viernes, 16 de julio de 2021

Concepto de forma en Aristóteles


Concepto de forma en Aristóteles

Hemos visto en este blog el concepto de materia en los filósofos griegos, pero inseparablemente del concepto anteriormente mencionado, es casi una tarea obligatoria referirse al concepto de ''forma''. Abordado por Aristóteles, el concepto de forma presentará interesantes puntos de vista a lo largo de la filosofía. 

Esencia necesaria

La forma es una esencia necesaria que debe tener la materia. La forma es contraria a la materia, pero también la reclama porque no se puede concebir, de acuerdo con el filósofo, la materia separada de la forma. 

Para Aristóteles, la forma es más naturaleza que la materia, porque finalmente, se reconocen las cosas o lo objetos por la forma y no por la materia que es indeterminada. Una cosa se dice lo que es cuando está en acto, por lo tanto, necesariamente para referirnos a una cosa necesitaremos la forma. 

Podríamos definir a la forma como esa sustancia segunda (hombre) de una sustancia primera (Sócrates).

Sin embargo, se presenta un problema a la hora de presentar a la forma como algo inseparable de la materia, justamente cuando hablamos de algunas sustancias que son consideradas como ''pura forma''. En este sentido, bastará recordar la célebre teoría del motor inmóvil que se considera como forma pura; de hecho, los escolásticos reconocerán en esto las conocidas ''formas separadas''. 

Por lo pronto, estas solo pueden ser deducciones. Es común equiparar la forma con el alma, con los conceptos, con las ideas, etc. 

Conclusión

El concepto de forma ciertamente puede causar confusión y ambigüedad en la obra aristotélica. Por un lado, en Física tenemos que la materia y la forma son inseparables, pero en Metafísica, nos encontramos con sustancias y conceptos que pueden ser considerados como pura forma. Hay quienes afirman que la materia es un término totalmente relativo, claro, cuando se habla de la materia de una cama, la madera, decimos que ésta es materia, pero sería forma en cuanto a su extensión. 

Concepto de materia en los filósofos griegos



Concepto de materia en los filósofos griegos

Es uno de los primeros temas que se deben aprender en filosofía, sobre todo cuando hablamos de Platón y Aristóteles. Por una parte hay un desprecio a la materia y por otro una consideración como objeto importante de estudio. Veamos las características esenciales de este concepto en los distintos filósofos griegos.

Platón

Para Platón, la materia es la madre de la naturaleza. En el Timeo, la materia tomaba en común a todas las cosas, pero nunca recibía una forma. El filósofo daba sus características principales.

  1. Material ordinario
  2. Amorfo
  3. Pasivo
  4. Receptor
  5. Cercana al no-ser
En sus diálogos, Platón nos mostraba lo importante que era considerar a la materia como un opuesto a la realidad inteligible. 

Aristóteles

Para Aristóteles, la materia es descrita como sujeto primero de una cosa. Es aquello que permanece a través de los cambios opuestos. En efecto, la madera que se usó para hacer la cama es la misma madera (o el mismo sustrato) de la cama finalmente realizada. El estagirita también nos da otras características:

  1. Carece de forma
  2. Indeterminada
  3. Incognoscible

Esta última entendida como la imposibilidad que tiene la materia de ser imaginada o entendida sin la forma. 

También, Aristóteles vincula la materia con la potencia, y tiene como característica ser una potencia operativa y activa (por lo tanto no tiene pasividad). Es interesante notar que el filósofo reconoce a la potencia como un principio, por lo tanto, la materia sería un principio. 

Sin embargo, en cuanto al concepto de materia existe un pequeño problema. Si bien el bronce es equivalente al concepto de materia, y luego de construida una estatua el bronce sigue siendo el mismo, ¿qué ocurre con el cuerpo ser humano? ¿su cuerpo sigue siendo el mismo después de la muerte? Si el sujeto es la materia y este es activo, entonces la materia debería seguir estando viva.

Un modo de resolver esto es utilizando los mismos términos aristotélicos de materia próxima y materia no próxima. 

Materia próxima: materia unida con la forma 
Materia no próxima (última): materia independiente (o materia prima) que es incognoscible para el ser humano

Podemos decir, en el primer caso, que si el cuerpo es materia entonces éste está unido con la forma. En cambio, la materia última, incognoscible para el ser humano, siempre perdura incluso después de muerto. 

Por ejemplo: 

Materia próxima: cuerpo completo
Materia no próxima: materia del cuerpo completo

Por último, es necesario decir que para el estagirita la materia es inseparable de la forma. 


Estoicos

Los estoicos denominaron a la materia como ''sustancia primera'' debido a la pasividad que ésta tenía. Esto dispone a la materia a recibir de la razón divina, o principio activo, todo el contenido. 

Conclusión

Es necesario que en todo estudio sobre la filosofía griega, los conceptos de materia y forma estén muy bien afianzados. En efecto, todos estos conocimientos servirán de forma introductoria, o también complementaria, para conocer las obras posteriormente en detalle. Ya vemos que las principales diferencias entre Platón y Aristóteles con respecto a la materia es la pasividad. 

jueves, 15 de julio de 2021

Concepto de fortuna en Maquiavelo



Concepto de fortuna en Maquiavelo

Si bien hemos visto el concepto de azar y fortuna en Aristóteles, atendiendo a características físicas, Nicolás Maquiavelo vincula estrechamente el concepto de fortuna con el concepto de virtù que ya hemos visto en este blog. De todas formas, explicaremos el concepto de virtù y luego explicaremos el concepto de fortuna para que se entienda de manera efectiva. 

Virtù

Muchos sostienen que la palabra ''virtù'' proviene de la palabra en latín ''virtus'' y esta a su vez se traduce en español como ''virtud''. Sin embargo, esta virtù de la que habla Maquiavelo no es la virtud cristiana que todos conocen. Tanto para el pensamiento griego como para el pensamiento medieval, podemos ver que la virtud engloba los siguientes conceptos.

Virtud:

  1. Castidad
  2. Templanza
  3. Caridad
  4. Paciencia
  5. Benevolencia
  6. Concordia
  7. Humildad
  8. Diligencia
  9. Justicia
  10. Disposición a realizar el bien

En cambio, la virtù de Maquiavelo comprende otros conceptos que difieren de los anteriores:

Virtù:

  1. Orgullo
  2. Habilidad
  3. Astucia
  4. Fortaleza
  5. Valentía
  6. Crueldad
  7. Vigor
  8. Osadía
  9. Dureza
  10. Disposición a hacer el mal (si es necesario)
Por cierto, las virtudes y la virtù señaladas no son correlativas, aunque sí hay muchas que son contrarias a las virtudes morales que expusimos anteriormente. 

Fortuna

En El Príncipe, la palabra virtù es repetida 60 veces sin ser definida formalmente. Si bien ya entendemos que estas son las características que debe tener el príncipe, también nos dice Maquiavelo que el gobernador debe servirse de la suerte, es decir, no todo es la virtù, no es infalible, también se necesita suerte (o fortuna). En efecto, la fortuna es la diosa que rige nuestro destino y de la que uno no se puede librar. Sin embargo, el mismo Maquiavelo nos decía que podía llegar a ''domar'' a esta diosa. 

¿Cómo es posible domarla? Maquiavelo señala que debe ser por medio de la virtù. Claro, la diosa favorece aquellos hombres que tienen valor, audacia, orgullo. Estas son las cosas por la que la diosa fortuna se ve atraída y seducida, en síntesis por la virilidad del hombre cuando ejerce la virtù.

Por cierto, es claro que Maquiavelo se refiere a la diosa griega Tiqué, que es la diosa del destino y de la fortuna. 

Ahora ¿por qué no sirven las virtudes cristianas? sirven siempre que cumplan el objetivo de la Razón de Estado, de lo contrario, son inútiles porque de acuerdo al florentino, las virtudes cristianas llevan a la inacción del príncipe y por lo tanto, de ser afectado por el primer golpe del enemigo. 

Conclusión

Podemos vincular el concepto de fortuna de Aristóteles con el de Maquiavelo, en el sentido de que justamente la fortuna se debe a una acción. En el sentido del filósofo florentino, tenemos que la suerte se personifica en una diosa que dará el apoyo a quien más se atreva a mostrar su virtù. En caso contrario, entonces la diosa fortuna le dará el poder al enemigo y eventualmente, el contrincante que no mostró la suficiente virtù perderá. 

Concepto de azar y fortuna en Aristóteles


El concepto de azar y fortuna en Aristóteles

Dentro del concepto de Física, Aristóteles nos habla sobre la fortuna y el azar. De hecho, es el mismo filósofo quien distingue entre estos dos conceptos, no los hace sinónimos. Por lo tanto, veremos el concepto de azar y fortuna en la siguiente entrada de Filosofía Apuntes. 

Azar

Si bien su etimología proviene del árabe ''az-zahr'', en griego su concepto es αύτόματον /automaton/ y para Aristóteles éste no dependía del hombre ya que tiene una causa superior, oculta a la inteligencia humana. 

Sucede por excepción, es decir, no sucede siempre ni en la mayoría de las veces y fuera de toda uniformidad. Por lo tanto, el azar queda fuera de lo necesario, es todo aquello imprevisible, contingente.

Sin embargo, a pesar de esta indeterminación, el azar tiene un aspecto de tener un fin, o al menos la apariencia del mismo. En efecto, podríamos poner como ejemplo un hombre que va al mercado y se encuentra con su deudor ''por azar''. Por supuesto, encontrarse con el deudor no fue un evento deliberado ni querido por el sujeto, pero podría haber sido uno en tanto que las posibilidades de encontrarse con él en el mercado son posibles.

Fortuna (o suerte)

La diferencia con la fortuna es que ésta si tiene lugar en el dominio de las cosas humanas. Una característica de la fortuna es que solo pueden ir a ellas las personas que tienen voluntad o deliberación. En efecto, las piedras no podrían tener fortuna, aunque sí en el sentido metafórico que describía Protarco cuando decía que unas piedras eran afortunadas por recibir respeto en un templo.

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Actualidad

Si bien mucho se ha escrito sobre el azar y la fortuna, hoy, en el campo de la filosofía, estos conceptos se han hecho sinónimos. 

Conclusión

Es un tema que siempre llama la atención. Todos queremos tener una buena fortuna y evitar la mala fortuna. Ya nos dice Aristóteles que la buena fortuna es aquella que está en nuestro dominio y el azar a una causa superior, de hecho, podríamos decir que el azar está más ligado con la espontaneidad que con la suerte. Por último, hacer notar el hecho de que tanto el azar como la fortuna tiene un fin, pero no una causa determinable. Claro, dijimos que tienen una causa superior, es decir, divina, pero que está oculta a la razón humana. 

miércoles, 14 de julio de 2021

Nicolás Maquiavelo - La vida de Castruccio Castracani (1520)

 
Retrato de Castruccio Castracani

¿Por qué Nicolás Maquiavelo escribe sobre la vida de Castruccio Castracani?  Porque este era el modelo de príncipe que el filósofo florentino buscaba con tanto ahínco. Esta es una dedicación que cierra el círculo de imagen de un príncipe, pues aparte de César Borgia, esta es otra figura que Maquiavelo admiraba enormemente. Sin embargo, debemos advertir que más que realidad, pareciera ser que la información de Castruccio Castrani es más bien novelesca, no obstante, que esto no sea impedimento para analizar este gran obra. 

Referencias: 

(1) De acuerdo a la literatura, lo relatado por el filósofo es puesto seriamente en duda.
(2) Ningún biógrafo de Castruccio acepta los hechos relatados por Maquiavelo. 
(3) Estrategia siempre respaldada por Maquiavelo


LA VIDA DE CASTRUCCIO CASTRACANI

Antonio y Dianora

Su nombre es Castruccio Castrani de Lucca, y de acuerdo con Maquiavelo tuvo una vida humilde(1). Sin embargo, con el tiempo se figuró como una familia noble de la ciudad de Luca. La historia comienza con Antonio quien llegó a ser canónigo de San Miguel, quien a su vez tenía una hermana que se casó con Buonaccorso Cenarni, y que, al morir su marido, fue a vivir con su hermano, decidida a no contraer nuevo matrimonio.

Antonio tenía una viña, la cual lindaba con varios huertos, y en la que se podía entrar fácilmente por todos lados. Sucedió que una mañana, poco después de salir el sol, paseaba Dianora (así se llamaba la hermana de Antonio) por la viña recolectando, según costumbre de las mujeres, hierbas para sus condimentos, cuando notó moverse los pámpanos de una vid y, mirando al sitio, parecía que oía llorar; acudió pronta y vio el rostro y las manos de un niño que, envuelto en las hojas, parecía pedirle que no le abandonara.

Acto seguido Dianora lo llevó a Antonio quien se maravilló y se apiado de él igual que su hermana. Siendo él sacerdote, y no teniendo ella hijos, determinaron criar y educar a aquel niño. Le pusieron nodriza y lo cuidaron tan cariñosamente como si fuera de su familia, bautizándole con el nombre de Castruccio, que fue el del padre de Antonio y de Dianora.

Infancia

A medida que iba creciendo, Antonio lo educaba con el propósito que se volviese sacerdote; sin embargo, las dotes de Castruccio no se dirigían precisamente al sacerdocio. En realidad, Castruccio tenía más aptitudes para las armas, para al guerra, y en comparación a sus compañeros era el mejor en aquello. A los 14 años ya comenzaba a leer libros de guerras. 

Vivía en Lucca un noble de la familia Guinigi, llamado Francisco, que en riqueza, gallardía y valor sobrepujaba en mucho a todos los demás luqueses. Su profesión era la milicia, habiendo servido bastante tiempo a los Visconti de Milán. En el bando gibelino, que era el suyo, se le estimaba en Lucca el primero. Acostumbraba reunirse con otros luqueses por la mañana y la tarde, cuando residía en esta ciudad, en la galería del Podestá, que está enfrente de la plaza de San Miguel, la principal de Lucca, y vio muchas veces a Castruccio jugando con los demás muchachos a los ejercicios que acabo de referir, advirtiendo que, además de superarles en destreza, tenía sobre todos ellos una autoridad regia, sabiendo hacerse querer y respetar por ellos. Preguntó quién era aquel niño, se lo dijeron los circunstantes, y tuvo mayor deseo de conocerlo. 

Lo llamó un día y le preguntó dónde viviría más a gusto, o en casa de un caballero que le enseñara a montar a caballo y a manejar las armas, o en la de un sacerdote donde no se oyeran más que rezos y misas.

Finalmente, Castruccio aceptó irse con Francisco Guinigi y dejar a Antonio y Danoria(2). En poco tiempo, Castruccio aprendería todo lo que equivale a ser un buen caballero. 

Los tiempos con Francisco Guinigi

Primero se hizo excelente jinete, manejando un fogoso caballo con suma destreza, y en justas y torneos, a pesar de su corta edad, era el más admirado, pues ni en fuerza ni en destreza le superaba ninguno. Además sus buenas costumbres y su inestimable modestia, haciendo ni diciendo nada que desagradase, siendo respetuoso con los mayores, modesto con los iguales y cariñoso con los inferiores, cualidades que le hacían ser amado, no sólo de toda la familia Guinigi, sino de todos los luqueses.

La carrera de Castruccio

Con el tiempo Francisco Guinigi fallecería dejándole a Castruccio un hijo llamado Pablo de 13 años, Francisco le rogó a Castruccio que lo educara con el mismo ímpetu que lo educaron a él. 

Desde ese momento, su crédito y poder crecieron, se hizo querido por los ciudadanos, pero al mismo tiempo creció la envidia que se le tenía.

Entre éstos estaba Jorge de Opizi, jefe del bando güelfo. Esperaba éste llegar a ser, por la muerte de Francisco Guinigi, el principal en el gobierno de Lucca; pero la nueva posición de Castruccio, y la influencia que le daban sus cualidades personales, eran un obstáculo a sus miras, y por ello andaba sembrando calumnias que le privaran de simpatías. Al principio Castruccio se indignó, y después se unió a la indignación el temor de que Jorge trabajara para hacerle sospechoso al vicario del rey Roberto de Napóles, y éste lo expulsara de Lucca.

Era entonces señor de Pisa Uguccione della Faggiuola, de Arezzo, a quien los písanos nombraron capitán y de quienes se hizo señor. Con Uguccione estaban algunos desterrados luqueses del bando gibelino, y con ellos trató Castruccio para que, ayudados por Uguccione, pudieran volver a su ciudad. Dio cuenta de este proyecto a algunos de sus amigos de Lucca, que no podían sufrir el poder de los Opizi.

Era entonces señor de Pisa Uguccione della I'aggiuola, de Arezzo, a quien los písanos nombraron capitán y de quienes se hizo señor. Con Uguccione estaban algunos desterrados luqueses del bando gibe- lino, y con ellos trató Castruccio para que, ayudados por Uguccione, pudieran volver a su ciudad. Dio cuenta de este proyecto a algunos de sus amigos de Lucca, que no podían sufrir el poder de los Opizi.

Convenido lo que cada cual debía hacer, fortificó Castruccio con cautela la torre de los Onesti, llenándola de víveres y municiones para, en caso de necesidad, mantenerse en ella algunos días y, al llegar la noche convenida con Uguccione, dio la señal a éste, que con muchas tropas había bajado al llano, entre los montes y Lucca. Vista la señal, se acercó a la puerta de San Pedro y prendió fuego a la anteporta.

Castruccio dio la alarma, dentro, llamando al pueblo a las armas, y forzó por el interior la puerta, entrando Uguccione con sus tropas, apoderándose de la ciudad, matando a maese Jorge, a todos los de su familia y a muchos de sus amigos y partidarios, y expulsando al gobernador. El gobierno de la ciudad se reorganizó a gusto de Uguccione, con grandísimo daño de ella, porque más de cien familias fueron expulsadas de Lucca. Parte de ellas se trasladaron a Florencia, y las demás a Pistoia, ciudades donde dominaba el bando giielfo, y que, por tanto, llegaron a ser enemigas de Uguccione y de los luqueses.

Creyeron los florentinos y otros giiclfos que el bando gibelino había adquirido en Toscana sobrada autoridad, pusiéronse de acuerdo para restablecer en Lucca a los desterrados y, organizando numeroso ejército, vinieron a Val de Nicvolc y ocuparon Montecatini, desde donde fueron a acampar en Montecarlo, para tener libre el paso hasta Lucca.

Por su parte, Uguccione reunió bastantes tropas de Luca y Pisa, además de mucha caballería tudesca que trajo de Lombardía, y fue en busca de los florentinos, que al saber la marcha del enemigo, partieron de Montecarlo y se situaron entre Montecatini y Pescia. Uguccio- ne se estableció por bajo de Montecarlo, a dos millas del enemigo, y durante algunos días hubo escaramuzas entre la caballería de ambos ejércitos, porque, enfermo Uguccione, ni los písanos ni los luqueses querían arriesgar la batalla. Agravada la dolencia, se retiró Uguccione para curarse a Montecarlo, dejando el cuidado del ejército a Castruccio. Esto fue causa de la ruina de los güelfos, porque les animó la creencia de que el ejército enemigo estaba sin general.

Conocíalo Castruccio y, durante algunos días, obró de modo que confirmaran esta opinión, aparentando temerles, y sin dejar salir a nadie de los atrincheramientos. Cuanto más miedo fingía Castruccio, más insolentes eran los güelfos, presentando todos los días la batalla. Pero cuando Castruccio juzgó haberles confiado bastante y conoció bien sus disposiciones(3), determinó dar la batalla arengando antes a sus soldados, a quienes prometió segura victoria si obedecían sus órdenes.

Había observado Castruccio que el enemigo ponía sus mejores tropas en el centro y las más débiles en las alas, y él hizo lo contrario, colocando en éstas sus más bravos soldados, y en el centro, los de menos confianza.

Determinó Castruccio que el centro fuera despacio y avanzaran las dos alas tanto que, al venir a las manos, sólo se combatía en ambas alas, quedando inactivo el centro, porque el del ejercito de Castruccio había quedado tan atrás, que el del enemigo lo alcanzaba.

De esta suerte, las mejores tropas de Castruccio combatían con las peores de los florentinos, y las más bravas de éstos estaban inactivas, sin poder ofender al enemigo que tenían enfrente, pero lejano, ni tampoco auxiliar a los suyos. Sin gran dificultad fueron rechazadas las dos alas del ejército florentino, y el centro, viéndose sin apoyo en los flancos y sin tener ocasión de mostrar su valor, huyó también.

La derrota y la matanza fueron grandes, pues perdieron los güelfos más de diez rnil hombres, entre ellos muchos jefes y grandes caballeros de toda la Toscana, pertenecientes al bando giielfo, y además, varios príncipes que habían acudido en su favor, como Pedro, hermano del rey Roberto, y su sobrino (Carlos, y Felipe, señor de Tarento.

Castruccio no perdió más que trescientos hombres, entre ellos Francisco, hijo de Uguccione, quien, jovenzuelo y ávido de gloria, murió en el primer asalto.

Sin embargo, por la venganza Uguccione conspiró contra Castruccio y los encarceló. Sin embargo, al poco tiempo tuvo que sacarlo por las presiones de los luquenses, experiencia que ya se había tenido con los pisanos. 

Inmediatamente, Castruccio, ayudado por sus amigos y contando con el favor del pueblo, acometió a Uguccione, quien no pudo resistir, y huyó con sus partidas a Lombardía, refugiándose en casa de los señores de la Scala, donde murió pobremente.

Señor y príncipe de la ciudad de Lucca

A su vuelta a Lucca, después de estas victorias, todo el pueblo salió a recibirle, y juzgó Castruccio el momento oportuno para hacerse señor de la ciudad, contado para ello con Pazzino del Poggio, Puccinello del Portico, Francisco Boccansacchi y Ceceo (Gíuinigi, los más ilustres de sus compatriotas, a quienes se había ganado. El pueblo, pues, le eligió solemnemente príncipe de Lucca.

Vino por entonces a Italia Federico de Baviera, rey de romanos, para coronarse emperador, y Castruccio contrajo amistad con el, yendo a buscarle con quinientos jinetes, dejando en Lucca por lugarteniente a Pablo Guinigi, al cual, por la memoria de los favores que debió a su padre, estimaba como hijo propio.

Federico recibió a Castruccio honrosamente, concediéndole muchos privilegios y nombrándole su lugarteniente en la Toscana. Además, como los pisanos habían expulsado a Gaddo de la Gherardesca, y, por miedo a él, acudido a Federico en demanda de auxilio, éste nombró a Castruccio señor de Pisa, aceptándole los pisanos por temor al partido güelfo, y en particular, a los florentinos.

Extensión del territorio

Resolvió Castruccio, valiéndose de estos desterrados y de todas sus fuerzas, dominar la Toscana y, para aumentar su crédito, se alió con Mateo Visconti, duque de Milán, y organizó militarmente la ciudad y el territorio de Lucca.

Provisto de esta fuerza y de estos amigos, ocurrió que Mateo Visconti fue atacado por los güelfos de Piacenza, que habían expulsado a los gibelinos, con ayuda do los florentinos y del rey Roberto de Nápoles. Pidió Visconti a Castruccio que atacara a los florentinos para que, obligados éstos a defender sus propias tierras, retirasen las tropas de Lombardía. Inmediatamente, Castruccio, con bastantes tropas, invadió el Valdarno inferior y ocupó Fucechio y San Miniato, causando grandes desórdenes en la comarca. Ksto obligó a los florentinos a llamar a sus tropas, que apresuradamente llegaron a Toscana, cuando Castruccio, obligado por otra necesidad, volvió a Lucca.

Sin embargo, los ataques no cesaban. Una familia llamada Poggio, quienes no estaban satisfechos con todo lo que habían hecho por Castruccio y sin recibir nada a cambio, una mañana empuñaron las armas, fueron al palacio donde residía el lugarteniente de Castruccio, encargado de administrar justicia, y lo mataron. Seguidamente, empezaron a sublevar al pueblo; pero Esteban Poggio, hombre anciano y pacífico, que no había tomado parte en la conspiración, acudió ante los conjurados y, con su autoridad, los hizo deponer las armas, prometiendo ser mediador entre ellos y Castruccio para que realizaran sus aspiraciones. Rindieron, pues, las armas con tan escasa prudencia como las habían tomado; porque sabedor Castruccio de lo ocurrido en Lucca, sin pérdida de tiempo, con parte de su ejército, y dejando al frente del resto a Pablo Gíuinigi, vino a la ciudad. Contra lo que esperaba, vio que había cesado el motín, y colocó a sus partidarios, armados, en todos los sitios oportunos.

Mientras tanto, los florentinos habían recobrado San Miniato; pero a Castruccio pareció oportuno cesar en aquella guerra, porque hasta asegurarse en Lucca, no debía apartarse de esta ciudad. I Iizo, pues, proponer una tregua a los florentinos, que éstos aceptaron inmediatamente, a causa de estar agotados sus recursos y necesitar suprimir los gastos. Se pactó la tregua por dos años, quedando cada cual dueño del territorio que poseía.

Mientras Castruccio, hecha la paz con los florentinos, se fortificaba en Lucca, seguía haciendo cuanto pudiera, sin manifiesta guerra, contribuir a su mayor grandeza; y muy deseoso de ocupar Pistoia, por creer que, dueño de esta ciudad, tenía puesto un pie en Florencia, procuró por varios procedimientos atraerse a los habitantes de la montaña. Al mismo tiempo se gobernaba de tal suerte con los bandos de Pistoia, que todos confiaban en el.

Florentinos y otros contra Castruccio

Cuando menos lo esperaban, en la tregua misma, Castruccio se apodera de Pistoia. Por lo tanto, los del bando perdedor se volverían contra Castruccio para apoderarse de sus tierras; no obstante, una vez al enfrentarse, los pistoianos pierden. Los de Pistoia, al saber la derrota, inmediatamente expulsaron a los partidarios de los güelfos y se entregaron a Castruccio, quien, no contento con esto, ocupó Prato y todas las fortalezas del llano a ambos lados del Amo, acampando con su ejército en la llanura de Peretola, a dos millas de Florencia, donde estuvo muchos días repartiendo el botín y festejando la victoria con carreras de caballos y otros juegos, en que tomaban parte hombres y meretrices, y haciendo acuñar moneda, como en desprecio de los florentinos.

Ahí supo Castruccio que no le era posible contar con la fidelidad de Pistoia y de Pisa y, por todos los medios de astucia y de fuerza, procuraba consolidar en ellas su poder, lo cual dio tiempo a los florentinos para reunir tropas y esperar la venida de Carlos. Cuando éste llegó, determinaron no perder tiempo, y juntaron un numeroso ejército, por haber llamado en su auxilio a casi todos los güelfos de Italia. Este ejercitó contaba con más de treinta mil soldados de infantería y diez mil de caballería.

Discutido si debían atacar primero Pistoia o Pisa, decidieron acometer a Pisa como empresa de más fácil éxito, por la reciente conjuración que en ella había ocurrido contra Castruccio, y de mayor utilidad, pues creían que, tomada Pisa, se rendiría Pistoia.

La pelea entre la gente de Castruccio y los florentinos, fue ruda y terrible. Por ambas partes las bajas eran numerosas, y cada una hacía los mayores esfuerzos para vencer a la otra. Los de Castruccio querían echar al río a los florentinos, y éstos ganar terreno para que, saliendo del agua los que estaban pasando el Arno, pudieran entrar en combate. A la obstinación de los soldados se unían las excitaciones de los jefes. Castruccio recordaba a los suyos que tenían delante a los mismos que poco antes habían vencido en Scrravalle, y los generales florentinos censuraban a sus tropas que se dejasen vencer por tan pocos.

Observando los generales florentinos las dificultades de su caballería para atravesar el río, intentaron que pasara infantería por más abajo para atacar por el flanco a las tropas de Castruccio; pero la altura de las márgenes y el estar ocupada la opuesta por los soldados de éste, hicieron fracasar dicha tentativa. Fue, pues, el ejército florentino derrotado, con gran gloria de Castruccio, y de tan gran número de tropas, sólo se salvó una tercera parte. Quedaron prisioneros muchos jefes, y Carlos, hijo del rey Roberto, con Miguel Agnolo, Falconi y Tadeo de Albizzi, comisarios florentinos, se refugiaron en Émpoli. Fue el botín grande y la mortandad, grandísima, como puede imaginarse por la importancia y tenacidad de la lucha. De los florentinos murieron veinte mil doscientos treinta y un hombres, y de Castruccio, mil quinientos setenta.

Muerte de Castruccio

Durante el día de la batalla se había fatigado mucho Castruccio y, al terminar ésta, lleno de cansancio y sudor, se retiró a la puerta de Fucecchio, esperando allí la vuelta de sus soldados victoriosos, para recibirlos personalmente y darles las gracias, y también para acudir, si el enemigo continuaba haciendo frente en alguna parte, al punto que fuera necesario; porque juzgaba que el oficio de un buen general obligaba a ser el primero en montar a caballo y el último en apearse. Así estuvo expuesto a una brisa que hacia el mediodía se eleva del Arno, brisa, casi siempre pestilente, que le enfrió todo el cuerpo.

No hizo caso Castruccio de esta molestia, como hombre habituado a tales indisposiciones, y su negligencia le costó la vida; porque, a la noche siguiente, fue atacado de una fiebre violentísima y, yendo en aumento, todos los médicos juzgaron mortal la dolencia. Comprendiendo Castruccio la gravedad de su estado, llamó a Pablo Guinigi y le dijo:

''Si hubiera creído, hijo mío, que la fortuna me detuviese en mitad del camino de la gloria que ambicionaba, después de tan grandes éxitos, mis esfuerzos no fueran tantos, y te dejara, con Estado más pequeño, menos enemigos y menos envidias; porque, satisfecho con la dominación de Pisa y de Lucca, no hubiera sojuzgado a los de Pistoia y, con tantas ofensas, irritado a los florentinos. Haciéndome amigo de Florencia y Pistoia, mi vida, si no más larga, hubiese sido más tranquila, dejándote Estado menos grande, pero sin duda más sólido y seguro. Pero la fortuna, que quiere ser árbitro de todas las cosas humanas, ni me dio juicio bastante para conocerla, ni tiempo suficiente para dominarla.

Tú sabes, porque muchos te lo han dicho y yo no lo he negado, cómo, siendo muchacho, entré en casa de tu padre, privado de cuantas esperanzas caben en un ánimo generoso; cómo tu padre me crió y educó con afecto puramente paternal, y cómo, bajo su dirección, llegue a ser valeroso y digno de la fortuna que has visto y ves. Al morir tu padre encomendó a mi lealtad tu persona y toda su fortuna. Te he educado y he acrecido tu herencia con el cariño y la fidelidad a que estaba obligado por los beneficios de tu padre.

Para que fuese tuyo, no sólo todo lo que tu padre te dejó, sino también lo que con mi valor y fortuna ganase, jamás quise tomar esposa, a fin de que el amor de los hijos no me impidiera en algún modo mostrar a tu padre y a ti la gratitud a que me juzgo obligado.1* Te dejo un gran Estado, con gran satisfacción mía; pero me contrista dejártelo débil y poco seguro. Te queda la ciudad de Lucca, que nunca estará satisfecha de vivir bajo tu dominación. Te queda Pisa, donde viven hombres de condición inconstante y de mala fe; ciudad que, aunque acostumbrada a estar en dominio ajeno en varias épocas, se desdeñará de servir a un señor luqués. Pistoia también te será poco fiel, por estar dividida en bandos e irritada contra nosotros a causa de recientes injurias. Tienes por vecinos a los florentinos ofendidos, a quienes de mil modos hemos injuriado, sin acabar con su poder, y recibirán la noticia de mi muerte con más alegría que la de la conquista de toda la Toscana. No puedes confiar en los duques de Milán ni en el emperador, por vivir lejos, ser perezosos y tardíos en enviar socorro. No cuentes pues, sino con tu propia habilidad y el recuerdo de mi valor, y con la reputación que te dará la presente victoria que, si la aprovechas con prudencia, servirá para que hagas la paz con los florentinos, quienes, asustados por la derrota, accederán a ella de buen grado. Yo procuraba tenerlos por enemigos, por creer que su enemistad me proporcionaría poder y gloria; pero tú debes buscar por todos los medios su amistad, porque, con ella, vivirás tranquilo y seguro.

En este mundo es muy importante conocerse a sí mismo y saber calcular la posición y los recursos. Quien se reconoce incapaz para la guerra, debe ingeniarse para reinar por medio de las artes de la paz. Te aconsejo que, por este camino, procures gozar el fruto de mis esfuerzos y peligros, lo cual lograrás fácilmente, si estimas acertados mis consejos. Así tendrás conmigo doble obligación, la de haberte dejado tantos dominios y la de enseñarte a conservarlos.''

Después mandó venir a los ciudadanos que de Lucca, Pisa y Pistoia militaban a sus órdenes, y recomendándoles a Pablo Guinigi, hizo que le juraran obediencia. Hecho esto, murió, dejando a la posteridad gloriosa memoria, y causando a sus amigos mayor pesar del producido en todo tiempo por la muerte de un príncipe.

Fue cariñoso con sus amigos, terrible con sus enemigos, justo con sus súbditos, infiel con los extranjeros.

Vivió cuarenta y cuatro años, y en la buena y mala fortuna fue excelente: de la buena hay suficiente memoria; sus desgracias las atestiguan las esposas con que estuvo encadenado en la prisión y que aún se ven hoy en la torre de su casa, donde mandó fijarlas para perpetuo testimonio de sus adversidades.


Conclusión

No podremos resolver nunca si la intención de Maquiavelo fue justamente escribir todo esto como una novela, o como una biografía que él creía verídica. No obstante, los datos no apoyan mucho a la breve biografía que hace Maquiavelo en estos escritos, al contrario, muchos datos se pueden dar como falsos. Podríamos decir que esta imagen que el filósofo tenía de Castruccio Castracani en estas páginas, es la misma que él reconocía como modelo para su Príncipe. 

Nicolás Maquiavelo - El arte de la guerra (Libro Séptimo) (1520)

Finalmente, hemos llegado al último libro del arte de la guerra, texto que nos ha guiado en la practicidad y la teoría de la guerra de acuerdo con Nicolás Maquiavelo. Esta vez hablaremos tanto de cosas defensivas como ofensivas, podríamos decir que este último libro nos muestra las últimas conclusiones de forma miscelánea. También, Fabrizio, quien será nuestro guía nuevamente, establecerá las claras diferencias entre los gobiernos actuales y los regímenes de la antigüedad.

Referencias:

(1) En los ''Discursos sobre la primera década de Tito Livio'', Maquiavelo ya había reiterado que el dinero no es el nervio de la guerra, sino que más bien es la lealtad del ejército. 


EL ARTE DE LA GUERRA

Libro Séptimo

Protección de las ciudades o plazas

Seguimos con el relato de Fabrizio. Las ciudades y las poblaciones pueden ser fuertes, o por la naturaleza o por el arte. Se encuentran en el primer caso las rodeadas de ríos o pantanos, como Ferrara y Mantua, o las construidas sobre una roca o escarpada montaña, como Mónaco y San Leo, porque las que están en montes de fácil acceso son ahora, por causa de la artillería y de las minas, débiles. Por eso, para hacerlas hoy se escoge una llanura y se emplean los recursos del arte en la construcción de sus defensas.

El primer cuidado del ingeniero es edificar los muros en línea quebrada, es decir, multiplicando los ángulos salientes y entrantes, lo cual impide que se acerque a ellos el enemigo, que puede ser batido de frente y de flanco. Si los muros son demasiados altos, presentan mucho blanco a la artillería, y si son muy bajos se escalan fácilmente. Si se abren fosos delante de ellos para dificultar el escalamiento, el enemigo los rellena, cosa fácil de hacer a un ejército numeroso, y se apodera de las murallas. Creo, por tanto, siempre salvo mejor opinión, que, para evitar ambos inconvenientes, se deben construir las murallas de una determinada altura, con fosos interiores y no exteriores.

La artillería pesada que defiende la ciudad se emplazará en el muro interior que cierra el foso, porque para la defensa del muro exterior, por ser más alto, no se pueden emplear cómodamente sino cañones pequeños o medianos. Si el enemigo intenta el escalamiento, la altura del muro os defenderá fácilmente. Si se ataca con artillería, necesitará primero batir el muro exterior pero como el efecto de las baterías es que caigan los escombros hacia la parte batida, no encontrando foso que los reciba y oculte, sirve la ruina del muro para aumentar la profundidad del foso; de modo que impiden el paso primero los escombros amontonados, después el foso, y por último, la artillería de la plaza, que, desde el muro interior, bate con toda seguridad a los asaltantes, cuyo único recurso será cegar el foso, cosa difícil, no sólo por su gran capacidad, sino por el peligro de acercarse a él, siendo la muralla de ángulos salientes y entrantes, en los cuales, por las razones dichas, no se puede penetrar sin gran riesgo, especialmente teniendo que andar sobre escombros, que forman un obstáculo extraordinario. 

Bautista pregunta si es posible hacer un pozo exterior y Fabrizio responde que sí, pero entre abrirlo al interior o al exterior, entonces es mucho mejor abrirlo interiormente. 

Fosos y murallas

Bautista le pregunta si debieran llenarse de aguas los fosos, pero Fabrizio responde que los fosos llenos de agua garantizan de las minas, y sin agua son más difíciles de cegar. Teniéndolo todo en cuenta, es mejor que estén sin agua, porque son más seguros, y ya se ha visto helarse el agua en ellos durante el invierno, y el hielo, facilitar la toma de una plaza, como sucedió en Mirandola cuando la sitiaba el papa Julio II. Para librarse de las minas, se deben hacer los fosos tan profundos que el enemigo, al horadar por debajo, tropezase con el agua.

Fortificaciones

A los defensores de las plazas fuertes, Fabrizio recomienda que no hagan bastiones fuera y a distancia de las murallas, y a los que construyen castillos, que no edifiquen muros interiores donde pueda refugiarse la guarnición, perdidos los exteriores. El motivo del primer consejo consiste en que nadie debe hacer lo que, sin remedio, daña a la propia reputación, porque, perdida ésta, se desconfía de las demás disposiciones y se atemorizan los comprometidos en la defensa. Esto sucederá siempre al hacer bastiones fuera de la plaza que defendéis, porque siempre se perderán, no cabiendo defensa de estas pequeñas fortificaciones contra el ímpetu de la artillería, y su pérdida será causa y principio de vuestra ruina. 

Cuando Génova se rebeló contra el rey Luis XII de Francia, los genoveses construyeron algunos bastiones en las colinas que rodean dicha plaza; tomados por los franceses en poco tiempo, se apoderaron en seguida de la ciudad.

En cuanto al segundo consejo, Fabrizio afirma que no hay nada más peligroso para un castillo como la posibilidad de retirarse sus defensores, porque la esperanza de los soldados de defenderse en otro puesto cuando es tomado el que ocupan, hace que lo abandonen, y, abandonado, se pierde todo el castillo. 

Reciente ejemplo tenemos de ello en la pérdida del de Forlí, cuando lo defendía la condesa Catalina Sforza contra César Borgia, hijo del papa Alejandro VI, que lo sitió con el ejército del rey de Francia. Tenía aquella fortaleza muchos reductos dispuestos para retirarse de unos a otros. En primer lugar estaba la ciudadela separada del castillo por un foso, de modo que se pasaba al castillo por un puente levadizo. En el castillo había tres recintos rodeados de fosos con agua, y con puentes para el paso. César Borgia batió con la artillería una parte de las murallas. Abierta la brecha y no pensando en defenderla el jefe de la guarnición, Juan de Casale, la abandonó para retirarse a otro reducto. Entraron entonces sin oposición los sitiadores, y en un momento se apoderaron de todo el castillo, por hacerse dueños de los puentes que había entre los reductos.

De acuerdo con lo que entiende Bautista, Fabrizio desprecia las fortalezas pequeñas opinión que va en contra de lo popular. Fabrizio responde que comete grave error quien fíe la defensa en un solo muro y un solo atrincheramiento; y como los bastiones, a menos que pasen del tamaño ordinario, en cuyo caso serían plazas fuertes o castillos, no se hacen de modo que sus defensores tengan retirada, se pierden inmediatamente. Es, pues, lo más atinado renunciar a los bastiones exteriores y fortificar las entradas de la plaza, cubriendo las puertas con revellines de modo que no se pueda entrar y salir en línea recta, y que entre el revellín y la puerta haya un foso con puente levadizo.

Se debe fortificar también ahora las puertas con rastrillos, para que se refugien en ellos los que salen fuera de la plaza a combatir e impedir que, si son rechazados, penetren mezclados con ellos los enemigos en la fortaleza. Estos rastrillos, llamados antiguamente cataratas, se bajan y cierran a los sitiadores el paso, salvando a los que se refugian en la plaza, pues en tales casos es posible valerse del puente y de la puerta, por donde pasan mezclados y en confusión sitiadores y sitiados.

Bautista recuerda los rastrillos, pero no sabe muy bien porque hay una diferencia entre los rastrillos de hoy y del pasado. Fabrizio nos dice que la razón es muy simple: las antiguas eran muy débiles. 

Con el tiempo, los italianos aprendieron a fortificar los rastrillos gracias a los franceses. 

De hecho, los francses, para mayor seguridad de las puertas de sus fortalezas, y en caso de asedio hacer salir y entrar sus tropas fácilmente en la plaza, además de los medios ya referidos, otro que aún no he visto empleado en Italia; consiste en colocar dos postes en el extremo exterior del puente levadizo, y sobre cada uno de ellos poner en equilibrio una viga de modo que la mitad esté sobre el puente y la otra mitad fuera de él. Las vigas en la mitad que cae fuera del puente están unidas con traviesas en forma de enrejado, y al extremo de cada una, en la parte que cae sobre el puente, fijan una cadena.

Cuando desean cerrar el puente por la parte de afuera, sueltan las cadenas y cae toda la parte enrejada de las vigas, cerrando la entrada del puente; y cuando quieren abrirlo, tiran de las cadenas y levantan el enrejado de las vigas, dejando la abertura de la extensión que quieren para el paso de un hombre a pie o a caballo, y cerrándola de pronto, pues las vigas se alzan y se bajan con suma facilidad. Dicho aparato es más seguro que el rastrillo, porque, no cayendo como éste en línea recta, no puede el enemigo impedir su caída con puntales, tal como cabe hacerlo con el rastrillo.

Tales son las reglas que deben observar los que deseen construir una fortaleza. Además, prohibirán construir o plantar árboles en una milla, por lo menos, alrededor de las murallas; de modo que el terreno presente una superficie plana donde no haya ni árboles, ni matorrales, ni calzadas, ni casas que impidan ver a lo lejos y resguarden a los sitiadores de la plaza. Advertid que cuando la fortaleza tiene los fosos por delante de los muros con terraplenes más altos que el terreno circundante es débil, porque estos terraplenes sirven de parapeto al ejército sitiador y no le impiden atacar la plaza, siendo fácil romperlos y dejar espacio a la artillería.

Asaltos y apoderamientos

Se debe, sobre todo, rechazar la primera embestida, con la cual tomaron los romanos muchas plazas, atacándolas por diversos puntos a la vez. Así se apoderó Escipión de Cartago Nova, en España. Si se rechaza este primer asalto, con dificultad se toma la plaza a viva fuerza.

Aun en el caso de apoderarse de las murallas los enemigos y penetrar en el interior de la ciudad, todavía tienen los habitantes medios de defensa, si no se acobardan, pues muchos ejércitos, después de entrar en una plaza, han sido rechazados con grandes pérdidas. Los medios consisten en defenderse desde los sitios elevados y combatir al enemigo desde lo alto de las torres y de las casas. Los recursos de los asaltantes contra este peligro, son: uno, abrir las puertas de la ciudad para que escapen por ellas los habitantes, quienes de seguro aprovecharán la ocasión de huir; otro, hacer correr la voz deque sólo se perseguirá a los que estén con las armas en la mano y que se perdonará a los que las arrojen. Esto ha facilitado la conquista de muchas plazas.

Otro medio de apoderarse sin grandes esfuerzos de una plaza fuerte es atacarla de improviso; lo cual se ejecuta estando distante con el ejército, de modo que no se suponga en ella vuestro propósito de asaltarla o se crea que, por la distancia a que estáis, habrá noticia a tiempo oportuno. En tal caso, si rápida y secretamente lleváis las tropas a dar el asalto, casi siempre alcanzaréis la victoria.

Los sitiados deben también guardarse de las asechanzas y engaños del enemigo, y no fiarse de lo que le vean hacer de continuo, sospechando siempre que lo haga por sorprenderlos después con un cambio que les sea funesto.

Para tomar una plaza fuerte se ha empleado muchas veces el recurso de envenenar las aguas y variar el curso de los ríos; pero con rara ocasión ha producido resultados. Alguna vez se ha conseguido que los sitiados se rindan haciéndoles sabor una victoria alcanzada por los enemigos, o que éstos reciben refuerzos. También en la Antigüedad fueron ocupadas varias plazas por traición, ganando en su favor algunos habitantes, y en este punto emplearon diversos procedimientos; unos enviaron como emisario un fugitivo para que adquiriera autoridad y crédito entre los sitiados y lo emplease en favor de los sitiadores, dándoles a conocer la posición do las guardias y facilitándoles así la toma de la plaza; otros, con diferentes pretextos, han impedido con carros o maderos cerrar las puertas, dando así entrada al enemigo. 

Aníbal persuadió a uno para que le entregase un castillo de los romanos, para lo cual fingió este que salía de caza de noche por temer de día al enemigo, y al volver de la caza entraron con él algunos soldados que mataron a los guardias y entregaron la puerta a los cartagineses.

Un medio de engañar a los sitiados es el de retirarse, cuando hacen salidas de la plaza, a fin de alejarlos de ella. Muchos generales, entre ellos Aníbal, hasta les han dejado ocupar el campamento para poder cortarles la retirada y tomar la población. También se les engaña fingiendo levantar el sitio, como hizo el ateniense Formión, quien, después de arrasar la comarca de Calcis, recibió embajadores de esta plaza, les dio las mayores seguridades, les hizo toda clase de promesas, y, aprovechando su ciega confianza, se hizo dueño de la población.

Deben los sitiados vigilar cuidadosamente a los sospechosos que vivan entre ellos, pero muchas veces se les atrae mejor con beneficios que con castigos. Supo Marcelo que Lucio Brando, de Nola, se inclinaba a favorecer a Aníbal, y le trató tan bondadosa y generosamente que, de enemigo, lo convirtió en el mejor amigo de los romanos.

Más cuidadosos deben ser los sitiados con las guardias cuando el enemigo está distante que cuando está próximo; como también deben custodiar mejor los sitios por donde crean más difícil el ataque, porque se han perdido muchas plazas a causa de asaltarlas el enemigo por los puntos donde menos lo esperaban. Este error nace de dos causas: o de ser el sitio fuerte y creerlo inaccesible, o porque el enemigo finge atacar por un punto con gran estrépito y da por otro silenciosamente el verdadero asalto. Cuiden, pues, con grande atención los sitiados de evitar ambos peligros y a todas horas, especialmente de noche, tener vigilantes guardias en las murallas, no sólo de hombres, sino también de perros fieros y ágiles para que de lejos olfateen al enemigo y con sus ladridos lo descubran.

Actual sistema de ataques

Si se es atacado en una que no tenga fosos interiores, como antes explique, para impedir que el enemigo entre por la brecha que la artillería abra en la muralla (porque es inevitable la rotura del muro con los proyectiles), se necesita, mientras la artillería bate la muralla, abrir un foso por detrás de la parte batida, foso que tendrá, por lo menos, treinta brazos de ancho, y la tierra que de él se saque ponerla entre el foso y la población formando parapeto, que sirve para que el foso resulte más profundo. Es preciso empezar este trabajo con tiempo oportuno para que, al caer la parte de muralla batida, tenga el foso por lo menos cinco o seis brazos de profundidad, e importa, mientras se ahonda, cerrarlo por cada lado con una casamata. Si la muralla es bastante resistente para dar tiempo a hacer el foso, resulta más fuerte la plaza por la parte de la brecha que por las demás, porque el reparo tiene la forma que he recomendado al hablar del foso interior.

Pero si la muralla es débil y no da tiempo a hacer el foso, es indispensable demostrar el mayor valor, oponiéndose con todas las fuerzas disponibles al asalto por la brecha. Esta manera de atrincherarse detrás de las murallas la practicaron los písanos cuando sitiasen su ciudad, porque la resistencia de las murallas les daba tiempo para construir los atrincheramientos y la dureza del terreno facilitaba su construcción. Sin estas dos ventajas, estaban perdidos. Será, pues, una precaución útil hacer los fosos por el interior de los muros y en toda su extensión, como recomendamos anteriormente, porque en este caso se espera al enemigo descansado y con plena seguridad.

Tomábanse en la Antigüedad muchas fortalezas por medio de minas, de dos modos: o haciendo secretamente una excavación hasta el interior de la ciudad y entrando por ella, que es como los romanos se apoderaron de Veyes, o minando las murallas para derribarlas. Este último procedimiento es el preferible, y ocasiona que las ciudades erigidas en las alturas sean débiles por la facilidad de minarlas. Poniendo en las minas pólvora, la explosión no sólo arruina una parte de la muralla, sino que agrieta la montaña y derrumba las fortificaciones por varios puntos. Para impedir esto se construyen las fortalezas en el llano, y los fosos que las rodean se profundizan hasta que el enemigo no pueda pasar con las minas por debajo de ellos sin encontrar agua. Éste es el mejor obstáculo a las minas.

Si la plaza defendida está en una altura, el remedio a las minas es hacer dentro de ella pozos profundos, con los cuales se inutilizan. También son útiles las contraminas cuando se conoce precisamente el sitio de la mina. Este recurso es excelente, pero resulta difícil descubrir el punto por donde va la mina si el enemigo es cauto al hacerla.

Procurarán, sobre todo, los sitiados no dejarse sorprender durante el descanso, como después de un asalto o al terminar las guardias, es decir, al amanecer y al anochecer, y especialmente a la hora de comer, porque en estos momentos han sido asaltadas muchas plazas, y también los sitiados han destruido no pocos ejércitos sitiadores. Preciso, es, pues, que unos y otros estén constantemente en guardia y tengan sobre las armas una parte de sus tropas.

Debo advertir que lo que dificulta la defensa de una plaza fuerte o de un campamento es la necesidad de tener desunidas las fuerzas de los defensores, porque pudiendo el enemigo escoger a su gusto el punto de ataque, preciso es que todos estén custodiados, y, mientras aquél ataca con toda su fuerza, el defensor le resiste con parte de la suya. Además, el sitiado puede ser completamente vencido, mientras el sitiador sólo es rechazado, por lo cual muchas veces los sitiados en una plaza o en un campamento han preferido, aun siendo inferiores en fuerzas, salir a campo raso y combatir y vencer al enemigo. Esto hizo Marcelo en Ñola y César en las Galias. Al ver sus campamentos sitiados por gran número de galos y comprender la imposibilidad de defenderlos (por necesitar subdividir sus fuerzas para atender a todos los puntos de ataque y no poder emplearlas unidas en una impetuosa agresión), abrieron uno de los lados, sacaron por él tenias sus tropas y acometieron tan valerosamente a los sitiadores, que los rechazaron y derrotaron.

Reglas que nunca deben olvidarse

Llegando al final del diálogo, Maquiavelo nos habla de algunas reglas generales que nunca de deben olvidar. 

1.- Cuanto aprovecha al enemigo os perjudica, y viceversa

El que atienda más en la guerra a vigilar los intentos del enemigo y sea más constante en adiestrar su ejército, incurrirá en menos peligros, y con mejor fundamento esperará la victoria.

2.- No llevar jamás las tropas al combate sino después de averiguar sus disposiciones y comprender que van sin miedo y bien organizadas

No las comprometas en una acción sino cuando tengan la esperanza de vencer.

3.- Vale más vencer al enemigo por hambre que con las armas

El éxito de éstas depende más de la fortuna que del valor.

4.- Las mejores resoluciones son las que permanecen ocultas al enemigo hasta el momento de ejecutarlas

5.- Lo más útil en la guerra es conocer las ocasiones y saberlas aprovechar

6.- La naturaleza hace menos hombres valientes que la educación y el ejercicio

7.- En la guerra, vale más la disciplina que la impetuosidad

8.- Los que se pasan del campo contrario al vuestro, si permanecen fieles, son una gran conquista

Porque la fuerza del enemigo disminuye más por la perdida de los que huyen que por la de los que mueren, aunque el nombre de tránsfuga sea sospechoso entre quienes le reciben y odioso para los que deja.

9.- Cuando se ordena un ejercito en batalla, vale más tener detrás de la primera línea bastantes reservas, que desparramar las tropas por aumentar el frente de combate

10.- Difícilmente es vencido quien sabe conocer su fuerza y la del enemigo

11.- Respecto a los soldados, vale más el valor que el número, y a veces aprovecha más la posición favorable que el valor

12.- Las cosas nuevas y repentinas asustan a los ejércitos

Las ordinarias y lentas se estiman poco. Cuando el enemigo es nuevo, conviene que vuestras tropas lo conozcan por medio de algunas escaramuzas antes de empeñar una batalla decisiva.

13.- El que persiga desordenadamente al enemigo, después de derrotado, es porque quiere convertirse de victorioso en vencido.

14.- Quien no prepare las provisiones necesarias de víveres, será vencido sin pelear

15.- Es preciso escoger el campo de batalla según se tenga más confianza en la caballería que en la infantería, o viceversa

16.- Cuando quieras saber si ha penetrado algún espía en el campamento, ordena entrar a todos en sus tiendas

17.- Cambia tus disposiciones cuando adviertas que el enemigo las ha previsto

18.- Aconséjate de muchos respecto a lo que debes hacer, y de pocos en lo que quieres hacer

19.- El orden en los ejércitos se mantiene durante la paz con el temor y el castigo, y en la guerra, con la esperanza y los premios

20.- Los buenos generales sólo entablan batallas cuando la necesidad les obliga o la ocasión los llama

21.- Procurad que el enemigo no sepa vuestro orden de batalla, y cualquiera que ésto sea, haced que la primera línea pueda refugiarse en la segunda y ésta en la tercera

22.- Durante la lucha, no ordenéis a un batallón otra cosa que aquello a que está destinado

Porque esto produce incertidumbre y desorden.

23.- Los accidentes imprevistos se remedian con dificultad; los previstos, fácilmente.

24.- Los hombres, las armas, el dinero y el pan, son el nervio de la guerra(1)

Pero de estos cuatro elementos, los más necesarios son los dos primeros, porque los hombres y las armas encuentran el dinero y el pan; pero el pan y el dinero no encuentran armas y soldados.

25.- E1 rico desarmado es la recompensa del soldado pobre

26.- Acostumbrad a vuestros soldados a despreciar las comidas delicadas y los trajes lujosos

Estas son a grandes rasgos, todas las máximas que Fabrizio recomienda a aquellos que planean hacer una guerra.

Cualidades de un buen general

A gusto de Fabrizio, se deben inventar recursos oportunos, porque sin inventiva nadie puede llegar a ser grande hombre en su profesión, y si la invención honra en todas las cosas, en el arte militar es honrosísima; tanto, que los escritores celebran hasta inventos de poca monta, como se ve que alaban a Alejandro Magno que, para levantar el campo rápidamente, no daba la señal con las trompetas, sino poniendo un gorro sobre una lanza. 

Asimismo se le alaba por haber ordenado a sus soldados que, al atacar el enemigo, arrodillasen la pierna izquierda para contener con mayor seguridad su empuje, y, alcanzada la victoria por este medio, tanto se le elogió, que todas las estatuas elevadas en su honor se ponían en esta actitud.

De todas las instituciones humanas, las militares son las que más se prestan a restablecer las reglas antiguas, pero sólo por príncipes de Estados tan importantes que puedan poner sobre las armas quince o veinte mil jóvenes. Por otra parte, ninguna reforma es más difícil a los que no pueden reunir tales fuerzas. Para que se entienda mejor el pensamiento,  los generales llegan por dos caminos a ser lamosos: unos han realizado grandes cosas con tropas organizadas y disciplinadas, como la mayoría de los generales romanos, y de otros países que mandaron ejércitos, sin más trabajo que el de mantener la disciplina y guiarlos con acierto; otros, antes de ir contra el enemigo, se han visto precisados a organizar y disciplinar las tropas que habían de llevar a sus órdenes, y éstos son dignos, sin duda, de mayor alabanza que los autores de grandes empresas con ejércitos anteriormente formados y organizados. 

Entre los que han tenido que formar sus ejércitos cabe citar a Pelópidas, Epaminondas, Tulio Ostilio, Filipo de Macedonia, el padre de Alejandro, Ciro, rey de Persia, y el romano Sempronio Graco. Todos estos se vieron obligados a formar el ejército antes de combatir con él; todos pudieron organizarlo no sólo por sus excelentes dotes, sino por tener súbditos en número suficiente para ejecutar sus designios. Por grande que fuera su talento y habilidad, jamás hubieran conseguido buen éxito en un país extranjero, lleno de hombres corrompidos, no acostumbrados a ninguna honrada obediencia, ni a nada digno de alabanza.

No basta hoy en Italia saber mandar un ejército organizado; es necesario, primero, saberlo hacer y después, saberlo mandar. Esto sólo es posible a los soberanos de extensos Estados y numerosos súbditos; no a mí, que siempre he mandado y mandaré soldados sometidos a un poder extranjero e independientes de la voluntad.

Gobernados por príncipes ignorantes, los italianos no han podido adoptar ninguna buena institución militar, y no obligándoles, como a los españoles, la necesidad, tampoco han sabido organizarse por sí mismos, llegando a ser vituperio del mundo.

Conclusión

Hemos llegado al final de este gran libro que es el arte de la guerra, y finaliza con un Maquiavelo más bien pesimista con respecto a la Italia de aquella época. Este texto servirá para los príncipes, por ejemplo a Mauricio de Orange-Nassau y Gusstavo II Adolfo de Suecia, y de hecho, todas las guerras antes de las guerras napoleónicas aplicarán estas mismas técnicas de guerra. Sin duda, un gran legado el que nos deja el filósofo florentino.