En el contexto sufí, fanāʼ no es solo una metáfora, sino una transformación radical del ser. El sufí que alcanza el fanāʼ ha dejado atrás todas las ilusiones del ego, los deseos mundanos y la percepción dualista. No se trata de la aniquilación del cuerpo o del alma en un sentido nihilista, sino de la superación de la identidad separada para fundirse en la unidad absoluta (tawḥīd).
Un ejemplo de fanāʼ en el sufismo es cuando un místico, tras años de oración, ascetismo y recuerdo constante de Dios (dhikr), entra en un estado de conciencia tan profundo que ya no se experimenta a sí mismo como un “yo” separado: sus acciones, pensamientos y palabras fluyen sin voluntad propia, sabiendo que es Dios quien actúa a través de él. Ya no dice “yo amo a Dios”, sino que reconoce que es Dios quien se ama a Sí mismo en él.
Fuente
El fanāʼ tiene respaldo en el texto coránico, aunque no como término explícito, sí como realidad espiritual. La principal fuente textual citada por los sufíes es:
“Todo cuanto existe perece, y sólo permanece el rostro de tu Señor, colmado de gloria y generosidad”(Surat al-Raḥmān 55:26–27)
Este versículo es interpretado como afirmación de que todo lo creado está destinado a desaparecer, excepto Dios. Así, la aniquilación (fanāʼ) del yo individual es una forma de anticipar esa extinción mediante la conciencia espiritual.
También se citan otros versos, como:
“No matasteis vosotros, sino que fue Dios quien los mató; y no lanzaste tú, sino que fue Dios quien lanzó.”(Surat al-Anfāl 8:17)
Este verso se interpreta como ejemplo de que, en el estado de fanāʼ, ya no actúa el individuo, sino Dios a través de él.
También está señalado en ciertos hadices
“Mūtū qabla an tamūtū”“Muere antes de morir.”(Transmitido en diversas cadenas espirituales sufíes)
Este hadiz, aunque no está en los compilados canónicos (como Bujārī o Muslim), es ampliamente citado en la tradición sufí. Se interpreta como una exhortación a aniquilar el ego (nafs) antes de la muerte física, mediante la renuncia, el recuerdo de Dios (dhikr), el amor divino y la entrega total a la voluntad de Dios.
En la práctica, significa morir al yo (al deseo, al orgullo, a la autonomía ilusoria) para vivir según la Sunna del Profeta, que no actuaba desde su ego sino desde su completa sumisión a Dios (islām total).
Para la tradición sufí, la vida del Profeta Muḥammad es la encarnación suprema del fanāʼ, pues él vivió plenamente sometido a Dios, sin actuar nunca desde un ego separado. No se trata solo de actos de humildad o devoción, sino de una condición interior: el Profeta no vivía para sí mismo, sino por y para Dios.
El desapego del mundo (zuhd) y la humillación voluntaria (tawāḍuʿ) en la vida del Profeta Muḥammad son manifestaciones directas del fanāʼ, pues expresan la completa renuncia al ego y a toda afirmación de dominio o prestigio personal.
A pesar de tener acceso al poder, al honor y a las riquezas, el Profeta vivió con austeridad extrema: dormía sobre esteras, ayunaba regularmente, vestía con sencillez y repartía todo lo que poseía. Nunca se colocó por encima de los demás; comía con los pobres, servía a su familia y caminaba entre los humildes. Cuando alguien lo trató con temor reverencial, respondió con dulzura: “No soy un rey, soy hijo de una mujer que comía carne seca en La Meca”. Este nivel de humildad no era mera virtud ética, sino el signo de un corazón que ya no se pertenecía, que había sido vaciado de sí mismo para pertenecer por entero a Dios. Así, en su pobreza elegida y en su humillación consciente, el Profeta revelaba la aniquilación del yo y la plenitud del espíritu, siendo modelo supremo del fanāʼ.
Maestros sufíes
Los primeros sufíes que hablaron y desarrollaron el concepto de fanāʼ (aniquilación del yo en Dios) lo hicieron desde una experiencia espiritual profunda, mucho antes de que existiera una formulación sistemática del sufismo. Sus enseñanzas emergen entre los siglos VIII y X, en un contexto de ascetismo islámico temprano, donde el desapego del mundo y la búsqueda de la cercanía divina eran centrales.
Dhū al-Nūn al-Miṣrī († c. 859)
Considerado uno de los padres del sufismo, fue uno de los primeros en articular la experiencia mística como maʿrifa (conocimiento espiritual) y en usar términos técnicos del sufismo. Introdujo la idea de la pérdida del yo en la contemplación de Dios, aunque no sistematizó el término fanāʼ como tal. Sostenía que el verdadero amante de Dios "se olvida de sí mismo al recordar a su Amado", lo que ya anticipa la noción de aniquilación.
Bāyazīd al-Bisṭāmī († c. 874)
Uno de los místicos más célebres por su lenguaje extático y audaz. Fue de los primeros en expresar explícitamente el fanāʼ como experiencia de desaparición del yo. Sus palabras, como "Gloria a mí, cuán grande es mi majestad", no son afirmaciones de ego, sino declaraciones pronunciadas en un estado de fanāʼ, donde solo habla la Realidad divina a través del siervo aniquilado. Él enseñaba que el ego debía desaparecer para que solo Dios subsistiera en el corazón del místico.
Al-Junayd de Bagdad († 910)
Figura clave del sufismo temprano, es quien sistematiza el concepto de fanāʼ y lo equilibra con la noción de baqāʼ (subsistencia en Dios después de la aniquilación). Mientras que Bāyazīd representaba el éxtasis, al-Junayd representa la sobriedad mística. Enseñaba que el verdadero sufí es aquel que desaparece de sí mismo pero permanece con Dios, actuando en el mundo sin ego. Su doctrina del fanāʼ es central en toda la tradición sufí posterior.
Al-Ḥallāj († 922)
Místico trágico y poeta extático, es famoso por su frase:
“Anā al-Ḥaqq” ("Yo soy la Verdad").
Esta expresión fue entendida como una afirmación de identidad con Dios, pronunciada en un estado de fanāʼ total. Aunque fue ejecutado por herejía, los sufíes lo consideran un mártir del amor divino. En su obra, el fanāʼ aparece como una fusión tan completa con la realidad divina que el yo desaparece, y solo queda Dios hablando a través del amante.
Sahl al-Tustarī († c. 896)
Otro de los ascetas místicos del siglo IX, quien enfatizaba el recuerdo constante de Dios (dhikr) como vía para la aniquilación del ego. Para él, el fanāʼ era el resultado de una purificación tan profunda del corazón que no quedaba en él sino la luz de Dios.
Ibn Arabi
Para Ibn ʿArabī, el fanāʼ no es simplemente un estado emocional o un trance extático en el que el sufí se siente unido a Dios. Más bien, es una realización ontológica radical: el descubrimiento de que el ser humano no posee existencia independiente, y que todo lo que existe es una manifestación del único Ser real, que es Dios (al-Ḥaqq). Así, el fanāʼ consiste en la desaparición de la ilusión del yo, del sentido de independencia o autonomía, para reconocer que todo lo que es, es en Dios, por Dios y con Dios. Lo que se "aniquila", entonces, no es una sustancia, sino una noción errónea de separación.
Desde esta perspectiva, Ibn ʿArabī explica que el fanāʼ no implica que el individuo literalmente deje de existir, sino que desaparece su percepción dualista: ya no se ve a sí mismo como un "yo" frente a un "Tú", sino que contempla toda la realidad como una teofanía (tajallī), una manifestación del Ser divino. De hecho, el verdadero fanāʼ consiste, para él, en el reconocimiento absoluto de la Unidad del Ser (Waḥdat al-Wujūd), es decir, que sólo existe una realidad auténtica y absoluta: la de Dios.
Ibn ʿArabī distingue entre varios niveles de fanāʼ. El primero es el fanāʼ de los sentidos y las pasiones, donde el místico supera su apego al mundo y a las ilusiones del ego. El segundo es el fanāʼ de la voluntad, donde el buscador ya no desea nada fuera de lo que Dios desea. El más alto es el fanāʼ del ser o de la existencia, donde desaparece incluso la conciencia de uno mismo como siervo, y queda solamente la conciencia divina actuando a través del ser humano. En ese estado, no hay más atribución de actos al "yo": el sufí sabe que "no hay en el mundo más actor que Dios".
Una de las formulaciones más profundas de Ibn ʿArabī sobre este tema es que el fanāʼ es seguido necesariamente por el baqāʼ (subsistencia). El místico no permanece en un estado de disolución pasiva, sino que regresa al mundo desde Dios, pero transformado: ya no actúa desde su ego, sino que Dios actúa en él. Este es el verdadero significado de la servidumbre perfecta (ʿubūdiyya): el místico se vuelve puro espejo del querer divino. Como dice en sus obras, "el más perfecto de los seres humanos es aquel en quien se manifiestan todos los nombres divinos sin confusión ni oposición".
En al-Futūḥāt al-Makkiyya (Las Iluminaciones de La Meca), Ibn ʿArabī afirma que el fanāʼ no debe entenderse como aniquilación absoluta, pues el ser humano nunca tuvo existencia propia para ser aniquilado en primer lugar. En cambio, lo que ocurre es que el buscador toma conciencia de la inexistencia ontológica de su ego. Por eso, Ibn ʿArabī prefiere hablar de una "aniquilación del testimonio de la existencia del siervo", no de la aniquilación de su realidad esencial. El fanāʼ no es pérdida, sino despertar a la verdadera naturaleza del ser: “no hay en el ser sino Dios” (lā fī al-wujūd illā Allāh).
Además, Ibn ʿArabī describe un estado más elevado aún: el fanāʼ del fanāʼ (fanāʼ ʿan al-fanāʼ). En este grado, el sufí ya no tiene siquiera conciencia de haber alcanzado la aniquilación, y desaparece incluso la dualidad entre el amante que se aniquila y el Amado en quien se aniquila. Es entonces cuando Dios se revela en su totalidad como el único testigo, el único amante, el único amado. Este estado supremo conduce al conocimiento de los secretos divinos y al acceso a los niveles más profundos de la realidad espiritual.
Conclusión
El fanāʼ, en su sentido más profundo, es la disolución del ego y de toda sensación de separación entre el ser humano y Dios. No es simplemente perderse emocionalmente en lo divino, sino reconocer que el yo nunca tuvo existencia propia, y que solo la Realidad divina subsiste. En los primeros sufíes, esto se vivía como una experiencia amorosa y extática; en Ibn ʿArabī, como una realización metafísica de la Unidad del Ser; y en Suhrawardī, como un retorno de la luz del alma a su fuente luminosa. En todos los casos, el fanāʼ es un despertar espiritual radical, donde el místico deja de decir “yo soy” para que solo quede “Él es”. No se trata de desaparecer del mundo, sino de vivir plenamente en Dios, sin ego, en humildad, amor y lucidez. Es la verdadera libertad: cuando ya no se actúa desde el yo, sino que Dios actúa a través del ser purificado.
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