martes, 22 de octubre de 2024

Jean Bodin - Vida y obra (1526 - 1596)

Jean Bodin es una figura central en el desarrollo de la teoría política moderna, cuyas ideas sobre la soberanía, la justicia y la economía tuvieron una gran influencia en la formación de los Estados modernos. Aunque algunas de sus ideas fueron radicales para su tiempo, su enfoque sobre el poder y la gobernanza sigue siendo relevante en el pensamiento político contemporáneo. Veamos la vida y obra de Jean Bodin

JEAN BODIN

VIDA Y OBRA

Jean Bodin nació en Angers entre junio de 1529 y junio de 1530. Era el cuarto de siete hijos en una familia burguesa. Su padre, Guillaume Bodin, era comerciante y maestro modisto, mientras que su madre, Catherine Dutertre, provenía de una familia con conexiones legales. A pesar de rumores, sus padres no eran de origen judío.

Bodin fue educado por los carmelitas de Angers y en 1545 se unió al convento de los Grands Carmes de París como novicio para estudiar filosofía bajo Guillaume Prévost. Allí estuvo expuesto tanto a la escolástica medieval como al humanismo renacentista. Estudió hebreo y griego con destacados maestros, y pudo haber presenciado la ejecución del humanista Étienne Dolet en 1546.

Estudios de derecho

En 1547-1548, parece haber estado involucrado en un proceso por herejía, pero en 1549 fue liberado de sus votos monásticos con la ayuda del obispo de Angers. Posteriormente, estudió derecho en Toulouse y se convirtió en profesor de derecho romano, donde escribió varios tratados que luego pidió fueran quemados.

En el siglo XVI, la Universidad de Toulouse, una de las más grandes de Francia con más de cuatro mil estudiantes, tanto locales como extranjeros, enfrentaba críticas por sus métodos tradicionales de enseñanza del derecho. Se había introducido una nueva forma de interpretar el Código de Justiniano en universidades italianas como Bolonia y Padua, que criticaba los métodos antiguos de Toulouse. Profesores visitantes y académicos franceses que estudiaron en Italia bajo Alciati también impulsaban estas críticas.

La escuela de los post-glosadores, liderada por Bartolus de Sassoferrato, había intentado aplicar el Código y la Glosa a las condiciones del siglo XIV, usando métodos escolásticos. Sin embargo, los humanistas del Renacimiento italiano, como Laurentius Valla, criticaban a los juristas por ignorar tanto el contexto en que surgieron las leyes como el valor de los estatutos romanos como fuente de conocimiento histórico. Humanistas como Politian y Bude buscaron reformar la enseñanza legal, basándola en el conocimiento clásico.

Alciati, influido por el humanismo y el derecho, promovió la importancia de la cultura y la historia clásicas para interpretar el Código de Justiniano. Enseñó este nuevo método en universidades como Avignon y Bourges, influyendo en profesores franceses como Cujas y Duaren, quienes promovían un enfoque histórico en la enseñanza del derecho, situando los textos legales en su contexto histórico y en la obra de los juristas. Este método innovador colaboraba estrechamente entre humanistas y abogados, llevando a la proclamación de que la filosofía última era el Derecho.

En 1561, regresó a París para trabajar como abogado, justo al inicio de las Guerras de Religión en Francia, pero no tuvo mucho éxito en esta profesión. Durante su estancia en Toulouse, también se relacionó con influyentes figuras políticas que le ayudaron en su carrera.

Jean Bodin, influenciado por el humanismo y su formación en teología y derecho, desarrolló un deseo de lograr una síntesis del derecho universal, integrando estos tres campos en una filosofía de la historia. Su interés por los métodos de enseñanza se evidencia en su obra Gratia de instituenda in republica juventute, donde abogaba por la creación de una escuela de cultura clásica vinculada a la facultad de derecho, mostrando su enfoque hacia una educación que uniera el derecho con el conocimiento clásico y humanista.

Carrera política

En 1562, Jean Bodin era abogado en el Parlamento de París y en 1566 publicó su primera obra importante, Methodus ad facilem historiarum cognitionem, que fue un éxito y requirió una segunda edición en 1572. En 1567, fue nombrado sustituto del fiscal del rey en Poitiers. Sin embargo, en 1569 fue arrestado por motivos religiosos y encarcelado hasta 1570. Durante ese tiempo, publicó una obra sobre economía, donde describió el papel dinámico del dinero, lo que le atribuyó el desarrollo de una teoría cuantitativa del dinero.

En 1570, Carlos IX lo nombró comisario para la reforma de los bosques en Normandía, donde llevó a cabo su tarea con diligencia. En 1571, se convirtió en consejero del duque de Alençon y se mantuvo en ese cargo hasta la muerte del duque en 1584. En 1576, publicó su obra más importante, Los seis libros de la República, una referencia clave en filosofía política.

Bodin también participó en los Estados Generales de Blois de 1576, donde se opuso a la reanudación de la guerra contra los hugonotes. Esta postura le hizo perder el favor real y fue investigado por sus antecedentes religiosos. Además, publicó textos sobre derecho, contribuyendo al desarrollo del derecho internacional público. En 1580, escribió Sobre la demonomanía de los brujos, una guía que pedía penas severas contra los acusados de brujería.

Tras la muerte del duque de Alençon, Bodin se retiró a Laon, donde asesoró al rey de Navarra y al marqués de Moy. Durante este tiempo, sus posiciones políticas fluctuaron, apoyando a la Liga Católica y posteriormente a Enrique IV.

Muerte de Jean Bodin

Jean Bodin murió en 1596 en la ciudad de Laon, Francia, a causa de la peste, una enfermedad que asolaba Europa en aquella época. Aunque los detalles específicos sobre su muerte son escasos, se sabe que la peste fue una de las principales causas de mortalidad en el siglo XVI, y Bodin no fue inmune a su devastación.

Bodin pasó sus últimos años retirado en Laon, donde trabajaba como consejero del rey de Navarra (futuro Enrique IV) y como procurador del rey. A pesar de que fue una figura influyente en la política y en el pensamiento filosófico de su época, sus últimos días estuvieron marcados por una cierta retirada de la vida pública, probablemente debido al clima de incertidumbre política y las tensiones religiosas de la época, así como a las epidemias que frecuentemente azotaban las ciudades europeas.

Murió sin que sus dos hijos alcanzaran la edad adulta, y también dejó una hija que padecía una discapacidad mental. Estos detalles personales, junto con su fallecimiento debido a una epidemia, reflejan las difíciles condiciones de la época en que vivió, incluso para figuras prominentes como él.


Pensamiento

Historia

Jean Bodin, apasionado por el orden y las clasificaciones, publicó en 1566 su Methodus ad facilem historiarum cognitionem (Método para facilitar el conocimiento de la Historia), una obra que sitúa la historia en el centro de un proyecto filosófico de totalización del conocimiento. Bodin consideraba que la historia ofrecía lecciones útiles para establecer leyes, y en su obra abogaba por un método para organizar y clasificar la enorme cantidad de datos históricos.

A lo largo de diez capítulos, Bodin proponía un sistema para clasificar los datos históricos y compararlos, con el objetivo de evaluar las constituciones políticas y extraer lecciones prácticas para la ciencia política. Rechazaba la intervención de la Providencia en la historia y defendía la idea de que las acciones humanas estaban determinadas por la voluntad, lo que hacía posible identificar las leyes que rigen el devenir de las sociedades.

Bodin también desarrollaba una visión cíclica de la historia, observando que las virtudes y los vicios, el conocimiento y la ignorancia, y el honor y la infamia se suceden en ciclos. Su método se alejaba de las interpretaciones de los antiguos humanistas, viendo la historia como una ciencia para comprender y mantener el poder, al igual que Maquiavelo.

A pesar de algunas críticas contemporáneas, como las de La Popelinière, que consideraban que Bodin abarcaba temas demasiado amplios, su obra fue clave en el desarrollo de una historia universal y del comparativismo histórico, influyendo en obras posteriores como las de Voltaire o Herder.

Economía

Jean Bodin aborda el análisis económico en el sexto libro de Los seis libros de la República. Aunque, según Schumpeter, su pensamiento económico está "apenas por encima de las ideas comúnmente aceptadas en su tiempo", sus principios de tributación representan un avance hacia las ideas que Adam Smith desarrollaría en La riqueza de las naciones. Bodin defendió claramente la libertad de comercio, afirmando que para la grandeza de un reino, el comercio debía ser "franco y libre", anticipando las tesis liberales por dos siglos.

En 1563, la Cámara de Cuentas de París inició un estudio para investigar la relación entre el aumento de precios y la depreciación de la moneda. En 1566, Jean de Malestroit publicó Las paradojas del señor de Malestroict sobre el hecho de las monedas, donde atribuía la subida de precios a manipulaciones monetarias. Jean Bodin, insatisfecho con este análisis, respondió en 1568 con su obra Respuesta a las paradojas del señor de Malestroict, donde argumentaba que el aumento de precios no solo se debía a la depreciación de la moneda, sino también a la llegada de oro y plata del Nuevo Mundo, la existencia de monopolios, los gastos de los reyes y las manipulaciones monetarias.

Aunque la tesis de Bodin sobre la influencia de la llegada de metales preciosos no era completamente novedosa, pues ya había sido esbozada por autores como Martín d'Azpilcueta y Copérnico, Bodin presentó una de las primeras bases de lo que más tarde se conocería como la teoría cuantitativa del dinero.

Estado de Derecho

La definición que Bodin nos da para la palabra Estado es la siguiente:

''Es un conjunto de familias y sus posesiones comunes gobernadas por un poder de mando según la razón''

Jean Bodin deseaba repensar el derecho romano desde una perspectiva universal, más allá de las fronteras nacionales. Esto se refleja en su obra Iuris Universi Distributio (1568), en la que buscaba sistematizar el derecho romano mediante dicotomías para reducir los riesgos de interpretación subjetiva en la justicia. Cuatro años después de la masacre de San Bartolomé, en medio de las guerras de religión, publicó Los seis libros de la República (1576), una reflexión profunda sobre el arte de gobernar y la soberanía del rey como garante de la paz civil. Su obra, publicada en francés para llegar a un público amplio, está organizada en seis libros que tratan temas como la naturaleza del poder, los tipos de repúblicas, la relación entre el príncipe y sus súbditos, y la justicia.

La principal aportación de Bodin es su teoría de la soberanía, que concibe como un poder absoluto y perpetuo dentro del Estado. Bodin utiliza el término "república" para referirse a los asuntos públicos regidos por la ley, destacando que la soberanía reside en el príncipe y es ilimitada salvo por las leyes divinas y naturales. Aunque introduce innovaciones al definir la soberanía, sigue manteniéndose dentro de una tradición ético-teológica. La soberanía no puede estar sujeta a limitaciones por otras naciones, lo que lleva a Bodin a teorizar la inmunidad del Estado, influyendo posteriormente en pensadores como Rousseau y Hobbes.

Bodin también rechaza el nacionalismo, proponiendo una visión universalista en la que las diferencias entre pueblos se explican por factores geográficos, como la latitud, y no por el origen étnico. Desarrolla una "teoría de los climas" que influye en pensadores posteriores como Montesquieu, y afirma que las migraciones y la mezcla de pueblos han diluido las purezas raciales, con la excepción de los hebreos.

En el ámbito político, distingue entre Estado y gobierno, argumentando que un Estado puede ser monárquico, aristocrático o popular, mientras que el gobierno puede ser mixto. Esta distinción le permite analizar las diferentes formas de república y las características del poder monárquico. Además, Bodin defiende la subordinación de la mujer al hombre en la esfera política y familiar, basándose en la ley natural y divina.

Por último, su noción de justicia armónica, inspirada en el pitagorismo y la filosofía de Platón, sostiene que la organización social debe buscar la armonía entre sus componentes, de la misma manera que en la música. Para Bodin, esta justicia armónica se alcanza mediante el mérito individual, lo que permite el ascenso social basado en las virtudes y no en el nacimiento, como lo ejemplifican figuras históricas como Bertrand du Guesclin y Michel de l'Hospital.

Soberanía

En Los seis libros de la República (1576), Jean Bodin define la soberanía como el "poder absoluto y perpetuo de una República". El soberano es quien tiene la capacidad de dictar leyes sin recibirlas de otro, no estando sujeto a leyes humanas escritas, aunque sí a las leyes divinas y naturales. Bodin aclara que ningún soberano está por encima de estas leyes universales. Esta definición de soberanía es amplia y ha perdurado a lo largo de la historia, aunque ha sufrido variaciones, especialmente en relación con quién detenta el poder soberano, ya sea el pueblo, la nación o el Estado.


Diferencias con Nicolás Maquiavelo

Jean Bodin y Maquiavelo fueron dos pensadores clave del Renacimiento, cuyas obras han tenido un impacto duradero en el pensamiento político occidental. Ambos escribieron sobre el poder y la política, pero lo hicieron desde perspectivas y contextos diferentes, lo que les llevó a formular teorías distintas sobre la soberanía, el poder y la gobernanza.

  1. Contexto y objetivos:

    • Maquiavelo: Escribió en un contexto de inestabilidad política en Italia, con estados en conflicto y la amenaza constante de invasión extranjera. Su obra El Príncipe está destinada a ser un manual pragmático para gobernantes, con el objetivo de que mantuvieran y consolidaran el poder en circunstancias adversas.
    • Bodin: Escribió en un contexto marcado por las guerras de religión en Francia. Su obra principal, Los seis libros de la República, busca no solo consolidar el poder monárquico, sino también proporcionar un marco teórico para la soberanía y la unidad del Estado, que garantice la paz y la estabilidad a largo plazo.
  2. Visión del poder:

    • Maquiavelo: Sostiene que el poder debe ser mantenido a toda costa, incluso recurriendo a la crueldad y el engaño si es necesario. La moralidad es secundaria al éxito político, lo que lleva a su famosa frase sobre que es mejor ser temido que amado si no se puede ser ambos.
    • Bodin: Aunque también se enfoca en la consolidación del poder, su visión está más relacionada con el concepto de soberanía como un poder absoluto, pero sujeto a las leyes divinas y naturales. Para Bodin, el soberano debe actuar de acuerdo con la justicia, y el poder absoluto no significa que sea arbitrario.
  3. Naturaleza del Estado:

    • Maquiavelo: Considera al Estado como un medio para que el gobernante mantenga su poder y control. No le interesa tanto la forma de gobierno, sino más bien cómo el príncipe puede usar su poder de manera eficaz para lograr la estabilidad.
    • Bodin: Ve al Estado como una estructura que necesita soberanía central para sobrevivir. Su idea de la república se basa en un concepto legalista, donde el poder debe regirse por la ley, y la soberanía reside en una autoridad absoluta, pero sujeta a las leyes divinas.
  4. Soberanía y legitimidad:

    • Maquiavelo: No se enfoca tanto en la legitimidad o la soberanía desde una perspectiva jurídica. Para él, la legitimidad del poder depende de su capacidad para mantener el control, y el gobernante debe adaptarse a las circunstancias para sobrevivir.
    • Bodin: Introduce el concepto de soberanía como el poder absoluto y perpetuo dentro de un Estado. El soberano tiene el derecho exclusivo de hacer y deshacer leyes, aunque está limitado por las leyes divinas y de la naturaleza.
  5. Moralidad y política:

    • Maquiavelo: Defiende una separación entre la moralidad y la política. El éxito y la eficacia del gobernante son lo más importante, lo que puede requerir medidas inmorales.
    • Bodin: Aunque defiende el poder absoluto, su visión está más moralmente orientada. La soberanía debe ser ejercida de acuerdo con principios de justicia y respeto a la ley natural y divina.

Cuadro Comparativo entre Jean Bodin y Maquiavelo

Aspecto

Jean Bodin

Maquiavelo

Contexto

Guerras de religión en Francia

Inestabilidad política en Italia

Obra principal

Los seis libros de la República (1576)

El Príncipe (1513)

Visión del poder

Poder absoluto basado en la soberanía, limitado por la ley divina y natural

El poder se mantiene a través de la astucia y la fuerza, sin moralidad fija

Objetivo

Garantizar la paz y estabilidad mediante la soberanía absoluta del monarca

Mantener el poder en manos del gobernante a cualquier costo

Naturaleza del Estado

El Estado es una estructura con soberanía central y legalista

El Estado es un medio para que el gobernante mantenga el control

Soberanía

El soberano tiene poder absoluto y perpetuo, limitado solo por leyes naturales y divinas

No se centra en la soberanía legal; el poder del gobernante depende de su capacidad para mantener el control

Moralidad y política

El soberano debe actuar de manera justa, respetando la ley divina y natural

La política debe estar separada de la moralidad; la eficacia es lo más importante

Legitimidad

La soberanía reside en el monarca, quien gobierna por derecho divino y legal

La legitimidad se basa en la capacidad del gobernante para mantener el poder

Influencia en el derecho

Fundador del concepto de soberanía moderna, y del derecho constitucional

Innovador en el análisis del poder y la política pragmática, influencia en el realismo político

En resumen, mientras que Maquiavelo ofrece una visión pragmática y, a menudo, cínica del poder político, enfocada en la supervivencia del gobernante, Bodin desarrolla una teoría más estructurada y normativa sobre la soberanía y el derecho, orientada a la creación de un Estado fuerte y ordenado basado en la ley y la justicia.

Teatro Universal

El Teatro de la Naturaleza Universal de Jean Bodin, publicado como un diálogo entre un maestro y un discípulo, muestra su interés por una explicación sistemática de los fenómenos naturales, aunque a menudo recurre a la experimentación personal, como en la alquimia o la física. Sin embargo, algunas de sus observaciones eran incorrectas, y su enfoque a menudo incluía elementos bíblicos y mitológicos, lo que lo alejaba de los avances científicos de su tiempo. Bodin rechazaba la teoría heliocéntrica de Copérnico y Galileo, apoyándose en la Biblia y en Ptolomeo para defender una visión geocéntrica.

Aunque no fue un científico destacado, Bodin se mostró como un etnólogo interesado en las culturas, especialmente en las del Islam. Reconoció aspectos positivos de la religión musulmana, lo que reflejaba su apertura hacia otras creencias. En su obra, busca ver una finalidad divina en todos los aspectos de la naturaleza, interpretando el mundo como un reflejo de la voluntad de Dios.

El Teatro fue menos popular que otras obras de Bodin y recibió críticas, especialmente por su orientación antiaristotélica y su interés por el judaísmo, aunque fue bien recibido en Europa Central. Su falta de interés en las matemáticas y su enfoque tradicionalista limitaron el alcance de su filosofía natural, en contraste con figuras posteriores como Francis Bacon y Descartes, quienes fundaron la ciencia moderna. Bodin veía la filosofía natural como un medio para superar los conflictos políticos y religiosos de su tiempo a través de la admiración compartida por la creación divina.

Absolutismo

Jean Bodin es considerado uno de los principales precursores del absolutismo francés gracias a su teoría de la soberanía, desarrollada en su obra Los seis libros de la República (1576). En esta obra, Bodin establece las bases filosóficas para un poder monárquico absoluto, un concepto que influiría profundamente en el desarrollo de las monarquías absolutas en Francia, particularmente bajo los reinados de Luis XIII y Luis XIV. Su concepción de la soberanía como un poder supremo, perpetuo e indivisible fue una de las primeras formulaciones teóricas del absolutismo en Europa.

La idea central de Bodin es que el poder soberano reside exclusivamente en el monarca, quien no debe estar subordinado a ninguna otra autoridad dentro del Estado. Según Bodin, el soberano tiene el derecho de hacer y deshacer leyes, lo que implica que el monarca es la fuente suprema de la legalidad en su reino. Aunque Bodin reconoce ciertos límites teóricos a este poder, como las leyes divinas y de la naturaleza, su definición de soberanía implica que el monarca no está obligado a obedecer las leyes que él mismo ha promulgado. Esta visión del poder absoluto, donde el rey tiene la última palabra en todos los asuntos del Estado, es uno de los pilares sobre los que se construyó el absolutismo francés.

Otro aspecto fundamental de la teoría de Bodin es que el soberano debe tener el control exclusivo sobre las decisiones fundamentales del Estado, como la legislación, la justicia, la guerra y la paz, sin interferencia de otras instituciones o cuerpos intermedios, como la nobleza o el parlamento. Esta concentración de poder en manos del monarca es lo que diferencia la monarquía absolutista de otras formas de gobierno mixtas o limitadas. Para Bodin, el soberano actúa como árbitro supremo, y su poder debe garantizar la estabilidad y el orden en el reino, lo que resulta crucial en el contexto de las guerras de religión que sacudían a Francia en ese momento.

Aunque Bodin no vivió para ver la plena implementación de sus ideas, sus teorías sobre la soberanía sentaron las bases filosóficas y legales que inspiraron a los monarcas absolutos de Francia, como Luis XIV, quien encarnó la noción de monarquía absoluta con su famosa frase "El Estado soy yo". Así, Jean Bodin es visto como un precursor clave del absolutismo, al proporcionar una justificación teórica para la concentración de poder en manos de un monarca fuerte y soberano, libre de las restricciones impuestas por otros poderes o instituciones.

Brujería

Bodin aboga por la persecución y castigo severo de las personas acusadas de brujería. Esta obra refleja tanto el contexto histórico de la época, marcado por un gran miedo y obsesión con lo sobrenatural, como las creencias personales de Bodin sobre el peligro que representaban los brujos para la sociedad.

Bodin consideraba que la brujería era una amenaza grave y real para el orden social y político, y sostenía que los brujos eran agentes del diablo que debían ser erradicados. En De la demonomanía, propone un enfoque legal y judicial para enfrentar este problema, sugiriendo que los jueces debían ser especialmente rigurosos y que las pruebas contra los acusados, incluso si eran escasas o dudosas, no debían ser desestimadas. Defendía, además, el uso de la tortura como un medio legítimo para obtener confesiones.

A diferencia de otros pensadores de su época que podrían haber sido más escépticos sobre la existencia de la brujería, Bodin estaba convencido de la realidad de los poderes malignos y creía que las brujas tenían la capacidad de invocar fuerzas sobrenaturales para dañar a la sociedad. Esta postura lo situó como uno de los defensores más vehementes de la persecución de brujas, contribuyendo así a la intensificación de los procesos judiciales por brujería en Europa.

El delito de brujería sería establecido gracias a las ideas de Jean Bodin. 

Religión

Postura religiosa

Jean Bodin fue oficialmente católico, una afiliación que mantuvo durante su vida en el contexto de las intensas Guerras de Religión en Francia entre católicos y protestantes. Sin embargo, su pensamiento y su obra mostraron una notable apertura hacia otras creencias, lo que ha generado debate sobre sus convicciones religiosas personales. En una época en la que las posturas religiosas eran rígidas y conflictivas, Bodin defendió la necesidad de mantener la paz a través de la tolerancia religiosa, lo que lo hizo sospechoso para algunos contemporáneos católicos.

Uno de los aspectos más interesantes del pensamiento religioso de Bodin es su simpatía por el diálogo interreligioso. En su obra Coloquio de los siete sobre los secretos de lo sublime, Bodin puso en escena a representantes de distintas religiones (catolicismo, protestantismo, judaísmo, islam, entre otras) para discutir cuestiones teológicas. Este enfoque refleja su creencia en que ninguna religión tenía el monopolio de la verdad, y su llamado a la tolerancia religiosa. Esta actitud lo alejó de la ortodoxia católica dominante de su tiempo, que consideraba herética cualquier forma de ecumenismo o sincretismo religioso.

Aunque Bodin mostró un gran interés intelectual en el judaísmo, no hay evidencia de que haya practicado esta religión. A veces se ha especulado que sus creencias se inclinaban hacia el judaísmo o el protestantismo, debido a su cercanía con ciertos círculos intelectuales y su postura de tolerancia. Sin embargo, estas teorías siguen siendo objeto de especulación y no hay pruebas concluyentes de que Bodin profesara una fe diferente al catolicismo. Lo que sí es claro es que su pensamiento religioso fue plural y abierto, marcadamente distinto al dogmatismo que prevalecía en su tiempo.

Guerras de Religión

Jean Bodin jugó un papel significativo durante las Guerras de Religión en Francia (1562-1598), un periodo de conflicto entre católicos y protestantes (hugonotes). Aunque no fue un líder militar ni directamente involucrado en las confrontaciones armadas, su contribución más importante a estas guerras fue su enfoque teórico y su defensa de la tolerancia religiosa como una forma de resolver los conflictos.

Bodin, a través de su obra y su participación en la política francesa, defendió la necesidad de una paz civil basada en la separación entre religión y política, lo que le llevó a formular ideas clave que contribuyeron a mitigar las tensiones religiosas en su país. Su concepto de soberanía, desarrollado en Los seis libros de la República (1576), es fundamental en este sentido. Para Bodin, el rey debía ser el garante de la paz civil, pero no como líder religioso, sino como un árbitro neutral que mantuviera el orden y la estabilidad sin imponerse en cuestiones de fe. Esto era particularmente relevante en un contexto donde el consenso religioso había desaparecido y las luchas entre católicos y protestantes eran encarnizadas.

Además, Bodin fue delegado en los Estados Generales de Blois en 1576, un momento clave en las guerras de religión, donde se discutía la posibilidad de reanudar las hostilidades contra los protestantes. En estas reuniones, Bodin se opuso firmemente a la reanudación de la guerra y defendió la negociación como solución. Creía que la imposición forzada del catolicismo no haría sino prolongar el conflicto y perjudicar a la nación. Esta postura le hizo perder el favor de algunos sectores católicos más radicales, que veían con malos ojos su idea de tolerancia hacia los hugonotes.

Bodin también se opuso a la idea de que la guerra religiosa fuera una solución para resolver las diferencias entre católicos y protestantes, proponiendo en cambio un enfoque laico y pragmático del poder. En este sentido, su contribución fue más ideológica que militar o política, ya que proporcionó un marco conceptual que favorecía la convivencia pacífica entre diferentes credos bajo la autoridad de un soberano fuerte y justo, capaz de garantizar el orden sin depender de la religión.

En resumen, la contribución de Jean Bodin a las guerras de religión en Francia no fue a través de la confrontación directa, sino mediante sus ideas sobre la soberanía y la paz civil, promoviendo una política de tolerancia y separación entre religión y Estado. Aunque su enfoque no fue inmediatamente adoptado, influyó en el pensamiento político posterior y en el eventual Edicto de Nantes (1598), que estableció una cierta tolerancia religiosa y puso fin a las guerras de religión en Francia.

Influencia

Thomas Hobbes

Jean Bodin influyó notablemente en Thomas Hobbes, especialmente en su obra Leviatán (1651), donde Hobbes desarrolló una teoría del absolutismo basada en la soberanía indivisible. Aunque Hobbes llevó esta idea más lejos al justificar el poder absoluto del soberano mediante un pacto social, ambos compartían la convicción de que un poder fuerte y centralizado era esencial para mantener el orden. Hobbes adoptó el concepto bodiniano de soberanía absoluta, argumentando que el soberano no puede estar limitado por ninguna otra autoridad dentro del Estado, reflejando así la influencia de Bodin en su pensamiento sobre la naturaleza del poder.

Jean-Jacques Rousseau

Aunque las ideas de Jean-Jacques Rousseau sobre la soberanía se distancian del absolutismo monárquico de Bodin, hay una clara influencia en su noción de soberanía popular. En obras como El contrato social (1762), Rousseau retoma el principio de que la soberanía debe ser absoluta e indivisible, tal como lo planteaba Bodin, pero en su caso, la soberanía reside en el pueblo, no en el monarca. A pesar de las diferencias fundamentales, Rousseau utiliza conceptos de Bodin para desarrollar su teoría de un poder supremo que no puede dividirse, sentando las bases de su propia crítica a la monarquía absoluta.

Jacques-Bénigne Bossuet

El defensor más conocido del absolutismo en Francia, Jacques-Bénigne Bossuet, también fue influido por Bodin. En su obra Política sacada de las palabras de la Sagrada Escritura, Bossuet defendió la monarquía de derecho divino, utilizando muchos de los principios que Bodin había desarrollado en su teoría de la soberanía. Bossuet justifica el poder absoluto del monarca como un mandato divino, pero la idea de que el rey debe tener un poder supremo e indivisible se basa en las ideas seculares de Bodin sobre el gobierno.

Charles Loyseau

Charles Loyseau, jurista francés, tomó las ideas de soberanía de Bodin y las aplicó al derecho y las estructuras jerárquicas de Francia en su obra Tratado de los órdenes y simples dignidades (1610). Loyseau expandió el concepto de soberanía de Bodin al ámbito del derecho francés, ayudando a consolidar la idea de que el monarca debía tener el control absoluto del Estado, sin estar sujeto a los poderes intermedios. Su interpretación de las ideas de Bodin ayudó a cimentar el absolutismo que caracterizaría a Francia durante los reinados de Luis XIII y Luis XIV.

Cardin Le Bret

Cardin Le Bret, en su obra Tratado de la soberanía del rey (1632), siguió los pasos de Bodin al defender la soberanía absoluta del monarca. Le Bret, al igual que Bodin, argumentó que el soberano debía tener el poder supremo sobre el reino, y que ninguna otra autoridad debía restringir su capacidad de legislar. Le Bret profundizó en las implicaciones legales de esta soberanía, ayudando a reforzar la doctrina del absolutismo en la Francia del siglo XVII. Esta idea de soberanía indivisible, directamente inspirada en Bodin, influyó en la política francesa durante la era del absolutismo.

Montesquieu

Aunque Montesquieu criticó las ideas absolutistas que Bodin defendía, también fue influido por su concepto de soberanía. En El espíritu de las leyes (1748), Montesquieu analizó y rechazó el absolutismo de Bodin, proponiendo en su lugar la separación de poderes como un remedio a los abusos del poder soberano absoluto. Sin embargo, la obra de Bodin fue un punto de partida clave para Montesquieu, que reconoció la importancia de sus ideas sobre la soberanía, aunque las utilizara para argumentar en favor de un sistema político más equilibrado y con mayores controles sobre el poder.

Hugo Grocio

Hugo Grocio, considerado uno de los fundadores del derecho internacional, también fue influido por las teorías de Bodin sobre la soberanía. Aunque Grocio adoptó un enfoque más universalista y basado en el derecho natural, el concepto de que los Estados soberanos tienen autoridad suprema sobre sus territorios y no deben estar sujetos a poderes externos tiene una clara raíz bodiniana. Grocio, al desarrollar sus ideas sobre el derecho de las naciones, tomó en cuenta las contribuciones de Bodin al entender la soberanía estatal como la base del orden legal entre las naciones.


Conclusión

Jean Bodin fue un pensador clave del Renacimiento que, a través de su vida y obra, dejó una profunda huella en la teoría política y el pensamiento jurídico. Su principal contribución, el concepto de soberanía absoluta, sentó las bases del absolutismo en Francia y marcó un antes y un después en la forma en que se entendía el poder político. A lo largo de su carrera, Bodin intentó resolver los grandes desafíos de su época, como las guerras de religión y el caos político, proponiendo un Estado fuerte y centralizado que pudiera garantizar la paz y la estabilidad.

Fue un precursor del pensamiento moderno sobre el Estado, la soberanía y el poder, y su influencia se extendió mucho más allá de su vida, afectando el desarrollo de la política y el derecho en Europa durante siglos. Su legado, marcado por su compromiso con un orden fuerte y una justicia justa, sigue siendo relevante en los debates sobre el poder y el gobierno en la actualidad.

lunes, 21 de octubre de 2024

Juan Calvino - Carta a Claude de Sachin (1545)



La carta de Juan Calvino a Claude de Sachin, escrita en 1545, ofrece una reflexión profunda y matizada sobre la usura, un tema que ha sido objeto de controversia tanto en la esfera religiosa como en la económica. En un periodo en el que los valores tradicionales comenzaban a ser desafiados por las nuevas dinámicas del comercio y el capitalismo emergente, Calvino se enfrenta a la tensión entre las enseñanzas bíblicas y la realidad práctica de su tiempo. Con su característica claridad y perspicacia teológica, no se limita a condenar la usura sin más, sino que aborda las complejidades de este fenómeno, cuestionando hasta qué punto los principios religiosos deben adaptarse a las cambiantes condiciones sociales. Veamos el pensamiento económico tras la usura de Juan Calvino. 


CARTA A CLAUDE DE SACHIN

Antes de entrar al análisis de la carta, leámosla previamente:

Aún no he intentado responder adecuadamente a la pregunta que me planteaste; pero he aprendido por el ejemplo de otros con cuán grande peligro está asociado este asunto. Pues si se condena toda usura, se imponen cadenas más rígidas a la conciencia de las que el propio Señor desearía. O, si se cede aunque sea un poco, con ese pretexto, muchos se apropiarán de una libertad desmedida, la cual luego no podrá ser restringida por ninguna moderación ni limitación. Si te estuviera escribiendo solo a ti, temería menos esto; pues conozco tu buen juicio y moderación, pero ya que pides consejo en nombre de otra persona, temo que pueda permitirse mucho más de lo que deseo al aferrarse a alguna palabra, aunque estoy seguro de que examinarás cuidadosamente su carácter y, a partir del asunto tratado aquí, juzgarás lo que es conveniente y hasta qué punto puedo abrirte mis pensamientos.

Y primero, estoy seguro de que por ningún testimonio de la Escritura se condena totalmente la usura. Pues el sentido de esa expresión de Cristo: "Prestad, esperando nada a cambio" (Lucas 6:35), hasta ahora ha sido tergiversado; al igual que otro pasaje, cuando habla de los espléndidos banquetes y el deseo de los ricos de ser recibidos a cambio, y les manda más bien invitar a esos banquetes a los ciegos, cojos y otros necesitados que yacen en los cruces de caminos y no tienen la capacidad de hacer un retorno similar. Cristo quiso restringir el abuso de los préstamos, ordenándoles que presten a aquellos de quienes no hay esperanza de recibir o recuperar nada; y sus palabras deben interpretarse de la siguiente manera: si bien mandaría prestar a los pobres sin expectativa de reembolso o cobro de intereses, no quiso al mismo tiempo prohibir los préstamos a los ricos con intereses, de la misma manera que la orden de invitar a los pobres a nuestras fiestas no implica que la mutua invitación de amigos a banquetes quede en consecuencia prohibida. De nuevo, la ley de Moisés era política y no debería influir en nosotros más allá de lo que la justicia y la filantropía exijan.

Se podría desear que toda la usura y el propio nombre fueran eliminados primero de la tierra. Pero como esto no puede lograrse, debe considerarse qué puede hacerse para el bien público. Ciertos pasajes de las Escrituras permanecen en los Profetas y en los Salmos, donde el Espíritu Santo arremete contra la usura. Así, una ciudad es descrita como malvada porque se practica la usura en el foro y en las calles, pero como la palabra hebrea significa fraudes en general, esto no puede interpretarse tan estrictamente. Pero si concedemos que el profeta menciona la usura por nombre, no es de extrañar que entre los grandes males existentes, atacara la usura. Pues donde sea que se negocian ganancias, generalmente se añaden, como inseparables, la crueldad y muchos otros fraudes y engaños.

Por otro lado, se dice en alabanza de un hombre piadoso y santo "que no presta su dinero con usura". En efecto, es muy raro que un hombre sea honesto y a la vez usurero.

Ezequiel va incluso más lejos (Ezequiel 18:13). Enumerando los crímenes que inflamaron la ira del Señor contra los judíos, usa dos palabras, una de las cuales significa usura y se deriva de una raíz que significa consumir; la otra palabra significa aumento o adición, sin duda porque uno dedicado a su ganancia privada la toma o, más bien, la extorsiona del daño de su prójimo. Es claro que los profetas hablaron aún más severamente de la usura porque estaba prohibida por nombre entre los judíos, y cuando por tanto se practicaba en contra del mandato expreso de Dios, merecía una censura aún más fuerte.

Pero cuando se dice que, dado que la causa de nuestro estado es la misma, la misma prohibición de la usura debería mantenerse, respondo que hay alguna diferencia en lo que respecta al estado civil. Porque las circunstancias del lugar donde el Señor colocó a los judíos, así como otras circunstancias, tendieron a que les fuera fácil tratar entre ellos sin usura, mientras que nuestro estado hoy es muy diferente en muchos aspectos. Por lo tanto, la usura no está completamente prohibida entre nosotros a menos que sea contraria tanto a la justicia como a la caridad.

Se dice: "El dinero no engendra dinero". ¿Qué engendra el mar? ¿Qué produce una casa de la que recibo una renta? ¿Se genera dinero a partir de techos y paredes? Pero, por otro lado, tanto la tierra produce como algo se extrae del mar que luego produce dinero, y la conveniencia de una casa se puede comprar y vender por dinero. Si, por lo tanto, se puede derivar más beneficio del comercio a través del empleo del dinero que de los productos de una granja, cuyo propósito es la subsistencia, ¿debería aprobarse a quien arrienda una granja estéril a un agricultor, recibiendo a cambio un precio o parte del producto, y condenarse a quien presta dinero para usarlo en beneficio? Y cuando alguien compra una granja por dinero, ¿acaso esa granja no produce otro dinero anualmente? ¿Y de dónde proviene la ganancia del comerciante? Dirás, de su diligencia y su industria. ¿Quién duda que el dinero inactivo es totalmente inútil? Quien me pide un préstamo no tiene la intención de mantener lo que recibe inactivo. Por lo tanto, el beneficio no surge del dinero, sino del producto que resulta de su uso o empleo. Concluyo, por lo tanto, que la usura debe juzgarse, no por un pasaje particular de las Escrituras, sino simplemente por las reglas de equidad. Esto se aclarará más con un ejemplo. Imaginemos a un hombre rico con grandes posesiones en granjas y rentas, pero con poco dinero. Otro hombre, no tan rico, ni con tantas posesiones como el primero, pero que tiene más dinero disponible. El segundo, a punto de comprar una granja con su propio dinero, es solicitado por el más rico para un préstamo. Quien hace el préstamo puede estipular una renta o interés por su dinero, y además que la granja sea hipotecada a él hasta que se pague el principal, pero hasta que se pague, se contentará con el interés o usura sobre el préstamo. ¿Por qué, entonces, este contrato con una hipoteca, pero solo para el beneficio del dinero, debe ser condenado, cuando otro mucho más riguroso, tal vez, de arrendar o rentar una granja a un alto alquiler anual, es aprobado?

¿Y qué otra cosa es sino tratar a Dios como un niño cuando juzgamos los objetos por meras palabras y no por su naturaleza, como si la virtud pudiera distinguirse del vicio por una forma de palabras?

No es mi intención examinar completamente el asunto aquí. Solo quise mostrarte lo que deberías considerar más detenidamente. Debes recordar esto, que la importancia de la cuestión no radica en las palabras, sino en el objeto mismo.



Análisis de la carta

Ambivalencia sobre la usura

Calvino comienza su carta admitiendo la dificultad de responder a las preguntas sobre la usura de manera adecuada, señalando que es un asunto delicado. Esta ambivalencia refleja la tensión en su pensamiento entre dos posiciones: una condena absoluta de la usura y una aceptación regulada bajo ciertos principios. Aquí se encuentra una advertencia importante: condenar toda usura impondría una carga moral más pesada de la que Dios exige, pero permitirla sin restricciones abriría la puerta a abusos y excesos. Este dilema revela su preocupación por el equilibrio entre la justicia divina y las necesidades humanas en un contexto social cambiante.

Calvino argumenta que las Escrituras no condenan la usura de manera total. Para sustentar esta afirmación, analiza pasajes bíblicos clave como Lucas 6:35, donde Cristo dice: "prestad, esperando nada a cambio". Según Calvino, este pasaje ha sido malinterpretado: no prohíbe los préstamos con interés a los ricos, sino que exige generosidad hacia los pobres. El objetivo de Cristo era prevenir el abuso de los préstamos, especialmente hacia aquellos que no tienen capacidad de devolver. Aquí Calvino muestra una flexibilidad en su interpretación, diferenciando entre préstamos a ricos y pobres, y argumenta que no es apropiado aplicar un mandato moral uniforme sin considerar el contexto.

Asimismo, Calvino analiza la ley mosaica, que prohibía la usura entre los judíos, señalando que se trataba de una regulación política específica de su tiempo. Por lo tanto, esta ley no debería influir en los cristianos más allá de lo que exijan la justicia y la caridad. Aquí establece una distinción crucial entre las leyes divinas universales y las leyes civiles aplicadas en contextos históricos específicos, permitiendo así una interpretación más contextualizada y menos literalista de las Escrituras.

Aunque no la condena absolutamente, Calvino no ignora los peligros inherentes a la usura. Señala que las Escrituras condenan la usura en varios pasajes, y la asocian con la explotación, la crueldad y el fraude. Cita a los profetas que denunciaron la usura, no solo como un pecado en sí mismo, sino porque a menudo venía acompañada de prácticas injustas. Para Calvino, el problema de la usura está vinculado a la codicia y al abuso del prójimo, lo que la convierte en una actividad moralmente peligrosa. Sin embargo, reconoce que no siempre es así, y que la usura puede practicarse de forma justa y equitativa.

Relación con los judíos

Calvino destaca las diferencias entre el contexto en el que vivían los judíos y la realidad de su tiempo. Mientras que la ley judía prohibía la usura porque los israelitas podían vivir sin ella gracias a su organización social y económica, la situación en la Europa del siglo XVI era muy diferente. El comercio, la movilidad social y la economía basada en el capital estaban en auge, lo que hacía casi imposible evitar completamente la usura. Según Calvino, las circunstancias cambiantes justifican una flexibilización de la prohibición absoluta de la usura, siempre y cuando se respeten los principios de justicia y caridad.

Naturaleza del dinero

En su carta, Calvino también ofrece una defensa pragmática de la usura desde un punto de vista económico. Critica el argumento de que "el dinero no genera dinero", señalando que, de hecho, el dinero puede ser tan productivo como una granja o una propiedad inmobiliaria, ya que puede emplearse en actividades que generan ingresos. Calvino establece una analogía entre los contratos de arrendamiento de tierras y los préstamos de dinero con interés: si es justo alquilar una granja y recibir un beneficio por ello, ¿por qué condenar el préstamo de dinero bajo condiciones similares? Para él, la usura debe juzgarse no por prohibiciones abstractas, sino según los principios de equidad y justicia.

Equidad

Calvino insiste en que la usura debe ser juzgada por la "regla de la equidad" y no por una interpretación rígida de las Escrituras. Argumenta que no se debe condenar automáticamente un contrato de préstamo solo porque implica intereses; lo que importa es si las condiciones son justas y razonables. Pone como ejemplo la situación en la que un hombre con mucho dinero presta a otro con más tierras, destacando que un préstamo con interés, bajo ciertas condiciones justas, no es intrínsecamente inmoral.

Cuidado con la usura

Al final de la carta, Calvino deja claro que su intención no es dar una respuesta definitiva sobre el tema, sino instar a que se considere la usura con mayor cuidado. Destaca que lo importante no es condenar basándose en palabras o fórmulas legales, sino en la naturaleza de los actos y sus efectos. En esencia, lo que Calvino propone es un enfoque equilibrado y pragmático de la usura, uno que considere el contexto histórico, las necesidades sociales y los principios éticos de justicia y caridad.


Conclusión

La carta de Calvino no solo aborda una cuestión económica, sino que también ofrece un enfoque ético sobre cómo la fe cristiana debe interactuar con los complejos desafíos del comercio y el capital. Calvino propone que no se debe juzgar la moralidad de los actos financieros únicamente por las palabras o formas, sino por su naturaleza y sus implicaciones en la justicia y el bienestar del prójimo. En su visión, la usura puede ser legítima si se practica de manera justa y no conduce a la explotación.

Juan Calvino - Necesidad de reformar la iglesia (1544)

 


Escrita por Juan Calvino en 1544, es uno de los textos más importantes dentro del movimiento de la Reforma Protestante. En este escrito, Calvino se dirige al emperador Carlos V y a los príncipes reunidos en la Dieta de Spira, con el propósito de exponer las razones urgentes por las cuales la Iglesia cristiana necesitaba una profunda reforma.

Calvino argumenta que la Iglesia de su tiempo estaba profundamente corrompida, tanto en su doctrina como en su práctica, y que era imperativo restaurar la pureza del culto y del gobierno eclesiástico. La obra se centra en tres aspectos principales: el diagnóstico de los males que afectaban a la Iglesia, la justificación de las reformas propuestas, y la urgencia de implementarlas sin demora. Para Calvino, la corrupción del sistema sacramental y la opresión tiránica del gobierno clerical eran indicativos de un alejamiento de la auténtica fe cristiana.

NECESIDAD DE REFORMAR LA IGLESIA

Calvino inicia explicando la gravedad del estado actual de la Iglesia, la cual se encuentra en una condición de corrupción y descomposición que, a su juicio, es evidente para todos. A pesar de no ser una figura de gran autoridad, se dirige a los poderosos con humildad, confiando en que sus argumentos serán escuchados. En su mensaje, expresa que su propósito es defender la sana doctrina y pide que se le conceda la oportunidad de ser escuchado sin prejuicios.

Calvino destaca que su petición no es sólo individual, sino que refleja el sentir de muchos príncipes, comunidades y creyentes piadosos que comparten su deseo de ver la Iglesia restaurada. Argumenta que no puede ignorarse más la situación crítica de la Iglesia, y que es urgente actuar. Reconoce que los reformadores han sido acusados de actuar de manera precipitada, pero defiende que las reformas que proponen son el resultado de una necesidad extrema y no de un deseo de innovar sin razón.

Para fundamentar su llamado a la reforma, Calvino propone tres puntos: primero, enumera los males que aquejan a la Iglesia, como la corrupción de los sacramentos y el gobierno eclesiástico convertido en tiranía. Segundo, argumenta que los remedios propuestos por los reformadores son apropiados y beneficiosos para corregir estos males. Y, tercero, afirma que la situación era tan crítica que no había margen para demorar más en la implementación de los cambios necesarios.


Sección I: Los Males que nos Obligan a Buscar Remedios

En esta sección, Calvino introduce las razones que lo impulsan a buscar reformas para la Iglesia. Comienza rechazando las acusaciones de sedición y sacrilegio, asegurando que su intervención no es impulsiva ni injustificada. Para él, la religión cristiana se sostiene sobre dos pilares fundamentales: el correcto conocimiento de cómo debe adorarse a Dios y el origen de la salvación. Si estos pilares no se respetan, la profesión de fe cristiana es vacía y carente de valor. Además, menciona que los sacramentos y el gobierno de la Iglesia existen para preservar estas doctrinas, y que la correcta administración de ambos es esencial para la fe cristiana.

La Verdadera Adoración

Calvino explica que la verdadera adoración consiste en reconocer a Dios como la fuente de toda virtud y salvación. Esto se expresa a través de la oración, la alabanza y la acción de gracias. Esta adoración debe ser interior, espiritual, y debe obedecer estrictamente lo que Dios ha mandado en las Escrituras. Rechaza cualquier invención o artificio humano en el culto, afirmando que toda adoración debe estar conforme a lo prescrito por Dios. Para Calvino, cualquier adoración fuera de estas directrices es idolatría y corrupción.

Ceremonias en la Adoración

Critica duramente las ceremonias en la Iglesia de su tiempo, describiéndolas como un retorno al judaísmo y una mezcla de prácticas paganas que convierten el culto en un espectáculo teatral. A su juicio, estas ceremonias no solo son innecesarias, sino que también desvían a los fieles del verdadero propósito de la adoración, que es la renovación espiritual y la devoción interior. Para él, las ceremonias deberían ser simples y estar enfocadas en ejercitar la piedad, en lugar de convertirse en un fin en sí mismas.

Origen de la Salvación

Calvino aborda la doctrina de la salvación, dividiéndola en tres etapas: 

  • El reconocimiento de la miseria del ser humano, 
  • La salvación a través de Cristo y 
  • La plena confianza en Él. 

Calvino señala que el pecado original ha sido minimizado en las doctrinas de la Iglesia, y que el concepto de libre albedrío ha llevado a una falsa confianza en las propias virtudes. Critica la enseñanza de la justificación por obras, argumentando que únicamente la fe en Cristo puede reconciliar al hombre con Dios. Añade que la creencia de que los fieles deben vivir en incertidumbre sobre su salvación es destructiva, ya que anula la confianza en las promesas divinas.

El Gobierno y la Administración de los Sacramentos

En esta sección, Calvino aborda la administración de los sacramentos y el gobierno de la Iglesia, comparándolos con el "cuerpo" de la fe cristiana, cuya eficacia depende de la correcta doctrina que los sostiene. Comienza criticando que los sacramentos han sido desfigurados por añadiduras humanas, alejándose de las enseñanzas originales de Cristo. Critica la introducción de cinco sacramentos adicionales a los que Cristo instituyó, señalando que estos carecen de fundamento bíblico y que la Iglesia ha subordinado la gracia de Dios a rituales inventados por hombres. Además, denuncia que los dos sacramentos legítimos —el bautismo y la Cena del Señor— han sido corrompidos. El bautismo ha sido alterado por ceremonias superfluas, y la Cena ha sido reemplazada por la misa, que considera una representación teatral que distorsiona su verdadero significado.

La Misa y la Santa Cena

Calvino arremete contra la misa, argumentando que contradice el mandato de Cristo de compartir el pan y el vino en comunión, ya que en la misa el sacerdote consume en solitario lo que debería ser compartido con la congregación. Además, acusa a los sacerdotes de usurpar el papel de Cristo al presentarse como intermediarios que ofrecen sacrificios por los pecados, algo que considera una distorsión grave del mensaje del Evangelio. La misa, afirma, ha reemplazado la muerte expiatoria de Cristo por un ritual vacío, donde incluso se adora el pan consagrado como si fuera Cristo mismo.

La Profanación de los Sacramentos

Calvino denuncia que los sacramentos se han convertido en objetos de superstición y comercio. Las ceremonias, que deberían acercar a los fieles a Cristo, han sido vaciadas de su significado espiritual y son vendidas como mercancías, convirtiendo las iglesias en mercados. Critica que los sacramentos sean presentados al pueblo sin explicar su significado, lo que lleva a los fieles a enfocarse más en los rituales externos que en la fe y el arrepentimiento necesarios para la salvación. También condena la práctica de almacenar el pan consagrado y usarlo en procesiones y como amuleto, prácticas que distorsionan el propósito de los sacramentos.

La Corrupción del Gobierno Eclesiástico

Calvino también critica el estado del gobierno eclesiástico, señalando que los obispos y pastores han abandonado su deber de enseñar, dedicándose a ceremonias vacías y a la administración de sus obispados como principados seculares. Además, señala que muchos sacerdotes viven en la inmoralidad, desvirtuando el ministerio con su avaricia, orgullo y lujuria. El celibato, que es considerado un símbolo de virtud, se ha convertido, según Calvino, en una fachada que encubre la promiscuidad y el escándalo.

El Abuso del Poder Eclesiástico

En la última parte, Calvino critica la tiranía espiritual que los líderes de la Iglesia ejercen sobre las almas, imponiendo leyes humanas en lugar de seguir las enseñanzas de Cristo. Argumenta que los líderes eclesiásticos se han arrogado el poder de dictar nuevas doctrinas sin basarse en las Escrituras, exigiendo obediencia absoluta a sus decretos y sofocando cualquier disidencia. Calvino lamenta que las conciencias de los creyentes estén atrapadas en un laberinto de reglas inventadas, y que quienes intenten desafiar esta autoridad sean condenados como herejes.

Finalmente, recuerda que el propósito de la Reforma fue precisamente liberar a la Iglesia de estas corrupciones. Lutero y otros reformadores, dice, se levantaron para restaurar la verdadera doctrina y purificar la Iglesia de todas las supersticiones, prácticas comerciales y abusos que la habían contaminado.


Sección II: Los Remedios Empleados para Corregir los Males

En esta sección, Calvino expone los remedios aplicados por los reformadores para corregir los males en la Iglesia. Afirma que las reformas no se hicieron con otro propósito que el de mejorar la condición de la Iglesia, y asegura que, aunque su doctrina ha sido atacada con calumnias, los reformadores han trabajado en concordancia con la Palabra de Dios. Calvino señala que, a pesar de las críticas, la Reforma ha permitido que la gente lea las Escrituras y que se aclaren puntos fundamentales de la fe cristiana que estaban cubiertos por la ignorancia y supersticiones.

Calvino defiende que las reformas no introdujeron innovaciones sin sentido, sino que restauraron la Iglesia a su forma original, basada en las Escrituras. Destaca que la adoración a Dios debe ser realizada de forma espiritual y centrada en Su gloria, sin añadir elementos humanos o supersticiones. Además, los reformadores trabajaron para dirigir la atención hacia la grandeza de Dios, promoviendo una reverencia genuina y llamando a los creyentes a confiar completamente en Él.

Reforma de la Adoración Pública

Calvino afirma que la adoración pública en las iglesias reformadas se ha purificado de las supersticiones y de los ritos inventados por los hombres, enfocándose exclusivamente en adorar a Dios en espíritu y en verdad. Critica el uso de imágenes, la adoración a santos y reliquias, y la corrupción que estos elementos trajeron a la Iglesia, afirmando que los reformadores actuaron de manera correcta al eliminarlos. Los enemigos de la Reforma, según Calvino, defienden estas prácticas a pesar de que están claramente prohibidas en la Biblia y fueron condenadas por los profetas.

Calvino menciona que la adoración a imágenes y reliquias no es diferente a la idolatría de los paganos, quienes adoraban objetos físicos como representaciones de lo divino. Señala que, aunque algunos intentan justificar esta práctica argumentando que no es idolatría, en realidad no hay diferencia entre venerar una imagen o cualquier otro objeto de culto. Al eliminar estas prácticas, los reformadores no violaron el culto verdadero, sino que lo restauraron a su pureza original.

Reforma de la Oración

Calvino expone tres correcciones que los reformadores implementaron en la oración. Primero, eliminaron la intercesión de los santos, enseñando a los creyentes a orar directamente a Dios en el nombre de Cristo, el único mediador. Esto, asegura, no es una falta de respeto hacia los santos, sino una restauración de la forma correcta de orar, según lo enseñado por Cristo y los apóstoles.

Segundo, los reformadores enseñaron a los creyentes a orar con entendimiento, evitando el uso de lenguas desconocidas que no aportan significado a las oraciones. Calvino critica la práctica de rezar en latín, una lengua que los fieles no entendían, y destaca que la verdadera oración debe involucrar tanto el corazón como la mente. Argumenta que esta práctica no solo es irracional, sino que contradice directamente las enseñanzas bíblicas, como las de Pablo, quien insiste en que las oraciones sean comprensibles para todos.

Por último, Calvino sostiene que la oración debe ser hecha con fe firme y sin titubeos, confiando plenamente en las promesas de Dios. Esta corrección, dice, es crucial, ya que la oración sin fe es vana y no es aceptable ante Dios. Las oraciones deben ser ofrecidas con confianza en Cristo, el único mediador, y los creyentes deben estar seguros de que, al invocar a Dios, sus oraciones serán escuchadas.

Reforma de la Doctrina de Salvación

En esta sección, Calvino expone la reforma de la doctrina de la salvación, destacando los aspectos en los que la enseñanza reformada difiere de las doctrinas tradicionales. Afirma que la salvación solo puede encontrarse en Cristo y no en los propios méritos del hombre, ya que la naturaleza humana está completamente corrompida por el pecado. La caída de Adán y Eva dejó al hombre espiritualmente muerto, incapaz de hacer el bien sin la intervención de la gracia de Dios. Sin embargo, los adversarios de Calvino sostienen que el hombre conserva alguna capacidad para colaborar en su salvación, aunque reconocen que necesita la ayuda del Espíritu Santo.

Calvino rechaza esta visión, afirmando que la doctrina reformada enseña una completa dependencia de la gracia divina para la salvación. La naturaleza humana está tan corrompida que ningún acto humano puede contribuir a la salvación. Solo en la gracia de Dios, y no en la capacidad humana, reside la posibilidad de redención. Esta perspectiva, dice Calvino, está en consonancia con la enseñanza de la Iglesia antigua, particularmente con San Agustín, y eleva a Dios al lugar central en la salvación, promoviendo tanto la humildad como la gratitud en los creyentes.

Mérito de las Obras

Calvino aborda la cuestión del mérito de las obras humanas en la salvación, afirmando que, aunque las buenas obras son importantes y Dios las recompensa, no pueden ser la base de la justificación ante Dios. Según él, la justificación es un regalo de la gracia divina, otorgado a través de la fe en Cristo y no por los méritos de las acciones humanas. Afirma que las obras no tienen valor suficiente para merecer la salvación, ya que siempre están manchadas por el pecado y la imperfección.

Los adversarios de Calvino sostienen que las buenas obras pueden contribuir a la salvación y que, aunque el pecado requiere el perdón de Dios, los humanos pueden compensar sus errores a través de la contrición y las obras de supererogación. Calvino rechaza esta idea, insistiendo en que la única satisfacción válida por los pecados es la expiación realizada por Cristo en la cruz. Para Calvino, la doctrina de las obras de supererogación es una blasfemia, ya que sugiere que los humanos pueden hacer más de lo que es necesario para satisfacer la justicia de Dios, algo que considera imposible.

La Recompensa de las Obras

Aunque reconoce que Dios recompensa las buenas obras, Calvino insiste en que esta recompensa no se basa en el mérito humano, sino en la gracia de Dios. Las buenas obras de los creyentes son imperfectas y solo pueden ser aceptadas por Dios gracias a la mediación de Cristo. Esta enseñanza, según Calvino, sirve para mantener a los creyentes en humildad y gratitud, ya que les recuerda que incluso sus mejores acciones dependen de la misericordia de Dios.

Reforma de los Sacramentos

En cuanto a los sacramentos, Calvino señala que la Reforma los ha purificado de muchos ritos y añadiduras humanas que se habían introducido con el tiempo. Los reformadores reconocen solo dos sacramentos instituidos por Cristo: el bautismo y la Santa Cena. Calvino critica las prácticas que añaden ritos innecesarios a los sacramentos y que desvían la atención de los fieles de su verdadero significado espiritual. En el caso del bautismo, condena las supersticiones que se habían acumulado alrededor del rito, como el uso de elementos simbólicos añadidos como aceite o sal.

En cuanto a la Santa Cena, Calvino denuncia la invención de la transubstanciación y el uso supersticioso del pan consagrado, que en muchos casos se adoraba como si fuera Dios mismo. Calvino defiende que la Santa Cena debe ser una conmemoración de la muerte de Cristo, en la cual los fieles participan en Su cuerpo y sangre de manera espiritual, siguiendo el mandato de Cristo. También critica la práctica de la misa como un sacrificio expiatorio, insistiendo en que solo el sacrificio de Cristo en la cruz es suficiente para expiar los pecados.

Restauración de la Comunión y la Explicación de los Sacramentos

Calvino enfatiza que la Reforma ha restaurado la comunión plena en la celebración de la Santa Cena, devolviendo al pueblo la copa que había sido retirada por la Iglesia. Además, los reformadores han restablecido la antigua práctica de explicar el significado de los sacramentos a los fieles, asegurando que los creyentes entiendan los beneficios espirituales que estos ofrecen. En contraste con las prácticas anteriores, donde los ritos eran realizados en una lengua desconocida y sin explicación, la Reforma ha buscado que los sacramentos sean entendidos y apreciados por todos.

En resumen, Calvino defiende las reformas en la doctrina de la salvación y los sacramentos como una restauración de las enseñanzas y prácticas bíblicas. Para él, estas reformas han liberado a la Iglesia de supersticiones y falsas doctrinas, devolviendo a Cristo el lugar central en la salvación y en la adoración de los creyentes.

Reforma del Gobierno de la Iglesia

En esta sección, Calvino explica las reformas implementadas en el gobierno de la Iglesia y defiende su legitimidad frente a las críticas de los adversarios. Sostiene que la reforma no se aparta de la tradición apostólica, sino que busca restaurar el gobierno de la Iglesia a su forma original, tal como fue instituida en los tiempos apostólicos y la Iglesia primitiva. Uno de los puntos principales que subraya es que los pastores no solo deben gobernar la Iglesia, sino también enseñar de manera diligente, y si no cumplen con este deber, no deben conservar el cargo.

Calvino critica la negligencia en la selección de pastores y obispos en la Iglesia de su tiempo, señalando que muchas personas sin capacidad ni vocación eran promovidas al sacerdocio. En contraste, en las iglesias reformadas, aunque algunos ministros carecían de un alto nivel de estudio, todos eran examinados y seleccionados con cuidado, y nadie permanecía en el cargo si no cumplía con sus deberes.

Autoridad y Ordenación

Uno de los principales puntos de disputa entre los reformadores y la Iglesia católica era sobre la autoridad en la ordenación de los ministros. Los adversarios de Calvino argumentaban que la autoridad para ordenar pertenecía únicamente a los obispos, quienes afirmaban haber recibido esta prerrogativa a través de una sucesión apostólica continua. Sin embargo, Calvino desafía esta afirmación, señalando que la verdadera sucesión apostólica no se basa solo en la transmisión del cargo, sino en la fidelidad a la doctrina y las prácticas apostólicas. Critica duramente la conducta de muchos de los obispos de su tiempo, quienes no enseñaban ni gobernaban conforme a las Escrituras, y considera que han perdido el derecho a reclamar esa sucesión.

Calvino también menciona las prácticas corruptas que se habían introducido en el proceso de ordenación. Señala que en la Iglesia primitiva, las ordenaciones incluían un examen riguroso del estilo de vida y la doctrina del candidato, así como la participación del clero y del pueblo en la selección. Estas prácticas, según Calvino, habían sido abandonadas, y los obispos contemporáneos se habían arrogado un poder exclusivo que no respetaba las normas bíblicas ni las de los primeros concilios.

Crítica a la Suciedad del Clero

Además, Calvino critica la impureza moral y la corrupción entre el clero. Señala que los obispos y otros líderes de la Iglesia estaban más preocupados por mantener su poder y riquezas que por pastorear a sus congregaciones. Los describe como enemigos de la sana doctrina, que luchan activamente contra aquellos que buscan restaurar la verdad del Evangelio. Según Calvino, estos líderes son responsables de la degradación de la Iglesia, y cualquier reclamo de autoridad sobre la ordenación es inválido debido a su infidelidad a la misión apostólica.

Formas y Ceremonias de la Ordenación

Calvino también rechaza las críticas que los adversarios lanzan sobre las formas de ordenación en la Reforma. Acusan a los reformadores de no seguir las ceremonias tradicionales, como la unción de manos o la vestimenta especial de los sacerdotes. Calvino, sin embargo, sostiene que la única ceremonia necesaria, según las Escrituras y la Iglesia primitiva, es la imposición de manos. Las ceremonias adicionales, argumenta, fueron inventadas posteriormente y no tienen una base bíblica. Así, defiende la simplicidad de las ordenaciones reformadas y afirma que los elementos añadidos no tienen valor si no están respaldados por un mandato divino.

La Carga de las Tradiciones Humanas

Calvino también se refiere a las tradiciones humanas que habían oprimido a la Iglesia, obligándola a seguir una multitud de reglas innecesarias. Critica la acumulación de leyes y regulaciones eclesiásticas que se habían convertido en una carga insoportable para las conciencias de los creyentes, una situación que, según él, incluso San Agustín lamentó en su tiempo. Calvino argumenta que los reformadores actuaron para liberar a los creyentes de esta esclavitud, ya que solo Dios tiene la autoridad para imponer leyes sobre la conciencia humana.

Tres Controversias Principales

Calvino aborda tres áreas principales de controversia con la Iglesia católica: el consumo de carne, el celibato sacerdotal y la confesión auricular.

  1. Consumo de carne: Calvino defiende la libertad de los cristianos para comer carne en cualquier día, argumentando que las restricciones sobre la comida eran tradiciones humanas y no estaban respaldadas por las Escrituras. Critica la desproporción en los castigos impuestos por la Iglesia, donde comer carne en un día prohibido era castigado más severamente que la inmoralidad sexual.

  2. Celibato sacerdotal: Calvino rechaza la imposición del celibato a los sacerdotes, señalando que esta prohibición ha llevado a la corrupción moral dentro del clero. Afirma que el matrimonio es honroso y que la prohibición del matrimonio para los sacerdotes es contraria a las Escrituras, citando ejemplos de ministros casados en la Iglesia primitiva.

  3. Confesión auricular: Finalmente, Calvino condena la práctica de la confesión auricular obligatoria, señalando que había sido introducida tardíamente en la Iglesia y que solo servía para atormentar las conciencias. Argumenta que la confesión de los pecados debe ser voluntaria y no impuesta como una obligación legal, y que la absolución de los pecados solo puede provenir de Dios, no del sacerdote.


La reforma no solo restaura la enseñanza apostólica, sino que también libera a los creyentes de la opresión de las tradiciones humanas que, según él, habían oscurecido el verdadero mensaje del Evangelio.

Sección III: Reforma Requerida Sin Dilación

En esta sección, Calvino aborda la urgencia de la reforma en la Iglesia, respondiendo a las críticas de aquellos que sostenían que las reformas no eran necesarias o que debían implementarse de manera más gradual. Calvino comienza refutando la acusación de que los reformadores fueron responsables de la turbulencia que sacudió a la Iglesia. Alega que la verdadera causa del conflicto fue la obstinada resistencia a la verdad por parte de aquellos que defendían los abusos e idolatrías prevalentes en la Iglesia. Así como el profeta Elías fue injustamente acusado por el rey Acab de ser un perturbador de Israel, Calvino ve una acusación similar dirigida hacia los reformadores, quienes, según él, solo buscaban restaurar la adoración pura de Dios.

Calvino explica que los tumultos en la Iglesia no fueron causados por los reformadores, sino por aquellos que, en lugar de aceptar correcciones pacíficas y basadas en la verdad, respondieron con violencia y represión. Calvino afirma que su objetivo no fue nunca causar divisiones, sino procurar que Dios fuera adorado correctamente y que su verdad prevaleciera. Cita el ejemplo de Cristo, a quien los impíos también resistieron, y argumenta que la contienda ha sido siempre parte del destino del Evangelio en el mundo.

Objeciones a la Reforma

Los adversarios de Calvino también sostienen que los males en la Iglesia no justifican las medidas radicales que los reformadores propusieron. Según ellos, algunas corrupciones debían ser toleradas y otras corregidas de manera gradual, sin recurrir a cambios bruscos. Calvino responde a estas críticas señalando que los problemas en la Iglesia no eran menores o triviales, como sus oponentes intentaban hacer ver. Según él, los errores y corrupciones eran de tal magnitud que no se podían pasar por alto sin incurrir en una grave culpa.

La Idolatría como el Peor de los Pecados

Calvino argumenta que el pecado más grave que enfrentaba la Iglesia era la idolatría, un pecado que Dios siempre castigó severamente a lo largo de la historia bíblica. La adoración de imágenes y santos, prácticas que se habían extendido ampliamente en la Iglesia, eran comparables a la adoración de Baales en el Antiguo Testamento. Calvino sostiene que los reformadores no podían permanecer en silencio ante tales abusos. Para él, era imperativo actuar cuando la gloria de Dios estaba siendo profanada de manera tan descarada, y cuando las imágenes y los santos estaban ocupando el lugar que solo corresponde a Dios.

El Culto Voluntario y la Hipocresía

Otro problema que Calvino destaca es la prevalencia de la hipocresía en la adoración. Critica el hecho de que muchas prácticas religiosas se basaban en tradiciones humanas y no en la Palabra de Dios. Cita las severas condenas de los profetas del Antiguo Testamento contra la adoración que surge de la imaginación humana en lugar de la revelación divina. Según él, la Iglesia había caído en una forma de culto voluntario que Dios aborrecía, y los reformadores no podían permitir que esto continuara sin levantar su voz en protesta.

Errores Doctrinales y Prácticas Corruptas

Calvino también denuncia otras corrupciones doctrinales y prácticas que se habían infiltrado en la Iglesia, como el uso de lenguas desconocidas en las oraciones públicas, la atribución de títulos blasfemos a la Virgen María, y la creencia en que los santos muertos podían interceder por los vivos de manera similar a Cristo. A sus ojos, estas prácticas no solo violaban la verdad bíblica, sino que también despojaban a Cristo de su única mediación entre Dios y los hombres. Los reformadores, según Calvino, no podían tolerar estas blasfemias sin traicionar el Evangelio y la gloria de Cristo.

La Doctrina de la Justificación y las Obras Meritorias

Calvino aborda con especial énfasis la doctrina de la justificación, uno de los puntos clave de la Reforma. Critica la enseñanza común en la Iglesia católica de que los hombres pueden obtener la salvación por el mérito de sus obras, una doctrina que, según él, conduce a la desesperación, ya que los creyentes nunca pueden estar seguros de haber hecho lo suficiente para ganarse el favor de Dios. Esta falsa enseñanza, según Calvino, desviaba a las almas del camino de la verdadera salvación, que se basa únicamente en la fe en Cristo y no en los esfuerzos humanos.

Corrupción en los Sacramentos y el Clero

Otro aspecto que Calvino aborda es la corrupción en la administración de los sacramentos. Se refiere específicamente a la venta de indulgencias y otros abusos en la celebración de la Cena del Señor, que había sido convertida en una mera transacción comercial. Calvino también critica las prácticas supersticiosas relacionadas con los sacramentos, como la idea de que el pan de la Eucaristía se transformaba en el cuerpo literal de Cristo mediante exorcismos y encantamientos. Según él, tales prácticas degradaban los misterios sagrados y oscurecían el verdadero significado de los sacramentos instituidos por Cristo.

En cuanto al clero, Calvino denuncia la corrupción en el nombramiento de obispos y sacerdotes, muchos de los cuales alcanzaban sus posiciones mediante simonía o conexiones políticas, sin tener la vocación o capacidad para cumplir con sus deberes. Estas prácticas, según él, habían convertido a la Iglesia en una institución profundamente corrupta y alejada de su propósito original.

La Reforma Era Necesaria e Inevitable

Calvino concluye esta sección defendiendo la urgencia de la reforma y la imposibilidad de tolerar los errores y abusos que plagaban la Iglesia. Afirma que los reformadores no podían mantenerse en silencio frente a la profanación del Evangelio, los sacramentos y la gloria de Cristo. El llamado a la moderación y a la paciencia, según Calvino, habría sido una traición a la verdad de Dios y a la salvación de las almas.

Objeciones Adicionales Resueltas

En esta sección, Calvino responde a una serie de críticas adicionales que los opositores de la Reforma habían planteado en contra de los reformadores y sus esfuerzos. Los principales puntos de estas objeciones son que la Reforma causó conflictos civiles y un deterioro moral, que los reformadores permitieron el libertinaje sin imponer disciplina, y que las propiedades de la Iglesia fueron saqueadas para provecho personal.

Acusación de Haber Causado Conflictos y Desórdenes

Calvino reconoce que la luz de la verdadera doctrina cristiana interrumpió el estado de "paz" que existía bajo el dominio de lo que él llama "la tiranía del Anticristo". Sin embargo, niega que los reformadores sean los responsables de las divisiones. Según él, los conflictos surgieron porque los adversarios se resistieron a la verdad y prefirieron mantener el statu quo en lugar de permitir las correcciones necesarias. Si todos hubieran aceptado las reformas, argumenta, no habría habido tales disturbios. Calvino compara la situación con la que enfrentaron los profetas y los apóstoles, quienes también fueron acusados de perturbar la unidad religiosa al proclamar la verdad divina.

Acusación de Falta de Disciplina y Libertinaje

Calvino aborda la crítica de que las iglesias reformadas carecen de disciplina, lo que habría dado lugar a una mayor licencia moral. Aunque admite que las iglesias reformadas no están completamente libres de fallas en este aspecto, defiende que los enemigos de la Reforma son en parte responsables de impedir el establecimiento de una disciplina más estricta, ya que constantemente interrumpen los esfuerzos de los reformadores. También señala que, a pesar de las deficiencias, las iglesias reformadas han logrado una mejora moral considerable en comparación con las iglesias bajo la influencia papal. Los verdaderos frutos de la Reforma, según Calvino, se ven en aquellos que han abandonado sus viejas vidas de pecado y han adoptado una nueva vida de piedad y santidad.

Acusación de Saqueo de Propiedades Eclesiásticas

Una de las acusaciones más graves era que los reformadores y sus seguidores habían saqueado las propiedades de la Iglesia. Calvino no niega que algunos abusos hayan ocurrido, pero cuestiona la legitimidad de la acusación cuando proviene de una Iglesia corrupta que había estado utilizando sus riquezas para propósitos egoístas y decadentes. Alega que los bienes eclesiásticos, en muchos casos, no estaban siendo usados para la verdadera obra de la Iglesia, sino para enriquecer a individuos ociosos y corruptos. Los príncipes reformadores, argumenta, actuaron legítimamente al redistribuir estos bienes, destinándolos a fines más nobles, como el apoyo a ministros verdaderos, escuelas y hospitales.

Acusación de Cisma

Calvino dedica una porción significativa de esta sección a refutar la acusación de que la Reforma causó una división en la Iglesia. Aquí sostiene que los reformadores no se han separado de la verdadera Iglesia de Cristo, sino que sus oponentes, al aferrarse a la corrupción, son los que realmente se han apartado de la verdadera fe. Calvino insiste en que la verdadera unidad de la Iglesia no depende de estar bajo la autoridad del Papa o de una jerarquía eclesiástica humana, sino de la adhesión a la doctrina pura del Evangelio y la administración correcta de los sacramentos.

Defensa de la Reforma como una Necesidad Divina

Calvino afirma que la Reforma no fue una opción, sino una necesidad impuesta por Dios para corregir los errores que habían infectado la Iglesia. Argumenta que los esfuerzos de los reformadores para purificar la Iglesia de la corrupción doctrinal y moral no debían esperar la aprobación del Papa, ya que el papado mismo había sido la fuente de muchos de esos errores. Si los reformadores hubieran esperado, nunca habría habido una reforma, dado que el Papa no mostró disposición alguna para corregir los abusos.

Respuesta a la Propuesta de Esperar un Concilio General

En esta sección, Calvino responde a la sugerencia de que la única solución válida para los problemas de la Iglesia es esperar un concilio universal. Refuta esta propuesta con el argumento de que esperar tal reunión, dado el contexto de obstinación y corrupción de la Iglesia, no solo es impráctico sino también peligroso para la supervivencia de la verdadera fe.

Crítica a la Demora del Concilio General

Calvino comienza refutando la idea de que no se debe hacer nada hasta que se convoque un concilio universal. Argumenta que, aunque idealmente todos los soberanos y estados cristianos deberían unirse para resolver los males de la Iglesia, la realidad es que muchos líderes están ocupados con guerras o, peor aún, son opositores deliberados a cualquier reforma. Además, señala que el Papa y la jerarquía eclesiástica tienen poco interés en convocar un concilio, ya que esto pondría en peligro su "usurpada tiranía". Por tanto, esperar a un concilio solo retrasaría aún más las reformas necesarias.

La Situación Crítica de la Iglesia

Calvino subraya que la Iglesia está en grave peligro, con muchas almas perplejas y perdidas, y un creciente libertinaje espiritual debido a la falta de disciplina y dirección clara. Argumenta que la crisis es tan grande que no se puede esperar a una solución tan incierta como un concilio general. Afirma que es un insulto a Dios y a los hombres remitir la solución de la crisis eclesiástica a una reunión futura que probablemente nunca sucederá o, si sucede, será ineficaz.

Respuesta a la Acusación de Separación y Precedentes Históricos

Calvino refuta la acusación de que la acción independiente de los reformadores viola la unidad de la Iglesia. Usa ejemplos históricos, como los sínodos provinciales convocados para enfrentar las herejías donatista y pelagiana, para demostrar que no es necesario esperar a un concilio general para tomar medidas urgentes contra los errores doctrinales. Estos ejemplos muestran que las iglesias locales tenían la autoridad para actuar cuando la unidad de la fe estaba en peligro, sin esperar la aprobación de una asamblea universal. Calvino argumenta que la situación actual requiere la misma prontitud y valentía.

Escepticismo sobre la Eficacia de un Concilio General bajo el Papa

Incluso si se convocara un concilio general, Calvino duda que traiga un resultado favorable. Imagina un escenario donde el Papa o sus representantes dominarían las decisiones, asegurándose de que cualquier reforma sería superficial o contraria a los verdaderos intereses de la Iglesia. Predice que los cardenales y obispos, fieles al Papa, no permitirían que se restableciera la verdadera doctrina cristiana, sino que seguirían defendiendo su poder y privilegios a toda costa. Para Calvino, permitir que el Papa lidere la reforma sería equivalente a "exponer las ovejas a los lobos."

Responsabilidad de los Príncipes y la Necesidad de Acción Urgente

Calvino hace un llamado directo a los príncipes alemanes y al emperador, instándolos a no depender de los líderes eclesiásticos para la reforma, ya que estos están más interesados en preservar su poder que en restaurar la pureza de la Iglesia. Argumenta que la Iglesia, traicionada por sus propios pastores, apela a los príncipes para su salvación. Esta es una oportunidad, dice, para que los gobernantes demuestren su fidelidad a Dios al restaurar la verdadera adoración y avanzar el reino de Cristo.

Confianza en el Poder de Dios y la Justificación de los Reformadores

A pesar de la enorme dificultad que enfrenta la reforma, Calvino exhorta a los príncipes a no desanimarse. Afirma que, aunque las posibilidades de éxito parezcan pequeñas, la obra de restaurar la Iglesia es de Dios, y su poder omnipotente puede superar cualquier obstáculo. Calvino insiste en que los reformadores no deben medir el poder de Dios según las expectativas humanas, y que incluso si sus esfuerzos parecen infructuosos, deben seguir adelante con fe y confianza en que están cumpliendo la voluntad divina.

La Reforma como la Única Esperanza

Calvino cierra su argumento afirmando que los reformadores han hecho todo lo que está en sus manos para restaurar la gloria de Dios y promover la verdadera doctrina. Aunque el resultado final depende de Dios, los reformadores nunca se arrepentirán de haber comenzado este esfuerzo. Incluso si fracasan y enfrentan la muerte, Calvino afirma que su sangre será como una semilla que propagará la verdad divina. Su confianza en la verdad de su doctrina es absoluta, y ven la reforma no solo como necesaria, sino como inevitablemente triunfante, ya sea en vida o después de la muerte.



Conclusión

En "La Necesidad de Reformar la Iglesia", Juan Calvino presenta un argumento fundamental sobre la urgencia de llevar a cabo una reforma profunda y radical dentro de la Iglesia de su tiempo. Esta obra, dirigida al emperador Carlos V y a los príncipes del Sacro Imperio Romano Germánico en 1544, es un manifiesto que expone tanto las razones teológicas como las prácticas que justifican la ruptura con la Iglesia Católica Romana y el inicio de la Reforma Protestante.

Calvino articula su argumentación en torno a dos ejes principales: la corrupción doctrinal y la corrupción de las prácticas y estructuras eclesiásticas. A lo largo de la obra, defiende la legitimidad y la necesidad de las acciones de los reformadores, presentando un caso sólido para demostrar que la iglesia medieval estaba inmersa en una profunda crisis que afectaba tanto la enseñanza del evangelio como la vida moral de sus miembros.