón reemplazaría a la del cuerpo. Jesús, al cumplir con estas profecías, estableció un nuevo pacto eterno, y todos los rituales y prácticas anteriores han sido reemplazados por Él. Por lo tanto, la observancia continua de las ceremonias antiguas, como el sacrificio y el sábado, es innecesaria, ya que Cristo ha cumplido y perfeccionado todos los mandamientos.


Capítulo 35 – Sobre la Autoridad de la Doctrina Cristiana

Ficino subraya la autoridad de la doctrina cristiana a través de diversos elementos que la confirman: las predicciones de profetas y sibilos, la santidad y los milagros de Cristo y los primeros cristianos, y la profundidad de los escritos apostólicos, especialmente los de Pedro, Santiago, Juan y Pablo. 

Filósofos destacados como Hieroteo, Dionisio el Areopagita, y Justino, así como otros sabios como Panthenus y los filósofos Cuadrato, Agripa y Aristides, se convirtieron al cristianismo. Estos pensadores no solo aceptaron la fe cristiana, sino que también participaron en su difusión y defensa. Otro ejemplo es Amelio el Platonista y la sorpresa que experimentó al leer el Evangelio de Juan, el cual consideró que mostraba una comprensión superior de la razón divina, comparable a las enseñanzas de Platón y Heráclito. También se señala que algunos filósofos, como Dionisio el Areopagita, reconocieron la profundidad y verdad de las enseñanzas cristianas.

La admiración por las epístolas de estos apóstoles y el Apocalipsis de Juan resalta la divinidad de sus mensajes, capturando una majestad que trasciende lo humano. A pesar de ser hombres simples, los apóstoles y primeros seguidores de Cristo, como Ignacio de Antioquía, Policarpo y Justino, se convirtieron en figuras clave que difundieron el cristianismo con gran éxito y valentía, enfrentando torturas y muerte con firmeza.

El capítulo también destaca cómo la fe cristiana ha resistido la persecución a lo largo de la historia, desde Nerón hasta emperadores posteriores como Trajano y Antonino. A pesar de los ataques y calumnias, la fe cristiana persistió y floreció, como lo demuestra la valiente resistencia de sus mártires y la defensa de pensadores cristianos como Orígenes y Tertuliano. La perseverancia en la adversidad revela la verdad divina, con Dios probando y refinando a las almas como el oro en el fuego, recompensando a aquellos que permanecen fieles hasta el final con la luz divina.

Capítulo 36 – que las escrituras cristianas no han sido corrompidas

En este capítulo, se defiende la integridad de las Escrituras cristianas a pesar de las alegaciones de corrupción hechas por Mohammad. Aunque Mohammad reconoce la autoridad divina de los Evangelios y los escritos de los apóstoles y sugiere que estos textos predijeron su venida, se argumenta que tal corrupción es altamente improbable y prácticamente imposible. La amplia distribución y constante revisión de los textos cristianos en diversas lenguas y regiones habrían protegido contra alteraciones significativas. La vigilancia y el escrutinio de los cristianos, numerosos y atentos, habrían detectado cualquier intento de modificación, especialmente dado el alto grado de precisión y la rigurosa revisión a la que los manuscritos sagrados han sido sometidos.

Además, se aborda la incomprensión de Mohammad sobre la doctrina cristiana, revelando una falta de entendimiento profundo de las Escrituras. Aunque Mohammad reconoce a Cristo como una figura divina y profética, sus críticas a la Trinidad y su interpretación de los textos cristianos muestran malentendidos. El Nuevo Testamento, según los testimonios de los discípulos y la evaluación rigurosa en antiguos concilios, ha sido mantenido con gran precisión. La idea de que estos textos hayan sido corrompidos es rechazada, defendiendo así la autenticidad y coherencia de las Escrituras cristianas y subrayando que las acusaciones de Mohammad carecen de fundamento en la realidad histórica y textual.

Capítulo 37 – la causa del error de los judíos, mahometanos y paganos

La persistencia de la incredulidad entre los judíos se atribuye a la profundidad divina de los misterios proféticos y cristianos, que son intrínsecamente impenetrables para la comprensión humana. Los judíos, con su obstinación y codicia, no solo buscan preservar sus propias tradiciones, sino también oponerse a los cristianos por animosidad innata. En cuanto a los bárbaros que cayeron en la herejía tras la era del bendito Gregorio, la complejidad de la interpretación de las escrituras divinas, junto con la influencia de Mohammad, rey de los árabes, y sus leyes, contribuyó significativamente a esta desviación, exacerbada por la falta de formación y el descontrol general.

En tiempos pasados, la desviación de los paganos de la verdadera religión hebrea se debió a los mandatos de líderes ambiciosos, una época de escasa cultura, y la influencia de demonios malignos. Las halagadoras palabras de los poetas también jugaron un papel en el error. La tradición ancestral, arraigada y resistente al cambio, atrapó a muchos en sus errores. A diferencia de estas tradiciones erróneas, la religión cristiana, desde su origen, es libre de errores y fundamentada en la verdad divina. Se destaca que la fe, como enseñan Aristóteles y los platonistas, es esencial para acercarse a Dios y alcanzar una vida sabia y bendecida.

Conclusión

Marsilio Ficino, en su defensa de la autenticidad de las escrituras cristianas, refuta las acusaciones de corrupción hechas por críticos como Mohammad al demostrar que la integridad de la Biblia ha sido meticulosamente preservada a lo largo del tiempo. Argumenta que las críticas provenientes de judíos, mahometanos y paganos se deben a la complejidad y profundidad divina de los misterios cristianos, que desafían la comprensión humana y son malinterpretados por aquellos aferrados a sus propias tradiciones erróneas. Ficino enfatiza que la fe cristiana, sustentada en la verdad revelada por Cristo, permanece inalterada y superior, superando los errores de otras creencias y reafirmando la autoridad y autenticidad de la religión cristiana.